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Estudio bíblico: El becerro de oro - Exodo 32:1-14

Serie:   El libro de Éxodo
Autor: Ernestro Trenchard y Antonio Ruiz
España
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El becerro de oro (Exodo 32:1-14)

Introducción

Si por un momento volviésemos al pasaje de (Ex 24:14-18) encontraríamos a Moisés subiendo al monte y entrando en la nube de gloria que apareció tras la ratificación del pacto, como ya fue explicado en su lugar. Lo que acontecía en el monte lo sabemos por la narración que cubre los capítulos 25 al 31, sección que ya comentamos anteriormente. ¿Pero qué ocurría mientras tanto al pie del monte? Reanudamos la historia en este punto puesto que el capítulo 32 comienza por describir la actividad del pueblo durante el transcurso de aquellos primeros cuarenta días de la estancia de Moisés en la presencia de Jehová. Lo acontecido es tan impresionante, en cuanto a la naturaleza del pecado cometido, que el Antiguo Testamento se hace eco de lo ocurrido en varios lugares (Dt 9) (Neh 9) (Sal 106). Y no sólo en el Antiguo Testamento, ya que encontramos lo mismo en el Nuevo Testamento, bien a modo de advertencia (1 Co 10:7), bien a modo de explicación del significado de aquella caída (Hch 7:38-41).
Parece increíble que permaneciendo con ellos, no sólo el recuerdo de los sucesos milagrosos de Egipto y el paso del Mar Rojo, sino la visión de la "nube", el "maná", y otras evidencias tan inmediatas insistieran en su petición idolátrica, pero el mismo relato nos descubre la innata pecaminosidad del pueblo (Ex 32:9) (Ex 33:3) para explicar la causa de tamaño desvarío; una locura semejante sólo puede surgir de la naturaleza caída. Sin embargo, junto con la anterior encontramos escenas conmovedoras, llenas de ternura y ardiente amor, que, por una parte, evidencian la categoría espiritual de Moisés, adecuado mediador y "fiel en toda la casa de Dios" (He 3:2,5), y por otra parte una revelación más clara de Dios mismo en lo tocante a su esencia y planes, sin menoscabo de los principios de su gobierno, ambos fundamentados en la santidad de su ser.
Los tres capítulos son una unidad; sobre todo los capítulos 32 y 33 están relacionados íntimamente. En la exposición de éstos iremos desglosando en secciones cortas, aunque naturales en el texto, con el fin de facilitar el seguimiento de los diferentes movimientos del argumento.

La construcción del becerro (Ex 32:1-6)

En la explicación de este pasaje queremos presentar a los dos protagonistas de la caída en la idolatría: el pueblo, con su petición desordenada, y Aarón, quien cedió a dicha petición. Ambas partes han de ser llamadas a cuentas más adelante. Los versículos 1 al 6 los estudiaremos bajo dos epígrafes: 1) la petición del pueblo (versículo 1); y 2) la intervención de Aarón (versículos 2 al 6).
1. La petición del pueblo (Ex 32:1)
La causa de la petición: "Moisés tardaba en descender". La palabra utilizada describe el actuar tímidamente, con reservas, y de ahí, vacilar o tardar, no tomar la decisión de descender. Sin embargo, la posibilidad de tardanza estaba implícitamente contenida en las instrucciones que fueron dadas a los "ancianos" anteriormente, al igual que a Aarón y a Hur (Ex 24:14). Parece ser que Jehová quiso poner a prueba la confianza del pueblo hacia El mismo y hacia Moisés (Ex 19:9), lo cual vino a ser causa de vergüenza para Israel, cuyas expectativas fueron defraudadas en la incertidumbre por la suerte de Moisés; les faltó constancia en la fe para esperar contestación de sus peticiones (Sal 42:3,10,11). Una actitud parecida encontramos en la frase: "¿Quién irá delante de nosotros?" (si con algunos expositores lo leemos en forma de pregunta), que pone de manifiesto la impaciencia que los consumía en medio de la insubordinación.
