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Estudio bíblico: Cristo es el Sumo Sacerdote más excelente - Hebreos 5:1-6:20

Autor: Ernestro Trenchard
Reino Unido
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Cristo es el Sumo Sacerdote más excelente (He 5:1-6:20)

Cristo es el Sumo Sacerdote más excelente (He 5:1-10)

1. La función del sumo sacerdote (He 5:1-3)
Para la debida apreciación de la obra del antitipo, Cristo, es preciso comprender bien la función de Aarón como sumo sacerdote, meditando en las condiciones del servicio preliminar y simbólico para que resalte luego la preeminencia de Cristo. Para familiarizarse con los principios básicos del sacerdocio, el estudiante debiera leer los pasajes pertinentes en los libros del Exodo y de Levítico, notando las vestiduras de los sacerdotes en Exodo capítulos 28 y 39 y el significativo ritual de su consagración en Exodo 29 con Levítico 8 y 9. Los principales sacrificios que habían de ofrecer se detallan en Levítico 1 al 7, y de especial importancia a los efectos de la interpretación de esta epístola es el ritual del gran día de las expiaciones en Levítico 16.
En los versículos que estudiamos, el autor resume los conceptos que gobiernan la función sacerdotal, con referencia especial a la obra del sumo sacerdote, y cada frase merece detenida consideración.
1) El sumo sacerdote ha de tomarse de entre los hombres (He 5:1), ya que, por ser de carácter representativo su misión, su humanidad es un factor esencial.
2) La segunda frase (He 5:1): "Es constituido a favor de los hombres", subraya este elemento representativo. La necesidad de esta obra mediadora surge del estado pecaminoso de los hombres, que les incapacita para acercarse directamente a Dios.
3) Pero esta representación es "en lo que a Dios se refiere", o sea, que el sumo sacerdote, en lo esencial de sus funciones, no actuaba por el pueblo como legislador, o administrador, o como embajador ante los reyes de la tierra, sino frente a Dios. La expiación simbólica por los pecados que llevaba a cabo hacía posible que la presencia de Dios se manifestara en medio de un pueblo defectuoso y que los pecadores pudiesen acercarse a Dios.
4) En el cumplimiento de sus sagradas funciones el sumo sacerdote había de ofrecer tanto dones (ofrendas sin sangre) como sacrificios, cuya sangre se derramaba en expiación. Este aspecto de la función sacerdotal se ha de detallar mucho más ampliamente en el curso de esta epístola, pero podemos notar aquí que los "dones" no habrían podido ser aceptos aparte del "derramamiento de sangre" de los sacrificios.
5) Puesto que el sumo sacerdote ha de actuar a favor de los hombres, es preciso que sea "capaz de llevar con paciencia a los ignorantes y extraviados" (He 5:2). Su función no es la de un juez, sino la de un mediador, de modo que necesita compenetrarse íntima y profundamente con la condición de sus "representados", de la manera en que un buen abogado defensor procura comprender la mentalidad, temperamento y circunstancias de la persona que defiende.
6) Finalmente, ha de ser nombrado por Dios para su cargo (He 5:4), por la razón de que sólo a Dios compete establecer las condiciones por las cuales el hombre podrá acercarse a su presencia. No cabe aquí la iniciativa humana, de forma que, tanto en el régimen preparatorio como en el permanente, es Dios quien escoge y establece el instrumento para efectuar la obra mediadora. El tema del "nombramiento" continúa más abajo, pero es importante notar el principio en este resumen.
Para la debida comprensión de este capítulo, como también del argumento general de la epístola, debemos notar la aplicación de las condiciones antecedentes, primeramente al caso de Aarón, y después al del Cristo, fijándonos especialmente en la manera en que cada uno establece su contacto con Dios y los hombres.
El contacto de Aarón con los hombres era fácil y perfecto y no le costaba ningún esfuerzo especial, "puesto que él también estaba rodeado de flaqueza" (He 5:2). En su propia persona Aarón experimentaba todas las tentaciones comunes a la condición humana, y había sufrido las caídas consiguientes, algunas de ellas estrepitosas, sintiendo constantemente la presión de la carne y la intranquilidad de la conciencia. ¡Bien podía "llevar con paciencia a los ignorantes y extraviados"
En cambio, su contacto con Dios para el cumplimiento de su misión mediadora era dificilísimo, puesto que, en lo moral, nada había en común entre Aarón el pecador y el Dios tres veces santo a quien tenía que acercarse. A causa de sus propios pecados, pues, debía ofrecer sacrificios primero (He 5:3), y quedando así ceremonialmente limpio, podía actuar también a favor del pueblo. Si el estudiante ha repasado el capítulo 16 de Levítico, habrá visto un buen ejemplo de la declaración de nuestro pasaje, como, además, una ilustración de la dificultad de que un hombre ostentara la representación del pueblo ante Dios.
