Estudio bíblico: Vuestra tristeza se convertirá en gozo - Juan 16:16-22
"Vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Juan 16:16-22)
El Señor estaba a punto de dejar este mundo para regresar al Padre y era consciente de que le quedaba muy poco tiempo con sus discípulos, así que iba a aprovechar esta última parte de su sermón para consolarlos. Y con esta finalidad, lo que les va a decir es que aunque él se iba al Padre, su ausencia sería breve, y muy pronto volvería para estar con ellos.
"Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis"
(Jn 16:16-18) "Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre. Entonces se dijeron algunos de sus discípulos unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Todavía un poco y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; y, porque yo voy al Padre? Decían, pues: ¿Qué quiere decir con: Todavía un poco? No entendemos lo que habla."
Una vez más los discípulos no lograban entender lo que el Señor les estaba intentando explicar. De hecho, lo que les dijo sigue siendo una cuestión difícil de entender también para los cristianos de nuestro tiempo. ¿A qué se refería cuando les dijo: "Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque voy al Padre"? Se han sugerido varias posibilidades.
Se refiere a las apariciones después de la resurrección. La muerte de Jesús y los días que estuvo en su sepultura, sería el tiempo cuando no le verían, pero todo cambiaría cuando se les apareciera nuevamente después de su resurrección y antes de su ascensión.
El Señor se iba al Padre y los discípulos le verían en la persona y obra del Espíritu Santo. Según esto, dejarían de verle después de su ascensión hasta que descendiera sobre ellos el Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Esta interpretación encajaría bien con lo que el Señor acababa de decirles en (Jn 16:13-15).
Les estaba hablando de su segunda venida en gloria. En este caso les estaría hablando del periodo entre su partida al Padre y su regreso en gloria cuando le veremos cara a cara. Esto se relacionaría con una expresión muy parecida que encontramos en Hebreos en el contexto de la segunda venida del Señor: "Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará" (He 10:37).
No hay duda de que el Señor podría haber hablado de una forma mucho más específica, dejando claro a qué se refería exactamente. Pero quizá su ambigüedad en este punto sea deliberada, y tenga la finalidad de darnos a entender que no debemos pensar en una sola de las opciones.
Si analizamos las tres posibilidades planteadas, vemos que hay una progresión evidente entre todas ellas. En primer lugar el Señor se reveló a sus discípulos por medio de la resurrección. Luego esta revelación se extiende a todo su pueblo a través de la presencia del Espíritu Santo, que se encarga de glorificar al Hijo en nosotros. Y finalmente, se revelará de una forma plena y perfecta cuando él regrese en gloria a este mundo como su Rey legítimo.
En todo caso, lo que vemos es que las explicaciones del Señor no lograron aclarar la mente de los discípulos, que con toda franqueza admitieron: "No entendemos nada". ¿Cuál era el problema con el que luchaban en sus mentes? Debemos intentar comprenderlos.
Cuando el Señor les hablaba de "ir al Padre", ellos entendían que se refería a su muerte. Esto debía ser así porque el mismo Señor se lo había anunciado en repetidas ocasiones. Además, como creyentes, ellos sabían que cuando alguien moría, su espíritu volvía a Dios que lo había dado. Pero aquí es donde estaba el problema para ellos. Si el moría e iba al Padre, ya no le verían más. Su cuerpo quedaría en el sepulcro esperando la resurrección de entre los muertos. Por otro lado, si ellos interpretaban que les estaba hablando de su resurrección, en ese caso, lo que esperarían es que él volvería a vivir entre los hombres y no que iría "al Padre".
Al final, para que ellos pudieran entender correctamente las palabras del Señor sería necesario que previamente comprendieran la naturaleza de su resurrección. Aquí hay una cuestión importante. Hasta ese momento todas las personas que ellos habían visto resucitar volvieron al mismo tipo de vida que habían tenido anteriormente, y por último, habían vuelto a morir. Así que, si el Señor Jesucristo resucitaba de ese mismo modo, no podría regresar con su Padre, tal como les estaba diciendo.
