Estudio bíblico de Juan 9:8-25
Juan 9:8-25
Continuamos hoy estudiando el capítulo 9 del evangelio según San Juan. Y estábamos considerando la sanidad que Jesús efectuó a un ciego de nacimiento. Y concluimos nuestro programa anterior, diciendo que el método que Jesús empleó para curar a este ciego, no era lo importante. Lo importante era la persona que le sanó. Era Cristo quien le abrió los ojos. Al ciego sólo le correspondió confiar y obedecer. Jesús empleó diferentes métodos para sanar a los enfermos. Ahora, si el método fuera el de tocar al enfermo, y un hombre creyera que el toque era importante, entonces, tal persona insistiría en que todo el mundo necesitaría pasar por la misma experiencia que él había tenido. Jesús sanó a muchos otros sin necesidad de tocarles. Estos por su parte insistirían en que uno no necesitaría experimentar nada, ni aun su toque, porque la Palabra de Dios sería suficiente. Ni siquiera sería necesario que Jesús estuviera presente.
Pero entonces vino este ciego, aquí en el capítulo 9 de San Lucas y él diría que todos estaban equivocados. Diría que era necesario ser tocado primero para luego lavarse en el estanque. Pero, lo importante estimado oyente, es venir a Cristo, creer en Él y obedecerle. El Señor dijo: "...al que a mí viene, no le echo fuera" (Juan 6:37). Como ya dijimos, lo importante es la persona del Señor Jesucristo. Por unos momentos, hagamos una pausa para ver cómo la condición de este ciego se compara con nuestra condición como pecadores, antes de ser salvos.
Primero, el ciego estaba fuera del templo, excluido de la presencia de Dios. Recordemos que el apóstol Pablo, dijo en su carta a los Efesios, capítulo 2, versículos 12 y 13, que: "...Estábamos alejados de los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo". Ésa es la condición de todos, antes de ser salvos: ¡sin Dios, sin esperanza, excluidos de Su Presencia!
En segundo lugar, aquel hombre era ciego. No le era posible ver al Salvador. Se dice que un hombre escuchó una vez un sermón basado en las palabras de Jesús: "Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos". Al regresar a su casa aquella noche, se dijo a sí mismo: "Siempre he admirado a este predicador, pero esta noche no le podía seguir, no pude comprender lo que dijo". Al llegar a su casa, aun pensando en lo que había escuchado, metió la llave en la cerradura y abrió la gran puerta de su casa colonial y dijo: "Ah, ¡ahora lo veo!" Su familia que estaba adentro se sorprendió y riendo le dijo: "Claro que ves. Estabas afuera en la obscuridad y ahora has entrado en la luz". Y él contestó: "No. No es eso. Lo que quiero decir es que ahora comprendo que Jesús es la puerta y que la fe es la llave que abre la puerta. Ahora entiendo lo que implica confiar en Cristo."
Estimado oyente, éramos ciegos cuando estábamos sin Cristo. ¿Le vio usted como su propio Salvador antes de ser salvo? ¿Era maravilloso para usted en aquel entonces? Claro que no, porque antes de confiar en Él éramos ciegos.
En tercer lugar, este hombre era ciego de nacimiento. Y nosotros nacimos en pecado. Entramos en el mundo como pecadores.
En cuarto lugar, la condición de este ciego era tal, que estaba fuera del alcance de la ayuda humana. Nadie tenía una forma de curar su ceguera. Nosotros por nuestra parte, éramos pecadores impotentes en este mundo y nadie tenía un remedio para nosotros.
En quinto lugar, este hombre era un mendigo y compararse con esta condición, sí que le cae mal a muchos. No les gusta admitir que son mendigos. Estarían dispuestos a pagar por la salvación, pero el caso es que ésta no está en venta. Uno tiene que venir a Dios, estimado oyente, para recibir la salvación, así como vino este mendigo ciego. Dios da la salvación, la regala. Este mendigo nunca podría haber comprado la salvación porque no tenía recursos para hacerlo. Dice el profeta Isaías en el capítulo 55 de su profecía, versículo 1: "...A todos los sedientos: Venid a las aguas; aunque no tengáis dinero, ¡venid, comprad y comed! ¡Venid, comprad sin dinero y sin pagar, vino y leche"!
En sexto lugar, este hombre no le expresó ninguna súplica a Jesús. El ciego Bartimeo, de quien leemos en el capítulo 10 del evangelio según San Marcos, gritó con insistencia, pero el hombre de nuestro relato simplemente se sentó allí. Él no conocía a Jesús, pero una vez que lo conociese, le llevaría mucho tiempo crecer en la gracia y en el conocimiento de Jesucristo. Estimado oyente, permítanos preguntarle: ¿Antes de conocer a Jesús, quería usted, de veras, ser salvo? ¿Estaba usted buscando la salvación? ¿Estaba usted buscando al Señor Jesucristo? Ahora, si usted es una persona normal, seguramente no le estaba buscando. Usted no le buscaba a Él, pero Él sí le estaba buscando a usted. Esa es la historia del ser humano y su salvación.
