Estudio bíblico de Romanos 9:4-16
Romanos 9:4-16
Continuamos hoy nuestro estudio del capítulo 9 de la epístola a los Romanos. Y en nuestro programa anterior, vimos que Pablo dijo en el versículo 3, según traduce otra versión: "Y hasta querría estar yo mismo bajo maldición (o destinado a la destrucción) separado de Cristo, si así pudiera favorecer a mis hermanos, los de mi propia raza". Lo que Pablo estaba expresando aquí era simplemente su deseo y nada más. Él acababa de decirnos en el capítulo 8 que nada nos podía separar del amor de Dios que era en Cristo Jesús. Y aquí dijo: "deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo". Lo cual no podía ser en ni ninguna manera, por lo que dijo anteriormente en 8:38; así que fue sólo una manera de expresar un deseo.
Por otra parte, parece como si Pablo hubiera querido expresar lo que hubiera sido capaz de hacer, si hubiera dependido de él, para que su pueblo se salvase, aunque supiera que por la soberanía de Dios estaba planteando la situación personal imposible de ser separado de Cristo. Es muy difícil para nosotros entender la dimensión del amor en Moisés y en Pablo. Moisés expresó el mismo sentimiento en Éxodo 32:31-32, cuando dijo: "Puesto que este pueblo ha cometido un gran pecado al hacerse dioses de oro, te ruego que perdones ahora su pecado, y si no, bórrame del libro que has escrito".
Ahora, en los versículos 4 y 5 el apóstol nos presentó una pregunta. ¿Quiénes son los israelitas? Tenemos aquí una definición del pueblo de Israel. Él mencionó ocho aspectos que identificaban a los israelitas. Leamos los versículos 4 y 5. En el versículo anterior el apóstol estaba hablando de sus hermanos de raza, y continuó diciendo:
"Que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la Ley, el culto y las promesas. A ellos también pertenecen los patriarcas, de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén".
Tenemos aquí el privilegio número uno que es la "adopción". Ésta era una cuestión nacional y tenía que ver con la entidad nacional y no con los israelitas a nivel individual. La única nación a la que Dios llamó "Mi hijo" fue a Israel. En el libro de Éxodo, capítulo 4, versículo 22, leemos: "Entonces dirás al Faraón: El Señor ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito". Y luego, en Deuteronomio, capítulo 7, versículo 6, dice: "Porque tú eres pueblo santo para el Señor, tu Dios; el Señor, tu Dios, te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra". Estimado oyente, o Dios dijo lo que quería decir, o no lo dijo. Y si no quiso decir eso, entonces, no sé porque usted cree, por ejemplo, en las palabras que leemos en el evangelio según San Juan, capítulo 3, versículo 16. Pero yo creo en Juan 3:16 como creo en Deuteronomio 7:6, en su totalidad. Y también en Oseas, capítulo 11, versículo 1, donde dice: "Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llame a mi hijo". Dios habló de la nación y no simplemente de individuos, y se refirió a la nación como si fuera Su hijo. Dios nunca dijo eso de ninguna otra nación. La adopción les pertenece a ellos.
El segundo aspecto es la "gloria". Y éste se refiere a la presencia física de Dios; estaba con ellos y fue manifestada en el Tabernáculo y más adelante, en el Templo. Se nos dice en Éxodo, capítulo 40, versículo 25: "Moisés no podía entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria del Señor lo llenaba". Los israelitas fueron el único pueblo que ha tenido la presencia visible de Dios. Nosotros no tenemos en el día de hoy la presencia visible de Dios. Debemos recordar eso.
Ninguna otra nación tuvo ese privilegio. La Iglesia no lo tiene. ¿Por qué? Porque tiene al Espíritu que habita en cada creyente, convirtiendo en una realidad al Cristo que vive, que está a la derecha de Dios. Dios, pues, les dio a ellos, es decir, a la nación de Israel "la gloria" y eso los identifica.
En tercer lugar vemos que también les dio el "pacto". Dios hizo ciertos pactos con la nación de Israel, que tiene la intención de llevar a cabo. Él dijo que haría que ellos fueran una bendición para todos los pueblos. Dios hizo un pacto con Abraham, con David y con la nación, que no ha hecho con otros pueblos. A David le dijo que el Mesías provendría de su descendencia. Así que, entonces, a Israel le pertenecen los pactos.
En cuarto lugar tenemos aquí en este versículo 4, del capítulo 9 de la epístola a los Romanos, una referencia a "la ley". La ley mosaica le fue dada a la nación de Israel. En el capítulo 19 del libro de Éxodo, versículo 5, leemos: "Ahora, pues, si dais oído a mi voz, y guardáis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra". Luego Dios dijo en el capítulo 31, del mismo libro de Éxodo, versículo 13: "Tú hablarás a los hijos de Israel y les dirás: En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy el Señor que os santifico".
