Estudio bíblico: La Salvación -
La salvación
El alcance del término
Al hablar de la obra salvífica de Cristo hacemos referencia a todo lo que él ha realizado y realizará con el fin de deshacer las obras del diablo y presentar a Dios una raza libre de los trágicos efectos de la Caída. El hombre justificado ha sido salvado de la sentencia condenatoria de la Ley; el que se ha reconciliado se ha salvado de los funestos resultados de su enajenación de Dios; el redimido se ha salvado de la esclavitud que Satanás supo imponerle al inducirle a pecar. El hijo de Dios que desea cumplir la voluntad de Dios en esta tierra disfruta de la salvación, y el conjunto de su vida de oración "es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y que vengan al conocimiento de la verdad" (1 Ti 2:3-4).
Salvación de peligros
Una clara ilustración de la salvación se halla en (Mt 14:30). Pedro quería andar sobre las aguas, como su Maestro, y fue animado a ello. Al apartar su mirada del Señor para fijarla en el oleaje producido por el viento, empezó a hundirse y su oración es breve y exclamatoria: "Señor, ¡sálvame!". El Señor extendió su mano y le puso a salvo, ilustrando el conocido incidente el hecho de que graves peligros nos acechan, siendo el hombre incapaz de salvarse fuera de la presencia y pronto auxilio del Salvador.
La salud física
La pérdida de la salud corporal constituye un peligro tan constante y conocido que "sótéria" en el griego alude con frecuencia al hecho de recobrar esta salud física, viéndose el paciente libre de su enfermedad. Por eso dijo el Señor a la mujer curada de su hemorragia: "Hija, tu fe te ha salvado" (Mr 5:34). La analogía con la salud del alma es tan manifiesta que las antiguas traducciones de (Hch 4:12) rezaban: "En ningún otro hay salud...", pero es mejor guardar "salud" para lo físico y "salvación" para lo espiritual.
El concepto de salvación en el Antiguo Testamento
La salvación nacional
El concepto de salvación se halla muy desarrollado en el Antiguo Testamento, y, siendo Israel el pueblo escogido para servir a Dios, es natural que los autores sagrados hagan muchas referencias a la liberación de la nación tanto de sus enemigos como de los peligros inherentes a su cometido de mantener la verdad divina en un mundo de hombres caídos. Los vocablos empleados presuponen situaciones de estrechez, de peligro; o se vislumbran situaciones en que las fuerzas de los creyentes flaquean bajo las pesadas cargas que han de llevar. Dios interviene con su salvación, dando desahogo, victoria o descanso a los suyos. Como es natural, el Éxodo ofrece el ejemplo más dramático de esta salvación nacional, diciendo Moisés al pueblo atemorizado que se halla entre el ejército de Faraón y las aguas del Mar Rojo: "Estad firmes y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros" (Ex 14:13). Siendo tan evidente que la liberación brota de la gracia y de la potencia del Omnipotente, Moisés identifica el hecho con su Realizador en su hermoso salmo de triunfo: "Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación" (Ex 15:2). Los salmistas y profetas recogen esta idea fundamental, gozándose no sólo en la seguridad de la salvación final, sino en Dios como "Roca de salvación", "Cuerno de salvación", etc., sea dentro del contexto de la historia de Israel, sea al pasar los israelitas piadosos individualmente a través de situaciones de aflicción y de peligro. Para ejemplos véanse: (Sal 3:8) (Sal 13:5) (Sal 20:5) (Sal 88:1) (Sal 89:26). De los profetas, Isaías en particular se gozaba en la salvación, con miras especiales a la obra final de Dios en relación con su pueblo y con el mundo entero (Is 12:2) (Is 51:6-8) (Is 52:10) (Is 62:11). En los oráculos de Isaías, Jehová se presenta a menudo como Salvador: "Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador..." (Is 45:15,21) (Is 49:26).
