Estudio bíblico de Gálatas 5:22-26
Gálatas 5:22-26
Continuamos hoy nuestro estudio del capítulo 5, de la epístola del apóstol San Pablo a los Gálatas. En el día de hoy vamos a hablar de cosas básicas; vamos a ir a la raíz misma de las cosas, y vamos a ver lo que quiere decir el andar en el Espíritu. Andar en el Espíritu es la norma. La vida cristiana no consiste en tener únicamente una gran experiencia impactante y por la cual uno puede alcanzar alturas increíbles. Es un andar diario, constante y enfrentando la rutina de cada día. Diríamos que incluye la monotonía de convivir con las actividades, problemas y decisiones de cada día. Es un asunto de suma importancia el que nosotros aprendamos a andar en el Espíritu.
Pablo dejó bien claro cuáles son las obras de la naturaleza humana pecaminosa y sus deseos. Nos dio una lista de pecados sensuales; de pecados religiosos; de pecados sociales; y de pecados personales. Y no es una lista muy atractiva que digamos. Si usted revisa esta lista podrá tener una visión real de la forma en que se manifiestan las pasiones humanas. Y podrá identificarse con situaciones de su propia vida, de quienes le rodean y de los conflictos que afectan a la sociedad en general. Usted puede saber si está viviendo bajo el control del Espíritu, si está andando en el Espíritu, o si está viviendo bajo el control de un vicio, de una tendencia determinada que le inclina a actuar de cierta manera negativa, o bajo impulsos que, una vez superados, le dejan una sensación de tristeza e impotencia por no haberlos podido evitar.
Ahora, habiendo presentado la lista de las obras de la naturaleza humana pecaminosa, Pablo hablaría del fruto del Espíritu. Observemos el contraste: obras de la naturaleza humana pecaminosa y el fruto del Espíritu. Las obras de la naturaleza humana son lo que usted hace. Los Diez Mandamientos fueron dados en su momento para controlar esa vieja naturaleza. Pero después, la vida cristiana consistiría en producir el fruto del Espíritu. Comencemos nuestra lectura de hoy leyendo los versículos 22 y 23:
"Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley".
El Señor Jesucristo habló sobre el fruto del Espíritu en Juan 15. Dijo que sin Él, no podíamos hacer nada. Y el fruto es lo que Él quiere en nuestras vidas. Él quiere fruto, más fruto y mucho fruto. En Mateo 13, el Señor habló de que la semilla dio una cosecha que rindió treinta, sesenta y hasta cien veces más de lo que se había sembrado. Por eso Él quiere que demos mucho fruto. Ahora, el fruto es producido por el Señor Jesús usando al Espíritu de Dios en nuestras vidas. Él quiere vivir Su vida a través de nosotros. Por tal motivo insisto en que nunca se nos pide que vivamos la vida cristiana, se nos pide que permitamos que Él la viva a través nuestro. Ningún creyente puede vivir la vida cristiana por sí mismo. La vieja naturaleza pecaminosa no puede producir el fruto del Espíritu.
Pablo aclaró en Romanos 7:18 que la nueva naturaleza no tiene poder para producir el fruto del Espíritu. Dijo en ese pasaje: "18Y yo sé que en mí, esto es, en mi naturaleza pecaminosa, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo". Ése es el problema que tenemos. ¿Y cómo solucionarlo? Ésta no es una operación que uno pueda hacer por sí mismo. Pero ¿cómo vamos a permitir que el Espíritu de Dios produzca su fruto en nuestras vidas?
El tema de la producción de fruto es interesante. A veces he observado que el fruto es producido por el árbol mismo y no por el esfuerzo personal. Las ramas se limitan a abrirse al sol y a la lluvia. Primero aparece una flor, luego formas de fruto de color van creciendo hasta madurar.
Otro detalle obvio, pero digno de destacar es que las ramas nunca se separan del tronco del árbol. El Señor dijo en Juan 15:4, "4Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí". Nuestro problema es que nosotros que sí nos ofrecemos a Dios como un sacrificio vivo, pero cuando el altar (figurativamente hablando) se calienta, nos arrastramos y nos retiramos. Si queremos producir fruto, debemos permanecer unidos a El.
