Estudio bíblico: El evangelio se extiende fuera de Jerusalén - Hechos 8:2-40
El evangelio se extiende fuera de Jerusalén (Hechos 8:2-40)
El entierro de Esteban (Hch 8:2)
No siempre han recibido entierro honroso los mártires del Señor, pero en este caso quedaba aún algo del respeto que habían inspirado las grandes obras de Dios en Jerusalén por medio de sus siervos, bastante comprensión del valeroso testimonio del hombre lleno de gracia y del Espíritu Santo que era Esteban, para que las autoridades permitiesen que unos "varones piadosos" recogiesen el magullado cuerpo del mártir y que le diesen los debidos honores fúnebres según la costumbre de aquel tiempo, "haciendo gran llanto sobre él". Es posible que debamos suponer que los "varones piadosos" fuesen judíos que pertenecían a la comunidad cristiana de Jerusalén, pero la forma de la frase subraya la piedad reverencial de los judíos, y el hecho de no emplearse el término "hermanos" o "discípulos" puede indicar que se trata de judíos que sabían apreciar el testimonio de Esteban sin estar unidos directamente con la Iglesia, lo que les daría más libertad de movimiento en un momento de crisis, cuando Saulo iniciaba la persecución sistemática de la Iglesia. En tal caso se comprendería mejor la "gran lamentación", ya que los cristianos iban aprendiendo que el paso del mártir a la presencia de su Maestro señalaba un momento de triunfo y no de tragedia.
La persecución dirigida por Saulo (Hch 8:1-3)
1. La severidad de la persecución (Hch 8:1-3) (Hch 22:4) (Hch 26:10-11)
El fanatismo, la gran inteligencia y las asombrosas energías del joven Saulo, obrando como delegado del Sanedrín en este asunto, prestaron inusitada violencia y eficacia a la primera persecución de la Iglesia. Habían quedado atrás los días cuando los apóstoles, amenazados y aun azotados, pudieron volver a su predicación pública en los atrios del templo, alabados y alentados por la multitud. El clima de Jerusalén había cambiado al percibir la turba que el cristianismo había de minar su monopolio de privilegios religiosos, y la enérgica guía de Saulo echaba aceite sobre las llamas del fanatismo. Persiste de alguna manera (que los eruditos no aciertan a explicar) la libertad de movimiento de las autoridades judías, ya que Saulo no sólo registraba las casas, llevando a los santos (hombres y mujeres) delante de los tribunales de las sinagogas y del Sanedrín, haciendo que fuesen castigados con cárceles y azotes, sino que, en muchos casos por lo menos, logró que les fuese aplicada la última pena, como en el caso de Esteban. ¿Dónde estaba el poder de Roma, y por qué no salían los cohortes de la Torre de Antonia para reducir la autoridad del Sanedrín a sus debidos límites como en el caso de la visita de Pablo a Roma años más tarde? (Hch 21:26-23:35). Es un misterio que espera más datos históricos aún desconocidos. La catástrofe que cayó sobre la iglesia es un hecho, y habrá dado lugar a un sinnúmero de tragedias dentro de las familias de los creyentes, al par que terminó de una manera fulminante la primera y hermosa época del testimonio de la Iglesia en el mundo. Pablo no pudo borrar nunca de su memoria y de su conciencia su crimen al querer forzar a los santos a blasfemar el sagrado Nombre, y los gritos angustiosos de los hermanos y hermanas torturados habían de turbarle muchas veces en los recuerdos de las velas de la noche (1 Co 15:9) (1 Ti 1:13) (Hch 22:4) (Hch 26:10-11), agudizando aún entonces las punzadas del aguijón de la conciencia contra las cuales daba coces con tanta vehemencia antes de ver su visión del Señor (Hch 26:14).
2. Las limitaciones de la persecución (Hch 8:1)
La frase "salvo los apóstoles" nos da a entender que los Doce, a pesar de ser los guías reconocidos de Ia Iglesia, pudieron mantenerse en Jerusalén cuando otros tenían que huir a causa de la violencia de la persecución. Hemos de suponer una labor secreta para animar a la Iglesia perseguida, y es evidente que ellos creían que era la voluntad del Señor que aún permaneciesen y testificasen en la capital del judaísmo. Hallamos por lo menos a algunos apóstoles en Jerusalén muchos años más tarde (Hch 15:4), aunque es de suponer que no limitaban su obra a la ciudad, y tendremos más que decir sobre los viajes de Pedro más adelante.
La palabra "todos" en (Hch 8:1) ha de entenderse en sentido relativo y no literal, pues los perseguidos quedaron, con los Doce, y es probable que el furor del ataque se hubiese dirigido mayormente contra los creyentes helenistas, que simpatizaban con el ministerio y la actividad de Esteban, formando ya un puente que había de llevar el Evangelio a los gentiles. Los judíos piadosos, que cumplían fielmente todas las "costumbres de los padres", aun después de reconocer a Jesús como su Mesías, no estarían tan expuestos al peligro como los creyentes helenistas con sus tendencias hacia la libertad y la universalidad.
