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Estudio bíblico de Isaías 47:1-48:22

Isaías 47 y 48

Llegamos hoy, amigo oyente, a un capítulo importante en el libro de Isaías, el capítulo 47. Aquí se nos presenta, por tercera vez, el juicio sobre Babilonia. Y el tema de este capítulo en particular, es la decadencia y caída de Babilonia. En primer lugar, vimos en los capítulos 13 y 14, la profecía contra Babilonia. Luego, en el capítulo 21, también vimos el mismo tema, y ahora lo tenemos en este capítulo 47. Tuvimos una insinuación de la caída de Babilonia en el capítulo anterior, el capítulo 46, que se inició con un juicio contra los ídolos. El tiempo en que se pronunció esta profecía constituye un detalle notable, a la vista del hecho de que en esa época era un reino pequeño e insignificante. Fue casi un siglo antes de que se convirtiera en una potencia mundial. Existía desde los días de la Torre de Babel y había tenido una influencia religiosa sobre el mundo. Babilonia fue el origen y la madre de toda la idolatría.

Hay un significado espiritual para nosotros en la actualidad, aunque no tenemos nada que ver con la Babilonia del pasado o con la del futuro. La Babilonia del pasado yace bajo los escombros y las ruinas del juicio. Su gloria ha decaído con el polvo acumulado por los siglos. Podemos ver hoy una tendencia a los valores de Babilonia en el ámbito político internacional. Babel representa al lugar donde se concentra todo el poder político del mundo, que finalmente estará controlado por el Anticristo, el rey malvado. Pueden verse tendencias en la asociación comercial cuando se derriban las barreras económicas entre diversas naciones. También se observan tendencias para la unificación en el ámbito religioso. Hablando desde un punto de vista general, podríamos ver algunas de estas orientaciones prefiguradas en la antigua Babilonia.

Leamos entonces el versículo 1 de este capítulo 47 de Isaías, que comienza a hablarnos sobre:

La decadencia de Babilonia

"Baja y siéntate en el polvo, virgen, hija de Babilonia. Siéntate en la tierra, sin trono, hija de los caldeos, porque nunca más te llamarán tierna y delicada."

El término "baja o desciende", es el mandato de Dios a Babilonia, de la misma manera que un perro es obligado a obedecer a su amo. Ésa es la manera en la que Dios va a hablar a Babilonia, la gran potencia mundial, cuando llegue el tiempo de su caída. Ésa fue la forma en que el Señor trató con la tormenta en el pequeño mar de Galilea. Cuando el Señor habló al viento y a las olas del mar, literalmente dijo "quedaos amordazados", así como uno amordazaría a un perro. En Isaías la expresión contiene esa misma idea.

Babilonia fue llamada una virgen porque aún no había sido capturada por ningún enemigo. Babilonia estaba apenas adquiriendo poder, aunque tenía una historia muy antigua, que se remontaba a Nimrod (ver Génesis 11) y a Babel, donde estaba situada la Torre que ya hemos citado (y sobre la que podemos leer en Génesis 11). Todos los zigurat, que eran torres escalonadas y piramidales fueron diseñados siguiendo el modelo de la Torre de Babel.

Ahora veremos que el profeta predijo la tremenda humillación de Babilonia. Leamos el versículo 2:

"Toma las piedras de molino y muele harina; quítate el velo, levanta tus faldas, desnuda tus piernas, pasa los ríos."

Estas palabras describen la indescriptible humillación a la que Babilonia fue finalmente sometida. Ese reino había maltratado al pueblo de Israel, y llegó el día en que fue abatido.

La desnudez se ha convertido hoy en algo popular, pero degrada a los seres humanos, rebajando su nivel de dignidad personal. No fue un accidente que Dios dispusiera que la humanidad estuviera vestida. La persona que prefiera andar sin ropa puede estar manifestando tendencias o emociones generalmente reprimidas que perturban su comportamiento. Para Babilonia, la desnudez fue parte de su humillación. Por ello leemos en el versículo 3:

"Será expuesta tu desnudez, serán vistas tus vergüenzas. Tomaré venganza y no habrá quien se libre"

Ahora llegamos a un párrafo que podríamos titular:

La entrega de Israel a Babilonia

Aquí veremos que Dios entregó a Israel en manos del reino de Babilonia. Leamos el versículo 6:

"Me enojé contra mi pueblo, profané mi heredad y los entregué en tus manos; no les tuviste compasión; sobre el anciano hiciste muy pesado tu yugo."

Dios aclaró aquí a esta gente que la razón por la cual Babilonia fue capaz de conquistar a este pueblo fue porque Él permitió que lo hiciera, y no porque Babilonia fuera tan superior. Ellos se creían poderosos, claro, y se quisieron acreditar esa victoria sobre Israel. Pero estaban equivocados. Dios entregó a Su pueblo al control de Babilonia porque habían pecado contra Él. Así que Él estaba juzgando a Su propio pueblo. Éste fue el mensaje de la breve profecía que escribió el profeta Habacuc. Dice el versículo 7 de Isaías 47:

"Dijiste: Para siempre seré señora; pero no has pensado en esto ni te has acordado de tu final."

