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Estudio bíblico: Eliseo y el sitio de Samaria - 2 Reyes 7:1-20

Autor: Roberto Estévez
Uruguay
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Eliseo y el sitio de Samaria - (2 Reyes 7:1-20)

La ciudad de Samaria está rodeada por el ejército sirio. El enemigo ha dispuesto sus fuerzas en forma tal que es absolutamente imposible salir o entrar. La milicia siria está bien entrenada. Sus escuadrones se encuentran estratégicamente colocados. El cerco es inexpugnable.
La vida de los sitiadores es un poco monótona. Acostumbrados a caminar grandes distancias y a combatir con feroces enemigos, este asedio de la ciudad les resulta parecido a unas merecidas vacaciones. La buena comida que reciben de los pueblos cercanos les hace la vida realmente fácil.
La vida dentro de la ciudad sitiada, en cambio, es extremadamente difícil. Falta de todo. El agua es muy escasa. Los depósitos de comida están agotados. El pueblo trata de comer cualquier cosa que sea digerible. Saben que sus días están contados y que a menos que un ejército poderoso los rescatase, estarán perdidos. ¿Pero quién va a socorrerlos? El reino de Judá está muy ocupado con los preparativos de su propia defensa.
Hasta es difícil enterrar a los muertos, que se suman cada día por la hambruna.
Esa mañana, los ancianos de la ciudad se reúnen en la plaza.
— ¿Qué podemos hacer? — pregunta uno de ellos.
— No hay salida posible — responde otro. Estamos rodeados; no tenemos un ejército para defendernos contra este enemigo. No tenemos promesa de ayuda.
Fuera de la ciudad, cerca de una de las puertas, hay cuatro hombres. Padecen una de las enfermedades más temidas de la raza humana. Son leprosos. Cada uno de ellos podría contar su historia con ciertas variantes y, sin embargo, todas esas historias tendrían muchas cosas en común. Viven fuera de la ciudad, porque la ley de Moisés así lo establece. Antes de enfermarse, cada uno de ellos habitaba en su propio hogar. Algunos de ellos tenían hijos. Ahora, en las tardes, mientras se sientan a ver la caída del sol, hablan entre ellos y se consuelan recordando viejos tiempos. Probablemente, proceden de distintos grupos sociales. Uno, quizás provenga de una familia muy rica y educada. Otro, acaso haya sido un artesano que llevaba una vida organizada. Otros dos, más jóvenes, parecen haber pertenecido a familias muy pobres. Pero allí, en esa pequeña comunidad de leprosos, ya no existen diferencias sociales. En su propio microcosmos, el rico no se distingue del pobre. Se llevan bastante bien a pesar de que a veces se acaloran por algunas discusiones.
Dentro de la ciudad está el profeta Eliseo. Por supuesto todos lo conocen por los milagros que ha hecho. Resucitó al hijo de una sunamita. Hizo un milagro increíble impidiendo los efectos de un guisado que estaba envenenado. Sanó a Naamán, el famoso general de las fuerzas sirias. Eliseo es un hombre de oración, tal como lo fue su mentor, el profeta Elías.
Durante este tiempo de crisis ha estado en oración, intercediendo por el pueblo de Israel.
El versículo 1 nos cuenta que, finalmente, Eliseo recibe un mensaje de parte de Dios para todo el pueblo:
— Oíd la palabra del Señor: Así ha dicho el Señor: Mañana a estas horas, en la puerta de Samaria, se venderá una medida de harina refinada por un siclo, y dos medidas de cebada por un siclo.
La profecía es muy inusual. En ella se dice que, en pocas horas, el precio de la harina y de la cebada sería asequible para todos, aunque en la ciudad de Samaria la gente se moría de hambre porque casi no había comida, y lo poco que había se vendía a precios exorbitantes. Cuando Eliseo profetiza esto, está presente el comandante del ejército de Samaria. Es un hombre muy respetado, uno de los consejeros del monarca. Las Escrituras lo describen como aquel "en cuyo brazo se apoyaba el rey". Él sabe exactamente cuántas provisiones hay en la ciudad. El rey ha hecho un inventario obligatorio de todos los alimentos disponibles y él no ignora que están al borde del desabastecimiento total. Cuando escucha al profeta, piensa: "¡Una medida de harina refinada por un siclo! No tenemos una medida en toda la ciudad. ¡Esto es absolutamente ridículo!". El versículo 2 nos relata que el comandante no se puede contener y dice:
— He aquí, aun cuando, el Señor hiciese ventanas en los cielos, ¿sería esto posible?
Seguramente, tras estas palabras, habrá agregado muchas otras cargadas de ironía:
— Señor profeta, no hay manera de que esto pueda ser posible. Usted se está burlando de nosotros. En esta ciudad hay muchos miles de personas. Para alimentarlos, los ángeles de Dios van a tener que descargar harina y cebada por las ventanas del cielo, pues no bastaría que las arrojaran por la puerta. Dicho sea de paso, Dios nunca ha hecho algo así en la historia de la humanidad.
Una sonrisa burlona se posa en los labios del militar. Muchos de los presentes asienten con sus cabezas. Pero este hombre no sólo se está burlando del profeta sino que también está desafiando al Dios de Israel. Eliseo no ha profetizado lo que expresa su propio sentir; ha transmitido el mensaje que el Señor le ha dado para esa ocasión.
