Estudio bíblico de 2 Corintios 7:1-16
2 Corintios 7:1-16
En nuestro estudio de hoy llegamos al capítulo 7, de esta Segunda epístola del apóstol San Pablo a los Corintios. Como dijimos en nuestro programa anterior, éste es el último capítulo en esta serie que trata el tema del consuelo de Dios. El tema concreto es el consuelo de Dios en el corazón de Pablo. Vamos a poder apreciar lo personal que es este capítulo. El capítulo anterior también era personal, pero no tanto como éste que tenemos ante nosotros en esta ocasión.
Como antecedente de este capítulo necesitamos recordar que había habido en la iglesia de Corinto un hombre que había caído en un grave acto de inmoralidad. Había tenido una relación incestuosa y adúltera con la esposa de su propio padre, es decir, con su madrastra. La iglesia no había enfrentado esa situación y, en su primera carta, el apóstol les había reprendido por ello, urgiéndoles a que trataran ese caso. Ahora, como Pablo les estaba escribiendo su segunda carta, ellos habían tratado el problema con el resultado de que el hombre se había arrepentido, confesando su pecado. La iglesia había tratado correctamente a aquel creyente y la carta de Pablo había logrado el efecto deseado. Tito había venido a ver a Pablo con el informe de que este hombre había estado llorando y lamentándose por su pecado y que se sentía completamente indigno de cualquier reconocimiento por parte de la iglesia. Y es precisamente a este asunto que Pablo se estaba refiriendo. Leamos el versículo 1, de este capítulo 7 de la Segunda epístola del apóstol san Pablo a los Corintios:
"Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de cuerpo y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios".
¿De qué promesas estaba hablando? Se estaba refiriendo a las citadas al final del capítulo 6, en los dos últimos versículos. Dios había dicho que si le obedecíamos, el sería un Padre para nosotros, y nosotros seríamos para Él hijos e hijas, y que Él nos trataría de acuerdo con esa relación. Ésta era la promesa. Pablo no estaba diciendo aquí que si no nos apartábamos de todo aquella impureza íbamos a perder la salvación. Lo que quiso decir fue que si no vivíamos una vida pura, Dios no podía tratarnos como un Padre. Dios no puede tratarlo como si fuera su Padre. Vimos en nuestro programa anterior, la ilustración de un padre que tenía un hijo que se había distanciado, y que este padre lo quería tratar como su hijo, pero no podía hacerlo. Este hijo se había alejado de él, tenía problemas y dificultades, pero no podía aceptar que su padre se acercase a él. Entonces, el padre no podía actuar como tal. En nuestro caso, Dios nos quiere tratar como Padre.
Muchos de nosotros no conocemos por experiencia el Padre maravilloso que tenemos en Dios, porque no le damos la oportunidad de serlo. Y Él quiere serlo. ¿Cómo podemos cambiar esta situación? Bueno, Pablo nos dijo en este versículo 1: Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de cuerpo y de espíritu. ¿Cómo podemos purificarnos? Nosotros no podemos limpiar nuestra propia conciencia de la culpa del pecado. No podemos borrar una mancha de nuestra conciencia culpable, pero Dios lo ha hecho por medio de la muerte de Cristo y el derramamiento de Su sangre. Después de haber sido limpiados de nuestros pecados por la sangre de Cristo, nuestros corazones aún necesitan una limpieza diaria de la contaminación que adquirimos cada día. Cuando recibimos la Palabra por la fe, y actuamos en base a esa Palabra, somos limpiados de toda esa contaminación del cuerpo y del espíritu. Eso es lo que el Señor Jesús quiso decir con aquellas palabras registradas en Juan 17:17, "santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad". La mejor sustancia de limpieza en el mundo es la Palabra de Dios. Ella nos purificará de verdad. Y el Espíritu Santo nos capacitará para tratar con el pecado en nuestras vidas.
Pablo dijo que debíamos limpiarnos de todo aquello que pudiera contaminar nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Todo pecado constituye una impureza ante la vista de Dios. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre los pecados del cuerpo, y los pecados del espíritu?
