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Estudio bíblico: Discurso de Esteban y su martirio - Hechos 7:1-8:1

Autor: Ernestro Trenchard
Reino Unido
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Discurso de Esteban y su martirio (Hechos 7:1-8:1)

Consideraciones generales

Es notable que tengamos en forma tan extensa el discurso de Esteban ante el Sanedrín, que, como hemos notado, ya no es tanto una defensa propia, sino la historia de la manera en que el "Dios de la gloria" se había manifestado al pueblo de Israel y de las reacciones adversas de la parte carnal del pueblo ante tales revelaciones. Las respuestas a las acusaciones de (Hch 6:11,12,14) se apuntan mediante la selección de los incidentes y los énfasis sobre ciertos aspectos de la obra de Dios y las actitudes del pueblo frente a ellos. Podemos suponer que Saulo mismo diera el relato a Lucas, quizá con la ayuda de apuntes de ciertos consejeros presentes que simpatizaran con el Evangelio, o que recibiesen luz entonces por medio del brillante testimonio del mártir.
No es fácil seguir el argumento de Esteban, aun cuando otros discursos en Los Hechos nos familiarizan con el método de subrayar importantes lecciones mediante una cuidadosa selección de incidentes de la historia de Israel, pero sin duda fue guiado por el Espíritu Santo en su presentación. Tuvo una ventaja inicial, ya que los consejeros del Sanedrín no pudieron negar su atención a un resumen de la "historia sagrada" de su nación, y, teniendo que escuchar por respeto a la Historia Sagrada, llegaron sin duda a apreciar perfectamente la intención de la selección y de los énfasis de Esteban, como se prueba por su violenta reacción al final del discurso. Esteban no intentó "defenderse" en el sentido de buscar una sentencia absolutoria, pero sí justificó la sustancia de sus enseñanzas anteriores por el resumen de la obra de Dios y las reacciones del pueblo. Antes de analizar brevemente el mensaje mismo, hemos de señalar las líneas generales y el significado de la presentación que, a primera vista, tanto nos extraña; veremos que contesta maravillosamente las preguntas que surgían de las acusaciones de los judíos: ¿Cómo revela Dios su gloria? ¿Cuáles son sus leyes y sus costumbres? ¿Qué es el Templo? ¿Quién es el Mesías-Salvador? ¿Qué hicieron los guías de la nación con la luz que recibieron?
1. Dios se revela por medio de sus obras
Tanto Esteban como su auditorio hostil estarían de acuerdo en principio al reconocer que Dios se había revelado por medio de sus obras, y especialmente a través de sus intervenciones en la historia de Israel. Todo cuanto había hecho (y lo que dejaba de hacer) encerraba lecciones, mensajes y revelaciones que se relacionan estrechamente con las profecías verbales. He aquí el principio básico que da sentido a la selección de incidentes históricos.
2. El pueblo carnal no había comprendido las intervenciones de Dios en su historia
Una de las claves más importantes para entender el discurso se halla en (Hch 7:51): "¡Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo, como vuestros padres, así también vosotros". Movido por pura gracia, Dios escogió a Abraham y confirmó su pacto con él, pero los patriarcas rechazaron al heredero José; los israelitas del cautiverio egipcio no entendieron que Moisés había de ser su salvador; la nación se volvió a la idolatría aun en el Desierto, etc. La culminación del proceso se halla en el rechazamiento del Justo por el mismo Sanedrín que estaba sentado para juzgar a Esteban (Hch 7:52).
3. Dios se revelaba en diversos lugares y variadas maneras
