Estudio bíblico: El cambio - Filipenses 1:27-2:18
El cambio - Filipenses 1:27-2:18
La doctora Stone y el teniente Kowalski, enviados a reparar el telescopio Hubble, reciben la noticia de que los rusos han destruido un satélite y que los restos se acercan a gran velocidad. Sólo tienen un par de minutos para abortar la misión. Tardan demasiado tiempo, y los residuos volantes chocan con el telescopio y con el transbordador. Stone acaba flotando a la deriva, pero Kowalski la alcanza con un equipo de cohetes propulsores. Inutilizado el transbordador, los dos deciden tratar de llegar a la Estación Espacial Internacional, a unos 1500 km. de distancia. Cuando llegan e intentan agarrarse de la nave, las piernas de Stone se enredan en el paracaídas del módulo Soyuz. Echa mano del arnés de Kowalski para sujetarle y evitar que se aleje flotando al espacio. Pero Kowalski, para salvarle la vida a Stone y permitir que ésta se meta en la estación espacial, abre el mosquetón de su arnés y se despide flotando, para que los dos no sean arrastrados de nuevo al espacio sin oxígeno ni combustible. Se condena a una muerte segura con el fin de salvar a Stone.
La gesta de Kowalski - sacrificándose para salvar la vida de la doctora - es el núcleo de la trama de la película de 2013 Gravity, con Sandra Bullock y George Clooney. Retrata el espíritu de cualquier misión de rescate: afrontar el peligro con el fin de salvar a otro. Podría ser el equipo de Protección Civil que rescata a un niño caído a un pozo, o un comando de ejército que se mete en una selva colombiana para liberar a los rehenes de un grupo terrorista. Podría ser un retén que lucha contra un incendio forestal para rescatar a un grupo de domingueros rodeados por el fuego, o podría ser un equipo marino de la Guardia Civil que se lanza al agua para rescatar a los náufragos de un accidente en alta mar. Podría ser una operación militar para sacar a civiles indefensos de una zona de guerra. En todos estos casos, cuando prevalece una mentalidad de "misión de rescate", las personas implicadas se exponen al peligro, hasta el punto incluso de dar la vida si fuera necesario, para salvar a otros.
La mentalidad de "misión de rescate" es un compromiso de amor sacrificado. Es entrega. Es arriesgarlo todo para ayudar, proteger, liberar a otro. Es meterse en la boca del lobo sin que importe el coste personal. Es como David, cuando se enfrenta a un león o un oso para arrebatar a un cordero indefenso de la boca de la fiera (1 S 17:34-35).
Esta actitud es todo lo contrario a lo que normalmente mueve a las personas. La actitud normal y corriente es la de la autopreservación: buscar lo mío, conservar lo mío, evitar peligros, salvar el pellejo a toda costa. ¿Sería posible cambiar esta actitud? ¿Es posible que una persona egoísta llegue a ser una persona impregnada del amor sacrificado?
En el Antiguo Testamento hay un precedente. Uno de los hijos de Jacob, Judá, participa en el atropello contra su hermano José. Los hermanos de José le desnudan, le dan una paliza y le echan a una cisterna. Se sientan a comer, insensibles a sus llantos y ruegos. Luego a Judá se le ocurre vender a José a una caravana de mercaderes que van camino a Egipto. En todo momento demuestra ser un hombre absolutamente frío y despiadado: insensible al dolor del hermano, privado de solicitud hacia su padre, movido sólo por las ganas de comer y ganar dinero. Pero algo cambia. Después de 20 años, otro espíritu ha prevalecido, y Judá acaba ofreciendo su vida para salvar a su hermano Benjamín (Gn 37:26-28) (Gn 44:32-34).
La transformación que ocurre en el corazón de Judá demuestra que Dios es capaz de reproducir en personas la misma actitud que le movió a él cuando vino a este mundo en misión de rescate. El Hijo de Dios "se despojó" para buscar y salvar lo que se había perdido. Es la misma actitud que el apóstol Pablo quiere ver reproducida en los filipenses y en nosotros.