Y en séptimo lugar, nadie tenía piedad de este pobre ciego. Los judíos pasaban por su lado en camino al templo. Los discípulos de Jesús, por su parte, querían discutir en cuanto a su situación, pero no tenían ninguna intención de mostrar alguna misericordia hacia este hombre, y no estaban dispuestos a hacer nada por él. Esta es una descripción de la familia humana, que no se caracteriza precisamente por su fraternidad y solidaridad. ¡Pero Cristo tiene compasión de nosotros y sólo Él puede ayudarnos!
Veamos ahora
Algunas reacciones al milagro
En primer lugar, tenemos la reacción de los vecinos del ciego. Leamos los versículos 8 y 9, de este capítulo 9 del evangelio según San Juan:
"Por eso, los vecinos y los que antes lo habían visto que era ciego, decían: ¿No es éste el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: Él es. Otros: A él se parece. Él decía: Yo soy."
Hay un cambio en un hombre que era ciego, pero que ahora puede ver. Ya no iba a tientas a su hogar todos los días, sino que caminaba viendo. ¿Puede usted imaginarse la escena en el barrio donde él vivía, cuando le vieron acercarse a su casa? Algunos de sus vecinos, le habrán incluso reconocido con dificultad.
Los vecinos sabían que algo le había sucedido. No creemos que si uno es verdaderamente convertido, si ha cambiado la ceguera espiritual por la vista perfecta, que a tal persona le sea posible vivir sin que el pueblo se de cuenta de que ha cambiado. Ahora, si no hay alguna evidencia de un cambio, entonces hay algo que anda mal, muy mal. Continuemos con los versículos 10 al 12:
"Entonces le preguntaron: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos? Respondió él y dijo: Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: Ve al Siloé y lávate. Fui, pues, me lavé y recibí la vista. Entonces le dijeron: ¿Dónde está él? Él dijo: No sé."
Nos agrada el testimonio de este hombre. Contó solamente lo que sabía. Fue un testimonio claro, honesto y sincero. Crecía en percepción a medida que daba su testimonio. Observe usted cuán exacta es la Palabra de Dios. El ciego no dijo que Jesús escupió en tierra y que hizo lodo con la saliva. Estaba ciego y ni siquiera lo sabía. Todo lo que sintió fue que Jesús le untó los ojos con lodo. Su testimonio fue pues, honesto y no adornado con detalles.
La salvación es verdaderamente un asunto simple. Es la llegada del Señor Jesucristo al corazón, y experimentar el poder de Dios. Este hombre aún no había visto a Jesús, y sin embargo, el Señor Jesús le había abierto los ojos. Lo importante para nosotros, estimado oyente, no es ver a Jesús físicamente, sino creer en Él.
Veamos ahora, en segundo lugar, la reacción de los fariseos a este milagro de Jesús. Leamos los versículos 13 hasta el 18, de este capítulo 9 del evangelio según San Juan:
"Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Y era sábado cuando Jesús había hecho el lodo y le había abierto los ojos. Volvieron, pues, a preguntarle también los fariseos cómo había recibido la vista. Él les dijo: Me puso lodo sobre los ojos, me lavé y veo. Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el sábado. Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales? Y había división entre ellos. Entonces le preguntaron otra vez al ciego: ¿Qué dices tú del que te abrió los ojos? Él contestó: Que es profeta. Pero los judíos no creyeron que él había sido ciego y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista"
Una vez más vemos que el testimonio de este hombre era muy sencillo. Uno creería que estos fariseos se habrían alegrado porque un ciego ahora podía ver. Pero observemos la reacción de estos fariseos. Simplemente, no sabían qué hacer ante un hombre ciego de nacimiento que ahora podía caminar viendo. Sin duda, estos hombres eran sumamente inteligentes. Creemos que no hay ni sombra de duda que en algunos aspectos habrán sido más que semejantes a los filósofos griegos. Eran peritos en argumentar. Iban a emplear un método silogístico para presentar sus argumentos. Tenían la proposición mayor, luego la proposición menor, y finalmente la conclusión. Si las dos proposiciones son verdaderas, la conclusión entonces tenía que ser verdadera, pero si alguna de las proposiciones era falsa, la conclusión sería falsa. Así se desarrollaba su razonamiento:
La proposición mayor - Todos los que son de Dios guardan el día de reposo.
La proposición menor - Jesús no guardó el día de reposo.
La conclusión - Luego, Jesús no proviene de Dios.
La proposición mayor falsa impedía que la gente llegase a una conclusión verdadera. Si ambas proposiciones hubieran sido verdaderas, su conclusión también lo habría sido. Por ejemplo, si la proposición mayor hubiera sido: Sólo alguien que provenga de Dios puede dar vista a un ciego de nacimiento. Y la proposición menor: Jesús dio vista a este ciego. Entonces la conclusión habría sido: Por lo tanto, Jesús vino de Dios.
