Estudio bíblico de Ester 3:7-4:2
Ester 3:7 - 4:2
En nuestro programa anterior, estimado oyente, en el versículo 6, de este capítulo 3 del libro de Ester, nos encontramos con el villano de esta historia que estamos estudiando. Y, ciertamente, este hombre Amán, fue uno de los que intentaron destruir la nación de Israel. Había sido elevado a una posición muy alta en este gran imperio mundial, era el primer ministro y todos por decreto del rey tenían que inclinarse ante él.
Mardoqueo no se quería inclinar ante el primer ministro. Y esto molestó enormemente a Amán. Lo irritó tanto que él que concibió un plan que pudiera servir de escarmiento. Pero no quería simplemente poner sus manos sobre Mardoqueo, sino también contra todo el pueblo judío. Y, ¿qué es lo que este hombre estaba tramando hacer? Bueno, veamos lo que dice el versículo 7, de este capítulo 3, de Ester:
"En el mes primero, que es el mes de Nisán, en el año duodécimo del rey Asuero, fue echada Pur, esto es, la suerte, delante de Amán, suerte para cada día y cada mes del año. Salió el mes duodécimo, que es el mes de Adar".
La irritación de Amán crecía a medida que pasaban los días. Cada vez que pasaba por la puerta de la ciudad todos se inclinaban ante él, excepto aquel judío llamado Mardoqueo. Y esto le perturbaba y resolvió hacer algo al respecto. Cuando Amán descubrió que la negativa de Mardoqueo a inclinarse ante él estaba basada en sus convicciones religiosas, decidió que una masacre nacional de los judíos resolvería su problema.
Amán hizo que los magos echaran suertes para decidir en qué día del año serían destruidos los judíos. Ésta era una forma de juego de azar, era una lotería, y esta lotería se usaba en ese entonces para recolectar impuestos para el gobierno. Pero los magos y Amán no se dieron cuenta de que Dios era el que determinaba el resultado de la lotería. Dios controlaba esta situación. La suerte cayó en el último mes del año, lo cual daría tiempo para que el complot de Amán fuera descubierto y detenido. Continuemos leyendo los versículos 8 y 9:
"Y dijo Amán al rey Asuero: Hay un pueblo esparcido y distribuido entre los pueblos de todas las provincias de tu reino, sus leyes son diferentes de las de todo pueblo, y no guardan las leyes del rey. Al rey nada le beneficia el dejarlos vivir. Si place al rey, decrete que sean exterminados; y yo entregaré trescientos treinta mil kilos de plata a los que manejan la hacienda, para que sean ingresados a los tesoros del rey".
Amán llamó la atención del rey al hecho de que había gente viviendo en el reino que era diferente al resto de los habitantes. Sus leyes eran diferentes. Ellos obedecían la ley mosaica. Aunque no habían regresado a su tierra obedeciendo a Dios, estaban siguiendo la ley de Moisés esparcidos como estaban a través de todo el reino. Y como resultado, este hombre Amán pidió al rey que fuesen exterminados. Convenció al rey de que estaban desafiando a las leyes reales, y de que su destrucción traería mucha riqueza a sus tesoros, proveniente de las propiedades confiscadas. Las entradas del gobierno no eran suficientes para cubrir todos los gastos que tenía. Y este rey Jerjes tenía muchas cuentas que pagar a causa de la guerra. Usted recordará que él llevó a cabo una campaña contra Grecia y que había necesitado mucho dinero para afrontar esa guerra. Ahora, Amán, aparentemente en su nueva posición en el gobierno probablemente tenía acceso a los libros relacionados con los impuestos del reino y quizá ese aspecto estaba bajo su supervisión. Ellos tenían que conseguir dinero de alguna otra manera. Ahora, Amán era una persona muy rica y él vio ahora una oportunidad para lograr su propósito. Él podía dar cierta cantidad de dinero para los tesoros del rey. Y aparentemente la cantidad que él mencionaba era lo suficiente como para saldar el déficit existente. El rey, por supuesto, estaba muy interesado en un plan así. Y esta solución pareció ser una buena salida para el rey.
