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Estudio bíblico de Romanos 8:1-6

Romanos 8:1-6

Hemos llegado ahora al final del tema de la santificación. En este capítulo tenemos los temas de la santificación, la seguridad, y la no separación de Dios. Apreciaremos aquí la santificación poderosa en contraste con la santificación sin poder. Y en este capítulo 8, veremos la nueva provisión de Dios para nuestra santificación.

Tenemos aquí lo que podemos denominar como la cumbre de esta epístola a los Romanos. El comentarista Spencer hizo el siguiente comentario: "Si la Biblia fuera una anillo, y la Epístola a los Romanos una piedra preciosa; el capítulo 8 sería el punto resplandeciente de la joya". Ahora, Godet llamó a este pasaje: "Ese capítulo incomparable". Alguien agregó: "Entramos en este capítulo sin ninguna condenación y lo cerramos sin separación. Y en el punto medio vemos que todas las cosas les ayudan a bien a los que aman a Dios". Estimado oyente, quisiéramos agregar esto. ¿Cómo podríamos tener algo mejor? Encontramos aquí que se le dará al hijo de Dios gozo y paz en esta vida. El hijo de Dios debe vivir para Dios. El pecado no debe regir el programa de su vida. Ya se le ha demostrado que no hay nada en el pecador justificado, que pueda llegar a producir esta situación ideal. Se demostró en el capítulo 7 que la nueva naturaleza no tenía ningún poder, ni la vieja naturaleza nada de bueno. ¿Cómo puede entonces el hijo de Dios vivir para Dios? Y el apóstol Pablo tuvo que pedir ayuda de fuera. Pablo dijo en el versículo 24 del capítulo 7: "¡Miserable de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" ¿Quién me va a capacitar de manera que pueda vivir para Dios?

Y el apóstol Pablo dijo al concluir el capítulo 7: "Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. En conclusión, entiendo que debo someterme a la ley de Dios, pero en lo débil de mi condición humana estoy sometido a la ley del pecado".

Ahora, el capítulo 8 nos presenta los medios por los cuales se nos asegura la victoria. Éste es un gran capítulo el que comenzamos hoy, estimado oyente. En los primeros tres capítulos de la carta a los Romanos, hemos visto a Dios el Padre en la creación. Luego, desde el capitulo 3, versículo 21, hasta el capítulo 7, vimos a Dios el Hijo en salvación.

En este capítulo 8, vemos a Dios, el Espíritu Santo en la santificación. El Espíritu Santo no ha sido mencionado mucho hasta ahora. Sólo hemos visto dos referencias casuales. Pero ahora en este capítulo se le menciona diecinueve veces.

Aparentemente hemos llegado a un pasaje que es de suma importancia. Quiere decir, estimado oyente, que si usted y yo queremos hacer en esta vida algo que sea del agrado de Dios, debemos llevarlo a cabo en el poder del Espíritu Santo. Como dijo el apóstol Pablo en su carta a los Efesios, capítulo 5, versículo 18: "No os embriaguéis con vino, pues eso lleva el desenfreno; antes bien sed llenos del Espíritu". La santificación es la obra del Espíritu Santo en la vida regenerada del creyente, liberándolo del poder del pecado, incluso ante la misma presencia del pecado, y obrando la voluntad de Dios en la vida del creyente.

Los primeros versículos de este capítulo 8 de la epístola a los Romanos han sido llamados por Godet: "La victoria del Espíritu Santo sobre el pecado y la muerte". Leamos pues el primer versículo:

"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la débil naturaleza humana, sino conforme al Espíritu".

Estas últimas palabras: "los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu", no pertenecen a este primer versículo, sino que son parte del versículo cuatro, donde también podemos leerlas. Aparentemente fueron agregadas por algún escriba al copiar las Escrituras. Se nos dice entonces, que no tenemos "ninguna condenación". O sea, que resulta alentador que, a pesar del tremendo fracaso de Pablo en el capítulo 7, él no perdió su salvación y por eso dijo: "Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús". Sin embargo, él no estaba disfrutando de la vida cristiana. Pablo mismo era un fracaso. Y se sentía como un hombre miserable. Pero Dios quería que él disfrutara de alegría en su vida. Ahora, ¿Cómo iba él a lograr eso? La respuesta la encontramos aquí en el versículo 2, que dice:

"Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte".

