Estudio bíblico de 1 Corintios 11:3c-16
1 Corintios 11:3c-16
Regresamos hoy al capítulo 11 de la Primera Epístola a los Corintios. Y en nuestro estudio anterior, vimos que el apóstol Pablo estaba indicando un gran principio, que la cabeza de todo hombre, es Cristo. Y que la cabeza de la mujer, es el hombre. Ahora, si un hombre ha sido dominado por el Señor Jesucristo, Él es su cabeza. Y la mujer, la esposa, ve en el hombre alguien que la ama y si es así, ella de una manera natural y normal le considerará a él como su cabeza, tanto de su vida, como de su hogar. Cristo, en forma voluntaria, se sometió al Padre y tomó el lugar para nuestra redención. Las dos primeras partes de este versículo fueron consideradas en nuestro programa anterior. Vamos a leer nuevamente todo el versículo 3, de 1 Corintios 11, prestando atención, especialmente a la tercera parte de este versículo, en la que Pablo presentó esta gran declaración:
"Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo hombre, y el hombre es la cabeza de la mujer, y Dios es la cabeza de Cristo".
"Dios es la cabeza de Cristo" es la tercera y última parte de este versículo. Éste es, realmente, un gran misterio. En Juan 10:30, el Señor Jesucristo dijo: "El Padre y yo uno somos". Pero Él también dijo, en Juan 14:28: "Porque el Padre mayor es que yo". En la obra de la redención, Jesuscristo, voluntariamente, ocupó un lugar más bajo y por un tiempo fue hecho un poco menor que los ángeles. El transitó por un camino humilde en este mundo. El mismo apóstol Pablo nos amonestó, en Filipenses 2:5-7 lo siguiente, "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios, como algo a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres".
Ahora, Pablo iba a aplicar este principio de liderazgo o dirección, a la situación en Corinto. En aquella ciudad, una mujer que no usaba el velo, era una prostituta. La situación local suya, estimado oyente, podría ser diferente. Su Iglesia, su comunidad, podrían ser diferentes a lo que era Corinto. Pero en Corinto, y en aquella época, éste era un asunto importante. Aun así, creemos que aquí hay un gran principio que se aplica en el día de hoy. En el versículo 4 dijo el apóstol:
"Todo hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza".
Los rabinos de esa época enseñaban que el hombre debía cubrir su cabeza. Y Pablo dijo que, en realidad, ellos habían interpretado mal a Moisés y el motivo para el uso del velo. Porque en su Segunda carta a los Corintios, capítulo 3, versículo 13, dijo: "Y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de desaparecer". Pablo se estaba refiriendo a la experiencia de Moisés cuando el descendió del monte en donde había estado en comunicación con Dios. Cuando descendió de allí la primera vez, la piel de su rostro brillaba, pero después de un rato, la gloria comenzó a desaparecer. En consecuencia, él cubrió su rostro para que ellos no descubrieran que el brillo de la gloria estaba desapareciendo.
Pablo estaba diciéndoles a los hombres que no debían cubrir sus cabezas. Un hombre, creado a imagen de Dios, que está unido a Cristo por la obra de la redención, debía tener su cabeza descubierta como una señal de dignidad y de libertad. No debía cubrirse cuando estaba orando u profetizando. Cuando estaba orando, estaba hablando a Dios de parte de los hombres, haciendo una obra de intercesión. Y cuando estaba profetizando, estaba hablando a los hombres de parte de Dios. Cada vez que se encontraba en esas dos posiciones sagradas, debía tener su cabeza descubierta. Continuó entonces el apóstol Pablo y dijo en el versículo 5:
"Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, deshonra su cabeza, porque es lo mismo que si se la hubiera rapado".
Fue como si en Corinto hubieran tenido como una versión antigua del movimiento de liberación de la mujer, pero orientado en la dirección equivocada. Así que, el hombre debía tener su cabeza descubierta, mientras que la mujer la debía tener cubierta.
