Estudio bíblico: Elías y el silbo delicado y apacible de Dios - 1 Reyes 19:8-18
Elías y el silbo delicado y apacible de Dios (1 Reyes 19:7-18)
Un hombre va caminando por el desierto. Su vestimenta es muy sencilla. No va con un camello cargado con provisiones. Se ha alimentado con una comida que le dio un ángel del Señor y ya ha caminado casi 40 días. Si miramos su rostro, vemos nuevamente expresiones complejas. Ahora no está mirando al suelo sino al horizonte, que parece ser siempre el mismo y muy lejano. En su mente repite la frase que el ángel del Señor le ha dicho: "Levántate, come, porque el camino es demasiado largo para ti" (1 R 19:7).
Llega hasta un lugar donde se eleva una montaña rocosa, árida e impresionante. Allí fue donde Moisés tuvo una revelación de Dios. El versículo 9 dice que ese hombre "se metió en la cueva, donde pasó la noche". Algunos creen que esta es la misma cueva donde estuvo Moisés cuando el Señor le mostró su gloria (Ex 33:22). Finalmente, Elías puede descansar en un lugar tranquilo y fresco.
A la mañana siguiente, "vino a él la palabra del Señor, y le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías?" (1 R 19:9). Dios le hace una pregunta sencilla y profunda al mismo tiempo. El profeta aprovecha la oportunidad y responde: "He sentido un vivo celo por el Señor Dios de los Ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida" (1 R 19:10). Me imagino que cuando Elías dice "yo solo he quedado", el tono de su voz se intensifica. Me imagino que para demostrar sus sentimientos más profundos delante de Dios, casi grita, se golpea el pecho con sus manos y de sus ojos surgen lágrimas.
Es cierto que la mayoría de los hijos de Israel habían abandonado el pacto que tenían con su Dios. Es irrefutable que habían derribado los altares de Dios. Es verídico también que habían matado a muchos profetas. Por eso, Elías se dirige al Señor como diciendo: "Yo solo he quedado; yo y nadie más. Yo soy el abanderado que sigue enarbolando el banderín de la verdad, pero estoy completamente abandonado y aislado".
El Señor, una vez más, va a actuar de una manera completamente inusual. Cuando le mostró su gloria a Moisés, le dijo que se resguardara dentro de la grieta de una peña, donde la mano de Dios lo protegería en el momento en que su gloria pasara delante de él (Ex 33:21-22). A Elías, en cambio, le dice: "Sal afuera y ponte de pie en el monte, delante del Señor" (1 R 19:11). Sin duda, Elías lo hace con temor y temblor. Quizás se pregunta a sí mismo: "¿Para qué Dios quiere que salga afuera?". La pregunta de Elías hoy sigue siendo la misma para muchos de nosotros. Deseamos permanecer dentro de nuestra "cueva", o de nuestra "torre de marfil", pero desde allí no siempre podemos percibir la majestad de Dios.
Van a aparecer cuatro manifestaciones extraordinarias en relación con la presencia del Señor. Elías estaba acostumbrado a los vientos fuertes del desierto. Pero de pronto comienza a soplar un viento que se hace cada vez más intenso. El profeta se aferra a una de las rocas para que el viento no lo arrastre. El ventarrón va en aumento, y parece que no hay nada que lo pueda detener. Ese "temporal" tiene una fuerza irresistible.
"Y he aquí que el Señor pasaba. Un grande y poderoso viento destrozaba las montañas y rompía las peñas delante del Señor" (1 R 19:11). El ruido es ensordecedor. En pocos segundos, eso que parecía una brisa se ha transformado en un viento más poderoso que un huracán. Pedazos de rocas de las montañas se deslizan con estrépito como un alud. El sentido auditivo del profeta está saturado. Se tapa los oídos y se cubre el rostro con su manto. Las partículas de arena lo hieren sin piedad. Y lo más increíble es que esto sucede en un cielo sin nubes. De pronto, con el mismo ímpetu con que el viento apareció, ahora se produce la calma. Se puede escuchar el silencio absoluto. Y leemos: "pero el Señor no estaba en el viento".
Cuando Elías comienza a tranquilizarse, siente un temblor que conoce y teme. Es un ruido grave, de muy baja frecuencia, que va en aumento. Es como el fragor de las olas del mar estrellándose con estrépito contra las rocas durante una tormenta. De improviso, el suelo del desierto empieza a temblar debajo de sus pies. Grandes rocas se parten con ruido estruendoso. Es como si miles de truenos estuvieran estallando al mismo tiempo. El profeta se tambalea y parece que se va a caer. Está pálido como un muerto, sus ojos se mantienen abiertos por el pánico, su corazón le palpita a toda velocidad y un sudor frío le cubre todo el cuerpo. Recuerda que sólo 40 días atrás no quería vivir, pero ahora no quiere morir, y menos en estas circunstancias. Delante de su vista todo se mueve; le cuesta mantener el equilibrio y siente que los órganos de su cuerpo van a explotar. De pronto, todo se calma. Mira cuidadosamente alrededor y no ve a nadie, porque "el Señor no estaba en el terremoto".