Aquí tenemos una declaración muy valiosa. En ella notamos una palabra que se repite quince veces en el capítulo, esa palabra es "porque". Es el cemento, por así decirlo, que une todo este pasaje. Y es una palabra que requiere un verdadero esfuerzo mental. Necesitamos seguir la lógica del apóstol Pablo. Uno de los grandes expositores de la carta a los Romanos dijo que si usted no encuentra lógico a Pablo, entonces, no está siguiendo su razonamiento; "la ley del Espíritu" que se menciona aquí, no sólo quiere decir el principio de una ley, sino también la autoridad que ejerce el Espíritu. El "Espíritu de vida" quiere decir que el Espíritu Santo trae vida porque esencialmente es vida. Él es el "Espíritu de vida". Y la expresión "en Cristo Jesús" da a entender que el Espíritu Santo está completamente unido a Cristo Jesús, porque el creyente comparte la vida de Cristo. Él libera al creyente.

"La ley del pecado y de la muerte" se refiere a la antigua autoridad que el pecado tenía sobre nuestra antigua naturaleza, culminando en una separación del compañerismo o la comunión con Dios. La nueva naturaleza no podía romper esas cadenas o trabas. Sólo la llegada de una nueva autoridad o poder sería capaz de lograrlo, es decir, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo obra sobre la nueva naturaleza que ahora está vitalmente unida a la vida de Cristo. El hombre del capítulo 7, que estaba unido al cuerpo de muerte, está ahora unido también al Cristo viviente. Veamos ahora lo que dicen los versículos 3 y 4:

"Lo que era imposible para la Ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu".

Otra versión los traduce así: "Porque Dios ha hecho lo que no pudo hacer la ley de Moisés, que era incapaz de hacerlo a causa de la debilidad humana: Dios envió a su Hijo, en la misma débil condición del hombre pecador y como sacrificio por el pecado, para de este modo condenar al pecado en la propia debilidad de nuestra condición. Y lo hizo para que podamos cumplir lo que la ley exige, pues ya no vivimos conforme a la naturaleza del hombre pecador sino conforme al Espíritu". Era imposible para la ley, reproducir justicia en el hombre. Ahora, eso no era un fallo de la ley. La culpa la tenía el hombre y el pecado que habitaba en su débil condición humana. La ley era completamente incapaz de producir algo bueno en el hombre. Por eso el apóstol Pablo pudo decir en el versículo 18 del capítulo 7 de esta epístola a los Romanos: "Y yo sé que en mí, esto es, en mi débil condición humana, no mora el bien;" Y eso es lo que la Escritura, la Biblia está diciendo, estimado oyente. Y eso es verdad. No hay ninguna duda que dice la verdad en cuanto a usted y en cuanto a mí también. Y esto es porque el hombre está totalmente afectado por el pecado. Esto no se refiere a alguna persona que vive cerca de su casa o a algún vecino. Tampoco se refiere a alguien que está viviendo abiertamente en pecado. Quiere decir que usted y yo somos así. Ahora, el Espíritu Santo puede hacer lo imposible; el Espíritu Santo puede producir una vida santa en esta naturaleza humana débil y pecaminosa. Para aclarar un poco esto, quisiéramos usar una ilustración de la vida diaria. Se trata de un ama de casa. Esta señora trae del mercado un trozo de carne para asar en el horno. Lo pone en el horno, porque lo necesita para la comida del mediodía. En eso, suena el teléfono. Ella va a contestarlo y la conversación se prolonga demasiado. Habla por mucho tiempo. Pasan los minutos, una hora. Al fin nuestra ama de casa recuerda el asado, se despide de su amiga y va a verificar el estado de la carne. Hay humo y la carne, prácticamente, se ha quemado. Abre la puerta del horno y tomando un tenedor trata de levantar la carne; pero no lo puede hacer. Desesperada ahora, deja el tenedor a un lado y coge una espátula. Pone la espátula bajo la carne y entonces la puede levantar y sacar del horno. El tenedor no lo podía hacer porque la carne estaba demasiado cocinada, estaba demasiado débil para poder ser levantada por ese instrumento. Sin embargo, la espátula sí pudo hacer el trabajo. No había nada de malo en el tenedor; era bueno, pero el problema estaba en la carne, que por haber sido demasiado cocinada había perdido su consistencia. Es por eso que ella tuvo que usar un nuevo instrumento, es decir, una espátula.

Podemos decir ahora, estimado oyente, que la ley puede compararse a ese tenedor. No podía cumplir su función porque la carne era débil. No nos podía levantar. Pero entonces, algo nuevo se presentó. Un nuevo instrumento, por así decirlo. Y es el Espíritu Santo. Y lo que la ley no podía hacer lo hizo el Espíritu Santo.

Por ello, estimado oyente, usted y yo podemos vivir la vida cristiana basándonos en este nuevo principio. No es el principio de tratar de ayudarnos a nosotros mismos, porque eso nunca dará resultado. Y todas esas resoluciones que hacemos cuando decimos que "vamos a hacer las cosas mejor", nunca dan el resultado esperado. Todos hemos dicho eso alguna vez, pero, ¿en realidad ha dado buen resultado? Siempre volvemos a hacer lo mismo. Dios puede hacer esto que es nuevo y aparentemente imposible, al enviar a Su propio Hijo en la misma condición del hombre pecador. Cristo tuvo la misma naturaleza nuestra, pero sin pecado.

