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Estudio bíblico: El mal uso de la libertad - 1 Corintios 10:1-11:1

Autor: Ernestro Trenchard
Reino Unido
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El mal uso de la libertad - 1 Corintios 10:1-11:1

El desarrollo del argumento

1. El enlace con la sección anterior
El lector no tendrá dificultad alguna en reconocer la continuidad de ciertos temas —típicos de la Epístola— en el pasaje que tenemos delante, hasta el punto de que (1 Co 10:23-33) parece repetir —o volver a enfatizar— circunstancias y principios que ya se examinaron en el capítulo 8. Con todo, es preciso notar con mucho cuidado los eslabones del argumento del apóstol si hemos de seguir inteligentemente su desarrollo. Como enlace directo entre el fin del capítulo 9 y el principio del capítulo 10 se destaca la idea de que hermanos que han profesado su fe, y que han sido muy bendecidos en la iglesia, podrán ser "desaprobados", si dejan que la carne prevalezca contra la operación del Espíritu Santo en sus vidas (compárese 9:27 con 10:5-6). Reiteramos que no se trata de la perdición del alma, sino de la posible ruina del testimonio de los siervos de Dios. Este tema nos ocupará al estudiar (1 Co 10:1-6).
2. ¿Qué haremos con nuestros privilegios?
La ilustración inicial recuerda la separación del pueblo de Israel de Egipto para unirse a Moisés en su función de caudillo del pueblo, y sirve para poner de relieve la obra de Dios a favor de la Iglesia. Los corintios necesitaban recordar la obra de gracia que les había salvado del mundo para juntarles con el pueblo de Dios en la tierra, a fin de que parasen mientes en las posibilidades de graves pérdidas espirituales si seguían aquellas tendencias carnales que ya se habían manifestado en la iglesia. ¿Qué harían con sus privilegios? He aquí la pregunta implícita detrás de gran parte de la enseñanza de este capítulo.
3. ¿Qué haremos con nuestra libertad?
La pregunta se ha repetido en una forma u otra varias veces en la primera parte de esta Epístola, pero la condición de los corintios obligaba a Pablo a volver a la carga una y otra vez. Sigue el pensamiento de que es necesario subordinar la libertad personal a la gloria de Dios y al bien del hermano, pero, a la vez, Pablo lleva la cuestión a un terreno más fundamental: el de nuestra comunión con Dios, especialmente la comunión exhibida en la Cena del Señor. La "libertad" —mal entendida— podría llevar a los corintios "fuertes" a participar con demonios, cayendo así en uno de los graves pecados por medio de los cuales Israel provocó a Dios a ira. El conocido tema cobra mucha mayor solemnidad en este pasaje que en el capítulo 8.
El tratamiento anterior de los temas de la verdadera sabiduría y de las limitaciones impuestas por el amor a la libertad que en sí es legítima, se reitera en versículos como éstos... "Así que el que piensa estar firme, mire no caiga"... "Todas las cosas son lícitas, pero no todas convienen"... "Ninguno busque su propio bien, sino el de su prójimo"... "Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios"... "No seáis tropiezo a judíos, ni a griegos, ni a la Iglesia de Dios". La libertad ha de emplearse en humildad para la gloria de Dios y para el bien de todos. Notemos que no hay actuación cristiana que no tenga su significado espiritual, aun tratándose de algo tan simple en sí como es el comer, el beber, el andar y el trabajar, en sus diversas formas. Todo debiera "consagrarse" en la experiencia de los "santos".
Discernimos una nota más solemne en versículos como éstos: "Estas cosas acontecieron como ejemplos, a fin de que no codiciemos cosas malas, como también ellos codiciaron"... "Huid de la idolatría"... "Yo no quiero que vosotros seáis partícipes con los demonios". Tendremos ocasión de examinar más de cerca estas advertencias sobre los peligros de la libertad.

Provisiones divinas y desvíos humanos (1 Co 10:1-13)