La salvación personal
Ya hemos notado que hombres piadosos del Antiguo Pacto comprendían que el Salvador de la nación era también su Salvador personal. En otros estudios hemos notado que la base del perdón de los pecados no se había revelado del todo en el Antiguo Testamento, pero el conjunto de repetidos oráculos proféticos, del desarrollo de la historia de Israel, de los símbolos del sistema levítico, llegaron a constituir una "escuela" en la que los fieles, aleccionados por el Espíritu Santo, aprendieron que Dios se preocupaba de ellos y que estaba cerca de quienes le buscaban, pese al hecho de que no podían justificarse por su obediencia a la Ley. Los Salmos abundan en preciosas expresiones de fe, confianza y esperanza, porque Dios era ya conocido como Escudo y Sol para los hombres sumisos que confiaban en él. Por ello, al pasar al Nuevo Testamento, es natural que María cantara, al saber que ella había de ser el medio para traer el Mesías al mundo: "Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador". Lo nuevo había de ser la revelación del instrumento de la salvación, el Hombre-Dios, quien había de salvar a su pueblo de sus pecados.
La base de la salvación
En repetidos contextos hemos enfatizado que el hombre pecador no podía ser bendecido por el Dios de toda santidad y de justicia fuera de la obra de la propiciación y de expiación, ya que la necesidad primordial era la de satisfacer las justas demandas de la justicia divina. He aquí, pues, la base de toda la obra salvífica en todas sus partes, y rogamos al lector que vuelva sobre aquellas páginas, con el fin de recordar que la gracia de Dios le impele a satisfacer las exigencias de su propia justicia por medio del sacrificio de la Cruz, siendo Dios el dador de lo que él mismo requiere. Después puede enviar sus embajadores a los hombres extraviados, con el ruego: "¡Reconciliaos con Dios!". La salvación, en todas sus múltiples facetas, brota del hecho consumado de la propiciación, que satisface el Trono de Dios, teniendo como contrapartida la expiación, que borra el pecado del hombre.
La Persona del Salvador
Los "salvadores" de Israel
Cuando Esdras y sus compañeros repasaron la historia de Israel, con el fin de aleccionar al remanente que había vuelto a Judá, resumieron varias épocas de la experiencia del pueblo, especialmente la de los jueces, diciendo en oración: "Entonces les entregaste en mano de sus enemigos, los cuales les afligieron. Pero en el tiempo de su tribulación clamaron a ti, y tú desde los cielos, los oíste; y según tu gran misericordia les enviaste libertadores (salvadores) para que los salvasen de mano de sus enemigos" (Neh 9:27). He aquí una perfecta presentación de una serie de peligros, de la incapacidad de los hombres de librarse de ellos, y de la intervención de Dios en gracia al levantar "salvadores" a quienes Dios investía del poder y del valor necesarios para "salvar" al pueblo. De igual forma José había sido "salvador" de la pequeña familia de Jacob, núcleo de la nación futura, y Moisés el instrumento de Dios para librar al pueblo de la esclavitud de Egipto.
Dios el Salvador
Ya hemos notado que el concepto de salvación en el Antiguo Testamento llega a encarnarse en la Persona del Dios y Salvador: título divino muy frecuente en Isaías capítulos 40 a 66.
"Un Salvador, que es Cristo el Señor", (Lc 2:11)
Los israelitas piadosos, que gemían no sólo bajo el yugo de Roma, sino también a causa de la opresión interna de las castas sacerdotales y las exigencias de los rabinos farisaicos, suspiraban por un Salvador, identificándole, naturalmente, con el Mesías (el Ungido), tantas veces profetizado en los escritos del Antiguo Pacto. Dios escogió a unos pastores del campo con el fin de que, por boca de un ángel, aprendiesen que el Salvador ya había venido: "Os ha nacido hoy... un Salvador, que es Cristo el Señor" (Lc 2:11). Los fieles que esperaban la redención de Israel (Zacarías, Elisabet, María, Simeón, Ana, etc.) se hacían eco de las promesas de liberación nacional que constituían el tema principal de las profecías del Antiguo Testamento, como vemos por los inspirados cánticos de Lucas capítulo 1. Con todo, el proceso de la revelación establecía poco a poco el hecho de que la salvación había de ser moral y espiritual antes de manifestarse en función de un Reino terrenal de justicia, amor y paz. No se anularon las predicciones anteriores, sino que se profundizaron, siendo preciso que los fieles aprendiesen que no servía para nada establecer un Reino sobre corazones sin regenerar. Pablo se preocupaba sobre todo por presentar a Dios, o al Hijo, como Salvador cuando escribió a Tito, como se deduce por las citas siguientes de su epístola: (Tit 1:3-4) (Tit 2:10,13) (Tit 3:4,6).
