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Estudio bíblico: La victoria del Hijo de Dios - Juan 16:28-33

Autor: Luis de Miguel
España
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La victoria del Hijo de Dios (Juan 16:28-33)

La obra completa del Hijo de Dios

El Señor termina aquí su enseñanza a los discípulos, y lo hace con un resumen de su gran obra a favor de la humanidad. Las grandes verdades que aquí vamos a encontrar debían ser aceptadas y creídas tanto por aquellos primeros discípulos, como por todas las generaciones posteriores de cristianos que vendrían después. Veamos qué fue lo que el Señor les dijo exactamente:
(Jn 16:28) "Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre."
Son palabras muy importantes que debemos analizar con calma.
1. "Salí del Padre"
Que Jesús vino de Dios es una verdad en la que él insistió una y otra vez, tal como se recoge a lo largo de todo el evangelio de Juan. Ahora bien, ¿cómo debemos interpretar estas palabras? Para empezar, notamos que ningún profeta de la antigüedad había hablado de ese modo. Ninguno de ellos dijo jamás: "Salí del Padre". De hecho, esta afirmación es la que le creó al Señor innumerables conflictos con los judíos. No había duda de que él no usaba esta frase del mismo modo en que cualquier ser humano podría hacerlo para referirse al hecho de que todos somos criaturas de Dios, y que una vez que abandonemos este mundo volveremos a él para rendirle cuentas. Tampoco se refería a que había sido comisionado por Dios para venir a este mundo como profeta o maestro, tal como reconoció Nicodemo (Jn 3:2). Si cualquiera de estas opciones hubieran sido el sentido, ni los judíos, ni los propios discípulos habrían tenido dificultades en creerlo. Pero tal como el Señor lo explicaba, aquellos que le escuchaban sólo pudieron interpretar que él estaba afirmando su preexistencia divina antes de aparecer en este mundo como un hombre.
Por lo tanto, esta es la primera verdad que Cristo presenta como un elemento esencial de la fe salvadora. No se puede ser un auténtico seguidor de Cristo sin creer esto. Los discípulos lo habían aceptado hacía tiempo (Jn 16:27) (Jn 17:8), y ahora lo van a confesar nuevamente: "creemos que has salido de Dios" (Jn 16:30).
2. "He venido al mundo"
En segundo lugar, encontramos la doctrina acerca de su encarnación voluntariamente aceptada. El Hijo de Dios nació de una virgen, asumiendo plenamente una verdadera naturaleza humana con la que pudo venir a este mundo y constituirse en el representante de la raza humana.
A lo largo de este Evangelio ya hemos notado que Juan ha insistido mucho en que Cristo "vino al mundo" (Jn 1:9) (Jn 3:19) (Jn 6:33) (Jn 9:39) (Jn 10:36) (Jn 11:27) (Jn 12:46) (Jn 17:18). Pero aunque hayamos llegado a estar acostumbrados a esta forma de hablar, no cabe duda de que es extraña. Todo el resto de la humanidad decimos que "hemos nacido en este mundo", pero no que "hemos venido al mundo", como si antes estuviéramos en otra parte. No obstante, el Señor lo podía decir porque en caso era totalmente cierto.
Acerca de esto, debemos notar también que el Señor había dicho en muchas otras ocasiones que él había sido "enviado" a este mundo por el Padre, pero aquí enfatiza un hecho complementario: "he venido". El propósito de esto es mostrarnos el carácter voluntario de su encarnación.
Esto nos lleva a otra pregunta: ¿Por qué eligió asumir la naturaleza humana que él mismo había creado? ¿Por qué aceptó tal grado de humillación?
El Evangelio de Juan nos ofrece dos respuestas a esta pregunta. La primera de ellas es que él se hizo hombre a fin de revelarnos a Dios. Recordemos las palabras con las que comenzó el Evangelio:
(Jn 1:18) "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer."
Cristo tiene información única y de primera mano acerca de cómo es Dios el Padre, y al venir a este mundo la ha compartido con los hombres. Por lo tanto, en él se encuentra la revelación más plena que podemos llegar a tener de Dios. Recordemos las palabras del autor de Hebreos:
(He 1:1-3) "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas"
Y la segunda razón por la que él se hizo hombre fue para ser nuestro Salvador; para morir en la cruz en nuestro lugar y pagar la culpa de nuestros pecados.
(He 10:3-10) "Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre."
Notamos en este último texto que el hecho de que los sacrificios de animales resultaban ineficaces para perdonar los pecados, fue la razón por la que Cristo vino para hacer la voluntad de Dios. Por eso dice: "Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo".