Observemos que aquí dice "toda mujer que ora o profetiza", lo cual significa que ella puede orar en público, o sea, que puede hablar en público. La mujer tiene derecho a realizar estas tareas si Dios le ha dado esa capacidad espiritual. Y algunas mujeres la tienen. Luego él continuó diciendo en el versículo 6:
"Si la mujer no se cubre la cabeza, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra".
Esto tenía una aplicación concreta para Corinto. La mujer que no usaba el velo en aquella ciudad, era una prostituta. Muchas de ellas se habían afeitado la cabeza. Las vírgenes vestales del templo de Afrodita, que eran realmente prostitutas, tenían sus cabezas afeitadas. Por eso, las mujeres que tenían sus cabezas descubiertas, eran las prostitutas. Aparentemente, algunas de las mujeres de la iglesia de Corinto estaban diciendo: "Bueno, como todo me es lícito y me está permitido". Pablo dijo que esto no debía hacerse porque el velo era una señal de sujeción, de sometimiento, no ante los hombres, sino ante Dios. Ahora, estas instrucciones tenían una aplicación local, porque fueron dadas a las mujeres de Corinto. Entonces, ¿se aplican a nuestro tiempo y a nuestra sociedad? Bueno, para algunas mujeres el uso de un sombrero ofrece una especie de apoyo moral. Pero las normas para el vestido de la mujer, tienen que ver con su ministerio, con su servicio para el Señor. Hay algunos otros pasajes en la Biblia que presentan una mayor información sobre este tema y creemos que es necesario considerarlos en este momento.
Por ejemplo, en la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo, capítulo 2, versículos 8 al 10, Pablo dijo: "Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni discusiones. Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que practican la piedad".
Lo que Pablo estaba diciendo aquí es simplemente que si la mujer iba a elevar manos santas, guiando el servicio, entonces ella no debía arreglarse de manera que llamase la atención sobre sí misma. ¿Por qué? Francamente hablando, no debía apelar o acentuar su atractivo físico en el servicio de Dios. Estimado oyente, esto es exactamente lo que quería decir el apóstol.
Notemos lo que Pedro dijo en su primera carta universal, capítulo 3, versículos 1 y 2; dice: "Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, al considerar vuestra conducta casta y respetuosa". Veamos ahora lo que Pedro siguió diciendo en los versículos 3 y 4: "Vuestro adorno no sea el externo de peinados ostentosos, de joyas de oro ni de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible adorno de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios". Dios estaba diciendo, en esta primera carta del apóstol Pedro, que la esposa no puede ganar a su esposo para Cristo, utilizando su atractivo exterior y físico. Hubo mujeres en la Biblia que tuvieron un reconocido atractivo físico: por ejemplo, Jezabel, Esther, Salomé. Pero hubo también mujeres que se destacaron por ser mujeres maravillosas y devotas, a quienes Dios usó, como Sara, Débora, Ana, Abigail y María, la madre de Jesús. Y después, hubo consejos dados a los maridos. En la citada primera carta de Pedro 3:7, el escritor dijo: "Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo". Cabe destacar que muchas familias han visto sus oraciones estorbadas porque marido y mujer no estaban compenetrados como deberían haber estado.
Luego el apóstol volvió al principio establecido para los hombres en el versículo 4. Leamos entonces los versículos 7 al 9:
"El hombre no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del hombre, pues el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre; y tampoco el hombre fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del hombre".
El lugar de la mujer es el de ser una compañera idónea del hombre, ella ha de ser la otra parte de él. Hemos de destacar algo importante. Ningún hombre está completo sin una mujer, a no ser que Dios le haya concedido a un hombre la gracia especial para una obra especial. Escuchemos lo que dice el versículo siguiente, el versículo 10:
"Por lo cual la mujer debe tener señal, un símbolo de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles".
