Estudio bíblico de Apocalipsis 20:14-21:2
Apocalipsis 20 - 21
Versículos 20:14 - 21:2
Bienvenidos, estimados oyentes, a un nuevo programa de La Fuente de Vida, en el cual proseguiremos nuestra andadura a través de este particular y fascinante libro, el Apocalipsis del apóstol y evangelista Juan.
Hoy, retomaremos nuestro camino en los últimos versículos del capítulo 20, los versículos 14 y 15. Pero antes, permítanos refrescar nuestra memoria con unas rápidas pinceladas de los últimos acontecimientos. En el capítulo 19 hablamos sobre el gozo universal que producirá la destrucción de la ciudad de Babilonia, sede central del poder del Anticristo, el dictador mundial, también llamado "la Bestia", que estará dominado completamente por Satanás. Sigue la descripción del surgimiento del Caballo Blanco en el que cabalga Uno, que es Fiel y Verdadero, es decir, el mismo Señor Jesucristo. A continuación viene la alianza de los poderes hostiles contra Cristo, el Conquistador (19:19); luego, la derrota de las fuerzas contrarias; como consecuencia, la Bestia y el Falso Profeta serán arrojados al Lago de fuego y azufre, y tendrá lugar la matanza del resto de sus seguidores (19:20). El capítulo 20 se inicia con que Satanás es atado, en el Abismo, por un periodo de mil años; sigue la resurrección de los Mártires que reinarán con Cristo durante el Milenio, aunque los demás muertos resucitarán más tarde. Al cumplirse los mil años, Satanás es soltado por un breve periodo de tiempo, el suficiente para organizar una batalla final, pero los enemigos de Cristo, serán destruidos con fuego del cielo, mientras que Satanás será arrojado para siempre al Lago de fuego y azufre (20:7-10). Sólo entonces, vendrá la resurrección general y el Juicio Final. La descripción de Nuevos Cielos y Nueva Tierra ocupan los capítulos 21 y 22.
Vamos a abrir nuestra Biblia en los versículos 14 y 15 del capítulo 20 de Apocalipsis para comenzar nuestro estudio de hoy:
14 Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. 15 Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.
La muerte y el Hades son esencialmente expresiones sinónimas en la Biblia, pero la muerte es la condición mortal en sí, y el Hades equivale al término Seol del Antiguo Testamento, que es el lugar de los muertos. En la versión anterior de nuestra Biblia en castellano esta palabra se había traducido incorrectamente como "infierno", dado que las palabras "Seol" en el Antiguo Testamento y "Hades" en el Nuevo Testamento, no significan infierno. En el pensamiento judío, el Seol/Hades era el lugar al que iban los muertos a morar hasta el día del "juicio final". Los judíos pensaban que estaba dividido en dos secciones. El Señor Jesucristo, en su relato del hombre pobre y del rico, donde ambos habían muerto, lo dividió en el paraíso y en el "lugar de tormento". El paraíso quedó vacío cuando Cristo llevó consigo, en su ascensión, a los creyentes del Antiguo Testamento. Así podemos leerlo según relata el apóstol Pablo en su epístola a los Efesios, capítulo 4, versículos 8 al 10: "Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo."
Él hizo dos cosas: otorgó dones a los hombres, y se llevó consigo al Cielo, o Paraíso, a aquellos santos del Antiguo Testamento que habían muerto. Sin embargo, en el lugar de tormento residirán los perdidos hasta el Día del Juicio ante el Gran Trono Blanco, como vimos en nuestro programa anterior. Todos los que deben que presentarse a ese juicio son los denominados perdidos, que serán arrojados al Lago de Fuego, que es la muerte segunda; la primera muerte es sólo física, pero la segunda es espiritual y eterna, en el Lago de Fuego Eterno, que es el Infierno.
Sea o no literal esta terrorífica descripción del infierno, podemos estar seguros que será el peor lugar del universo; un lugar donde, tal vez, el mayor sufrimiento sea conocer su eterna separación de Dios; Porque, ¿puede haber algo peor que estar eternamente condenado a vivir separado de Dios?