3. Los resultados de la persecución (Hch 8:2-4)
No es siempre verdad que "la sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia" ya que España misma ofrece una ilustración de una persecución (la de los siglos XVI y XVII), tan feroz, tan persistente, tan bien organizada y apoyada tan firmemente por las autoridades civiles, que la luz del Evangelio fue totalmente apagada durante siglos, después de derramarse mucha sangre mártir. Pero si los discípulos hacen caso del sabio consejo del Maestro de huir a otra ciudad cuando se levanta persecución en la primera (Mt 10:23), y aún persisten oportunidades (y la voluntad) para testificar en otros lugares, sin duda la furia de los hombres que quieren exterminar la "manada pequeña" da por resultado que se extienda más. En el caso que estudiamos, la trágica persecución (desde el punto de vista humano) fue el medio que empleara el Señor de la mies para esparcir la Palabra del Evangelio ampliamente por Judea y Samaria, sin excluir las restantes provincias del país. Saulo, que había de ser tan buen estratega al extender el Evangelio por el mundo, se equivocó en los medios que utilizó al querer reforzar el judaísmo por el exterminio de los seguidores de Jesús de Nazaret, ya que "los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio". Los instrumentos para cumplir la segunda etapa del programa de (Hch 1:8) no eran los líderes, los doctores y los grandes predicadores de la Iglesia de los primeros años, sino todo un ejército de creyentes anónimos que huían de la mano cruel de Saulo y de sus compañeros, pero sin dejar por ello de dar su testimonio a Cristo en todos los lugares adonde llegaban en busca de refugio. Sin duda la obra había de confirmarse por los apóstoles y sus colegas, como veremos más adelante, pero el Dios soberano escogió éstos y no otros para llevar a cabo su plan, y una vez más notamos la gloriosa libertad del Espíritu quien sopla como poderoso viento donde y como quiere. Grupos que salieron de Jerusalén con ocasión de esta misma persecución se hallan luego en la vanguardia de la evangelización de los gentiles (Hch 11:19), y en seguida se nota que las barreras anteriores entre Judea y Samaria no existen para la Iglesia (Hch 8:1) (Hch 5:8) (Mt 10:5).
La evangelización de Samaria (Hch 8:5-8,14-16,25)
1. Samaria y los judíos
El lector se acordará que los Evangelios reflejan la tensión que existía entre los judíos y los samaritanos, desdeñando los primeros todo trato con los últimos por considerarles una raza mezclada, impura y cismática. Aun los apóstoles habían de restringir su testimonio a las ovejas perdidas de la casa de Israel, evitando las tierras samaritanas, anteriormente a la Muerte y Resurrección de Cristo (Mt 10:5-6), seguramente por la imposibilidad de cumplir el cometido más amplio hasta que se hubiese colocado el fundamento para ello por medio de la Obra redentora de Cristo y el Descenso del Espíritu Santo. La enemistad latente entre el Norte de Canaán (del cual Efraín era la tribu más importante) y el Sur, donde predominaba Judá, data desde los tiempos de David, y quizá tuviera sus orígenes en la época de los Jueces. Las palabras del insurrecto Seba en (2 S 20:1) reflejan la tensión, que llegó a la ruptura abierta bajo Roboam, sometiéndose el Centro y el Norte del país a Jeroboam. Después de la destrucción de Samaria por los asirios, los reyes de Judá, Josías y Ezequías, intentaron extender su influencia por todo el país, restaurando en parte el culto de Jehová; pero los asirios habían llevado cautivos a los más destacados de los israelitas del Norte, reemplazándoles por gente de tierras distantes como Babilonia y Hamat. Por fin, los inmigrantes se mezclaron con los verdaderos israelitas, aceptando una forma oficial de culto a Jehová, pero fueron despreciados por los judíos que volvieron a Judea bajo Zorobabel según el decreto de Ciro, a causa de la preocupación que tenían éstos por conservar limpio el linaje de Israel. Por fin construyeron su propio templo cismático en el monte Gerezim, guardando celosamente su copia del Pentateuco (algo cambiado para ponerse a tono con sus pretensiones) hasta nuestros días. Los reyes asmoneos (siglo II a.C.) lograron subyugarles, pero el advenimiento de los romanos les dejó en libertad para seguir con su cisma, creyendo que era "su monte" donde los hombres habían de adorar a Jehová (Jn 4:20).
Este resumen de las interrelaciones de los judíos y los samaritanos es necesario para la comprensión de algunos de los aspectos de la evangelización de la región por Felipe, Pedro y Juan, ayudados, sin duda, por muchos otros testigos anónimos.
2. Felipe el Evangelista (Hch 8:5-8,12)
Entre los muchos hermanos que abandonaron Jerusalén para seguir testificando en otros lugares, Lucas destaca y nombra a Felipe: sin duda el Evangelista, ex administrador, con sus seis compañeros, de los fondos comunes de la comunidad cristiana de la capital, y no Felipe el apóstol como algunos han imaginado. Como Esteban, habría cumplido bien su tarea (quizás un tanto ingrata) de "servir las mesas", mientras duraba la necesidad para ello, pero libre de sus deberes administrativos por la dispersión de la comunidad, pudo ejercer libremente su "carisma" de evangelista durante el tiempo de la expansión del Evangelio en Samaria, de la forma en que Esteban se había revelado como el testigo por excelencia en los momentos de transición de una época a otra. Acordémonos de que se le llama "el evangelista" en (Hch 21:8), que, juntamente con las actividades suyas que se refieren en este capítulo, nos hace saber que el Señor resucitado le había dado como "don" a la Iglesia para la presentación del Evangelio frente al mundo, o, mejor dicho, frente a los hombres y mujeres perdidos en el pecado de esta raza caída (Ef 4:11). Una cosa es "hacer la obra de evangelista" como Timoteo fue exhortado a hacer, a pesar de estar entregado primordialmente a una labor de pastoreo y de enseñanza (2 Ti 4:5), y otra es el ejercicio del don especial de evangelista, que capacita al siervo de Dios para presentar el mensaje de tal forma que las almas entiendan y lleguen a una decisión. El evangelista es el adalid de la Iglesia, y a menudo su don se relaciona con la labor del misionero, aunque éste puede ser llamado a más variados trabajos en el frente de batalla. La obra de los dos debiera conducir a la fundación de iglesias locales, que a su vez sirven de bases para extender el Evangelio.