Los pecados del cuerpo tienen que ver con los deseos impuros, las pasiones desenfrenadas, los excesos del alcohol, la glotonería, el libertinaje, los afectos equivocados. Éstos son los pecados de la naturaleza humana, éstas son, pues, las cosas impuras. Necesitamos ser conscientes del hecho de que estamos viviendo hoy en un mundo que da una cierta respetabilidad a los pecados del cuerpo. Como ejemplos de este tipo de pecados cabe destacar el alcoholismo y el daño que pueda causar en una sociedad. Incluso en círculos seculares se levantan voces de advertencia sobre los efectos del alcohol en el comportamiento de las personas. Concretamente, el elevado número de accidentes debido a los efectos del alcohol en los conductores está creando una alarma social. Y existe preocupación porque en nuestro país los jóvenes comienzan a beber descontroladamente a una edad temprana. ¿Y qué diremos de los efectos de la bebida en las relaciones humanas, y en la agresividad y actos de violencia que provocan? Otro ejemplo de los pecados del cuerpo es el avance de la pornografía, que supuestamente exalta el cuerpo y el sexo, pero que en realidad degrada a las personas, y rebaja la dignidad humana a sus niveles más bajos y acaba produciendo hastío, y un aburrimiento que exige una búsqueda insaciable de un placer que sacie, pero que no se acaba encontrando. Éstos son, pues, ejemplos de pecados del cuerpo y de su efecto destructivo. En esta sociedad permisiva, la Palabra de Dios condena estos pecados del cuerpo. Si un cristiano se deja arrastrar por ellos, entonces Dios no le puede tratar como un Padre, y ese creyente, aunque continúe siendo Su hijo, no podrá disfrutar de una relación de compañerismo con Él. Y tendrá que sufrir las consecuencias de su alejamiento espiritual.
También se menciona en este pasaje la contaminación del espíritu. ¿Cuáles son los pecados del espíritu? Pues, podemos mencionar, por ejemplo, los chismes, el cotilleo, la calumnia. Hay gente que nunca sería capaz de tomar en sus manos un arma y disparar contra alguien. Pero sí será capaz de utilizar el puñal de un rumor malicioso, de la difamación, y herir a alguien por la espalda, cuando su víctima no le esté escuchando e ignore lo que se trama sin su conocimiento. Hay cristianos que, a veces, se implican en estas prácticas.
¿Y, qué podemos decir de pecados secretos del espíritu como la vanidad y el orgullo el engreimiento, la altanería, la incredulidad, la codicia? Hay cristianos que se han impuesto a sí mismos una serie de reglas sobre lo que deben o no deben hacer, pero se dejan arrastrar por estos pecados del espíritu que acabamos de mencionar.
Pablo dijo: limpiémonos de toda contaminación de cuerpo y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. El escritor del libro de los Hebreos, lo expresó de la siguiente manera, en el capítulo 12, versículos 13 y 14: "Haced sendas estrechas para vuestros pies, para que la pierna coja no se descoyunte, sino que se sane. Buscad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor". Cristo es mi justicia, Él es mi santidad. El problema es que mi vida y Su perfección están muy alejadas entre sí. Dios nos dice que no tiene que haber tanta diferencia, porque Él quiere que vivamos una vida de santidad. Ahora, en el versículo 2, de este capítulo 7, de la Segunda epístola a los Corintios, leemos:
"Admitidnos: a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado".
Pablo les aseguró que no habían hecho daño ni engañado a nadie. Cuando Pablo llegó, él no se dedicó a recoger ofrendas para todo tipo de proyectos. Esto nos enseña que no se deben recoger ofrendas para ciertos proyectos y luego utilizarlas para otros. El apóstol había actuado con una transparencia total en todas sus gestiones administrativas. Ahora, en el versículo 3, leemos:
"No lo digo para condenaros, pues ya he dicho antes que estáis en nuestro corazón, para morir y para vivir juntos".
¡Cómo amaba Pablo a esta gente! Podemos ver que ellos estaban constantemente en su corazón. Notemos lo que dijo en el versículo 4:
"Mucha franqueza tengo con vosotros; mucho me enorgullezco con respecto de vosotros. Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en medio de toda nuestra aflicción".
Aquí vemos de qué manera el pensar en sus lectores no solo le consoló, sino que también le alegró. A continuación especificó sus motivos para explicar este estado de ánimo. Leamos los versículos 5 al 9:
"Cuando vinimos a Macedonia, ciertamente ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados: de fuera, conflictos, y de dentro, temores. Pero Dios, que consuela a los deprimidos, nos consoló con la llegada de Tito; y no sólo con su llegada, sino también con el consuelo con que él había sido consolado en cuanto a vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestra preocupación por mí, de manera que me regocijé aún más. Aunque os entristecí con la carta, no me pesa, pero sí lo lamenté entonces, pues veo que aquella carta os entristeció por algún tiempo. Ahora me gozo, no porque hayáis sido entristecidos, sino porque fuisteis entristecidos para arrepentimiento, porque habéis sido entristecidos según la voluntad de Dios, para que ninguna pérdida padecierais por nuestra parte".
