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Estudio bíblico de Juan 8:45-9:7

Juan 8:45-9:7

Continuamos hoy estudiando el capítulo 8 del evangelio según San Juan y en nuestro programa anterior, dejamos a Jesús hablando con la multitud. Algunos de los que le escuchaban trataban de alegar que ellos eran hijos de Abraham. Pero Jesús les dijo que si fueran verdaderos hijos de Abraham, se comportarían como lo hizo Abraham. Pero en lugar de actuar así, vimos que trataban de matarle. Por sus hechos, pues, demostraban que en lugar de ser hijos de Abraham, eran hijos del diablo. Él había sido el creador del asesinato y de la mentira y sus hijos le estaban imitando.

"Vosotros", les dijo Jesús, "hacéis las obras de vuestro padre". Vimos además, que esta multitud había sacado a colación el Tema del nacimiento extraordinario de Jesús. Y en una forma grosera, le dijeron: "Nosotros no somos nacidos de fornicación", aquí en el versículo 41. Sin embargo, esta misma multitud burlona, quiso alegar que Dios era su padre. Pero Jesús les dijo, según el versículo 42: "Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais, porque Yo de Dios he salido, y he venido. Pues no he venido de Mi mismo, sino que Él me envió". Ahora, ¿cómo sabemos nosotros que Dios es nuestro Padre? El apóstol Juan, en su primera epístola, capítulo 5, versículo 1, nos da la contestación. Nos dice: "Todo aquel que cree que Jesús es el Mesías, es nacido de Dios; y todo aquel que ama a un padre, ama también a los hijos de ese padre."

Estos judíos creían que eran hijos de Dios, cuando en realidad eran hijos del diablo. Hoy en día, hallamos esta misma creencia. Me refiero a la doctrina de la paternidad universal de Dios y la fraternidad universal de los hombres. La Biblia no enseña tal doctrina. Evidentemente, Jesús no enseñó la doctrina de la paternidad universal de Dios, porque les estaba diciendo a aquellos jefes religiosos que eran hijos del diablo. ¡Aparentemente hay personas que no son hijos de Dios, ni quieren serlo! Uno llega a ser hijo de Dios, estimado oyente, mediante la fe en el Señor Jesucristo y ésa es la única manera.

Las palabras de Jesús hicieron que estos hombres se mostrasen antagónicos. Sin embargo, Jesús también insistió en que Sus palabras eran la verdad. También insistió en que ninguno de ellos podía probar que Él era pecador. Jesús provenía de Dios y cualquiera que fuese hijo de Dios, escucharía a Jesucristo.

Hay quienes no les gusta escuchar esto. Muchos creen que todos somos buenos hermanos, que actuamos con bondad los unos hacia los otros y hablan constantemente del amor y la fraternidad. Y estimado oyente, si usted se declara a favor de la verdad hoy en día, tendrá que denunciar la maldad, tal como lo hizo nuestro Señor Jesucristo. Y eso, téngalo por seguro, causará antagonismo. Leamos ahora el versículo 45:

"Pero a mí, que digo la verdad, no me creéis."

¿No es interesante que Jesús pudiera hablar la verdad a los hombres y que estos, no le creyesen? Estas palabras de Jesús excitaron su antagonismo más intenso. Sin embargo, los seres humanos siempre creen los rumores más insensatos y las mentiras más grandes. Los dictadores han aprendido esto y uno de ellos fue muy franco en cuanto a esto en su libro cuando dijo, que si una mentira grande se cuenta muchas veces, al fin la gente la creerá. Continuemos leyendo los versículos 46 al 48:

"¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado? Y si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios. Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano y que tienes demonio?"

Jesús expuso Su vida a la observación general cuando preguntó: "¿Quién de vosotros puede demostrar que he cometido pecado?" Ésta es una de las pruebas más grandes de la deidad de Cristo. Y estimado oyente, si aquellos enemigos de Jesús, hubieran tenido la más mínima evidencia contra Él, la habrían utilizado. Pero no tenían ninguna respuesta lógica para Sus preguntas. ¿Qué hicieron, entonces? Se burlaban de Él. Alguien ha dicho que cuando los seres humanos no tienen una respuesta lógica, recurren a las burlas y ridiculizan a su oponente. Escuche usted a los judíos, haciendo uso de esa táctica cuando decían: "Tú eres samaritano, y tienes demonio". Leamos ahora los versículos 49 al 51:

"Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis. Pero yo no busco mi gloria; hay quien la busca y juzga. De cierto, de cierto os digo que el que guarda mi palabra nunca verá muerte."