3. El mensaje de Felipe
Este capítulo es particularmente rico en frases que describen el mensaje que Dios da a los hombres. Los testigos anónimos "anunciaban el evangelio" (Hch 8:4), bien que la frase puede ampliarse, pues indica que "anunciaban el evangelio de las Buenas Nuevas". Felipe, como un heraldo, les "predicaba a Cristo" (Hch 8:5). Los samaritanos también esperaban al Mesías (Jn 4), de modo que esta forma de presentar el mensaje fue muy adecuada a la ocasión. En (Hch 8:12) leemos que Felipe: "les anunciaba el evangelio del Reino de Dios", que señala la amplitud de su mensaje. El mismo versículo recalca que "anunciaba el evangelio del Nombre de Jesucristo", puesto que los samaritanos tenían que aprender que el poder salvador de Dios se manifestaba ya en el Nombre de Jesús el Mesías, el único dado a los hombres debajo de los cielos. El versículo 14 nos enseña que los samaritanos habían recibido "la Palabra de Dios", que relaciona el Evangelio de Jesucristo con la totalidad de la revelación que Dios ha dado de sí mismo. Los apóstoles Pedro y Juan "testificaron y hablaron la Palabra del Señor", además de "evangelizar muchas poblaciones de los samaritanos" (Hch 8:25), que subraya el elemento del "testimonio" del encargo original de (Hch 1:8). Para completar el tema, podemos anticipar un comentario sobre el testimonio de Felipe al eunuco de Etiopía, cuando, sentado en el carro, "le anunció el evangelio de Jesús (como Centro de) las Buenas Nuevas" (Hch 8:35), que pone todo el énfasis en la Persona del Salvador. Por fin Felipe, separado ya del nuevo convertido, "anunciaba el evangelio en todas las ciudades (de la costa) hasta que llegó a Cesarea" (Hch 8:40), que es extender ampliamente las Buenas Nuevas, como ya se había hecho en Samaria. Si el lector es predicador del Evangelio, puede reparar en las variadas riquezas del mensaje divino que se desprenden de las descripciones que acabamos de notar, evitando el error de creer que lo único que tiene que hacer es predicar un "Evangelio sencillo", por el que se entiende generalmente la exhortación de "creer y ser salvo", a menudo sin colocar anteriormente una firme base para la fe por medio de la proclamación de Cristo, su Obra, el Reino de Dios y la Palabra de Dios.
4. Las señales de Felipe (Hch 8:6-8)
Los milagros, que son señales de que obra por medio del mensajero una potencia sobrenatural, se conceden por Dios a sus siervos en los momentos en que éstos necesitan de forma especial unas credenciales que les den autoridad divina al inaugurar una nueva etapa de la Obra, o cuando necesitan la protección de tales prodigios. Felipe, judío de habla griega, proclamaba a los samaritanos cismáticos que Jesús, quien había realizado su obra en Galilea y Judea, siendo muerto y resucitado en Jerusalén, era el Mesías que esperaban, el Profeta que Dios había de levantar según la profecía de Moisés en (Dt 18:15). Tal mensaje estaba en pugna con la religión cismática de los samaritanos, quienes necesitaban la prueba de que Dios había autorizado a Felipe para proclamar las Buenas Nuevas en la Persona de Jesús. La Palabra y las señales se apoyaban mutuamente, de modo que las gentes "escuchaban atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía" (Hch 8:6). Como en otras ocasiones en Los Hechos, se destacan los milagros de curar a los paralíticos y de echar fuera a los demonios: quizá por abundar estos males y a la vez con el fin de ilustrar el poder del Evangelio frente a la debilidad del cuerpo paralizado, y la autoridad del Nombre de Jesús frente a los demonios, secuaces de Satanás. El poder manifiesto de la Palabra de Dios y del Nombre de Jesucristo, que sanaba a los cuerpos y libertaba a las almas, llenó la ciudad de gran gozo.
La ciudad podría ser la antigua Samaria, capital de la región, aunque no se llamaba así en la época que tratamos, puesto que Herodes el Grande había vuelto a edificarla, cambiando el nombre a Sebaste, ciudad muy helenizada. Algunos antiguos textos omiten el artículo definido en (Hch 8:5), resultando que Felipe descendió a una ciudad de Samaria, sin determinar cuál fuese, que quizá concuerda mejor con la narración y las condiciones de la región.