Los motivos del cambio
El apóstol ha explicado que aunque encarcelado en Roma, es libre de corazón. La persona que aprende que "para mí el vivir es Cristo", cuyo corazón está lleno de las excelencias del Señor, es la persona que anda por encima de todas las circunstancias que a veces nos limitan y nos condicionan. Levanta alas de águila en medio de las situaciones difíciles. Pero Pablo desea algo más: que los filipenses no sólo se consuelen sabiendo que él está bien de ánimo, sino crezcan en el mismo espíritu que le mueve a él: el amor sacrificado. Está en la cárcel de Roma porque había llevado una ofrenda a su pueblo Israel (Hch 21). Antes había dado con sus huesos en la cárcel de Filipos por haber librado a una joven de un demonio. En cada caso sufría por hacer el bien. Y este es el espíritu - dice a los filipenses - que el Señor quiere reproducir en cada uno de sus hijos, el compromiso de buscar el bien del otro, cueste lo que cueste.
El apóstol plantea varios motivos para abrazar el amor sacrificado: cuando dice "solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo" (Fil 1:27), se refiere a una Buena Noticia que ha producido algo grande en sus vidas. Es una noticia acerca de Jesucristo, que demuestra una y otra vez durante su vida que lo único que busca es el bien del otro, aunque esto le cueste sacrificios de todo tipo. Los viajes de Jesús por los pueblos de Galilea, predicando en las sinagogas, responden a esa dinámica. Duerme a raso, come malamente, recorre los caminos andando, todo con el fin de acercar el mensaje del reino de Dios (Mt 4:23). A veces no tiene tiempo ni para comer, porque está ocupado atendiendo a mucha gente con sus necesidades (Mr 3:20) (Mt 6:31). En una ocasión se levanta de la mesa en casa de Mateo - dejando la comida en el plato - porque Jairo ha venido con una petición urgente de ayuda (Mt 9:19). Jesús dice "voy", porque le mueve la necesidad del otro, no su propia comodidad.
Una vez Jesús pasa toda una noche sanando enfermos en casa de la suegra de Pedro, atendiendo a las personas una por una hasta que todos reciben curación. Al día siguiente está tan reventado que se queda dormido en la barca, cruzando el Mar de Galilea en plena tempestad. No le importa su propio bienestar, sólo piensa en cómo ayudar a los demás (Mt 8:16). Cuando lleva a los discípulos aparte para que descansen (y coman, pues no han podido probar bocado) y le informen de su viaje evangelizador, la multitud le sigue. En vez de molestarse por la importunidad de las masas, Jesús tiene compasión de ellos y se dedica a enseñarles. No protesta que necesita un día libre, que ya está bien esto de pensar tanto en los demás. La necesidad de otros le conmueve de tal manera que sacrifica su propio bienestar por ayudarles (Mr 6:34).
Cuando las hermanas de Lázaro envían una petición de ayuda a Jesús, se levanta para ir a su casa, a pesar del gran peligro que esto supone por los enemigos que le acechan constantemente (Jn 11:7-8). Luego insiste en seguir viajando a Jerusalén, aunque sabe perfectamente que allí será prendido, azotado y muerto (Mt 20:18). Al llegar a la ciudad, echa a los cambistas del templo porque el barullo del mercadillo impide que los gentiles puedan acercarse a Dios. Los discípulos se acuerdan de la frase del salmo, "el celo de tu casa me consume" (Jn 2:17), pero lo que mueve a Jesús a celo no es un afán de publicidad, sino la necesidad de los extranjeros que buscan a Dios. Aunque su gesta despierte la ira de las autoridades y ponga en peligro su integridad física, sólo le importa el bien espiritual de la gente. Arriesga su vida por ayudarles a ellos. En el templo, rodeado de enemigos, se preocupa por los ciegos y cojos que necesitan el toque divino (Mt 21:14) Incluso en la cruz, en medio de su propio sufrimiento, Jesús sigue pensando en los demás: en las hijas de Jerusalén, en el ladrón en la cruz de al lado, en los verdugos, en su madre (Lc 23:28,34,43) (Jn 19:26).