Ojalá pudiéramos ver a Jesús, entre esa multitud. Le odiaban tanto que querían matarle. El homicidio estaba ya arraigado en sus corazones. Pero Él no tenía nada más que amor en Su corazón, e iría hasta la cruz para morir por ellos. Ellos solo pensaban en la muerte para Él, pero Él les estaba ofreciendo la vida. Jesús les dijo: "El que guarda mi palabra, nunca verá muerte". Les estaba ofreciendo la vida eterna, la vida espiritual. Estimado oyente, este Jesús es más que un hombre. Leamos ahora los versículos finales de este capítulo 8 de San Juan. Leamos los versículos 52 al 59:

"Entonces los judíos le dijeron: Ahora nos convencemos de que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices: El que guarda mi palabra nunca sufrirá muerte. ¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡También los profetas murieron! ¿Quién crees que eres? Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios. Vosotros no lo conocéis. Yo sí lo conozco y, si digo que no lo conozco, sería mentiroso como vosotros; pero lo conozco y guardo su palabra. Abraham, vuestro padre, se gozó de que había de ver mi día; y lo vio y se gozó. Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuera, yo soy. Tomaron entonces piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del Templo y, atravesando por en medio de ellos, se fue."

Ahora, ¿Vio Abraham alguna vez a Cristo? Por cierto que sí le vio. Las apariciones de Dios a las personas en el Antiguo Testamento eran apariciones de Jesucristo. En el capítulo 1, versículo 18, de este evangelio de Juan, leemos: "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer". Además, aunque el cuerpo de Abraham había sido sepultado allí, Abraham no estaba realmente muerto, sino que estaba en la presencia de Dios. Como dijo el mismo Señor Jesucristo, en Lucas capítulo 20, versículo 37 y 38: "Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven".

En la actualidad algunos teólogos han dicho que Jesucristo era un gran Maestro, pero que nunca en realidad afirmó que Él mismo fuese Dios. Estimado oyente, escuche usted las palabras que Jesús pronunció aquí en el versículo 58, de este capítulo 8 de Juan: "Antes que Abraham fuese, yo soy". No dijo: "Yo era", sino "Yo soy". El es el Señor, el YO SOY y Dios. Los judíos lo entendían perfectamente bien. Y como sabían precisamente lo que estaba diciendo, tomaron piedras para arrojárselas y matarle, porque pensaron que estaba cometiendo una blasfemia.

El Tema candente era Jesucristo. Él había colocado a los judíos en un aprieto. Tenían que tomar una decisión en cuanto a Jesús. Y usted, estimado oyente, tiene que tomar una decisión en cuanto a Él. Jesucristo es la Verdad, o es mentiroso. O es Dios y Salvador, o no lo es. Usted tiene que decidir. O le acepta o le rechaza. Recuerde que la decisión suya no cambia de ninguna manera la realidad de quién es Jesucristo. Él es el gran YO SOY, Él es el Señor, el Dios eterno. Usted tiene que decidir entre aceptar o negar esta afirmación.

Y así concluimos nuestro estudio del capítulo 8 del evangelio según San Juan. Llegamos ahora a

Juan 9:1-7

En este capitulo, Jesús sanó a un ciego de nacimiento. Este milagro se encuentra registrado en los primeros 7 versículos de este capítulo 9. Comencemos pues, leyendo el primer versículo:

El Señor había estado pronunciando Su discurso sobre la Luz del Mundo. Alegó que El era Dios y los judíos, precisamente por esto, querían matarle. Jesús se escondió cuando salía del templo, pasando en medio de ellos, fue sólo por un milagro que pudo escapar de la multitud tan airada. Su hora aún no había llegado, y por tanto no podían prenderle.

El incidente que sigue ahora, es realmente una prolongación del discurso sobre la Luz del Mundo. Los enemigos del Señor Jesús no podían ver, porque eran ciegos espiritualmente. El ciego aquí, tampoco podía ver, incluso cuando la Luz del Mundo estuvo frente a él. Pero veremos que Jesús se revelaría a él. Antes de que el ciego pudiese ver, necesitaba tener restaurados los ojos. La luz debía ser recibida. Tenía que haber un receptor, así como un emisor de luz.

Quizá usted haya escuchado este argumento clásico en cuanto al sonido. Si un árbol cae en el bosque y nadie está presente para oírlo caer, ¿hubo un sonido? La respuesta obvia es que hubo ondas sonoras, pero si no había ningún oído allí para recibir el sonido e interpretarlo, nadie percibió el sonido. Debía haber un receptor.