Moisés, en su relación especial con Dios como fundador del régimen, había tenido acceso frecuente al Lugar Santísimo (Ex 25:22) (Nm 12:7-8), pero la entrada de Aarón y sus sucesores se limitaba a una sola vez al año cuando hacían la expiación simbólica por los pecados de todo el pueblo (Lv 16:2,29-30) (He 9:7). Para esta entrada solemne tuvo primero que lavarse ceremonialmente, vestirse de lino blanco y ofrecer su propio becerro de expiaciones, esparciendo la sangre sobre y delante del propiciatorio que estaba encima del arca del pacto, el "trono" de Dios. "Cubierto" de esta manera pudo adentrarse la segunda vez como representante del pueblo para esparcir la sangre del macho cabrío de las expiaciones. Sin duda, temblaba al levantar el hermoso velo que hacía la separación entre el Lugar Santo y el Santísimo, sabiendo que solamente una provisión especial de la gracia de Dios podía permitir que un hombre pecador ministrara en la presencia inmediata de Dios sin que muriera.
Al pasar del tipo al antitipo las condiciones cambian por completo. Huelga decir que el contacto con Dios, tan difícil e incompleto en el caso de Aarón, formaba parte del ser del Hijo, quien, moral y espiritualmente, estaba siempre "en el seno del Padre" aun después de la encarnación, siendo una esencia y una voluntad con él dentro del misterio de la Trinidad (Jn 1:18) (Jn 3:13) (Jn 10:30) (Jn 17:21-22). En cambio, su contacto con los hombres y la comprensión de su condición eran dificilísimos, pues ¿cómo pudo un ser divino, sol de justicia y de santidad, comprender la condición de los hijos de Adán y simpatizar con ellos? Pero, según las condiciones esenciales del sacerdocio que hemos meditado, no sólo tenía que ser perfecto "en lo que a Dios se refiere", sino también ser "tomado de entre los hombres", actuar a favor de éstos y "llevar con paciencia a los ignorantes y los extraviados". Llevado por su gracia infinita, el Hijo se dignó "habilitarse" para cumplir también esta parte de la función sacerdotal, y tal preparación es el tema de (He 5:7-9), como también de los pasajes (He 2:9-18) y (He 7:25-28).
Según indicamos al comentar (He 2:10), la "consumación" o el "perfeccionamiento" del Hijo nada tiene que ver con su naturaleza esencial, que es perfectísima por ser quien es, sino con su misión como guía de su pueblo y el sumo sacerdote, unido a los suyos, a quienes comprende y con quienes simpatiza. La preparación supone un proceso de disciplina en la dura escuela de su experiencia como hombre en la tierra, y el escritor sagrado señala tres "clases" en tan extraña como bendita escuela.
1) El primer paso es necesariamente el de la encarnación, cuando el Hijo-Verbo "fue hecho carne y habitó entre nosotros" (Jn 1:14), participando de la carne y sangre de los hijos, según la expresión de (He 2:14). No perdamos de vista nunca la realidad de la humanidad del postrer Adán. Y no solamente es un hombre real, sino el único en quien se ha visto la humanidad en su perfección desde la caída, pues los estragos del pecado impiden la plena manifestación de la imagen de Dios en la personalidad de la criatura, que es lo esencial del "hombre", en contraste con la creación animal.
2) El Dios-Hombre pasó por todas las experiencias de la humanidad doliente, aparte el pecado, siendo "varón de dolores, experimentado en quebranto" (Is 53:3). Nunca se valió de sus poderes divinos para librarse de las consecuencias de su humanidad, y, percibiendo plenamente la tragedia de la vida del hombre caído, "suspiró", "gimió", "lloró" y "se angustió", según frases en los Evangelios. De esta disciplina del dolor veremos más adelante en (He 5:7-9).
3) Por último, nuestro campeón permitió que el diablo dirigiera contra su persona todos los embates de la tentación, y podemos pensar que la tentación en el desierto no sólo fue un incidente necesario para probar la calidad del Siervo de Jehová al aprestarse a su labor, sino también un ejemplo típico de la manera en que el enemigo lanzaba sus armas contra el Hijo del Hombre. "Padeció siendo tentado", leímos en (He 2:18), y en (He 4:15) se añadió que era "tentado en todo según nuestra semejanza", pero siempre sin ceder ante los furiosos embates. La tentación en sí era real sin embargo, y le permitió que, como Hijo del Hombre, pudiese justipreciar la fuerza y la violencia de la oposición satánica.
A través de tales disciplinas, aparentemente tan impropias de su sublime ser, pero que eran realmente una revelación profunda de la mente y del corazón de Dios, el Hijo se equipó "para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo" (He 2:17).
2. El nombramiento y la disciplina del sumo sacerdote (He 5:4-10)
El nombramiento (He 5:4-6). La institución del sacerdocio (limitándonos al cuadro bíblico) es divina en su origen y en su establecimiento, según los pasajes que hemos notado en los libros del Exodo y de Levítico. Dios hizo saber a Moisés que el sacerdocio había de pertenecer a la familia de Aarón hasta los tiempos confusos de los macabeos, pero aun entonces, y después, el sumo sacerdote era siempre de la familia de Aarón, aun cuando no se hallaba en la linea directa de sucesión.