1. El ejemplo del Éxodo (1 Co 10:1-2)
Una lección importante. Aquí encontramos una nueva frase introductoria: "No quiero, hermanos, que ignoréis...", que ha de distinguirse de las anteriores como "¿O ignoréis...?", "¿O no sabéis...?", que indicaban una ignorancia voluntaria que no tenía disculpa. Aquí el apóstol enseña algo que estaba dentro de las posibilidades de la comprensión espiritual de los corintios, sin que se hubiesen fijado en ello anteriormente. No quería que persistieran más tiempo en su ignorancia.
El bautismo en la nube y el mar. El uso de la expresión "nuestros padres" se limitaba en general a compañías de judíos, fuesen o no cristianos. La mayoría de los corintios eran gentiles que no descendían de Israel, pero aquí Pablo contempla el desarrollo del gran plan de redención que tuvo sus principios en Israel, para luego ensancharse hasta abarcar a los gentiles creyentes, quienes llegaron a ser "hijos de Abraham" por la fe. No implica la identificación de Israel con la Iglesia, pero sí señala que el pueblo espiritual participaba de las bendiciones que surgían de todo cuanto Dios había efectuado por medio de Israel con miras a la manifestación del Mesías.
Los escritores del Antiguo Testamento vuelven constantemente al tema del Exodo, por ser la manifestación suprema e inicial de la obra de gracia de Dios a favor de su pueblo, ya formado en Egipto, puesto que, con "brazo fuerte", humilló la soberbia de Egipto, y trasladó a Israel a la seguridad de la orilla oriental del Mar Rojo. Los corintios habrían adquirido ciertos conocimientos de los escritos del Antiguo Testamento, de modo que el apóstol les consideraba capaces para comprender las lecciones espirituales que quería sacar, tanto de la redención como de los fracasos de Israel.
Notemos las frases exactas que tenemos delante: "Todos es tuvieron bajo la nube y todos pasaron por el mar; y todos se bautizaron para Moisés en la nube y en el mar" (Ex 14:1-15:21). La reiteración del vocablo "todos" enfatiza que Dios no hizo excepción alguna, sino que derramó su gracia sobre todos: aun sobre la "multitud mezclada" que quiso acompañar a los israelitas verdaderos. La nube constituía la manifestación de la presencia de Dios, y tuvo parte principal tanto en la protección del pueblo como en su separación de los egipcios. El mar se abrió para dejar paso al pueblo de Dios y luego volvió a caer sobre el soberbio ejército de Faraón. Todo ello estableció una separación física entre la antigua vida y la nueva. El pueblo se hallaba libre ya de Egipto y unido a Moisés. Fue, pues, una especie de "bautismo", que señaló la muerte del pueblo a todo lo antiguo y su entrada en una vida de la que Moisés era el arquitecto humano por la voluntad de Dios. De ahí la frase: "todos se bautizaron —la forma del verbo indica voluntad propia— en la nube y en la mar". Recordemos el significado del bautismo cristiano, según las expresiones de Pablo en (Ro 6:1-5).
La comida material y espiritual. "Todos comieron la misma vianda espiritual", prosigue Pablo, y de nuevo hemos de notar el énfasis que recae en "todos". La referencia es evidentemente el don del maná que Dios concedió a su pueblo en el desierto (Ex 16). Al llamarlo "vianda espiritual", Pablo no niega la realidad material del maná, sino que recuerda el origen milagroso de este "pan de ángeles" (Sal 78:24-25), viendo en este don algo más que un medio para el sostén del cuerpo. El pensamiento es análogo al tratamiento del tema de la "Roca", como Fuente constante de agua espiritual, y podemos aplicar el mismo principio de interpretación al maná, como "vianda espiritual" (véase el párrafo siguiente).
Las aguas que manaban de la Roca. "Todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de la Roca espiritual que les seguía, y la Roca era Cristo". De nuevo, el apóstol no anula el sentido literal de (Ex 17:6) ni de (Nm 20:11), que hablan del arroyo de aguas que salía de la roca herida por Moisés. Admite eso, pero enseña mucho más, pues comprende que la fuente de toda bendición para el pueblo era Cristo, cuya presencia —como Ángel de Jehová— no se quitaba del pueblo. Había Manantial abierto que fluía constantemente de la Roca eterna: figura muy repetida para representar tanto a Dios como al Mesías. Existía la esperanza mesiánica —de que el Cristo vendría— desde los principios de la historia de Israel, de modo que es natural que Pablo identificara la presencia del "Ángel de Jehová", con Cristo mismo aun antes de manifestarse plenamente por medio de la encarnación. Recordemos una frase análoga en (He 11:26): "Moisés, tuvo por mayores riquezas el vituperio del Cristo que los tesoros de Egipto", que destaca la esperanza mesiánica que anhelaba la manifestación del Mesías, y que Moisés llegó a comprender.
En síntesis, el apóstol recuerda que Dios —de pura gracia— ha hecho provisión para la salvación de su pueblo y para su separación del mundo. No sólo eso, sino que, por medio de Cristo, suple todo lo que necesitan los suyos en el curso de su peregrinación hacia la meta de la ciudad "que tiene los fundamentos, cuyo Arquitecto y Constructor es Dios" (He 11:10). Tanto la obra redentora como la provisión diaria es para todos, como lo fue para los israelitas que participaron en el Exodo y en las peregrinaciones. Pablo exhorta a los corintios que mediten en los fracasos del pueblo antiguo, pese a su participación total de la obra de gracia de Dios.
La suerte de la mayoría. El versículo 5 resume este argumento, llevando la atención de los lectores al juicio que alcanzó a casi todos los israelitas que salieron de Egipto: "... de la mayoría de ellos no se agradó Dios, pues quedaron tendidos (como cadáveres) en el desierto". Es una equivocación introducir aquí el concepto de la salvación o de la perdición de las almas de los israelitas de la peregrinación, considerados como individuos. Entre los muchos que murieron en el desierto —todos los mayores de veinte años, excepto Josué y Caleb— había algunos hombres piadosos y otros perversos, y Dios conocía el corazón de todos, fuese para darles vida por medio de su plan de redención, fuese para pagar a cada uno conforme a sus obras. No se trata de eso, sino de las condiciones históricas del intervalo entre el Exodo y la entrada en Canaán. Además de los pecados reiterados que afectaban a muchos —que se notan en los versículos 7-10—, hemos de recordar la rebelión de Cades Barnea que siguió al informe de los doce espías (Nm 13-14). Todos los exploradores informaron sobre la fuerza de las ciudades amuralladas de Canaán, pero sólo dos instaron al pueblo a confiar en el Dios omnipotente que les daría la victoria. El pueblo en general escuchó a los diez que desmayaron ante la imposibilidad aparente de conquistar a Palestina. Hasta hubo propósito de señalar un capitán que les llevara otra vez a Egipto. El versículo 5 de nuestra porción se funda en (Nm 14-28-35), que detalla la condenación pronunciada por Dios sobre el pueblo murmurador: los "niños" —o sea, la generación de veinte años para abajo— entrarían en la tierra, mientras que los mayores habían de morir antes de llegar, dejando sus cadáveres en el desierto. Las bendiciones generales no excusaban la necesidad de velar y orar, con el fin de no caer en pecados que anularan los propósitos de gracia de Dios, ya manifestados a favor de los suyos.