El tono de la petición: "Se acercaron entonces a Aarón". La primera impresión que sacamos al leer estas palabras es la de un acercamiento pacífico a Aarón, su guía actual y sumo sacerdote, con el fin de conseguir de forma cortés la petición idolátrica. No obstante, el contexto general apunta más bien a un motín, una aproximación tumultuosa, con el propósito de inclinar la voluntad de Aarón a los deseos de la multitud; esto justificaría la traducción: "se juntaron contra Aarón", que ha sido propuesta por algún expositor cualificado. La tradición judaica afirma que Hur murió en su intento de apartar al pueblo de su pecado, lo que de ser cierto explicaría aún más la reacción temerosa del sumo sacerdote. En cualquier caso, parece clara la imposibilidad de seguir al Dios invisible y santo al no haber desarraigado de sus corazones las idolatrías de Egipto. Desde luego, no consiguieron su propósito de desandar el camino.
El contenido de la petición: "Haznos dioses que vayan delante de nosotros". En el hebreo "elohím" es plural y se traduce Dios o dioses según el contexto o las exigencias gramaticales (Pratt). Cuando se refiere al Dios único y verdadero se traduce siempre en singular. Aquí es plural, aunque por lo que vemos tenían en mente un solo objeto de adoración; la idea queda bien expresada con nuestra frase: "los poderes del cielo" (Murphy). De cualquier forma, necesitaron un dios visible, con "rostro", como los demás, del mismo modo que después pedirían un "rey" humano en lugar del gobierno invisible del Dios que era propio de la teocracia (1 S 8). ¿Pero, acaso no era un pueblo peculiar? (Ex 19:5-6). ¿Por qué entonces un dios al que podían ver y palpar? Cualquiera que fuera la intención del pueblo en ese momento, el hecho cierto es que traspasaron el primer mandamiento; sustituyeron al Dios verdadero, de lo cual queda constancia en (Neh 9:18) y (Hch 7:40-41).
El carácter de la petición: "porque a este Moisés...".
1. Su petición nace de una fe pervertida. Esto lo deducimos de varios detalles: a) la necesidad de cosas tangibles. Se imaginaban abandonados al no mostrarse cercana la presencia divina. No tenían una fe cimentada en el Dios viviente que ya se había revelado en varias ocasiones. Moisés había sido para ellos símbolo de dicha presencia. ¿Pero dónde está ahora? b) Incomprensión en todo lo relacionado con la redención: "el varón que nos sacó de la tierra de Egipto". No sólo manifiestan su tosquedad con esta expresión, sino sobre todo les falta atribuir a Jehová la liberación de Egipto. c) No entienden la base de su relación con Dios, quizá por no entender bien el lugar de Moisés como mediador. Su comunión con Jehová parece depender más de Moisés, e incluso de un ídolo sustitutorio, que de Dios mismo. Aparentan poder suplir fácilmente al Invisible.
2. Les faltaba reconocer la labor de Moisés. Aparte del carácter insubordinado de su acción muestran: a) falta de confianza y respeto hacia él, ya que parece haberles abandonado; "a éste Moisés ... no sabemos qué le haya acontecido". b) Ingratitud, palpable en el lenguaje indiferente hacia su caudillo e instrumento para sacarlos de la esclavitud. No parecen muy afectados por su suerte en el monte, y tan sólo dan lugar a la impaciencia fruto de su incredulidad.
2. La intervención de Aarón (Ex 32:2-6)
1. Recaba el material (versículos 2 y 3). Ha sido cuestionado tanto el uso de joyas en aquella época como la posibilidad de disponer de ellas más tarde para las ofrendas del tabernáculo. Las explicaciones dadas en diversos partes de este comentario (Ex 3:22) (Ex 12:35-36), nos relevan de la tarea de explicar nuevamente la tenencia de esta gran cantidad de bienes en poder de los israelitas, pero en cuanto al uso de joyas invitamos al lector a meditar en (Jue 8:24-26), o en (Ex 11:2), para comprobar que tanto entre los madianitas como entre los egipcios era normal dicha costumbre, en hombres y mujeres, cosa verificable ya en épocas tan remotas como (Gn 35:4). Más adelante, en este comentario, veremos lo mismo al explicar (Ex 33:4-6), por lo que no insistiremos más aquí sobre el tema.