Aquí el autor inspirado adelanta una tremenda novedad, es decir, que el Señor Jesucristo, descendiente de David, de la tribu de Judá, había llegado a ser el único y más excelente sumo sacerdote (He 7:11-14), uniendo los dos cargos de rey y sacerdote en una sola persona, contrariamente a las ordenanzas antiguas, que establecían una separación rígida entre las dos funciones. Dramático ejemplo de lo mismo es el caso del rey Uzías, quien fue severamente castigado por Dios al presumir de ofrecer el incienso en el lugar santo (2 Cr 26:16-20). Con todo, no faltaban indicaciones proféticas de que el Mesías había de ser "Sacerdote-Rey"; por ejemplo en (Zac 6:12-13), donde una predicción sobre el sumo sacerdote Josué pasa más allá de la ocasión histórica para enfocarse en el Mesías, de quien se dice que "dominará en su trono, y habrá sacerdote a su lado". Los hebreos estarían más preparados para recibir esta novedad, por cuanto los jefes de la familia asmonea (descendientes de Judas Macabeo) habían combinado en su persona las atribuciones sacerdotales y reales.
Tal cambio de orden antiguo necesitaba una clara declaración de la voluntad de Dios para poder quedar firme, un nombramiento divino que lo estableciera sin sombra de duda. Para ello el autor vuelve a la declaración del Salmo 2 que ya había notado en (He 1:5): "Tú eres mi Hijo", declaración que estableció al Hijo-Mesías en sus dominios como rey. Ahora añade otra declaración relativa a la misma persona sacada del Salmo 110: "Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec". El estudiante se acordará de que hemos meditado ya el primer versículo de este importantísimo Salmo en (He 1:13), donde se utilizaba para probar la deidad del Hijo-Mesías, pero aquí la cita es del (Sal 110:4), donde el salmista halla en la misteriosa figura del rey-sacerdote Melquisedec (Gn 14:18-20) una indicación simbólica de la inauguración de un sacerdocio eterno en las manos del Mesías. Conjuntamente, pues, los Salmos 2 y 110 establecen tanto la realeza como el sacerdocio del Mesías mediante dos solemnes declaraciones divinas.
El tema del sacerdocio de Melquisedec se tratará ampliamente en el capítulo siguiente, pero aquí lo importante es la prueba de que en Cristo se cumple la condición esencial de que su nombramiento como sacerdote eterno había sido hecho por Dios mismo.
La disciplina del dolor (He 5:7-9) se presenta como elemento imprescindible de la preparación del Señor para establecer el debido contacto con los suyos. Bien se puede aplicar al bendito Salvador el dicho profético de (Lam 1:12): "Mirad y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido, porque Jehová me ha angustiado en el día de la ira de su ardiente furor", y en estos versículos se nos permite adentrar en el sagrario de su corazón dolorido como "varón de dolores".
Es conveniente, para no caer en funestos errores sobre la persona y obra del Cristo, distinguir, entre sus sufrimientos anteriores al huerto de Getsemaní, aquellos del huerto mismo, y los otros, plenamente vicarios, de la Cruz. Los padecimientos antes de la lucha agónica del Getsemaní eran los propios del Siervo de Jehová que se había identificado con su pueblo para servirlo, y no para ser servido. No utilizó nunca los recursos de su divinidad para librarse de las consecuencias de su humanidad y de su misión salvadora; al mismo tiempo, su mirada penetraba hasta las raíces más hondas del pecado y del dolor de los hombres, de modo que se angustiaba ante la profunda tragedia de tantos seres, vendidos bajo el poder de Satanás, quienes sufrían tanto en la parte moral como en la física, al par que la mayoría, por su voluntad pervertida, rechazaba la mano que se extendía para bendecirles. Mucho de su dolor se motivaba por su gran soledad, pues la comprensión aun de los discípulos no abarcaba más que una pequeñísima parte de la visión y del dolor de su Maestro.
El dolor del Getsemaní es el de la última agónica decisión ante la cruz. La omnisciencia del Salvador comprendía perfectamente todo el horror abismal de la obra de la expiación, y una hondísima repugnancia embargaba todo su ser ante lo que le esperaba al ser "hecho pecado por nosotros". El Dios-Hombre tenía el cielo abierto delante de sí siempre, pero, aparte la Cruz, habría vuelto allí solo, y la voluntad de Dios era nuestra santificación. De ahí la súplica regada con sudor de sangre: "Padre mío, si es posible, ¡pase de mí esta copa!" (Mt 26:39). La decisión nunca estuvo en duda, pues el Hijo-Siervo había venido para hacer la voluntad de Dios, a la cual se somete, tras la visión que hacía temblar su santa humanidad.