El profeta Eliseo se pone de pie y repite con voz firme y fuerte:
— Mañana a esta hora se venderá una medida de harina refinada por un siclo y dos medidas de cebada por un siclo.
Algunos de los presentes dicen:
— ¡Dios lo oiga!
— ¡Es imposible! — dicen otros.
— Parece que esta vez el profeta Eliseo se ha pasado de optimista — opinan otros.
Eliseo responde al comandante:
— ¡He aquí tú lo verás con tus ojos, pero no comerás de ello!
En la sala se hace un silencio profundo y el militar hace un gesto como diciendo: "¿Y a mí qué me importa?".
Volvamos fuera de los muros de la ciudad. Los cuatro leprosos no saben nada de lo que había dicho Eliseo. Su situación es desesperante. Durante tiempos normales, algunas personas caritativas les dejaban algún que otro alimento. Pero ahora, con la crisis y el temor del enemigo, están desesperados. Toman una resolución en forma casi simultánea. Los versículos 3 y 4 nos relatan qué se dijeron unos a otros:
— ¿Para qué nos quedamos aquí hasta morir? Si decimos "Entraremos en la ciudad", el hambre está en la ciudad, y moriremos allí; y si nos quedamos aquí, también moriremos. Ahora pues, vayamos y pasemos al campamento de los sirios. Si nos conceden la vida, viviremos; y si nos matan, moriremos.
La resolución que adoptan estos hombres acarrea otro peligro. En una ciudad sitiada, los que intentaban pasarse a filas enemigas, de ser descubiertos, eran ejecutados de inmediato. Así que resolvieron escapar durante la noche, esperando que ni de una ni otra parte se enteraran.
Quizás usted piense que a estos hombres leprosos, desechados de la sociedad, con una existencia muy precaria, con severas deformaciones físicas, les sería mejor estar muertos que vivos. Sin embargo, el ser humano tiene un espíritu de lucha por la vida que es admirable. Sí, es cierto que la vida de estos hombres era muy penosa. No podían estar con los suyos. Ni siquiera se les permitía tocar a sus seres queridos. Tenían una existencia llena de limitaciones y dificultades; sin embargo, deseaban batallar por sus vidas hasta el último momento. Así somos nosotros, los seres humanos.
Retornamos al campamento sirio. El sol se estaba poniendo y los soldados se disponían a cenar. Se han encendido cientos de hogueras y alrededor de ellas los guerreros conversan y cuentan sus historias predilectas de las batallas que han peleado. Todos dicen haber luchado contra soldados muy grandes, fuertes y valerosos, a quienes vencieron con la ayuda de sus dioses. Las acciones de guerra se siguen contando hasta altas horas de la noche.
— Bueno — dice uno de ellos —, si me permiten, me gustaría contarles acerca de aquella ocasión cuando yo solo vencí a siete soldados enemigos.
— ¡Basta! — interrumpe unos de sus amigos. Ya la hemos escuchado muchas veces. ¡Y cada vez que la cuentas le agregas un enemigo más!
De pronto uno de ellos dice:
— ¿Qué es eso?
Se escucha algo así como el zumbido de un enjambre de abejas que va creciendo. El zumbido sigue creciendo cada vez más y más.
Los centinelas hacen sonar las trompetas de alarma.
— ¡Nos ataca el enemigo! — gritan los centinelas.
Los caballos relinchan espantados, y algunos se escapan y trotan fuera de control por el campamento. Los hombres de armas corren de un lado al otro, tratando de buscar sus escudos y armas. Cada segundo que pasa, el sonido se hace más y más intenso. Ahora parece el ruido de miles de caballos y carros de guerra. En el cuartel general el comandante es informado de lo que está sucediendo.
— ¡Estamos rodeados por todas partes! — informa un asistente. ¡Nos tienen acorralados!
Me imagino la escena. De pronto, comienza a oírse el estruendo lejano de una gran caballería aproximándose. Parecería proceder del norte. Luego se oye el ruido metálico de los ejes de carros de guerra. El chirrido es tan intenso que resulta insoportable para los oídos. Después, el sonido cambia. Ahora parecería provenir del sur. Y desde allí se escucha el ruido inconfundible de los soldados marchando. El estrépito se hace mayor, pero ahora parece proceder del este. Los soldados gritan aterrorizados. Ahora oyen el fragor de una estampida que se acerca desde el oeste. De pronto, estalla el generalizado clamoreo de la embestida final.
— ¡Retírense de inmediato! — ordena el comandante en jefe.
Desorientados por el pánico, los soldados se chocan entre sí. Cuando el ruido procede del sur, corren hacia el norte. Cuando el estampido viene del este, huyen hacia el oeste. Corren como si un torbellino de viento los empujara.
En el otoño me gusta barrer las miles de hojas caídas de los árboles con un aparato que las empuja por medio de un chorro de aire. El aparato es muy poderoso. A veces hay muchas hojas, y las muevo de un lado a otro cambiando la dirección del "chorro de aire". Creo que algo parecido pasó esa noche en la afueras de Samaria. Los hombres fueron barridos, empujados, por ese sonido que actuaba como un "soplador gigante".