El evangelio es una buena noticia no sólo de cómo Jesucristo se ha comportado durante su ministerio - sacrificándose para atender a los demás - sino de lo que ha logrado su muerte en la cruz. Su muerte fue una sustitución: Dios ha aceptado la muerte de su Hijo en vez de exigir la muerte del pecador. Dios acepta la obediencia extrema de su Hijo en vez del fracaso moral del pecador. Cuando una persona oye el mensaje de la cruz y lo cree de todo corazón, el evangelio surte un efecto tan benéfico que todos los que lo han experimentado sienten gratitud. El evangelio supone el perdón de pecados, la implantación de la vida eterna, la justificación ante Dios, una paz de corazón, un propósito en el mundo, una nueva familia de la fe y una esperanza futura del reino de Dios.
¿Has conocido alguna vez a alguna persona que se haya sacrificado por tu bien con tanta resolución, con tanta entrega, con tanta sinceridad, con tanta sabiduría - sin pensar ni un momento en sus propios derechos o necesidades - como Jesús? El amor de una madre que se entrega por sus hijos podría parecerse a ello, pero a veces las madres confunden los términos. A veces su entrega esconde matices de autorealización o de control. Hay madres que se vuelcan en sus hijos porque el amor del marido no satisface o para ver cumplidas sus propias aspiraciones, o incluso para recuperar su propia juventud (haciéndose un tatuaje o un piercing, llevando zapatillas Converse: "es que mi hija y yo somos BFF"). Hay madres sobreprotectoras que no entienden que no deben hacer de todo por el hijo sino fomentar su desarrollo emocional, enseñarle a asumir responsabilidades y prepararse para la independencia. Jesucristo, sin embargo, lo hace todo bien. "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20:28).
Luego aparece otro motivo en (Fil 2:1). Las frases amontonadas - "consolación en Cristo, consuelo de amor, comunión del Espíritu, afecto entrañable, misericordia" - apuntan a una sensación intensa de amor, del amor de Dios, derramado en el corazón y experimentado con otros a nivel comunitario. Otras personas de la iglesia, movidos por el amor de Dios en su corazón, hacen que el amor de Dios se palpe en el trato entre nosotros. Son conversaciones, una preocupación sincera, alguna llamada, algún detalle. En otro texto el apóstol dice que "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" (Ro 5:5). Es la certeza interior de que "Dios está por mí, defiende mi causa, vela por mi bien". Lo sabes, no se queda en mera teoría. El amor de Dios inunda tu corazón y sientes en tu alma su sonrisa complacida, seguro de que por Cristo eres "acepto en el Amado" (Ef 1:6).
El primer motivo es algo grande: el amor sacrificado de Jesucristo por ti. El segundo motivo es algo relacionado con el amor de Dios hecho real en tu interior, debido a la obra de Cristo en la cruz. Queda otro motivo más, el tercero. (Fil 2:13) dice "porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad". Pablo se refiere a una reforma continua en el corazón de la persona. El Espíritu de Dios abre la mente, inclina el corazón y refuerza la voluntad para movernos a seguir avanzando en los caminos del Señor. El Espíritu trabaja constantemente para renovar y restaurar. Si Dios trabaja de esta manera constante, quiere decir que la sanidad seguirá llegando. La restauración sigue en marcha. La transformación avanza. Jesús dice "mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo" (Jn 5:17). El sigue trabajando en nosotros para perfeccionar la buena obra que comenzó.
Dios ha hecho algo grande y bueno (Fil 1:27). Tiene que ver con la experiencia real de su amor en nosotros (Fil 2:1). Se colma con la certeza de que él obra de manera continua y constante para llevarnos hacia la puesta en práctica de su voluntad (Fil 2:13). Todo esto nos anima a plantear el amor sacrificado como un objetivo personal, como una actitud que debe y puede crecer en nosotros. Es asumir como meta personal una mentalidad de "misión de rescate".