Algunos preguntan: "¿Por qué no guarda usted el sábado, el día del reposo? Estimado oyente, no lo guardo porque yo no soy miembro de la nación de Israel. Otros preguntan: "¿Es que Dios ha cambiado el día de reposo?" No, estimado oyente. Dios no ha cambiado el día de reposo, pero es seguro que Él nos ha cambiado a nosotros. Estamos unidos a Cristo y ésa es una nueva relación. La ley mosaica le fue dada solamente a Israel.
En quinto lugar en este versículo 4, una referencia al culto, o sea, el servicio de Dios. Y esto tenía que ver con la adoración del tabernáculo y del templo. Ellos debían ser un reino de sacerdotes. En el capítulo 19, del libro de Éxodo, versículo 6, leemos: "Vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel". Ahora, la nación abandonó a Dios, pero Dios no abandonó Su propósito de que debían ser sacerdotes. Dios escogió a la tribu de Leví y les dio la responsabilidad de servir y de cuidar el tabernáculo, y más tarde el templo. En el reino milenario, los israelitas ejercerán nuevamente como sacerdotes de Dios aquí en la tierra.
Tenemos ahora la última palabra del versículo 4, que constituye el sexto aspecto que identifica a los israelitas. Y es, "las promesas". El Antiguo Testamento contiene muchas promesas que fueron hechas a este pueblo. Por ejemplo, leamos en Génesis, capítulo 12, versículos 1 al 3, que dice: "El Señor había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra". También vemos que Dios le dijo a Josué, en el capítulo 1 del libro de Josué, versículo 2: "Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel". Como usted ve, estimado oyente, los hijos de Israel debían poseer la tierra.
Pasando ahora al versículo 5, continuamos con esta lista de las características que identifican al pueblo de Israel. Y tenemos primeramente allí la palabra "patriarcas" que constituye el séptimo aspecto que identifica a este pueblo, y que obviamente, se refiere a Abraham, a Isaac y a Jacob.
Y en octavo y último lugar, tenemos la palabra "Cristo" que es la palabra griega que significa "Mesías". Cristo vino físicamente a esta tierra. Era judío. La mujer samaritana junto al pozo le llamó judío, en el capítulo 4 del evangelio según San Juan, versículo 9. Pero Pablo tuvo cuidado en decir que nosotros, los creyentes en Cristo no le conocemos desde un punto de vista físico, como dijo en su segunda carta a los Corintios, capítulo 5, versículo 16. Pablo identificó a Jesús como Dios, y para Pablo, Cristo fue el Dios-Hombre. El evangelista Juan, en el capítulo 1 de su evangelio, versículo 14 dijo: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre". Cristo vino como un niño, cono un ser humano a la nación de Israel. La mujer junto al pozo lo identificó como miembro de esa nación.
Quizás "Cristo el Mesías" deba ser separado de las otras siete señales distintivas que hemos considerado en este pasaje, porque es más importante que todos las demás. Porque como dice en Hebreos, capítulo 2, versículo 16: "...ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham".
La nación de Israel de otros tiempos ya ha sido definida. Ahora vamos a considerar a esta nación, tanto en los días de Pablo como en nuestro tiempo como
Israel identificada
Continuemos con este capítulo 9, y leamos ahora el versículo 6:
"No que la palabra de Dios haya fallado, porque no todos los que descienden de Israel son israelitas"
Ahora, ésta es una expresión extraña "porque no todos los que descienden de Israel son israelitas". En otras palabras, no todos los descendientes de Israel son verdadero pueblo de Israel. Los judíos en los tiempos de Pablo hicieron la pregunta: ¿Por qué todos los judíos no habían aceptado sinceramente a Cristo, siendo que la de ellos era una nación elegida? ¿No constituyó esto un fracaso por parte de Dios? Y Pablo trató parcialmente este problema en el principio del capítulo 3 de esta epístola a los Romanos. Entonces Pablo haría una distinción entre la descendencia natural de Jacob y la descendencia espiritual. Siempre ha habido un remanente fiel y ese remanente, tanto natural como no natural, ha constituido una descendencia espiritual. Ésta es una distinción que creemos es sólo aplicable a la nación de Israel, y Pablo no incluyó aquí a los no judíos en ninguna manera. El fracaso no había sido de Dios, sino del pueblo. Las promesas de Dios eran incondicionales. Leamos ahora el versículo 7:
"Ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos suyos, sino: En Isaac te será llamada descendencia".
