Estudio bíblico de Ezequiel 2-3
Ezequiel 2:1-3:19
Llegamos hoy, amigo oyente, en nuestro recorrido bíblico, al segundo capítulo de este libro de Ezequiel. Acabamos de completar nuestro estudio del primer capítulo con la grandiosa visión que allí se presentó sobre la gloria de Dios. De modo que, comenzamos nuestra lectura de este capítulo 2, de Ezequiel con el versículo 1 que comienza un párrafo que hemos titulado
El llamamiento del profeta e investidura de poder para su ministerio
"Me dijo: Hijo de hombre, ponte sobre tus pies y hablaré contigo."
Aparentemente, después de la visión que Ezequiel había contemplado, no estaba en pie. Se había postrado sobre su rostro bajo el impacto de lo que había visto. Pero, ahora él recibiría su llamado y comisión, y también recibiría el poder para llevar a cabo el ministerio profético que Dios le había llamado a hacer.
Vemos que Dios se dirigió a él llamándole hijo de hombre. Ahora, este título se encuentra exactamente 100 veces en el libro de Ezequiel. Y uno también puede comprobar que Daniel fue llamado hijo de hombre. Estos fueron los únicos dos hombres del Antiguo Testamento que fueron llamados con ese título. Y ese fue también el título que el Señor Jesucristo usó para sí mismo. En el Nuevo Testamento, encontramos que el Señor Jesucristo se refirió a Sí mismo por medio de este título unas 86 veces. Y este título nos habla de Él en Su rechazo, en Su humillación, y también en Su exaltación. El es el hijo del hombre.
Ezequiel pasó verdaderamente por muchos sufrimientos. Si alguien me preguntara cuál posición no preferiría tener, eligiendo entre la de Daniel, la de Jeremías y la de Ezequiel, diría que no quisiera pasar por la experiencia de Ezequiel. Seguramente Daniel se encontró en peligro en la corte de Babilonia -¡recordemos que pasó una noche en el foso de los leones! Si Dios no hubiera intervenido, Daniel habría sido devorado por los leones. Pero yo preferiría su posición a la de Ezequiel porque Daniel, al menos, tuvo lujosas instalaciones para vivir en el palacio del rey de Babilonia. También Jeremías, en ese tiempo, estaba prácticamente retirado, aunque había corrido grave peligro durante su ministerio activo hasta la deportación del pueblo y su conducción al cautiverio. Sin embargo, este hombre, Ezequiel, fue enviado a realizar una tarea difícil, una labor muy difícil. El tuvo la misión de hablar a un pueblo apóstata. Fue enviado a un pueblo que creía ser el pueblo de Dios, pero en realidad se encontraban en rebelión contra Dios.
Así que el Espíritu de Dios vino entonces sobre Ezequiel y lo preparó para su ministerio. Leamos ahora el versículo 2 de Ezequiel 2.
"Después de hablarme, entró el espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba."
Así que el Espíritu de Dios le dio a Ezequiel el poder para realizar su tarea que El le había encomendado hacer. Creo que cuando Dios le llama a usted a realizar una tarea, El le dará el poder para llevar a cabo ese trabajo. En realidad, la obra de Dios solo puede realizarse con el poder de Dios. Si Dios lo ha llamado a hacer algo, El le dará el poder para realizarlo. La mejor posición a la cual usted puede llegar es reconocer que, por sus propias fuerzas, no es capaz de realizar la tarea que el Señor le ha asignado. Recordemos que Moisés, después de 40 años en el desierto, finalmente llegó a la conclusión de que él mismo no podía liberar al pueblo. Entonces Dios le dijo: "Yo puedo hacerlo por medio de ti". Así que cuando Dios lo llamó para liberar al pueblo, él pudo cumplir esa misión, no porque hubiera algo especial en él, sino por los muchos recursos que Dios tenía.
Y creemos que esta verdad es hoy muy práctica para nosotros; funciona en el ministerio, en los que se sientan en los bancos de la iglesia y en el campo de misión. Precisamente en el campo misionero hemos observado, que algunos han ido a otros países pensando que habian sido llamados a ese ministerio. Pero al cabo de un tiempo han regresado reconociendo su fracaso y creyendo que Dios los había abandonado. Una vez hemos estado en contacto con un caso así, y les hemos dicho: ¿No han pensado ustedes alguna vez que si Dios los hubiera llamado al campo misionero, El les habría dado el poder para realizar esa tarea? Y entonces nos respondieron que nunca habían considerado el asunto desde ese punto de vista. Por eso insistimos en que tenemos que llegar al punto de reconocer que, si hemos sido llamados por Dios, El va a darnos el poder para llevar a cabo la misión que nos ha encomendado. Y lo importante entonces es asegurarnos, si hemos sido verdaderamente llamados por Dios para hacer cierto trabajo.