De mayor importancia nos parece analizar la conducta de Aarón. Su acción demuestra los rasgos propios de una persona débil de carácter y atemorizada por la coacción. En primer lugar la expresión "apartad", verbo diferente al utilizado en (Ex 35:5), o mejor aún "arrancad", es una expresión vulgar que antes que nada revela el enfado consigo mismo por haber cedido a la presión y ser consciente de la incapacidad de afrontar la situación. En segundo lugar el posible empleo de artimañas. Tal vez buscaba tiempo para que Moisés descendiera, dilatando el momento de construir el becerro; o quizá quiso tocar la vanidad y/o la codicia de todos, evitando de este modo la provisión necesaria para la construcción del becerro. Posiblemente trató de hacerles sentir la responsabilidad en que incurría cada uno con el fin de que reflexionasen y pudieran desistir, a la vez que él enjugaba el sentimiento de culpa que le embargaba. Con todo, aunque es fácil juzgar a Aarón por su falta de coraje para oponerse y a la vez elevar la moral del pueblo recordándoles la fidelidad de Dios, recordemos nuestra propia debilidad y pidamos al Señor: "No nos metas en tentación". Tras la fuerte reprensión de Moisés (versículos 21 al 24), que comentaremos en su lugar, no vemos ninguna medida disciplinaria de parte de Dios, lo que podría hacernos pensar en algún tipo de comprensión dentro de lo condenable de su conducta, pero el versículo 25 sí le achaca responsabilidad, y el hecho de haber sido perdonado se debió, sin duda, a la ferviente oración de su hermano (Dt 9:20).
Por otro lado observamos el comportamiento del pueblo en este caso. Este pasaje nos enseña que la idolatría tiene un precio, no siendo precisamente menor la cosecha de condenación que recogerían después. Pero no es menos evidente que el idólatra está dispuesto a pagarlo. Es trágico ver a "todo el pueblo" sucumbir a un deseo más profundo aún que la codicia o la vanidad, con el fin de conseguir la protección divina que les parecía posible en una imagen visible. No queda duda de la profundidad de su instinto religioso, pero, desgraciadamente, unido a un corazón desviado. No es distinto el caso de los idólatras modernos; la pregunta que hemos de formulamos como creyentes es si los que conocemos la verdad mostramos la misma abnegación hacia nuestro Dios según se nos revela en la Palabra.
2. Erige una imagen (versículo 4). ¿Cómo estaba fabricada la imagen? Dos teorías disputan la respuesta a esta pregunta: a) era de oro macizo, aunque hueca por dentro, y b) era sólo recubierta de oro. Quiénes se inclinan por lo primero enfatizan las palabras "con buril ... becerro de fundición", sugiriendo con ello que habría sido fundida en crisol, en oro macizo, para más tarde ser moldeada a mano. Según pensamos hay más motivo para asumir la segunda posibilidad. La palabra "forma" la hallamos de nuevo en (1 R 7:15) y en (Jer 1:5), lo que nos hace pensar en un crisol para fundir o moldear; pero esto es decisivo, ya que al compararlo con (Ex 32:20) parece más natural entenderlo de una estructura o esqueleto, quizá de madera o barro, que luego sería recubierto con láminas de oro (Dt 9:21), lo cual explicaría mejor la manera en que fue destruido. Compárese la forma de construir el arca en (Ex 37:1-2).
El tamaño final dependería del número de israelitas involucrados y de la cantidad de ofrenda recogida. Más tarde Gedeón fabricó un efod con el botín tomado al enemigo (Jue 8:27), aunque sería más iluminador traer a colación (Jue 17:3-4) (Jue 18:30-31), donde observamos dos cosas: primero, que se pensaba seguir adorando a Jehová bajo forma visible e invención propia; y segundo, que con tan sólo dos kilos y cuarto de oro se hicieron dos imágenes, la una de talla, la otra de fundición, lo que implicaría la utilización de láminas.
