Estudio bíblico de Ester 4:3-5:4
Ester 4:3 - 5:4
Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro estudio del capítulo 4, de este libro de Ester. En nuestro programa anterior, vimos que un decreto se había publicado en el reino con la firma del rey Jerjes. Allí se decía que los judíos deberían ser destruidos.
Ahora, en ese reino tendría que haber varios millones de judíos. Quizá podríamos estimar y decir que probablemente había unos quince millones en esa época en el imperio de los Medos y los Persas. De llevarse a cabo, esa matanza tendría que haber sido algo terrible, también era algo sin necesidad y sin ninguna justificación. Simplemente porque un hombre en el poder se ofendió porque un subalterno de menor importancia, Mardoqueo, no se inclinó ante él. Esto fue algo verdaderamente satánico, por supuesto.
Esta ley pues, fue firmada y publicada. Mardoqueo, dándose cuenta de que esa ley no podía ser revocada, se vistió con ropas ásperas y puso ceniza sobre su cabeza. Continuemos hoy nuestro estudio y veamos lo que dice el versículo 3, de este capítulo 4 de Ester:
"En toda provincia y lugar donde el mandamiento del rey y su decreto llegaba, había entre los judíos gran duelo, ayuno, lloro y lamento, y muchos se acostaban sobre cilicio y ceniza".
¿Ha observado usted que no hubo ninguna convocatoria para orar? Es que esta gente estaba viviendo al margen de la voluntad de Dios. El decreto del rey Ciro, profetizado por Isaías, les había dado permiso para regresar a Israel. Pero ellos no regresaron. Y al estar fuera de la voluntad de Dios, por consiguiente, no hubo ningún llamamiento a orar. Pero sí cumplieron el resto del ritual: ayuno, vestirse con ropas ásperas, y cenizas, y grandes lamentos.
Ellos creyeron en la eficacia del decreto promulgado por el rey Jerjes. Era una ley de Media y de Persia, inalterable de acuerdo con los libros históricos, y también de acuerdo con el libro del profeta Daniel. Recordemos que incluso el mismo rey Jerjes, cuando apartó a la reina Vasti del trono, no la pudo recuperar porque en el decreto correspondiente se había establecido que ella no volvería a presentarse ante el rey. Ni siquiera el soberano pudo cambiar su propia ley después de haber sido ésta promulgada. Así que cuando este decreto de muerte circuló por todo el imperio, los judíos creyeron que se cumpliría y se lamentaron expresándolo con el ritual de su religión.
Lo que puede observarse claramente en la actualidad es la falta de convicción y de sensibilidad en cuanto al pecado, no sólo en los corazones y vidas de los que no son salvos, sino también en los corazones y vidas de los cristianos. El cristiano medio, por supuesto, reconoce confiar en Cristo, pero no tiene esa convicción, esa sensibilidad a la presencia del pecado. ¿Cuándo fue la última vez que vio usted a un pecador, salvo o perdido, clamar a Dios por Su misericordia? ¿Y a qué se debe esa condición? Porque muchos piensan que Dios no toma en serio la cuestión del pecado. No creen que Él tenga la intención de cumplir su intención de juzgar el pecado, o de castigar a la persona que se aferra al pecado y no se vuelve a Cristo confesándolo para restaurar la relación de compañerismo con Él.
Mardoqueo supo cual era la gravedad y vigencia del decreto. Rasgó sus ropas y se vistió de ropa áspera con cenizas. Salió dirigiéndose al centro de la ciudad dando gritos de amargura. Y los judíos de todo el reino se lamentaron y lloraron. Todos ellos creyeron en la seriedad con que se cumpliría aquella ley. Continuemos leyendo el versículo 4:
"Las doncellas de Ester y sus eunucos fueron a decírselo. Entonces la reina sintió un gran dolor, y envió ropa para que Mardoqueo se vistiera y se quitara la ropa áspera; pero él no los aceptó".
Ahora, Ester, siendo la reina, se sentía perfectamente segura. Pero se sintió avergonzada por la conducta de su padre adoptivo, que estaba allá afuera en la ciudad vestido con ropas ásperas y en ceniza, andando de un lado para otro quejándose, lamentándose, llorando. Entonces, ¿qué fue lo que hizo? Pues le envió ropas nuevas, elegantes y de hermosos y brillantes colores. Pero aquellas ropas tan atractivas no cambiarían el edicto del rey. Así que las rechazó, porque no quitarían la afrenta que estaba sobre ellos.