Ezequiel fue llamado por Dios para hacer una tarea más difícil que la que les encomendó a otros hombres que podamos recordar. Dios le iba a explicar a él en qué consistiría esa tarea. Pienso que si Dios me hubiera dicho algo semejante cuando comencé mi ministerio, le habría dicho: "Señor, ahora mismo presento mi dimisión. Voy a continuar en mi responsabilidad actual y trataré de progresar en ella". Así que me alegro porque no me dijo a mí lo que le dijo a Ezequiel, porque habría afrontado esa tarea con mucho temor. Pero admiramos a Ezequiel. Y escuchemos lo que Dios le dijo acerca de su misión. Leamos los versículos 3 y 4, de este capítulo 4 de Ezequiel:
"Me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a una nación de rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día. Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón, y les dirás: Así ha dicho el Señor Dios."
Esta fue una declaración tremenda por parte de Dios. Lo estaba enviando a una nación rebelde, a un pueblo obstinado y terco. La palabra rebeldes aparece una y otra vez en el libro de Ezequiel. Ese pueblo estaba realmente en rebelión contra Dios.
Ahora, esa palabra que fue traducida como "nación" no fue la palabra que Dios por lo general usó para Su pueblo elegido. La palabra en Hebreo es "goi", y fue la palabra que los israelitas utilizaban para referirse a las naciones no judías, a las naciones paganas. Lo que había ocurrido fue que Israel se había hundido al mismo nivel de las naciones paganas que le rodeaban. Y Dios dijo entonces, que eran una nación de rebeldes. Se habían rebelado contra El.
Y, amigo oyente, las personas más difíciles de alcanzar en el mundo hoy con el evangelio son aquellos que formal y oficialmente figuran como cristianos o miembros de una iglesia. Son nominalmente cristianos y están incluidos en la lista de membresía de una comunidad cristiana, pero en su interior han rechazado el evangelio y a la Palabra de Dios. Les agrada vivir un cristianismo superficial, un cristianismo relajante, cómodo, que se exprese en una relación social entretenida y tranquila, y sin tener problemas con los demás. Ellos no quieren que alguien venga a decirles que son pecadores perdidos, que necesitan ser salvos y ser obedientes a Dios. Son personas muy difíciles de alcanzar. Aquellos pastores y predicadores que desarrollan un ministerio entre ellos tienen ante sí una situación muy difícil. Por ello aconsejamos a cualquier joven que esté considerando dedicarse al ministerio cristiano, que se asegure de haber recibido un llamado de Dios al respecto. Y si no está seguro de su llamamiento, debería dedicarse a otras tareas. Estar trabajando hoy en el ministerio es difícil, si usted a de permanecer firme en proclamar las verdades de la Palabra de Dios. Escuchemos ahora lo que Dios le dijo a Ezequiel, aquí en el versículo 5, de este capítulo 2:
"Acaso ellos escuchen; pero si no escuchan, porque son una casa rebelde, siempre sabrán que hubo un profeta entre ellos."
Aquí vemos que si ellos no escuchaban, Dios iba a asegurarse que supieran, que hubo un profeta entre ellos. Después de que Ezequiel se hubiera ido, y aunque hubieran estado en desacuerdo con él, la gente reconocería que un profeta de Dios había estado verdaderamente entre ellos.
Y, sinceramente hablando, a mi y a cualquiera de nosotros nos agradaría que después de que nos hayamos ido, la gente pueda decir que hemos predicado la Palabra de Dios lo mejor que pudimos. Eso es lo realmente importante. Y continuamos escuchando lo que Dios le dijo al profeta en el versículo 6 de este segundo capítulo:
"Pero tú, hijo de hombre, no los temas ni tengas miedo de sus palabras. Aunque te hallas entre zarzas y espinos, y habitas con escorpiones, no tengas miedo de sus palabras, ni temas delante de ellos, porque son una casa rebelde."