La muerte, ese letal y último enemigo del hombre, será finalmente eliminado y ya no se podrá volver a utiliza la expresión de que "todos morimos en Adán". La muerte será lanzada al lago de fuego, porque es el gran enemigo del hombre. En el Antiguo Testamento, en el libro del profeta Oseas, capítulo 13, versículo 14, leemos: "De la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol; la compasión será escondida de mi vista." Luego el apóstol Pablo escribió en su Primera Epístola a los Corintios, capítulo 15, versículo 26: "Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte." Y en el versículo 55 de ese mismo capítulo 15 añade Pablo: "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?"
El Hades, prisión de las almas de los pecadores muertos, será también arrojado al lago de fuego. ¿Por qué? Porque ya no será necesario, al haber quedado desocupado de los perdidos, los cuáles ya habrán salido de allí para ser echados en el Lago de fuego, el mismo destino al que han sido condenados Satanás, la Bestia, el Falso Profeta y todos sus seguidores.
Necesitamos confrontar nuestras creencias, las que sean, con la idea de que si el hombre no acepta la vida eterna que Dios le ofrece, entonces sólo le queda la otra única alternativa. Dios nunca creó al hombre para condenarlo, sino para amarlo y disfrutar de su compañía. Pero el hombre, el ser humano, se ha empeñado desde el comienzo de los tiempos en rechazar a Dios, desobedecerle y despreciar el sacrificio que hizo su Hijo Amado, Jesucristo, en la cruz. Curiosamente, a muchos no les impresiona esta idea, -la de una muerte eterna-, según se desprende de su actitud aparentemente pasiva y reactiva al respecto. Sin embargo, no pocos, al enfrentar la muerte de un familiar o incluso la suya propia, temen lo que se pueda encontrar "al otro lado" de la vida. La realidad nos demuestra que el hombre desprecia a Dios hasta que se halla a las mismas puertas de la muerte. Pareciera que sólo cuando nos enfrentamos con ésta, cara acara, somos capaces de aceptar, e incluso abrazar, la idea de un Dios real. Pero tal vez, entonces, pueda que sea demasiado tarde para volver atrás y deshacer una vida tejida de nudos, dobleces y desengaños, fracasos y malas decisiones, que hicieron daño a las personas que más queríamos y, además, a nosotros mismos. Por eso decimos que nunca es demasiado pronto para convertirse en un "hijo de Dios", no por temor, sino por amor, amor hacia Aquel que se entregó y murió por nosotros en la Cruz: Jesucristo.
Nunca es demasiado pronto para arrepentirse y nosotros, desde aquí, tenemos que ser coherentes con lo que dice la Biblia e invitarle, una vez más, a que usted acepte a Jesucristo como su único Señor y Salvador personal; "Señor", porque, si usted toma una decisión afirmativa, Jesucristo pasará a gobernar su vida. También es su "Salvador", porque si usted responde afirmativamente, estará aceptando que Jesucristo es el Hijo de Dios, que vino a esta Tierra con la exclusiva misión de salvarle a usted de sus pecados personales; los que usted ya cometió, los que está cometiendo y también los que cometerá en el futuro. Pero claro, estimado oyente, esto jamás supone un cheque en blanco para "pecar", dado que el pecado, en la vida del cristiano, es como la langosta que devora las bendiciones que Dios tiene preparadas para usted, en esta Tierra. Y, por último diremos que Jesucristo le invita a una relación de "amistad íntima" o "personal", porque uno de los mayores misterios de este Universo es que Dios nos creara, dado que no necesitaba hacerlo, pero lo hizo, para amarnos, como hijos de Su Familia. Y, por si esto no fuera poco, Dios quiere ser un Dios "personal", es decir, que se preocupa personal e individualmente por usted. Lo crea o no, estimado amigo y amiga, a Dios le interesan hasta los más pequeños detalles de su vida. Por eso decimos que el Cristianismo no es una religión; no olvidemos que Jesús no vino a fundar una religión, sino a ofrecer una nueva relación con el hombre, un nuevo pacto de amistad. Jesús, hoy, le invita nuevamente a iniciar o, si usted ya es cristiano, a renovar, una relación de auténtica e íntima amistad con usted, para siempre y eternamente.