Llegó a la última y más terrible etapa de su verdadera "vía dolorosa" en la misma Cruz, donde el dolor fue verdaderamente "vicario", o sea, el que llevó en lugar del pecador. Su bendito ser tuvo una capacidad infinita para el sufrimiento, y no hay límites al dolor del Calvario, pues, como víctima propiciatoria, Cristo experimentó todo el sufrir y toda la muerte que correspondía a toda la raza caída. El Salmo 22 nos admite a la intimidad de este dolor extremo del Siervo hecho sacrificio, pero nos conviene acercarnos, con "pies descalzos" espiritualmente, a lugar tan santo donde se descubre algo la agonía del alma del Dios-Hombre al hacer la expiación por los pecados del mundo.
Comprendemos bien que su experiencia del dolor supera a todo lo concebible en la vida de los suyos, de modo que su preparación como sumo sacerdote por esta parte es perfectísima.
Los ruegos y súplicas que fueron arrancados de su corazón dolorido "en los días de su carne" (He 5:7) colocaban al Hijo eterno en una extraña posición de dependencia, pues el Creador y Sustentador de todo había de rogar y suplicar "con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, y fue oído a causa de su temor reverente" (He 5:7). De modo tan maravilloso, el que luego había de atender a los ruegos y súplicas de su pueblo anhelante, se dignó colocarse primero en el lugar donde él mismo había de ser suplicante en condiciones extremas de angustia y de dolor. Así, "aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia" (He 5:8), frase que nos asombra como manifestación de la gracia de nuestro Señor Jesucristo, quien como hombre llevó una vida de dependencia y fe, y aun de obediencia, en el cumplimiento de su gran misión de salvación, dejándonos ejemplo y, a la vez, preparándose en todo para ser sumo sacerdote compasivo, lleno de simpatía por los suyos que aún atraviesan el valle de lágrimas.
La súplica escuchada. La frase "fue oído a causa de su temor reverente" presenta alguna dificultad, pues, aparentemente, el ruego del Getsemaní no fue escuchado, ya que Cristo tuvo que beber "del amargo vaso". Tengamos en cuenta que la parte determinativa de su ruego fue aquel: "Hágase tu voluntad", contestado cumplidamente a través de la obra del Calvario. Luego, debemos considerar aquí el sentido exacto del griego de (He 5:7): "Habiendo ofrecido ruegos y súplicas... al que le podía librar de la muerte (ek thanatou)"; que no indica que fue librado de padecer la muerte, sino que, habiendo llegado a ella, fue sacado de sus garras por el glorioso triunfo de la Resurrección, lo que concuerda con todas las demás expresiones de las Escrituras sobre este hecho (Hch 2:24).
El perfeccionamiento (He 5:9). Después de todo lo que hemos adelantado, queda claro que el "perfeccionamiento" o la "consumación" corresponde a la función sacerdotal del Hijo, sin referencia a su naturaleza moral, siempre fuente y origen de toda perfección. Por el sacrificio de la Cruz, Cristo expió los pecados como único sacrificio, y, perfectamente identificado con los suyos por las experiencias de los días de su carne, administra ahora desde la diestra de Dios los bienes que consiguió por su muerte, habiendo llegado a ser "autor de eterna salvación para todos los que le obedecen" (He 5:9); verdad que se recalca aún más por las contundentes palabras de (He 7:25): "Por lo cual puede también salvar perpetuamente (hasta lo sumo) a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos".
El tema del sacerdocio "según el orden de Melquisedec" se desarrolla más tarde, pero hemos de notar aquí que los beneficiarios de la obra han de mostrar el mismo espíritu de obediencia que caracterizaba al autor de la salvación de ellos, pues el que "aprendió la obediencia" es causa de eterna salvación "para todos los que le obedecen", ya que la fe y la sumisión no pueden andar separadas. La fe que predica Pablo es fe sumisa, y la obediencia que recalca el autor de Hebreos surge de la fe.
En vista de la perfecta preparación de Cristo para su obra, Dios le nombra (literalmente "saluda") como sumo sacerdote según el orden de Melquisedec (He 5:10). Todas las condiciones y requisitos se han satisfecho, el régimen aarónico ha cumplido su finalidad y se retira, quedando libre el escenario para la manifestación de la obra perfecta y final del Rey-Sacerdote de un orden nuevo, inconmovible y eterno.

Avisos y un mensaje animador (He 5:11-6:20)

1. Los peligros que surgen de la falta de madurez espiritual (He 5:11-14)
El siervo de Dios acaba de mencionar el glorioso tema del sacerdocio eterno del Hijo según el orden de Melquisedec, pero antes de desarrollarlo hace un alto, pues se da cuenta de que los hebreos, en su estado actual de incertidumbre, no se hallan en las debidas condiciones espirituales para recibir verdades tan profundas. Antes de proseguir, pues, adelanta parentéticamente unas consideraciones sobre la necesidad de la madurez espiritual y avisa a quienes han hecho profesión de fe en asociación con el pueblo de Dios que se hallan en peligro de la condenación.
