Estudio bíblico: Modelos y mentores - Filipenses 2:19-3:11
Modelos y mentores - Filipenses 2:19-3:11
El programa de televisión se llama "el jefe infiltrado". Se trata de un directivo que se disfraza de empleado durante un tiempo. Se quita la corbata, se viste de mono y gorra, y entra como currante nuevo, en igualdad de condiciones que los demás. Tiene que aprender de todo. Sufre humillaciones de todo tipo. Descubre la cantidad de horas que echan los trabajadores y cómo algunos cumplen más allá de lo que estipula el manual de procedimientos. También observa cómo algunos se saltan las normas. Conversando en los descansos, se entera del drama familiar que unos y otros tienen que soportar.
Después del período de servicio, que suele ser una semana, vuelve a su despacho y cita a los empleados, uno por uno, para hablar de la situación de ellos. A algunos les felicita por su buen hacer. Otros reciben alguna reprimenda. A veces hay una bonificación económica, un ascenso o la oferta de pagar los estudios del hijo durante un año. Otras veces hay amenazas veladas por si no mejora la conducta. Muchos empleados se emocionan porque parece que el jefe por fin les entiende. Afirman que ahora tiene más ganas que nunca de trabajar bien.
Un jefe que se mete en la piel de sus empleados, hasta sufrir humillaciones, gana a pulso la lealtad de sus subordinados. El apóstol Pablo explica a los filipenses que esto es lo que ha hecho el Hijo de Dios viniendo a este mundo. Se ha quitado la corbata, se ha puesto el mono azul, y ha servido como uno más. Entiende la situación de cada uno. Ha sido niño, joven y adulto. Ha vivido en la pobreza, ha sufrido la soledad y el rechazo. Ha conocido el dolor. A pesar de todo, ha seguido fiel a Dios. Viéndole a él, los demás aprendemos cómo tiene que vivir un ser humano en un mundo averiado.
El ejemplo hace que la verdad asuma otras dimensiones. Una verdad teórica se vuelve intensamente real cuando la vemos encarnada en una persona de carne y hueso.
Jesucristo dice "el que me ha visto a mí, ha visto al Padre". Para formar un concepto adecuado del amor y la justicia de Dios, necesitamos ver esas cualidades encarnadas en alguna persona. Alguna persona cercana, cuya vida saca a la luz lo que se anida escondido en su corazón. Pablo pone su propia vida como ejemplo para los filipenses, y también cita a Timoteo y Epafrodito como modelos a seguir. Necesitamos modelos para aprender cómo vivir la vida cristiana. El autor de Hebreos dice "Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe" (He 13:7). Además de modelos, hacen falta mentores: personas que se interesen por nosotros y se comprometan a ayudarnos a crecer como seguidores de Jesucristo. Timoteo y Epafrodito son modelos para los filipenses; Pablo es su mentor.
La necesidad de modelos
La tinta invisible se ve con la aplicación del calor. El viento se hace visible con el movimiento de las hojas de los árboles. La electricidad se pone de manifiesto cuando la bombilla se enciende. Con las cualidades invisibles que se mueven en el fondo del corazón humano, es más difícil. "Como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre" (Pr 20:5). Algo tiene que pasar para que los misterios del corazón suban a la superficie y sean percibidos por los demás.
Cuando el Señor dice que había otro espíritu en Caleb, es porque este príncipe de la tribu de Judá insistió en que el pueblo debía subir a tomar posesión de la tierra de Canaán. No se arredró cuando los diez espías soliviantaron a todo el pueblo. No se achicó cuando la multitud gritó, lloró y habló de apedrearle con Josué, Moisés y Aarón. Tenía otra cosa en el corazón, y aquello se vio en esto: "decidió ir en pos de mí" (Nm 14:24). Los secretos del corazón se muestran en las decisiones que la persona toma. Cuando Samuel le dice al rey Saúl que el Señor ha buscado un varón conforme a su corazón, la prueba de ello sería que David iba a guardar todo lo que Dios mandara (1 S 13:14). Los movimientos del corazón se aprecian en los comportamientos de cada día.