En el capítulo 20, por fin, se le quita el velo a la Eternidad; un nuevo Cielo, una nueva Tierra y una nueva Jerusalén; una nueva era, y la morada eterna de la Esposa del Cordero, la Iglesia, y el Cordero, el Señor Jesucristo. Los hijos de Dios seremos nueva creación en Cristo Jesús, despojados al fin de esta vieja y dolorosa naturaleza corporal que hoy en día nos atormenta con enfermedades y tentaciones.
Al fin hemos llegado a la puerta de acceso a la Eternidad que se revela ante nosotros. En los versículos 1 y 2 del capítulo 21 podemos ver el Nuevo Cielo, la Nueva Tierra, y la Nueva Jerusalén. Pero, ¿qué es, en realidad, el Cielo? Hoy en día existen, a nuestro modesto parecer, bastantes ideas desenfocadas acerca de la realidad celestial. Para la Biblia el Cielo no es un estado mental, como pronostican muchos gurús de la "autoayuda" y de la filosofía oriental, sino una realidad radicalmente palpable. Si usted es creyente, en el Cielo habrá una casa para usted. Y cuando decimos casa, nos referimos a un edificio real, hecho con materiales reales, no imaginarios, o etéreos. El Cielo, estimado amigo, amiga es tan real como la vida misma, y así lo describe la Biblia.
Y no sólo estamos asistiendo al comienzo de la Eternidad, sino también a una nueva creación. Los que han sido salvos, perdonados de sus pecados, y por su fe en Jesucristo, éstos han recibido unos cuerpos nuevos, perfectos, glorificados. Todas las cosas han sido hechas nuevas. Y un nuevo Universo implicará, evidentemente, nuevas formas y leyes de vida. Nuestro estilo de vida cambiará radicalmente.
Por ejemplo, experimentaremos una ausencia total del pecado, tentación y pruebas; ya no tendremos que luchar, como en esta vida, contra las tentaciones, las pruebas y los sinsabores de una naturaleza humana que nos induce habitualmente a desobedecer a Dios y a darle la espalda para hacer sólo nuestra voluntad.
Pero lo más importante será que allí estará la presencia constante de Cristo y de Dios, juntos, con el Trono de Dios hecho visible.
Leamos a continuación el primer versículo del capítulo 21 de Apocalipsis:
1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más.
Juan vio el destino de los condenados, y ahora ve el de los salvos. El Señor Jesucristo dijo: "El cielo y la tierra pasarán." En el libro del profeta Isaías, capítulo 66, versículo 22, dice: "Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre."
Dios prometió a Abraham una tierra para siempre. Y a David un trono para siempre. Daniel profetizó que Su reino nunca sería destruido. La nueva tierra será el cumplimiento de todas estas profecías. El escritor de la Carta a los Hebreos, en su capítulo 11, versículos 13 al 16, dice así: "Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial." Ahora, eso de "celestial" no quiere decir que ellos van al Cielo, sino que el Cielo está descendiendo a la Tierra; esto es lo que nosotros queremos decir en el Padre Nuestro cuando decimos: "Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra." (Mateo 6:10). Volviendo a la Carta a los Hebreos, versículo 16 de este capítulo 11, continúa diciendo: "Por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad."
Veamos ahora lo que nos dice el apóstol Pedro en su segunda carta, capítulo 3, versículo 13: "Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia." Y en el versículo 7, él dice: "Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservadas por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos." Luego, en el versículo 10, dice: "Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshecha, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir!"
Leamos a continuación el versículo 2 de este capítulo 21 de Apocalipsis:
2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.
Aquí tenemos un sueño de los judíos que nunca murió: el sueño de la restauración de la ciudad santa de Jerusalén. La visión que tuvo Juan de la Nueva Jerusalén, usa y amplía mucho los sueños de los profetas. Y aquí está la fe: aunque en el momento en que Juan escribe el Apocalipsis, Jerusalén ya había sido borrada del mapa por los ejércitos romanos, los judíos nunca perdieron la confianza en que Dios la reedificaría algún día. Es verdad que expresaban sus esperanzas en términos de riqueza material; pero ésta era meramente un símbolo de la seguridad de que hay una bienaventuranza eterna para el pueblo fiel del Señor.