Continuemos leyendo los versículos 17 y 18:
"Entonces le preguntaron otra vez al ciego: ¿Qué dices tú del que te abrió los ojos? Él contestó: Que es profeta. Pero los judíos no creyeron que él había sido ciego y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista"
En su argumentación preguntaban: "¿Cómo puede un hombre pecador hacer estos milagros?" Y esto es lo mismo que ayudó al ciego a desarrollar su percepción. Si un pecador no podía hacer tales milagros, y sin embargo, por obra de Él, el ciego podía ahora ver, entonces, el que hizo esto, tenía que ser profeta, tenía que ser de Dios. El ciego había avanzado otro paso en su progreso espiritual. Notemos que por otra parte el relato dice: "Pero los judíos no creían...". Cuando los hombres no quieren creer en algo, es asombroso las pequeñeces que tratan de desenterrar para evadir la verdad. No aceptaban el informe del hombre, y por lo tanto llamaron a sus padres. Y esto nos conduce, en tercer lugar, a ver la reacción de los padres ante el milagro de Jesús. Leamos los versículos siguientes, versículos 19 hasta el 22 de este capítulo 9 de San Juan:
"y les preguntaron, diciendo: ¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora? Sus padres respondieron y les dijeron: Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos, o quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo. Esto dijeron sus padres porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesaba que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga."
Aquí está la complicidad religiosa y es una de las cosas más perniciosas imaginables. Las autoridades religiosas trataron de hallar a alguien a quien culpar, y los padres quisieron evadirse del problema. Las autoridades nunca disputaron el hecho de que el hombre había sido ciego de nacimiento y que ahora podía ver. Los teólogos críticos de la actualidad son los que dudan de los milagros. La gente que estuvo presente en aquel incidente nunca negó que un milagro se hubiera realizado. Los padres de este hombre, sabían que había ocurrido un milagro, pero no estaban preparados para explicar cómo se había realizado el milagro. No querían ser excomulgados porque entonces, las autoridades les condenarían al ostracismo, y ellos no querían exponerse a semejante problema. Y ya que las autoridades religiosas no podían negar el milagro, trataron de impedir que el Señor Jesús recibiese la honra por haberlo hecho. Observemos lo que le dijeron al hombre que había sido ciego, aquí en el versículo 24:
"Llamaron nuevamente al hombre que había sido ciego, y le dijeron: ¡Da gloria a Dios! Nosotros sabemos que ese hombre es pecador."
Entonces los judíos volvieron a su primer argumento. Dijeron que este hombre era pecador porque había violado, según ellos, el día de reposo. Dijeron que no se debía darle la gloria a este hombre, es decir, al Señor Jesús, sino sólo a Dios. Esto sonaba muy piadoso ¿verdad? Leamos el versículo 25:
"Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo."
Este hombre aún no había visto al Señor Jesús. Esta era la segunda vez que le traían ante el tribunal, y para ese entonces ya estaba cansado de todo ese asunto. Sin embargo, escuchemos su testimonio, porque dijo: "...una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo."
Ése es el testimonio de cualquier pecador que ha sido salvado. "Habiendo yo sido ciego, ahora veo. Una vez me encontraba en tinieblas espirituales, pero ahora estoy en la luz espiritual. Antes no conocía a Cristo, pero ahora le conozco como mi Salvador personal". A veces escuchamos algunos testimonios bastante largos. Y creemos que muchos de estos testimonios, son adornados para tratar de hacerlos un poco más atractivos.
A veces, el énfasis está colocado sobre la vida pasada, en tal manera que las personas figuran como héroes en su testimonio. Recalcan su triste y malograda situación y destacan que entonces escucharon el Evangelio y se convirtieron. Y todos quedan muy impresionados con ese tipo de testimonio, tan centrado en la personalidad del que se ha convertido, que la persona de Cristo pasa a ocupar un segundo plano. Estimado oyente, la parte más importante y esencial del testimonio que yo quiero escuchar, es simplemente ésta: "¡Habiendo yo sido ciego, ahora veo!"
En esta sencillez y claridad de expresión, se revela el gran milagro de la conversión de un pecador a Cristo. El pasar de la perdición a la salvación, de la condenación al perdón, del alejamiento y la separación absoluta de Dios a la presencia misma de Dios, de la esclavitud a la libertad, de incredulidad a la fe, de las tinieblas a la luz, y de la muerte a la vida, la vida eterna. Pero así como en aquellos tiempos la simple realidad era tan elocuente que ofendía a los sabios de aquella época, también hoy a veces parece que ofende a aquellos que se niegan a admitir la transformación que Dios opera en las personas que son sensibles al llamado del mensaje del Evangelio. Pero la realidad es obstinada y se impone. Y nada ni nadie puede silenciar a aquel hombre y a aquella mujer que, habiendo depositado su confianza en la obra de Jesucristo en la cruz, no puede callar, ni puede dejar de repetir aquellas antiguas palabras del ciego: una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.
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