Aquí hay también una aplicación práctica. El ropaje de la religión no elimina el hecho de que el hombre es un pecador culpable delante de Dios. La religión tampoco alterará el hecho de que el pago que da el pecado es la muerte.
La gente trata el problema del pecado de muy diferentes maneras. Algunos intentan, figurativamente hablando, el método de la ropa con colores llamativos. Se niegan a creer que el ser humano es un pecador. Y recurren a cualquier prenda de vestir que oculte de ellos la realidad del pecado. Otros se ponen la ropa llamativa de las mejoras, las innovaciones, las reformas. Dicen que el pecado es simplemente un pequeño error, y tratan de cubrirlo, de ocultarlo. Piensan que el pecado puede ser reformado, enmendado, corregido.
Algunos creen que el púlpito moderno se ha convertido en un lugar en el que una persona indulgente se pone en pie ante un grupo de personas indulgentes, para rogarles que sean más indulgentes. Realmente, no puede haber algo más insípido que esto. No necesitamos mejoras, innovaciones no reformas. Lo que necesitamos es ser regenerados. Necesitamos pasar por un nuevo nacimiento espiritual.
Nicodemo, un líder de los judíos, era religioso. Pero en el relato de Juan 3:7 vemos que el Señor le dijo: os es necesario nacer de nuevo. Necesitamos una nueva naturaleza porque tenemos una naturaleza pecaminosa. Usted tiene que venir al Señor Jesucristo y confiar en Él. Él murió por usted en la cruz. Él ocupó su lugar, el suyo, estimado oyente, y ya ha pagado el castigo que merece su pecado. Todo lo que tiene que hacer es aceptar lo que ha sido hecho por usted. Si usted va al cielo, será porque usted ha confiado en Aquel que murió por usted.
Hay otro tipo de ropas atractivas que, también figurativamente hablando, algunos usan, y tienen que ver con la "educación". Dicen que el pecado es egoísmo. Y que todo lo que hay que hacer es educar, preparar bien a la gente, y entonces las personas no serán egoístas. Pero creemos que la experiencia de todos nos revela que una adecuada preparación podrá a ayudar a progresar en algunos asuntos humanos, pero no ayudará a suprimir el egoísmo del ser humano.
La verdad, estimado oyente, es que, espiritualmente hablando, usted necesita unas ropas nuevas, es decir, la justicia de Cristo. Es lo único que le capacitará a usted para estar ante la presencia de Dios.
Volviendo a nuestra historia, ya vimos que Mardoqeo no estaba dispuesto a aceptar aquellas hermosas ropas de su hija adoptiva, de la reina. Cuando volvieron al palacio los que le habían llevado las ropas, para informarle a Ester, ella se dio cuenta de que algo grave estaba ocurriendo. Algún problema de poca importancia no habría impulsado a su padre a devolverle las ropas. Continuemos leyendo el versículo 5 de este capítulo 4 de Ester:
"Entonces Ester llamó a Hatac, uno de los eunucos que el rey había puesto al servicio de ella, y lo mandó a Mardoqueo para averiguar qué sucedía y por qué estaba así".
Ella quería algunas respuestas ¿Cuál había sido la causa para que él se vistiera de ropas ásperas y de ceniza? ¿Por qué lo estaba haciendo? Leamos el versículo 6:
"Salió, pues, Hatac a ver a Mardoqueo, a la plaza de la ciudad que estaba delante de la puerta real".
La reina no habría podido ir, así que envió un mensajero. Y allí estaba pues, Mardoqueo, delante de la puerta del rey. Y veamos los versículos 7 al 9:
"Y Mardoqueo le comunicó todo lo que le había acontecido, y le informó de la plata que Amán había dicho que entregaría a los tesoros del rey a cambio de la destrucción de los judíos. Le dio también la copia del decreto que había sido publicado en Susa para que fueran exterminados, a fin de que la mostrara a Ester, se lo informara, y le encargara que fuera ante el rey a suplicarle y a interceder delante de él por su pueblo. Regresó Hatac y contó a Ester las palabras de Mardoqueo".