Aquí vemos una referencia a los ángeles que no resulta fácil de entender. En nuestra opinión, tiene relación con el hecho de que estamos siendo observados por seres inteligentes creados por Dios. En este pequeño mundo en el que vivimos, estamos como en un escenario, y esos seres nos están observando. Ellos están descubriendo el amor de Dios porque saben que los seres humanos no somos dignos de ese amor divino. Probablemente piensen que Dios habría hecho bien en librarse de nosotros, porque somos las criaturas rebeldes del universo que Él ha creado. Pero Dios no nos abandonó. Él nos ama. Y la muestra de Su amor fue evidente en Su gracia y misericordia para salvarnos. Los ángeles posiblemente se asombran de la gracia y paciencia de Dios para con los seres humanos. Veamos ahora el versículo 11:
"Pero en el Señor, ni el hombre es independiente de la mujer, ni la mujer independiente del hombre"
Éste es el poder de la mujer. El de poder mantener al hombre junto a ella, simplemente por ser una mujer. Y el hombre puede mantener a la mujer junto a sí mismo por ser un hombre. Ésta es la relación que debe existir en el matrimonio, porque Dios la ha dispuesto de esta manera. Y cuando esa relación no existe, entonces el ideal de Dios se ha perdido. Veamos ahora el versículo 12, de este capítulo 11, de la Primera carta a los Corintios:
"porque, así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; pero todas las cosas proceden de Dios".
Usted puede apreciar que aquí el hombre y la mujer son inseparables. El hombre no es como una esfera, sino un hemisferio. Ya sabemos que un hemisferio es una de las dos mitades de una esfera dividida por un plano que pase por su centro. Esto quiere decir que el hombre no está completo en sí mismo, sino que es simplemente la mitad de una unidad. Esa unidad es la que se constituye con el matrimonio. Es absurdo concebir, tanto al hombre como a la mujer, separados o liberados el uno del otro. Por la forma en que han sido creados, se necesitan mutuamente. La libertad, estimado oyente, se convierte en una realidad en la gloriosa relación del matrimonio. Leamos ahora el versículo 13:
"Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza?"
Por lo que hemos leído en este pasaje de la epístola a los Corintios, pensamos que una mujer no debe llamar la atención a sí misma cuando está hablando en público por el Señor, cuando está enseñando en una clase bíblica, o cuando se encuentra orando. Cuando se encuentra sirviendo a su Señor de esa manera, no debiera destacar su atractivo físico. La atracción que puede despertar, no solo posee la influencia necesaria como para desviar los pensamientos del sexo opuesto de las labores espirituales que esté realizando, sino que, puede iniciar y culminar el proceso de elevar o hundir a un hombre. Y continuamos leyendo el versículo 14, de este capítulo 11 de la Primera Epístola a los Corintios:
"La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello?"
En el Antiguo Testamento había algunas personas que se obligaban por un voto a abstenerse de varias cosas. El voto nazareo era un acto por el cual un hombre se consagraba a Dios. Ya lo hemos visto antes. Los hombres tomaban ese voto y lo hacían dedicándolo a Dios, y entre las cosas que debían hacer, estaba el no cortarse el cabello. Eso indicaba que ellos estaban dispuestos a sufrir vergüenza por amor, por consideración a Dios. Incluso en aquellos tiempos tan lejanos en la historia, el cabello largo de los hombres era considerado vergonzoso. Leamos ahora el versículo 15:
"Por el contrario, a la mujer dejarse crecer el cabello le es honroso, porque en lugar de velo le es dado el cabello".
Ahora, es cierto que hoy tenemos libertad al estar unidos a Jesucristo. El largo del cabello no es el tema importante, sino que lo que cuenta realmente es el motivo que tiene la persona para adoptar una actitud al respecto. Muchos hombres se han dejado crecer el cabello, y muchas mujeres se lo han cortado como una señal de rebelión contra un orden establecido, o arrastrados por los dictados de la moda. Los valores morales absolutos ya no son una realidad en la sociedad secular, y además siempre hay gente dispuesta a llegar a extremos en cualquier dirección. Pero, reiteramos, las decisiones de los creyentes al respecto, están amparadas por la libertad cristiana.