El rostro del cambio (Fil 1:27-30)
Pablo espera que algo muy concreto ocurra dentro de los filipenses. Espera que la disposición que han visto en él - tanto en Filipos como ahora en Roma ("teniendo el mismo conflicto que habéis visto en mí, y ahora oís que hay en mí", (Fil 1:30) - se reproduzca en ellos. Es el amor sacrificado, la norma y meta para el cristiano. Precisamente para eso Dios ha tocado nuestra vida. Esto es "aquello para lo cual fuimos asidos por Cristo Jesús" (Fil 3:12): para que el carácter de Jesús aparezca en nosotros y madure en este aspecto específico. Esto será la metamorfosis gloriosa final: no sólo un cambio de apariencia, como Jesús en el monte de transfiguración, sino un cambio de carácter, en que el amor sacrificado llega a dominar nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.
Hay cuatro aspectos del cambio que Pablo desea ver en los filipenses:
Que estén firmes en el evangelio (Fil 1:27), o sea, que sigan profesando ser cristianos sin desfallecer. Si uno se mantiene firme en la profesión de Jesucristo como Señor de su vida, asistiendo a la reunión de los cristianos, orando a Dios y luchando por vivir honestamente, entonces esa decisión - reafirmada todos los días - reporta firmeza a todas las áreas de tu vida.
¿Quisieras ser constante, libre de altibajos emocionales, estable en tus convicciones? ¿Quisieras dejar de ser tan veleta, tan montaña rusa, tan impredecible incluso para ti mismo? ¿Quisieras dejar de vivir eufórico en la gloria un día y hundido por los suelos al día siguiente? La clave está en mantener claro lo que Cristo por el evangelio ha hecho en tu vida.
¿Qué hacemos si tenemos dudas? No es pecado tener dudas, pero el fallo está en no hacer nada al respecto. Repasa en tu mente lo que es Jesucristo: las profecías que cumplió, las enseñanzas que dio, la tumba vacía que dejó, las vidas que cambió. Vuelve a la Palabra de Dios, pidiendo luz y confirmación al Señor. Habla con alguna persona madura en la fe, para que te comparta algo de sus propias experiencias espirituales y ore por ti. Sobre todo, confía en la promesa de que si Dios ha empezado algo grande en tu vida, él se ha comprometido a llevarlo a buen término (Fil 1:6).
Que tengan unidad entre ellos (Fil 1:27). Pablo anima a los filipenses a que se mantengan en un mismo espíritu. Esto significa dar prioridad a lo esencial, que es el mensaje de Cristo. Las personas somos diferentes. Cada uno tiene su temperamento, su punto de vista, sus gustos personales. Podemos ver muchas cosas de distintas maneras. Uno quiere pintar su casa de un color, otro de otro. A uno le va cierto tipo de música, y otro no soporta esas melodías y letras. Uno se viste de una manera, y otro se viste de otra manera. Sobre gustos no hay nada escrito. Pero la idea de mantener un mismo espíritu es valorar como prioritaria la vida de Dios que está en mí y también en mi hermano. Tenemos algo grande en común. Hay mucho más que nos une, que lo que nos separa.
Que sigan combatiendo por el evangelio (Fil 1:27). Pablo no se refiere a un carácter polémico. No dice que seamos peleones, buscando siempre el conflicto. Se refiere más bien a la disposición de insistir en hacer el bien a las personas - amando, ayudando, dando bendición, compartiendo el evangelio - aunque otros no lo entienden o incluso se oponen. El verbo "combatir" es algo de soldados; evoca nociones de sacrificio, esfuerzo y disciplina, todo con el fin de cuidar al necesitado y proclamar el mensaje de vida nueva en Cristo.