5. El bautismo y el don del Espíritu Santo (Hch 8:12,14-17)
El hecho de que Felipe bautizara a los creyentes, y que no se produjeran en ellos las manifestaciones normales de haber recibido el Espíritu Santo hasta que Pedro y Juan hubiesen descendido de Jerusalén para imponerles las manos, ha dado lugar a variados comentarios, deducciones y discusiones. Es demasiado "fácil" deducir de este caso, con el otro excepcional de (Hch 19:1-7), que se necesita una "confirmación" por las manos de un obispo después del bautismo con agua para que los creyentes reciban el Espíritu Santo, puesto que otros pasajes enseñan algo muy diferente, y hemos de preguntarnos cuál sea la norma apostólica, cuál la excepción y el porqué de la excepción. Recordemos que el Espíritu Santo cayó repentinamente sobre los ciento veinte discípulos reunidos en el aposento alto el Día de Pentecostés (Hch 2:14), sin que ningún hombre actuara de intermediario, ni siquiera el apóstol Pedro. Pedro prometió el don del Espíritu Santo a las almas obedientes después de su primer mensaje, sin que haya indicio alguno de la imposición de manos (Hch 2:37-42). Al abrirse la puerta del Reino a los gentiles en Cesarea, el Espíritu cayó sobre todos los que oían la palabra de Pedro, quien pregunta luego: "¿Puede alguno negar el agua para que no sean bautizados éstos que han recibido, como nosotros, el Espíritu Santo?" (Hch 10:44-48). Así que los primeros convertidos de la gentilidad oyeron la Palabra con fe, recibieron en seguida la potencia del Espíritu, y luego, como consecuencia de ello, fueron bautizados por agua. Según el texto griego, y las traducciones exactas, Pablo pregunta a los doce discípulos de Juan el Bautista en Éfeso: "¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?", lo que señala la "norma de Cesarea". Extrañándole la ausencia de las manifestaciones del poder del Espíritu, encuentra que se hallan los doce discípulos en una posición especial, habiendo recibido el bautismo de Juan sin haber oído el Evangelio en su plenitud. Les dio la Palabra, y luego les impuso las manos y vino sobre ellos el Espíritu Santo (Hch 19:1-7). Por (1 Co 12:13) sabemos que el bautismo del Espíritu y el "beber" del Espíritu es algo que corresponde a todos los miembros del Cuerpo de Cristo, y (Ef 1:13) declara que el creyente es sellado por el Espíritu al recibir la Palabra y creer: "En él (Cristo) también vosotros (los gentiles), habiendo oído la palabra de verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa". Pablo también declara a los santos en Roma: "Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él" (Ro 8:9). Es contrario a la misma esencia de la revelación bíblica pensar que una bendición espiritual pueda ser recibida a través de un acto externo, bien que a menudo un acto externo puede simbolizar el acontecimiento interno.
Deducimos, pues, que la norma para la Iglesia, después del Descenso del Espíritu Santo, es que el alma que se entrega a Cristo al recibir la Palabra recibe el Espíritu Santo y participa en el "Bautismo" del Día de Pentecostés. En cuanto a la "imposición de manos", este acto entraña el sentido esencial de una identificación a los diversos efectos que surgen de la situación. En este concepto general hallamos la causa de la excepción de la norma en el caso de los samaritanos que acababan de recibir el Evangelio de Cristo. Por siglos su raza había servido a Jehová "a su manera", apartada de la verdadera revelación que vino por medio de los judíos (Jn 4:22) y que halla su cabida en las páginas del Antiguo Testamento. ¿Había de pasarse el cisma a la esfera de la Iglesia, formándose una Iglesia judaica y otra samaritana? Con el fin de conjurar el peligro, la consumación de la otra tuvo que esperar la llegada de Pedro y Juan desde Jerusalén, lugar donde se había fundado la Iglesia. No había resistencia a la verdad de parte de los creyentes en Samaria, pero había de demostrarse que la Iglesia era una sola, y la imposición de manos de los apóstoles simbolizaba la identificación de los antiguos enemigos y su unión en un solo Cuerpo. Ya no había impedimento para la manifestación del Espíritu Santo, y (Hch 8:18) parece indicar que las señales fueron iguales que en el caso de los creyentes gentiles en la casa de Cornelio, pues la posesión del Espíritu era algo que Simón podía ver y comprobar (Hch 8:18).
Volviendo por un momento al caso de los doce discípulos de Juan en (Hch 19:1-7), percibimos una estrecha analogía con el de los samaritanos, pues existía el peligro de una religión fundada sólo en una parte del Evangelio, siendo la figura de Juan el Bautista más prominente quizá que la del Señor. De nuevo se retiene la manifestación de la plenitud del Espíritu hasta que el apóstol de los gentiles, comisionado por el Señor de la Iglesia, impusiera las manos en un acto de identificación y de comunión.
Los samaritanos fueron bautizados "en el Nombre del Señor Jesús", pues el acto de ser sumergido en el agua les separaba de su antigua esfera del mundo y de una religión imperfecta, para trasladarles en símbolo al Reino de Jesucristo, Salvador y Rey, cuyo Nombre ya confesaban. Eran creyentes en el Dios verdadero, de modo que el acto de su bautismo significaba sobre todo su unión con Cristo, mientras que las naciones en general habían de ser bautizadas "en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28:19).