La edificación del Templo por Salomón pertenecía a una época muy tardía en la historia de Israel, y aun en el momento de inaugurarse la Casa el rey-edificador había reconocido que no era más que un símbolo de la presencia del Dios eterno e infinito en la tierra, puesto que no podía morar en obras hechas de manos de los hombres (Hch 7:48) (1 R 8:27). La misma verdad se confirmó por el profeta Isaías (Is 66:1-2). La Casa, pues, tenía su importancia simbólica para el tiempo preparatorio, pero no había de considerarse como algo necesariamente permanente, siendo notorias sus limitaciones como "cosa hecha de manos de hombres".
En conformidad con este "hilo" del argumento, Esteban recalca que el Dios de la gloria se reveló primeramente a Abraham en Mesopotamia, lugar muy alejado de la Tierra Santa, siglos antes de levantarse el Tabernáculo o el Templo (Hch 7:2-4). El patriarca, tan favorecido por revelaciones del Dios de la gloria, no poseía nada en la tierra de Israel, sino que su fe se mantenía sobre la base de promesas que no podían cumplirse hasta después de las extrañas providencias del Señor al permitir que su pueblo pasara por el período de esclavitud en Egipto (Hch 7:5-7). De igual forma Moisés recibió su visión del "Ángel" (que se identifica con Jehová) en el desierto del Monte de Sinaí, manifestándose la "gloria" en una zarza. Con todo, el lugar que pisaba era "tierra santa", puesto que Dios se manifestaba allí (Hch 7:30-34).
Las "palabras de vida" se dieron en el desierto, donde también Moisés hubo de levantar el Tabernáculo según el modelo celestial, pero no se señaló el lugar terrenal escogido para la casa hasta los tiempos de David y de Salomón (Hch 7:44-47).
4. Los profetas, perseguidos por los padres, profetizaban la venida del Justo (Hch 7:52-53)
Este hecho no sólo subraya el persistente rechazamiento de la Palabra de Dios por los jefes carnales de la nación, sino que indica que los santos del Antiguo Testamento esperaban una consumación que aún no había sido manifestada en sus días, y que correspondía a la esperanza mesiánica. Al llegar el Justo profetizado, el Instrumento que había de llevar a su consumación la obra que Dios inició durante el régimen anterior, los príncipes le habían entregado a los romanos para que fuese crucificado. En este punto Esteban llegó a la culminación de su mensaje acusador. Quizá tenía más que decir que enlazara aún más claramente los distintos hilos de su discurso, pero los sucesores de los asesinos de los profetas permanecieron fieles a la tradición de sus antecesores, rechinando sus dientes contra el testigo, dispuestos ya a lanzarse sobre él.
5. La visión de Esteban se relaciona íntimamente con su mensaje (Hch 7:54-56)
La gloria de Dios no se manifestaba en el fastuoso Templo de Herodes el idumeo, ni hubo nada en el Lugar Santísimo de aquel tiempo sino una piedra que ocupaba el sitio del Arca del Pacto, pero el mártir, elevando sus ojos al Cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba a la Diestra de Dios. Es decir, su vista esclarecida por el Espíritu Santo, penetró en el verdadero santuario (He 9:12,24) para contemplar la consumación del proceso de la revelación del "Dios de la gloria", ya que el Salvador, antetipo de todos los anteriores, había llevado a cabo su obra redentora, y había sido exaltado a la Diestra como "el varón de tu diestra" en cuyas manos prosperan todos los propósitos de Dios (Sal 80:17-19). Vio todo cuanto no habían querido ver los guías ciegos de la nación, quienes tomaron la visión como confirmación de la acusación de "blasfemia". Las diversas manifestaciones de la gloria de Dios en la antigüedad, tan mal interpretadas por los asesinos del Mesías, no habían sido espejismos, ni el incierto brillo de fuegos fatuos, sino hitos en el camino que llevaba a la revelación de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo y a la exaltación de éste al Centro de toda potencia, desde donde dirige su obra hasta que sean puestos todos sus enemigos debajo de sus pies.

