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Estudio bíblico de 1 Corintios 10:14-11:3b

1 Corintios 10:14 - 11:3b

Continuamos estudiando el capítulo 10 de esta Primera carta a los Corintios. Uno puede ser un cristiano maduro y con experiencia, alguien que trata de vivir una vida santa y, aun así, caer. Por lo tanto usted y yo debemos tener mucho cuidado de permanecer dentro del ámbito de la voluntad de Dios, en el que nosotros no estemos apagando al Espíritu de Dios con nuestras vidas. Muchas personas en nuestros días piensan que nadie ha sido probado o tentado como ellas. Estimado oyente, no importa le experiencia por la que usted haya pasado; ha habido otros que han atravesado por la misma clase de pruebas. Lo alentador es que Dios proveerá para usted una salida, es decir, el medio para salir de esas situaciones de prueba. Dios es fiel, y no permitirá que usted sea probado o tentado más allá de lo que pueda soportar. Creemos que muchas de las razones por las cuales muchas personas pecan y caen, es porque cuando la tentación aparece, se quedan allí contemplándola y no huyen de ella, no se apartan de la situación. Otra de las razones es porque no avanzan mucho como creyentes en el proceso de madurez, no continúan su relación de compañerismo con Dios, ni tampoco en la esfera de la voluntad de Dios. Y por eso, caen. Y ahora, continuó el apóstol Pablo diciéndonos aquí en los versículos 14 y 15 de este capítulo 10 de su Primera Epístola a los Corintios:

"Por tanto, amados míos, huid de la idolatría. Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo.

La idolatría era una tentación en Corinto. Quizá en el día de hoy no sea una tentación para usted, pero la Biblia nos dice que la codicia es una forma de idolatría que, además, está muy difundida en la actualidad.

Después de esta afirmación, Pablo se dispuso a enseñar el concepto de que la comunión y compañerismo en la llamada Cena del Señor requería separación. Luego leemos los versículos 16 al 19:

"La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la participación de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la participación del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo, pues todos participamos de aquel mismo pan. Considerad al pueblo de Israel: los que comen de los sacrificios, ¿no participan del altar? ¿Qué quiero decir, entonces? ¿Que un ídolo es algo, o que lo sacrificado a los ídolos es algo?"

El entró entonces en al área de la mesa del Señor. Aquí el argumento del apóstol fue bastante lógico. El ídolo no tenía ningún valor, y la carne ofrecida al ídolo, era como otra carne cualquiera. Y añadió en el versículo 20:

"Antes digo que aquello que los no judíos sacrifican, a los demonios lo sacrifican y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios".

Aquí el escritor estaba aun hablando sobre la libertad cristiana. Aunque un ídolo no fuese nada, detrás de la adoración al ídolo estaba la creencia en los demonios. Y Pablo reconoció esa realidad y dijo en el versículo 21:

"No podéis beber la copa del Señor y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios".

Es decir, el comer las cosas sacrificadas a los ídolos para algunas personas sería idolatría. Y un creyente debía examinar su corazón cuidadosamente. Y dijo entonces el apóstol, en el versículo 22 de este capítulo 10, de la Primera Epístola a los Corintios:

"¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?"

Pablo aquí regresó a lo que dijo en el mismo comienzo de esta sección en la que trata de la libertad cristiana. Leamos el versículo 23:

"Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica".

O sea, que afirmó que uno era libre de hacer lo que quisiera, pero no todo convenía, no todo era de provecho. Pablo tenía la libertad de practicar aquellas cosas cuestionables o dudosas, acciones acerca de las cuales la Biblia permanece en silencio, en el sentido de establecer si están bien o mal. Es como si hubiera dicho: "Si yo quisiera ir a las carreras de los juegos olímpicos, lo haría". Creemos que Pablo asistía a esos eventos, porque él utilizó gran número de ilustraciones tomadas de los eventos atléticos que se llevaban a efecto en los grandes coliseos y estadios de esos días. Pero Pablo dijo que aunque tales acciones le estaban permitidas, no todas ellas eran oportunas, porque podían perjudicar u ofender a un creyente inmaduro o débil. O sea que, aunque uno pudiera hacer lo que quisiese, no todas las cosas edifican, es decir, que no consolidan a uno en la fe. Y entonces, Pablo estableció un principio general y dijo en el versículo 24:

"Nadie busque su propio bien, sino el del otro".