Es lo que hizo Jesús. Cuando le dicen que Herodes va a por él, Jesús responde con un sonoro "¿Y qué? Tengo que seguir ayudando a las personas" (Lc 13:32). El apóstol Pablo insiste en llevar una ofrenda de las iglesias a los creyentes de Jerusalén para cimentar la solidaridad fraternal entre la iglesia madre y las iglesias hijas del campo misionero. Es lo correcto. Pero al hacer el bien, Pablo acaba detenido y pasa años en la cárcel. Es justo lo que había ocurrido en Filipos, cuando por sanar a una muchacha poseída acabó en el calabozo. Es el conflicto ("agón", raíz de nuestra palabra "agonía") que los filipenses habían visto en él (Fil 1:30) y que ellos también deben asumir.
Que avancen con Cristo sin miedo (Fil 1:28), o como dice Pablo, "en nada intimidados por los que se oponen". Como los amos de la pitonisa, habría personas que veían en el cristianismo una amenaza a sus intereses económicos. Se decía que los cristianos eran ateos porque no adoraban a los dioses paganos. O que eran antisociales, porque no acudían a las celebraciones patronales. O que eran caníbales, porque comían la carne y la sangre de un tal Jesús. O que eran pervertidos, porque celebraban la reunión de noche, se llamaban "hermanos" y se saludaban con un beso. Siempre habrá acusaciones falsas, impedimentos legales, amistades que se enfrían, y a veces una hostilidad abierta. Pero nada de eso importa, porque Jesucristo merece la pena.
No importa el desprecio de los guapos del instituto. No importa la frialdad de los "protegidos" de la oficina. No importan las falsedades, las mentiras, los rumores que lanzan los envidiosos. El temor a la soledad no nos tiene que paralizar. La Biblia afirma que los ojos del Señor están en todas partes y que él mostrará su poder a favor de los suyos (2 Cr 16:9). Promete que si le ponemos en el primer lugar, él se encargará de suplir todo lo que nos falta: amistades, amores, un propósito, un futuro (Mt 6:33).
La esencia del cambio (Fil 2:1-11)
El cambio que Dios lleva a cabo en la persona consiste en el paso de una condición a otra: de egoísta, perfectamente envuelto en sí mismo y sus cosas, un auténtico Narciso, y por tanto temeroso de lo que puedan hacer los demás para amenazar su identidad, a sacrificado, una persona que se gasta a sí mismo para ayudar, apoyar, mostrar amor a otros. La meta no es anular tu personalidad sino hacer florecer un nuevo tipo de ser, más próximo a la esencia del mismo Dios. El cuidador codependiente necesita ser necesitado por el enfermo. Se sacrifica, pero su personalidad queda anulada. El amor sacrificado, sin embargo, es otra cosa. La entrega sincera se anima por buscar el bien verdadero del otro: 1) el bien verdadero, no el deseo caprichoso, y 2) del otro, no como un ejercicio de autorealización (necesito que me necesiten).
El apóstol plantea dos cosas para que esto ocurra. En primer lugar, que los creyentes recuerden hasta qué punto han experimentado el amor de Dios en su propia vida (Fil 2:1). Si esto lo consiguen (y en esto la reunión de los cristianos nos ayuda, por lo que comparten unos y otros), entonces se sentirán motivados a anteponer la necesidad (que no el capricho) del otro a su propio bienestar. Cuando Pablo dice "estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo", se refiere a la necesidad real de los demás, que ésta sea nuestra prioridad.
La frase "no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros" (Fil 2:4) es sugerente. Exhorta al amor sacrificado como una dinámica dominante pero también con matices. No dice que nos sacrifiquemos por un ideal político (un modelo de sociedad), tampoco por un proyecto de iglesia. Es un sacrificio por el bien verdadero de otras personas, pero sin que esto provoque la aniquilación de tu identidad. Dice "también por lo de los otros", dando a entender que a veces hace falta retirarse de la gente para reponer fuerzas, con el fin último de seguir sirviendo. Caben tiempos de ocio, días libres, vacaciones. Jesús también se apartaba de la gente a veces, no para servirse a sí mismo sino para volver a servir a los demás con renovadas energías, tomando en cuenta las limitaciones impuestas por la fragilidad de la condición humana.
