Estudio bíblico: Jesús ora por sus discípulos - Juan 17:1
Jesús ora por sus discípulos (Juan 17:1)
Introducción
Una vez que el Señor terminó su enseñanza a los discípulos se dispuso a orar por ellos. Esta oración, la más larga registrada del Señor durante su ministerio terrenal, la encontramos en el capítulo 17 de Juan.
Desde hace siglos esta oración se conoce como la oración sumo sacerdotal de Jesús, y la verdad es que guarda ciertas similitudes con la oración que los sumos sacerdotes de Israel hacían cuando entraban en el lugar Santísimo en el día de las expiaciones: Primero oraban por sí mismos y luego por el pueblo, mientras rociaban la sangre de las víctimas sobre el propiciatorio encima del arca. Y del mismo modo, el Señor oraba aquí por sí mismo y por sus discípulos mientras se disponía a presentar su propio sacrificio en la cruz.
En todo caso, esta oración marcó el final de una etapa y el comienzo de otra, porque no debemos olvidar que una vez que el Señor ofreció su vida en la cruz en sacrificio por nuestros pecados, resucitó y ascendió al cielo, desde donde ha seguido intercediendo por todos los creyentes como su Sumo Sacerdote (Ro 8:34) (He 7:25) (He 9:24).
Por lo tanto, esta oración sirvió como introducción al sacrificio que estaba a punto de ofrecer en esta tierra. Y esto es interesante, porque antes de cada etapa importante en su vida y ministerio, siempre encontramos a Jesús orando. Por ejemplo, mientras fue bautizado estaba orando (Lc 3:21), al comenzar su ministerio público, se nos dice que se levantaba muy de noche y buscaba lugares desiertos en los que orar (Mr 1:35). Antes de elegir a los doce apóstoles, "se fue a un monte a orar, y pasó toda la noche orando a Dios" (Lc 6:12). Mientras estaba ocupado en la oración, tuvo lugar la transfiguración (Lc 9:29). Y fue mientras oraba que expiró (Lc 23:46). Todo esto evidencia la gran importancia que para el Señor tenía la oración, pero también la importancia del momento en que ahora se encontraba.
En la mayoría de las ocasiones no se registra el contenido de esas oraciones, pero aquí el Espíritu Santo se ha complacido en mostrarnos detalladamente qué es lo que el Señor Jesucristo expresó en su oración al Padre. Así que, se nos permite escuchar las conversaciones que el Hijo tenía con su Padre antes de ir a la cruz. Por lo tanto, estamos entrando en un terreno santo, y como Dios le dijo a Moisés desde la zarza que ardía, nosotros también deberíamos quitar el calzado de nuestros pies, porque el lugar al que nos disponemos a entrar es en verdad muy santo (Ex 3:5).
Cuando escuchamos orar a una persona, aprendemos mucho de cómo es la relación y el concepto que tiene de Dios. Y esto es lo primero que observamos al leer esta oración de Jesús: la incomparable admiración y devoción que profesaba hacia su Padre celestial.
En cuanto al contenido de su oración encontramos varios puntos muy importantes:
En primer lugar, el Señor sabía que en muy pocas horas la culpabilidad de los pecados del mundo serían cargados sobre él (Is 53:4-5), por lo tanto, ora por él mismo y la obra que se disponía a realizar. Veremos que en esta parte su preocupación es glorificar a su Padre celestial con todo lo que iba a hacer. Esto se corresponde con los cinco primeros versículos. Aquí, ante su inminente partida, el Señor expresa gozo y satisfacción por lo que ya ve como una obra terminada, y anhela por volver con su Padre a la gloria eterna.
En segundo lugar, ora por aquellos discípulos que habían creído en él y que tendría que dejar solos por causa de la obra que estaba a punto de realizar. Su oración por ellos consiste en encomendarlos a los cuidados de su Padre celestial. Esta parte de la oración abarca los versículos 6 al 19.
Y en tercer lugar, ora también por aquellos que habrían de creer en él por medio de la palabra de los primeros discípulos. Esto se corresponde con los versículos 20 al 26.
En cuanto a las peticiones que Cristo hace por sus discípulos, y por las que nosotros también debemos seguir orando, encontramos las siguientes:
Que sean guardados del mal (Jn 17:11,15).
Que sean "perfectos en unidad" (Jn 17:11,21,22,23).
Que tengan el gozo de Cristo cumplido en ellos (Jn 17:13).
Que sean santificados por la Palabra (Jn 17:17).
Que por medio del testimonio de sus discípulos el mundo crea (Jn 17:21) y conozca (Jn 17:23) que Cristo es el enviado de Dios.
Que estén en el cielo juntamente con Cristo y puedan contemplar su gloria divina (Jn 17:24).
