Estudio bíblico de Romanos 13:11-14:5
Romanos 13:11 - 14:5
Continuando nuestro estudio en el capítulo 13 de esta epístola a los Romanos, leamos hoy los versículos 11 y 12. Dijo el apóstol Pablo:
"Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño, porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz".
Esta última sección es como un reloj despertador que suena en esta hora para despertar a los creyentes que se han dormido en el mundo, y se han olvidado de este incentivo de entregar toda su personalidad a Dios. Estimado oyente, este no es el momento para que el hijo de Dios viva para los asuntos que conciernen únicamente al sistema de valores vigente en el mundo. Creemos que muchas personas con abundantes recursos se sentirían avergonzadas si el Señor llegara en este momento, en el caso de que estuvieran eludiendo sus responsabilidades de adoptar una actitud de entrega a la causa del Señor Jesucristo.
Recuerde, el primer versículo del capítulo 12 de esta epístola, que dice: "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto". Todo lo que somos, todo lo que tenemos, debemos ponerlo a disposición del Señor.
Si realmente estamos esperando el regreso de Cristo, esa esperanza purificará nuestras vidas. El apóstol Juan dijo en su primera carta 3:3 que todo aquel que tiene esa esperanza en Su venida, se purifica a sí mismo, de la misma manera que Jesucristo es puro. Hay algunas personas creyentes, que hoy están comprometiendo sus convicciones cristianas y su lealtad a la Palabra de Dios, con su propia conducta y la ambigüedad con que expresan sus creencias. Por otra parte, el mismo apóstol Juan se expresó con dureza al hablar de la mentira y deshonestidad de aquellos que parecen proclamar la expectativa del inminente retorno de Jesucristo y, al mismo tiempo, sus vidas no son consecuentes con lo que profesan ser. Escuchemos ahora lo que dijo el apóstol Pablo, aquí en el versículo 13:
"Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y libertinaje, no en contiendas y envidia".
En otras palabras, actuemos con decencia, honorablemente, como en pleno día. Muchas de las prácticas aquí descritas se practican buscando el refugio de las sombras de la noche, o simplemente el ocultamiento para mantener las apariencias sociales. El creyente, se identifica con la luz del día y vive como una persona que pertenece al reino de la luz. Luego en el versículo 14, leemos:
"Al contrario, vestíos del Señor Jesucristo y no satisfagáis los malos deseos de la naturaleza humana".
Cuántos creyentes en estos días, están tratando de satisfacer todas las demandas de su naturaleza humana controlada por el pecado, pero sin embargo no están preparándose para su encuentro con el Señor. Estimado oyente, le rogamos que considere seriamente el colocar a Cristo en el primer lugar de su vida, y el emprender la importante tarea de difundir la Palabra de Dios. Y con esto llegamos al término de esta sección sobre el servicio de los hijos de Dios y llegamos a
Romanos 14:1-5
Con respecto al tema de este capítulo, hay 2 palabras claves: Convicción y conciencia. Entramos ahora, en otra sección de Romanos, que es la última división de la carta a los Romanos. Trata sobre la llamada "separación" de los hijos de Dios.
Hay dos áreas relacionadas con la conducta cristiana. En una de ellas, la Biblia es muy clara, como vimos al estudiar el capítulo 13. Leímos que la responsabilidad del cristiano con respecto al estado era una actitud de sumisión y obediencia a las leyes, incluyendo los deberes fiscales y el respeto a los que ejercen la autoridad. El capítulo 13 también fue muy específico en cuanto a la relación del creyente con su prójimo. Se citaron las advertencias contra el adulterio, el respeto por la vida humana, el robar, el difundir calumnias, y el codiciar los bienes ajenos. De hecho, el creyente debe amar a su prójimo como a sí mismo. Debe ser honesto y abstenerse de dejarse llevar por pasiones desordenadas, tales como las descritas en el versículo 13. Es evidente que la Biblia habla con tanta claridad sobre estas cuestiones que nadie podría flexibilizar estos criterios.