La cuestión era que para llegar a ser nuestro representante ante Dios, debía ser hombre:
(He 2:14-15) "Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre."
3. "Otra vez dejo el mundo y voy al Padre"
En tercer lugar está su regreso voluntario al Padre por medio de la crucifixión, resurrección y ascensión.
Su destino final se encontraba junto al Padre. La cruz no sería la muerte de un criminal, sino el camino triunfante que le llevaría de vuelta a Dios. Esto nos recuerda que su crucifixión no fue algo impuesto en contra de su voluntad. Recordemos lo que dijo en otra ocasión:
(Jn 10:18) "Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre."
Su regreso al Padre después de haber resucitado de entre los muertos sirvió de evidencia de que la obra de nuestra salvación había sido completada y aceptada plenamente por el Padre. Por esa razón se nos dice que se ha sentado a la diestra de Dios. Volvamos a recordar las palabras del autor de Hebreos: "habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas" (He 1:3). Es muy significativo el hecho de que Cristo, como Sumo Sacerdote de nuestra salvación, se sentara. Los sacerdotes en el antiguo templo nunca podían dejar de ofrecer sacrificios, y por lo tanto, tampoco se podían sentar, lo que evidenciaba que no podían ofrecer una solución definitiva a los pecadores que se acercaban a ellos, mientras que Cristo sí pudo hacerlo, y por eso se sentó después. De hecho, los sacrificios del antiguo orden sólo pudieron llegar a tener un valor real por medio del sacrificio de Cristo.
Ahora, desde esta nueva posición, el Señor intercede por nosotros ante el Padre como nuestro Sumo Sacerdote.
(Ro 8:34) "¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros."
(He 7:25) "Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos."
Es por la posición que Cristo ocupa ahora en el cielo que podemos confiar en que nuestra salvación es segura, así como nuestro acercamiento a Dios en oración y adoración.
Por otro lado, su regreso al cielo sirvió para que nos pudiera enviar el Espíritu Santo:
(Jn 16:7) "Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré."
Y junto al Espíritu Santo también nos da dones:
(Ef 4:7-8) "Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres."
Finalmente, el regreso de Cristo al cielo es una garantía de que él regresará nuevamente a esta tierra; esta vez con gran poder y gloria, acompañado de sus santos ángeles. Y que Cristo viene, es tan seguro como que regresó al cielo después de haber vencido la muerte.
4. Reflexión
Es interesante reflexionar bien en estas palabras, porque nos revelan que este mundo que conocemos y palpamos, no es el único que existe. Cristo vino de un mundo muy diferente del nuestro y regresó nuevamente a él. Y mientras estuvo aquí, uno de sus propósitos fue manifestarnos las maravillas de ese otro mundo.
Todo esto es muy importante para nuestra fe. Intentemos ilustrarlo con una historia del Antiguo Testamento. Cuando Moisés fue enviado por Dios a Faraón para que éste dejara ir a su pueblo Israel fuera de Egipto, Faraón se rió de Moisés y despreció todo lo que le dijo como si fueran leyendas insignificantes. En definitiva, él no reconocía que existiera un Dios sobrenatural en el cielo, tampoco creía en sus palabras, y por supuesto, no estaba dispuesto a aceptar que Israel tuviera un futuro fuera de Egipto. Además, los oficiales de los campos de trabajos forzados en que los israelitas pasaban sus días, se encargarían de convencerles de que esa era la única vida que había para ellos.
La labor que Moisés tenía por delante era increíblemente grande. No hay duda de que si Dios quería liberar a los israelitas, primero tendría que acabar con Faraón, aquel dictador que impedía su salida. Pero no sólo eso, también tendría que convencer a los israelitas de que Moisés había sido enviado por Dios, y que la Tierra Prometida, de la que él les hablaba, era una realidad más allá de Egipto, y que Moisés los llevaría hasta ella.
Esta historia de la antigüedad ilustra bien lo que Cristo quería decirles a sus discípulos en esta ocasión. Él mismo había venido de Dios en un sentido infinitamente más glorioso del que lo pudo ser Moisés o cualquier otro profeta. Y Cristo también se enfrentó y venció a alguien mucho más poderoso que Faraón, al "príncipe de este mundo", es decir, el mismo Satanás. Además de esto, habló a la humanidad de un mundo infinitamente más glorioso que este en el que ahora vivimos, y dijo que él había venido a liberar a todo aquel que desee ser llevado por él allí.