Como podemos comprobar, todas las peticiones hechas por Cristo a favor de su pueblo se refieren a cosas espirituales, a bendiciones celestiales. Aquí no encontramos nada de prosperidad económica, honra, prestigio o influencia en el mundo.
Y en cuanto al tono de la oración, aunque Jesús tiene sus ojos puestos en la cruz, no lo hace con una mirada de abatimiento, sino como aquel que ha vencido al mundo (Jn 16:33). De hecho, él estaba completamente seguro de que todas sus peticiones al Padre serían escuchadas. Por lo tanto, los creyentes debemos estudiar esta oración con certeza y seguridad, sabiendo que todo lo que Cristo pidió por nosotros va a ser contestado por su Padre, ya que no depende de nuestros méritos, sino de los suyos.
Comencemos con la primera parte de esta oración:
El Hijo ora por sí mismo e informa al Padre acerca de la realización de su misión (Jn 17:1-5)
En estos versículos vemos que aunque Jesús ora por sí mismo pidiendo ser glorificado, cuando lo analizamos un poco más profundamente, vemos que su verdadero anhelo era que el Padre fuera glorificado por medio de su muerte en la Cruz. En ningún momento vemos que él estuviera buscando su propio interés o beneficio. Esta es la clave en la relación entre el Padre y el Hijo; cada una de las Personas divinas está interesada únicamente en la glorificación de las otras. Como más adelante veremos, ese es el tipo de amor que también deberíamos practicar los discípulos de Jesús.
"Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo"
(Jn 17:1) "Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti"
1. "Levantando los ojos al cielo"
El Señor había concluido su enseñanza a sus discípulos y se disponía a orar por ellos. En esos momentos parece que el evangelista Juan estaba presente y le llamó la atención la forma en que comenzó su oración: "levantando lo ojos al cielo". Así era como lo había hecho en otras ocasiones (Jn 11:41), y como lo hacían también los santos del Antiguo Testamento: "A ti alcé mis ojos, a ti que habitas en los cielos" (Sal 123:1).
El Señor se sentía con plena libertad para acercarse a su Padre, no como el recaudador de impuestos al que atormentaban sus pecados (Lc 18:13). Y nosotros también somos invitados ahora a seguir el ejemplo de Cristo (He 4:16). ¡Qué hermoso privilegio! Si no tuviéramos esta opción, ¿a dónde más podríamos mirar en busca de auxilio? Cuando miramos a nuestro alrededor, terminamos diciendo lo mismo que el salmista:
(Sal 121:1-2) "Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra."
2. "Padre"
Otro detalle no menos importante es la forma en la que se dirigió a Dios: "Padre". A lo largo de todo su ministerio él había afirmado una intimidad singular con el Padre, y esto se reflejaba también en su forma de orar. En esta oración lo hace seis veces.
Nosotros nos hemos acostumbrado a escuchar a Jesús orar de esta forma, pero era algo completamente nuevo en su época. Ningún creyente se había dirigido a Dios en el Antiguo Testamento de esa manera. Los salmistas, que gozaban de mucha intimidad con el Señor, ninguno de ellos comenzaron sus oraciones así. De hecho, ellos no veían a Dios como su Padre personal. A veces hablaban de Dios como el Padre de la nación, pero nunca como el padre de cada uno de ellos. Pero esto cambió con la venida de Cristo, y si somos creyentes, tenemos el Espíritu de adopción, y como hijos podemos orar a Dios de esta misma forma (Ro 8:15).
3. "La hora ha llegado"
El Señor comienza su oración diciendo: "la hora ha llegado". Era el momento en que su obra iba a ser cumplida. Por esta obra debemos entender la consumación completa de su ministerio terrenal, que incluía su muerte, resurrección, ascensión y glorificación. Era el momento largamente anunciado en el Antiguo Testamento por medio de profecías, tipos y símbolos. Era la hora en que el Hijo vencería definitivamente al príncipe de este mundo, tal como se había anunciado a Eva en el principio de la revelación (Gn 3:14-15). Era la hora en que el Hijo de Dios sería hecho ofrenda por el pecado, soportaría la santa ira de un Dios que odia el pecado, pero de ese modo podría ofrecer a todos los hombres el perdón gratuito de sus pecados.
A lo largo del evangelio había hecho otras referencias a esa "hora", diciendo que todavía no había llegado (Jn 2:4) (Jn 7:6) (Jn 8:20). Ahora afirma lo contrario. Era cierto que sus enemigos habían intentado en numerosas ocasiones acabar con su vida, pero no habían de ser ellos quienes decidieran el momento en que habría de glorificar al Padre muriendo en la cruz, sino Dios. Todo esto demuestra que Cristo conocía el tiempo y el propósito de su ministerio, y que en ningún momento fue tomado por sorpresa bajo circunstancias fuera de su control.