Sin embargo, hay otras áreas de la conducta cristiana en las que la Biblia no establece criterios rotundos o específicos. No queremos exponernos en prácticas que sean dudosas, y Pablo hizo lo mismo. Así que aquí, el apóstol señaló las normas de conducta del creyente en cuanto a esos asuntos dudosos, estableciendo tres principios que son de sumo valor, y son los siguientes: convicción, conciencia y consideración.
El creyente, en su conducta, tiene que tener una convicción firme en cuanto a todo lo que hace. Un creyente no debe hacer nada de lo que no esté verdaderamente convencido. Ese convencimiento del que estamos hablando es algo que anticipa lo que sucederá. ¿Prevé él lo que hará en el futuro, con gran anticipación, júbilo y entusiasmo? El segundo factor que lo debe guiar es su conciencia Y luego, cuando ha hecho algo, ¿mira hacia atrás preguntándose si debiera haberlo hecho o no? O, ¿se desprecia a sí mismo por lo que ha hecho? Ésa es la segunda norma de conducta, y la tercera es la consideración por los demás. Un creyente en su comportamiento tiene que tener consideración por las otras personas. ¿Hay otras personas adversamente afectadas por lo que él hace? Estas tres normas nos presentan principios de conducta para nuestra vida cristiana.
En la Isla de Bonaire, en las Antillas Holandesas, y en la parte sur de esta isla, hay tres obeliscos de unos diez metros de altura. Tienen tres colores diferentes; uno es azul, el otro blanco, y el último anaranjado. Fueron edificados allá por el año 1838 para ayudar a los barcos que llegaban en busca de sal a atracar en el muelle. Cuando los barcos podían alinear los tres obeliscos, sabían que podían entrar sin problemas a su destino. Ahora, esto es un ejemplo de lo que Pablo nos está diciendo aquí. El nos está presentando tres puntos o guías para nuestra navegación en esta vida, y la idea es que los tengamos siempre delante de nosotros para estar seguros que vamos en la dirección precisa para llegar a nuestro destino.
Creemos que en la actualidad existen dos puntos de vista extremos en lo que se relaciona con la conducta cristiana sobre asuntos dudosos. Y han creado una atmósfera artificial en donde uno tiene que vivir su vida cristiana. Una posición extrema no incluye ninguna separación del mundo, y las personas de este grupo son como copias exactas de la persona que pertenece al sistema del mundo y no a Cristo. Viven de la misma manera en que lo hacían antes de conocer a Cristo. Toman parte en todas las opciones que el mundo ofrece y gastan su tiempo y energía en cosas que no ofrecen ningún valor ni provecho espiritual. Creemos que algunos pasajes de la Biblia no tienen para ellos ningún sentido.
Por ejemplo, veamos lo que dijo el apóstol Pablo en su epístola a los Filipenses, capítulo 3, versículo 17 al 19: "Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios son sus propios apetitos, y sienten orgullo de lo que debería darles vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal".
Hay otros creyentes que no participan de las opciones que el sistema del mundo ofrece. Dan la impresión de abstenerse de muchas cosas que consideran mundanas, sin embargo, son tan mundanos como se puede llegar a ser. Parecen incapaces de controlar ciertos apetitos, son voraces y tienen un ansia desmesurada por el cotilleo, el indagar en la vida de sus semejantes y difundir historias y chismes de dudosa veracidad. Actúan como aquellos que están totalmente controlados por el sistema de valores del mundo. Es por eso que el apóstol Pablo nos dijo en su carta a los Filipenses, capítulo 4, versículo 8, que debemos buscar las cosas que son mejores: "Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad".
Estimado oyente, las cosas en las cuales usted piensa, tienen una influencia decisiva que afectará su conducta tarde o temprano. Aquellos pensamientos que usted conserva en su mente, eventualmente pasarán a la acción. Hemos comprobado que muchos que se consideran cristianos piensan en una determinada tentación por bastante tiempo, antes de sucumbir a ella. Nadie ha cometido algún crimen sin haber pensado en él de antemano. Pablo pareció preguntarse si en realidad tales personas eran "creyentes", debido a que vivían tal como los no creyentes.