La leche espiritual es muy necesaria para los niños en Cristo, de modo que el apóstol Pedro exhorta: "Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual, no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación" (1 P 2:2); pero si la leche se aprovecha bien, produciendo el crecimiento consiguiente, pronto habrá deseos de comer "manjar sólido" también, o sea, de conocer y absorber las verdades más profundas de la Palabra de Dios. Todo lo que Dios nos da en su Palabra es necesario e importante, y es malísima señal cuando creyentes, tras años de estar en Cristo, se quejan de la sana doctrina y la buena exégesis como de cosas "difíciles" y "aburridas", pues el Señor quiere tener hombres formados en su familia, y no puede deleitarse en niños raquíticos que no quieren crecer en gracia y en conocimiento. Por ello, Pablo también tuvo que quejarse de los creyentes en Corinto: "Os di a beber leche y no vianda, porque aún no podíais, ni sois capaces todavía" (1 Co 3:1-4), y clasificó a quienes no tenían apetito para la "vianda" como "carnales", haciendo ver que sus tristes divisiones se originaron precisamente por la falta del debido desarrollo espiritual. En Hebreos el aviso es aún más solemne, pues se señala el peligro de la apostasía.
El manjar sólido es la alimentación normal de la persona adulta, y necesario para mantener sus energías al llevar a cabo sus trabajos diarios. Se puede deducir del pasaje, y de las reprensiones del siervo de Dios, que el tema del sacerdocio de Cristo, basado sobre la debida interpretación del capítulo 14 del Génesis y del Salmo 110, debía haber sido "vianda normal" para creyentes de cierta madurez espiritual, y si los hebreos no podían recibirlo era porque eran "lentos para oír" (He 5:11), y que no habían llegado a tener "por costumbre... las facultades perceptivas ejercitadas para discernir así lo bueno como lo malo", faltándoles "experiencia en la palabra de justicia" (He 5:13-14). ¡Aprendamos la lección, sabiendo que un buen apetito espiritual es señal de una salud normal, y que el "ejercicio" en las verdades bíblicas nos capacita para absorber más, siendo Dios glorificado en que crezcamos en el conocimiento de sus pensamientos, sus caminos y su ser por medio de su revelación escrita!
2. La palabra del principio de Cristo (He 6:1-3)
Se comprende que los hebreos (por lo menos en parte) no habían adelantado en el pleno conocimiento de la verdad cristiana y habían quedado en la etapa elemental de la enseñanza, pensando más en el anticipo del Cristo (el Mesías) en el Antiguo Testamento y en la predicación de Juan Bautista que no en la verdad plenamente revelada por medio de la Cruz, la Resurrección y el descenso del Espíritu Santo. La traducción literal de (He 6:1-2) es como sigue: "Por lo tanto, habiendo dejado la palabra (mensaje) del principio del Cristo (Mesías), vayamos adelante a la plena madurez; no echando otra vez el cimiento del arrepentimiento de obras muertas y de la fe en Dios, la enseñanza de lavamientos y de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno...". Se ve que todo eso podía corresponder a la verdad revelada del antiguo régimen, cuando los hombres tenían que acercarse a Dios por medio de actos rituales como los lavamientos, la imposición de las manos sobre las víctimas animales, etc., sin excluir en tales sombras la comprensión de lo que era el arrepentimiento y la "fe en Dios". Nótese que se habla de fe "en Dios" y no "en Cristo". Todo ello estaba muy bien en su época, pero si en verdad aquellos hebreos habían comprendido que el Mesías ya había venido en la persona de Jesucristo, les tocaba proseguir adelante con el fin de posesionarse plenamente de toda su herencia en el Hijo. Como punto aclaratorio aquí podemos recordar que la parte judaica de la Iglesia pasaba por una época de transición según vemos en los Hechos, y que en la primera etapa de la formación de la Iglesia no se hacía esfuerzo alguno para apartar a los creyentes judíos de las prácticas normales de su nación, tales como la circuncisión, las fiestas religiosas, los sacrificios, etc., y aun Pablo, como judío, subía a Jerusalén para algunas de las fiestas cuando le era posible y participaba en ciertos sacrificios (Hch 18:18) (Hch 20:16) (Hch 21:20-24). Pero, con el aumento de la luz por las revelaciones que Dios iba dando por medio de Pablo y otros, la "mezcla" resultaba peligrosa; aquí se da el toque de clarín para la marcha adelante de los cristianos hebreos. Pronto, después, la destrucción del Templo vino a rematar el argumento de una forma dramática y trágica a la vez.
3. Los peligros de la apostasía (He 6:4-8)
"Apostasía" significa "volver las espaldas a una verdad que antes se conocía", con referencia especial a la verdad cristiana. Los versículos que comentamos en esta sección se consideran de difícil interpretación porque, a primera vista, parecen enseñar que verdaderos cristianos pueden apostatar y perderse, lo que está en contradicción con otros pasajes que enseñan la seguridad eterna de los verdaderos "nacidos de nuevo". Antes de analizar los versículos mismos, adelantamos algunas consideraciones que podrán servir por lo menos para que el pasaje se vea en su debida perspectiva.