El Nombre de Jesús
Tanto María como José de Nazaret recibieron el mandato, por medio de un ángel, de poner el nombre de Jesús a aquel que había de nacer. Era nombre común que correspondía a Josué, y, traducido, quiere decir "Jehová salva". El Nombre se ha consagrado como peculiar al Salvador por excelencia, el único que puede "salvar a su pueblo de sus pecados" (Lc 1:31) (Mt 1:21).
Las ilustraciones del Evangelio
El hecho de que la enfermedad física arruina la salud y puede anular la eficacia de toda actividad en la tierra, presta un valor especial a las curaciones del Señor que se detallan en los Evangelios. Aparte de contadas excepciones, los milagros son obras de restauración. El Creador hizo al hombre para que tuviera una mente sana en un cuerpo sano, y no para que fuese ciego, sordo, cojo, encorvado o poseído por demonios de modo que, al presentarse delante de los hombres el Dios-Hombre Creador, por una lógica evidente, había de devolver al hombre a su salud física, siempre que la incredulidad no estorbara las operaciones de la gracia divina por medio del Salvador. Algunos teólogos tienden a subestimar el valor del ministerio milagroso del Señor, pero un estudio cuidadoso de los casos mismos, de por qué se presta la debida atención a los comentarios del Maestro y a los de los Evangelistas, muestra que las obras de poder constituyen la trama de la revelación de la Persona del Salvador, no siendo meros prodigios, sino "señales", según el término usado por Juan, que revelaban la Persona y la misión del Señor Jesucristo (Mt 4:23-25) (Mt 8:27) (Mt 11:2-6) (Mr 6:5-6,53-56) (Jn 3:2) (Jn 5:36) (Jn 10:25,38) (Jn 15:22-25) (Jn 20:30-31). Los muchísimos hombres y mujeres sanados por el Señor durante los tres años de su ministerio terrenal exclamarían gozosos: "Jesús de Nazaret me ha salvado".
El enlace de la salud física con la salvación espiritual
Toda enfermedad física es el resultado del desbarajuste producido en las vidas humanas por medio del pecado, bien que sólo en casos excepcionales hemos de señalar una relación concreta entre cierta aflicción física y un pecado determinado. Tales asuntos pertenecen al justo gobierno de Dios y no caen dentro del ámbito de nuestros juicios y comentarios. Con todo, el mismo Señor, en algunas ocasiones, establecía por lo menos una analogía entre estados de ruina física y fallos en la esfera moral. Así, pese a las protestas indignadas de los escribas, dijo en primer término al paralítico de (Mr 2:1-12): "Hijo, tus pecados te son perdonados". Después manifestó la plenitud de su poder como Dios-Hombre en la tierra (con autoridad para perdonar pecados) dirigiéndose a un hombre completamente incapacitado y ordenándole: "Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa". Al paralítico sanado según las circunstancias que se describen en (Jn 5:1-18) le dice: "Mira, has sido sanado; no peques más". Tratándose de Zaqueo (Lc 19:1-10) no hay mención de tara física, pero sí un estado de alejamiento de Dios por los efectos del materialismo, y el jefe de los publicanos de Jericó también "es sanado" ilustrando el gran principio: "El Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido".