El análisis del discurso

1. Dios se reveló a Abraham (Hch 7:2-8)
Esteban se dirige respetuosamente a los consejeros del Sanedrín y les recuerda el principio del largo proceso de revelación de la gloria de Dios por medio de Israel. El llamamiento de Abraham que se describe en (Gn 12:1-3), confirmado por el pacto del capítulo 15, es un acontecimiento de primera importancia, tanto en la revelación que Dios quiso dar de sí mismo, como en el desarrollo del plan de la redención. Antes de aquella fecha Dios había tratado directamente con la raza humana, pero ahora escoge un instrumento que se forja por medio de revelaciones y experiencias muy especiales con el fin de que luego pudiera ser medio de bendición para todas las familias de la tierra. De la nación-siervo ha de surgir el Mesías-siervo, en cuyas manos todo llegará a su consumación. Como hemos notado ya, Esteban, en conformidad con su propósito general, insiste en que este gran principio del llamamiento y servicio de Israel tuvo lugar lejos de Israel, en Mesopotamia y en Harán, subrayando que la bendición se inició por medio de promesas que habían de recibirse por la fe. La profecía de la servidumbre en Egipto combina los relatos de los capítulos 12 y 15 de Génesis, y pone de relieve los extraños medios por los cuales Dios había de moldear la nación que, por fin, después del paso de siglos, le había de servir en la Tierra Prometida (Hch 7:6-7). La mención del "pacto de la circuncisión", (Gn 17) recuerda la separación del pueblo para el servicio de Dios; la señal, sin embargo, no era nada sin la realidad, de modo que Esteban, al fin de su alocución, declaró que los jefes que se sentaban a juzgarle, eran "incircuncisos de corazón y de oídos" igual que los guías carnales de la nación que les habían precedido (Hch 7:51). El deber de los guías en todo tiempo era el de mantener en su pureza los principios espirituales de su pueblo como "siervo de Dios" en la tierra, y el discurso pone de manifiesto el terrible fallo en esta parte esencial de la mayoría de ellos.
2. Jacob, José y los patriarcas (Hch 7:8-19)
Después del nacimiento de Isaac, el hijo de la promesa, los fundamentos de la nación se colocaron por los hijos de Jacob, pero el tiempo de la peregrinación de los patriarcas en Israel fue brevísimo, ya que se impuso la necesidad de bajar a Egipto, lugar de la multiplicación del pueblo en el horno de aflicción. Dios, por lo tanto, seguía obrando fuera de Canaán.
La figura central de esta sección es José, cuya vida es una prefiguración de la de Cristo. Fue señalado por Dios como portavoz suyo desde su juventud, pero su gracia, sabiduría e inteligencia espiritual, lejos de encomendarle a sus hermanos, despertaron sus celos, hasta el punto de traicionarle y venderle a Egipto, donde Dios le bendijo y volvió el crimen en medio de bendición para los hermanos y sus descendientes. Tanto el rechazamiento de José por los celos maliciosos de los suyos, como la operación de las providencias de Dios para bendición a través de la maldad de los jefes del pueblo naciente, ilustran el tema de Esteban tal como lo hemos notado arriba, ya que las experiencias de José, tan perfecto en su paciente servicio y en su espíritu de perdón, se reprodujeron en un plano mucho más elevado en el caso del Mesías rechazado y ensalzado a la Diestra de Dios, donde seguía siendo único medio de bendición para quienes se sometieran a él.
Hay dos aparentes discrepancias en (Hch 7:14-16) entre el resumen de Esteban y el texto masorético de Génesis. Esteban sigue las cifras de la Versión Alejandrina al decir que setenta y cinco almas descendieron a Egipto, mientras que el texto masorético da el número de setenta, pero ya hemos visto que dicha versión era la que se empleaba comúnmente entre los helenistas. La variación tiene poca importancia, pues sería fácil calcular el número de las familias, juntamente con la de José (ya en Egipto) de distintas maneras. La otra variación tiene que ver con el lugar donde se sepultaron Jacob y los patriarcas (Hch 7:16), que se describe así: "Los cuales fueron trasladados a Siquem, y puestos en el sepulcro que a precio de dinero compró Abraham de los hijos de Amor en Siquem". Según el relato de Génesis, Jacob fue sepultado en Hebrón, en la cueva de Macpela que Abraham compró de Efrón el hitita (Gn 23:16) (Gn 49:29-32) (Gn 50:13). Aparte de esta referencia nada sabemos de la sepultura de los demás patriarcas, pero después de haberse conservado su momia en Egipto, José fue sepultado en el terreno comprado por Jacob en Siquem (Jos 24:32). Como se trata de los patriarcas en general, y Esteban resume lo que interesa para el tema que desarrolla, no es extraño que los dos lugares de sepultura no se distingan, combinándose los dos incidentes relacionados con su compra. La mención de Siquem (en la provincia de Samaria) pone de relieve una vez más que Jerusalén no era el único lugar sagrado en la estimación de los antiguos.
3. Moisés, el elegido de Dios, fue rechazado por muchos del pueblo (Hch 7:20-37)