1) Es principio básico de interpretación que lo que es oscuro ha de entenderse a la luz de lo que es claro, considerándose cada pasaje a la luz de la totalidad de las Escrituras, que es la historia de la redención del hombre pecador. Una y otra vez se recalca que esta salvación depende enteramente de la obra perfecta de Cristo, quien "abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio" (2 Ti 1:10). El que ha recibido "vida juntamente con Cristo", siendo engendrado de nuevo por Dios mismo y hecho participante de la perfectísima nueva creación, no puede perderse, o tendríamos que deducir que puede haber fracaso en lo que se basa sobre la cruz y la resurrección de Cristo. La vida eterna viene del cielo en Cristo, y es "eterna" tanto en su naturaleza como en su duración. No podemos extendernos más sobre este tema, pero el estudiante debiera considerar los pasajes siguientes: (Jn 10:28-29) (Ro 5:8-10) (2 Co 5:17-18).
2) El aviso de este pasaje, con su solemnidad especial, ha de entenderse en relación con la crisis que se producía en el grupo de hebreos al cual iba dirigido; pues, como hemos notado anteriormente, estaba pensado (como tal grupo) en dejar la posición netamente cristiana para volver abiertamente a las prácticas del judaísmo. No se trataba ya, al parecer, de asistir a alguna fiesta que otra cumpliendo los sacrificios de rigor, como en los casos que hemos notado en los Hechos, sino de volver a asociarse con el judaísmo oficial, o sea, la fuerza religiosa que crucificó al Señor Jesucristo; esto sería "volver a Crucificarle" en intento y el grupo se colocaría sobre un terreno donde la salvación sería imposible.
3) Como en todos los grupos que hacen profesión de fe en Cristo, había algunos que eran de verdad creyentes, poseedores de la vida eterna en unión espiritual y vital con Cristo, juntamente con otros que habían sentido el atractivo y el poder del Evangelio, y que habían participado en todas las experiencias externas de la compañía, sin haber llegado nunca a la entrega final y personal al Salvador, que sólo da la vida que no puede perderse. Pensemos en la posición de Judas entre los doce, pues aparentemente se veían en él también las señales del apostolado, pero el mismo Señor le llama "demonio", y los discípulos que oran en (Hch 1:25) dicen que, al morir, "fue a su propio lugar". Otro caso notable de un "profesante" que no tenía la vida es el de Simón Mago: compárese (Hch 8:13) con (Hch 8:20-23). Verdor hubo en las hojas que brotaron de la semilla sembrada entre pedregales, pero no había raíz ni vida permanente. Alguna llama hubo al principio en las lámparas de las vírgenes fatuas, pero no hubo suministro permanente y la llama se apagó.
De hecho los términos que se emplean en nuestro pasaje no son más difíciles que las palabras que profirió el mismo Maestro en (Mt 7:21-23): "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad". Es obvio, pues, que, por difíciles que nos parezcan algunos términos en (He 6:4-6), no se trata de un caso aislado en las Escrituras, sino un ejemplo más de personas que participan de las bendiciones externas del Evangelio en compañía de los verdaderos hijos y siervos de Dios, llegando hasta ser instrumentos de obras divinas, como Balaam en Números capítulos 22 al 24, sin haber entrado en relación vital con Cristo. Tales personas pueden perderse y su condenación será tanto más terrible cuanto más clara sea la luz que hayan percibido.
4) Anticipando la consideración de la ilustración de los versículos 7 y 8, hemos de notar que el autor habla de dos clases de terreno que reciben ambas las mismas "lluvias de bendición". El resultado, sin embargo, es muy distinto en los dos casos, pues una finca responde a la lluvia con abundante cosecha de hierba provechosa, mientras que la otra no rinde más que espinas y abrojos. Como en la parábola del sembrador, la diferencia estriba en el terreno; y en el segundo caso se presentan los efectos del pecado en el corazón sin regenerar de quien recibe tanto de Dios (en compañía de los verdaderos cristianos) sin llegar al arrepentimiento y la fe de entrega. Las "lluvias" son las señaladas bendiciones en las que todo el grupo había participado según los versículos 4 y 5, pero el resultado fue muy diferente según el estado de corazón de cada uno.
Los dones recibidos (He 6:4-5). Tras las consideraciones de carácter general que hemos adelantado, estaremos mejor preparados para comprender que los señalados dones que se detallan en estos versículos fueron derramados como "lluvia" divina, sobre todo el grupo, con referencia especial a la época de la primera obra de evangelización entre ellos que fue confirmada por grandes señales y milagros (He 2:3-4). El resultado había sido una maravillosa iluminación, la participación en las actividades del Espíritu Santo, el saborear la bondad de la Palabra de Dios y la manifestación del poder del siglo venidero. Los verbos que describen estos fenómenos son "participios aoristos" que indican hechos históricos, sin que se implique la permanencia de la bendición, como sería el caso si el autor hubiese empleado el tiempo perfecto.