Y este rey, como la mayoría de los potentados de su tiempo, no tenía ningún respeto por la vida humana y ni siquiera se preocupó por preguntar quiénes eran estas personas a las que se quería exterminar. Amán no sabía que Ester, la reina, pertenecía a esa misma nacionalidad. El rey mismo no sabía que su reina era judía y que con su aprobación del plan de Amán estaba comprometiendo la vida de ella. Continuemos leyendo el versículo 10:
"Entonces el rey se quitó el anillo de su mano, y lo dio a Amán hijo de Hamedata, el agagueo, enemigo de los judíos"
Ese anillo que el rey le dio a Amán tenía su sello en él. Estaba allí para ser presionado sobre una especie de cera blanda que se utilizaba en los tiempos pasados y se convertía así en la firma del rey. Una orden que incluyera ese sello se convertía en una ley del reino. Por tanto, él descuidadamente se quitó el anillo de su mano y se lo entregó a Amán, y le autorizó para que, si él pensaba que esa gente debía ser exterminada, se hiciera cargo de llevar a cabo ese plan. Resulta sorprendente comprobar el poco respeto del rey Jerjes por la vida humana. Había derrochado las riquezas de su reino en la campaña militar contra Grecia, y esa guerra había ocasionado una gran pérdida de vidas humanas. Se cree que unos dos millones de hombres murieron en dicha campaña. Y no pareció preocuparle en absoluto que tantos hubieran dado sus vidas por un error que él había cometido. Así que, de todos modos, él entregó su anillo a su primer ministro y Amán lo iba a utilizar. Continuemos leyendo los versículos 11 al 13 de este capítulo 3 de Ester:
"y le dijo: La plata que ofreces sea para ti, y asimismo el pueblo, para que hagas de él lo que bien te parezca. Entonces fueron llamados los escribanos del rey en el mes primero, al día trece del mismo, para que escribieran, conforme a todo lo que mandó Amán, a los sátrapas del rey, a los capitanes que estaban sobre cada provincia y a los príncipes de cada pueblo, a cada provincia según su escritura, y a cada pueblo según su lengua. En nombre del rey Asuero fue escrito, y sellado con el anillo del rey. Y se enviaron las cartas por medio de correos a todas las provincias del rey, con la orden de destruir, matar y aniquilar a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres, y de apoderarse de sus bienes, en un mismo día, en el día trece del mes duodécimo, que es el mes de Adar".
El decreto para exterminar a los judíos salió como una ley de los Medos y los Persas. El llevar este mensaje a través de todo el imperio, fue un esfuerzo mayúsculo. Recordemos que el imperio de los Medos y los Persas se extendía desde la India, a través de Asia por la media luna fértil hasta el mar Mediterráneo. Incluía parte de Europa, a toda Asia Menor y llegaba hasta África, a través de Egipto y hasta Etiopía. Era un reino muy extenso, con una población muy numerosa, que hablaba muchos idiomas, por lo menos 127. Pero también debemos darnos cuenta de que había muchas tribus diferentes en estas provincias, que hablaban diversos dialectos. Y este decreto, esta ley del rey, tenía que ser traducida a los idiomas de todos esos pueblos. Éste era un proyecto del gobierno de gran envergadura. Así los escribas tuvieron a su cargo la tarea de traducir la ley, y de hacer suficientes copias de la misma, para su distribución a todas las provincias del imperio, lo cual constituyó un esfuerzo gigantesco. Una vez preparadas las copias tenían que ser transportadas en camellos, en burros, y por medio de mensajeros. Todos estos mensajeros llegaban, tomaban las copias que les correspondían y salían en dirección a la ciudad que les tocaba. La gente que vivía en la capital, Susa, podía observar toda esta actividad y pensaba que estaba sucediendo algo que sería de mucha importancia para la nación. Todo este movimiento en la ciudad capital les llamaba la atención. En un día determinado los judíos debían ser exterminados. Esta ley daba libertad a todos los que tenían prejuicios antisemitas para obrar de acuerdo con sus propios deseos. En ese día fijado, el matar judíos sería una acción legal.
Como ya dijimos, esta ley fue promulgada como una ley de los Medos y los Persas. Se nos ha dicho desde el principio de este libro, una y otra vez, que una vez promulgadas, estas leyes eran irrevocables. No podían ser modificadas. Luego veremos que otra ley sería promulgada para contrarrestar los efectos de ésta, sin embargo esta ley que estaba en ese momento siendo distribuida, tenía que ser inscripta en los libros del reino. Continuemos leyendo los versículos 14 y 15, de este capítulo 3 de Ester:
"La copia del escrito que se dio por mandamiento en cada provincia fue dada a conocer a todos los pueblos, a fin de que estuvieran listos para aquel día. Los correos salieron con prontitud por mandato del rey, y el edicto fue publicado también en Susa, capital del reino. Y mientras el rey y Amán se sentaban a beber, la ciudad de Susa estaba consternada".