Cuando el profeta comienza a calmarse, sus ojos se abren de nuevo con espanto. Ahora, de la nada, aparece un fuego. La luz es impresionante. La oleada de calor que produce es tremenda. Y ese fuego se va acercando a una velocidad vertiginosa. Primero fueron sus oídos los que fueron saturados. Ahora son sus ojos y su piel. Intenta entrar en la cueva, pero está como paralizado. El terror lo ha inmovilizado. Trata de mirar si hay algo que pueda ver. Es muy difícil, pero no percibe nada más que fuego; "pero el Señor no estaba en el fuego" (1 R 19:12).
Repentinamente, se hace un silencio total. El viento se fue, el terremoto pasó, el fuego desapareció. Por supuesto que ningún psiquiatra moderno utilizaría estos elementos visuales, auditivos y táctiles tan intensos para tratar a una persona con sus emociones tan alteradas. Pero Dios lo hace así porque "¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!" (Ro 11:33).
Dios hace maravillas con un sonido apacible y delicado
Elías empieza a escuchar algo que no puede describir. Es un sonido que parecería provenir del espacio, del infinito. No es fuerte, no es intenso. Es un sonido agradable. Su corazón, que unos segundos antes estaba palpitando con fuerza, vuelve a retomar su pulso normal. Ahora siente algo que jamás ha sentido antes, algo que le resultaría muy difícil describir. El sonido tiene la dulzura de una flauta tocada suavemente por un solista magistral, y le provee sosiego y tranquilidad. Transmite la sensación celestial de un arpa entonando un aleluya al Señor. Pero lo más maravilloso es la emoción que le produce ese sonido apacible y delicado. Las otras experiencias le habían provocado pavor, pero esta, en cambio, le provee una tranquilidad profunda e inexplicable. Muy pocas personas podrían entender lo que Elías experimenta. Quizás lo entenderían muchos años después los discípulos de Jesús, cuando se sentían al borde del naufragio, en aquella barca que zozobraba en medio de una terrible tempestad. Cuando todos pensaban que iban a morir, Jesucristo increpó al viento y al oleaje, y se hizo una gran bonanza (Lc 8:24).
¡Qué contraste entre los tres primeros elementos y el cuarto! Algunos estudiosos han dicho que los tres primeros representan el tiempo de la ley; y el último, el sonido apacible y delicado, el período de la gracia. Los tres primeros fenómenos representan el furor de la naturaleza. El sonido apacible y delicado, en cambio, no es parte de la creación. ¡Qué precioso es reflexionar en el hecho de que el Señor utiliza algo que tiene que ver con el sonido para expresar su presencia! No es una música que irrita y aturde sino un sonido delicado. Me hace pensar en Aquel que era apacible. Me recuerda la frase "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11:29).
En una obra sinfónica hay momentos en que los instrumentos elevan el volumen de su sonido. Las trompetas, trombones y clarinetes están tocando "fortísimo". De pronto, el sonido intenso cesa y se escucha un solo instrumento. Quizás una flauta, un oboe o un violín. Y ese sonido tan suave, ejecutado con maestría, llena nuestros ojos de lágrimas. En una sinfonía puede haber notas muy fuertes y disonantes. Por el contrario, la vida de Jesucristo fue siempre "un sonido apacible y delicado".
El doctor John Gill dice que ese sonido apacible y delicado "no era algo áspero sino gentil; se lo compararía más a un murmullo que a un rugir. Era algo suave, natural y musical. Se lo podría contrastar con la diferencia entre los tiempos de la Ley y del evangelio. La ley tiene palabras terribles y fue dada en medio de viento, truenos, relámpagos y terremotos (He 12:8). Pero el evangelio es la voz suave de amor, gracia, misericordia, perdón, justicia y salvación en Cristo".
Leemos en el versículo 11 que el Señor le dice a Elías que salga fuera de la cueva. Es probable que con las terribles manifestaciones naturales que había presenciado, hubiera retornado al interior del refugio. Entonces Elías "cubrió su cara con su manto, y salió y estuvo de pie a la entrada de la cueva. Y he aquí, vino a él una voz, y le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías?. Él respondió: He sentido un vivo celo por el Señor Dios de los Ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida" (1 R 19:13-14). ¡Cuántas veces nosotros nos sentimos y actuamos como el profeta! Elías vuelve a quejarse ante Dios por la infidelidad del pueblo de Israel. Habla de su celo por Dios, que sin duda lo tenía. Censura la apostasía de Israel, que indudablemente existía. Denuncia el asesinato de los profetas, que también era cierto. Y luego agrega: "Yo solo he quedado y me buscan para matarme". Creo que Elías está diciendo algo así como: "Yo me quiero morir, pero no quiero que me maten". El Señor, en su misericordia, no lo reprende. No le dice, como quizás lo haríamos usted o yo: "¿No te da vergüenza asustarte de las amenazas de una mujer?".
De inmediato, el Señor le da instrucciones precisas: "Vé, regresa por el camino del desierto a Damasco. Cuando llegues, ungirás a Hazael como rey de Siria" (1 R 19:15). Si la primera caminata fue larga, esta será más larga. Elías también recibe orden de ungir a Jehú como rey de Israel, y a Eliseo como el profeta que en el futuro lo reemplazará a él.