No hay duda de que esta "hora" causaba un profundo dolor en el corazón de Cristo. Y nosotros sabemos que es precisamente la forma en la que reaccionamos frente a las crisis lo que revela cómo somos en realidad. ¿Qué hacemos cuando vienen las dificultades? ¿Cómo reaccionamos? ¿En dónde buscamos alivio? Aquí tenemos la oportunidad de ver lo que hizo Cristo: él oró a su Padre aceptando plenamente su voluntad y buscando cumplirla íntegramente a fin de que fuera glorificado.
4. "Glorifica a tu Hijo"
Debemos notar con atención que en el pensamiento del Señor, el sufrimiento y la gloria iban juntos, y que él aceptaba plenamente los dos. Esto es lo que está implicado cuando a continuación dice: "glorifica a tu Hijo". Con esto él estaba pensando en su resurrección y glorificación, pero también era una forma de decir que aceptaba plenamente su muerte en la cruz.
Tomado fuera de su contexto, podría dar la idea de que Jesús era movido por un deseo vanidoso centrado en su propio engrandecimiento. Pero sería injusto pensar esto, porque no había absolutamente nada de egoísmo en su oración o en sus motivaciones. No olvidemos que ser glorificado implicaba pasar por la cruz, lo que le supondría entregar su vida en medio de un dolor y vergüenza inimaginables. Y por otro lado, añade inmediatamente: "para que también tu Hijo te glorifique a ti".
El Señor siempre fue coherente. Por ejemplo, él reprendió a los religiosos de su tiempo porque constantemente estaban buscando ser honrados y alabados por los otros hombres, en lugar de buscar la gloria que viene de Dios (Jn 5:44) (Jn 12:43). Pero aquí vemos que lo único que el Hijo valoraba era la gloria que viene de Dios, y por esa razón ora al Padre para que lo glorifique.
Ahora bien, podemos entender esta glorificación de dos maneras.
En primer lugar, estaría pidiendo al Padre que lo resucitara de los muertos y lo glorificara junto a él en el cielo una vez terminada la obra de la Cruz, exaltándole sobre todo nombre que se nombra (Fil 2:8-11). Desde este punto de vista, no hay duda de que el Hijo estaba plenamente seguro de la aprobación del Padre y que en consecuencia le glorificaría levantándole de los muertos. Al fin y al cabo, esto era lo que una y otra vez se había anunciado a lo largo de las páginas del Antiguo Testamento: (Sal 2:7-9) (Sal 110:1-7) (Sal 118:22-23).
Lo anterior parece ser el sentido más lógico en este contexto, pero puede haber todavía una segunda posibilidad. Desde una perspectiva humana, morir en una cruz era una vergüenza (1 Co 1:23), pero para Cristo era algo glorioso. El apóstol Pablo lo entendió así, y dijo: "lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6:14). Y esto es así, porque aunque todas las obras que Cristo había hecho durante su ministerio terrenal le dieron gloria, ninguna de ellas puede igualar a la que realizó en la cruz. No hay ningún otro lugar donde su compasión, amor, paciencia, poder, santidad, justicia, fidelidad? se puedan apreciar tan claramente como en la cruz. Es allí donde se cumple plenamente lo que Juan había dicho en su prólogo: "vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1:14). Y esta gloria se seguirá recordando por toda la eternidad, puesto que en medio del trono hay un "cordero como inmolado" (Ap 5:6), que nos recordará eternamente su crucifixión.
Habiendo dicho todo esto, todavía nos queda un asunto importante por abordar. Uno de los temas principales del evangelio de Juan tiene que ver con la "gloria" del Padre y del Hijo. Este sustantivo, o el verbo "glorificar", aparecen en este evangelio en una proporción mucho mayor que en el resto del Nuevo Testamento. Ahora bien, como estamos considerando, la gloria de Dios tiene que ver con la manifestación de sus atributos divinos. Sin embargo, lo que Cristo está pidiendo en este versículo es ser glorificado, lo que podría llevar a algunos a pensar que por algún tiempo él no poseía esta gloria divina, o incluso que nunca la había poseído. Este segundo punto queda completamente excluido, porque en el versículo 5 aclara: "Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese". Sin embargo, aunque el Hijo pide volver a ser glorificado en el cielo, esto no quiere decir que no hubiera tenido su gloria mientras estuvo en este mundo. Por ejemplo, después de realizar el milagro de convertir el agua en vino en las bodas de Caná de Galilea, el evangelista concluye: "Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él" (Jn 2:11). Pero, entonces, ¿por qué pide ahora ser glorificado por el Padre?