El Salvador exaltado y proclamado
Las primeras predicaciones de Pedro
Discernimos un enfoque peculiar en las predicaciones de Pedro que corresponden al Día de Pentecostés y a la ocasión de sanar al cojo en el patio del Templo, que se debe a las circunstancias de la época. Los líderes de los judíos habían rechazado al Mesías, pese a las abundantes pruebas de sus obras divinas, y el Señor había aleccionado a sus discípulos en secreto durante los cuarenta días que mediaban entre la Resurrección y la Ascensión. Pedro, fundamentalmente, ha de proclamar dos hechos: el crimen del pueblo al rechazar a su Mesías, y la manera en que Dios había trastrocado el veredicto del Sanedrín ensalzando a Jesucristo a su Diestra. No hallamos el título "Salvador" en estos discursos, pero sí varios equivalentes que resumen la obra salvadora de Jesús, cuyo mismo Nombre recalca que "Jehová salva". Así, Pedro concluye el sermón pentecostal con esta peroración: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel que a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo" (Hch 2:36). Cristo equivale al "Mesías" el "Ungido" para llevar a cabo la obra de la salvación. El enfoque del segundo sermón es idéntico, pero no sólo recalca el gran pecado del pueblo, sino que enfatiza que el Mesías, levantado por Dios, llega a ser fuente de bendición, y que por fin ha de restaurar todas las cosas. Se trata del Siervo de Dios, que lleva a feliz término el propósito de gracia antes anunciado a Abraham y a los patriarcas. Los títulos empleados son los siguientes: "su Siervo Jesús" (es decir, el Siervo de Dios, que corresponde al Siervo de Jehová, cuya Persona y misión se destacan tanto en (Is 40-53); el Santo, el Justo, el Príncipe de Vida, el Ungido, el Profeta. Pedro termina su segundo discurso con estas palabras: "A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad" (Hch 3:26). En su último escrito conservado, Pedro reitera el hermoso título "nuestro Señor y Salvador" (2 P 1:1,11) (1 P 2:20) (1 P 3:2,18).
La Epístola a los Hebreos también pone de relieve la "potencia para salvar" del Rey-Sacerdote, que permanece para siempre: "por lo cual puede también salvar perpetuamente (o "hasta lo sumo") a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos".
El mensaje fundamental de los apóstoles Pablo y Juan
La "palabra fiel" que Pablo proclamaba con insistencia era ésta: "Que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero" (1 Ti 1:15), y el mensaje para el veterano oficial romano que ya temblaba en la presencia de Dios llegó a ser igual: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo" (Hch 16:30-31). El director de la cárcel en Filipos fue salvado de peligros materiales y espirituales. Es conocidísimo el modo en que Pablo recalca la salvación por la gracia y por la fe en (Ef 2:8-10) y en (Ro 10:9-13). Los siervos de Dios, al proclamar el Evangelio, se encuentran en la encrucijada entre el "camino de salvación" y el camino de perdición, siendo olor de vida para quienes entran por el de salvación, y de muerte para los demás que se obcecan en seguir la senda de perdición (2 Co 2:15-16).
El apóstol Juan resume su testimonio declarando: "Nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo" (1 Jn 4:14).
Quien vendrá es el Salvador
Volveremos al tema de la salvación futura, pero, al contemplar a Jesús como nuestro Señor y Salvador, encajan bien las palabras de Pablo en (Fil 3:20-21), que nos recuerdan que esperamos al mismo Salvador, quien vino para buscar y salvar a lo que se había perdido, y quien nos salvó a nosotros colectiva e individualmente: "Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya".