El Éxodo es el momento culminante de los principios de la historia de Israel, ya que, al ser librado de la esclavitud de Egipto, adquirió por medio de aquella liberación su carácter de nación, llegando a ser un pueblo apartado para el servicio de Jehová. Su importancia explica la extensión de la narración de Esteban en esta parte. Pero la luz se enfoca en Moisés, quien Dios levantó como gobernador y libertador del pueblo "con la mano del Ángel que le apareció en la zarza" y en cuyo poder realizó "prodigios y señales en la tierra de Egipto y en el desierto" (Hch 7:25-26). Las providencias de Dios ordenaron de una forma muy especial la protección y la preparación del futuro caudillo, quien, como hijo adoptivo de la princesa egipcia, era "enseñado en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras" (Hch 7:22). A pesar de ello, al querer ayudar a sus hermanos, fue rechazado por ellos, y pasaron cuarenta años antes de que fuese comisionado por el Señor en el desierto (Hch 7:25-36). Notamos de nuevo que la gloria de Dios se manifestó en una zarza en el desierto, que llegó a ser "tierra santa" consagrada por la presencia manifestada de Jehová, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, quien interviene de nuevo para la salvación de su pueblo, habiendo escogido a Moisés según su soberana voluntad, y a pesar de la actitud del pueblo (Hch 7:31-35).
4. Moisés y el Profeta (Hch 7:37)
Por citar (Dt 18:15) Esteban enlaza a Moisés con el Mesías que había de ser levantado por Dios de igual forma que Moisés, es decir, por la soberanía de Dios, para la bendición del pueblo y a pesar de la actitud rebelde de éste. Quizá la profecía tenía en primer término un sentido general, con referencia al ministerio profético por el cual Dios había de bendecir a su pueblo, pero que se personaliza en el Profeta máximo, el Hijo por quien Dios había de dar su última palabra a Israel. La lección adquiere un valor contemporáneo, ya que la misión de Jesucristo, tan poderoso él en palabra y hechos, estaría en el pensamiento y en la memoria de todos (Hch 3:22-23).
5. Sinaí, la Ley y el Tabernáculo (Hch 7:38-45)
Moisés continuó su ministerio como siervo "fiel en toda la casa de Dios" (He 3:2), recibiendo la Ley, las palabras que podían ser de "vida" para las almas sumisas (que no significa que la salvación podía conseguirse por obras), y recibiendo las comunicaciones de Dios en lo alto de Sinaí. Esteban recuerda el terrible pecado del becerro de oro que reveló el corazón perverso del pueblo casi inmediatamente después de haber aceptado el Decálogo como norma de vida. En la ausencia de Moisés hicieron presión sobre el débil Aarón para que les preparara un "dios-becerro" que simbolizara (o sustituyera) a Jehová y al profeta "perdido" (Hch 7:38-41). Pocos se dan cuenta del trágico "lenguaje" del becerro de oro que quebrantó el pacto legal casi en el momento de sellarse, descubriendo a fondo el corazón inicuo de la mayoría del pueblo. Pero Moisés ya había recibido el diseño del Tabernáculo y el orden de los sacrificios que prefiguraban la obra de expiación y de redención por medio de aquel que había de ser a la vez Sacerdote y Víctima propiciatoria; exclusivamente sobre la base de la Obra así simbolizada podía Dios manifestarse aún en medio de su pueblo.
Esteban pone de relieve el rechazamiento de las "palabras de vida" y el sentido íntimo de la adoración del becerro de oro, que fue recalcado siglos después por las contundentes palabras del profeta Amós (Hch 7:42-43).
Con todo, "tenían nuestros padres en el desierto el Tabernáculo del Testimonio" hecho conforme al diseño celestial (Hch 7:44), y la sola gracia de Dios, simbolizada por el sistema levítico, permitió que el pueblo fuese introducido en la tierra de Canaán bajo la guía de Josué (Hch 7:45). La lección es clara: desde el principio de la vida nacional de Israel, Dios había obrado en gracia por medio de su Palabra en la boca de sus siervos escogidos, a pesar del corazón perverso de la mayoría del pueblo, que se manifestaba en persistentes conatos de rebelión y en la constante propensión hacia cultos idolátricos.
6. David, Salomón y el Templo (Hch 7:46-50)
La gran misión de David, el ungido por Dios, fue la de establecer un Trono que llegara a ser eterno en la Persona del Hijo de David, como también la de recibir una revelación sobre el Templo que había de sustituir de forma más permanente el Tabernáculo como centro del verdadero culto. Los Libros de Crónicas presentan la historia de David y de sus descendientes exclusivamente desde este punto de vista. Al seguir el argumento de Esteban, quien enfoca luz sobre la utilidad meramente temporal de los "templos hechos de manos", no hemos de caer en el error de subestimar los medios de revelación que Dios entregó a sus siervos Moisés y David, ya que tanto el Tabernáculo como el Templo eran modelos de realidades celestiales y señales de la presencia de Dios en la tierra. David, con toda razón, quiso edificar Casa para Jehová, y recibió el diseño para su construcción por revelación divina tan realmente como Moisés había contemplado el modelo del Tabernáculo en el Monte (1 Cr 28:11-12). Salomón también fue escogido para cumplir la voluntad de Dios al erigir el Templo, lugar que se llenó de la gloria del Señor (1 Cr 28:10) (2 Cr 5:13-14). La equivocación de los judíos carnales consistía en: a) creer que un culto externo podía agradar a Dios, error que había sido condenado por los profetas varias veces en el Antiguo Testamento; b) pensar que una cosa material podría ser "Casa de Dios" en sentido permanente, sin discernir que señalaba una consumación en el plano espiritual y eterno en el futuro; c) reservar para sí lo que había de ser "casa de oración para todas las naciones" (Mr 11:17), sin comprender que había de ser un testimonio que sirviera para extender el conocimiento de Dios a todas las familias de la tierra, las bendecidas por medio de Abraham y sus descendientes según la promesa original de (Gn 12:1-3). Hemos notado arriba el significado de la cita implícita de (Hch 7:48), como también la importancia de la que se saca de (Is 66:1-2) en el versículo 49.