En segundo lugar, el apóstol dice que nos fijemos en el mismísimo Hijo de Dios. Siendo Dios, se despojó (Fil 2:7) para venir a la tierra y hacer lo que ningún otro pudo hacer. El término no significa que el Hijo dejó de ser Dios, sino que se vació a tres niveles: 1) renunció a la libertad autónoma (privilegios, derechos) que su condición divina englobaba. En vez de entrar y salir libremente, en vez de ejercer a gusto su omnipotencia, ahora se sometía plenamente - hasta las últimas consecuencias - a la voluntad del Padre. Luego 2) renunció a la comodidad del cielo, donde nunca había conocido ninguna necesidad. No conocía el cansancio, el hambre, la tristeza, la soledad ni el dolor en el cielo, pero todas esas cosas entraron a formar parte de su experiencia como Jesucristo. Por último, 3) renunció a todos los honores, a todo el reconocimiento, que suponía ser Hijo de Dios en el cielo. Los ángeles le adoraban constantemente, y Jesús como Dios-hombre dejó de escuchar el "santo, santo, santo" de los serafines mientras estuvo en la tierra. Más bien fue ignorado, creciendo en la pobreza en un pueblo perdido de montaña. Cuando se lanzó al ministerio público, muchas veces los vituperios sonaban más que los vítores.
El ejemplo de Cristo aclara para nosotros en qué consiste el amor sacrificado. No se trata del amor sofocante de una madre bienintencionada pero equivocada. No se trata de la entrega enfermiza de un cuidador codependiente. No se trata del idealismo apasionado del joven que quiere cambiar toda la sociedad. Es cuestión de anteponer el bien verdadero de otra persona a tu propia libertad de acción, con perseverancia y con sabiduría. Es anteponer la necesidad del prójimo a tu propia comodidad (dejando la búsqueda de "estar a gusto, estar bien"). Es cuestión de anteponer el servicio al reconocimiento. Ser deseado y buscado no importa; ayudar al otro, eso sí que importa.
El motor del cambio (Fil 2:12-18)
El apóstol emplea la palabra "salvación" dos veces en esta porción (Fil 1:28) (Fil 2:12). En los dos casos, apunta al resultado final de la obra que Dios hace en el corazón del creyente. Se refiere a la transformación final de oruga en mariposa. Lo que adelantará el cambio, dice Pablo, es que los creyentes "se ocupen" en su salvación (Fil 2:12). La palabra "katergazomai" significa "producir, plasmar, hacer una realidad". La idea es que al creyente le toca hacer algo. No es un sujeto pasivo sino agente activo. Hay que plantear cosas, tomar decisiones. Hace falta participar - con "temor y temblor" ciertamente - profundamente conscientes del milagro que ha tenido lugar en nuestro corazón, un milagro absolutamente sobrenatural. Además es un milagro que sigue desarrollándose: Dios inclina el corazón, impartiendo fuerzas, organizando circunstancias y dando fruto al final ("el querer y el hacer", (Fil 2:13). A la luz de todo lo que el Señor hace para llevar adelante su obra, el creyente se compromete a trabajar su salvación, en la parte humana que le toca.
Esto supone varias cosas:
Prestar atención a la obra de Dios en tu vida. El creyente recuerda las señales de vida que observa en sí mismo, repasa las excelencias del Señor Jesucristo en su persona y obra. Estudia el libro de Dios para enterarse de cómo el Señor le ha bendecido con toda bendición espiritual (Ef 1:3), en qué consiste eso exactamente. Medita en la preparación y la ejecución de la obra de la salvación a lo largo de toda la Biblia, y se esfuerza por aprender todo lo que puede acerca de Jesús.
Poner medios para que la obra divina crezca. Es como regar una planta en el jardín. No forzamos el crecimiento, pero sí facilitamos el crecimiento poniendo los medios adecuados. Así el creyente da importancia a la lectura de la Palabra, la oración, la reunión sistemática de los hijos de Dios y la conversación edificante con los creyentes más afines. Ocuparse en la salvación significa ponerte en el lugar adecuado para que Dios siga llevando adelante su proyecto en tu vida, hacia la transformación final.