La destreza de un cocinero se muestra en los platos que prepara. La excelencia de un deportista reluce en los partidos que gana. De la misma manera, Dios - para demostrar la excelencia de sus virtudes - se encarnó en la persona de Jesucristo y vivió entre nosotros. Había algo que teníamos que ver con nuestros propios ojos. La teoría no era suficiente. Había demasiadas malas enseñanzas y conductas perversas entre las personas que decían representar a Dios. Necesitábamos una demostración clara del carácter divino y la respuesta adecuada y deseable del ser humano. Es lo que puso delante de todos Jesucristo con su forma de ser.
La santidad de Dios. Jesús demostró el carácter del Señor como luz, radicalmente opuesto a todo mal, un dato que había quedado encubierto. Muchos habían puesto en tela de juicio el comportamiento del Señor con Israel, dejando que los babilonios los llevaran al cautiverio y luego dejando pasar cuatro siglos sin profeta. ¿Dios sería bueno de verdad? ¿De verdad obraba correctamente?
Para otros, la ética no tenía utilidad alguna para sobrevivir en este mundo cruel: Pilato espeta "¿Qué es la verdad?", como si se tratara de un concepto trasnochado (Jn 19:38). Otros se habían convencido de que Dios nunca intervendría: "Jehová ni hará bien ni hará mal" (Sof 1:12). Otros habían decidido que Dios es un producto de la imaginación, un invento humano: "Estas cosas hiciste, y yo he callado; pensabas que de cierto sería yo como tú..." (Sal 50:21). Jesús hizo visible el bienhacer constante de Dios, hasta el punto de poder desafiar a sus adversarios: "¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?" (Jn 8:46).
El amor y la fidelidad de Dios. Después de tantos años de silencio y tanto sufrimiento por parte del pueblo de Dios, se había vuelto borroso el carácter amoroso del Señor. No se veía su empatía, su misericordia, su intenso deseo de bien para sus criaturas. Las promesas de que había de bendecir a los suyos, y eso de manera permanente, parecían quedar sin cumplimiento. "¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa?" (Sal 77:8). Israel decía "Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí" (Is 49:14). Jesús manifestó de nuevo la realidad del amor y la fidelidad del gran "Yo soy".
El significado del juicio divino. Algunos habían transformado la doctrina del juicio en una apología xenófoba: venganza contra los extranjeros y favores para los hijos de Abraham. Jesús, sin embargo, recuerda que muchos vendrán de oriente y occidente al reino de Dios, y que la conexión racial con Abraham no garantiza la bendición del Señor. Insiste en que ha venido para salvar a los hombres, no para destruirlos (Lc 9:56).
Lo que demuestra Jesucristo es que Dios no juzga como para defender su reputación ultrajada (como el espadachín del s. XVII que reta al adversario por un punto de honor). Dios no es un tirano que diga "cree en mí o te mando al infierno", sino un buen soberano empeñado en crear un mundo nuevo para los suyos, donde nada sucio pueda estropear su felicidad. Jesús recupera el espíritu de Aquel que insiste que el juicio es su "obra extraña" (Is 28:21) y que no aflige voluntariamente a los hijos de los hombres (Lm 3:33).
Cuando Jesús dice "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón..." (Mt 11:29) descubre el corazón de un Dios que no se deja llevar por arrebatos vengativos (porque es manso), ni tampoco se afana por apuntalar un nombre cuestionado (porque es humilde). ¿Quién se imaginaría que un Dios omnipotente pudiera ser manso y humilde? Era necesaria la encarnación para ponerlo de manifiesto.
La verdadera intención de los mandamientos. Cuando Jesús sana repetidamente en el día de reposo, es para aclarar que la ley del reposo es para facilitar un encuentro semanal con el Señor, para que éste aporte sanidad a las personas. Cuando Jesús declara limpios todos los alimentos, es para demostrar que las normas alimenticias eran un medio para enseñar a discernir entre conductas buenas y malas, no un fin en sí mismas. Cuando Jesús acusa a los fariseos de diezmar la menta de su huerta e ignorar la justicia, la misericordia y la fe, es para recordarles que el objetivo último de todo lo que Dios manda es que aprendamos el amor: amor a Dios y amor al prójimo.