2. Varios ejemplos de fracasos y de juicios (1 Co 10:6-10)
El valor ejemplar de los incidentes históricos. Según el proverbio español, "nadie escarmienta en cabeza ajena": o sea, es difícil que aprendamos por la experiencia de otros, hasta que nos toque a nosotros la vez. El refrán es acertado, pero la divina sabiduría de las Escrituras quiere enseñarnos algo mejor, pues los libros históricos de la Biblia se han escrito para proveernos de ejemplos de ética fundamental, haciéndonos ver que personas obedientes, que buscaban a Dios, recibían bendiciones, mientras que otras escogían su propio camino rebelde para su propia destrucción. No sólo se cumplió una etapa de la historia en el desierto, sino que los acontecimientos se destacan como ejemplos: en este caso como ejemplos de actitudes y de hechos consumados que es preciso evitar.
El pecado de la codicia. El décimo mandamiento prohíbe la codicia, por ser raíz y móvil de tantos pecados, pese a que los jueces humanos no pueden distinguir este crimen con miras a su castigo. La gran diferencia entre el Decálogo y la legislación espiritual del llamado "Sermón del Monte" estriba en la manera en que el Señor, Legislador supremo, enfoca la luz sobre la concupiscencia (malos deseos) que, andando el tiempo, podrá producir el crimen consumado; de todas formas, todo se juzgará delante del tribunal de Dios (Mt 5:21-22,27-28) (Ro 2:5-16).
La amonestación del versículo 6 se basa sobre las murmuraciones y ardientes deseos de los israelitas que se describen en (Nm 11), y que se comentan en el (Sal 78:18) y (Sal 106:14-15). Desear carne, pescado, cebollas y puerros no es un pecado en sí, pero se asociaba con el desprecio del maná, "pan del cielo", y con la intención de volver a Egipto para satisfacer sus deseos. A causa de los juicios que cayeron sobre los rebeldes, siendo provocada la intentona por los malos deseos, el lugar del incidente se llamaba "Kibroth-hattaavah", o sea, "sepulcro de concupiscentes". La trágica lección es que cayeron muchos cadáveres de israelitas en el desierto a causa de malos deseos que se oponían descaradamente a la voluntad de Dios.
El desafío de la idolatría. El Decálogo empieza con una declaración básica, seguida por una prohibición como lógico colofón de la misma: "Yo soy Jehová tu Dios que te saqué de Egipto... NO tendrás dioses ajenos delante de mí" (Ex 20:2-5). Si Israel había de ser "pueblo de Dios", tenía que aborrecer los dioses de los paganos, desterrando las imágenes que pretendían representarlos. Sin embargo, los israelitas caían constantemente en este grave pecado que rompía el nexo vital de su relación con Dios. Sólo se desterró la idolatría por medio de la trágica experiencia del cautiverio babilónico, ya en el siglo VI a.C., produciéndose el primer desvarío a escala nacional cuando Aarón fundió el becerro de oro al pie del Monte Sinaí.
Pablo hace referencia a este grave pecado —que motivó la destrucción de las primeras tablas de la ley al pie del monte—, pero nos extraña que haga referencia, no al ídolo mismo, sino a las diversiones del pueblo, relacionadas con la idolatría, que se notan en (Ex 32:6). ¿Por qué no cita el hecho central de aquel desafío que el pueblo lanzó en el mismo rostro del Altísimo? Quizá hemos de hallar la solución del problema en las condiciones que regían en Corinto. Léase (1 Co 8:9-10) con (1 Co 10:14-22), recordando que algunos hermanos "fuertes" se sentían con libertad para sentarse en los templos como lugar de intercambio social, creyéndose superiores a la superstición de los ídolos. Por lo tanto Pablo señala aquí los peligros de las asociaciones con la idolatría, reiterando la amonestación con toda solemnidad en (1 Co 10:19-22). De todas formas las referidas diversiones, o juegos, se revestían de carácter licencioso.
La seducción de la fornicación. Cuando los moabitas no podían conseguir que Balaam maldijera Israel, intentaron seducirles por medio de la fornicación, tanto literal como espiritual. Simbólicamente la fornicación consistía en la infidelidad de los israelitas que dejaban a su Dios para unirse a los ídolos. De hecho, las dos formas —literal y espiritual— se aliaban, ya que muchos sistemas de idolatría —los de la misma ciudad de Corinto, por ejemplo— mantenían "prostitutas sagradas" en los templos, como parte integrante del infame "culto" pagano. El ejemplo que Pablo escoge, como amonestación frente a los corintios, se halla en (Nm 25). Según nuestros textos el juicio resultó en la muerte de veinticuatro mil personas, y no sabemos por qué Pablo habla de veintitrés mil, pero quizá cita de memoria, o utiliza otro texto. La diferencia no afecta para nada la lección. No necesitamos reiterar las detalladas enseñanzas de los capítulos 5 y 6 de esta Epístola sobre la pureza sexual, pero sí conviene notar que el peligro existía realmente tanto en su forma alegórica como en el relajamiento moral que caracterizaba la sociedad de Corinto. Hoy en día muchos pensadores humanistas y existencialistas presentan una "nueva moralidad" que no se distingue en lo esencial de la "vieja inmoralidad" de nuestro ejemplo.
La osadía del desafío. "Tentar al Señor" quiere decir: "ponerle a prueba", pues, tratándose de Dios, es imposible el otro sentido de "solicitarle a hacer el mal". En el conocido incidente de las serpientes (Nm 21:4-9), el pueblo expresó fastidio ante "este pan tan liviano" —el maná— que Dios proveía milagrosamente en el desierto, despreciando así los dones del Cielo. El espíritu de "probar a Dios" resalta muy claramente del comentario del (Sal 78:19-20): "Y hablaron contra Dios diciendo: ¿Podría poner mesa en el desierto? He aquí, ha herido la peña y brotaron aguas, ¿podrá dar también pan? ¿Dispondrá carne para su pueblo?". Es una provocación, con la intención de "ver hasta dónde podemos llegar" frente a Dios. Por eso el remedio para la mordedura de las serpientes no fue provisto automáticamente, sino que Dios señaló un camino de salvación para quienes se humillasen, dispuestos a mirar a la serpiente de metal con fe en su palabra: algo completamente diferente de la insolencia de la provocación. La aplicación del ejemplo al engreimiento de muchos de los corintios es evidente.