Dios hace maravillas en el momento de mayor escasez

Volvemos a la puerta de la ciudad de Samaria. Los cuatro leprosos se deciden a arriesgar sus vidas y pasar al campo enemigo. ¡Qué lección nos están dando estos hombres! A veces estamos en una situación sin salida. Nos quedamos como petrificados. No queremos asumir el riesgo de hacer algo por el temor de fracasar. Si esto sucede, ¡qué es lo que podrán decir nuestros amigos!
Sigilosamente, se acercan al campamento sirio. Al aproximarse, les llama la atención que no se escucha ningún ruido. No ven a ningún centinela. Con mucho cuidado, se allegan a una tienda.
— Buenas noches — saluda uno de ellos. Perdonen la molestia, ¿hay alguien aquí?
No hay contestación.
— ¿Se puede pasar?
El silencio es la respuesta. Por último, uno del grupo dice al más audaz:
— ¿Por qué no miras por esa abertura, entre los tejidos de la tienda, y ves si adentro hay alguien?
El leproso avanza con mucho sigilo, abre la tela descosida y observa. La noche ha caído y es difícil ver. Una lámpara de aceite, tiritando por el viento nocturno, le permite echar un vistazo.
— ¡No hay nadie! ¡Entremos!
"Cuando estos leprosos llegaron al extremo del campamento, entraron en una tienda, comieron y bebieron y tomaron de allí plata, oro y ropa; y fueron y los escondieron" (2 R 7:8). Esos rostros cubiertos con las cicatrices de la triste enfermedad manifiestan una alegría que hace muchos años no han mostrado. En la ciudad, mientras tanto, hay un hambre brutal. En esa tienda, los leprosos se están dando un festín. Hay alimentos y riquezas en abundancia. Seguramente han entrado en la carpa de un militar de rango. Van a otra tienda y la escena se reitera. Está repleta de hermosas ropas, oro y plata. Uno de ellos se pone sobre sus harapos una túnica hermosamente bordada.
— ¿Cómo me queda? — pregunta.
— Pareces un príncipe de la corte del rey David — le contesta otro.
Cada uno de los leprosos se prueba varios de esos vestidos hermosos y costosos sobre sus andrajos. La escena tiene un matiz cómico. Allí están esos pobres enfermos con sus rostros mutilados luciendo esas ropas lujosas. Los cuatro hombres entran en un proceso frenético de juntar riquezas y vestidos, y esconder algunos tesoros entre las piedras y sepultar otros bajo tierra. Corren de una carpa a otra y acumulan más y más tesoros. Ya están exhaustos de tanto correr y esconder cosas. ¡Es que hay tanta abundancia! De pronto, uno de ellos se detiene y les dice a sus compañeros:
— No estamos haciendo bien. Hoy es día de buenas nuevas, y nosotros estamos callados. Si esperamos hasta la luz de la mañana, nos alcanzará la maldad. Ahora pues, vayamos, entremos y demos la noticia a la casa del rey.
Podrían haber argumentado buenas razones para no dar la noticia. Después de todo, la gente de Samaria nunca se mostró muy amigable con ellos. Los han echado muchas veces porque "no, quieren verlos ni de lejos". Los leprosos no tienen ninguna obligación para con esa sociedad que los ha excluido. Sin embargo, se les presenta una gran oportunidad de ser de ayuda y de evitar la culpa de no compartir las buenas noticias.
Seguramente, habrá muchas ocasiones en las que usted y yo nos encontraremos en alguna situación similar a la de estos leprosos. Quizás nos sintamos excluidos y rechazados por nuestra sociedad, nuestro grupo de amigos o nuestros compañeros de trabajo. Como los leprosos, sentimos que no podemos "acercarnos a la ciudad" y que no nos quieren ver ni de cerca. Pero para mí, lo interesante de esta situación es que estos hombres no mostraron resentimiento ni rencor. "Si esperamos hasta la luz de la mañana nos alcanzará la maldad" dice el versículo 9. Estos hombres se dejaron guiar por su conciencia moral y no por sus resentimientos ni por un sentido de justicia personal.