Ahora, hay un segundo grupo que ha llegado a ocupar una posición extrema, pero en la otra dirección. Han reducido la vida cristiana a una serie de proposiciones negativas. El apóstol Pablo ya había hablado de esta clase de gente, que estaba en una actitud de "no toques, no comas", como detalló en el versículo 21 del capítulo 2 de su carta a los Colosenses. Estas personas se alegran de su salvación por gracia y de su liberación de las normas de la ley Mosaica, pero inmediatamente establecen una nueva serie de normas de conducta que adquieren fuerza de ley inamovible, mandamientos que incluso superan en número a los mandamientos originales. Llegan a estar muy centrados en sí mismos, egoístas, críticos y orgullosos. Por cierto, estos son aquellos que el apóstol Pablo llamó "débiles en la fe" en el versículo 1 de este capítulo 14 de Romanos. Esta clase de actitud por parte de algunos produce una vida cristiana raquítica, sin alegría y que conduce muchas veces a estados depresivos. El cristiano debe adoptar una posición firme evitando los dos extremos mencionados, para poder dar lugar a la fortaleza que el Espíritu de Dios produce en la vida de los creyentes, y al discernimiento para actuar sin complejos, pero, como decíamos al principio, con convicción, una conciencia limpia, y consideración hacia los demás.
Hemos mencionado estas observaciones preliminares antes de entrar en el estudio de esta sección, en el capítulo 14, porque creemos serán de ayuda para muchos a quienes estos temas han preocupado sinceramente. Sabemos que estamos hablando a muchos creyentes que están un poco confusos y que no están disfrutando de las bendiciones de la vida cristiana. Creemos que el apóstol Pablo puede darnos la respuesta, si escuchamos lo que escribió al respecto.
En el primer versículo de este capítulo 14 de su epístola a los Romanos, Pablo nos dijo:
"Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones".
Otra forma de expresarlo sería: "Recibid bien al que es débil en la fe, pero no con la intención de juzgar sus escrúpulos, es decir, que no se emitan juicios sobre su conducta y opiniones". Este capítulo está lógicamente conectado con el precedente, porque la ley del amor se pondrá ahora en acción. Habiendo condenado acciones obviamente inmorales como el atentar contra la vida y dignidad humana, adulterio, la apropiación de lo ajeno, la calumnia y deshonra de otros, y la codicia, Pabló procedió a advertir sobre el peligro de condenar asuntos cuestionables que no están expresamente prohibidos en la Biblia.
El que es "débil" en la fe, no se refiere a alguien que sea débil en el sentido de dudar de las grandes verdades del Evangelio, o de los hechos trascendentales de la fe. Más bien describe la cualidad abstracta de la fe. Se trata de alguien que vacila o duda en cuestiones de conducta. Es alguien que no sabe qué debiera hacer o como actuar en ciertas situaciones. Tal persona debe ser recibida en la comunión de los creyentes con los brazos abiertos. Uno podrá no estar de acuerdo con esa persona, pero si ésta es un creyente en el Señor Jesucristo, tiene el deber de recibirla y aceptarla tal como ella es. Uno deberá evitar criticarla o discutir con ella sobre sus puntos de vista en actitudes cuestionables. Un grupo de creyentes no ha de sentarse a juzgar a otro grupo de creyentes sobre asuntos polémicos de conducta cristiana. Algunas acciones o actitudes no están específicamente condenadas en la Sagrada Escritura, pero algunos creyentes se separan entre sí por tales temas. Esa separación o división no debiera tener lugar. Y así, el escritor de esta carta nos dijo que el amor tenía que comenzar a actuar. De modo que, al indicarnos que debíamos condenar las acciones que son indudablemente malas, como las mencionadas en el capítulo 13, también nos advirtió sobre el peligro de condenar las cosas dudosas, las cuales no han sido condenadas expresamente en las Escrituras. Y la Iglesia no tiene la autoridad para decidir en cuestiones de libertad personal, sobre acciones o prácticas que no han sido específicamente prohibidas por las Escrituras. Pasemos ahora al versículo 2 de este capítulo 14 de la epístola del apóstol Pablo a los Romanos, que nos presenta un ejemplo:
"Uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, sólo come legumbres".