3. Proclamó su significado (versículo 4). Las palabras "estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto" las volveremos a encontrar en (1 R 12:28); este hecho, junto con la figura del becerro, nos lleva a hacernos algunas preguntas. ¿Qué significa el plural "dioses"? Como ya notábamos anteriormente es posible que tuvieran en mente un solo objeto de adoración. Es cierto que el plural nos lleva a pensar que había más dioses como éste y que podrían multiplicarse copias del mismo. Con todo, pudiera tratarse de un plural de majestad y por tanto ser entendido en singular. ¿Qué trataron de caracterizar? ¿Cuál fue la idea que plasmaron? Alan Cole en su comentario sobre Exodus (The Tyndale Old Testament Commentaries, pp. 214-215) dice que "es más probable que sea el toro que Baal usó para transformarse, según el ciclo de leyendas de Ras Shamra (Baal 1, V, 18)... Que Baal fue ampliamente conocido y adorado en el Delta lo sabemos por la arqueología; y desde luego adorado por algunos semitas residentes allí ... el versículo 6 parece mostrar también la licenciosa adoración de Baal en Caimán (Nm 25:9)". Otros han sugerido deidades egipcias e incluso sirias. La interpretación más común es que se trate de Apis, un dios muy popular en Egipto, que tenía forma de toro y era considerado como revelación de Osiris, del cual hemos hablado en la Introducción de este comentario bajo el epígrafe "La religión de Egipto". Todo esto se asociaba en sus corazones depravados con las fiestas impuras de Egipto. Más tarde Josué insistiría en dejar a los dioses egipcios para servir sólo a Jehová (Jos 24:14). En cualquier caso, estaban muy lejos de honrar debidamente a Jehová su Dios. ¿Qué significado dieron al becerro?
La palabra "becerro" se refiere a un animal como de tres años (Gn 15:9), y así le describe en su primera fuerza; por tanto, podemos pensar que trataron de plasmar principalmente el poder del Señor, aunque no tanto el "poder reproductivo que va desde la adoración de Baal en Caimán al hinduismo actual, y dondequiera que la religión se ve como culto a la fertilidad" (Cole, op. cit.), ya que si bien parece que practicaron algo de eso, la intención no pasó más allá de hacer una imagen de Jehová y no tanto simbolizar la fertilidad de la naturaleza. La orgía siguió, pero su mayor anhelo era asegurarse el poder necesario para volver a Egipto.
Antes de acabar con este punto queremos destacar dos cosas: a) que "aun en su pecado, la religión de Israel es histórica y completamente diferente del culto de la fertilidad de Baal en Canaán. Aún mira a un dios que actúa ("que te sacaron de la tierra de Egipto"), incluso tratándose de un dios falso" (Cole, op. cit.); y b) el lenguaje de desprecio hacia los ídolos. Aarón pidió las joyas, sin pararse en lo equivocado de la petición, lo fundió todo ¡y sale un becerro! ¡Enseguida le adoran como dios! (Versículos 3, 4 y 24). ¿Acaso no era totalmente absurdo?
Les auspició una fiesta (Ex 32:5-6). 1. El fracaso de Aarón: "edificó ... pregonó..." (versículo 5). La Peshitta sugiere traducir el versículo 5 de otra forma, cambiando la vocalización para que diga: "Entonces temió Aarón, y edificó..." (citado por Gispen, en Exodus, p. 293), que parece ir psicológicamente a la raíz del problema. Dentro de su problemática buscó satisfacer al pueblo, buscando lo que parecía ser una salida intermedia, que aparentemente aminoraba el pecado al tener la fiesta su significación centrada en Jehová. Aparentemente el temor le llevó a una simpatía subconsciente con las demandas del pueblo, lo cual acarreó grandes males, siendo el más fundamental el sincretismo asociado con la apostasía.