Estas palabras revelan que, aparentemente, Ezequiel iba a encontrarse en peligro, pero Dios le animó diciéndole que no tuviera temor de ellos ni de sus palabras. Aquí vemos que el Señor realmente le explicó exactamente a Ezequiel como iba a ser su ministerio. Y llegamos así al
Ezequiel 3
Y en este capítulo tenemos
La preparación del profeta
Y esta fue una preparación para una labor muy dura y difícil. Jeremías tenía un carácter diferente al de Ezequiel. Jeremías era el profeta del corazón quebrantado, con lágrimas que le humedecían su rostro. En aquel momento crucial de la historia, Dios necesitaba a Jeremías para decirle a Su pueblo que le quebrantaba el corazón enviarlos al cautiverio. En ese momento, ellos ya habían sido llevados cautivos y estaban en una actitud de amargura y rebeldía. Sin embargo, en aquel tiempo el templo de Jerusalén aun no había sido quemado, ni la ciudad destruida. Esa destrucción no tendría lugar sino hasta siete años después, que este grupo de cautivos llegara a Babilonia. Por lo tanto, los profetas falsos aun les estaban diciendo que ellos eran el pueblo de Dios y que regresarían a su propio hogar. Entonces, fue como si le dijeran a Ezequiel: "¿Quién te crees que eres para decirnos estas cosas? Nosotros somos el pueblo de Dios y vamos a regresar a nuestra tierra. No vamos a estar en la cautividad por mucho tiempo". Pero Dios le dijo a Ezequiel: "Tu les debes decir a ellos que no van a regresar. Van a estar en el cautiverio por 70 años, tal como dijo Jeremías. Y van a tener que trabajar duramente a lo largo de los canales, labrando la tierra y construyendo edificios. Será una tarea muy pesada para ellos". Ahora, en el versículo 1, de este capítulo 3, leemos:
"Me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes ante ti; come este rollo, y ve y habla a la casa de Israel."
Aquí vemos nuevamente que "Hijo de hombre" fue el título que el Señor le dio al profeta en esta tarea difícil, ante el sufrimiento que experimentaría.
Nos llama la atención la frase come lo que tienes ante ti, como este rollo. Esta era una dieta diferente. Tenía que comer el mensaje de Dios. La Palabra de Dios debería convertirse en una parte de nosotros, estimado oyente. Nadie debería predicar hoy la Palabra cuyo corazón no esté en ella, y que no crea cada palabra que pronuncie. Alguien que no tuviera esa actitud, debería abandonar el ministerio cristiano. El púlpito no es un lugar para lucir la elocuencia, el lenguaje florido, fluido y la riqueza del vocabulario. El púlpito ha de ser el lugar en el que se comunica la Palabra de Dios. Escuchemos ahora lo que dijo Ezequiel en los versículos 2 y 3 de este segundo capítulo:
"Abrí mi boca y me hizo comer aquel rollo. Me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Lo comí, y fue en mi boca dulce como la miel."
Esta es una buena dieta; estudiar la Palabra de Dios. Amigo oyente, hemos hecho la siguiente pregunta una y otra vez. "¿Ama usted a la persona de Cristo?" Quizá deberíamos preguntarle primero: ¿Ama usted la Palabra de Dios? Nunca llegará a amarle a Él a no ser que ame la Palabra de Dios.
Cierto profesor le preguntó a un predicador: ¿Qué teoría de inspiración mantiene usted?" "Bueno, - le contestó el predicador, - la teoría que mantengo no es ninguna teoría, en absoluto. Simplemente, amo este Libro". Usted tiene que amar la Palabra de Dios, antes de que ésta pueda ser significativa para usted. La Palabra de Dios le revela a una Persona, y entonces, usted llega a amar a esa Persona. Ahora, Ezequiel dijo fue en mi boca dulce como la miel. Es decir, que él amaba la Palabra de Dios. Leamos ahora los versículos 4 y 5 de este capítulo 3, de Ezequiel:
"Luego me dijo: «Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel y háblales con mis palabras. Porque no eres enviado a un pueblo de habla misteriosa ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel"
Ezequiel no fue enviado a hablar a extranjeros, sino a su propio pueblo. El no iría como un misionero, que tiene que estudiar un idioma extranjero y difícil. Dios lo envió, como dice aquí, a la casa de Israel. Y continuó diciéndole en los versículos 6 y 7:
"No a muchos pueblos de habla misteriosa ni de lengua difícil, cuyas palabras no entiendas; pero si a ellos te enviara, ellos te escucharían. Pero la casa de Israel no te querrá oir, porque no me quiere oir a mí; porque toda la casa de Israel es terca y obstinada de corazón."
Fue como si le hubiera dicho: "Ezequiel, te voy a enviar a una congregación que es insolente, que está en rebelión contra mí. No quieren escucharme. Tampoco querrán escucharte a ti". Y continuó diciéndole en los versículos 8 y 9:
"Yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra sus frentes. Como el diamante, más fuerte que el pedernal he hecho tu frente; no los temas ni tengas miedo delante de ellos, porque son una casa rebelde."