El peligro de algunos (He 6:6). Veamos ahora la ilación del solemne aviso del versículo 6, que se indica gramaticalmente por una larga serie de participios del aoristo, los cuales, traducidos literalmente, se leen de la forma siguiente: "En cuanto a aquellos que habiendo sido una vez iluminados, habiendo gustado..., habiendo llegado a ser partícipes..., habiendo gustado la bondad de la Palabra y habiendo caído, es imposible renovarse otra vez para arrepentimiento mientras crucifican para ellos mismos de nuevo al hijo de Dios". No se pone límite aquí a la gracia divina, sino que se recalca con toda solemnidad que aquellos hebreos que habían participado en las bendiciones del grupo según la profesión externa no podían hallar lugar para la renovación del arrepentimiento mientras persistían en sus deseos de llevar a todo el grupo otra vez al terreno del judaísmo, donde el Señor de la gloria había sido crucificado. Su pecado es análogo al de la blasfemia contra el Espíritu Santo, que no tiene perdón, pues tanto la resistencia a la obra de la Cruz como a la obra del Espíritu Santo en el corazón hace imposible la renovación que ha de venir precisamente por los medios que el rebelde está rechazando. El hecho de que la resistencia se lleve a cabo bajo una capa de religiosidad lo hace aún más grave.
Leamos de nuevo los versículos 7 y 8 y veremos, según indicamos arriba, que el terreno malo que recibió las lluvias celestiales no dejó de ser malo jamás a pesar de haber participado en las experiencias del terreno bueno.
Todo el pasaje, pues, refiere a los meros "profesantes" del grupo en cuestión, de quienes, seguramente, partía el impulso de volver al judaísmo de la manera en que la "multitud mezclada" entre los israelitas en el desierto incitaba a todos a volver a Egipto. Todos necesitaban seguir adelante hasta la completa comprensión de la persona y obra de Cristo, pero los hipócritas estaban en una posición de sumo peligro precisamente por la abundancia de la luz que habían recibido. La lección queda para todos los tiempos, pues hemos de examinarnos a nosotros mismos para ver si estamos o no en la fe, pues ninguna profecía en sí, ni ningún proceso psicológico, ni ningún entusiasmo fácil podrá sustituir la obra profunda de regeneración que viene tan sólo por un rendimiento entero al Salvador. Como predicadores del Evangelio debiéramos cuidar muy bien de subrayar la necesidad de la absoluta sumisión al Señor, que une la obediencia a la fe de entrega, con el fin de evitar en lo posible que conviva un Ismael con Isaac y un Esaú conjuntamente con Jacob en la familia de las iglesias locales.
4. Exhortación y esperanza (He 6:9-12)
Tras el solemne aviso frente al peligro de la apostasía viene la exhortación, que se basa sobre la convicción de que el grupo en general ha de ser fiel a su hermosa historia pasada, confirmándose el testimonio por medio de "mejores cosas": cosas directamente relacionadas con la salvación, como lo sería el perseverar con valor en el camino emprendido. Como Pablo cuando quiso conmover el corazón de los gálatas que se hallaban en peligro de una apostasía parecida, el siervo de Dios aquí aviva el recuerdo de los hermosos principios de la obra de Dios entre los hebreos, con referencia especial al amoroso cuidado que habían mostrado a los santos (He 6:10) (Ga 4:12-20). Recogerían la cosecha que correspondía a la buena siembra de entonces, según los principios fundamentales de la justicia divina, siempre que siguiesen adelante en el mismo camino de obediencia y de servicio.
Les fue preciso "mostrar la misma solicitud hasta el fin", sin dejar que se apoderase de ellos un espíritu de pereza, que les haría "lentos" en el andar, pues el que afloja demasiado el paso termina por quedarse parado del todo. Para animarles, tenían delante de sus ojos el ejemplo de todos los fieles de la antigua y la nueva dispensación, quienes "por la fe y la paciencia heredan las promesas". Así se menciona de paso un tema que ha de desarrollarse magníficamente en el capítulo 11.
Hemos de notar el énfasis sobre "cada uno de vosotros" en el versículo 11: "Mas deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud, para plena certeza de la esperanza". Es decir, había buenas esperanzas del grupo en general, pero cada uno había de examinar su propio corazón para ver si de verdad estaba en el camino y dispuesto a seguir adelante hasta el fin, lo que viene a confirmar la interpretación que dimos a la primera parte del capítulo, haciendo ver que entre los verdaderos salvos había algunos que habían participado en las bendiciones sin haberse entregado del todo a Cristo.