Por lo tanto, era imprescindible que entendieran que cuando el Señor les hablaba de su resurrección, se estaba refiriendo a algo completamente nuevo para ellos, algo que nunca antes habían visto. Tal como podrían comprobar una vez que el Señor resucitará, su nuevo cuerpo sería plenamente humano, capaz de relacionarse con este mundo material, pero al mismo tiempo, también era capaz de ascender al cielo a la misma presencia de Dios y estar allí eternamente con él.
Sólo una vez que entendieran este nuevo concepto de la resurrección, estarían en la disposición de comprender lo que el Señor les estaba diciendo. Pero, entonces, ¿por qué el Señor no les explicó de manera detallada la naturaleza de su cuerpo de resurrección en ese momento? Suponemos que estaban demasiado cansados para llegar a entender cuestiones tan complejas, pero sobre todo, porque en muy pocos días tendrían la ocasión de ver y tocar el nuevo cuerpo resucitado del Señor.
Cuando llegara ese momento, su perspectiva de la vida y de su ministerio adquiriría una nueva dimensión. Cristo moriría a manos de los hombres impíos, su cuerpo sería tratado con una crueldad inimaginable, pero después de su resurrección su cuerpo glorificado quedaría para siempre fuera del alcance del odio humano. Nadie podría hacerle daño alguno. Los discípulos verían estas cosas y sin duda les ayudarían cuando ellos mismos tuvieran que sufrir por la causa de Cristo, al punto de que podrían tener gozo en medio de los sufrimientos de la vida.
"Vosotros lloraréis y el mundo se alegrará"
(Jn 16:19-20) "Jesús conoció que querían preguntarle, y les dijo: ¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije: Todavía un poco y no me veréis, y de nuevo un poco y me veréis? De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo."
El Señor conocía bien las dudas de sus discípulos, aun así, no les contestó directamente, sino que pasó a hablarles del contraste entre los tiempos antes y después de su hora; un contraste inimaginable entre el dolor y la alegría.
Independientemente de cómo hayamos interpretado las palabras previas del Señor, la realidad que permanece es que la ausencia del Señor en la vida de los creyentes produce tristeza y dolor. Podemos pensar en los días cuando el Señor estuvo en el sepulcro y los discípulos estuvieron separados de él, o en su ausencia en este tiempo mientras esperamos su segunda venida. Siempre hay tristeza cuando no estamos con el Señor; no sólo cuando no le vemos, sino también cuando vivimos apartados de él y no disfrutamos de su comunión.
Notemos que el Señor describe el dolor de los discípulos en términos que se asociaban con el luto por un muerto: "llorar y lamentarse". Podemos imaginarnos el desconsuelo de los discípulos cuando vieran desarrollarse los próximos acontecimientos: la traición de Judas Iscariote, el injusto juicio por el que el Señor iba a pasar ante el Sanedrín judío, y su entrega a la muerte por crucifixión ordenada por el gobernador romano.
Por supuesto que todos los creyentes estuvieron tristes en aquellos momentos. Por ejemplo, cuando María Magdalena fue a los apóstoles para anunciarles la resurrección del Señor, encontró que "estaban tristes y llorando" (Mr 16:10). Cuando el Señor se acercó a los dos discípulos que iban camino a Emaús, les preguntó: "¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?" (Lc 24:17).
Por el contrario, este mismo hecho que al creyente le produce dolor, trae alegría a los incrédulos. Cuando vieron al Señor crucificado, ellos se regocijaron. Las multitudes salieron en masa para verle morir, y mientras pasaban le injuriaban.
¿Por qué el mundo se alegró de la muerte de Cristo? Parece incomprensible que alguien se alegre de la muerte de otro ser humano. Incluso cuando mueren los peores criminales guardamos cierto silencio. Aunque aún resulta mucho más incomprensible en el caso del Señor. Nunca ha existido nadie tan justo y bueno como él, y aun así, el mundo manifestó una increíble alegría cuando moría en medio de aquellos terribles sufrimientos que la cruz le producían. Esto sólo se puede explicar si aceptamos que el ser humano pecador es mucho peor de lo que muchas veces nos gusta imaginar.