6. La obra apostólica (Hch 8:14-25)
Tendremos ocasión de ver otras pruebas tanto de la autoridad apostólica al guiar las iglesias durante los primeros años, como de la operación del Espíritu que obraba en los corazones de sus siervos con toda libertad, sin las restricciones que surgen de las organizaciones y jerarquías eclesiásticas. Nada ni nadie podía impedir que Felipe ejerciera su don de evangelista en Samaria según la dirección y el poder que recibiera de lo Alto. Al mismo tiempo, los apóstoles en Jerusalén no se desentendían de este nuevo movimiento, puesto que la evangelización de los samaritanos podía entrañar peligros para la unidad de la Iglesia toda, como ya hemos considerado. Así que Pedro y Juan, en otra manifestación de su cordial colaboración, bajaron a Samaria, enviados por sus colegas, para la confirmación de la obra. Es implícito en el relato que reconocieron en seguida que Felipe había sido el instrumento para adelantar el Reino de Dios según el programa que el Maestro había señalado, de modo que su labor consistió en manifestar aquella identificación de los samaritanos con la autoridad apostólica concedida a los Doce por el mismo Señor, por medio de la imposición de manos. Relacionados los convertidos con el Hecho del Día de Pentecostés de esta forma simbólica, recibieron el Espíritu Santo. Quizá no es muy sabio preguntar si fuesen salvos o no los creyentes samaritanos antes de recibir la plenitud del Espíritu Santo, porque sólo Dios es el Escudriñador de los corazones. Habiendo creído de corazón en el Señor, y habiéndole confesado públicamente, es de suponer que sí, y como la regeneración ha de ser necesariamente obra del Espíritu Santo, habrían experimentado su obra en sus corazones. Lo que les faltaba era la manifestación de la plenitud del Espíritu por quitarse el obstáculo que ya hemos notado.
El lector hará bien en notar todos los aspectos de la obra de los apóstoles mientras quedaban con la Iglesia, y mientras que, por su guía, se iba cuajando su mensaje inspirado en las páginas de lo que ahora llamamos el Nuevo Testamento. Verá que toda "sucesión apostólica" ha de ser espiritual, pues se trata de recibir y pasar a otros el depósito de la verdad cristiana entregado a los apóstoles (2 Ti 2:2), a la que el verdadero "sucesor", se somete de todo corazón, exhortando a otros a la misma actitud. Es muy evidente la ausencia de todo intento de formar una jerarquía y una sucesión basada en el "cargo" de apóstol. En (Hch 8:25) les vemos hacer obra de evangelistas por los pueblos de Samaria al regresar otra vez hacia su base en Jerusalén.
7. El caso de Simón el Mago (Hch 8:9-13,18-24)
Las referencias en escritos del siglo II a Simón el Mago como gran enemigo del apóstol Pedro, y fundador de la herejía de los gnósticos, y de una secta en particular que se llamaba "los simonianos", son confusas; quizá todas podrían surgir de la imaginación de personas algo crédulas y amantes de lo sobrenatural al leer la misma porción que tenemos delante. Que una secta de "simonianos" existía es un hecho, pero no hay seguridad de que fuese el fundador este Simón de Samaria, ya que el nombre era muy común. Nos limitaremos, pues, a unas breves notas sobre el personaje tal como se presenta aquí.
a) Era experto en la magia, que podía ser una mezcla de algunos conocimientos especiales de artes de prestidigitador y de ayuda satánica (véase el comentario sobre Hch 13:6-12), de modo que a los ojos sencillos de los samaritanos era "la virtud de Dios que se llama Grande", frase que significa un especie de "Gran Visir" que ejerciera la potencia de Dios en la tierra.
b) Su ambición personal se trasluce de la frase: "haciéndose pasar por algún grande" (Hch 8:9).
c) La "fe" de este hombre, y su confesión de ella en el bautismo, surgieron de su comprensión de que una potencia mayor que la suya operaba por medio de las palabras y obras de Felipe (Hch 8:13). La historia posterior, con el diagnóstico de su condición por Pedro en (Hch 8:20-22), nos asegura que su profesión era falsa, sin que hubiera mediado la entrega de su voluntad al Señor.
d) A sus pobres ojos de mago carnal la imposición de manos, que aparentemente resultó en la plenitud del Espíritu, constituía el "secreto" más profundo de la obra de estos extraños magos de Jerusalén y por eso se le ocurrió ofrecer a Pedro dinero con tal que le entregara "la receta" para su repertorio de tretas. De ahí viene el vocablo "simonía" para designar la compra de cargos espirituales; ¡en este sentido Simón ha tenido una larga sucesión dentro de la esfera de la profesión cristiana a través de los siglos! Pero el pensamiento siquiera de que bienes espirituales puedan ser otorgados por Dios a base de dinero es algo horriblemente opuesto a toda verdad divina y motiva la severa condenación del apóstol: "Tu dinero perezca contigo, porque pensaste obtener por precio el don de Dios". Recordemos la fulminante manifestación de juicio sobre Ananías y Safira, y aprendamos que por mucho que se multiplique este pecado, y por respetable que se haya hecho por la casuística de los hombres, Dios hizo constar por boca de Pedro desde el principio lo que él piensa de todo intento de negociar con su gracia.