El creyente tiene una libertad tremenda en Cristo. Sin embargo, él tiene que procurar el bien de los demás. Así que, la vida del cristiano no debería estar principalmente dirigida o regida por la libertad. Porque la libertad está limitada por el amor. Un cristiano no está controlado por el legalismo; no debe estar limitado por reglas estrictas. Estará limitado por el amor y debiera preocuparse por la influencia de su conducta en otros. Ésta es la idea que Pablo quiso exponer en este pasaje. Usted puede notar en el segundo capítulo de su carta a los Filipenses que Pablo dijo, que todo lo debemos hacer con la otra persona en mente, "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús". Leamos ahora los versículos 25 y 26:

"De todo lo que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia, porque del Señor es la tierra y todo cuanto en ella hay".

Por tanto, estimado oyente, nosotros podemos disfrutar de todas las cosas creadas por Dios, de las bellezas de la creación, y de lo que esta creación produce. Porque el Señor lo ha provisto de esta manera.

Pero, ahora él iba a dar una sugerencia muy práctica. Cuando los corintios fueran a comer a casa de otra persona, no debían preguntar nada sobre la procedencia de la comida, en este caso, sobre la carne. Porque ello sería dar importancia a algo que no la tenía y desviar la atención de la comida en sí, que debía disfrutarse con tranquilidad. Esta ilustración, pues, fue una sugerencia práctica y llevó a afirmar lo siguiente en el versículo 27:

"Si alguno que no es creyente os invita, y queréis ir, de todo lo que se os ponga delante comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia".

En este caso, pues, se refiere a las relaciones con las personas no vinculadas a la iglesia. Luego en el versículo 28, dijo Pablo:

"Pero si alguien os dice: Esto fue sacrificado a los ídolos; no lo comáis, por causa de aquel que os lo dijo y por motivos de conciencia, porque del Señor es la tierra y cuanto en ella hay".

Aquí se alude a otro principio, sobre un asunto totalmente nuevo. Pablo acababa de aconsejar comer de todo sin hacer preguntas. Pero si el anfitrión o alguien más que estuviera sentado a la mesa daba esa información voluntariamente, que la carne había sido ofrecida a un ídolo, entonces Pablo dijo que un creyente no la debía comer. No porque estuviera mal comerla, sino porque el comerla podría perjudicar a la persona que le hizo esa observación. Es decir, que no se trataba ya de la conciencia del que iba a comer la carne, sino de la conciencia del otro, del que informó que esa carne que estaba en la mesa había sido ofrecida a los ídolos.

Y entonces, Pablo continuó diciendo en el versículo 29, de este capítulo 10 de la Primera Epístola a los Corintios:

"Me refiero a la conciencia del otro, no a la tuya, pues ¿por qué se ha de juzgar mi libertad por la conciencia de otro?"

¿Por qué debo estar yo limitado por algunos de estos creyentes inmaduros o débiles? Bien, leamos el versículo 30:

"Y si yo con agradecimiento participo, ¿por qué he de ser censurado por aquello por lo cual doy gracias?"

Pablo estaba preguntando si era justo juzgar a alguien por causa de la conciencia de otra persona. En su respuesta, estableció un gran principio. Leamos el versículo 31:

"Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios".

Vemos que hasta ese momento Pablo había establecido grandes principios relacionados con la libertad del cristiano. Uno de ellos era el siguiente: Todo me es lícito, pero no todo conviene. Y el otro principio era: todo me es lícito, pero no todo edifica. Ahora, estableció otro principio; Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. Ésta es la prueba que cada creyente debiera aplicar a su vida. No se trata de preguntarnos: ¿Debo yo hacer esto, o no? Sino que la pregunta debiera ser: ¿Puedo hacerlo para la gloria de Dios? Desgraciadamente hay creyentes que ni siquiera van a la iglesia para la gloria de Dios. Dios sí ve los motivos por los cuales algunos asisten a la iglesia y Él percibe si esos motivos están relacionados con el hecho de tener comunión con Él, o si más bien están relacionados con los demás creyentes. Lo importante es que todo lo que el creyente haga sea para honrar el nombre de Dios. Luego el apóstol dijo en el versículo 32, de este capítulo 10, de la Primera Epístola a los Corintios:

"No seáis motivo de tropiezo ni a judíos ni a no judíos ni a la iglesia de Dios".