"Ahora hablas claramente"

(Jn 16:29-30) "Le dijeron sus discípulos: He aquí ahora hablas claramente, y ninguna alegoría dices. Ahora entendemos que sabes todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios."
Sin duda, el versículo 28 es uno de los pasajes más claros de las Escrituras en donde el origen y el destino de Cristo se expresan de forma completamente abierta. Así lo consideraron los discípulos, a quienes les pareció que el Señor ya no hablaba con "ninguna alegoría".
Aun así, por la respuesta que a continuación les dio el Señor, parece evidente que no habían captado toda la plenitud de lo que acababa de decir. Contrariamente a lo que ellos pensaron, sus dificultades para entender la Obra de Cristo todavía no habían terminado.
Podríamos decir que habían entendido la primera parte de lo que les había explicado, "Salí del Padre"; de hecho, esto es lo que ellos afirman ahora: "creemos que has salido de Dios". Todo lo que habían visto y oído de él les había persuadido de su naturaleza superior. Por lo tanto, esta era una forma de confesar que creían que él era el Mesías prometido.
Pero no hay pruebas de que hubieran llegado a entender también la necesidad de su muerte y posterior resurrección. Quizá por esto mismo no dicen que entendieron completamente todas las palabras de Jesús, sino que habían llegado a entender que él "sabe todas las cosas".

"¿Ahora creéis?"

(Jn 16:31) "Jesús les respondió: ¿Ahora creéis?"
La respuesta de Jesús a la confesión que los discípulos acababan de hacer estuvo lejos de ser entusiasta. ¿A qué se debía su escepticismo? Por supuesto, el Señor no dudaba de su sinceridad, y estaba contento de la comprensión a la que los discípulos habían llegado, pero también quería poner en evidencia lo que todavía les faltaba. Su fe aún tenía importantes limitaciones; era una fe deficiente e inmadura, que difícilmente lograría soportar las duras pruebas que estaban a punto de enfrentar. Y como toda fe auténtica, la de los apóstoles tendría que ser probada, así como ocurrirá también con nosotros. Sólo cuando la fe ha sido probada y refinada llega a ser una fe madura (1 P 1:6-7).
Al comienzo del evangelio, cuando Nicodemo fue a verle, él hizo una confesión muy parecida a la que ahora hicieron los discípulos: "Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él" (Jn 3:2). No hay duda de que era importante reconocer a Jesús como Maestro, tal como lo hizo Nicodemo, o como Mesías, tal como lo hicieron los apóstoles, pero toda fe verdadera y completa tiene por objeto a Jesús en la cruz (Jn 3:14-15).
Así que el Señor hizo una pregunta muy importante: "¿Ahora creéis?". Esta es la pregunta que todos nosotros debemos enfrentar. ¿Realmente creemos todo lo que Jesús dijo? ¿Nuestra relación con Dios comienza en la cruz de Cristo?

La hora de la prueba viene

(Jn 16:32) "He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo."
Ellos necesitaban una fe completa para poder enfrentar los acontecimientos de las próximas horas. Su fe iba a ser severamente probada y bajo esa prueba sería sacudida hasta sus mismos cimientos. Entonces descubrirían que aunque su fe era genuina, no era tan fuerte como ellos suponían. Y esto era lo que parece que Jesús está cuestionando: la excesiva confianza que tenían en sí mismos. Por eso las palabras de Jesús suenan como una advertencia destinada a provocar en los discípulos la desconfianza en sí mismos, a fin de estimular en ellos la vigilancia y la oración, y prevenir así un caída dolorosa.
Esto nos recuerda que no debemos tomar a la ligera el desafío de creer en Jesús en este mundo hostil. Estamos inmersos en una verdadera batalla espiritual, y esto nos debe llevar a buscar fervientemente ser librados de la tentación. Para ello debemos permanecer constantes en su Palabra, orando y adorando a nuestro Dios en estrecha comunión con otros creyentes con los que podamos animarnos a caminar en la luz por medio de la fe.
Notemos también que el Señor vuelve a hacer referencia a la "hora" en la que él iba a ir a la cruz: "He aquí la hora viene, y ha venido ya". La "hora" había llegado para él, pero también para los discípulos: "Seréis esparcidos cada uno por su lado".
Una vez que el pastor les fuera quitado (Mt 26:31), cada uno sería dispersado por su lado. Y ese sería el momento cuando la deficiencia de la fe de los discípulos se vería en su abandono del Señor. Pedro, seguido por los demás discípulos, había dicho en un momento de emoción que nunca lo negaría (Jn 13:37-38) (Mt 26:34-35), pero cuando llegó el momento de la prueba, hizo todo lo contrario.
No hay duda de que la Iglesia depende en última instancia de lo que Dios ha hecho en Cristo, y no de la valentía o determinación de sus primeros miembros. Debemos tener cuidado de no idolatrar a las personas, porque en ese caso, estaremos condenados a llevarnos una desilusión. Debemos aprender a seguir al Señor y no a los hombres. Notemos que mientras los discípulos se fueron cada uno por su camino, sólo Cristo se mantuvo firme a su llamado.
¿Dónde encontró Cristo las fuerzas necesarias para mantenerse firme? Él mismo nos lo revela: "no estoy solo, porque el Padre está conmigo". Y aquí se encuentra también el verdadero sostén de cada creyente. Podemos ser completamente abandonados por todos los hombres, pero el Padre nunca nos abandonará. Si por causa de nuestra obediencia a la fe quedamos expuestos al aislamiento, debemos recordar que no estamos solos: Dios está con nosotros. Nunca debemos olvidar que él siempre está cerca de nosotros, incluso en los momentos más oscuros. Esta convicción de la presencia de Dios en nuestras vidas es el más grande de los consuelos frente a las pruebas.
Y dicho sea de paso, cuando él dice que no está solo, es porque el Padre es una persona diferente a él, de otro modo no podría hablar así.
Ahora bien, esta afirmación de Jesús parece oponerse a las palabras que él mismo iba a decir pocas horas después en la cruz: "Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mr 15:34). Es verdad que Dios estuvo con Jesús a través de todos sus sufrimientos: la traición de Judas, los juicios de los judíos y romanos, la crucifixión? Sólo cuando cargó sobre sí con los pecados del mundo, fue cuando el Padre lo abandonó. Sin duda, esto fue lo más duro de la cruz. No debemos olvidar que él fue abandonado por Dios para que nosotros fuéramos recibidos.

"Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz"

(Jn 16:33) "Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo."
Llegamos a las últimas palabras de Jesús a sus discípulos antes de morir en la cruz. Nos encontramos, por lo tanto, ante su despedida.
Ahora bien, tal vez esperaríamos que sus palabras pudieran revelar algún tipo de frustración. Al fin y al cabo, acababa de hablar de la deserción de todos sus discípulos, y sabía que inmediatamente después vendría su muerte en la cruz, cuando aquellos a los que había venido a salvar gritarían a una contra él para que fuera muerto.
Pero Jesús mira más allá del momento presente hacia el final de su obra, cuando hubiera resucitado y ascendido al cielo, por eso puede terminar su discurso con una nota de ánimo triunfal.
¿Cuál era el propósito de sus palabras? "Para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confía, yo he vencido al mundo". Como vemos, él deseaba transmitir consuelo y certeza a sus discípulos frente a los difíciles días que tenían por delante.
Una vez más les promete a los suyos la paz. Antes ya les había dicho algo similar: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" (Jn 14:27).
Ahora les dice que "en el mundo tendrían aflicción", pero "en él tendrían paz". Estas dos esferas de existencia están en completo desacuerdo. Debemos notar que Jesús habla al mismo tiempo de aflicciones y de paz. Y aunque muchos predicadores populares de nuestro tiempo aseguran que la "paz" de Jesús nos permite escapar de los sufrimientos de la vida, lo cierto es que no es así. La fe en Jesús no resuelve automáticamente todos nuestros problemas. Es falso decir que el creyente está exento de tragedias, conflictos, pobreza, luchas y desilusiones. De lo que el Señor está hablando es de la paz en medio de la tormenta. La Paz que él nos ofrece es un estado que toma en serio las incertidumbres y luchas de este mundo. Los cristianos todavía viven en este mundo, y forzosamente experimentan luchas y conflictos, pero al mismo tiempo, en Cristo, pueden disfrutar de su paz.
A lo largo de este capítulo ya les había anunciado que experimentarían la persecución de este mundo, pero esa no sería la única adversidad que tendrían que enfrentar. Con total honestidad y realismo les dice ahora: "En el mundo tendréis aflicción". El mundo es el gran adversario de la paz de Cristo, y por eso, toda relación con el mundo es difícil para el cristiano, que no es inmune a las tormentas de la vida.
Notemos también que disfrutar de la paz de Cristo no es algo automático; debemos "estar en él". En primer lugar esto tiene que ver con el hecho de ser cristianos, porque cuando nos convertimos, Dios nos coloca en Cristo, de tal manera que podemos decir que hemos muerto y resucitado con él, y que ya estamos sentados juntamente con él en los lugares celestiales (Ef 2:6). No obstante, hay otro sentido que no debemos ignorar. A lo largo del evangelio el Señor no sólo les ha estado exhortando a "creer en él", sino también a "permanecer en él". Con esto hacía referencia a la dependencia consciente que cada creyente debe tener de él como requisito previo para la alegría y fecundidad en la vida cristiana. Esto es lo que produce la verdadera paz en los creyentes.
Esto se ve confirmado por lo que ahora añade: "Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz". ¿A qué "cosas" se refiere el Señor? Debemos suponer que tiene que ver especialmente con todas las doctrinas que les había presentado durante aquella noche.
Es curioso que en aquella hora tan oscura para Cristo, él les hablara de paz. Pero es que a pesar de que sabía exactamente todo lo que le iba a ocurrir, aun así seguía preocupado por la paz de sus discípulos, por eso se esfuerza en prepararlos para ese momento.