Las glorias del reino de Dios. Cada sanidad que realiza Jesús apunta a las condiciones de vida que se darán cuando empiecen los días de Mesías:
(Is 35:5-6) "Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad."
Si Jesús sana a un leproso, es para anunciar que la muerte en vida quedará vencida. Si echa fuera un demonio, es para anunciar que el diablo y sus huestes quedarán desterrados para siempre. Jesús abre el apetito de la gente para que vuelvan a desear la llegada del reino y crean en Aquel que ha de introducirlo.
La promesa del Salvador. Con el Desastre en el Edén, el Señor había anunciado que alguien vendría para arreglar la situación humana (Gn 3:15). Sería fuerte: desharía todos los efectos de la caída (culpa, tristeza, sufrimiento, violencia, muerte). Sufriría una herida, dando su sangre para lograr la salvación. El anuncio, siendo algo que Dios haría de forma unilateral, invitaba a la sola fe: simplemente había que creer en ello. La esencia de todos los rituales en Israel, lo que daba sentido al sacerdocio, los sacrificios, el tabernáculo, las fiestas anuales, y todas las ordenanzas, era la promesa del Redentor. Todo la ley escrita giraba en torno a esta promesa, como la llave hermenéutica que abría el significado de las Escrituras.
Pero la llave se había perdido. Los que enseñaban en Israel atribuían mérito al cumplimiento del ritual. Era como si el hecho de ofrecer el cordero supusiera un mérito, y no la fe en lo que el cordero representaba. Se pensaba que el hombre era capaz de agradar al Señor y conseguir la bendición si se esforzaba bastante. La idea de que otro - el Salvador prometido - tenía que efectuar la solución ya no se predicaba. Por eso Jesucristo dice a los enseñadores de Israel: "¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley! Porque habéis quitado la llave de la ciencia..." (Lc 11:52). Jesucristo recordaba la promesa antigua mientras enseñaba en las sinagogas.
También hacía falta una encarnación para aclarar cuál era la respuesta correcta del hombre frente a Dios. Jesucristo vino no sólo para aclarar los aspectos del carácter de Dios que se habían perdido de la memoria colectiva de Israel, sino también para aclarar cómo debían vivir las personas. Un Dios-hombre podría entrar en el mundo de los seres humanos y demostrar claramente cuál era su papel. Siendo hombre, prescindiría de apoyos sobrenaturales. Siendo Dios, daría la respuesta perfecta en todas las situaciones. Así Jesucristo deja evidentes varias facetas de la obligación humana.
Demuestra qué significa amar a Dios de todo corazón. Era lo que exigía el pacto (Dt 10:12-13), pero ¿aquello realmente es posible en un mundo tan retorcido como el que nos ha tocado vivir? Jesús demuestra que sí. Estaba lleno de celo por la gloria de Dios ("el celo de tu casa me consume", (Jn 2:17), pero al mismo tiempo totalmente accesible a las personas. No era un beato etéreo, sino un maestro cercano.
Demuestra qué significa obedecer a Dios en todas las cosas. Jesús insiste en que no hace su propia voluntad, sino la voluntad del Padre, en todo (Jn 6:38). Encarna el convencimiento de que los mandamientos del Señor no son gravosos, sino el gozo de su corazón. Cumple con toda la tarea que le ha dado el Padre (Jn 17:4). Pero ese compromiso con la obediencia no lo convierte en un personaje severo, áspero, distante, exigente con los demás.
Demuestra qué significa confiar en Dios en medio de las dificultades. Jesús nunca hace milagros para cubrir sus propias necesidades. Deja aparcado el libre ejercicio de sus atributos divinos para vivir en la tierra como el resto de los mortales. En medio de las tempestades y el sufrimiento, sigue confiando en los buenos propósitos del Padre. Hasta sus enemigos lo reconocen: "Confió en Dios" (Mt 27:43).