Veamos ahora lo que dice la Palabra de Dios. En la carta a los Hebreos, capítulo 2, versículos 14, 16 y 17, leemos: "Así como los hijos de una familia son de una misma carne y sangre, así también Jesús fue de carne y sangre humanas para derrotar con su propia muerte al que tenía poder para matar, es decir, al diablo. Pues ciertamente no vino para ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham. Por eso tenía que ser hecho igual en todo a sus hermanos, para llegar a ser delante de Dios un sacerdote fiel y compasivo, y para obtener el perdón de los pecados de los hombres por medio del sacrificio".

También leemos en la misma carta a los Hebreos, capítulo 7, versículo 26, estas palabras: "Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos".

Ésta es la forma que Dios utilizó para llegar a las raíces del pecado en nuestros cuerpos, mentes y espíritus. Él podía venir y ajusticiar la carne pecaminosa en la cruz para que ésta no tuviera ningún derecho sobre los seres humanos. Dios puede tratar así, directamente, al pecado. Cristo se identificó con nosotros, estimado oyente, ¿no le parece que esto muestra Su condescendencia? El pecado ha sido condenado en nuestros cuerpos. No ha sido retirado. Estos cuerpos tienen que ser redimidos, levantados como cuerpos espirituales (como dijo Pablo en 1 Corintios 15:44). Y hoy, el Espíritu Santo es el que libera el cuerpo del pecado.

Hay muchas personas que piensan de esta manera: que sería maravilloso, si el Señor viniera y nos llevara de este mundo controlado por el pecado. Y, por una parte me gustaría que sucediera ahora mismo. Pero, por otra parte, me gustaría decir que hay algo ¡más maravilloso todavía! Y eso es el que se le capacite a usted, estimado oyente, para vivir la vida cristiana en el lugar donde se encuentra ahora mismo, en un mundo controlado por el pecado. Según Juan 17:15, nuestro Señor dijo, hablando de los suyos: "No ruego que los quites del mundo sino que los guardes del mal". Y eso es lo que Dios quiere hacer.

Y ahora dice: "para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros". Esto fue expresado en voz pasiva para indicar que el Espíritu Santo produce una vida de obediencia que la ley demandaba, pero no podía lograr. El Espíritu Santo provee el poder, pero la decisión es nuestra.

El próximo versículo nos introduce a un nuevo enfrentamiento. No es de nosotros el entablar una lucha. Ahora se trata del Espíritu Santo contra la naturaleza humana. Escuchemos lo que dijo el escritor aquí en el versículo 5:

"Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu".

Al creyente se le ha dado una nueva naturaleza. Él puede entregarse a esa nueva naturaleza y ése es un acto de la voluntad. Y ésa es la nueva lucha que se nos presenta. La expresión bíblica "la carne" describe al hombre natural. El Señor Jesucristo, en el evangelio según San Juan, capítulo 3, versículo 6, dijo que: "Lo que es nacido de la carne, carne es". Siempre será carne. Dios no tiene un plan para cambiar esa débil naturaleza humana. Pero Él brinda algo nuevo. Y la parte final de ese versículo 6, en el evangelio según San Juan, capítulo 3, dice: "Y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". Eso es algo diferente.

Tenemos ante nosotros ahora, una nueva lucha. Ya no es la nueva naturaleza del creyente tratando de vencer al pecado en el cuerpo, sino que es el Espíritu Santo luchando contra la vieja naturaleza.

Pues, bien, el creyente tiene a su lado al Espíritu Santo para que éste le defienda de la carne. Yo no puedo vencer la carne. Aprendí eso hace mucho tiempo. Así que debo confiar en alguien que sí puede hacerlo. Y ese alguien, estimado oyente, es el Espíritu Santo que reside dentro del creyente. Y Él quiere hacerlo y puede lograrlo.

La frase "los que son de la carne", es decir, los que viven conforme a la débil condición humana, describe al ser humano natural. En el segundo capítulo de su carta a los Efesios, versículos 1 al 3, Pablo dijo: "Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los que desobedecen a Dios. De esa manera vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, siguiendo nuestros propios deseos y satisfaciendo los caprichos de nuestra naturaleza pecadora y de nuestros pensamientos. A causa de esa naturaleza merecíamos el terrible castigo de Dios, igual que los demás". Ésa era nuestra condición hasta que fuimos salvados.