"Confiad, yo he vencido al mundo"

El pasaje finaliza con un grito de victoria: "Confiad, yo he vendido al mundo". Esto podría parecer algo irónico, porque en tan sólo unas horas él estaría en manos de los líderes judíos y romanos que le condenarían a la muerte, y él moriría solo en una vergonzosa cruz. ¿Cómo podía decir que había vencido al mundo?
Debemos recordar que era precisamente en eso en lo que consistía la misión que él había venido a realizar, y en este sentido, se puede decir con total seguridad que nada ni nadie lo habían logrado desviar de ella. Recordemos la respuesta que le dio a Satanás cuando fue tentado por él ofreciéndole un camino alternativo a la cruz:
(Mt 4:8-10) "Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás."
Cristo venció al mundo durante su vida, porque a pesar de todas las tentaciones y sufrimientos, él siguió adelante sin desviarse del camino que el Padre le había trazado. También venció al mundo en su muerte en la cruz, porque por ella pagó el precio del pecado y consiguió la liberación de aquellos que estaban controlados por el mundo. Y triunfo en su resurrección, ascendiendo al cielo para sentarse a la diestra de la Majestad en las alturas, desde donde ahora gobierna su iglesia, y desde donde un día volverá para establecer definitivamente su reino glorioso en este mundo.
Pero además de todo esto, al morir en la cruz cumplió con otro de los grandes propósitos de su venida: dar a conocer al Padre. En la cruz de Cristo se revela como en ninguna otra parte la belleza y grandeza de cómo es Dios.
Es verdad, la cruz iba a simbolizar para muchos la derrota total de Jesús. Para los judíos sería "tropezadero", y para los gentiles "locura", pero para los creyentes sería "poder de Dios y sabiduría de Dios" (1 Co 1:23-24). Por lo tanto, mientras Cristo decía estas palabras a sus discípulos, avanzaba hacia la cruz como un conquistador triunfante.
El mundo ha sido conquistado por Cristo, y esta victoria es ahora compartida con sus discípulos:
(Ap 3:21) "Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono."
(Ro 8:36-37) "Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó."
(1 Jn 5:4-5) "Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?"
El mundo es un enemigo vencido para el creyente. Ya no tiene nada que temer de él.
Ahora bien, debemos notar que la intención de Cristo no era darles un ejemplo de lucha victoriosa frente al mundo a fin de que ellos la imitaran. No, lo que les está diciendo es que el mundo ya ha sido vencido por él, y ellos pueden hacer suya esa victoria y disfrutar plenamente de ella. Si por el contrario les hubiera dicho: "sed valientes y cobrad ánimo; como yo he vencido al mundo, vosotros también lo podéis hacer", esto habría sido algo muy diferente que no nos aseguraría ninguna victoria. Es más, seguramente nos sentiríamos desanimados porque no somos capaces de llegar a ser como Cristo. Al final, el ejemplo de Cristo como hombre perfecto, no hace sino mostrar nuestra inferioridad y desanimarnos. Pero él ha hecho algo muy diferente: fue al campo de batalla, aplastó al enemigo y ganó la victoria para nosotros. Ahora lo que nos dice es que permanezcamos en él y la victoria será nuestra también.
Aquí se encuentra la gran diferencia entre el cristianismo y cualquier religión. Mientras que los religiosos plantean un ideal moral que los demás deben alcanzar, sin ofrecer ningún medio para conseguirlo, lo que hace Cristo es ofrecernos su victoria para que podamos vivir como él vivió.
Así termina el Señor su ministerio de enseñanza con sus discípulos antes de ir a la cruz. Lo siguiente que hará será orar por ellos y comenzar su labor de intercesión ante el Padre, sabiendo que solo Él podría proteger a los discípulos en las horas siguientes.

Comentarios

Venezuela
  Moraima Licon  (Venezuela)  (03/09/2024)

Bendiciones! muy útil sus estudios, me han servido para mis inicios en este mundo cristiano, me son de refuerzo en la búsqueda del rostro de Jesús. He puesto la mirada en El.

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