Así es que Mardoqueo le envió a Ester una copia del decreto que había sido publicado, para que ella pudiera leerlo por sí misma. Este detalle nos recuerda que desearíamos que aquellos que dicen que la Biblia no enseña que el hombre es un pecador, leyeran lo que dice la Palabra de Dios. Allí encontrarán que Dios ha declarado con absoluta claridad que somos pecadores y por lo tanto, nos encontramos bajo una sentencia de muerte.
Así que el mensajero volvió a reunirse con Ester llevándole el mensaje de Mardoqueo y una copia del decreto del rey. Dice el versículo 10:
"Entonces Ester ordenó a Hatac que dijera a Mardoqueo"
Así que, apenas Ester leyó el mensaje de Mardoqueo y leyó el decreto, le envió otro mensaje, que leemos en el versículo 11:
"Todos los siervos del rey y el pueblo de las provincias del rey saben que hay una ley que condena a muerte a cualquier hombre o mujer que entre, sin haber sido llamado, al patio interior para ver al rey, salvo aquel a quien el rey, extendiendo el cetro de oro, le perdone la vida. Y yo no he sido llamada para ver al rey estos treinta días".
Así sucedía en los reinos de aquella época. En otras palabras, a nadie se le permitía llegar a la presencia del rey sin haber sido previamente convocado, pues, en ese caso, uno sería automáticamente ejecutado, a menos que el rey extendiese hacia esa persona ese cetro de oro en señal de clemencia, perdonándole así la vida. Jerjes era conocido por sus arrebatos de temperamento; podía haber hecho matar a su reina si ella se hubiera presentado ante él sin haber sido llamada. Así fue que Ester le envió a Mardoqueo este mensaje: "Si voy de esta manera, podría significar la muerte para mí". Escuchemos lo que dicen los versículos 12 al 14:
"Llevó a Mardoqueo las palabras de Ester, y Mardoqueo dijo que le respondieran a Ester: No pienses que escaparás en la casa del rey más que cualquier otro judío. Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?"
Vemos aquí que Mardoqueo respondió a Ester con este memorable mensaje.
Ahora, recordemos que había otra reina antes y que se había publicado un decreto contra ella y que se la había quitado de su lugar en el trono. Ester podía aprender de esto y tomar nota de ello. Pero si llegara a creer que ese decreto la iba a proteger, estaba equivocada. El decreto decía que todos los judíos deberían morir y ella también era judía. Más tarde veremos que Jerjes no sabía que ella era judía.
Mardoqueo continuó diciendo que si ella callaba, la liberación para los judíos vendría de otra parte. ¿De qué otra parte? Nos hubiera gustado mucho haberle hecho esa pregunta directamente a Mardoqueo. ¿De dónde podría venir la liberación, a no ser que viniera de Dios? Él era la única esperanza para ellos en esas horas críticas, y confío en que Mardoqueo habrá tenido esa esperanza. Dios se movería en otra dirección. Él debe haber sabido que la liberación llegaría porque conocía las promesas que Dios había hecho a Abraham.
Así que Mardoqueo desafió a Ester. Jerjes era un gobernante mundial. ¿Llegaría la liberación del norte? ¿O del este? ¿O del sur ó del oeste? No había ninguna persona en la tierra que la hubiera podido librar. Por ello le dijo a Ester: ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino? Creemos que Mardoqueo aquí detectó que la mano de Dios había estado moviéndose y que Ester había llegado al trono con un propósito.
Aquí podemos ver más claramente a Dios actuando por Su providencia en los asuntos de la nación. Era obvio que Ester no había ganado accidentalmente un concurso de belleza. No fue accidentalmente que se convirtió en reina. Estaba en el trono para un propósito determinado, y Dios había estado preparando esta situación durante todo aquel tiempo. Estaba preparado para estos eventos. Él sabía lo que ocurriría. Es por ello, estimado oyente, que nosotros podemos confiar en Él. Cuando colocamos nuestra mano en la suya, Él tiene poder para sostenernos. Él sabe lo que va a suceder mañana, el mes próximo, y el próximo año, Él nos cuidará. Todo lo que tenemos que hacer es confiar en Él.