Demuestra qué significa seguir fiel a Dios hasta el final. Jesús se somete a la voluntad de Dios sin recompensas inmediatas. Encomienda la causa al que juzga justamente, esperando la vindicación que llegará (1 P 2:23). En vez de huir o combatir, encaja el sufrimiento con oración al Señor (He 5:7).
Demuestra qué significa amar a las personas. Jesús se interesa por las necesidades inmediatas de todos, pero siempre da prioridad a la salvación eterna. Todos tienen acceso a su persona: niños, mayores, judíos, gentiles, hombres, mujeres, sanos y enfermos. Viene a servir, no a ser servido (Mr 10:45). Jesús lleva este servicio hasta la extenuación, atendiendo a los enfermos toda la noche sin dejar a ninguno sin la cura que necesita (Mt 8:16).
Demuestra qué significa estar lleno de la Palabra de Dios. El salmista había indicado que Cristo diría, "tu ley está en medio de mi corazón" (Sal 40:8), y se ve a Jesús con doce años lleno de conocimientos de la Palabra de Dios. En sus tentaciones siempre contesta con la Palabra, e interpela a sus adversarios con un "¿no habéis leído?". Jesús da ejemplo de lo que debe ser la experiencia de cada creyente.
Demuestra cómo encajar el rechazo, el odio, la traición y la muerte. No son experiencias agradables, pero para muchos hombres y mujeres constituyen el pan de cada día. Jesús da ejemplo de la respuesta del creyente: por un lado tratando a los adversarios con la prudencia de la serpiente y la sencillez de la paloma, y por otro aceptando el sufrimiento - en la voluntad de Dios - como un cordero que va al matadero. Hasta en su muerte Jesús ilustra la postura adecuada del hijo de Dios: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Las limitaciones de un modelo deficiente
La película Thirteen (2003) retrata las experiencias de una chica que busca su lugar en el instituto y su identidad en el mundo. A Tracy le gustan los estudios y la literatura. Ella y sus amigas son tiernas, inocentes. Un día, cuando se da cuenta de que todos los chicos están prendidos de Evie, la chica más sexy del insti, Tracy decide cambiar de rumbo. Empieza a pasar tiempo con Evie: la sigue a las tiendas de moda, la invita a su casa, y poco a poco acaba imitando sus costumbres. Cambia su forma de vestir, prueba el tabaco y la cerveza, empieza a robar dinero, se hace un piercing en la lengua. Sale de fiesta, prueba pastillas, busca sexo. Se vuelve gritona con su madre y suspende todas las asignaturas del curso. Se hunde en la depresión y acaba cortando sus antebrazos cada noche con un cuchillo.
Lo que queda claro a lo largo de esta película es que Tracy no tiene modelos en casa. Sus padres están separados. Su madre se recupera del alcoholismo y lucha por reinventar su vida. El novio de la madre es un ex-adicto al crack. La incomunicación familiar la empuja a refugiarse en los amigos del instituto, sobre todo en Evie. Pero Evie tampoco vale como modelo. Su hogar es tan disfuncional como el de Tracy. Su carrera alocada de sexo, alcohol y drogas tampoco la llena. Sólo sirve para arrastrar a Tracy en pos de sí, y luego acaba abandonándola.
Los modelos nos sirven para muchas cosas en la vida. Aprendemos pasos de baile o la conducción del coche de otro que nos enseña. Afeitarse, maquillarse, cocinar, practicar un deporte difícil: todo ello requiere que alguien vaya delante y nos aclare los misterios. Pero la vida entera es mucho más, y muchas veces nos encontramos como ciegos en una casa tan oscura como "La mansión de Shin Lu" del programa televisivo "Me resbala". Alguien tiene que enseñarnos el camino. Pero tiene que ser alguien cualificado para ello. Jesús dice que si un ciego guía a otro ciego, los dos acaban cayéndose al barranco.
Aprender de los amigos, sobre todo los guapos e influyentes, tiene inconvenientes. En primer lugar, son de nuestra misma edad, lo cual significa que adolecen de las experiencias que puede tener un adulto. No tienen tanto rodaje como para decirnos "este es un buen camino" y "aquello es un mal camino". Como modelo, necesitamos a alguien que vaya por delante de nosotros en la aventura de la vida. El apóstol Juan se dirige a los creyentes mayores llamándoles "padres" y diciendo que conocen al que es desde el principio (1 Jn 2:13). Ser más avanzado en la fe aporta perspectiva sobre los asuntos de la vida, y esa perspectiva es justo lo que necesitan los más jóvenes.