Este versículo fue un golpe devastador al argumento de quienes trataban de oponerse a Pablo. Si la descendencia fuera considerada únicamente en base al nacimiento natural, entonces los ismaelitas, los madianitas y los edomitas tendrían que ser incluidos. Un buen árabe bien pudiera haber alegado diciendo: "Yo soy hijo de Abraham". Y por supuesto que no se le podría argumentar nada en contra de esa afirmación pues era un hijo de Abraham tal como todos los demás son de la descendencia física de Abraham. Ahora, ser descendiente natural de Abraham no constituía de por sí ninguna seguridad de que uno era hijo según la promesa.
Usted recordará que, según Juan 9:39 y 44, los judíos en una ocasión le dijeron al Señor Jesús: "Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais". Luego el Señor continuó hablándoles y les dijo: "Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; pues es mentiroso, y padre de mentira". Pasemos ahora el versículo 8 de este capítulo 9 de la carta a los Romanos:
"Esto es: no son hijos de Dios los hijos según la carne, (es decir, por pertenecer a cierta raza) sino que son contados como descendencia los hijos según la promesa".
El apóstol Pablo hizo una distinción clara entre los elegidos y los no elegidos en la nación de Israel. "Los hijos según la carne" no eran hijos de Dios. En el capítulo 21 del libro de los Hechos de los apóstoles, versículo 20, el Dr. Lucas nos dijo: "Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley". Vemos, pues, que había en Israel miles de judíos que se convirtieron a Cristo después de Su muerte y resurrección. Eran los elegidos, y Pablo siempre los llamó "Israel". Se dice más sobre este tema en el libro de Apocalipsis. El Señor dijo lo siguiente cuando habló a las Iglesias, en el capítulo 2 de Apocalipsis, versículo 9: "Dicen ser judíos, y no lo son, sino que son sinagoga de Satanás". Volviendo ahora al capítulo 9 de esta epístola a los Romanos, escribió Pablo aquí en el versículo 9:
"Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré y Sara tendrá un hijo".
Los hijos según la promesa no son aquellos que creyeron algo. ¡Isaac no creyó antes de nacer! Isaac era la descendencia prometida. Dios prometió, y Dios cumplió Su palabra. Ahora, el versículo 10 dice:
"Pero no sólo esto, pues también Rebeca concibió de un solo hombre, de Isaac nuestro padre".
Isaac y Rebeca también fueron presentados como una ilustración de este principio de la elección divina. Y continuamos en el versículo 11:
"No habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal (para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciera, no por las obras sino por el que llama)"
Aunque este versículo está en paréntesis, su verdad es de suma importancia. Es posible que alguien ofrezca alguna explicación del por qué Dios rechazó a Ismael, pero ello no es posible en el caso de los hijos de Isaac y Rebeca. Aquellos niños eran gemelos. Dios rechazó la línea de primogenitura natural y no escogió al hijo mayor, sino al menor. En aquel entonces, Jacob no había hecho ningún bien ni tampoco Esaú había hecho algún mal. Dios no apoyó su elección en el nacimiento, ya que no hubo diferencia alguna entre el nacimiento del uno y el del otro. Ni se apoyó en su carácter ni en sus obras.
Pablo aclaró entonces aquí, que toda la elección divina se apoyó sobre "el propósito de Dios conforme a la elección". Además de eso, calificó su declaración diciendo que no fue por algún mérito o buenas obras, sino únicamente según el deseo de Dios, el que llama. Y Godet sugirió que el llamamiento en este versículo no fue para la salvación. Leamos ahora el versículo 12:
"Cuando Dios le dijo a Rebeca: El mayor servirá al menor".
Ésta es una cita del capítulo 25 del libro de Génesis, versículo 23, que fue dado antes de que nacieran los dos niños. Dice allí: "Y el Señor le respondió: Dos naciones hay en tu seno, dos pueblos divididos desde tus entrañas. Un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor". Y continuó Pablo diciendo aquí en este capítulo 9 de su epístola a los Romanos, versículo 13:
"Como está escrito: A Jacob amé, más a Esaú aborrecí".
Y este es otro texto citado del último libro en el Antiguo Testamento, el libro de Malaquías, capítulo 1, versículo 1 y 2. Esta declaración no fue hecha sino hasta después que los dos muchachos habían vivido por muchos años y ya dos naciones habían nacido de ellos, unos dos mil años más tarde, y mucha historia había transcurrido. Una vez un estudiante le dijo al Dr. Griffith Thomas, un profesor de la Biblia, que él tenía dificultad con este pasaje porque no podía comprender por qué Dios aborreció a Esaú. El Dr. Thomas contestó que él también tenía dificultad con este pasaje, pero que su dificultad surgía de otro hecho. Él no podía comprender por qué Dios amó a Jacob. Es fácil ver por qué Dios rechazó a Esaú, estimado oyente, por su picardía. Era un tipo impío, lleno de soberbia, y él, tanto como sus descendientes, quisieron vivir sin Dios y le volvieron sus espaldas. Creo que también puedo comprender por qué Dios aborreció a Esaú. Pero no puedo comprender por qué escogió a Jacob. La Biblia nos dice que Dios hizo su elección conforme a Su soberana voluntad. Pasemos ahora al versículo 14 de este capítulo 9 de la epístola a los Romanos, que comienza un párrafo que podemos titular
La elección de Israel, basada en el propósito soberano de Dios
"¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? ¡De ninguna manera!"
