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Estudio bíblico: Orando al Padre - Juan 16:23-27

Autor: Luis de Miguel
España
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Orando al Padre (Juan 16:23-27)

Introducción

A lo largo de aquella última noche el Señor había anunciado a sus discípulos en repetidas ocasiones que iba a regresar al Padre. Era necesario que así fuera para completar la obra de la salvación que había venido a realizar, aun así, él sabía que todavía quedaban muchas preguntas por contestar. A fin de completar su formación para el ministerio que tenían por delante, el Señor les prometió que les enviaría el Espíritu Santo, quien les recordaría, enseñaría y guiaría a toda la verdad. Y no sólo eso, también tendrían a su disposición el enorme privilegio de la oración.
En cuanto a la oración, podemos decir que es esencialmente una conversación en la que hablamos con Dios. Así que, de la misma manera que hasta ese momento los discípulos habían preguntado al Señor todas las cosas que no entendían, a partir de su ascensión al cielo podrían seguir comunicándose con Dios a través de sus oraciones. Encontrarían que la misma cercanía que habían tenido con él durante su ministerio terrenal, seguirían disfrutándola con el Padre cuando oraran.
No hay duda de que la oración es uno de los grandes privilegios que los creyentes tenemos, sin embargo, es uno de los que menos aprovechamos. Y es incomprensible, porque no necesitamos cumplir una lista imposible de requisitos para ser escuchados por Dios, sino únicamente el deseo de acercarnos a él. Cristo ha ganado para nosotros ese privilegio, ahora sólo tenemos que apropiarnos de él.

"En aquel día no me preguntaréis nada"

(Jn 16:23) "En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará."
El Señor continúa su exposición haciendo la siguiente afirmación: "En aquel día no me preguntaréis nada". Debemos entender la referencia a "aquel día" en relación con el contexto anterior que, como ya analizamos en nuestro último estudio, está relacionado con el día de su muerte, resurrección y ascensión al cielo. Ese sería el día cuando el Señor ya no estaría presente corporalmente entre ellos.
En todo caso, ¿qué es lo que quería decir el Señor con esto? Podemos pensar en dos opciones, sin descartar ninguna de ellas.
La primera sería que desde el momento en que él se fuera con el Padre, los discípulos ya no le podrían preguntar o pedir nada porque ya no estaría con ellos físicamente.
Así que, las muchas cosas que todavía no habían entendido, y las muchas cuestiones que surgirían una vez que comenzaran su ministerio después de la ascensión del Señor, ya no se las podrían preguntar al Señor. Sin embargo, aunque él ya no estaría físicamente con ellos, les promete que en ese día tendrían un pleno acceso al Padre basado en su unión con Cristo glorificado. Esta era una de las últimas instrucciones que el Señor les estaba dando antes de su partida, y en el futuro descubrirían cuán necesaria iba a ser para ellos.
Por lo tanto, el Señor les estaba hablando nuevamente sobre la oración. Ahora bien, ellos ya estaban familiarizados con esta cuestión. Había abundante enseñanza en el Antiguo Testamento sobre ella, y el mismo Señor les había enseñado a orar mientras estaba entre ellos. Aun así, había algo completamente nuevo en lo que ahora les estaba diciendo. La cuestión tenía que ver con la forma en la que orarían al Padre una vez que Cristo ascendiera al cielo. A partir de ese momento quedaría establecida una nueva relación entre los creyentes y el Padre, de tal modo que podrían ir directamente a él en el nombre de Jesús. Esta forma de orar sería completamente nueva para ellos.
Y una segunda opción sería interpretar que la resurrección y ascensión del Señor les permitiría comprender plenamente el significado de la Obra de la Cruz, de tal manera que ya no tendrían que hacerle más preguntas al respecto.
Esta interpretación se relaciona perfectamente con el contexto, donde encontramos a los discípulos haciendo preguntas porque no entendían la razón por la que él tenía que ir al Padre (Jn 16:19). La luz de la resurrección de Cristo, interpretada por el Espíritu Santo derramado en el día de Pentecostés sobre ellos, les aclararía el significado y propósito de todo lo que hasta ese momento el Señor les había estado intentando explicar sin mucho éxito.
En este punto podemos recordar una de las grandes promesas del "nuevo pacto". Volvamos a considerar sus términos:
(Jer 31:33-34) "Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado."
Como vemos, uno de los grandes beneficios del nuevo pacto sería un conocimiento personal e íntimo de Dios. Y en cierto sentido, era también de esto de lo que el Señor les estaba hablando aquí: la ignorancia sería corregida, de modo que ya no les paralizaría como hacía en esos momentos, sino que podrían entender la Obra que Cristo estaba llevando a cabo de una forma plena.
Por supuesto, esto no quiere decir que ya no sea necesaria la instrucción dentro de la Iglesia. Sabemos que uno de los dones que el Espíritu Santo da a la iglesia es el de "maestros" (Ef 4:11). Lo que el profeta anunció era que la grosera ignorancia que domina la mente de los hombres sería reemplazada por la luz de Cristo que dispersa las tinieblas en la mente de los que han sido regenerados por el Espíritu Santo.