Elías escucha con atención lo que el Señor le comunica. Pero de pronto, sus ojos se abren con sorpresa. El Señor le dice: "Pero yo he hecho que queden en Israel siete mil, todas las rodillas que no se han doblado ante Baal y todas las bocas que no lo han besado" (1 R 19:18). El Señor los conocía uno por uno. Había visto que, llegado el momento, hubo quienes no se entregaron a la idolatría ni se sometieron al rey Acab, sino que fueron fieles al Dios verdadero.
Elías creía que no había nadie más sirviendo al Señor, e ignoraba que él aún tenía siete mil fieles. ¡Qué reconfortante es saber que en todas las épocas el Señor cuenta con personas que no se han arrodillado ni besado a los ídolos de este mundo! Muchas veces creemos que estamos solos y nos olvidamos de que el Señor no sólo sabe que existen más creyentes sino que cuenta con ellos (Jn 17:6). ¡Qué beneficioso le hubiera sido a Elías tener comunión con algunos de esos siete mil hermanos!
En el reino del norte, Elías había oído esos tambores pérfidos y diabólicos que usaban los paganos para acallar los gritos de los niños vivos que eran ofrecidos en sacrificio al dios Moloc (Jer 7:31). Pero en Horeb había escuchado el "sonido apacible y delicado" que habla de un Dios de amor y gracia.
El profeta comienza su camino de retorno. Otra vez las mismas montañas, el mismo desierto y el mismo cielo con su sol incandescente. Pero al acercarnos, veríamos a un hombre que ha cambiado, porque ha tenido una revelación de Dios. Ahora no mira hacia el suelo y su rostro no expresa la tristeza que tenía al huir de Jezabel. El Señor le ha enseñado una lección imborrable. Dios le ha dado una nueva misión. Lo ha restaurado y le ha dado su gozo y su fortaleza.
El sonido apacible en la vida cristiana actual
En muchas ocasiones me he hecho la misma pregunta que el Señor le hizo a Elías: "¿Qué haces aquí, en tu vida privada, en tu vida de relación social, en tu trabajo? ¿Qué haces en tu vida familiar y qué haces en tu vida espiritual? ¿Qué haces en tu iglesia local?".
Quizás, usted y yo podríamos responder algo así: "Bueno, en cuanto a la iglesia no hago mucho, pero Señor, tú sabes, las circunstancias, el empleo y aun mis propias preocupaciones me absorben demasiado. Quizás cuando me jubile pueda hacer lo que tú me mandas. Además no hago siempre lo que quieres porque nadie me comprende; nadie aprecia mis esfuerzos". ¡Qué fácil es para nosotros dar la lista de razones por las cuales nos vemos "obligados" a dejar de servir al Señor! Así también pensaba Elías, pero Dios le habló una vez más para que cambiara de parecer.
Después de esta experiencia, no leemos que Elías se haya deprimido nuevamente. Es notable que cuando Dios escogió a dos personas prominentes de todo el Antiguo Testamento para estar con el Señor Jesucristo en el monte de la transfiguración, una de ellas fue Elías, el hombre que un día estaba tan deprimido que quería morirse.
Y cuando las tormentas nos azotan, ¡qué hermoso es recurrir a las palabras de Jesús, que son como un silbido apacible y delicado!: "La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" (Jn 14:27).
Vivimos en un mundo saturado de ruidos perniciosos e insoportables. Pero yo puedo decidir qué sonidos quiero escuchar. Puedo controlar qué clase de programas de televisión veo, qué tipo de música escucho, a qué páginas de Internet accedo. Quizás sea todo ese bullicio lo que no me permite escuchar el sonido apacible y delicado de la voz de Dios.
Algunos temas para la predicación y el estudio en grupos
La voz apacible de Dios en un mundo tormentoso.
El Dios que da a sus hijos otra oportunidad.
La obra de Dios y la restauración emocional de Elías.
El Señor está con nosotros en las dificultades (Ro 8:35-39).
Preguntas para reflexionar y discutir
¿Cuáles son las circunstancias que le producen mayor cansancio físico y emocional? ¿De qué manera afectan su vida espiritual?
¿Qué actividades cotidianas lo aturden y le impiden oír la voz apacible de Dios? Haga una lista de aquellas que lo afectan más a menudo.
¿En qué circunstancias se ha sentido atemorizado por circunstancias externas, como le sucedió a Elías en el monte? Mencione situaciones específicas de su pasado o su presente.
¿De qué distintas maneras se manifestó en esas circunstancias la voz apacible y delicada de Dios?
Comentarios
Milvia Alonzo (Guatemala) (14/05/2023)
Excelente estudio, me ayudó mucho .
Jonatan Graterol (Venezuela) (22/04/2022)
Dios le bendiga... Me ayudó mucho su forma de narrar paso a paso lo que Elías vivió y hacer un contraste con la vida de los creyentes hoy en Día. Dios le continúe bendiciendo y le permita seguir creciendo en su sabiduría. Fue de mucha ayuda a mi vida por eso doy la Gloria a Dios.
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