7. El tema del Templo en el Nuevo Testamento
Es interesante trazar el tema del "Templo espiritual" en el Nuevo Testamento, que reemplaza la cáscara vacía del Templo de Herodes. Primeramente Cristo habló del "Templo de su Cuerpo" que los judíos habían de destruir, pero que él había de levantar en tres días (Jn 2:13-22). Como en el caso de Esteban, el tema se presenta en forma torcida, como acusación ante el Sanedrín (Mt 26:61). Entendemos bien que la gloria de Dios se manifestaba en el Verbo encarnado, hecho también Centro de la adoración de los hombres de buena voluntad (Jn 1:14) (Jn 14:9) (2 Co 4:6). Al ser él ensalzado derramó el Espíritu Santo sobre los discípulos, formando la Iglesia que había de ser "morada de Dios en el Espíritu" y, por ende, el Templo desde donde se manifestara el resplandor de su gloria (Ef 2:21-22). La Iglesia verdadera y espiritual es el conjunto de todos los fieles, unidos éstos con la Cabeza, que es Cristo, que no puede verse de una forma visible y palpable, sino en la reunión de la iglesia local, la congregación de un grupo de fieles en determinado lugar geográfico. No es extraño, pues, que el apóstol Pablo recuerde a los corintios que conjuntamente constituían el "templo de Dios" en Corinto (1 Co 3:16). No sólo eso, sino que el cuerpo de cada creyente llega a ser "templo", puesto que el Espíritu de Dios mora en él, y la gloria del Señor debe irradiarse de cada personalidad redimida (1 Co 6:19). En la Nueva Creación, manifestada en su plenitud, no habrá "templo" ("lugar separado"), "porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero" y "el tabernáculo de Dios está con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios" (Ap 21:22) (Ap 21:3). Con todo sería temerario deducir de la naturaleza espiritual del Templo ahora y en la Eternidad que el "Templo de Ezequiel" (Ezequiel capítulos 40 al 46) no puede ser un lugar real durante el reino del Mesías en la tierra, ya que la descripción detallada de él concuerda con otras muchas profecías parecidas que se refieren a la consumación de la obra de Dios en esta tierra, el "mundo venidero" de (He 2:5). Aún en esta dispensación del Espíritu, el Señor de la Iglesia se digna entregarnos sustancias materiales (el agua para el bautismo y el pan y el vino para la Cena del Señor) como símbolos de las grandes verdades de nuestra salvación, de modo que, en el marco de la historia de Israel y las naciones bendecidas en esta tierra, no sería extraño que un Templo llegara a ser símbolo externo de la presencia de Dios entre los fieles, apuntando lecciones sobre una pura adoración (Is 2:2-3), sin que por ello cesara de regir el principio de (Jn 4:23-24); los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad en todo lugar. La plegaria de Salomón (1 R 8), con todas las enseñanzas proféticas del Antiguo Testamento, muestra que los espirituales entendían siempre que el Templo sólo era el símbolo de la presencia de Dios, sin excluir ningún lugar desde donde los hombres pudiesen invocar a Dios en espíritu y en verdad. Las modalidades pueden variar, pero la esencia de la adoración y del modo de acercarse a Dios es siempre igual.
8. La peroración final (Hch 7:51-53)
Es posible que Esteban tuviera la intención de redondear más la aplicación de las lecciones que surgían de su resumen histórico por medio de unas referencias directas al cumplimiento de las profecías mesiánicas en Jesús, pero que las manifiestas señales de impaciencia y de ira en los rostros de sus jueces, que entendían bien que las flechas iban dirigidas a ellos (Mr 12:6-12), le forzaron a llegar a su peroración mientras que aún hubiera tiempo para ella. Lanza, pues, su acusación de la manera en que los padres habían resistido al Espíritu Santo por la dureza de su corazón, y por su incircuncisión espiritual, así también lo hacían los guías ciegos de Jerusalén, sentados para juzgarle. Sus antecesores habían perseguido y matado a los profetas que anunciaban la futura manifestación del Mesías, y los guías de aquella generación habían llegado hasta entregar y matar por manos ajenas al mismo Mesías. Se gloriaban en la Ley dada por ángeles, pero eran rebeldes a todo mandato divino. El reo pronuncia la condenación de Dios sobre quienes indebidamente ocupaban los escaños de los jueces, quedando éstos condenados por el testimonio de toda la Palabra, siendo su conducta igual a la de los rebeldes que siempre resistían la manifestación de la gloria de Dios a través de los siervos divinamente acreditados. Es evidente que Esteban se halla aquí en la línea de sucesión de los profetas que testificaban contra la iniquidad de los príncipes de pueblo.