Corren a la ciudad y llaman a los porteros.
— ¿Quién es? — preguntan desde adentro.
— ¡Somos nosotros, los leprosos! ¡Traemos muy buenas noticias!
El guardia abre una pequeña mirilla para observarlos de cerca.
— Fuimos al campamento de los sirios, y he aquí que no había nadie, ni la voz de nadie, sino sólo caballos y asnos atados; y las tiendas estaban intactas.
Los guardianes anuncian al monarca la noticia:
— ¡No lo puedo creer! — dice el rey. ¡Es una treta de los sirios!
¡Cuánto le cuesta al ser humano creer! Eliseo les había prometido el día anterior que el hambre iba a concluir.
Finalmente, el rey se convence de que vale la pena hacer una incursión de reconocimiento en el campamento sirio.
Un pequeño destacamento sale hacia allí y encuentra que el informe de los leprosos es verídico. "Todo el camino estaba lleno de prendas de vestir y equipo que los sirios habían arrojado en su apresuramiento" (2 R 7:15).
El destacamento regresa y le dice al rey:
— Majestad, lo que los cuatro leprosos nos han dicho es verdad. Los sirios han huido y han dejado en su apresuramiento todo lo que tienen.
— ¡No es posible! — dice el rey. Un ejército no huye sin razón.
— Mi rey — dice uno de los enviados, hemos visto que hay comida para todo el mundo. Hay fardos repletos de alimentos. A estos sirios les gusta comer bien.
Entra el comandante en cuyo brazo se apoyaba el rey. Su cara está enrojecida de vergüenza y dice al soberano:
— Excelencia, tenemos que traer todos estos alimentos a las despensas reales para que no haya desorden. Después podremos distribuirlos apropiadamente cobrando una "pequeña cantidad" a cada familia.
— ¡De acuerdo! — ordena el monarca. Usted estará encargado de cuidar que todo se haga de manera organizada.
El comandante se acerca a la puerta principal con sus ayudantes. Está muy cerca del lugar donde antes estaban los leprosos. La noticia de la huida de los sirios ha corrido como un reguero de pólvora por toda la ciudad. Las personas salen de sus casas como enloquecidas. Corren en tropel por las tortuosas callejuelas de la ciudad. Saben que los primeros que lleguen van a tener más que los últimos. Han escuchado que los sirios han dejado muchas cosas de valor. Los ayudantes del comandante gritan en vano. De pronto, aparecen miles de personas que corren hacia la puerta. Los soldados tratan de controlar a la multitud, pero son empujados como si fueran de papel. El comandante extiende su mano y grita:
— En nombre del rey: ¡Prohibido pasar!
La muchedumbre está enardecida. Se parece a una multitud de fanáticos tratando de salir de un partido de fútbol. Es una ola humana gigantesca. El comandante insiste en imponerse:
— ¡Deténganse, deténganse! ¡En nombre del rey!
La multitud lo empuja y el comandante cae al suelo. Miles de personas pasan sobre él y lo pisotean. En los pocos minutos de vida que le quedan antes de ser aplastado por esa masa humana, le resuenan las palabras de Eliseo: "Tú lo verás con tus ojos pero no comerás de ello".
Al caer la tarde, la ciudad está de fiesta. En todas las casas hay abundancia de comida. Los jóvenes danzan en la calles al son de los panderos, címbalos y flautas. Los ancianos alzan sus manos alabando al Señor por su misericordia. La ciudad de Samaria reconoce que Dios, por su gracia y misericordia, los ha salvado.