Pablo dividió aquí a la familia humana en tres grupos: judíos, los que no lo eran, y la iglesia de Dios. Algunas de aquellas personas tenían creencias diferentes, un ejemplo era la aversión de los judíos por la carne de cerdo. Invitar a un judío para comer jamón hubiera sido, pues ofensivo. Así que los creyentes tenían que amar a otros lo suficiente como para evitar acciones que les ofendieran. Y los no judíos tenían también otras peculiaridades. Habría resultado imposible complacerlos a todos y se requería, como se requiere hoy, un esfuerzo por parte de cada uno para no ofender a aquellos con quienes estaban en contacto en la convivencia social incluyendo, por supuesto, a los miembros de la iglesia. Este esfuerzo es importante hoy, especialmente, entre personas de diferentes edades o generaciones, y debe incluir una actitud mutua de amor y comprensión, que incluye ceder en algunos aspectos como, por ejemplo, el aspecto y la vestimenta en las reuniones de una congregación, que deben estar acordes con un respeto al lugar y al conjunto de los creyentes.

Ésas son, pues, las tres grandes divisiones de la familia humana en el día de hoy. Ahora Pablo dijo aquí en el versículo 33, de este capítulo 10, de su Primera Epístola a los Corintios:

"Del mismo modo, también yo procuro agradar a todos en todo, no buscando mi propio beneficio sino el de muchos, para que sean salvos".

Lo que hacemos, primeramente, lo hacemos para la gloria de Dios. El dijo: "Si, pues coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios". Y creemos que un creyente, por ejemplo, una ama de casa en sus quehaceres domésticos, o alguien que trabaje en el campo en sus labores agrícolas, u otros en oficinas, o los profesionales en su trabajo, pueden todos ellos, cada uno en su ámbito de acción, realizar sus tareas para la honra y gloria de Dios. Si se trata de una tarea en la cual usted puede honrar el nombre de Dios y usted no la realiza con esa motivación, es mejor que no la lleve a cabo. Si vivimos de esta manera, somos un testimonio vivo ante el mundo que nos rodea, para que aquellos que están perdidos y alejados de Dios puedan ser atraídos a la persona de Jesucristo y así ser salvos.

Eso fue algo parecido a lo que dijo una persona a un hombre que estaba repartiendo folletos de propaganda cristiana a toda la gente que pasaba, pero una persona le preguntó, "¿Qué es eso?" A lo cual respondió, "Un folleto impreso que explica lo que yo creo". La persona le contestó, "Bueno, yo no sé leer. Pero, ¿sabe una cosa? yo voy a ver qué clase de impresión me causa usted". Y ésa es precisamente la impresión que hace que nuestro mensaje toque la vida de las personas. La gente examina las huellas que vamos dejando en este camino de la vida, más que el mensaje escrito de nuestros libros, folletos y cualquier clase de literatura. Es bueno difundir nuestras creencias por todos los medios a nuestro alcance, pero junto con ellos, debemos dejar las huellas apropiadas para que los demás vean la imagen de Cristo reflejada en nuestra vida diaria. Finalizamos así el capítulo 10 y llegamos a

1 Corintios 11

Y el primer versículo de este capítulo pertenece en realidad al anterior, y en él finaliza esta sección de la epístola, que estuvo dedicada al tema de la libertad del cristiano, y que comenzó en el capítulo 8. Leamos entonces este versículo 1 del capítulo 11:

"Sed imitadores míos, así como yo lo soy de Cristo".

Y eso es algo que muy pocos de nosotros nos arriesgaríamos a decir, ¿verdad? Yo no quisiera incluirle a usted, pero esto es algo que yo no me atrevería a afirmar. Yo quiero que usted sea un seguidor de Pablo, un seguidor del Señor Jesucristo, pero no me tome usted a mí como un modelo a imitar. Pero este consejo de Pablo es una declaración tremenda.