5. La promesa, el juramento y el ancla (He 6:13-20)
La promesa que Dios dio a Abraham (Gn 12:1-3), confirmada luego por el pacto del capítulo 15 y el juramento del 22, es la fecunda raíz de donde surge toda la obra de la redención por medio de la "Simiente", que había de resultar al fin en la bendición de todas las familias de la tierra. Aquí el siervo de Dios, después de haber hecho un examen tan a fondo del corazón perverso del hombre, vuelve la mirada de los hebreos al trono celestial, desde donde todo un Dios se digna confirmar su promesa (en sí inconmovible) por medio de un juramento, con la garantía de toda su persona, con el fin de dar una seguridad absoluta a su siervo Abraham, y luego, a través de él, a todos sus "hijos" que siguen por la misma senda de fe y de paciencia. Es significativo que Dios otorgó el "juramento" a Abraham después del cumplimiento de la promesa inicial en el nacimiento de Isaac y tras el simbólico sacrificio de Isaac en el monte Moria, o sea, después de que Abraham había justificado su fe por sus obras según la expresión de Santiago (Gn 22:16-17) (Stg 2:21-22). La fe que le fue imputada a justicia había sido confirmada por años de paciente espera y por la gran obra de fe y de obediencia al ofrecer al hijo esperado, en la seguridad de que Dios podía aún levantarle de los muertos. Tal fue el ejemplo que necesitaban los hebreos, pues el hombre de fe perseverante recibe mayores seguridades de parte del Dios inmutable, las cuales, a su vez, desembocan a bendiciones aún más amplias. He aquí el camino a seguir tanto por los hebreos como por nosotros.
El capítulo 6 de Hebreos, pues, no enseña que el creyente puede ser "salvo hoy y perdido mañana", sino muy al contrario, presenta en lenguaje gráfico la base inconmovible de nuestra esperanza. Si apreciamos como es debido el designio firme e inconmovible del Omnipotente, que fue confirmado por el juramento que "compromete" todo su ser en cuanto al buen éxito del mismo, podremos tener "fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros". ¡Que tiemblen los apóstatas sin regenerar si insisten en no doblegarse de corazón delante de Dios; pero el creyente de corazón sumiso y sincero no tiene nada que temer! ¡La garantía es absoluta y tan inconmovible como el trono del Eterno!
Los versículos 19 y 20 enlazan la promesa dada a Abraham con su cumplimiento en Cristo, pues ahora la esperanza descansa sobre un nuevo hecho: la entrada del Caudillo-Salvador "velo adentro", o sea hasta aquella presencia inmediata de Dios que se tipificaba por el lugar santísimo del tabernáculo. Cristo se describe como "el precursor" (la palabra indica "el que corre delante"), por ser el primero de la gran "familia" que llega al hogar celestial, abriendo el camino para todos los demás que le han de seguir; y "sumo sacerdote", por cuanto ha establecido sobre una base permanente la obra mediadora que se simbolizaba en Aarón.
Cristo encarna en su persona nuestra esperanza en toda su plenitud, siendo el "Señor Jesucristo nuestra esperanza" (1 Ti 1:1), y su presencia a la diestra de Dios convierte esta esperanza en "segura y firme ancla del alma". El símil es atrevido, pero gráfico y elocuente. El capitán de un barco busca la manera de echar el ancla, no en cieno blando ni en arena movediza, sino allí donde puede agarrar con seguridad, con el fin de sujetar el barco en medio de mareas y tempestades. ¿Dónde hemos de "echar el ancla" que asegure el bienestar eterno de nuestras almas? Todo lo material y lo temporal de aquí abajo es cual la arena movediza, sin permanencia ni fuerza, así que no ofrece a nuestra vista nada firme en que podamos descansar el alma. En vano intentaríamos buscar alguna base de confianza dentro de nosotros mismos, pues será como echar el ancla dentro del barco; tampoco, como hemos visto, podemos hallar terreno seguro en las ideas confusas y las falsas esperanzas de los hombres, de modo que la hemos de asegurar en el mismo cielo, donde penetra "velo adentro", hallando su sostén en la persona de Cristo, quien cumple las promesas juramentadas de Dios a nuestro favor por exhibir allí las pruebas de una obra consumada de expiación y de redención. Si los hebreos tenían el barco de su vida y de su testimonio asegurado con tal anda, no les sería posible "deslizarse" cual nave cuyas amarras se han roto, según la figura de (He 2:1-2).

Temas para recapacitar y meditar

1. Discurra sobre la función del sumo sacerdote y la preparación necesaria para desenvolverla, tanto en el caso de Aarón como en el de Cristo.
2. Descríbase la "escuela del dolor" por la que pasó el Salvador con el fin de poder compadecerse del dolor de su pueblo, con referencia especial a (He 5:7-9).
3. Señálense los usos de la "leche" y de la "vianda sólida" en la alimentación espiritual del creyente, en relación con el tema de la "madurez espiritual".
4. Inténtese una interpretación de (He 6:1-8) a la luz de los principios generales señalados en la lección.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

Comentarios

Estados Unidos
  Norma Cruz  (Estados Unidos)  (14/09/2024)

Es excelente su programa, me edificó mucho.

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