Y la carne incluye también la mente. En su carta a los Colosenses, capítulo 1, versículo 21, Pablo dijo: "Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos por vuestros pensamientos y por vuestras malas obras, ahora Cristo os ha reconciliado". Esto incluye toda la personalidad que está completamente alejada de Dios. Y en su primera carta a los Corintios, capítulo 2, versículo 14, nos dijo: "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente".

Esta clase de gente busca, lucha, y hasta ha puesto sus corazones en las cosas de la carne. Y ésa es su manera de vivir, y las obras de la débil condición humana son manifiestas. Usted lo puede leer por sí mismo en la carta a los Gálatas, capítulo 5, versículos 19 y 20. Y en Colosenses 3:8 se habla de: "ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca". Eso es lo que el Señor Jesucristo dijo también en el capítulo 15 del evangelio según San Mateo, versículo 19; "Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias".

Aunque es humillante, debemos reconocer que el hijo de Dios retiene su naturaleza heredada del primer ser humano. El vivir dominado por la débil condición humana significa derrota y muerte. Ningún hijo de Dios puede tener una vida abundante en Cristo viviendo por las cosas de la carne, de su vieja naturaleza. El hijo pródigo, como vemos en la parábola relatada en Lucas 15, puede ir a parar a una pocilga, pero nunca será feliz si permanece allí. Tendrá el deseo de salir y de volver a su padre.

La otra clase de gente es la formada por aquellos que según el Espíritu, han nacido de nuevo, han sido regenerados, en ellos reside el Espíritu Santo de Dios, y aman las cosas de Dios. Y el apóstol Pablo dijo en su carta a los Colosenses, capítulo 3, versículo 1: "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios". Y el versículo 2 sigue diciendo: "Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra". Más adelante en este mismo capítulo 3 de la carta a los Colosenses, versículo 12, el apóstol continuó dando más instrucciones para el creyente y dijo: "Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. . ". Éstas son algunas de las cosas que podemos leer allí y ¡cuán maravillosas son! Éstas son las actitudes que anhela y busca el hijo de Dios. Pero, no las podemos lograr por medio de nuestro propio esfuerzo. Las logramos, solamente, cuando dejamos que el Espíritu de Dios obre en nuestras vidas. Veamos ahora lo que dijo Pablo aquí en el versículo 6 de este capítulo 8 de la epístola a los Romanos:

"El preocuparse de la carne, sólo de lo que es humano, lleva a la muerte, pero el preocuparse de las cosas del Espíritu lleva a la vida y la paz".

El pensamiento de la carne "lleva a la muerte". Y esto quiere decir simplemente que usted está separado de la comunión y del compañerismo con Dios. Y se refiere a la muerte aquí y ahora. El Espíritu, sin embargo, mora en el creyente y le trae vida y paz. Usted puede notar que aquí "muerte" significa estar separado de Dios y todo lo que ello implica.

Cuando nosotros pecamos, estimado oyente, debemos confesar nuestros pecados y ser restaurados a la comunión.

Ahora, la palabra "vida" aquí, habla de una satisfacción completa y del ejercicio total de las capacidades de una persona. ¡Ah!, si pudiéramos vivir esta "vida" en toda su plenitud. Muchos creen que están viviendo esa clase de vida pero, en realidad, están experimentando una sustitución de mala calidad de la vida que Dios quiere proveer.

Y la palabra "paz", quiere decir que usted puede disfrutar de tranquilidad y bienestar en lo que concierne al presente y al futuro. Estimado oyente, cuánto necesitamos nosotros entrar en esa zona donde podamos disfrutar de esa "paz".

Una cosa es segura. Si usted es un hijo de Dios y está viviendo controlado por su naturaleza humana, no está teniendo una relación de comunión o compañerismo con Dios. El Señor Jesucristo le dijo al apóstol Pedro cuando se encontraban en el aposento alto, allá en el capítulo 13, del evangelio según San Juan, versículo 8: "Si no te lavare, no tendrás parte conmigo". Dios no tendrá esa relación de compañerismo con usted, si está persistiendo en cometer un pecado. Claro que alguien preguntará: ¿y entonces, qué debo hacer? Pues lo que hizo el apóstol Pedro, que permitió que el Señor le lavara los pies. Usted y yo, en tal caso, necesitamos confesar nuestro pecado. En 1 Juan 1:9, dice: "Si confesamos nuestros pecados..". Y, ¿a quienes se refiere? Pues a nosotros, los cristianos. Y continuó diciendo que "Él es fiel y justo para perdonar", en base a la sangre de Cristo. Usted y yo, estimado oyente, tenemos que tener conciencia del carácter malvado de nuestra naturaleza, asumiendo nuestra condición real. De esa manera, podemos acercarnos a Dios para que nos limpie. De esa manera disfrutaremos de esa calidad de vida que Dios quiere que vivamos en toda su plenitud.

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