Resulta dramática la forma de prostituir su oficio de sumo sacerdote. En lugar de interceder por el pueblo y expiar su pecado, organiza culto con imagen, altar, sacerdote y fiesta. ¡Triste remedo de su misión en el pueblo! ¡Gran perversión de la intención divina! Suponemos, sin embargo, que aprendió al menos dos cosas: a) que el llamamiento divino no se debió a su propia dignidad o valía personal sino a la gracia; y b) la importancia de evitar las componendas que aminoren las demandas divinas. Cuando se pierde de vista (Dt 6:4-5), el resultado es infidelidad y sincretismo (1 R 18:21).
2. La apostasía consumada (1 Co 10:7). El cuadro que contemplamos al leer estas palabras nos permite constatar los resultados del deseo maligno del pueblo. El engaño sincretizado afecta la apariencia, el significado, la práctica y la relación mutua. Un altar no era malo en sí mismo, y quizá fueron seguidas las instrucciones de (Ex 20:24-26), pero estaba construido frente al ídolo (Ex 20:3). Una fiesta tampoco había de tener necesariamente acento peyorativo si miramos a (Ex 3:12) y (Ex 5:1), pero se adoraba a Dios de forma distinta a como él había mandado (Ex 20:4-6), es decir, mediante un culto inventado y visible, no en Espíritu y en verdad. Tampoco eran malos los sacrificios. El "holocausto" era una hermosa anticipación de quien se entregaría sin reservas, en todo el valor de su persona, a Dios. Era, por tanto, símbolo de consagración. Las "ofrendas de paz" daban a Dios lo que era suyo a la vez que mostraban la participación del adorador en aquel sacrificio. Hablaba, pues, de "comunión" sobre la base del sacrificio, pero lo ocurrido muestra la tergiversación pueril del significado: "y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse".
Todo surge de un ambiente de idolatría, no ajeno a un medio ambiente religioso, pero repugnante al Dios santo. Adoración vaciada de contenido en lo espiritual y en lo moral. Haremos bien comparando los cantos antifonales después del paso del Mar Rojo (Ex 15:20-21), que nacieron espontáneamente del corazón alborozado de la nación rescatada, con la gritería y las danzas propias de un pueblo paganizado. El "regocijo", a juzgar por el uso del mismo vocablo en (Gn 39:12-17), apunta, además, a una ritualidad impúdica. ¿Acaso todo lo que hicieron no negaba explícitamente la gloria de Jehová?

Diálogo en el monte (Ex 32:7-14)

1. Las palabras de Jehová (Ex 32:7-10)
Dan información a Moisés del pecado del pueblo (Ex 32:7-8) (Dt 9:12). A Moisés no le era posible, en aquel momento y lugar, saber lo que sucedía al pie del monte, pero en aquella bendita comunión que disfrutaba con el Señor pudo conocer, mediante comunicación directa de Jehová, todo cuanto acontecía (versículo 8). La información divina a Moisés da paso a un diálogo donde se hace patente la "estatura" espiritual del mediador; su gran amor por el pueblo, su capacidad de intercesión, su profundo conocimiento de Dios.
La naturaleza del pecado se describe con dos expresiones a las que, a propósito, se las coloca con énfasis: "se han corrompido", y "se han apartado". Ambas describen al apartamiento de la ley y de las condiciones del pacto. "Se han corrompido" al actuar sin ley, han mostrado su iniquidad y, a la vez, han venido a ser inicuos. "Se han apartado" al desviarse del camino, al salir fuera de él y desertar así con rapidez de las estipulaciones pactadas. El "camino" indica una manera de vivir, una conducta conformada con la voluntad de Dios; apartarse de la voluntad divina es alejarse de Dios mismo. Han reducido a Jehová, el Invisible, a "cosa" tangible, le han puesto a la altura de los dioses de las gentes, que son vanidad; le expusieron sin santidad al confundirle con la naturaleza que él creó. Han quebrantado la ley y han roto las condiciones del pacto.