En estos momentos Mardoqueo se estaba revelando como un hombre noble. Estaba mostrándose dispuesto a adoptar una actitud firme del lado de Dios. Pero ahora observemos a Ester. Ella estaba demostrando ser una reina en todo el sentido de la palabra. Continuemos leyendo los versículos 15 al 17:
"Entonces Ester dijo que respondieran a Mardoqueo: Ve y reúne a todos los judíos que se hallan en Susa, ayunad por mí y no comáis ni bebáis durante tres días y tres noches. También yo y mis doncellas ayunaremos, y entonces entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca. Entonces Mardoqueo se fue e hizo conforme a todo lo que le había mandado Ester".
Éstas fueron las palabras de una mujer noble. Dio instrucciones a Mardoqueo para que todos los judíos de la ciudad se reunieran para ayunar. Ella y sus criadas harían lo mismo. Iría a pedirle ayuda al rey y estaba dispuesta a morir si era necesario. Una vez más podemos observar que aquí no se dijo nada sobre la oración. ¿Por qué no oró ella? Porque estaba viviendo al margen de la voluntad de Dios. ¿Por qué no oraron los judíos? Porque ellos también estaban viviendo fuera de la voluntad de Dios. Recordemos que cuando Jonás estaba en el barco huyendo de Dios, tampoco se dijo allí nada sobre la oración. Porque él estaba fuera de la voluntad de Dios. Él no tendría que haber estado en aquel barco. Es difícil orar cuando uno está viviendo dejando a un lado la voluntad de Dios. Es posible que algunos de los judíos oraran, pero ciertamente ese detalle no se ha mencionado.
La decisión de Ester de presentarse ante el rey fue un acto de valor. Pero, estimado oyente, hubo uno aún más noble. Él saltó desde las almenas del cielo, descendió a la tierra, asumió nuestra forma humana. Él no dijo: "si perezco, que perezca". Sino que dijo: "He venido a dar mi vida en rescate por muchos". (Mateo 20:28)
¿Qué es lo que iba a ocurrir entonces? Bueno, vamos a verlo ahora a
Ester 5:1-4
El tema de este capítulo es el cetro de la gracia. Veamos lo que dice el primer versículo:
"Aconteció que al tercer día se puso Ester su vestido real, y entró al patio interior de la casa del rey, frente al aposento del rey; y estaba el rey sentado en su trono dentro del aposento real, frente a la puerta del aposento".
El rey estaba sentado en el trono real, en el lado opuesto a la entrada al palacio. Alrededor suyo estaba su corte de asistentes elegantemente vestidos. Imaginémonos el colorido de la escena. Además estaban los toldos, los tapices, el oro, la plata, y el mármol de la sala del trono. El rey estaba probablemente ocupado con asuntos de estado cuando Ester salió de una alcoba, o quizás detrás de una columna y apareció allí con su atuendo real. Su apariencia era realmente hermosa. Y notemos lo que ocurre aquí en el versículo 2:
"Cuando el rey vio a la reina Ester que estaba en el patio, la miró complacido, y le extendió el cetro de oro que tenía en la mano. Entonces se acercó Ester y tocó la punta del cetro".
Ester se había preparado para presentarse ante el rey. Recordemos que cuando se presentó la primera vez ante el rey y ganó el concurso de belleza, ella no había pedido ninguno de aquellos vestidos elegantes ni accesorios elaborados que las otras jóvenes habían solicitado. Había ganado el concurso por su belleza natural y el rey se había enamorado de ella. Pero en esta ocasión seguramente ella dedicó bastante tiempo a su vestido. Se nos dijo aquí que "Ester se puso su vestido real", lo cual significa que se puso la mejor ropa que tenía, y que procuró que su apariencia fuera la mejor posible.
Cuando entró en la corte real y esperó, y el rey la miró, fue ciertamente un momento dramático. La pregunta era: ¿Levantaría el rey el cetro o no? Y en aquel momento tengo la seguridad de que aquella joven hebrea oró, aunque ese detalle no quedó registrado. Debe haber reconocido cuan indefensa e impotente realmente era. Pero entonces, el rey extendió su cetro de oro hacia ella y probablemente sonrió. Luego, ella avanzó y puso su mano sobre el cetro, tal como era la costumbre en ese tiempo.