Para contestar adecuadamente esta cuestión debemos entender previamente cómo se usaba el término "gloria" tanto en la literatura griega de aquella época como en la hebrea. En un principio, en la literatura griega, el término "doxa" hacía referencia a la opinión que se tenía sobre alguna cosa o persona (de ahí nuestras palabras "heterodoxo" y "ortodoxo"). Más tarde se usó también para expresar una buena opinión o alabanza sobre alguien (de ahí nuestra palabra "doxología" en referencia a Dios). Cuando el salmista dice que "Jehová de los ejércitos, él es el Rey de la gloria" (Sal 24:10), es evidente que su gloria estaba ligada a sus atributos, a su valor intrínseco, a su carácter. Desde este punto de vista, todo lo que se puede conocer de Dios es expresión de su gloria, así que Cristo afirma: "Yo te he glorificado en la tierra" (Jn 17:4), dando a entender que por su ministerio había revelado las características esenciales del Padre. Desde este punto de vista, Cristo retuvo su gloria durante todo el tiempo que duró su ministerio terrenal. Entonces, ¿por qué pide ser glorificado con aquella gloria que tuvo con el Padre antes que el mundo fuese?
Para entender esto debemos pensar la forma en que muchas veces se usaba el término "gloria" en el pensamiento hebreo. Para ellos, cualquier manifestación externa de la presencia de Dios implicaba una exhibición de luz o resplandor a la que ningún hombre podría acercarse. Esto es lo que expresaba el salmista cuando dijo: "Jehová Dios mío, mucho te has engrandecido; te has vestido de gloria y de magnificencia. El que se cubre de luz como de vestidura, que extiende los cielos como una cortina" (Sal 104:1-2). En otras ocasiones, la luz se asoció con la nube de gloria que cubría el tabernáculo durante los años de peregrinaje por el desierto (Ex 40:34-35), y que más tarde llenó el templo que Salomón construyó en Jerusalén (1 R 8:10-11).
Por lo tanto, habiendo considerado los dos sentidos en que el término "gloria" era usado, podemos entender a qué se refería el Señor en estos versículos. La conclusión es que antes de su encarnación él poseía la plenitud de la gloria exterior y visible, y también los atributos y el carácter de Dios en el sentido interno. Durante su encarnación, el Señor dejó a un lado su gloria externa y visible, conservando en todo momento su gloria interna, de hecho, se la reveló a sus discípulos. Todo esto tuvo que ser así porque si hubiera manifestado su gloria externa en toda su plenitud, ninguno de los hombres habría podido sobrevivir en su presencia. A esto se refería Dios cuando Moisés le pidió ver su gloria:
(Ex 33:18-23) "El entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado."
Si leemos el capítulo siguiente, notaremos que Dios le mostró a Moisés su gloria interior, es decir, sus atributos divinos:
(Ex 34:6-7) "Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación."
Por lo tanto, lo que Cristo está pidiendo aquí era ser exaltado al cielo y retomar la gloria exterior que él había disfrutado eternamente. Como sabemos, Dios le concedió esa petición, y Esteban, antes de morir martirizado, pudo contemplarlo de ese modo (Hch 7:55-56). También Juan tuvo diferentes visiones de Cristo glorificado que describe a lo largo del libro de Apocalipsis con las limitaciones propias del lenguaje humano.
Finalmente, al terminar su oración, Cristo pedirá al Padre que todos los que han creído en él le acompañen en el cielo y puedan ver esa gloria que había permanecido oculta a sus ojos durante su ministerio terrenal (Jn 17:24).
5. "Para que también tu Hijo te glorifique a ti"
Cristo pedía ser glorificado a fin de que los gloriosos atributos de Dios fueran exhibidos y magnificados. Es decir, oraba por su propia glorificación con la intención de que ello redundara en la gloria del Padre. Por lo tanto, se hace evidente que no buscaba su propia honra. Esta es una hermosa lección que todos debemos aprender. ¿Cuál debe ser el objetivo primordial de nuestras oraciones? La gloria de Dios. Debemos buscar la gloria de Dios en todas nuestras acciones, tal como hizo el Señor Jesucristo. Recordemos la exhortación del apóstol Pedro:
(1 P 4:11) "Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén."
Vemos que la petición del Hijo iba a redundar en la glorificación del Padre. Por lo tanto, él no estaba pidiendo algo para sí mismo. Tenemos otro ejemplo muy hermoso de este mismo comportamiento que nos puede servir de ejemplo en el Antiguo Testamento. Cuando Ana, la mujer de Elcana, se sentía triste porque no podía tener hijos, oró a Dios pidiéndole uno, pero inmediatamente se lo ofreció a Dios. Dios contestó su oración y le dio a Samuel, y como sabemos, ella se lo ofreció al Señor para que le sirviera toda su vida (1 S 1:28). No lo olvidemos, finalmente sólo recibiremos aquellas peticiones que sirvan para glorificar al Padre.
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