El escollo de la murmuración. Sin duda, Pablo recuerda la terrible rebelión de algunos de los hijos de Rubén en contra del gobierno civil de Moisés, vinculada con el alzamiento de los hijos de Coré en contra del sumosacerdocio de Aarón (Nm 16). La insolente murmuración fue dirigida en términos de gran violencia contra los líderes nombrados por Dios y recibió castigos ejemplares, siendo la última fase la plaga —o mortandad— que se atribuía al "destructor". Por ser tan corriente el pecado de la murmuración contra los siervos de Dios y las quejas frente a los guías de las iglesias, apenas concedemos importancia al asunto. Sin embargo es una grave ofensa contra Dios, quien envía y capacita a sus siervos. Además, socava la eficacia del testimonio de la iglesia local en todos sus aspectos, cerrando oídos a la Palabra de Dios y fomentando un espíritu contrario a la fe y la obediencia. No juguemos con el fuego de este peligroso mal, sino que prestemos oído a la exhortación del apóstol en (Fil 2:14): "Haced todas las cosas sin murmuraciones ni disputas". Detrás de la murmuración viene el "destructor". Es evidente que fueron muy oportunos y necesarios tanto el ejemplo como la amonestación frente a la iglesia de Corinto.
3. Amonestaciones y promesas (1 Co 10:11-13)
Ejemplos para una época de consumación. No hace falta recalcar más el sentido de la primera cláusula del versículo 11, puesto que ya hemos visto la validez de los ejemplos sacados de la historia de Israel para todas las generaciones de creyentes, o de personas que profesan ser cristianas. Lo nuevo es la segunda parte: "fueron escritas para amonestación de nosotros a quienes ha alcanzado el fin de los siglos", o —más literalmente— "los fines de los siglos". "Fin" o "fines" pueden indicar no sólo la terminación de un período, sino también su consumación, de modo que la frase puede indicar que, en Cristo y en su obra de la Cruz, hallan su consumación todos los "siglos", convergentes en este punto, que también en (He 9:26) es llamado "la consumación de los siglos". La Iglesia heredaba la plenitud de los siglos pasados, y convenía que sus miembros aprendiesen las lecciones anteriores para la perfección de su testimonio presente.
El peligro de la confianza carnal. Este versículo hace una aplicación personal de las amonestaciones anteriores a cada uno de los creyentes: "Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga". Sin duda, el apóstol vuelve a pensar en que todos los israelitas participaron en las bendiciones del Exodo sin que llegasen más de dos personas mayores de cincuenta y ocho años a Canaán. Se han expuesto las razones que determinaron el fracaso a través de varios ejemplos, y ya corresponde a cada uno meditar en la posibilidad de que sea movido por una peligrosa confianza carnal. Si alguien obra bajo la impresión de "estar firme" es probable que está muy cerca de una caída de más o menos gravedad, ya que sólo es posible "fortalecernos en el Señor y en el poder de su fuerza" (Ef 6:10). Quizá todos los pecados de los israelitas en el desierto tuvieron su raíz en alguna forma de orgullo personal, en la afirmación del "yo" y sus deseos frente a Dios. El peligro es muy sutil, pues puede brotar de una experiencia espiritual genuina, que luego empieza a torcerse imperceptiblemente para convertirse en la autosuficiencia, o en un orgullo disfrazado.
La fidelidad de Dios en medio de la tentación. El término traducido por "tentación" —"peirasmos"— puede significar también una "prueba". El contexto del verso consolador que estudiamos señala más bien el significado de la "tentación", pues los israelitas habían cedido ante las solicitaciones del diablo. Con todo, no hemos de excluir el sentido de "prueba". Todo no ha ser amonestación frente a peligros, pues somos hijos e hijas del Dios omnipotente, quien cumple sus propósitos a través de los suyos. El consuelo se basa en cuatro factores: a) La tentación (o prueba), que a nosotros nos parece única e insoportable, es igual en esencia a tantísimas otras que han afligido a los hombres: "No os ha sobrevenido tentación (prueba) sino humana", o sea, común al género humano. b) "Dios es fiel", de modo que —si no interviene el obstáculo del orgullo— él responderá siempre a la súplica de fe y pondrá sus infinitos recursos a la disposición del creyente probado o tentado. c) Además, para nosotros, Dios es un Padre amoroso que sabe "dosificar" la prueba para que no pase más allá de las fuerzas que él mismo nos concede. Se supone el propósito de "echar nuestra ansiedad sobre él, sabiendo que él tiene cuidado de nosotros" (1 P 5:7). d) La tentación (prueba) parece cercarnos del todo, pero no es así, pues Dios ha provisto la "salida". Este concepto es tan precioso e importante que merece un párrafo aparte.
La salida del cerco de la tentación. El vocablo griego traducido por "salida" es "ekbasis", o un "movimiento fuera", muy semejante en concepto al término "exodos", o "éxodo", en castellano, y es posible que la consideración de (Ex 10:1-2) hubiera sugerido el uso del concepto aquí. Los israelitas se hallaban cercados por los egipcios, por el desierto y por el mar, sin salida ni liberación posibles. Sin embargo, Dios, siempre fiel, les señaló el camino a través del mar, provisto por su omnipotencia, es decir, el "éxodo", o el "camino fuera", que les condujo a la libertad y seguridad del desierto. La ilustración enfatiza que la salida del cerco de las pruebas depende sólo de Dios y que ha de ser aprovechada por la fe. Tantas veces queremos practicar una salida nosotros mismos, por medios humanos, y fracasamos siempre. El término "ekbasis" en el griego pasó a significar también el "éxito", pues cuando el cerco se rompe los propósitos anteriores se consiguen por fin. Lo mismo ha pasado a través del latín, con referencia a nuestro vocablo "éxito", que básicamente indica "salida", pero que ha venido a señalar el logro de determinados propósitos, después de vencer los obstáculos. Por medio de esta hermosa provisión divina tanto la tentación como la prueba podrán ser "sobrellevadas", ya que, por fin, veremos abierto delante de nosotros el camino triunfante del "Exodo", o del "éxito".