La gloria de Dios revelada a Esteban (Hch 7:54-58)

Mientras que los jueces rechinaban los dientes contra el mensajero de Dios, éste, lleno del Espíritu Santo, tuvo una visión de la gloria de Dios, en la que Jesús, el Mesías rechazado por los hombres, estuvo en pie a la Diestra de Dios, denotando su posición y postura el ejercicio del poder ejecutivo del Trono en tan solemne momento. Describió la escena en alta voz: "¡He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la Diestra de Dios!". El título del "Hijo del Hombre" es muy significativo, ya que es el Postrer Adán, el triunfador de parte de la humanidad, quien ocupa el lugar de autoridad en el Cielo, siendo evidente el paralelismo entre este testimonio y el del Señor Jesucristo —basado en la profecía de (Dn 7:13-14)— delante de Caifás y el mismo Sanedrín: "Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo" (Mt 26:64). Los resultados inmediatos del testimonio y la visión son parecidos, ya que se toman como evidencia de blasfemia por los endurecidos, incapacitados éstos para ver visiones celestiales o discernir el verdadero sentido de la Palabra que pretendían honrar. Se taparon los oídos (¡ya bastante sordos a la Voz de Dios!) y se lanzaron sobre Esteban, arrebatándole fuera de la ciudad, donde le apedrearon, portándose en todo según el patrón de sus padres rebeldes que Esteban acababa de presentarles (2 Cr 24:20-21) (Mt 23:35).
Recalcamos anteriormente que la visión es el clímax del mensaje, ya que Dios sigue manifestando su gloria a los fieles que le sirven y le honran, al par que los duros de corazón, que cumplen la voluntad del diablo en el nombre de la religión, se ciegan contra la gloria celestial y arremeten contra aquellos que hablan en el Nombre de Dios, cuyas vidas y testimonio constituyen en sí la condensación de su propia fanática incredulidad.

El martirio de Esteban (Hch 7:56-60)