e) Un hombre que piensa negociar con Dios y sacar ventajas para sí de su gracia no tiene parte alguna en el Reino, porque su corazón (sede de sus deseos, propósitos y voluntad) está corrompido. Sólo la sumisión a la Palabra y el desprendimiento de toda ambición propia podrían remediar la situación (Hch 8:21-22). La frase "hiel de amargura y prisión de maldad" hace eco de palabras del Antiguo Testamento (Dt 29:18) (Is 58:6), y señala tanto la fuente amarga de rebelión escondida en el corazón impenitente, como las cuerdas que sujetan el esclavo del pecado al servicio del diablo.
f) Creemos, con los comentaristas antiguos, que Simón no se arrepiente, y que por las frases, aparentemente humildes de (Hch 8:24) elude la necesidad de implorar él mismo a Dios el perdón de su maldad. No quiere verse personalmente en la presencia del Altísimo como pecador penitente, sino que quiere que los "maestros" en tales materias rueguen por él, no para que sea perdonado, sino con el fin de que se libre del castigo. ¡He aquí otro error "simoníaco" que se ha multiplicado mucho y persiste hasta nuestros días!
La nueva misión de Felipe
1. La guía del siervo (Hch 8:26)
Seguramente muchos hermanos de discernimiento aconsejaron a Felipe que quedara en Samaria para confirmar las iglesias nacientes, especialmente en vista de los peligros de la presencia de Simón el Mago y de la posibilidad de que rebrotaran antiguos resabios cismáticos en aquella región. Felipe, sin embargo, estaba en contacto con su Señor, y obedeció en el acto cuando un ángel del Señor le dirigió a una región desértica, muy lejos del fructífero campo donde había sido tan bendecido en sus trabajos de evangelización. Sólo el Señor de la mies sabe dónde mejor pueden servir los obreros, y seguramente otros hermanos regaron la buena siembra de Felipe en Samaria, mientras que él había de seguir con su labor de evangelista en otras esferas; (1 Co 3:6-8) y las palabras del Señor en (Jn 4:36-38), con referencia precisamente a Samaria.
No hay necesidad alguna de suponer que el "ángel" fuese un mensajero humano, o que la frase indique únicamente la voz del Espíritu dentro de Felipe. Por la naturaleza de la misión que había de cumplir frente al eunuco, sólo Dios pudo conocer la necesidad, y coordinar los movimientos tanto del alma hambrienta como del siervo suyo; hay frecuentes menciones de las intervenciones angelicales para guiar a los siervos de Dios en momentos de crisis durante los años formativos del cristianismo, y el uso de tales mensajeros no anula la guía directa del Espíritu, sino sólo indica un método alternativo que Dios utiliza según sus soberanos propósitos (Hch 8:29,39). Nos es grato pensar que estos espíritus administradores están todavía al servicio de los herederos de la salvación (He 1:14). La mención del Ángel y del Espíritu del Señor con referencia al servicio de Felipe en este corto pasaje, nos recuerda (Is 63:9-10) en relación con Israel: "El Ángel de su faz los salvó..., mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu", donde hay también mención de las dos agencias divinas, bien que en Felipe encontraron un instrumento dócil, y no rebelde.
2. El destino de Felipe (Hch 8:26)
"Ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto". La antigua ciudad de Gaza, punto fuerte de los filisteos en tiempos antiguos, había sido destruida por el príncipe asmoneo Alejandro Janeo, en el año 93 a.C. Más tarde, los romanos edificaron una nueva ciudad más cerca del mar, pero el camino hacia Egipto pasaba más cerca de "Gaza desértica", que es lo que significa la frase. Desde luego, la región en general es desierta o semi-desierta.
El etíope y sus inquietudes
1. Su país (Hch 8:27-29)
La Etiopía de la antigüedad no era idéntica con la Etiopía de hoy, sino que correspondía a la región del alto Nilo que se extiende desde las primeras cataratas en Asuán hasta la ciudad moderna de Kartún: área de gran interés hoy a causa de la construcción de la gigantesca presa de Asuán, lo que dejará debajo de las aguas una gran parte de este territorio antes llamado Nubia. Hoy es tierra muy inhóspita, pero los restos arqueológicos demuestran su antigua prosperidad. Los hijos de los reyes se guardaban de la vista de sus súbditos, rodeados por el misterio de su supuesto origen del dios-sol, mientras que el poder se ejercía por la reina-madre, cuyo título era siempre Candace.
2. Su persona y su cargo (Hch 8:27)
Es muy probable que era realmente un eunuco, pues concuerda con las costumbres de la época que cortesanos que habían sufrido tal desgracia desempeñasen elevados cargos, y más tratándose del servicio de una reina. Siendo intendente de todos los tesoros de la Candace de la época, este eunuco sería uno de los personajes más poderosos del país.
3. Su viaje (Hch 8:27-28)
Desde Etiopía había tenido que descender del Sur al Norte por el valle del Nilo, siendo posible que hiciera una parte del viaje por agua, además de utilizar carros adaptados para viajes largos, más amplios y cómodos que los de guerra. Pasaría por el escenario de la civilización egipcia, en la que su propio país había jugado un papel predominante en algunas de las dinastías. Al llegar al Delta, a la altura de Memfis (ahora El Cairo), tomaría un camino hacia el nordeste que le llevaría a "Gaza desértica" y a Jerusalén.