Y creemos que necesitamos saber algo de lo que había sucedido antes para poder entender estas palabras. Recordemos que Pablo en su Primera Carta a los Corintios les había escrito de una manera bastante dura. Lo vimos cuando estudiamos la Primera Epístola a los Corintios. Pablo les había llamado criaturas, niños en Cristo, creyentes carnales, señalando que debían hacerle frente al pecado. Y ellos así lo hicieron. Cuando Tito se reunió con el apóstol Pablo en Filipos, le contó lo que la Iglesia había tratado ese problema, y que el hombre se había arrepentido de la inmoralidad que había cometido. Luego Pablo les escribió en el segundo capítulo de esta segunda carta que entonces debían perdonarle y consolarle para que no quedara abrumado por su aflicción. Debían restaurarle a la comunión de la iglesia.
Recordemos que cuando él se había ido de Éfeso a Troas, esperó allí para que regresara Tito, pero éste no lo hizo. Entonces comenzó a reprocharse a sí mismo pensando que quizás no debía haber escrito una carta tan dura, preguntándose si hubiera sido mejor haber ido a visitarles. Después, como ya hemos visto, se dirigió a Filipos y fue allí donde le encontró Tito y le informó de lo sucedido en Corinto.
El hecho de que Pablo se estuviese reprochando a sí mismo por haber escrito con tanta severidad no afecta a la creencia de que él estaba escribiendo la carta a los Corintios bajo la inspiración del Espíritu Santo. Por supuesto que así lo hizo. Es la Palabra inspirada de Dios. Él era un escritor humano, pero Dios le había inspirado para que escribiese de esa forma, para permitirnos a usted y a mí conocer lo humano que era Pablo, y cuan tierno, dulce y cariñoso, para que usted y yo tratemos de ser y actuar como él. Estimado oyente, aquí tenemos una gran lección para cada uno de nosotros. Y una vez que Pablo recibió las buenas noticias pudo escribir las palabras que ya hemos leído en el versículo 4, donde les dijo que, aun en medio de las aflicciones, estaba muy animado y lleno de alegría.
Quizá hay alguna persona que nos está escuchando en este momento que debiera sentarse a escribir una carta a una persona a quien ofendió en alguna forma hace mucho tiempo. Si esa persona es usted, estimado oyente, escríbale a su amigo o amiga y dígale que lo siente mucho y que quiere que todo se arregle definitivamente. ¿Sabe lo que esto puede hacer? Le va a dar esa persona una gran alegría. Estimado oyente, nosotros necesitamos actuar de esta manera.
Pablo estaba escribiendo aquí de una manera muy personal, cuando les dijo: Cuando vinimos a Macedonia, ciertamente ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados: de fuera, conflictos, y de dentro, temores. Quizá nosotros deberíamos volver nuestras cabezas y ni siquiera leer esto que es tan personal. Pero Dios usó a un hombre para consolar a Pablo, porque continuó diciendo: Pero Dios, que consuela a los deprimidos, nos consoló con la llegada de Tito.
Estimado oyente, usted también debe estar dispuesto a consolar a otra persona. Dios puede utilizarle para llevar el consuelo de la Palabra de Dios a alguien que, quizás en solitario, está llevando el peso de las aflicciones de la vida.
Y entonces Pablo continuó diciendo: y no sólo con su llegada, sino también con el consuelo con que él había sido consolado en cuanto a vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestra preocupación por mí, de manera que me regocijé aún más. En otras palabras, les dijo: "vosotros consolasteis a Tito, y Tito me consoló a mí". Y después, destacó que la tristeza que habían soportado les había impulsado a arrepentirse, a volver a Dios. Leamos a continuación el versículo 10:
"La tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de lo cual no hay que lamentarse; pero la tristeza del mundo produce muerte".
Aquí encontramos la definición de Dios sobre el verdadero arrepentimiento. El arrepentimiento es un cambio de mente. Consiste en apartarse de algo, para dirigirse hacia otra cosa. Escuchemos lo que Pablo les escribió a los Tesalonicenses 1:9, os convertisteis de los ídolos a Dios. Ése fue un cambio de mentalidad. ¿Y cómo se produjo? Primero se convirtieron a Cristo. Cuando Pablo llegó a visitarles, no les había predicado contra la idolatría, sino que les había presentado la persona de Cristo. Y ellos aceptaron a Cristo. Pero eran idólatras. Así que cuando por la fe se volvieron a Cristo, ¿qué más sucedió? Se apartaron de los ídolos, y esa separación de los ídolos equivalió a un arrepentimiento. Ése es el arrepentimiento que experimentan los que no son salvos; es un arrepentimiento que les conduce a la salvación. Se trata entonces de presentar a los que están perdidos la persona de Cristo. Cuando ellos responden y deciden aceptarle, se apartarán de sus viejas creencias para dirigirse hacia Cristo.