¡Qué imagen tenemos aquí! En este libro hemos estado enfatizando la ley de los Medos y los Persas y comparándola con la ley de Dios. La ley de Dios dice "El alma que pecare, esa morirá" Y, estimado oyente, Dios nunca ha cambiado esa ley divina. Es tan cierta hoy como siempre lo ha sido. Ésa es, pues, la ley de Dios. Es inmutable. Él no podría cambiarla sin cambiar su carácter.
Hay otro lado para esta historia. Vemos que al extender el cetro a la reina Ester, el rey le estaba concediendo la vida. Y permítanos decirle que Dios extiende hoy su cetro a la humanidad. Es cierto que "Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios". También es cierto que "el alma que pecare, esa morirá". Pero hay que destacar que Dios tuvo que vencer esa ley tremenda, y la única manera en que podía superarla era que Él mismo viniera a esta tierra, que cargara con nuestros pecados, y que pagara el castigo, porque esa ley no ha sido abrogada y está en vigor hoy. Estimado oyente, cuando Dios le salvó, fue porque alguien pagó el castigo por sus pecados. Él murió una muerte sustitutiva por usted y por mí en la cruz. Como resultado de ese sacrificio, Dios extiende hacia la tierra su cetro de gracia, y le dice a cada individuo: "Puedes venir a mí, puedes tocar mi cetro de gracia. Puedes recibir de mí la salvación".
Volviendo a nuestra historia, vemos que Ester había llegado a la presencia del rey, y él se dio cuenta inmediatamente que ella nunca habría hecho ese esfuerzo si no hubiera surgido una emergencia. Dice entonces el versículo 3:
"Dijo el rey: ¿Qué tienes, reina Ester, y cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino se te dará".
Ester no se habría dirigido a la presencia del rey por un asunto de menor importancia. Él sabía que no venía a pedir dinero para comprarse efectos personales ni para salir a cenar o a pasear. Y supo que algo tenía que estar preocupando e inquietando a su reina. Observó que estaba angustiada y temblando. Y quiso que se sintiera cómoda, y le dijo: Hasta la mitad de mi reino te daría. Ésta no fue una expresión frívola. Para que ella se sintiera cómoda le ofreció algo parecido a un cheque en blanco, para que ella pusiera la cifra. Continuemos leyendo el versículo 4:
"Ester respondió: Si place al rey, vengan hoy el rey y Amán al banquete que le tengo preparado".
Ester no hizo conocer su pedido en ese mismo momento. Simplemente invitó al rey a comer y le pidió que también viniese Amán. Quería que Amán estuviese presente cuando ella le informase al rey que lo que había pedido era no sólo la muerte de los judíos, sino también la muerte de ella.
Lo que Ester hizo fue una acción valiente y audaz. Ella sabía que era la única esperanza para aquel pueblo. Después de todo, Dios, por Su providencia, la había colocado en la posición de reina. Estoy seguro de que Ester nunca habría dicho que estaba en esa posición por la voluntad de Dios. En realidad, ella ni siquiera mencionó el nombre de Dios. Pero sí fue a presentarse al rey sabiendo que su actitud podría causar su muerte. La suerte estaba echada.
Estimado oyente, algún día todos vamos a tener que estar ante el Rey de Reyes. Cada creyente se presentará ante Él para ver si va a recibir una recompensa. Este juicio tendrá lugar en el tribunal de Cristo. Pero habrá otro juicio en el cual solo aparecerán los perdidos. Esto ocurrirá ante el Gran Trono Blanco, donde las personas serán juzgadas por las obras.
Así como el rey extendió el cetro a Ester, y ella se adelantó y lo tocó, Dios también extiende el cetro de la gracia para nosotros, y nos pide que vengamos y lo toquemos por la fe, aceptando lo que Él tenga que ofrecer. Él no nos muestra su gracia y bondad porque seamos maravillosos o atractivos porque el pecado surge del corazón humano. Oímos hablar mucho sobre el hecho de que deberíamos preocuparnos de la contaminación, lo cual es muy positivo, pero queremos comenzar allí donde empiezan todos los problemas, y donde se encuentra la contaminación espiritual, es decir, en el corazón humano. Dios está extendiendo el cetro de la gracia hacia todos los que recibirán a Su Hijo, el Señor Jesucristo.
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