Los amigos suelen compartir nuestra misma situación de vida. Somos estudiantes y ellos también. Puede que estemos trabajando, y ellos también están en esa misma etapa vital. Tal vez seamos solteros, y ellos también lo serán. Sin embargo, hay experiencias que pueden tocar en un día futuro: hoy somos solteros, mañana podríamos casarnos y tener familia. Hoy estudiamos, mañana podríamos estar trabajando. Hoy vivimos en la casa paterna, mañana podríamos independizarnos, pagando hipoteca y conviviendo con vecinos. Es una gran ventaja tener como modelo a alguien que ha pasado a otra situación más avanzada, que hoy desconocemos pero algún día podría ser nuestra experiencia también.
Otro inconveniente de plantear a los amigos como modelo a seguir es que no vemos las consecuencias futuros de los caminos que eligen hoy. No vemos cómo el más porrero acaba tonto en cinco años. No vemos cómo el más promiscuo acaba con enfermedades que entorpecen su vida de matrimonio. No vemos cómo el más consumista acaba vacío en la mediana edad, por la falta de valores duraderos.
Luego puede haber amigos que no valen como modelo por sus carencias personales. Pueden ser personas inestables o personas presumidas, personas egoístas o personas insensibles. Pueden ser personas iracundas o déspotas. Sería mejor tener como modelo a alguna persona coherente que tuviera valores sólidos y también se interesara por nosotros sinceramente. No sólo quiere usarnos para sus propios fines sino busca nuestro bien verdaderamente.
El valor de un buen modelo (Fil 2:19-30)
Si el Hijo de Dios tuvo que venir a la tierra en persona para que recuperáramos aspectos olvidados del carácter del Señor y para que aprendiéramos cómo vivir ante Dios en este mundo, entonces el mundo también necesita que los cristianos plasmen ante sus ojos la realidad de la vida de Dios. Si Jesús decía "venid y ved" a los que tenían dudas (Jn 1:39), es porque los invitaba a contemplarle de cerca. Los que le seguimos estamos llamados a extender la misma invitación. No porque encarnemos el misterio del Dios-hombre, sino porque estamos puestos para representar el carácter de Jesucristo en carne y hueso. Dios le dice a Moisés "te he constituido dios para Faraón" (Ex 7:1). Moisés no era Dios, pero representaba a Dios al rey de Egipto.
Los que no conocen al Señor y los que son jóvenes en la fe necesitan ejemplos, modelos, mentores. Necesitan a personas de carne y hueso que - en un contexto de confianza, conversación, amistad - puedan demostrar en qué consiste esto de andar con Dios. Su forma de ser aclara cómo es Jesucristo y su ejemplo deja evidente cuál es la forma adecuada de relacionarse con el Señor. Por ese motivo, el apóstol Pablo constantemente remite a los creyentes a su propio ejemplo. No es un ejercicio de vanagloria. Pablo no presume de ser un gran personaje. No se gloría en sus atributos personales. Más bien entiende que hay conceptos que los hermanos entenderán mejor - para luego aplicarlos en su propia vida - si pueden verlos ilustrados en la vida del apóstol.
(1 Co 4:16) "Por tanto, os ruego que me imitéis."
(1 Co 11:1) "Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo."
(Fil 3:17) "Hermanos, sed imitadores de mí."
En la carta de Filipenses, Pablo nombra a dos personajes claves, dos hombres que destacan por su ejemplo. Menciona a Timoteo y Epafrodito porque ellos representan un buen modelo para los hermanos. Timoteo destaca por la sinceridad de su preocupación por los demás (Fil 2:20). Se entiende que piensa en los filipenses, ora por ellos, pregunta por ellos, se supone que se interesa por cada uno por nombre y por cada detalle de sus vidas. No es un afán de cotilleo sino una preocupación por la persona total.