Se hace constar claramente que había emprendido tan largo viaje "para adorar", lo que presupone un conocimiento de las Escrituras del Antiguo Testamento y de la revelación que Dios había dado a Israel. No es probable que los judíos le admitieran como prosélito con todos los derechos por ser eunuco, aun cuando Dios había dado promesas especiales a los fieles que lo eran: "Yo les daré lugar en mi Casa y dentro de mis muros, y nombre mejor que el de hijos e hijas..." (Is 56:3-5). El asiduo lector de Isaías tuvo que haber leído esta promesa, que le habría servido de consuelo. No nos extrañe que hubiera alguien con conocimientos del Antiguo Testamento y contactos con Israel en país tan lejano, ya que los judíos viajaban por todas partes donde había alguna posibilidad de buenos negocios, y ya hemos notado que Etiopía tenía su importancia en aquel tiempo.
Nada sabemos de los resultados de su visita a Jerusalén, aparte del hecho de adquirir allí el rollo del profeta Isaías, pero todo el viaje revela las inquietudes de un alma que buscaba a Dios. No podemos suponer que su sed se satisficiera por el ritual del Templo de entonces, ni por las tradiciones de los Ancianos que enseñaban los rabinos de los fariseos. Nos preguntamos si llegara a saber algo de los "nazarenos" tan perseguidos por Saulo en los días de su visita. La luz de la revelación se enfoca en el etíope después de la visita, y mientras luchaba por entender la gran profecía del Siervo de Jehová que tanto sufría para ganar luego una gran victoria. Seguramente leía en alta voz, y con gran atención, habiendo dado órdenes al cochero que caminase despacio.
El encuentro entre el siervo de Dios y el etíope (Hch 8:29-39)
1. La voz del Espíritu (Hch 8:29)
Esta vez el Espíritu habla directamente al siervo obediente, que se hallaba en lugar tan solitario e ingrato, sin saber aún el porqué de su situación. La comitiva del magnate se acerca sin prisas. La Voz le manda acercarse al carro y, al obedecer, Felipe se da cuenta de que el potentado etíope está leyendo el rollo de Isaías. Con la confianza de quien se deja llevar por la guía del Espíritu Santo, Felipe entra en conversación preguntándole si entiende lo que lee. El espíritu humilde y sediento del lector se echa de ver en su respuesta: "¿Y cómo podré entender si alguien no me enseñare?". Acto seguido invita a Felipe a que suba al carro para sentarse a su lado.
2. "¿De quién habla el profeta?" (Hch 8:32-34)
El capítulo 53 de Isaías es la consumación de varias profecías sobre el "Siervo de Jehová" diseminadas por los capítulos anteriores de la profecía, empezando con (Is 42:1). Israel era "siervo de Jehová" para mantener un testimonio a Dios en medio de las naciones paganas y para recibir y transmitir las Escrituras, con la bendita promesa de una consumación futura por medio del Mesías. Pero la nación en su totalidad no había cumplido su misión, aunque nunca faltaba el testimonio de un remanente fiel de almas piadosas en medio de ella. En la sección de Isaías que hemos indicado, otro Siervo fiel toma el lugar del infiel; ministra en humildad, pero por fin lleva a cabo su obra con éxito triunfal. La porción (Is 52:13-53:12) subraya los profundos sufrimientos que el Siervo padece por amor al pueblo, que comenta tristemente el hecho de haberle rechazado. Pocos de los judíos (ninguno según algunas autoridades) podían coordinar las muchas profecías de un Mesías que había de reinar gloriosamente con este lamento (mezclado con acentos triunfales) del Siervo que padecía, de modo que se preguntaba una y otra vez: "¿De quién habla el profeta, de sí mismo, o de algún otro?". Hasta el día de hoy algunos contestan que el "Siervo" es Israel, o el profeta mismo que se identifica con los dolores de su pueblo; pero el Señor, al hacer la aplicación a sí mismo, señalaba la ceguera de quienes no habían comprendido que era necesario que el Mesías padeciera tales cosas antes de entrar en su gloria (Lc 24:25-26).
Aleccionados por el Maestro mismo, los discípulos aprendieron bien la lección, y citaban a menudo la gran profecía de Isaías 53, que de hecho es la gran cantera de conceptos para la formulación novotestamentaria de la doctrina de la muerte expiatoria y vicaria del Cristo (2 Co 5:21) (1 2:21-25) (1 P 3:18) (Fil 2:6-11).
El texto de los versículos 32 y 33 corresponde a la Versión Alejandrina de una parte de (Is 53:7-8), según la numeración de nuestras versiones que se basan sobre el texto masorético, lo que explica ciertas diferencias verbales. De todos modos el original ofrece dificultades a los traductores, aun tratándose del texto masorético. Podemos suponer que Felipe hiciera referencia también a los versículos 4 y 6 del mismo capítulo de Isaías, tan a propósito para explayar su gran tema.