Junto con lo anterior destaca la importancia del mediador. En las palabras "tu pueblo que sacaste" tenemos la descripción de los "sentimientos divinos" mediante un antropopatismo (figura del lenguaje que atribuye a Dios sentimientos humanos) mostrándonos su desentendimiento de Israel. El pueblo ya no es digno de vincularse con quien le redimiera con brazo fuerte de Egipto. Dios aborrece la idolatría y condena el pecado con toda severidad. Pero las palabras en cuestión son dirigidas, a Moisés en su calidad de mediador. La Septuaginta (o LXX), traduce la frase: "que yo les mandé" (versículo 8), por: "que tú mandaste". Si este fuera el caso, Jehová atribuye a Moisés tanto la liberación de Egipto como las instrucciones para el vivir y el andar de la nación. Reprocha, por tanto, a Moisés la transgresión del pueblo; le manda descender a fin de poner las cosas en orden, y le insta con toda sabiduría a comportarse acorde con su labor de mediación. ¿Defraudaría Moisés al pueblo al cual representaba o afirmaría su labor mediadora?
Hacen un diagnóstico exacto de la naturaleza del pueblo (Ex 32:9). La Septuaginta no recoge estas palabras aunque si las incluye en el pasaje paralelo en (Dt 9:13). Esto no es decisivo, y la preferencia debe ser para la Masorética o texto hebreo. Destacamos de nuevo el carácter antropomórfico del pasaje que nos es de gran ayuda, pues sin el lenguaje humano no entenderíamos nada del pensamiento divino. Así, "yo he visto" sencillamente quiere decir "llegar a conocer bien". Dios ya conocía al pueblo y su naturaleza, pero ahora, el comportamiento inmediato de ellos, por decirlo así, ha provisto a Jehová de conocimiento "experimental"; ya no hay duda de que son pueblo de dura cerviz. Ha quedado demostrado. Son tercos, como el buey que no obedece al que le guía, o el caballo que no responde a las órdenes del auriga o jinete. No admiten corrección, y sólo se someten por la fuerza (Sal 32:9). No entienden el servicio al Señor como libertad; evitan la sumisión; mantienen la actitud distintiva de quienes tientan a Dios a pesar de que éste resiste a los soberbios. "Duros de cerviz" es una especie de refrán aplicado muchas veces a Israel cuya culminación está en (Hch 7:51).
Proponen una solución drástica (Ex 32:10) (Nm 14:12) (Dt 9:14). Estas palabras tienen estrecha relación con lo anterior y nos llevan a dos cuestiones importantes:
1. La posibilidad de un nuevo comienzo. ¿Qué se le está proponiendo a Moisés en este momento? Algunos expositores lo explican como la propuesta de destruir a la "nación", puesto que había sido ésta quien cayó en la idolatría. Dicen que esta solución no dejaría sin cumplir las promesas hechas a Abraham (Gn 12:2), ni a Jacob (Gn 35:11), y Dios haría otra gran nación comenzando con Moisés. Sin embargo, explicarlo así quebranta enseñanzas proféticas, incluso mesiánicas. Pongamos por caso a (Gn 49:10): "No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos"; de quedar sin cumplir (puesto que Moisés era de la tribu de Leví), dejaría a Jacob en el lugar de falso profeta. Además, Israel no sería ya hijo de Jacob sino de Moisés. Por tanto, pese al misterio que envuelve la comprensión de este pasaje, nos inclinamos por entenderlo como un fuerte antropomorfismo que tiende a mostrar hasta que punto Moisés era un verdadero mediador.