Cuando alguien se desvive por servir a los demás, es una cualidad a imitar. Es lo que buscaba el mayordomo de Abraham cuando viajó hasta Mesopotamia para buscar esposa para Isaac. Si alguna chica sacaba agua no sólo para él sino también para los camellos, el detalle confirmaría que en ella había un corazón desinteresado (Gn 24:13-14).
Timoteo también destaca por la constancia de su servicio (Fil 2:22). Lo suyo no se trata de arrebatos entusiastas, sino del firme propósito de perseverar en hacer el bien. Es a lo que Pablo se refiere en otro lugar: "No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos" (Ga 6:9). A veces no hay resultados a la vista. A veces las personas no agradecen el servicio prestado. A veces cuestionan la calidad de nuestro servicio, y nosotros mismos somos conscientes de haber podido servir mejor.
En tercer lugar, se aprecia en Timoteo una postura respetuosa hacia la autoridad (Fil 2:22). Pablo dice "como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio". Pablo merecía respeto por su antigüedad en el evangelio, por su formación y por su experiencia en el campo misionero. No tenía una relación contractual con Timoteo, no le iba a despedir si no cumplía con sus obligaciones. Pero el joven muestra el debido respeto hacia sus mayores, y honra al apóstol a cada paso en su ministerio compartido. Es un modelo a seguir.
Luego el apóstol dice que envía a Epafrodito de vuelta a Filipos (Fil 2:25-30). Epafrodito había hecho un largo y peligroso viaje hasta Roma para expresar la solidaridad fraternal de la iglesia con Pablo, como también para llevarle una ofrenda que habían recogido entre los hermanos. Parece que se había enfermado por el camino y que su condición había empeorado en Roma, tal vez porque insistía en acompañar a Pablo en la cárcel, durmiendo en el suelo y soportando el frío y la humedad. Los hermanos habían recibido noticias de la gravedad de la condición de Epafrodito, de que estaba próximo a la muerte, y se habían preocupado sobremanera. Pablo les dice en la carta que su compañero estaba mejor y que por eso le mandaba de nuevo a Grecia para que los hermanos al verle pudieran estar tranquilos. Varias cosas acerca del compromiso espiritual de Epafrodito llaman la atención. Son cualidades que lo convierten en buen ejemplo a seguir.
Asume peligros, cansancio, gastos y enfermedad como "gajes del oficio" de servir. No le importa emprender un viaje largo y peligroso. No le importa acompañar a Pablo en la cárcel. El esfuerzo es una cuestión secundaria, la prioridad es ayudar a otra persona, cueste lo que cueste. Si Jesús dice que la esencia de seguirle es negarnos a nosotros y tomar la cruz cada día, necesitamos a personas de carne y hueso que nos pueden demostrar ese compromiso en la vida real.
Se identifica con la angustia del otro. Epafrodito sufre porque sus hermanos en Filipos han oído de su enfermedad y están con mucha ansiedad al respecto. El siente la angustia de ellos, padece con ellos (significado de "compadecer"). También sufre Pablo; dice que enviará a Epafrodito para que él (Pablo) esté con menos tristeza (Fil 2:28). La conmoción de los filipenses es tristeza para Pablo. Esta característica, de gozarse con los que se gozan y llorar con los que lloran, es una virtud espiritual básica.
Toma el poco servicio de otros como estímulo para servir más (Fil 2:30). Muchas veces ocurre lo contrario. Vemos que nos estamos esforzando mucho y otros no levantan un dedo, y eso molesta. Con Epafrodito no era así. Al ver que nadie entre los filipenses podía o quería ir a Roma, él se ofrece. Esto es como lo que Jesús dice a Pedro al lado del mar de Tiberias. Cuando Pedro pregunta por el servicio de Juan, Jesús le responde "¿Qué a ti? Sígueme tú." En otras palabras: "No te fijes en lo que hacen o dejan de hacer los demás. Ponte las pilas y entrégate tú al servicio".