El juicio de Dios contra Su Pueblo engañó a Babilonia. Como ya dijimos, pensaron que por su propia fortaleza y poder habían derrotado al pueblo de Dios. Y añadió en el versículo 8:

"Oye, pues, ahora esto, mujer voluptuosa, tú que estás sentada confiadamente, tú que dices en tu corazón: Yo soy y fuera de mí no hay otra; no quedaré viuda ni conoceré orfandad."

Babilonia era arrogante, altiva, descuidada y confiada, y no creía que se aproximaba una espantosa caída. Un día, Nabucodonosor, el rey, paseando por su palacio real miró a la hermosa ciudad de Babilonia y dijo: "¿no es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué?" (Daniel 4:30). Como no atribuyó ningún merito ni honró a Dios, Dios le envió al campo donde comería hierba como un buey. En el día de hoy, diríamos que sufrió de cierta clase de histeria, y por mucho tiempo ni siquiera supo quien era, viviendo como un animal. Ése fue el juicio de Dios sobre él.

Leamos ahora el versículo 10, que nos habla sobre los:

Detalles de la destrucción de Babilonia

"Porque te confiaste en tu maldad, diciendo: Nadie me ve. Tu sabiduría y tu misma ciencia te engañaron, y dijiste en tu corazón: Yo, y nadie más."

Siempre existe el grave peligro de que una nación o un ser humano se enaltezca en su orgullo, pensando que es capaz de hacer las cosas por sí mismo. Vivimos en una época en la que los hombres pueden llegar a enriquecerse no porque estén realizando un gran servicio o haciendo una gran contribución a la humanidad, sino por formar parte de un sistema que a veces degrada a las personas, en vez de formarlas, elevando su dignidad. Pensemos en los millones que produce el mundo del espectáculo, las diversiones y actividades por el estilo que no siempre infunden en las personas sentimientos de ética, virtud o rectitud moral, al dejar de lado los valores espirituales. Y descendiendo de nivel, ¿qué diremos de las ganancias producidas por actividades degradantes como el tráfico de seres humanos y de drogas? Éstas son generalmente actividades encubiertas, ilegales, que obviamente tratan de pasar desapercibidas a las miradas de la sociedad. Pero Dios las ve y las juzgará, así como juzgó a Babilonia.

Leamos a continuación el versículo 12 de Isaías 47, que nos expone:

El dilema de Babilonia

"Persiste ahora en tus encantamientos y en la multitud de tus hechizos, en los cuales te fatigaste desde tu juventud. ¡Quizá podrás mejorarte! ¡Quizá te fortalecerás!"

Dios instó con ironía a Babilonia a recurrir a la brujería en la cual habían confiado y que la había metido en problemas. En esencia Dios le preguntó a ese reino: "Pensabas que era algo bueno. ¿Por qué no confías en esas prácticas para que te solucionen los problemas?" Continuó el Señor hablando en el versículo 13:

"Te has fatigado en tus muchos consejos. Comparezcan ahora y te defiendan los contempladores de los cielos, los que observan las estrellas, los que cuentan los meses, para pronosticar lo que vendrá sobre ti."

La confusión caracterizó a Babilonia en ese tiempo. La ciudad vivía haciéndole honor a su nombre, que significa "confusión", es decir que vivían acosados por la confusión. Aquella gran ciudad dependía de su fuerza y poder económico, y de la totalidad de su producto nacional bruto. Pero algo le sucedió a esa nación, porque se estaba consumiendo por dentro. Lo mismo le sucede hoy a muchas naciones. Vivimos en una sociedad que depende de su fortaleza económica, pero hay algo importante que funciona mal, y no lo estamos enfrentando. Se trata de un problema moral. Muchas personas y, en consecuencia, sociedades enteras se han apartado del Dios vivo y verdadero. La antigua ciudad de Babilonia, que a primera vista parece tan lejana y nada relacionada con nuestra realidad, tiene un mensaje para nosotros. Las piedras y escombros de Babilonia están clamando para que les escuchemos, con una grave advertencia que haríamos bien en escuchar. Llegamos ahora al:

Capítulo 48

El tema de este capítulo constituye un último llamado a la casa de Jacob, a sus descendientes, y un anhelante llamado de Dios al remanente fiel. Estas tres últimas secciones concluyen con la frase: "¡No hay paz para los impíos!, ha dicho mi Dios". (Isaías 57:21). El Mesías trae paz, pero aquellos que le rechacen, nunca conocerán la paz. El volverse a los ídolos es apartarse del Mesías. Como ya hemos visto, esta sección ha estado dedicada principalmente a denunciar a la idolatría. La idolatría es un camino que conduce a Babilonia. Dios, en este libro, está viajando por el camino solitario que llegaría hasta el Calvario.

Leamos entonces el primer versículo de este capítulo 48, que presenta:

El último llamado a la casa de Jacob

"Oíd esto, casa de Jacob, que os llamáis del nombre de Israel, los que salieron de las aguas de Judá, los que juran en el nombre del Señor y hacen memoria del Dios de Israel, mas no en verdad ni en justicia."