Esto es interesante aunque puede herir al que es separatista en extremo. El hermano que es fuerte en la fe, come de todas las cosas. El creyente con una conciencia débil tiende a ser vegetariano. El hermano fuerte se da cuenta que el Señor creo todos los alimentos limpios, y aptos para comer. Después del diluvio, Dios proveyó toda clase de carnes al hombre, de acuerdo con el capítulo 9 del libro de Génesis, versículo 3, donde leemos lo siguiente: "Todo lo que se mueve y vive, os servirá de alimento: lo mismo que las legumbres y las plantas verdes. Os lo he dado todo".
Pero Dios hizo una distinción entre los animales puros y los animales impuros para la nación de Israel. Y el creyente instruido sabe que esto no tiene aplicación para él. Porque el apóstol Pablo dijo en su primera carta a los Corintios, capítulo 8, versículo 8: "Si bien la vianda no nos hace más aceptos ante Dios; pues ni porque comamos seremos más, ni porque no comamos seremos menos". Usted recordará la lección, muy práctica por cierto, que recibió Pedro cuando se encontraba en la azotea de la casa de Simón, el curtidor, en la ciudad de Jope. El incidente fue relatado en el libro de los Hechos de los apóstoles, capítulo 10, versículos 13 al 15. Simón Pedro estaba orgulloso del hecho de que él no había comido ningún alimento impuro. En eso, se creía superior a los demás. Pero el Espíritu Santo le dijo: "Lo que Dios limpió, no lo llames tú común".
Pablo podía comer carne sin ningún remordimiento, pero Simón Pedro tenía algunos escrúpulos para ello. Al creyente con una conciencia débil, que tenía antecedentes de alimentarse de vegetales, le resultaba repugnante comer carne. ¿Qué le parece? Podemos decir que ellos podían hacer eso sin problemas. Uno podía comer si quería, y el otro dejar de hacerlo si quería también. Y ambos lo podían hacer por la gracia de Dios. Pero ¿cuál entonces es el principio por el cual nos guiamos? Ya vamos a llegar al mismo. Veamos lo que nos dice aquí el versículo 3 de este capítulo 14:
"El que come de todo no menosprecie al que no come, y el que no come no juzgue al que come, porque Dios lo ha recibido".
Amigo oyente, permítanos decirle que un grupo no debe condenar al otro. Si usted cree que no debe comer carne, y Pablo usa la carne aquí como ejemplo, pero esto puede aplicarse a cualquier otra cosa no prohibida en la Biblia entonces, no la coma. Pero si cree que la debe comer, pues cómala. Ese es el principio al que llegamos ahora. Leamos el versículo 4 de este capítulo 14 de la epístola de Pablo a los Romanos:
"¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio Señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerlo estar firme".
Esto es algo realmente contundente. Pablo nos dijo aquí: "¿Tú quién eres, es decir, qué derecho tienes para juzgar al servidor ajeno?" ¿Qué derecho tiene usted, amigo creyente, a juzgar a otro creyente en su conducta sobre algo que es dudoso o cuestionable? ¿Es usted Dios? ¿Tiene que rendir esa persona cuentas ante usted? Pablo dice aquí que esa persona no es responsable ante usted, sino que es responsable ante Dios. Ella deberá presentarse ante su propio amo y Señor.
Imagínese usted que va a la casa de alguien a comer, y la cocinera le trae la comida un poco fría. Y usted le dice a la cocinera: "¿Cómo se atreve usted a traerme la comida fría?" Y allí mismo usted, aunque no es más que un invitado de la casa, le reprocha a esa cocinera por lo que ha hecho. Bueno, posiblemente haya en esa casa un silencio pesado por causa de su actitud. Esa persona no es su sirviente. Quizá no debió haber hecho lo que hizo, pero eso no es cosa suya. El ama de casa posiblemente se levantará de la mesa y le dirá a la cocinera lo que debe hacer.