Claro que la respuesta a esta pregunta es un NO enfático. El hombre natural se rebela contra la soberanía de Dios. Si algún asunto se deja a Dios para que Él haga la elección, el hombre inmediatamente concluye que hay alguna injusticia. ¿Por qué?
Hay quienes han aplaudido a los presidentes de su país en los últimos años. Al parecer, se han hecho algunas malas decisiones durante los años en que han ejercido su cargo, y en algunos casos el resultado ha sido que miles de jóvenes han muerto en las guerras. Probablemente nunca nos enteremos completamente de todo lo que ha habido detrás de aquellas decisiones. Pero, ¿Sabe usted quienes llevaron con sus votos a esos hombres al poder? Pues los ciudadanos. Y nos parece que se trató del equivocado juicio de parte de los electores. Sin embargo, no desconfiamos de las decisiones de los hombres, ¿por qué entonces desconfiamos de las decisiones de Dios?
Ahora, no podemos eludir el pensamiento que se presenta aquí. Ésta es la doctrina de la elección. Y no podemos evadir el tema de la elección ni suavizarlo porque algunos se opongan a tal doctrina. Además, humanamente hablando, no podemos reconciliar la elección soberana de Dios con el libre albedrío de los seres humanos. Ambos aspectos forman parte de la verdad. No podemos penetrar en los tratos misteriosos de Dios, pero sí podemos confiar que Él obrará con justicia. Debemos aceptar este versículo en su significado literal. Recordemos que éste es Su universo y Él es soberano. ¿Cómo sería posible que yo me presente ante Su presencia para expresar mi desconfianza por lo que Él hace? Permítanos decirle, estimado oyente, que eso constituiría una abierta rebelión contra Dios.
Hoy yo me inclino ante mi Creador y mi Redentor, sabiendo que cualquier elección que Él haga, es la correcta. A propósito, si es que a usted no le agrada lo que Dios hace, quizá debiera apartarse de Su universo para crear uno que fuera suyo, en el cual usted podría entonces dictar sus propias leyes, sus propias reglas, sus propias normas. Pero mientras usted viva en el universo de Dios, tendrá que comportarse según las reglas de Dios. El hombre, en su pequeñez no puede sino inclinarse ante el Dios Todopoderoso para decir, como dijo Jesús en Juan 7:18, hablando de Dios el Padre: "No hay en Él injusticia".
Continuemos con el versículo 15 de este capítulo 9 de la carta a los Romanos:
"Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia y me compadeceré del que yo me compadezca".
Ésta es una cita del capítulo 33 del libro de Éxodo, versículo 19. Moisés había dicho que quería ver la gloria de Dios. Y se puede suponer que Dios accedió a su petición no por el hecho de que él fuera Moisés, un personaje verdaderamente importante, que ocupaba una posición elevada. Fue el líder del Éxodo y quien guiaría al pueblo por el desierto. Dios le dijo a Moisés que Él le mostraría Su gloria, pero le aclaró bien a Moisés, que Su acción no se basaría en manera alguna en algo que la persona de Moisés tuviera. Dios le mostró Su gloria porque era Dios y a causa de Su misericordia soberana.
¿Sabe usted, amigo oyente, por qué Dios me salvó? No fue porque yo sea quien soy, sino porque Él es Dios. Dios hizo la elección, y yo me inclino delante de Él. Y el versículo 16 dice:
"Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia".
La misericordia de Dios no se extiende como un reconocimiento de la voluntad humana, ni es una recompensa de alguna obra humana. El querer humano y el hacer humano no constituyen ninguna causa que motive las acciones de Dios. El ser humano cree que la decisión y el esfuerzo pueden ser la causa para que Dios le mire favorablemente. Ahora, entienda bien, esto no es una negación de la responsabilidad humana. Alguien ha dicho que el querer y el hacer, pueden indicar la posesión de gracia, pero no constituyen la causa que los origina. La única respuesta final, es que Dios extiende Su misericordia y la extiende, porque Él es Dios, estimado oyente. ¿Quienes somos nosotros para ponerlo en duda? Por tal motivo, hoy, yo me inclino delante de Dios.
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