Y llegamos ahora a otra división en esta carta. En ella se tratan temas acerca de los cuales los creyentes de la iglesia de Corinto le habían escrito al apóstol Pablo para consultarle. Nos referimos a algunas indicaciones sobre la ropa de la mujer, y al asunto de la cena del Señor. Veamos lo que él dijo entonces en el versículo 2, de este capítulo 11 de la Primera Epístola a los Corintios, a partir del cual comenzará a tratar el tema de

La ropa de la mujer

"Os felicito, hermanos, porque en todo os acordáis de mí y retenéis las instrucciones tal como os las entregué".

Pablo aquí les estaba elogiando porque ellos le habían recordado en sus oraciones y en sus ofrendas, y estaban practicando las ordenanzas que él les había enseñado. Y ahora Pablo señaló otro gran principio, y nos dijo entonces en el versículo 3:

"Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo hombre, y el hombre es la cabeza de la mujer, y Dios es la cabeza de Cristo".

Sabemos que hay aquellos en el día de hoy que enfatizan la declaración del medio, "El hombre es la cabeza de la mujer", pero cuando usted pone todas estas declaraciones juntas, no va a quedar un punto de vista desigual, desequilibrado. Pablo estableció aquí otro gran principio. Éste es la autoridad en beneficio del orden, para eliminar la confusión.

En ese versículo 3 que hemos leído, la palabra que más se destaca es la palabra "cabeza". Dice, "Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo hombre, y el hombre es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo". Bien, la cabeza es la parte del cuerpo que proporciona la dirección.

Aquí el orden normal, correcto es el de Cristo como la cabeza de cada hombre. Hasta que un hombre no sea dominado por Cristo, no es un hombre normal. Hay aquellos que han sido dominados por la bebida, otros que han sido dominados por la pasión, y otros que han sido dominados por su naturaleza física. Pero todo hombre debería estar dominado por Cristo. San Agustín dijo: "El corazón humano está inquieto hasta que descanse en Ti". Así es que el corazón humano estará dominado por la inquietud hasta que convierta a Cristo en su cabeza. Hubo hombres destacados que han logrado llevar a cabo grandes obras para Dios, y que hicieron precisamente eso; por ejemplo Martín Lutero, San Agustín y otros. Podemos decir que estos hombres fueron dominados por Cristo. Cuando oímos hablar de una persona que es un creyente, nos preguntamos, ¿ha sido dominado por Cristo? Eso es lo importante y lo que él estaba diciendo aquí, es que así debía ser.

El apóstol continuó diciendo: "La cabeza de la mujer es el hombre". No hay artículo en el idioma griego. La traducción es "hombre" y no "el hombre". Y tampoco dice de cada mujer. No es un absoluto. Se refiere al matrimonio, en el que la mujer ha de responder al hombre. Ese es un principio general. Y es normal, creemos, que una mujer esté sujeta al hombre en el matrimonio. Una mujer que no pueda respetar al hombre, no podría seguirle y, por supuesto, no debería casarse con él. Pero una verdadera mujer responde con cada fibra de su ser al hombre que ella ama. Y él, a su vez, debe ser la clase de hombre que esté dispuesto a morir por ella. En la carta a los Efesios, capítulo 5, versículo 25, leemos: "Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella".

El Dr. G. Campbell Morgan, un comentarista bíblico, contó que él y su esposa tenían una amiga, una mujer muy brillante, una mujer que tenía una gran personalidad, una personalidad fuerte, y que era una persona excepcional. Ella era soltera. El Dr. Morgan le hizo una vez una de esas preguntas directas, "¿por qué no se ha casado usted?" Ella respondió, "Nunca pude encontrar a un hombre que me pudiera dominar". Por esa razón permaneció soltera. Pues bien, hasta que una mujer no encuentre esa clase de hombre, cometería una equivocación si se casara. Porque tendría problemas desde el primer día de su vida matrimonial.

Estimado oyente, todas instrucciones fueron dadas a personas creyentes, es decir, que habían recibido al Señor Jesucristo como su Salvador. Al dar entrada a Cristo en la vida, cada persona, cada cosa, cada circunstancia en la vida, cambia, y ocupa su debido lugar. Y si el nuevo creyente, sigue las instrucciones de la Palabra de Dios, con la ayuda del Espíritu Santo, disfrutará la paz de una vida de compañerismo con Él, con las personas que le rodean, y también la paz que produce la posesión de la vida eterna, que se disfruta anticipadamente aquí y ahora, en esta vida.

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