Pero lo que le ocurrió al Señor es lo mismo que les ocurre a los creyentes fieles. Esto nos recuerda la escena que encontramos en Apocalipsis 11, cuando después de que la bestia mate a los dos testigos que profetizarán de parte de Dios, "los habitantes de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros" (Ap 11:10). Con el mundo siempre es así: cada vez que la voz profética es silenciada ellos se alegran.
Tal vez el mundo pensaba que con la muerte de Cristo ya no habría nadie que les reprendería por su pecados, y que sus enseñanzas serían silenciadas para siempre. "No queremos que este reine sobre nosotros", dijeron. Creyeron que les iría mucho mejor sin él, que así encontrarían la plenitud para sus vidas. Algo similar a lo que pensaron Adán y Eva cuando decidieron comer del fruto del árbol prohibido y romper así su relación con Dios, aunque lo que comprobaron inmediatamente fue que sus vidas perdieron todo sentido desde ese momento.
En aquellos momentos increíblemente humillantes de la cruz, podría pensarse que el mundo había triunfado sobre la causa de Cristo. Los mismos discípulos debieron verlo de ese modo. Pero lo que el Señor les estaba anunciando de antemano era que tanto la tristeza de los creyentes, como la alegría del mundo serían de corta duración: en un "poco" de tiempo todo cambiaría.
Para los discípulos, la presencia personal de Cristo después de su resurrección les proporcionó un gozo ilimitado. Las mujeres que fueron al sepulcro de madrugada, fueron las primeras en descubrir que el Señor había resucitado, y fueron corriendo a dar las nuevas a los otros discípulos con "gran gozo" (Mt 28:8). Y cuando el mismo Señor se les apareció a los apóstoles, ellos "se regocijaron viendo al Señor" (Jn 20:20). Poco después, cuando le vieron ascender al cielo, "ellos, después haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo; y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios" (Lc 24:52-53).
Y también sabemos que cuando él regrese en su gloria a buscar a su iglesia, será el momento de plena felicidad y la consumación de todas nuestras esperanzas. Mientras eso tiene lugar, no debemos olvidar que la presencia del Señor en nuestras vidas produce gozo por medio de su Espíritu Santo. Recordemos que uno de los frutos del Espíritu es el "gozo" (Ga 5:22).
Pero, ¡qué terrible contraste con los incrédulos!: "¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis" (Lc 6:25). La resurrección de Cristo demostró que ellos estaban equivocados, que habían matado al mismo Hijo de Dios. Si después de eso todavía permanecían en su dura incredulidad, sólo les esperaba la más terrible de las condenaciones.
"El gozo de que haya nacido un nuevo hombre en el mundo"
(Jn 16:21-22) "La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo."
Para ilustrar la transición del dolor a la alegría, el Señor usa el ejemplo de una mujer embarazada cuando le llega la hora de dar a luz. En las Escrituras del Antiguo Testamento, cuando se usaba la ilustración de la mujer que da a luz (Is 21:2-3) (Jer 13:21) (Os 13:13) (Miq 4:9-10), normalmente se buscaba transmitir la idea de lo inevitable: el parto se produce cuando llega su momento, y no hay forma de eludirlo o aplazarlo. Y también sirve para ilustrar un dolor intenso que rápidamente queda olvidado por un gozo que supera cualquier angustia cuando la madre tiene a su recién nacido en sus brazos.
Este iba a ser también el caso del Señor. Él había hablado a menudo de la cruz como el momento en que llegaría su "hora" (Jn 2:4) (Jn 7:30) (Jn 8:20) (Jn 12:23). Con toda claridad les dijo a sus discípulos que era necesario que el Hijo del Hombre padeciera muchas cosas y fuera desechado por los líderes religiosos de la nación y por el pueblo (Lc 9:22), pero después de esa crisis de sufrimiento, inmediatamente vendría el gozo de la resurrección y de ver a muchos hijos llevados a la gloria (He 12:2).