Dios cumple sus promesas aunque todo parezca perdido

Hay, por lo menos, tres distintos hechos sobrenaturales en esta historia:
El cumplimiento al pie de la letra de la profecía de Eliseo en cuanto a que el trigo y la cebada iban a ser vendidos a un precio muy razonable.
El sonido del estruendo de carros, caballos y de un gran ejército en el campamento sirio.
La muerte del comandante incrédulo que se burló de la promesa de Eliseo.
¿Cómo sucedió el milagro en el campamento del ejército sirio? Las tropas sirias estaban relativamente cerca de Samaria. Quizás a pocos kilómetros. Una posibilidad sería que aquella fue una tarde muy tormentosa; algo que no se menciona en el texto y que los sirios de ninguna manera hubieran confundido con un ataque enemigo. Alguien ha mencionado la posibilidad de que el Señor haya "amplificado" enormemente el ruido de las pisadas de los cuatro leprosos, pero esto no explicaría el ruido de los carros y caballos. Creo que el hecho de que el rumor no se haya oído en la ciudad sitiada puede haberse debido a que el estruendo que el Señor provocó sólo fue oído en el campo enemigo. Al parecer, los leprosos tampoco lo oyeron. Matthew Henry plantea la posibilidad de que el ruido sólo haya sido oído por los sirios. Esta sería la razón por la cual los de la ciudad de Samaria no lo escucharon. Sin embargo, el hecho de que las tropas huyeran en cierto rumbo y no en distintas direcciones sugeriría que, tras el desconcierto general, los sirios percibieron que el ruido del ejército provenía de cierto lugar y por lo tanto huyeron en dirección contraria. Este hecho sería difícil de explicar si el sonido hubiera sido producto de su imaginación, en cuyo caso no hubieran tenido sentido espacial de su procedencia.
¿Cuál fue el pecado del comandante? Su pecado fue su incredulidad en la omnipotencia divina. El comandante no creía que Dios podía obrar en forma maravillosa. No se daba cuenta de que Dios no necesita nuestras sugerencias para lograr sus propósitos. Su castigo consistió en ver el cumplimiento de la profecía, pero no poder disfrutar de su beneficio.
Note también la misericordia de Dios hacia los sirios, dado que podría haber hecho descender sobre ellos fuego del cielo o haberlos consumido de cualquier otra manera. Pero no lo hizo. El Señor, en su gracia, salva a los enemigos de Israel y también a los pobladores de la ciudad, que se habían dado a la idolatría.
El tema principal de esta historia es que Dios puede obrar maravillas aun cuando todo parece absolutamente perdido y hemos abandonado todas las esperanzas. Por eso, alabamos "a aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos" (Ef 3:20).

Algunos temas para la predicación y el estudio en grupos

Dios provee a nuestras necesidades aun en tiempos de extrema escasez.
La fe que aprende a confiar en momentos de dificultad.
Pobres para el mundo pero ricos para el Señor.
Las consecuencias de la incredulidad y de burlarse de la voz de Dios.

Preguntas para reflexionar y discutir

Haga un listado de situaciones de su vida en las que se haya visto sin salida. ¿De qué manera obró el Señor en cada una de esas circunstancias?
¿Conoce usted alguna promesa bíblica acerca del modo en que Dios obra en momentos de escasez? Escriba algunos textos que se refieran a esto.
¿Qué lugar ocupa para usted la oración en los momentos de prueba? ¿Se mantiene constante en ella o desiste de orar rápidamente?
Haga un listado de situaciones actuales a las que usted no ve solución. ¿Considera que las ha presentado debidamente al Señor? Haga ahora un listado de acciones que el Señor Jesús llevaría a cabo en las situaciones que usted ha escrito en su listado.

Comentarios

Colombia
  Aracelly Rivera  (Colombia)  (21/02/2023)

Dios es fiel, siempre va a respaldar a los que le creen.

Estados Unidos
  Damaris Burgos  (Estados Unidos)  (28/06/2022)

Muy buen contenido .

Venezuela
  Yajaira Dimarzo  (Venezuela)  (08/04/2022)

Excelente estudio de interpretación, hermano .Dios añada mas sabiduría y revelación para que siga expandiendo el reino de Dios.

Argentina
  Janet Gisel Estevez  (Argentina)  (27/01/2022)

Este estudio bíblico es de mucha bendición! Mil Gracias a cada siervo que se dedica a enseñar por medio de la Escuela bíblica!

México
  Gildardo Galindo  (México)  (02/01/2022)

Más que una historia bíblica es, una buena narración .
Será posible que entre los leprosos este Giezi ?
Porque fue leproso por su avaricia .
Después en el capitulo 8 :4-5 de 2reyes pone a Giezi delante del rey.
Es posible que se haya redimido ?

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