Pablo estaba formulando el principio de producir fruto de manera que pudiéramos entenderlo. El fruto se produce cediendo ante las dulces influencias que están sobre nosotros. No estoy hablando sobre el sistema del mundo, ni tampoco Pablo. Tenemos que ceder ante el Espíritu que habita en nosotros. Él quiere producir fruto, no olvidemos que es llamado el fruto del Espíritu.
Pablo dijo en el versículo 22: "Pero el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz". Mientras que la lista que caracterizaba a las expresiones de la naturaleza humana se expresaba en plural, como una pluralidad y diversidad de obras, observemos que el "fruto" se expresa en singular. Se puede argumentar sobre la gramática usada aquí, pero resulta que en el griego está en singular. Ello nos indica que el amor es el fruto principal y del que proceden o resultan todos los demás frutos.
El apóstol Pablo, en Primera de Corintios 13:1 dijo que sin amor somos un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Este capítulo de Primera de Corintios 13 nunca fue destinado a ser quitado de la Biblia, artísticamente enmarcado y colgado en la pared. Pertenece al tema de los dones del Espíritu, y los dones nunca han de ser practicados a no ser que lo sean por el fruto del Espíritu, que es el amor. Usted no puede ejercer un don sin hacerlo por medio del fruto del Espíritu. El amor es sumamente importante. Pablo continuó diciendo en Primera de Corintios 13 que si uno entregara su cuerpo para ser quemado y regalara todo lo que tuviera, pero no tuviera amor, de nada le serviría. Tenemos que reconocer la importancia de lo que el apóstol estaba diciendo.
Otra cosa que Pablo dijo en Primera de Corintios 13 fue que el amor no busca lo suyo. El amor siempre está haciendo algo por otros. Un don siempre tiene que ser practicado en la iglesia. Es una manifestación del Espíritu para todos los creyentes. Todos los creyentes tienen un don que tiene que ser ejercitado para el beneficio de todo el cuerpo de los cristianos. Por ejemplo operan para el beneficio del resto del cuerpo. Guían al cuerpo en la dirección correcta y son fundamentales; no me los imagino apartándose de su función porque otro órgano esté cansado o no funcione. Por ello hemos dicho que ningún don debería ser practicado aparte del fruto del Espíritu, y ese fruto es el amor. Fue de esa clase de fruto que el Señor estuvo hablando en Juan 15. Así que el fruto, es el fruto del Espíritu.
No hay ninguna ley contra las evidencias del fruto y no hay ninguna ley que pueda producir las consecuencias de este fruto del Espíritu. Nadie puede producirlos por su propio esfuerzo. Sería como esforzarse para ser humilde y creer que uno lo ha logrado, cuando en realidad se pondría tan satisfecho de haber alcanzado la humildad, que la perdería por completo. Digamos que la lista de obras de la naturaleza humana expresaba lo que las personas pueden hacer y todo lo que pueden lograr. Y la lista del fruto del Espíritu incluye todo lo que Dios por Su Espíritu puede alcanzar en aquellos que han sido rescatados del dominio del mal.
Observemos por unos momentos el fruto del Espíritu, que debería caracterizar a la vida de los creyentes. El Dr. Jim McGinley, un eminente predicador, solía decir: "Yo no debo juzgarlos, pero soy inspector de frutas, y tengo derecho de venir a ver el fruto que estáis produciendo". La cuestión es: ¿está usted produciendo algún fruto en su vida?
Ahora el amor debería estar presente en su corazón, en su vida, si usted es un creyente. Pero si hay pecados sensuales en su vida, nunca conocerá el verdadero amor. Hay muchos hoy que saben mucho sobre el sexo, pero no saben nada acerca del amor. El amor es un fruto del Espíritu y Dios dará este amor a un marido para su esposa, y a una mujer para su marido. Creo que nadie puede amar como dos cristianos que se amen.
El gozo, la alegría, es un fruto que Dios quiere que usted tenga en su vida. Él vino para que nosotros disfrutáramos de auténtica alegría. El sistema del mundo no puede producir esa verdadera alegría. Sólo puede entretener y aturdir exteriormente, momentáneamente, pero no implantarlo de manera duradera en la vida de las personas. Recordemos que el apóstol Juan en su primera carta 1:4 les dijo a sus lectores que les escribía esas cosas para que la alegría de ellos fuera completa. ¿Está usted realmente pasándoselo bien? Si usted es un creyente, espero que sea así.