Necesitamos modelos que nos ilustran cómo funciona la vida cristiana. Personas que van por delante de nosotros en la carrera cristiana. Un joven necesita ver el ejemplo de un hombre mayor que él, cuya vida reúne las condiciones de un auténtico discípulo de Cristo. Una joven necesita el modelo de una mujer más experimentada en la vida de fe. Los solteros necesitan el ejemplo de matrimonios cristianos que han seguido juntos muchos años, y siguen con esas miradas cómplices y esas ganas de andar en sintonía. El estudiante necesita un modelo de alguien que trabaja, y que sepa hacerlo cristianamente. Los modelos sacan a la luz las cualidades escondidas del corazón y nos muestran cómo seguir a Jesús en este mundo lleno de baches.
Algo mejor que un modelo: un mentor (Fil 3:1-11)
El modelo es alguien a que observas de lejos. Te fijas en su vida y sacas lecciones para tu propio provecho. Un mentor es otra cosa. Es alguien que se preocupa activamente por ti. Ora por ti, te lleva en el corazón, busca la manera de pasar tiempo juntos. Es lo que el apóstol Pablo hace con los filipenses. Les manda la carta porque está pensando en ellos, aun en medio de su propio sufrimiento. Quiere enseñarles cosas, quiere ayudarles en el aspecto importante de la vida: su caminar con Dios. En (Fil 3:1-11) se aprecian varios aspectos de lo que es un mentor.
Es alguien con empatía. Comprende tu situación, se identifica con tus problemas. No busca la manera de juzgar, sino buscar la manera de ayudarte a llevar la carga. Pablo les llama "hermanos" muchas veces y transmite que sólo busca su bien espiritual (Fil 3:1). En otros lugares les llama "amados míos" (Fil 2:12) o "hermanos míos, amados y deseados, gozo y corona mía" (Fil 4:1).
Anima a que te acerques a Cristo. Cuando Pablo dice "gozaos en el Señor" (Fil 3:1), el énfasis no está puesto en el "gozaos" sino en "el Señor". No es un "venga, anima esa cara", sino una exhortación a que recuerden lo grande que es el Señor y cómo el Señor puede ser una fuente de satisfacción en medio de cualquier situación. Cuando los primeros discípulos oyen a Juan el Bautista, siguen a Jesucristo (Jn 1:37). El buen mentor produce el mismo efecto.
Enseña según tu momento vital. Pablo les dice "guardaos de los perros" (Fil 3:2) porque es consciente de que por allí andan maestros que se infiltran en las asambleas para enseñar que los conversos no judíos deben practicar la circuncisión. Pablo podría hablar de otras cosas, pero en este momento ésta es la necesidad. Jesús se había referido al mayordomo fiel y prudente que a su tiempo daba la ración adecuada a los criados de la casa (Lc 12:42). Algunos necesitan leche, otros necesitan carne. Un buen mentor sabe qué conceptos impartir y en qué momento. No se esfuerza por impartir un temario, sino tratan los temas que la vida misma suscita.
Abre su corazón. Si el cordial consejo ("consejo del alma") del amigo alegra al hombre (Pr 27:9), un buen mentor saca de su tesoro vital las experiencias aprendidas porque sabe que éstas servirán para orientar al más joven en la fe. En este caso Pablo repasa cómo había aprendido que Cristo tenía que ser todo, que sus méritos religiosos eran una basura, que lo único que importa es conocer más y más a Cristo, tanto en el poder de su resurrección como en la participación de sus sufrimientos. Pablo habla de todo esto porque sabe que su ejemplo estimulará a los filipenses en el mismo sentido.
Necesitamos a modelos y necesitamos a mentores. Podría ser un tema de oración constante. Pero también nos toca abrir los ojos para fijarnos en las personas que podrían aportar algo valioso a nuestra vida, no como amiguetes en la misma condición que nosotros, sino como veteranos en la vida con Jesús.
El ejemplo de un veterano te enseña a gestionar la vida de Dios
Comentarios
Jose Gregorio Hernandez (Estados Unidos) (16/09/2019)
Era justo lo que estuve buscando, estoy orando al Señor para mentorear a unos nuevos creyentes y sólo necesito la sabiduria en los buenos consejeros, gracias de verdad. Dios les bendiga.
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