3. "Le predicó a Jesús" (Hch 8:34-35)
Todo el incidente es un notable ejemplo de las operaciones de las providencias y la guía del Señor, pues no podemos imaginarnos porción más apta para la presentación de Jesús como Salvador que ésta que el etíope leía en aquel preciso momento en que Felipe se acercó al carro. El siervo de Dios estaba bien preparado para contestar la pregunta del magnate: el profeta no hablaba de sí mismo, sino de "Otro," del Mesías que había de venir para sufrir la condena del pecado del hombre con el fin de libertarle y salvarle. Hacía muy poco tiempo que se había consumado el sacrificio del Cordero de Dios, mudo ante sus trasquiladores a causa de su voluntaria entrega a la muerte. Pedazos del madero se hallarían todavía en el montículo llamado Gólgota. Aún vivían miles de personas que habían presenciado un aspecto u otro del drama. Con fuego de verdadero evangelista, con hondos deseos por el alma que le escuchaba, lleno de amor para con aquel que había muerto por él, Felipe "predicó a Jesús", el Cordero de Dios que llevó y quitó el pecado del mundo. Había sido arrebatado de entre los hombres por una perversión de la justicia, pero todo fue por "determinado consejo y providencia de Dios", como también por la voluntad de la Víctima, con el fin de que hubiera otra "generación", salvada, fruto del trabajo de su alma.
La frase "prosiguiendo ellos su camino" puede significar horas de estudio, de explicación y de exhortación, por medio de las cuales el eunuco, hombre de gran inteligencia es de suponer, pudo aprender los hechos y doctrinas más importantes de la Fe cristiana.
4. Fe y bautismo (Hch 8:36-39)
"La fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios" (Ro 10:17) y, a pesar de la brevedad de la narración, no cabe duda de que hemos de entender que el etíope manifestara una verdadera fe, apoyada sobre la Persona de Jesús, presentada a través de la predicación de Felipe. Sabía que el bautismo era la señal exterior que daba a conocer la entrega del ser a Jesús el Mesías, de modo que, al llegar la comitiva a un oasis en el desierto, preguntó: "¿Qué impide que yo sea bautizado?". Quizá su condición de eunuco había impedido su bautismo como prosélito judío, pero en el Reino de Dios manifestado en Cristo no había nada que impidiera que pasara por las aguas del testimonio con tal que creyese.
Felipe le contestó: "Si crees de todo corazón bien puedes". A lo que el etíope respondió: "Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios". Esto llega a ser el "Credo" más antiguo de la Iglesia, el mínimo que había de confesarse antes de ser admitido al acto del bautismo y a la comunión visible de la Iglesia.
Todo indica aquí que el bautismo es un rito para personas que reciben la Palabra de una forma consciente y desean confesar su fe en Cristo Jesús. Además, el acto de bajar ambas personas al agua, tanto el convertido como el siervo de Dios que realizaba el acto, para subir luego del agua, da la impresión del bautismo por inmersión. Desde luego estas narraciones son de tiempos tempranos, cuando personas pasaban primeramente desde el campo del judaísmo, y luego del área del paganismo, a la Iglesia, y no hay claras noticias sobre la posición de los hijos de los creyentes. Se puede suponer que la situación cambia cuando de ellos se trata, por los privilegios de que disfrutaban, pero al criterio de quien escribe, todo cambio en el orden normal que repetidamente se ve en Los Hechos se basa sobre suposiciones, con aplicaciones poco lícitas de "analogías" con la circuncisión en la antigua dispensación, careciendo la práctica de bautizar a infantes de toda palabra firme en las Escrituras.
5. El evangelista y el convertido (Hch 8:39-40)
De nuevo nos sorprende la pronta separación del evangelista de la persona que había recibido la Palabra por su medio; en el caso de los samaritanos, eran muchas las personas dejadas, pero el caso es igual, ya que se espera que Dios siga obrando para confirmación de los niños en la fe por los medios que él escoja, a pesar de la ausencia física del evangelista. Felipe fue arrebatado por el Espíritu del Señor, y siguió su labor de evangelista en los pueblos de la costa hasta llegar a Cesarea, donde, al parecer, estableció su hogar, pues le hallamos allí con hijas mayores en el año 57 (Hch 21:8-9). Pero no deja de ser "Felipe el evangelista", lo que nos hace suponer largas ausencias de casa al utilizar su carisma especial en otros distritos sin evangelizar.
El nuevo convertido no lloró la ausencia de su buen guía, sino siguió su camino hacia su tierra gozoso, sin duda experimentando la potencia del Espíritu Santo quien manifestaba ya en él su alegre fruto (Ga 5:22-23), y quien le había de guiar a toda verdad. Ireneo (en "Contra Herejías") nos dice que llegó a ser misionero entre su pueblo, que sería lo más natural, aunque la referencia de Ireneo quizá no tenga más fundamento que tan lógica suposición.
Temas para meditar y recapacitar
1. Discurra sobre la evangelización de Judea y Samaria, como segunda etapa del mandato de (Hch 1:8), con referencia especial a la de Samaria. ¿Por qué hacía falta que los apóstoles Pedro y Juan bajaran a Samaria antes de que los convertidos samaritanos recibiesen el Espíritu Santo?
2. Apúntense las lecciones más importantes que podemos aprender de la falsa profesión de Simón el mago, su bautismo y su pecaminosa petición.
3. Comente sobre la conversión del eunuco bajo los puntos de vista siguientes: a) su estado y sus inquietudes; b) el rollo que había adquirido y la porción que de él leía; c) su actitud frente a Felipe; d) su bautismo y su gozo.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
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