La falta de vista no significaba que la luz no estaba allí. La luz revela la condición del ojo. La Luz del Mundo revela la condición del alma. Los fariseos por ejemplo, creían que veían, pero eran ciegos. Hay una historia que se cuenta en cuanto a una explosión en una mina de carbón que dejó atrapados a un grupo de hombres en una oscuridad total. Cuando habían rescatado a los mineros y les trajeron fuera a un lugar seguro, uno de los jóvenes dijo: "encended la luz". Todos le miraron sorprendidos y se dieron cuenta entonces, de que la explosión le había cegado. En las tinieblas, dentro, él no se había dado cuenta de que era ciego. Pero la luz le reveló tanto a él, como a los demás, que había quedado ciego.

Esto es lo que Jesús quiso decir en el versículo 39 de este capítulo 8 de Juan: "Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados". La luz revela la verdadera condición. Y entonces, aquellos que son ciegos, pero que no se han dado cuenta, pueden saber que son verdaderamente ciegos. Nuestro deber es predicar la Palabra de Dios, y allí termina nuestra responsabilidad. Es la obra del Espíritu Santo abrir el corazón del oyente y motivarle a obedecer la Palabra. Nosotros debemos presentar la Luz del Mundo a los seres humanos, pero es el Espíritu Santo quien puede abrir sus ojos. Esto es lo que significa las palabras que se encuentran en la segunda carta del apóstol Pablo a los Corintios, capítulo 2, versículos 15 y 16, donde leemos: "Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; para éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y para aquéllos olor de vida para vida". Somos igualmente tan "exitosos" cuando no ganamos un alma para Cristo, como cuando la ganamos. Simplemente debemos brillar como luces, para presentar a Jesucristo, la Luz del Mundo. Alguien nos dirá: "¿Dónde está la luz?, este mensaje no tiene sentido para mí". Y tendremos que pensar que esa persona está ciega. Otro nos dirá: "Gracias por enseñarme la luz. Yo era ciego, pero ahora veo". Leamos pues el primer versículo de este capítulo 9, del evangelio según San Juan que inicia el incidente en que Jesús abrió los ojos de un ciego de nacimiento en Jerusalén

"Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento."

Este episodio sigue a la gran declaración del Señor "Yo soy la luz del mundo" (en Juan 8:12). Hubo evidentemente un lapso de tiempo entre el capítulo 8 y el principio del capítulo 9, porque El lenguaje revela que El estaba pasando lentamente por aquel lugar. En primer lugar tenemos el

Registro del milagro

Este es el único relato en que el Señor sanó a un ciego de nacimiento. Leamos el versículo 2:

"Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Maestro, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?"

Los discípulos querían establecer la causa de su enfermedad. Quieren discutir quién tenía la culpa, quién había pecado. En aquel entonces probablemente podrían haber ofrecido cuatro respuestas. Los paganos de aquel entonces, también como muchos en la actualidad, creían en la reencarnación y sostenían que la enfermedad congénita podía ser el resultado de pecados cometidos en una existencia anterior. Los judíos nunca aceptaron esta explicación. Luego, tenemos el argumento de la herencia: que el Señor castiga la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación, como lo vemos en Éxodo capítulo 20, versículo 5. Ahora, sabemos que esto es posible y que la ceguera en algunos casos, puede ser el resultado del pecado del padre. Luego, había la explicación de que el pecado de Adán fue transmitido a cada miembro de la familia humana, y por tanto, todos están sujetos a la muerte y la enfermedad. Y por último, los rabinos judíos creían que un niño, aun estando en el vientre de su madre, podía pecar. Veamos entonces la respuesta de Jesús, en los versículos 3 hasta el 5, de este capítulo 9 de Juan:

"Respondió Jesús: No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió, mientras dura el día; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo."

Jesús no les dio la respuesta que ellos querían. Dijo que lo importante no era el explorar el pasado tratando de encontrar quién era el culpable. Lo que había que hacer era sanar a aquel hombre.

Dios tiene Sus propios motivos sabios para permitir enfermedades, sufrimientos y dificultades. Dios no siempre nos revela por qué El permite que pasemos por esas circunstancias. Dios tiene Su camino y no se propone informarnos de todas sus razones. Nos pide, en cambio, que caminemos con El por la fe en las horas oscuras de la vida.

Francamente, creemos que necesitamos comprender que nuestro Señor no está diciendo aquí, ni por un momento, que esta situación era un caso experimental; que era una especie de experimento espiritual. Creemos que la puntuación del versículo nos conduce a conclusiones erróneas. Jesús estaba diciendo: "No es que pecó éste, ni sus padres", punto. "Es para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió, mientras el día dura. . ."