La capital del reino, Susa, estaba perpleja. La gente de esa ciudad no podía comprender lo que estaba sucediendo. Los judíos no eran traidores, no habían cometido ningún crimen, y ¿por qué se deberían tomar medidas tan extremas como esta, de tratar de exterminarlos? Aunque puede que no les gustasen los judíos, por considerarlos extranjeros con costumbres diferentes, no querían exterminarlos. No podían entender por qué el rey Jerjes había permitido que un decreto como éste fuera promulgado. Así que un día al atardecer pudieron ver a los jinetes recibiendo sus órdenes, y saliendo apresuradamente. Literalmente cientos de hombres debieron ser llamados al servicio activo, debido a la gran extensión del reino. Los sorprendidos habitantes de la ciudad pudieron ver a los mensajeros portando las copias de esta nueva ley: una compañía de ellos salió y se dirigió por un camino hacia el sur, otra hacia el norte, una en dirección al oeste, y otra hacia el este. Viajaron toda la noche. Cuando llegaban a un pueblo, colocarían copias de la ley en el lugar reservado para los anuncios oficiales para que la gente las leyera a la mañana siguiente. Y entonces los mensajeros continuaban su viaje, Cuando los caballos se fatigaban, eran reemplazados por otros caballos de refresco. Y así fue como por todo el reino se difundió el decreto que establecía que los judíos debían perecer, llevado por hombres que se apresuraban a cumplir la orden del rey. Pero la conmoción que reinaba en la ciudad no molestó para nada al rey; él y Amán se sentaron juntos y se pusieron a beber. Allí pasaron unos momentos muy alegres. Pero el rey no se había dado cuenta que ese decreto, que esa ley, también tenía un efecto sobre la reina. Ya hemos dicho que él aún no sabía que ella pertenecía a la nación de Israel. Él se daría cuenta de eso muy pronto. Pero la ley ya se había publicado para exterminar a todo ese pueblo.
El antisemitismo tuvo su origen en las fábricas de ladrillo de Egipto, bajo la mano cruel de Faraón, allí donde los judíos se convirtieron en una nación. A partir de aquel momento, grandes naciones del mundo se han puesto en contra de ellos. Ésa fue la historia de Asiria, y fue el caso de Babilonia, que les condujo al cautiverio. En este libro de Ester estamos viendo el caso de Persia. Roma también adoptó esa actitud y la inquisición española fue principalmente dirigida contra ellos. Después, bajo el dominio de Hitler, se ha estimado que murieron unos seis millones de judíos.
¿A qué se debe la existencia del antisemitismo? Analicémoslo brevemente. Hay dos razones que lo respaldan. La primera es natural y la segunda, sobrenatural.
La razón natural tiene que ver simplemente con factores como la personalidad y el carácter. A algunas personas les consideran un grupo cerrado, con cuyos miembros no parece fácil establecer relaciones de amistad porque ellos se vuelcan mayormente en vincularse con la gente de su propio grupo racial. Otros sienten envidia por su habilidad comercial. Y aun otros les molestan sus costumbres, relacionadas principalmente con su religión. Estos son, pues, factores subjetivos, porque otras personan quizás les admiran por la forma en que preservan su identidad a través de los siglos.
Ahora decimos algo sobre la razón sobrenatural por la que son odiados. Por la providencia y designio de Dios, los miembros de la raza judía fueron los custodios de la Palabra escrita de Dios. Nuestra Biblia nos ha llegado a través de ellos. Y Dios les eligió a ellos con el propósito de que transmitiesen las Escrituras. Y Satanás les odia por ello y además, porque el Señor Jesucristo, al venir a esta tierra físicamente, nació en ese pueblo. El apóstol Pablo dijo, en Romanos 9:5, de quienes son los patriarcas, y de quienes, según la naturaleza humana, procede el Cristo. Por estos motivos, existe hacia ellos un odio sobrenatural, lo cual aparece reflejado en la Biblia. Varias naciones del mundo se han dejado impulsar por este odio en diversas épocas de la historia.
Ahora, esa ley no podía ser revocada. Ya hemos visto una ley que había apartado a la reina Vasti del trono y que no podía ser cambiada, ni el mismo rey podía hacerlo. Ahora, esta ley de exterminación de los judíos había sido promulgada y aprobada con la firma del rey, era la ley de los Medos y los Persas, y no podía ser cambiada. Ahora, ¿cómo podía Dios salvar a Su pueblo? Tendría que haber otro decreto escrito por el rey. Alguien iba a tener que intervenir. Y podemos decir de paso que Dios había estado preparando el camino para resolver esta situación.
Cuando comenzamos a estudiar este libro, hablamos de la providencia de Dios. Observamos lo que ocurría en un palacio pagano, donde una gran orgía estaba teniendo lugar y donde varios miles de personas estaban participando de un banquete. Se nos reveló un escándalo en la familia del mismo rey cuando la reina no quiso obedecer la orden del rey y fue puesta a un lado. Quizá alguien pregunte, ¿qué tenía que ver esto con lo que estaba ocurriendo en este momento? Pues tenía una gran relación. Dios estaba actuando y continuaría haciéndolo de una manera poderosa. Él había colocado a una persona en una posición al lado mismo del trono y ella sería el medio por el cual los judíos podrían salvarse. Ya hemos dicho que Dios interviene en los asuntos humanos y lo hace por medio de Su providencia.