Huid de la idolatría (1 Co 10:14-22)

1. El peligro del poder atractivo de la idolatría (1 Co 10:14-15)
El apóstol había admitido en (1 Co 8:4) que, según la revelación divina que hemos recibido, "un ídolo nada es en el mundo". Con todo, hacía ver que el mero conocimiento de este hecho no bastaba para determinar la conducta de los creyentes en todos los casos, ya que, frente al hermano que aún tenía "conciencia del ídolo", los demás habían de portarse con respeto y amor. En la porción que estudiamos ahora, Pablo presenta un aspecto más profundo y tenebroso del tema de la idolatría. Comprendiendo su debilidad en todos los órdenes, multitudes de hombres han querido asegurarse del apoyo de poderes sobrenaturales. Dios se ofrecía a ellos mediante su revelación primitiva, por sus obras en la naturaleza y por su revelación especial, pero el diablo entenebreció su mente según el proceso detallado en (Ro 1:18-32): porción que debiera estudiarse en relación con este tema, puesto que destaca la gravedad de la idolatría. El diablo, pues, se interesa en apartar la mirada de los hombres del Dios verdadero hacia vanas imágenes que en sí no son nada, pero que pueden ser vehículos para las operaciones de demonios. He aquí la explicación del aumento de honda preocupación en este pasaje comparado con las razones del capítulo 8, que trataba del tema de las viandas ofrecidas a los ídolos desde el punto de vista de la gracia y del amor propios de la comunión cristiana. Los corintios no habían de entretenerse en las antesalas de los templos idolátricos porque se acercaban a la esfera de la actuación de demonios, quienes tergiversaban los hondos anhelos espirituales de la multitud, convirtiéndolos en superstición y vicio. Si los hermanos entraban allí animados por una confianza carnal basada en sus "conocimientos", podrían incurrir en una especie de "comunión", tanto con los ídolos como con los demonios que operaban detrás de la fachada de la idolatría, "probando a Dios" a la manera de los israelitas cuyos cadáveres cayeron en el desierto. Frente a peligros tan graves el apóstol exhorta y manda: "Huid de la idolatría". Ver también (1 Co 6:18).
En el versículo 15 Pablo apela al sentido común de sus comunicantes, quienes habían de comprender que era mucho más sabio huir de tan grave peligro que no acercarse a él con ánimo de probar que sus conocimientos bastaban para evitar la trampa. Acababa de amonestarles del peligro del orgullo espiritual en el versículo 12: "Así que, el que piensa estar firme, mire no caiga", y reitera su pensamiento que es una locura jugar con el fuego.
El argumento siguiente gira sobre el eje del concepto de la comunión. ¿Cómo podría un hermano consecuente levantarse de la Mesa del Señor para pasar en seguida a las aulas donde se comían viandas asociadas con el sistema idolátrico, por medio del cual operaban los demonios? Debido a este peligro de los corintios, se enfatiza aquí el concepto de la comunión en la Mesa del Señor más que en ningún otro del Nuevo Testamento.
2. La incompatibilidad de la comunión divina y la satánica
La copa de bendición. Al reiterar la institución de la Santa Cena en (1 Co 11:23) Pablo sigue el orden normal de mencionar primero el partimiento del pan, y después la participación en la copa. Aquí menciona primeramente la copa, para pasar después al pan. Este orden podría sugerirse por la importancia que se daba a la copa en los ritos paganos, o quizá surge del relieve de la "copa de bendición" —la tercera— de la Pascua de los judíos. De todos modos, no afecta las profundas lecciones de los versículos 16 y 17. Ya hemos notado que la tercera copa de la Pascua se llamaba la "copa de bendición", pasando la misma designación a la de la Cena del Señor, ya que el Señor dio gracias por la copa (Mt 26:27). Con todo, hemos de notar las dos vertientes de este contexto: "La copa de bendición? que bendecimos". "Que bendecimos" hace referencia al acto de bendición ya notado, pero "la copa de bendición" significa más, pues viene a ser "la copa que es medio de bendición". Desde luego, no queremos insinuar que la copa tenga valor sacramental, sino que queremos dar todo su valor a la pregunta: "¿No es la comunión de la sangre de Cristo?".
La comunión ("koinõnia") es uno de los conceptos básicos del Nuevo Pacto, significando la participación de varias —o muchas— personas en un solo objeto, por lo que "una comida en común" viene a ser la expresión más corriente de la comunión. Lo que el pan y la copa ofrecen es la expresión simbólica de todo cuanto realizó el Señor por nosotros cuando se dio a sí mismo en sacrificio de expiación en la Cruz del Calvario: de este modo, al participar en los símbolos, manifestamos nuestra participación espiritual, por la fe, en todo el profundísimo significado del Sacrificio realizado, confirmando nuestra unión espiritual con el Señor por medio de su obra. Las frases "comer de la carne" y "beber de la sangre" del Hijo del Hombre, como garantía de la "vida eterna" y de la "vida de resurrección", son análogas a las que consideramos aquí (Jn 6:53-58). La "sangre" es la vida de la Víctima entregada en sacrificio total sobre el altar de expiación (Lv 17:11), y la copa de bendición renueva la memoria de la experiencia fundamental del creyente cuando recibió la salvación por la fe.
El pan que partimos. El concepto de la comunión es igual si se trata de la Copa o del Pan. Sin embargo, hemos de observar los matices del simbolismo, pues el pan es "la comunión del cuerpo de Cristo", que pone de relieve el modo en que Dios, movido por su justicia y su amor, proveyó el Cordero para el Sacrificio (Gn 22:7-8). Fue preciso el cumplimiento del misterio de la encarnación, por medio del cual el cuerpo santo del Señor fue preparado (He 10:5). Ha llegado a ser el Hijo del Hombre —resumen de la humanidad—, y a la vez en él se manifiesta la plenitud de la deidad "corporalmente". El énfasis recae sobre "el pan que partimos" como símbolo de la entrega del precioso Cuerpo a la muerte. Uniendo este concepto al de la Sangre, que era la vida derramada hasta la muerte (Is 53:10-12), los símbolos llegan a ser la presentación hondamente sugestiva de la Obra total del Dios-Hombre, en la que todos participamos.