2. La dificultad de la prueba ante Moisés. ¿Cuál sería la respuesta de Moisés ante la suculenta propuesta de Jehová? ¿Qué haría ante la disyuntiva de no sufrir más al pueblo y ser una gran nación o identificarse con el pueblo en su pecado? "El destino de la nación está en sus manos para que recuerde su obra mediadora y muestre o no su adecuación al llamamiento como guía del pueblo" (Keil). ¡La exaltación propia a cambio de un pueblo culpable! No cabe duda de que Dios sabe por anticipado lo que harán sus siervos, conoce el corazón de cada uno, pero esto no resta nada al conflicto íntimo de Moisés ni a su libertad para manifestar o no su fidelidad. La reacción de Moisés no se hace esperar (versículos 11, 12, 13, 32), e invitamos al lector a meditar en el (Sal 106:19-23), donde hallamos un eco de este pasaje. Para Moisés su pueblo era más importante que su gloria personal. Es un pueblo culpable al que ha de pastorear, pero su oración intercesora es un reflejo, aunque pálido, de (Is 53:12).
2. Las palabras de Moisés (Ex 32:11-14)
El contenido de la oración (Ex 32:11-13). Véase una ocasión similar en (Nm 14:13-20). Jehová no había dicho que destruiría al pueblo sino que esto lo haría con el permiso de Moisés: "déjame que ... los consuma" (versículo 10); he aquí la prueba, a la vez que el estímulo, para la oración. El propósito del acercamiento en oración, que puede ser mediante sacrificios (1 S 13:12) o por medio de intercesión, es aplacar la ira de Dios y atraer su misericordia. "Oró en presencia de Jehová su Dios" quiere decir literalmente "golpeó el rostro de Jehová" (Keil), una frase muy gráfica y altamente sugerente que muestra hasta qué punto la gracia de Dios y los años de disciplina en el desierto habían logrado canalizar la fuerte agresividad de Moisés y la solidaridad para con su pueblo de la forma más positiva que podamos concebir. Es como un arrebato de santa indignación al mismo tiempo que de plena sumisión a su Dios. No hay duda de la clara visión que Moisés tiene de la necesidad de salvación y perdón para la nación. La indignación divina ha despertado nuevas fuerzas para interceder, y, en lo que sigue, vemos al menos tres motivos que pone ante la presencia de Dios con el fin de inclinarle a favor de Israel:
1. La relación electiva de Dios hacia Israel: "tu pueblo, que tu sacaste..." (versículo 11). No busca atenuantes para el culpable ni trata de esconder lo que han hecho, pero se atiene al propósito de Dios para Israel que apunta a la salvación de todo el mundo. Parte fundamental de este propósito era la salida de Egipto a fin de hacer de Israel una nación escogida que recibiese, guardase y transmitiese los oráculos de Dios hasta la venida del Mesías. Por tanto, el destino del pueblo depende de Jehová, no de Moisés. Israel pertenece a Jehová quien lo sacó de Egipto con propósitos bien definidos. Dios actuaría sin pasar por alto estos hechos.
2. La vindicación de su nombre (versículos 11 y 12). Su "nombre" ya se hizo manifiesto en su bondad, sabiduría y poder al sacarlos de Egipto. Es cierto que las naciones, salvo excepciones individuales, no han aprendido la lección, pero menos aún la aprenderían si Israel fuese desarraigado. "Para mal" denota la norma según la cual una cosa tiene lugar; Moisés viene a decir que las gentes juzgarían peyorativamente la norma de Dios al sacarles con brazo fuerte, y lo achacarían a la intención divina de destruirles. ¡Pero esto no haría justicia al carácter divino revelado en el Éxodo! Por tanto, Jehová, quien ha de santificar su nombre, mostrará de nuevo su bondad pasada y su claro designio de bendecirles, no de "vengarse". El mismo argumento lo encontramos en (Dt 32:26-28), si bien allí desde una perspectiva diferente.