La providencia de Dios está ilustrada en la historia del nacimiento de Jesucristo. Cuando César Augusto firmó una ley de impuestos en la cual se decía que todos los habitantes deberían ser empadronados, no supo que estaba cumpliendo una profecía. No sabía que la ley de impuestos haría que una joven de Nazaret fuese a Belén, donde nacería su primer hijo. El libro de Miqueas 5:2 predijo el nacimiento de Cristo en Belén. Cesar Augusto firmó el decreto que hizo que María fuera a Belén, precisamente en el mismo momento en que nacería el Señor Jesucristo. Es decir, que Dios estaba en el palacio del César, de la misma manera que en nuestra historia estuvo en el palacio de Jerjes. Realmente, Dios ha estado detrás de la escena, oculto en las sombras, cuidando a los Suyos.
Esto nos lleva entonces, a
Ester 4:1-2
El título que le hemos dado a este capítulo es "Para una ocasión como ésta". Ahora el terrible decreto ya había salido para todos los rincones del imperio. Observemos entonces la reacción de Mardoqueo cuando se enteró de lo que estaba ocurriendo. Veamos lo que dicen los versículos 1 y 2, de este capítulo 4 de Ester:
"Luego que supo Mardoqueo todo lo que se había hecho, rasgó sus vestidos, se vistió de ropa áspera, se cubrió de ceniza, y se fue por la ciudad lanzando grandes gemidos, hasta llegar ante la puerta real, pues no era lícito atravesar la puerta real con vestido de ropa áspera".
O sea que él se vistió con ropas ásperas y echó ceniza sobre su cabeza. No hay ninguna oración de su parte. ¿Por qué? Porque él creyó en la efectividad de ese decreto. Él sabía que esa ley no podía ser cambiada. En ese tiempo, habría en el reino aproximadamente 15 millones de judíos. Sería una matanza terrible, innecesaria y fuera de lugar. Y todo porque un funcionario sin mayor importancia no se inclinaba ante Amán, toda una raza iba a ser exterminada. Por supuesto, ésta era una acción Satánica.
Estimado oyente, hay un decreto que ha sido dado por Dios que en realidad, el mundo no cree. Ese decreto que ha salido de Dios es que toda alma que pecare, morirá. Y que todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios. Ahora nosotros no podemos alcanzar la norma establecida por Dios para vivir una vida que le agrade. Aun el ladrón que moría en la cruz al lado del Señor Jesús dijo, "Nosotros justamente padecemos". Él quería decir que ese hombre muriendo a su lado, no merecía morir. Estaba muriendo en lugar de otra persona. Pero reconoció que él y el otro ladrón merecían esa muerte. De la misma manera, usted y yo merecemos la muerte porque nosotros pertenecemos a la raza humana. De esta raza se ha dicho que todos morirán. Y la muerte alcanza a todos los hombres porque todos han pecado. Hemos pecado en Adán y la muerte ha pasado a todos nosotros. Se ha decretado que todos mueran, y después de la muerte vendrá el juicio.
Hay muchas personas que en el día de hoy piensan que eso ha sido alterado; piensan que de una manera u otra Dios va a llegar a ser flexible y no será capaz de realizar ese propósito. Después de todo Él ama a todos, ¿verdad? Pero Dios también es justo. El caso es que todos somos pecadores; cada uno de nosotros, pertenecemos a esa raza. Y Dios dice que el alma que pecare, ésa morirá. Estimado oyente, ese decreto divino nunca ha sido cambiado. Pero tiene que haber otro decreto divino para poder superar ese destino trágico. Por ello la Biblia, concretamente el apóstol Pablo dijo en Efesios 2, "Por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios". Ese decreto, tampoco ha sido cambiado y abre para todos la puerta de la salvación.
Ésa es la razón por la cual Cristo vino a este mundo. El dijo que vino a este mundo a salvar a los pecadores. Él dijo: "Yo no vine a buscar a los justos, sino a buscar a los pecadores". ¿Sabe usted por qué Él dijo que no venía a buscar a los justos? Porque no hay ni siquiera uno que sea justo. Jesús vino a buscar a la familia humana, porque todos somos pecadores. Y Él es el único que le puede ofrecer salvación en la actualidad. El Señor Jesucristo dijo: "Nadie viene al Padre, sino por mí". Estimado oyente, acuda usted a Cristo Jesús ahora mismo, y por la fe en su obra en la cruz a favor suyo, será salvo por Él.
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