El significado del "un Pan". La redacción del versículo 17 es tan sucinta que es preciso suplir verbos para que tenga sentido en castellano. Damos nuestra versión, indicando por paréntesis las palabras añadidas: "Porque (viendo) un solo pan (comprendemos) que nosotros, siendo muchos, somos un solo Cuerpo". Alternativamente, podríamos leer: "Porque el hecho de que hay un solo pan (significa) que nosotros, siendo muchos, formamos un solo Cuerpo". De todas formas el simbolismo resulta claro. No sólo tomamos el pan que el mismo Señor nos entrega como símbolo de nuestra participación en el Sacrificio de la Cruz, sino que, al ver UN PAN en la Mesa comprendemos que nuestra comunión con el Señor es la garantía de una comunión vital con todos los hijos de Dios por todo el mundo. El Señor no formó varios "cuerpos", sino uno sólo. Como participantes del solo pan, expresamos nuestra comunión con todos los creyentes, comprendiendo que la "comunión con ídolos" —o con demonios— es algo incompatible con el sagrado significado de la Mesa del Señor. Para nosotros el "un pan" es un testimonio visible de la necesidad de evitar el sectarismo, recordando a la vez que la unión manifestada no es la de organizaciones, sino de una vida común en Cristo.
3. La Mesa del Señor y la mesa de demonios (1 Co 10:18-22)
Los sacrificios y la comunión. Pablo vuelve a la misma figura de los sacerdotes y del altar que empleó en (1 Co 9:13), pero con una aplicación muy diferente. Seguramente está pensando en "el sacrificio de las paces" (Lv 3,7) en el que la grosura de la víctima se ofrecía a Dios, quemándose sobre el altar; los sacerdotes participaban en el sacrificio, según los reglamentos levíticos, quedando lo restante para el uso de los oferentes. Las varias personas que comían manifestaban su "participación" en el sacrificio ofrecido, pues por la figura que se llama "metonimia", el "altar" significaba el sacrificio que en él fue ofrecido. La participación de sacerdotes y oferentes en el mismo sacrificio enfatiza la comunión, y los corintios no habían de olvidar este estrecho enlace entre la víctima y los adoradores.
Los sacrificios idolátricos y los demonios. Las preguntas retóricas del versículo 18 esperan una contestación negativa, según las enseñanzas ya dadas en (1 Co 8:1-6), pues no es "nada" ni el ídolo ni lo sacrificado delante de él. Sin embargo, Pablo pasa a decir que no se trata sólo de la nulidad de la imagen que los idólatras tomaban por una representación de su "divinidad" —o por la divinidad misma—, sino de la actuación satánica, pues el príncipe de la potestad del aire obraba por medio de sus huestes de espíritus caídos a través de los ídolos. Tanto el Señor como los apóstoles afirmaban la realidad de este mundo de espíritus malignos que influían poderosamente en los asuntos humanos después de la Caída (2 Co 4:4) (Ef 2:2) (Lc 4:6) (1 Jn 5:19) y Pablo hace ver que había una especie de "concentración" de esta funesta influencia diabólica en los templos de los ídolos. Al comentar (1 Co 8:10), notamos que los salones de los templos servían como lugares de intercambios sociales, pero no se limitaban a tal uso, relativamente inocente. Muy a menudo se formaban asociaciones de los devotos de ciertos "dioses", cuya "comunión" culminaba a veces en fiestas, y éstas solían degenerar en orgías en las que imperaba el más desenfrenado libertinaje. El diablo obraba con toda libertad en tal ambiente. La idolatría, como obra de demonios e íntimamente enlazada con la fornicación, fue bien conocida por Moisés, quien señala tanto el hecho como el peligro en (Dt 32:17): "a demonios sacrifican y no a Dios". Es interesante leer la cita completa en su contexto. El apóstol añade, con la autoridad que le era propia: "No quiero que vosotros seáis partícipes con los demonios".
Una separación necesaria. Las consideraciones anteriores explican suficientemente los solemnes versículos 21 y 22. De la Copa del Señor y su sagrado significado, ya hemos hablado. La "copa de demonios" hace referencia a copas sobre las cuales habían sido invocados los nombres de los "dioses" en el curso de las fiestas idolátricas de los templos paganos. Participar en tal copa significaba "comunión" con el ídolo y con los demonios que inspiraban todo el sistema. De igual forma, la comida en el templo se hallaba bajo la advocación del ídolo, haciéndose sentir el poder de los demonios. ¿Quién podría atreverse a pasar de la Mesa del Señor a la de los demonios? No se trataba ya de la nulidad de supuestos dioses, sino de la realidad de la "corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia" (Ef 2:2), manifestada en toda su fuerza destructora en las fiestas de los templos idolátricos. Con renovado acento profético Pablo pregunta: "¿o provocamos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él?". "Los celos" del Señor indican la imposibilidad de reconocer imaginadas "divinidades" que le hagan competencia, y el pacto antiguo se basaba sobre este mandamiento primordial: "No tendréis dioses ajenos delante de mí". La idolatría de Israel en tiempos antiguos deshizo el pacto, y servía de solemne advertencia frente al peligro de jugar con asociaciones idolátricas en Corinto. Algunos se creían "fuertes" en su saber, pero, ¿pretenderían ser más fuertes que Dios, llegando hasta el desafío?
Muchos buenos hermanos han estropeado su testimonio por exigir una "separación" falsa, empleando como norma sus propias ideas legalistas. Tal actitud da de lado la enseñanza del "Pan único" del versículo 17 y abre la puerta a graves pecados contra el amor, la comunión, la humildad, etcétera. Con todo, existe la separación real que Pablo señala aquí y en (2 Co 6:14-16), pues no puede haber participación de la justicia con la iniquidad, de la luz con las tinieblas, de Cristo con Beial, o del templo de Dios con los ídolos. Una cosa es ir al mundo con el Evangelio y muy otra participar en sus malas obras.