3. La fidelidad a sus promesas (versículo 13). El "Yo soy", nombre divino por excelencia, se ilumina nuevamente al asociarlo con las promesas a los patriarcas. Lo acontecido en Egipto tiene una relación directa con lo que Dios dijo y juró en el pasado (Gn 22:16). Las promesas de Dios iban en dos direcciones: a) la seguridad de entrar en Canaán (Gn 15:13,16); véase además (Gn 12:7) (Gn 13:15) (Gn 15:5,7,18) (Gn 22:17) (Gn 26:4) (Gn 28:13) (Dt 34:4) con (Ex 2:24) (Ex 6:8); y b) la descendencia misma había de ocupar la tierra y ser muy numerosa. Al pie del monte ahora se hallan los descendientes de los patriarcas y depositarios de las promesas, pero no verán cumplido el juramento divino si Dios llevaba a cabo su intención de destruirles. Más adelante, sobre todo en Deuteronomio, va ser repetido en muchas ocasiones que los propósitos divinos sólo prosperan en manos del autor de tales promesas, sin que al pueblo le corresponda otra cosa que ser recipiente agradecido de cuanto Jehová les provee. Moisés se identifica con los "siervos" Abraham, Isaac e Israel (o Jacob según LXX) en cuanto a la fe que recibe y apropia las promesas. No encuentra otro apoyo mejor que la fidelidad divina para su tarea mediadora, y de hecho, ¿qué podría ser más efectivo que apelar a la propia naturaleza divina? La intercesión de Moisés es toda una lección de confianza en la voluntad revelada de Dios.
El resultado de la oración (Ex 32:12,14). El cambio aparente de actitud en Jehová es una especie de anticipo de lo que sólo ocurrirá más tarde cuando el pacto fuera renovado. De momento, Moisés ha de descender con la incertidumbre de lo que acontecerá al pueblo, aunque en principio parece haber pasado el peligro de extinción. Aún quedan batallas que librar en oración antes de ver perdonado a Israel y tener la certeza de la presencia del Señor con ellos. Paso a paso Dios va enseñándoles la gravedad de su caída y la importancia de no restar valor a la misericordia del Señor, lo que obligará a la nación a un arrepentimiento profundo.
El "arrepentimiento" divino nada tiene que ver con un cambio de parecer, de mente o de corazón, tal como reza la definición habitual de esta palabra al aplicarse a nosotros (1 S 15:29) (Nm 23:19); es tan sólo un antropopatismo que busca acomodar las realidades divinas al lenguaje y comprensión humanos. Desde luego sería extraño describir a Dios como "sorprendido" ante el comportamiento humano, o como dudando ante la alternativa de seguir adelante o variar el rumbo de sus propósitos. Tampoco hemos de pensar que la intercesión de Moisés "volcó" la voluntad divina en otra dirección, puesto que Dios conoce todo por anticipado y sus propósitos son inmutables. Dios conocía de antemano cuanto había de ocurrir, incluyendo esto la intercesión de Moisés, y, por decirlo en términos humanos, la providencia divina "cuenta" con las situaciones que pudieran producirse. La condición sin excusa del pueblo, así como la prueba puesta ante el mediador (versículo 10), y la respuesta de éste propicia que Moisés vaya "adentrándose" en los pensamientos secretos de Dios, conociendo de este modo su propósito de amor. Es inútil preguntar qué hubiera ocurrido si el desánimo de Moisés le hubiese llevado al abandono de la intercesión, y lo importante es que mostró ser fiel a su llamado obteniendo de esta forma lo mejor para la nación. Tal cosa no significa claudicación divina y por el contrario sí la maravillosa posibilidad de conocer su gracia, carácter y propósitos en un grado no alcanzado hasta entonces.
La intercesión de Moisés fue una auténtica agonía buscando el perdón, y a la vista del espectador la actitud "actual" de Dios, en contraste con su disposición anterior de destruirles (a lo cual tenía derecho en estricta justicia y a causa de su soberanía), bien puede explicarse como arrepentimiento. La concesión en el lenguaje nos es de gran ayuda (Sal 99:6) (Sal 106:45) (Jer 18:8) (Jer 26:3,13,19) (Am 7:3,6) (Jon 3:10). Por otro lado, la figura del arrepentimiento nos lleva a pensar en el amor divino herido, en cómo es entristecido su corazón por el pecado humano (Gn 6:6). Con todo, no caigamos en fáciles y estériles sentimentalismos; el plan de salvación sigue adelante a pesar de la caída del pueblo, porque en el corazón de Dios, antes de su cumplimiento histórico, ya en la eternidad había una cruz.
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