Dios enfatiza el arrepentimiento con respecto al cristiano, al creyente, cuando éste se encamina en una dirección equivocada, porque está viviendo en el pecado. El creyente debe experimentar un giro hacia otra dirección, un arrepentimiento. Sin embargo algunos que se encontraron en esta situación han derramado lágrimas, que no necesariamente fueron una señal de un verdadero arrepentimiento. Esa clase de aflicción es, como dijo Pablo en este versículo, es como la tristeza del mundo, que produce muerte. El verdadero arrepentimiento significa un cambio interior en la mente, en los afectos, en las convicciones, y en el compromiso, arraigado en el temor de Dios y en la aflicción por los pecados u ofensas cometidas contra Él que, acompañado de la fe en Jesucristo, resulta en un giro exterior del pecado y hacia Dios y a su servicio para el resto de la vida.
Alguien solía contar de un barco que navegaba por un río muy caudaloso, que tenía una caldera pequeña y una sirena potente. Cuando navegaba río arriba y hacía sonar su sirena, el barco comenzaba a ser arrastrado río abajo porque, al ser la caldera tan pequeña, no podía propulsar al barco y hacer sonar la sirena al mismo tiempo. Algunas personas actúan también como este barco, con una caldera pequeña y una sirena potente. Derraman muchas lágrimas y expresan exteriormente una gran emoción, pero no han experimentado un arrepentimiento verdadero. Es decir, que derraman lágrimas, pero continúan yendo en la misma dirección.
Escuchemos entonces lo que dijo Pablo en los versículos 11 al 13:
"Esto mismo de que hayáis sido entristecidos según Dios, ¡qué preocupación produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto. Así que, aunque os escribí, no fue por causa del que cometió el agravio, ni por causa del que lo padeció, sino para que se os hiciera evidente la preocupación que tenemos por vosotros delante de Dios. Por esto hemos sido consolados en vuestra consolación. Pero mucho más nos gozamos por el gozo de Tito, que haya sido confortado su espíritu por todos vosotros".
Pablo los elogió entonces, por el hecho de que se habían vuelto realmente hacia Dios, se habían arrepentido.
Y finalmente, miremos los últimos versículos de este capítulo 7, de la Segunda carta a los Corintios, los versículos 14 al 16, que dicen:
"Si de algo me he jactado con él respecto de vosotros, no he sido avergonzado. Al contrario, así como en todo os hemos hablado verdad, también resultó verdad el habernos jactado con Tito acerca de vosotros. Y su cariño por vosotros es aun más abundante, cuando se acuerda de la obediencia de todos vosotros, de cómo lo recibisteis con temor y temblor. Me gozo de que en todo tengo confianza en vosotros".
Pablo sinceramente abrió su corazón aquí, y fue muy, pero muy personal, revelándonos sus sentimientos más íntimos. Estaba rebosante de alegría y satisfacción. Había sido consolado en su aflicción. Todo lo sucedido había constituido el consuelo de Dios para el corazón de Pablo.
En este programa hemos hecho algunas consideraciones sobre la impureza del cuerpo, y la impureza del espíritu. Y hemos visto como el pecado y la maldad humana pueden contaminar, en mayor o menor grado, al ser humano considerado en su totalidad. Y ante el cuadro de consecuencias que hemos expuesto al examinar las diversas expresiones de la naturaleza humana a nivel individual, y a nivel social, recordamos aquella gran pregunta que nos viene desde los tiempos antiguos del patriarca Job registrada en su capítulo 14:4, ¿quién hará puro lo inmundo? Y la respuesta para aquellos tiempos fue lacónica, terminante: ¡Nadie! Pero desde que Dios envió a Jesucristo al mundo a morir por nuestros pecados, estimado oyente, hay otra respuesta: La sangre de Jesús, su Hijo, nos limpia de todo pecado. ¿No querría usted dejar de lado toda la impureza y sus consecuencias destructivas, para comenzar a vivir una vida de pureza, una vida constructiva, una vida de auténtica libertad, y lo que es aun mejor, una vida eterna, confiando en el Señor Jesucristo como su Salvador?
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