La libertad debe buscar la gloria de Dios (1 Co 10:23-11:1)

1. El tema del capítulo 8 —la libertad— renovado (1 Co 10:23-26)
La repetición de la cita "todas las cosas son lícitas, pero no todas convienen; todas las cosas son lícitas, pero no todas edifican", vuelve a plantear el problema de la libertad cristiana, y mayormente la del hermano "fuerte" frente al "débil". Las exhortaciones en (1 Co 10:23-11:1) se parecen mucho a las del capítulo 8, pero la discusión anterior sobre una posible "comunión con demonios" introduce una nota más solemne en esta renovación del tema. Se ponen de relieve las mismas leyes del amor y de la comprensión frente al hermano de conciencia débil, pero Pablo considera los efectos de "la libertad sin amor" en el área más amplia del testimonio de la Iglesia en general. La cita del (Sal 24:1), "del Señor es la tierra y su plenitud", vuelve a afirmar la doctrina esencial de la limpieza de toda vianda como tal, delante del Señor que la creó, lo que hace posible comer de todo lo que se vende en las carnicerías sin necesidad de averiguar nada. Pero Pablo vuelve a señalar las limitaciones de la libertad por la exhortación: "Ninguno busque su propio bien, sino el de su prójimo".
2. Un ejemplo práctico de cómo mantener la libertad (1 Co 10:27-30)
Se ha establecido —contra el parecer de algunos de los "engreídos" de Corinto— que el creyente no tiene nada que hacer en templo de ídolos, pero queda la posibilidad de que personas inconversas extiendan una invitación a creyentes de la congregación para comer, y Pablo no recomienda una solución simple y legalista, diciendo "No vayas". Deja la decisión al individuo: "si queréis ir", pues circunstancias sociales, de familia o de negocio pueden llevar a un creyente a las casas de personas incrédulas. A la hora de comer surge el problema de las viandas, si serán sacrificadas a los ídolos o no. El hermano no tiene obligación de averiguar nada, pues puede comer de lo que le ponen delante, reconociendo en las viandas las buenas provisiones de su Padre Dios. Ahora bien, si el anfitrión —o un convidado— advierte que la carne ha sido sacrificada ritualmente, el creyente ha de dejarla "por causa de aquel que lo advirtió y por causa de la conciencia; la conciencia, no la tuya, sino del otro. Pues, ¿por qué se ha de juzgar mi libertad por otra conciencia?". Persiste el mismo argumento hasta el fin del versículo 30.
El caso necesita cuidadosa consideración, pues, a primera vista, parece ser que Pablo cae en una contradicción. Por una parte aconseja algo que somete la conciencia cristiana al arbitrio de otros, y por otra, pregunta: "¿por qué se ha de juzgar mi libertad por otra conciencia?". Es preciso "reconstruir" la escena en la casa del anfitrión pagano para entender bien el sentido. El cristiano es conocido como tal, y puesto que los paganos dan un valor real a sus ídolos, esperan que el cristiano, si es consecuente, se abstenga de comer carnes ofrecidas ritualmente ante los "dioses". Les sería imposible comprender la libertad de los "fuertes", porque no reconocen al Dios único y Creador, y si el creyente siguiera comiendo de las viandas señaladas, pensarían: "¡Vaya cristiano! ¡Dice que adora a su Dios y a Cristo y allí está comunicando con nuestro dios!". El creyente incauto o terco, por mantener su libertad inoportunamente, ofrecería el sagrado misterio de su conciencia al debate ignorante de los infieles. Es un caso en el que la libertad genuina se mantiene intacta por una autolimitación de parte del creyente mismo. La lección permanente es que no nos expongamos a la crítica de los incrédulos en nuestra conducta, pues en algún caso, lo que nos permite la conciencia ha de ser examinado a la luz de las circunstancias, reconociendo que a veces hombres del mundo son más estrictos en su concepto de lo que un cristiano debiera hacer, o dejar de hacer, que el mismo creyente.
3. Principios permanentes de acción (1 Co 10:31-11:1)
La gloria de Dios ha de ser la meta. La repetida declaración: "Tal o cual cosa no es pecado", "no veo nada malo en ello", reduce la vida cristiana a una mera posición defensiva. "Si no pueden convencerme de que es pecado, sigo haciéndolo porque me gusta", viene a reflejar una actitud muy corriente. Está bien que uno coma y beba con gusto de lo que Dios ha provisto (1 Ti 6:17), pero este gusto personal ha de subordinarse a lo que conviene a la gloria de Dios. En una declaración análoga Pablo exhorta: "Cualquier cosa que hagáis, ya de palabra, ya de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él" (Col 3:17), pues se conseguirá la gloria de Dios cuando se llegue a actuar en el nombre del Señor Jesucristo, o sea, cuando él dirija toda nuestra actividad según su divina autoridad y potencia. Dejemos lo meramente negativo para buscar las normas positivas del Reino de Dios. No interesa defendernos, pues nuestro Señor es muy capaz y deseoso de hacerlo, sino ponernos a las órdenes de nuestro Capitán.