Y a propósito, amigo creyente, quizás usted desapruebe la conducta o actitud de otro creyente en alguna de esas áreas dudosas. Pero, ese creyente no tiene que rendirle cuentas a usted. Él es responsable ante Dios por lo que hace en su vida. Él es responsable ante el Señor Jesucristo. Él es su Amo, Él es su Señor, y no usted. Y Pablo llegó ahora a su primer gran principio conducta para los cristianos. Leamos el versículo 5 de este capítulo 14 de su epístola a los Romanos, para considerar el principio de
La convicción
"Uno hace diferencia entre día y día, mientras que otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido de lo que piensa".
Pablo cambió la ilustración de las cosas que uno come a lo concerniente al día. Hay personas que insisten con que el día del Señor es diferente. Y que debemos de guardar el día domingo. Y otros dicen que hay que guardar el sábado. Estimado oyente, no es el día el que tiene que ser diferente. Es el creyente quien tiene que ser diferente. Lo importante no es el día en cuestión. El apóstol Pablo dijo en su carta a los Colosenses, capítulo 2, versículo 16: "Por tanto, nadie os critique en asuntos de comida o de bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo". No le diga a nadie qué día tiene que guardar. Un creyente no tiene que responder ante usted, estimado oyente. Tiene que responder ante el Señor Jesús. Él es su Señor. Pero cualquier cosa que usted haga, hágala con entusiasmo. El Señor dice que no debemos hacer nada para Él, a no ser que estemos realmente convencidos de ello, a no ser que verdaderamente creamos en ello, y lo queramos hacer. Dijo el apóstol que cada uno esté plenamente convencido de lo que piensa. Ahora, si alguien tiene una pregunta, una duda en su mente acerca de cualquier cosa que esté haciendo, entonces, no debe hacerla. Puede que no sea una acción equivocada para mí, pero lo es ciertamente para usted.
Seguramente recordará usted que Simón Pedro siguió al Señor desde lejos cuando fue arrestado. Pedro entró en la sala de juicios del sumo sacerdote y fue allí donde negó conocer al Señor Jesús tres veces. Estoy convencido de que Pedro no debía haber entrado allí en aquella noche. Por otra parte Juan, que aparentemente tenía una casa en Jerusalén y era conocido en el palacio del sumo sacerdote, fue allí y no negó conocer al Señor. Era correcto para Juan estar en aquel lugar, pero fue un error que Pedro estuviera allí. En aquella situación, Pedro era el creyente con una conciencia débil. En nuestro tiempo, ese tipo de creyente es el que establece para su conducta un sistema de normas sobre lo que debe y no debe hacer.
Estimado oyente, la persona que recibe al Señor Jesucristo como su Salvador, recibe la presencia misma del Espíritu Santo, que comienza en él una obra de transformación. Si se trata de situaciones no contempladas en la Biblia para vivir la conducta cristiana, no son las normas o principios que un creyente establezca para controlar su propia naturaleza las que podrán regular su vida. Si así es el caso, esa persona vivirá presionada por la angustia de su impotencia, al no ser capaz de vencer a las fuerzas irresistibles de esa naturaleza humana rebelde. Esa actitud no permitirá a nadie disfrutar de la libertad de la vida cristiana. Por ello, se requiere una actitud de entrega al Señor y de sumisión al control del Espíritu, lo que nos provee los recursos para hacer frente a todo interrogante o situación dudosa. Sólo de esa manera, podemos sentir esa convicción que el apóstol Pablo nos presentó como el primer gran principio de conducta. Sólo así, estimado oyente, disfrutará usted de una paz de conciencia, y se sentirá verdaderamente libre, al poder cumplir el propósito de Dios para su vida.
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