El tercer fruto es paz, la paz de Dios. La religión nunca puede darle esa paz. Sólo Cristo puede darle esa paz profunda en su interior. Dijo el apóstol Pablo en Romanos 5:1: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;".
Pero hay otros frutos. ¿Es usted paciente? ¿Tiene la capacidad para soportar algo sin alterarse? Sólo el Espíritu de Dios puede suplir la falta de este fruto. Es imposible lograrlo por medios propios.
Después está el fruto de la benignidad, que implica amabilidad. También se menciona a la bondad. O sea que significa ser amable, pero firme.
Esta lista termina con la fidelidad. Si usted es un hijo Dios, entonces será fiel. Para los casados, aquí se espera la fidelidad entre los cónyuges. Si usted es un empleado, se espera que sea fiel en su trabajo y a su jefe. Si usted es miembro de una iglesia, tendrá que ser fiel a su iglesia. En fin, se espera que usted sea fiel donde quiera que se encuentre y haga lo que haga. Luego viene la mansedumbre, que no significa afable, plácido. Dos hombres realmente mansos fueron Moisés y el Señor Jesucristo. Quizás usted no cree que Moisés fuera manso cuando descendió del monte y se encontró con que la gente estaba adorando a un becerro de oro y entonces administró un juicio disciplinario, como vimos en Éxodo 32. Pero Moisés sí era manso. ¿Y fue manso Jesús cuando expulsó de templo a los que cambiaban el dinero? La mansedumbre, entonces, no es esa placidez o afabilidad, ni debilidad. La mansedumbre significa que usted hace la voluntad de Dios, y que usted está dispuesto a rendir su voluntad a la voluntad de Dios. Finalmente está el dominio propio, el equilibrio cristiano es muy necesario en la actualidad.
Continuemos leyendo ahora el versículo 24 de Gálatas 5:
"Pero los que son de Cristo han crucificado la naturaleza pecaminosa con sus pasiones y deseos".
¿Cuándo fue crucificada la naturaleza pecaminosa? Cuando ellos consideran que en el momento en que Cristo fue crucificado, ellos murieron, en base a ello se rendirán en consagración al Señor. En Romanos 6:13, el apóstol Pablo escribió: "13ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia".
Además el apóstol escribió en Colosenses 3:3; "3porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios". Y también recordemos el pasaje que ya hemos leído en un programa anterior en esta carta a los Gálatas 2:20: "20Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". En todos estos pasajes la idea principal es que cuando Cristo fue crucificado, el creyente fue crucificado al mismo tiempo. El creyente ha sido entonces unido al Cristo vivo, y la victoria no se obtiene luchando, sino rindiéndose a Cristo. La palabra de las Escrituras es "rendirse", y es un acto de la voluntad.
Y ahora veamos la clave de todo. Leamos el versículo 25:
"Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu".
Recordemos que en el versículo 16 de este mismo capítulo, en la frase Andad en el Espíritu, es "peripateo". Pero aquí "andar" es una palabra griega diferente: se trata de "stoichomen", que es básica y elemental, y significa "avanzar o dar un paso en orden". En el versículo 16 se nos dio el principio para andar; aquí en el versículo 25 significa aprender a caminar, a andar. Así como aprendimos a andar físicamente por el método de probar y cometer errores, tenemos que comenzar a andar en el Espíritu. Es un proceso de aprendizaje.
Permítanos ilustrar esto con un ejemplo bastante sencillo. ¿Qué es el caminar? Bueno, es el poner un pie delante del otro. Esto quiere decir entonces, el aprender a andar. Ahora, ¿Cómo aprendió a caminar usted? ¿Fue a algún colegio o a alguna institución especial donde dictaban un curso para aprender a caminar? Cuando uno tiene un bebé, no le ofrece demostraciones prácticas sobre el caminar para que las observe e imite posteriormente. Así uno no aprende a caminar. Uno aprende experimentando, probando, cayéndose.
De la misma manera tenemos que aprender a andar en el Espíritu. Por medio de ensayos, pruebas, aciertos y fracasos. Conocemos a personas que han asistido a todas las conferencias bíblicas que puedan existir; han llenado sus cuadernos de notas con consejos de cómo vivir la vida cristiana, pero aún no la están viviendo. ¿Cuál es el problema?