"Todo cuando pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará"

Notemos que el Señor vuelve a comenzar esta oración con la doble afirmación que usaba cada vez que quería introducir una enseñanza de gran importancia: "De cierto, de cierto os digo...".
Como ya sabemos, de lo que les iba a hablar era de la oración. Esta era la cuarta vez que en esa noche les hablaba de eso: (Jn 14:13-14) (Jn 15:7) (Jn 15:16). No hay duda de la importancia que para el Señor tenía ese asunto. Y puesto que ya se ha tratado el asunto con anterioridad, aquí sólo queremos subrayar unas pocas ideas.
Principalmente querríamos notar lo que significa "orar en el nombre de Jesús". Algunos parecen interpretar que se trata de una especie de "fórmula mágica" que nos asegura todo lo que pidamos, pero nada más lejos de la realidad.
Orar en el nombre de Cristo significa que nos acercamos al Padre confiando en sus méritos y no en los nuestros. Si acudimos a Dios pensando que seremos escuchados por alguna cosa que nosotros hemos hecho, por algún sacrificio que hayamos realizado, nunca seremos atendidos. Nuestro acceso con confianza hasta el trono de la gracia depende enteramente de los méritos de Cristo.
Además, ir al Padre en el nombre de Cristo, es una forma de reconocer que creemos que él vino del Padre a realizar nuestra salvación. Implica que creemos en su divinidad, que él es el Hijo de Dios.
Es verdad que en nuestro mundo moderno la insistencia de los cristianos a orar en el nombre de Jesús no es bien vista. Esto milita en contra del ecumenismo, porque con ella se da a entender que Dios no escucha ninguna otra oración hecha en el nombre de cualquier otra divinidad, santo o virgen.
Por otro lado, muchos creen que Dios está obligado a conceder cualquier petición que los cristianos presenten ante él. Pero orar en el nombre de Jesús implica también orar de acuerdo a lo que ese nombre significa. Dios sólo contestará aquellas peticiones que guarden relación con el carácter y los propósitos de Cristo. Por eso, para que nuestras oraciones sean contestadas afirmativamente, es necesario que estemos llenos del Espíritu Santo y vivamos en plena sintonía con el Señor. Debemos conocer bien su carácter y su voluntad, y eso sólo es posible a través de la meditación y el estudio de su Palabra en oración.

"Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre"

(Jn 16:24) "Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido."
La partida de Cristo al Padre establecería una diferencia enorme en la manera en la que los discípulos orarían. Hasta ese momento ellos estaban acostumbrados a orar directamente al Padre, pero jamás habían pedido nada en el nombre de Jesús.
Esto habría de suponer un enorme cambio en cuanto al concepto que tenían de Cristo. Ellos ya habían percibido su plena dignidad como Maestro, lo habían amado como a un amigo y lo habían reconocido como el Mesías anunciado por los profetas, pero ahora tendrían que aprender también que él es el único Mediador entre Dios y los hombres, el único cuyo Nombre puede elevar nuestras oraciones hasta el Padre.
(1 Ti 2:5-6) "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo."
Ellos debían entender que el mismo Jesús que había convivido con ellos en la tierra, ocupaba también el trono del universo, y que desde allí intercede por sus hijos ante el Padre.
(Ro 8:34) "¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros."
En un sentido muy limitado, el sumo sacerdote de Israel también hacia ciertas labores de mediación a favor del pueblo ante Dios, pero como explica ampliamente el autor de Hebreos, Cristo es el cumplimiento de todo aquello que en el Antiguo Testamento se había presentado de una forma simbólica. Allí se nos explican al menos dos diferencias muy importantes.
La primera es que Cristo entró como Mediador, no en un templo humano, sino ante el mismo trono de Dios en el cielo:
(He 9:24) "Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios"
Y la segunda es que Cristo no se presentó con la sangre de animales, sino en virtud de su propia sangre de valor eterno:
(He 9:11-12) "Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención."
Sobre estas bases los creyentes tienen ahora acceso con confianza hasta la presencia de Dios, y por esa misma razón somos animados a entrar y presentar nuestras peticiones ante él, tal como dijo el Señor: "Pedid y recibiréis".
Recordemos nuevamente las palabras del autor de Hebreos:
(He 4:14-16) "Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro."