Ahora, en el caso de Jeremías, Dios no le endureció el carácter. Jeremías tenía un corazón tierno, y no podía soportar los problemas con los que se enfrentaba. En una ocasión incluso se dirigió al Señor con la intención de retirarse. Pero Ezequiel no renunciaría a su misión. Otra versión expresa de esta manera lo que Dios le dijo en este versículo: "Te haré tan terco y obstinado como ellos. ¡Te haré inquebrantable como el diamante, inconmovible como la roca!"
Ahora Dios le diría a Ezequiel lo que tendría que hacer. Leamos los versículos 15 al 19, de este capítulo 3 de Ezequiel, donde le hablaría de
Su ministerio como centinela, como atalaya
"Y vine a los cautivos en Tel-abib, que moraban junto al río Quebar, y me senté junto con ellos. Allí, durante siete días, permanecí atónito entre ellos. Aconteció que al cabo de los siete días vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, mi palabra, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo diga al impío: De cierto morirás, si tú no lo amonestas ni le hablas, para que el impío sea advertido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestas al impío, y él no se convierte de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu vida."
Dios le encomendó a Ezequiel la tarea de ser un centinela para advertir a Su pueblo. Quizá ellos no lo querrían, pero él tenía que prevenirles. Dios le estaba diciendo que si no los prevenía, ellos morirían en sus pecados y entonces el profeta sería responsable ante Dios. En cambio, si les advertía y ellos continuaban en su desobediencia y morían como resultado de sus pecados, entonces él ya no sería responsable.
Amigo oyente, detestaría estar en el lugar de un ministro cristiano que no expone la Palabra de Dios. Me desagradaría estar en su posición y algún día tener que presentarme ante el Señor para ser juzgado. Una persona que tiene la Palabra de Dios, debería tener la fortaleza interior para exponerla y comunicarla a los demás. Esta fue la responsabilidad de Ezequiel y Dios escogió al hombre adecuado para esa tarea. Tenía una voluntad y un carácter inquebrantable.
Ahora, un centinela, o atalaya, era una persona que ocupaba una posición muy importante en el mundo antiguo, en aquella época de ciudades amuralladas. Las ciudades tenían estas murallas para su protección y las puertas de la ciudad se cerraban al caer la noche. Luego los centinelas subían a las murallas para comenzar la vigilia de esa larga y oscura noche. Con mirada penetrante, los centinelas trataban de escudriñar las tinieblas impenetrables que rodeaban a la ciudad. Con un oído entrenado y alerta ante cualquier ruido, escuchaban atentamente por si se aproximaba el peligro y se acercaba el enemigo.
Ahora, la Biblia tiene mucho que decir en cuanto a centinelas y atalayas. En el libro de Isaías, capítulo 62, versículo 6, leemos: Sobre tus muros, Jerusalén, he puesto guardas que no callarán ni de día ni de noche. Y en el Salmo 127, versículo 1, dice: Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan lo que la edifican; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia.
En la cultura hebrea, por la noche, los centinelas funcionaban en tres turnos. Estos turnos tenían lugar: desde que oscurecía hasta alrededor de la media noche; luego, desde la media noche hasta que cantara el gallo, que quizás serían las 2 o 3 de la mañana; y luego desde ese momento hasta el amanecer. El centinela del turno de la mañana era el que anunciaba el amanecer. Los romanos, por su parte, tenían 4 turnos de vigilancia durante la noche.
Podríamos pensar que la costumbre de tener centinelas pertenece a una época antigua ya pasada, y que al comienzo de la civilización tenía su propósito y utilidad, pero que ya no es una práctica necesaria hoy. Sin embargo, nos encontramos nuevamente con la necesidad de tener vigilancia. Por ello, en nuestras ciudades, la policía patrulla las calles durante la noche. Ellos son nuestros centinelas.
Bien, como dijimos anteriormente cuando estudiamos el libro de Isaías, el centinela, o el atalaya, tenía una responsabilidad y debía tener una buena visibilidad. Tenía que ser capaz de distinguir al enemigo en la oscuridad. Hoy en día podemos decir que el ministro cristiano ha de ser el centinela, el atalaya de su comunidad. Tendría que ser capaz de advertir a tiempo sobre el peligro. Es decir, que es responsable de comunicar esa clase de mensaje.
Y aquí vamos a detenernos por hoy porque nuestro tiempo ha llegado a su fin. Dios mediante, en nuestro próximo programa, continuaremos el estudio de este capítulo 3 del libro del profeta Ezequiel y esperamos contar con su compañía.
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