Dios me ha creado a mi, y le ha creado a usted, estimado oyente, para Su gloria. No nos creó para que tratáramos de ganar fama aquí. Nos creó para Su gloria, y si no comprendemos eso, no podemos comprender el propósito real de nuestra creación. Estas pruebas y sufrimientos nos vienen porque traen gloria a Dios. Este ciego, por la curación de su ceguera, traería gloria a Dios. El ciego no solamente vería (y piense usted en cuánto disfrutaría del hecho de que podría ver durante el resto de su vida,) sino que también vería a Jesucristo y le conocería como su Salvador.

Entonces Jesús volvió a Su declaración original: "Yo soy la luz del mundo". La noche espiritual ha enceguecido a toda la raza humana. No hay nadie que pueda ver. Cristo es la Luz espiritual del mundo y sin El, todos somos ciegos. Pero, mientras El esté en el mundo, El es la Luz del Mundo. El todavía está en el mundo hoy, estimado oyente. Se nos acerca a nosotros en la persona del Espíritu Santo. Y a menos que el Hijo de Dios abra nuestros ojos por medio del Espíritu Santo, para que podamos ver las cosas espirituales, permaneceremos ciegos. Leamos ahora los versículos 6 y 7, de este capítulo 9 de San Juan:

"Dicho esto, escupió en tierra, hizo lodo con la saliva y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé, que significa «Enviado». Entonces fue, se lavó y regresó viendo."

Cristo tuvo que tocar al ciego y el ciego tuvo que obedecer a Cristo. Es necesario que Cristo toque nuestra vista espiritual y le dé nueva vida al nervio óptico, que está muerto espiritualmente. No es cuestión de quién peco, pues como dijo el apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, capítulo 3, versículo 23: "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios". Si Cristo no ha tocado sus ojos, estimado oyente, usted aún está ciego.

Hay tantas personas hoy en día que son ciegos y no lo saben. Muchos escriben al programa y dicen que lo han estado escuchando durante meses, y que luego, de repente, sus ojos fueron abiertos espiritualmente, y ahora ven. Como aquel pobre joven de la explosión de la mina, hay quienes se encuentran ante la luz de la Palabra de Dios, y sin embargo preguntan: "¿No habrá alguien que encienda la luz?" Eso es exactamente lo que hizo Poncio Pilato, cuando preguntó: "¿Qué es la verdad?" mientras estaba en la presencia de quien dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida". Necesitamos estimado oyente, dejar que Cristo toque nuestros ojos para que realmente veamos.

Usted notará que Cristo tocó a este hombre aunque el hombre todavía no le podía ver. Luego Jesús le mandó a que se lavara, y el hombre le obedeció. Podemos preguntar: ¿Por qué Jesús usó este método para curar al ciego? Bueno, creemos que había varias razones:

En primer lugar, este evangelio presenta la deidad de Cristo, pero también manifiesta a Jesús como hombre. Jesús acababa de afirmar Su deidad y entonces, tocó al ciego de una manera personal; de hombre a hombre.

En segundo lugar, el ciego tenía que obedecer al Señor Jesús, si es que iba a ver.

En tercer lugar, el Señor le envió al estanque que se llamaba Siloé, y Juan se esmeró en decirnos que este nombre significaba "Enviado". Aun el nombre del estanque daba testimonio de que Jesús era enviado del Padre. Jesús le estaba dando a entender a este hombre, que El había sido enviado del Padre, y de la misma manera El estaba enviando a este hombre.

La cuarta razón, era que el ciego necesitaba agua para hacerle ver. El agua es un símbolo de la Palabra de Dios, según muchos pasajes de las Escrituras. Creemos firmemente que no puede haber ninguna conversión, sin la Palabra de Dios. El Salmo 119, versículo 130, dice: "La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los sencillos".

La quinta razón, era que los judíos necesitaban este testimonio, porque en el versículo 29 dicen: "Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ése, no sabemos de donde ha salido". Tenían que ver mediante esta curación del ciego, que Jesús era el Dios-Hombre que había sido enviado del Padre.

Lo importante en este milagro no era el método de curación. Lo esencial era la persona que sanaba. Era Cristo quien tenía que abrir sus ojos. Al ciego, por su parte, le correspondía confiar y obedecer. En nuestro próximo programa continuaremos con este relato. Pero continuemos reflexionando en lo que nosotros tenemos que hacer, al comprobar que en nuestro estado de ceguera, El tiene que tocar nuestros ojos espirituales, para que podamos confiar en Jesucristo como nuestro Salvador, y obedecerle.

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