Practicar la justicia como respuesta a Cristo como Señor. Ocuparse en la salvación implica la toma de decisiones. Se trata de escoger el bien y rechazar el mal, "amar la justicia y aborrecer la maldad" (Sal 45:7). Si fallamos, hemos de confesar el pecado al Señor (1 Jn 1:9) y pedir ayuda para seguir avanzando correctamente en santidad. Dios habla respecto a Abraham su amigo, diciendo que mandará a sus hijos y su casa que "guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio" (Gn 18:19). Ocuparse en la salvación es prestar atención a la ética de cada situación y tomar decisiones acordes con la voluntad de Dios.
Si el motor del cambio es la toma de decisiones, estas decisiones se libran fijándonos en el ejemplo de otros que van delante de nosotros en el camino de la fe. Pablo dirige a los filipenses a su propio ejemplo: "y aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo..." (Fil 2:17). La libación es una cantidad de vino que se derramaba al lado del altar del holocausto diario. El vino, como símbolo de gozo (Jue 9:13) (Sal 104:15), anunciaba que el Salvador venidero entregaría su vida con gozo, debido a lo que esa entrega iba a conseguir, es decir, la redención de personas (He 12:2) (Is 53:11).
Cuando Pablo declara que no importa que su vida sea derramada (por sus sufrimientos en la cárcel y posible condenación a muerte por el poder romano), quiere decir que su aflicción merece la pena si otros reciben el toque de Dios en sus vidas. Si otros llegan a conocer a Cristo y reciben el perdón de pecados y la vida eterna, entonces el esfuerzo quedará compensado. En otro lugar dice que "todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna" (2 Ti 2:10).
Con la frase "sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe" Pablo alude a los distintos sacrificios estipulados en Levítico 1-7: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz y el sacrificio por el pecado (con el sacrificio por la culpa como ampliación de éste último). Son maneras de enfocar distintos aspectos de la obra de Cristo, y aclaran distintos matices de lo que Cristo hace en la vida del creyente. El holocausto, siendo quemado enteramente, habla de entrega total; Jesucristo se entregó sin reserva y reproduce esta actitud de entrega total en cada creyente (Ro 12:1). La ofrenda de harina habla de la práctica de buenas obras. Jesucristo no se quedó pensando cosas bonitas solamente, sino que se movía. Hacía cosas, ayudaba a la gente. De la misma manera, Cristo hace que el creyente se ocupe en buenas obras (Ef 2:10) (Tit 3:14). La ofrenda de paz habla de la comunión gozosa en torno a la persona de Cristo. Se sacrificaba la grasa, y se comía el animal asado en familia. Como el cordero de la Pascua, Cristo alimenta el alma; nos da fuerzas para seguir sirviendo con alegría, juntamente con otros (1 Co 5:7).
El sacrificio por el pecado habla de la expiación del pecado. Se refiere al hecho de borrar las culpas para que la persona no tenga nada pendiente con Dios. Se ofrecía la grasa sobre el altar y el cuerpo del animal se quemaba fuera del campamento. Anunciaba la venida del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y recordaba que el pecado del hombre es el principal impedimento para que reciba la bendición de Dios en su vida. Cuando una persona cree el evangelio, lo hace arrepentido de corazón. Después, Cristo aumenta la sensibilidad al pecado, de modo que el creyente confiesa sus faltas a Dios. Sabiendo que Cristo ha satisfecho su deuda con Dios, el creyente se lamenta de sus fallos y busca fuerzas del Señor para no volver a tropezar (1 Jn 2:1).
Cuando los cristianos abrazan la transformación que Dios está haciendo en su vida y ponen los medios para que el cambio siga adelante, se convierten en luz para un mundo en tinieblas: "luminares en medio de una generación maligna y perversa" (Fil 2:15). Se convierten en punto de referencia obligatorio para una sociedad que naufraga a la deriva.
El cambio forja una mentalidad de "misión de rescate".
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