Y el apóstol Pablo dice que, en realidad, no es el largo del cabello, el tipo de corte de pelo, ni el estilo o la forma de vestir, lo que tiene una suma importancia. Continuemos leyendo el versículo 16 de este capítulo 11 de 1 Corintios:
"Con todo, si alguno quiere discutir este asunto, sepa que ni nosotros ni las iglesias de Dios tenemos tal costumbre".
La conclusión alcanzada por el apóstol Pablo es que la iglesia no debía ponerse a establecer reglas en relación con el asunto de la ropa de las mujeres o el cabello de los hombres. La cuestión verdaderamente importante es el interior de la persona. Figurativamente hablando y desde un punto de vista espiritual, es la vieja naturaleza humana la que necesita un buen corte de pelo y la toga, o el manto de la justicia. Estimado oyente, si nosotros como creyentes estamos cubiertos, revestidos por el manto de la justicia de Cristo, y si nuestra naturaleza humana se encuentra bajo el control del Espíritu Santo, esa condición espiritual se encargará de regular la apariencia exterior del creyente. El corte de pelo o el estilo de la ropa dan lo mismo, es decir, que no tienen mayor relevancia que la que dicten el buen gusto, la naturalidad, la sobriedad y la elegancia. Cabe destacar que en estos asuntos el apóstol Pablo no estaba estableciendo reglas dogmáticas para todas las sociedades, culturas y tradiciones de todos los pueblos y para todos los períodos de la historia. Simplemente expuso lo que, en su opinión era lo mejor, lo más adecuado para que la extensión del evangelio entre los no creyentes no fuera obstaculizada por cuestiones secundarias. Debiéramos recordar que en el ejercicio pleno de nuestra libertad cristiana, el mensaje del pasaje que hemos considerado se centra en la necesidad de pensar en el bien de los demás, en tener una actitud de amor hacia aquellos que están en su desarrollo espiritual hacia la madurez, evitando ofenderles, y en ser efectivos en nuestro testimonio cristiano a los que aún se encuentran alejados de Dios. Por tal motivo, debiéramos dejarnos guiar por estos principios, que están basados en un principio general aun más amplio, y que es logar que nuestra conducta traiga honra y gloria al nombre de Dios.
En nuestro próximo programa entraremos en otra sección de no menor importancia e interés. De la vestimenta de la mujer y el cabello del hombre, pasaremos a considerar el tema de la Cena del Señor. Y este tema es de una relevancia fundamental, y probablemente sea la parte más sagrada de nuestra relación de comunión y compañerismo con Dios en el día de hoy, no sólo desde un punto de vista individual, o vertical con el Señor, sino también como miembros de una comunidad de creyentes. Es posible que muchos creyentes no hayan tomado verdaderamente en serio las implicaciones de este encuentro espiritual. Y Pablo va a advertir aquí que Dios lo juzgará a usted por la manera como usted practica la Cena del Señor; indicando que entre los corintios había en realidad algunos que habían sido juzgados y estaban sufriendo las consecuencias del castigo de Dios, por la forma en que estaban observando la Cena del Señor. Ellos no discernían la realidad del cuerpo de Cristo y debiéramos preguntarnos como vivimos hoy la realidad del cuerpo de Cristo. La mayoría concentra su atención en el método de celebrar esta cena del Señor, así como en los detalles externos del ritual. Los Corintios le habían hecho preguntas a Pablo sobre este tema y el apóstol, a su vez, había recibido noticias sobre algunas cosas que sucedían en aquella comunidad. Así que, en nuestro próximo encuentro veremos la exposición de su respuesta, y de los principios que él establecería.
Estimado oyente, después de considerar que lo importante es el aspecto de la parte interior, concluimos hoy afirmando que Dios ve, conoce los rincones más íntimos de nuestro ser. Su mirada atraviesa todas las apariencias humanas y ante Sus ojos, nada puede ocultarse. Por todo ello, le rogamos que se deje examinar por Él. Quizás pueda usted identificarse con las siguientes palabras del Salmo 139:23 y 24: "Examíname, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos, mis inquietudes. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno".
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