Es preciso evitar los tropiezos. Los hermanos trataban a veces con los judíos de las colonias de las grandes ciudades; más a menudo se hallaban rodeados de griegos, o sea, gentiles en general; al mismo tiempo buscaban su comunión íntima con sus hermanos de la congregación, representando la Iglesia universal. En todos estos variados contactos tropezaban con personas de distinta formación y debían seguir las normas que Pablo dio a conocer en (1 Co 9:23). Personas legalistas, que tienden a la inflexibilidad, hallan muy difícil la adaptación al medio sin sacrificar algo que les parezca ser un principio real, y de hecho sólo el amor y el conocimiento de la Palabra capacitan para un testimonio activo que evite poner tropiezos en el camino del prójimo. El que ama a su hermano, o a su prójimo, se hace un poco psicólogo gracias a la perspicacia del amor que ve más allá de la mera razón. El conocimiento bíblico, iluminado por el amor, nos ayudará a mantener nuestra libertad esencial sin cometer el grave pecado de escandalizar a nadie.
El ejemplo de Pablo. De nuevo Pablo puede apelar a su propio ejemplo, como siervo consecuente del Señor, quien se dio a sí mismo por nosotros: "Sed imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo". Aquí el buen ejemplo consiste en complacer a todos, no procurando su propio beneficio, sino el del mayor número posible, para que sean salvos (1 Co 10:33). Nos recuerda (Ro 15:2-3), donde hallamos una exhortación análoga basada en el ejemplo de Cristo: "Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo bueno, para edificación: porque aun Cristo no se agradó a sí mismo". ¡Tantas almas necesitan recibir algo de las riquezas de la gracia de Dios, siendo cauce normal para ello la vida y el servicio de los creyentes! ¡Tantas veces las oportunidades se pierden a causa de nuestras preocupaciones egoístas! ¡Tantas veces un vivir descuidado coloca tropiezos en el camino de hermanos que son acreedores de nuestra ayuda, sin parcialidades ni predilecciones, según la ley del amor! ¿ Prestaremos oído a las exhortaciones y mandatos de la Palabra? ¿Estamos dispuestos a considerar el Ejemplo perfecto de Cristo y su buen reflejo en la vida de amor y de servicio de Pablo? Si alguno alega —sin razón— que no le es posible seguir el sublime ejemplo del Dios Hombre, que considere que Pablo era hombre sujeto a iguales condiciones humanas que nosotros, y, sin embargo, se dedicaba de todo corazón al servicio de su Dueño y a la ayuda de todos los hermanos posibles según las oportunidades del momento. Además, su gran corazón abarcaba a todos los hombres por los cuales Cristo murió. El amor siempre "edifica" y sabrá discernir siempre lo que es "conveniente" para la gloria de Dios y la bendición del hermano.
4. Nota adicional: Las designaciones de la Santa Cena
La Cena del Señor (1 Co 11:20). Esta designación subraya el origen histórico del acto, en la víspera de la Cruz.
La Mesa del Señor (1 Co 10:21). Pone de relieve la comunión de la familia cristiana que rodea la mesa del Padre, para comer lo que él proveyó.
La comunión (1 Co 10:16). Recuerda nuestra participación espiritual en todo el valor de la Obra de la Cruz. Su significado va muy unido con el del epígrafe siguiente.
El partimiento del pan (Hch 2:42) (Hch 20:7). El término enfatiza el aspecto del Sacrificio, o sea, la entrega del precioso Cuerpo de la Víctima, que llega a ser "Pan de vida" para el creyente (Jn 6:48-51).
La eucaristía. Se emplea poco entre los protestantes, pero en sí no quiere decir más que el "acción de gracias", basado en (1 Co 11:24), etcétera. Para los católicorromanos viene a significar una renovación del Sacrificio, y no sólo la recordación del único Sacrificio realizado una vez para siempre (He 9:26) (He 10:10,14).

Preguntas

1. Explique el sentido del versículo siguiente, con amplia referencia al contexto: "Pero de los más de ellos no se agradó Dios, pues quedaron tendidos en el desierto" (1 Co 10:5).
2. Analice (1 Co 10:12-13), destacando todas sus frases. Relacione todo con los versículos anteriores.
3. ¿Qué entiende por el término "comunión" según se emplea en (1 Co 10:16-17)? En su contestación, haga amplia referencia a la sección (1 Co 10:14-21), recordando que los términos "participar" y "partícipes" se relacionan estrechamente con la "comunión".
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

Comentarios

Chile
  José Muñoz  (Chile)  (17/11/2024)

Agradecer este gran trabajo. Siempre en preparación de algunos sermones acudo a la escuela bíblica, porque siempre la dirección es clara y bíblica.

Puerto Rico
  Yanira Rivera  (Puerto Rico)  (17/11/2023)

Explicaciones que no había considerado, excelente !

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