"Para que vuestro gozo sea cumplido"

Y a continuación el Señor les hizo otra promesa: "pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido".
El gozo completo y continuo de los discípulos sería el resultado de orar al Padre en el nombre de Jesús. Al hacerlo verían sus oraciones contestadas, y esto les traería alegría.
Como ya hemos considerado en otras ocasiones, lo que debemos pedir son aquellas cosas que glorifican el nombre de Cristo y sirven para que avance su reino en nuestras propias vidas y en este mundo. Cuando vemos la oración como una relación de cooperación con Dios en la realización de su misión, esto produce una fuerte sensación de gozo. Esto es lo que experimentaron los primeros discípulos, y también innumerables creyentes a lo largo de la historia.
Sería interesante considerar la primera vez que los discípulos oraron en el nombre de Jesús. Esto lo encontramos en (Hch 4:23-31). Los apóstoles acababan de ser interrogados por el Sanedrín, que con amenazas les prohibieron seguir predicando en el nombre de Jesús. Ellos, una vez que salieron se reunieron para orar con los demás discípulos, y pidieron a Dios poder para seguir predicando con denuedo la palabra:
(Hch 4:29-31) "Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios."
La auténtica alegría siempre es la consecuencia del contacto con Dios. Veamos cómo relacionaba ambas cosas el apóstol Pablo:
(1 Ts 5:16-17) "Estad siempre gozosos. Orad sin cesar."
(Stg 5:13) "¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración."
El gozo de un creyente depende mucho de su fervor y seriedad en la oración. El que ora poco y con frialdad, no debe esperar mucho gozo en su vida. En cambio, aquel que ora y ve las respuestas del Señor, llega a comprobar por sí mismo el favor de Dios hacia él y su presencia real en su vida. Los beneficios de la oración son tan grandes que difícilmente se pueden expresar.

"Ya no os hablaré por alegorías"

(Jn 16:25) "Estas cosas os he hablado en alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre."
A lo largo de su ministerio el Señor usó con frecuencia de diferentes "alegorías". Esto podía incluir parábolas, proverbios, dichos, lenguaje figurado o enigmas. Por medio de ellas les habló acerca de su propia persona y obra. Este tipo de lenguaje parecía velado o críptico en un principio, y había que reflexionar sobre él para encontrar su pleno significado.
Si estamos familiarizados con los evangelios, nos hemos acostumbrado a este tipo de dichos del Señor, pero muchos de ellos seguramente dejaron perplejos a los discípulos cuando los escucharon por primera vez, de aquí que con frecuencia se preguntaban: "¿Cómo puede ser esto?".
Pensemos en algunos de los muchos ejemplos que encontramos en todos los evangelios. El Señor les habló de su cuerpo como un templo que él levantaría en tres días (Jn 2:19); a Nicodemo le habló de la necesidad de nacer de nuevo (Jn 3:3); a la mujer samaritana le ofreció beber de un agua para nunca más tener sed (Jn 4:13-14); a los discípulos les dijo que el que comiere su carne y bebiere su sangre viviría para siempre (Jn 6:53); durante la última noche en el aposento alto les había hablado de "un poco" de tiempo en que no le verían y otro "poco" y le verían (Jn 16:16).
Ahora bien, el Señor reconoce aquí que ellos no habían logrado percibir el pleno significado de sus enseñanzas, pero eso iba a cambiar a partir de su partida al Padre. La muerte, resurrección y glorificación sería también el momento de la plena revelación del Padre. Varios factores influirían en esto:
En primer lugar debemos reconocer que la dificultad no residía tanto en la enseñanza del Señor como en la capacidad de los discípulos para recibirla. Pero esto iba a cambiar después de su partida al Padre, porque como ya nos ha dicho, enviaría su Espíritu Santo a los creyentes que los guiaría a toda la verdad (Jn 16:13) y les enseñaría todas las cosas (Jn 14:26). Entonces el Señor podría hablarles con mayor claridad y extensión de todas esas cosas. Claro está que esto no restaría valor a su revelación anterior, pero a partir de su resurrección podría ser mucho más completa.
En segundo lugar, era un hecho que durante el ministerio terrenal del Señor, ninguno de los discípulos parece que aceptó el hecho de que el Mesías debía ser crucificado. Para ellos esto era algo que no tenía ningún sentido. Pero todo esto empezó a cambiar después de la resurrección del Señor. Así que, la propia disposición de los discípulos iba a influir mucho en lo que el Señor podría enseñarles desde ese momento.
Y en tercer lugar, les acababa de decir que podían pedir al Padre en su nombre y que recibirían respuesta. Entre las cosas que podrían pedir sería una mayor comprensión de la verdad divina (Stg 1:5).
En todo caso, lo que vemos es que la revelación que Cristo les dio en relación a sí mismo y al Padre fue progresiva, y en algunos momentos enigmática. Por supuesto, su propósito no era esconder la verdad, pero ante la falta de capacidad de los discípulos para entenderla, el Señor debía ir poco a poco usando constantes ilustraciones. ¿Cómo podía explicarles que un carpintero de Nazaret era nada menos que Aquel que había creado el universo entero y gobernaba los cielos? Haber hecho una declaración directa de este hecho no habría tenido sentido para los discípulos. Por eso el Señor comenzó haciendo diferentes milagros que acreditaban quién era. Luego hizo también declaraciones asombrosas que en muchos casos acompañaban a estos milagros: "Yo soy el pan de vida", "Yo soy la luz del mundo", "Yo soy el buen pastor", "Yo soy la resurrección y la vida", "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre"...
Imaginemos que el Señor hubiera mostrado el primer día de su ministerio terrenal toda su gloria divina, ¿qué habría ocurrido? Ellos habrían caído de rodillas reconociéndole como su Creador, pero habrían tenido temor de acercarse a él. Sin embargo, lo que Cristo buscaba era una relación personal con ellos, no sólo como criaturas ante su Creador, sino como hijos con el Padre. Para conseguir esto primero debía acercarse a ellos como amigo.