El Sanedrín no tenía autoridad para aplicar la sentencia de muerte a los reos que condenaban ante su tribunal, como es evidente por su apelación a Pilato al exigir que Jesús fuese crucificado. ¿Cómo, pues, pudieron dar muerte a Esteban por el método judío de la lapidación sin el consentimiento del gobernador? Algunos eruditos han pensado en un intervalo entre la destitución de Pilato y la toma de posesión de su sucesor, que se aprovecha por el Sanedrín actuando como máxima autoridad de la nación en la ausencia del representante de Roma. Pero aquella fecha (36 d.C.) parece ser demasiado tarde para coincidir con el martirio de Esteban, y es posible que Pilato, estando ausente en Cesarea (su sede de gobierno), estuviese ajeno a esta crisis, y que los jefes de los judíos, sabiendo que la posición del procurador era muy insegura, tomaran las riendas en su mano en un momento de pasión, confiados en que Pilato no se atrevería a llamarles al orden.
La prisa, como hemos dicho ya, da la impresión de un linchamiento, pero hubo tiempo para extender por lo menos una capa de legalidad sobre el crimen, puesto que los testigos echaron las primeras piedras, mientras que el joven Saulo de Tarso guardaba su ropa exterior, constituyéndose hasta cierto punto en "presidente" del hecho. Sin duda su inteligencia privilegiada comprendía bien tanto el mensaje de Esteban, como su incompatibilidad con el judaísmo de su día. Comprometido aún con toda la fuerza de su poderoso temperamento en el intento de guardar las tradiciones de los padres contra la intrusión de la nueva religión de Galilea, justificaría el crimen como una medida necesaria para la conservación de la fe judaica. Por la actuación de los testigos, véase (Dt 17:7).
Esteban invocaba al Señor, a quien veía tan claramente delante de su vista espiritual, cobrando fuerzas para orar en medio de la lluvia de piedras: "¡Señor Jesús! ¡Recibe mi espíritu!". De nuevo notamos las analogías entre la muerte del Maestro y la del protomártir, que se destacan aún más cuando oímos a Esteban exclamar de voz en grito, con el poder que le viniera de arriba: "¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado!". Igual que el Señor Jesús, incriminaba a los falsos guías del pueblo al par que amaba al pueblo mismo, intercediendo por él como el Señor lo había hecho. Tan sentidas intercesiones, que brotaron de los labios de tales intercesores, no son meras formas de hablar, sino que la bendición recae sobre los humildes de Israel y por fin las gloriosas promesas que fueron dadas incondicionalmente al pueblo se cumplirán en abundancia.
Feliz en medio del acto brutal del apedreamiento, Esteban "durmió en el Señor", frase que ya llega a ser la normal como descripción del paso de los cristianos a la presencia del Señor, donde descansan gozosa y conscientemente con él hasta la hora ya determinada de la resurrección (Fil 1:20-24) (2 Co 5:6-9).

Aparece Saulo de Tarso (Hch 8:1)

El hecho de que Saulo podía "dar su voto", contra los cristianos que sufrían en la primera persecución general de la Iglesia (Hch 26:10) y que consentía en la sentencia condenatoria de Esteban, guardando la ropa de los testigos como presidente del sangriento acto (Hch 22:20), llevando luego la dirección inmediata del intento de exterminar el cristianismo naciente en Jerusalén, nos hace pensar que sería reconocido como miembro del Sanedrín, por el hecho de ser rabino destacado de la secta de los fariseos. Su actuación aquí, como el jefe de la oposición a Cristo Jesús, es una dramática manifestación de la operación de las providencias de Dios, pues habría parecido una fantástica aberración de una mente desequilibrada si alguien hubiese señalado al fanático joven que dirigía el sangriento suceso como el verdadero sucesor del mártir que entregaba su espíritu a su Señor. Pero así fue, y hemos de ver en esta mención de Pablo, no sólo el enlace con la persecución que había de esparcir a muchos testigos por el ámbito de Israel (Hch 8:1-8), sino también el eslabón con la última etapa del programa de evangelización que Lucas reseña. Dios preparaba ya, por medios tan extraños, su "vaso de elección " para la predicación universal del Evangelio. Esteban rompió el cerco que limitaba el testimonio a Jerusalén; los perseguidos habían de llenar la Tierra Santa con el mensaje e iniciar el testimonio entre los gentiles (Hch 11:19-21); Saulo de Tarso, convertido en Pablo el apóstol, había de evangelizar y adoctrinar a los gentiles. Estamos en una época de transición, y los acontecimientos, ordenados por las providencias de Dios, han de realizarse rápidamente bajo el poderoso impulso del Espíritu Santo.

Temas para meditar y recapacitar

1. Haga constar cómo la selección de incidentes de la historia de Israel que Esteban presentó delante del Sanedrín justificaba su ministerio anterior, y probaba la falsedad en esencia de las acusaciones lanzadas contra él.
2. Describa la visión y el martirio de Esteban, haciendo ver: a) que constituye la culminación de su mensaje; b) que constituye el enlace entre el desarrollo anterior y posterior de la extensión del Evangelio.
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