Pero no sólo les habló de sus propios sufrimientos, él siempre fue honesto con sus discípulos, y no les ocultó la angustia por la que ellos mismos también tendrían que atravesar. Por supuesto, él querría habérsela evitado, pero no era posible. Formaba parte imprescindible de su proceso de aprendizaje. Y la misma lección permanece también para nosotros: la cruz viene antes que la corona. Primero debe haber comunión con los sufrimientos de Cristo antes de compartir su gloria.
(Ro 8:17-18) "Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse."
Así que el Señor estaba usando estas ilustraciones a fin de asegurar a sus discípulos que su muerte no sería el fin, sino el principio. Su dolor pronto terminaría, pero el gozo que tendrían después, les acompañaría eternamente.
El dolor de los discípulos sería "dolores de parto", no de muerte. Pronto llegaría un nuevo día que traería gozo renovado y aumentado.
¡Qué importante es saber que hay un final glorioso para el sufrimiento del cristiano! La mayoría de las personas pueden soportar pruebas difíciles si logran ver el final. Y así el Señor quería dejar bien afianzado en sus mentes, y también en las nuestras, que hay un final glorioso para el cristiano, y que todo sufrimiento en este mundo es temporal.
Ahora bien, es importante señalar que la promesa de que nadie les quitaría su gozo no significa que nunca tendrían tristeza, sino que el profundo gozo producido por la vista de Jesús resucitado y glorificado permanecería para siempre en su corazón, independiente de las circunstancias que los rodeaban.
Algunos piensan que al convertirse en cristianos el dolor y las dificultades desaparecen, pero esto no es así. El apóstol Pablo lo dijo con toda claridad: "nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo" (Ro 8:23). Hay infinidad de cosas que nos hacen sufrir.
Y, por supuesto que los primeros creyentes no fueron insensibles al dolor. Cuando Esteban fue martirizado, cuando Jacobo fue asesinado a espada, o cuando Pedro fue encarcelado, la iglesia sufría por ellos. Y del mismo modo, la iglesia en todos los tiempos ha seguido experimentado sufrimientos similares. Peregrinamos a través de un mundo hostil sin haber llegado todavía a nuestro hogar celestial. Pero aunque nuestro camino puede ser duro en ocasiones, la esperanza gloriosa que nos transmite la resurrección triunfante de Cristo nos proporciona gozo en medio de la adversidad. Ya no tememos a "los que matan el cuerpo, pero al alma no pueden matar" (Mt 10:28). Y cuando estemos con el Señor en su gloria, todas esas cosas desaparecerán.
(Ap 21:3-4) "Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron."
Entonces, y sólo entonces, se secarán las lagrimas de todos los ojos. Es importante recordar esto, porque algunas heridas humanas son tan profundas que no parece posible que al final triunfe el gozo, pero el Señor asegura que será así.
Por último, prestemos atención a las palabras exactas del Señor: "después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo". Si hemos seguido la lógica del Señor, su muerte representaba los dolores de parto, mientras que su resurrección sería el nacimiento de "un hombre en el mundo". Podría haber dicho de nuevo que "ha dado a luz un niño", pero utiliza una expresión un tanto extraña, porque habla de un nuevo "hombre en el mundo". Y esto nos recuerda que la muerte y resurrección de Cristo no sólo consiguieron nuestra redención, sino que también trajeron a este mundo una "nueva humanidad". Cristo se convirtió en ese momento en el "postrer Adán" (1 Co 15:45), no en una renovación del antiguo, sino en un hombre completamente nuevo, mucho más glorioso. Y ahora, todos aquellos que se arrepienten de sus pecados y depositan su fe en él, serán resucitados también a la imagen del Hijo, no a la del "primer Adán", sino según el modelo glorioso que tenemos en Cristo. Una nueva humanidad iba a salir de la tumba con el Salvador.
Seguramente por esta razón el Señor no dijo que la tristeza sería reemplazada por la alegría, sino que la tristeza se transformaría en alegría. La cuestión es que la causa del dolor de los discípulos, es decir, la muerte de Cristo en la cruz, se convirtió finalmente en el motivo de su gozo. Nosotros hemos entendido este hecho y por eso nos unimos al apóstol Pablo y decimos: "Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo" (Ga 6:14).
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