"El Padre os ama"

(Jn 16:26) "En aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios."
Como estamos considerando, la muerte, resurrección y ascensión del Señor servirían para crear una nueva relación entre los discípulos y el Padre. Era verdad que cuando el Señor ascendiera al cielo ellos ya no tendrían acceso a la presencia física de Jesús, pero esto no debía ser considerado como una pérdida, porque a cambio tendrían acceso directo al Padre.
Ahora el Señor quiere animar a los discípulos para que oren al Padre. Su acceso quedaba garantizado por el hecho de que también el Padre los amaba a ellos de una manera íntima y personal. De ninguna manera debían pensar que el Padre iba a ser indiferente hacia sus solicitudes.
Con esto el Señor no estaba negando la necesidad de su ministerio de intercesión como nuestro Sumo Sacerdote en el cielo, sino que simplemente quería que los discípulos supieran que después de su ascensión ellos podrían orar directamente al Padre con seguridad y confianza. En cierto sentido, su labor de mediación consistía en introducir a los hombre en una relación íntima con el Padre.
No hay duda de que el Señor quería quitar de sus mentes la noción falsa que muchos han abrigado de que el Padre debe ser rogado por Cristo antes de que se fije en nosotros. La idea de que Dios está continuamente enojado con los hombres y que para que llegue a escuchar las oraciones de sus hijos debe ser convencido por Jesús, no es correcta. El Señor lo aclara aquí: "Podéis acercaros a Dios, porque él os ama". No sólo con la benevolencia general que tiene hacia todas sus criaturas, sino con el afecto especial que el Padre tiene por aquellos que aman a su Hijo.
En relación a esto es importante notar que estas palabras fueron dichas antes de que el Señor fuera a la Cruz. Esto implica que él no murió para conseguir que el Padre nos amara, sino para demostrar su amor por la humanidad. No es que Jesús consigue que el Padre nos ame, sino que fue el amor del Padre el que le llevó a enviar a su Hijo a este mundo.
Esta es la idea que la Iglesia Católica ha introducido en la mente de muchas personas: Dios es indiferente y duro, Jesús está comprometido con la justicia, pero es María quien es compasiva e intercede para que las oraciones de los creyentes sean atendidas. De ese modo se ha hecho creer a multitud de personas que es mejor apelar a ella que no a Dios. Pero aquí el Señor explica con toda claridad que eso es falso.
No podemos admitir una fuente de amor, gracia y misericordia mayor que la del Padre. Sospechar lo contrario, y creer que un ser humano pecador puede superar o despertar el amor de Dios por la humanidad, es una auténtica barbaridad. De esta manera el maravilloso amor del Padre se hace menor que el amor de un mortal.
El Señor explica que la razón de este amor especial que el Padre tiene por ellos es la siguiente: "porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios". Por supuesto, esto no supedita el amor divino a la respuesta humana:
(1 Jn 4:19) "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero."
Lo que el Señor está haciendo notar es que la relación que él desea que tengamos con su Padre implica nuestra participación activa.
Por otra parte, era verdad que en aquellos momentos la fe y el amor de los apóstoles era muy débil. En muy pocas horas dejarían solo al Señor y huirían ante sus enemigos. Sin embargo, aunque débiles, eran auténticos creyentes que amaban al Señor, y él no los desecha. Él puede ver la realidad debajo de nuestras muchas debilidades.

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