Hay personas que opinan que Judá e Israel son pueblos diferentes. Sin embargo, Dios contradijo esta idea en este versículo, (casa de Jacob, que os llamáis del nombre de Israel, los que salieron de las aguas de Judá.) No tratemos de cambiar el nombre que Dios les ha dado a ellos. Este mensaje está dirigido aquí a toda la casa de Israel, y ellos pertenecen a la línea de descendencia elegida a través de Abraham, de Isaac y de Jacob. La nación apóstata de aquel tiempo y la de hoy deberían escuchar este llamado final de Dios para regresar a Él. Ellos hablaban del Dios de Israel como si le conocieran. En realidad, tampoco le conocen hoy ni le sirven. Tienen una religión sin ninguna fuerza en absoluto. No encontrarán la solución a sus problemas dirigiéndose a potencias mundiales de la actualidad, ni a los países árabes. La ayuda les vendrá cuando se vuelvan a Dios. Ésta sería la solución para ellos, y para nosotros. Leamos ahora el versículo 2 de este capítulo 48 de Isaías:

"Sin embargo, de la santa ciudad se nombran y confían en el Dios de Israel, cuyo nombre es Señor de los ejércitos."

Es decir, que se jactan de ser ciudadanos de Jerusalén, y de ser hijos de Dios, pero sólo lo son de nombre. En realidad, para Dios, son extraños. Y en el versículo 4, leemos:

"Por cuanto sé que eres obstinado, que una barra de hierro es tu cuello, y tu frente de bronce"

Desde el mismo comienzo, cuando Dios sacó a Israel de Egipto, supo que eran un pueblo de gente obstinada. Estimado oyente, Dios no los eligió a ellos porque fueran superiores, así como tampoco nos eligió a nosotros porque seamos superiores. Dios los eligió a ellos y a nosotros a causa de Su gracia y porque vio nuestra gran necesidad.

Y, ahora, en la segunda división de este capítulo, vemos a Dios insistiendo ante Su pueblo para que le escuchen. Leamos el versículo 12, en el cual comienza un:

Anhelante llamado de Dios al remanente

"Óyeme, Jacob, y tú, Israel, a quien llamé: Yo mismo, yo el primero y yo también el último."

Parece como si Dios no estuviera dirigiéndose más a la nación en su totalidad, sino que limitó Su mensaje al remanente, identificándolo como "a quien llamé". Escuchemos lo que dice el versículo 15:

"Yo, yo hablé, y lo llamé y lo traje; por tanto, será prosperado su camino."

Éste fue un clamor que salió del corazón de Dios para Su pueblo. Y continuó en el versículo 16, diciendo:

"Acercaos a mí, oíd esto: desde el principio no hablé en secreto; desde que eso se hizo, allí estaba yo. Y ahora me envió el Señor Dios, y su Espíritu."

Fue Isaías mismo el que se convirtió en el mensajero de Dios. Él estaba llamándoles con insistencia, y a medida que insistía en su llamado, usted puede oír hablar al Señor Jesucristo. El profesor Delitsch dijo apropiadamente: "Ya que el profeta no había hablado antes de manera personal; y por otra parte, estas palabras son seguidas en el próximo capítulo por un discurso acerca del siervo del Señor, que se anuncia a Sí mismo como el restaurador de Israel y luz a las naciones, y que en consecuencia no puede ser Israel, como nación, ni Isaías, (el que llama insistentemente) no puede ser otro que el Señor Jesucristo mismo".

Amigo oyente, Dios nunca ha podido bendecir a la nación de Israel en la plenitud de Su promesa, y usted y yo nunca hemos sido bendecidos, tanto como a Dios le agradaría bendecirnos. Ahora, ¿quién tiene la culpa? ¿La tiene Dios acaso? Por supuesto que no. En el caso de Israel, la culpa es de los israelitas, y en lo que a nosotros respecta, la culpa la tenemos usted y yo. Dijo también en el versículo 19, de este capítulo 48 de Isaías:

"Fuera como la arena tu descendencia, y los renuevos de tus entrañas como los granos de arena; nunca su nombre sería eliminado ni borrado de mi presencia."

Luego, él concluyó esta sección, que como las tres secciones de esta última división principal de Isaías concluye; con las palabras del versículo 22:

"¡No hay paz para los malvados!, ha dicho el Señor."

Ésta fue la solemne bendición de esta sección en la que el Siervo de Dios se opuso a todos los ídolos de los paganos. Sólo Él da la paz. Si una persona se encuentra alejada de Dios, viviendo en el pecado, no puede encontrar hoy paz en el mundo. Es conveniente recordar, estimado oyente, que tenemos algunos miles de años de historia registrada, que nos dicen que todos los que han estado viviendo lejos de Dios, nunca han llegado a tener paz. Por ello hoy le invitamos a seguir a aquel que por medio de su sacrificio en la cruz hizo posible que pudiéramos tener paz con Dios. El dijo, en Juan 14:27, "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo."

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