Es que uno tiene que aprender a andar en el Espíritu, lo cual quiere decir que tiene que comenzar, lanzarse de una vez. ¿Y por qué no comenzar ahora? Por ejemplo, podría adoptar la siguiente decisión: "Voy a andar en el Espíritu. Voy a depender del Espíritu Santo para producir los frutos en mi vida". Quizás usted esté pensando que podría caerse. Pues tengo noticias para usted. Usted se va a caer. Y le va a doler. No sabemos cuantas veces llegará a caerse. Muchos de nosotros aún estamos cayéndonos. Pero será la forma en que usted va a andar en el Espíritu, y es la única manera de hacerlo. Estimado oyente, necesita dar los primeros pasos y comenzar a apoyarse en el Espíritu de Dios. Ríndase usted a Él. Recuerde que es un acto de la voluntad.
Yo trato de comenzar cada día diciendo: "Señor, yo no puedo vivir hoy de una forma que te agrade, y quiero que tú lo hagas a través mío".
Supóngase que usted está escribiendo una carta muy importante a una persona, y quiere dar la mejor impresión posible, no sólo por la forma de expresarse en la carta, sino también por la presentación de la misma. Y usted hace todo lo posible por exponer con claridad sus ideas, utilizando el mejor lenguaje que conoce. Sin embargo, a pesar de todo este esfuerzo, usted comete un error. Procura corregirlo y seguir adelante, pero comete otro y otro más. Y al final decide que es mejor empezar la carta de nuevo. Y así, comienza de nuevo una carta nueva. Pues bien, estimado oyente, ¿por qué no hacer eso también con su vida? Entréguese a sí mismo, apóyese en el Espíritu de Dios y comience a andar hoy mismo en el Espíritu.
Luego, este capítulo 5 de la epístola a los Gálatas concluye con el versículo 26, diciendo:
"No busquemos la vanagloria, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros".
Otra versión dice: "No dejemos que la vanidad nos lleve a irritarnos y a envidiarnos unos a otros". Estimado oyente, ni usted ni yo vamos a llegar a ser santos maravillosos de Dios. Él sí es maravilloso. Dios es digno de nuestra adoración. Comencemos a andar, dependiendo de Él como niños pequeños. Eso es lo que Él quiere que hagamos.
La frase irritándonos unos a otros se refiere a provocarnos unos a otros. No debemos provocarnos, ni sembrar rivalidades, ni envidiarnos unos a otros. Figurativamente hablando, necesitamos levantarnos de nuestras sillas o sillones cómodos, y comenzar a andar en el Espíritu, es decir, a vivir controlados por el Espíritu. La vida cristiana no consiste en subir rápidamente como en un globo, por medio de una fuerte y abrumadora experiencia de elevarse vertiginosamente a las alturas, más allá de las nubes. Es más bien un andar diario, se trata de ir colocando un pie delante del otro, paso a paso, con una actitud de dependencia total del Espíritu Santo.
Pero para eso, estimado oyente, es indispensable tener una relación con Dios, hay que ser un hijo de Dios. No se le puede pedir algo a Dios estando separado de Él. El apóstol Pablo dijo en Romanos 8:9 que si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Pero si reconociendo su necesidad de Dios usted da el paso de fe de recibir en su vida al Señor Jesucristo como su Salvador, entonces sí, Dios ya no estará lejano sino muy cercano. Tan cerca como para oír su oración. Tan próximo como para oír esas palabras que broten espontáneamente del corazón y que expresen ese deseo de encomendar su vida a la dirección de Dios y al control del Espíritu Santo. Y entonces comenzará para usted una etapa de paz en medio de las dificultades, de fuerza para liberarle de toda atadura y forma de esclavitud. Es que cuando somos conscientes de nuestra impotencia para vencer obstáculos insuperables desde un punto de vista humano y nos ponemos en manos de Dios, nos damos cuenta de que no estamos solos y que la iniciativa principal, la fuerza, la motivación para luchar y el triunfo, constituyen la responsabilidad de Aquel que prometió estar con nosotros todos los días hasta el final de la vida, y después de esta vida, por toda la eternidad.
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