En este punto de la cronología de Apocalipsis, los Santos del Antiguo Testamento, los Santos de la Tribulación y todos los que se convirtieron a Dios durante el Reino Milenario habrán sido incorporados en unidad como la esposa redimida que morará en la Nueva Jerusalén. Juan describió la consumación de todas las cosas en Cristo y el descenso de la Nueva Jerusalén como para dar inicio al estado eterno.
Esta ciudad, la Nueva Jerusalén, es la capital del cielo, un lugar de santidad perfecta. Juan la ve "descender del cielo" y esto indica que este lugar ya había existido desde siempre, pero que ahora desciende al nuevo cielo y a la nueva tierra en su lugar eterno y sublime. Ésta es la ciudad donde vivirán los santos.
Llegados a esta altura del Apocalipsis, seguro que usted se habrá preguntado: ¿Cómo es el Cielo? Cuando alguien habla de ir al Cielo, ¿en qué piensa usted? Para la mayoría de la gente, es como una hermosa isla en algún lugar. Para los cristianos, como ya hemos adelantado antes, el Cielo es un lugar bien definido, una ciudad real y tangible, cuyo nombre es la Nueva Jerusalén, que veremos en detalle más adelante, aunque en la Biblia se nos dice muy poco en cuanto al Cielo.
Tal vez no exista una descripción más hermosa para la Iglesia de Cristo que la utilizada por Juan en su narración: "Dispuesta como una esposa ataviada para su marido." Todos nosotros hemos presenciado muchas ceremonias matrimoniales. Y es muy poco probable que hayamos visto alguna vez a una novia "fea", o poco agraciada. Su sonrisa, su vestido, su felicidad, todo resultan ya, de por sí, muy hermoso. Al igual que la sonrisa y la expresión de felicidad del novio, al observar a su futura esposa avanzar, paso a paso hacia él. Es ésta la forma en la que Juan nos describe la Nueva Jerusalén, la ciudad eterna, donde viviremos por siempre; Ataviada para su esposo.
En el Nuevo Testamento, la metáfora de la Iglesia como esposa de Cristo se utiliza frecuentemente. Aquí, la imagen de Juan se extiende a partir de la tercera parte de las bodas judías, que era la Ceremonia. Los creyentes (la esposa) que están en la Nuevo Jerusalén salen al encuentro de Cristo (su marido) en la ceremonia final de la historia divina de la salvación del hombre. Toda la ciudad, ocupada por todos los Santos, constituye la llamada esposa, todos ya están incluidos en la imagen de la esposa. De esta forma, Dios ha traído a casa una esposa para su Amado Hijo, que es Su amada Iglesia. Todos los Santos vivirán por siempre con Cristo, en la Casa de Dios, una promesa hecha antes de que la Iglesia comenzara, en Juan 14:2 y 3. El Señor Jesucristo dijo que iba a preparar este lugar para usted, para mí, y todos que creyesen en Él, hace más de dos mil años. Y desde entonces, Él ha estado preparando este lugar para su esposa, la Iglesia.
En nuestro próximo programa, hablaremos de la Nueva Jerusalén, nuestro destino final. No olvide, estimado amigo, amiga oyente, que, en esta Tierra, sólo somos forasteros, visitantes temporales, de una realidad con fecha de caducidad. Pero la alegría del Cristianismo nos recuerda, una vez más, que hay esperanza, que hay esperanza en Jesucristo y que gracias a Él, más allá de la muerte, nos espera un destino eterno, maravilloso y real, todavía más real que esta vida.
Éste será el tema que trataremos en nuestro próximo programa, en el cual confiamos volver a encontrarnos con usted, estimado oyente. Continuamos pidiéndole a Dios que bendiga Su Palabra, y que ésta halle eco en el corazón y la mente de cada oyente de "La Fuente de la Vida".
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