La salvación como principio que opera en la vida de los hijos de Dios
Cultivando el terreno de la salvación
La Versión Reina Valera traduce (Fil 2:12) por "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor"; mientras que la Versión H.A. emplea una expresión más fuerte: "llevad a cabo vuestra propia salvación con temor y temblor". El verbo griego es "katergazomai", en voz media, que es una forma intensiva de "trabajar", indicando que se trabaja para recoger el producto máximo del esfuerzo realizado. La Versión H.A. podría dar la idea de algo tan propio que implique méritos humanos, mientras que la Versión R.V. no enfatiza bastante el esfuerzo con el fin indicado. Pensemos en una finca comprada por el dinero de un benefactor, quien también la equipa a los efectos de la labor que se ha de realizar. Todo está provisto, pero el que ocupa la finca ha de esforzarse con el fin de que se realicen todas las posibilidades del terreno, utilizando los medios provistos. Trasladando la metáfora a la esfera espiritual, el creyente, ya salvo por la gracia y por la fe, no ha de complacerse egoístamente en su estado de "salvo", considerando a otros como "perdidos", pues le corresponde comprender que Dios le ha proporcionado tan preciosa herencia con el fin de que la cultive al punto máximo, temblando al pensar que, o por pereza o por esfuerzos meramente humanos, podría perder el fruto de una vida que fue salva por el sacrificio del Dios-Hombre. He aquí el principio básico de la salvación presente y continua. El creyente desea ardientemente echar mano al propósito que tuvo el Señor al echar mano de él, con el fin de cumplir el plan divino en orden a su vida en la tierra (Fil 3:12). En este sentido Pablo escribe a Timoteo señalando normas de vida y de servicio en el ministerio que le había sido encomendado, añadiendo: "Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren" (1 Ti 4:16). Se trataba de hermanos en Cristo, ya salvos a los efectos de la vida eterna. Sin embargo, la salvación abarcaba la vida total de testimonio y de servicio, y ésta sólo podía rendir su fruto, salvándose de esterilidad espiritual, si el siervo de Dios y sus oyentes obraban conforme a las normas del Reino. De modo semejante la mujer casada "se salvaba" en cuanto a la posibilidad de mantener un testimonio eficaz delante de Dios y de la Iglesia si cumplía bien los deberes maternos, permaneciendo "en fe, amor y santificación, con modestia" (1 Ti 2:15).
La Palabra de Dios y la salvación progresiva
Como remedio contra toda suerte de maldad y de engaño, Pedro hace la recomendación siguiente: "Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación" (1 P 2:2). Sin duda la leche pura que menciona Pedro es la Palabra en su sencillez, que el "niño" espiritual necesita para su debido desarrollo, y que abarca la salvación en el sentido que ya hemos expuesto, ya que una vida sana depende de una alimentación adecuada. Santiago (Stg 1:21) emplea otra figura para expresar el mismo concepto: "Por lo cual, despojándoos de toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la Palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas". Se trata de un árbol "injertado" por la Palabra, que ha de ser medio de que lleve el fruto apropiado. Otra vez el concepto equivale a "salvación" en su sentido presente y progresivo. Pablo también asocia el Evangelio y las palabras apostólicas con este proceso de salvación: "Por el cual (el Evangelio) también estáis obteniendo salvación si retenéis las palabras con que os lo anuncié" (1 Co 15:2). Es correcta la traducción de la Versión H.A. "estáis obteniendo salvación", ya que el concepto no es la salvación del alma en contraste con la perdición, sino la vida que ha de librarse de la esterilidad. No puede haber un sano desarrollo espiritual sin una buena dieta de la Palabra Santa, y después de la "leche espiritual" es necesario acudir a las viandas con el fin de adquirir una debida madurez que sabrá resistir tanto tendencias carnales como errores doctrinales (1 Co 3:1-5) (He 5:12-14).
La salvación será consumada en el futuro
La redención y la salvación
En el próximo estudio sacaremos citas bíblicas que enfatizan la redención futura, y el concepto coincide en gran parte con el de la salvación que se ha de manifestar aún. Si hay diferencia, diríamos que la redención futura enfoca luz sobre la persona rescatada y su herencia, mientras que el término "salvación" viene a aplicarse más ampliamente con referencia a los salvos y la totalidad de su medio por los siglos de los siglos.
"La salvación dispuesta a ser revelada"
Es el apóstol Pedro quien lleva nuestro pensamiento a las glorias de la salvación futura, recordándonos que Dios nos engendró de nuevo "para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero" (1 P 1:3-5). Deberíamos meditar más sobre el destino eterno de los salvos, pues a veces limitamos los horizontes futuros por no saber interpretar bien los símbolos que siempre son necesarios cuando Dios revela verdades sobre condiciones que aún no hemos experimentado. No nos olvidemos de que Dios "salvará" al creyente conforme a su designio para el hombre, trasladando los conceptos de (Gn 1:26) al Nuevo Cielo y Nueva Tierra, libre esta nueva creación de todas las limitaciones impuestas por la Caída del hombre, y realizándose los planes de Dios dentro de "todas las edades, por los siglos de los siglos" (Ef 3:21). La salvación futura y final se relaciona con la Segunda Venida de Cristo, declarando el apóstol Pablo: "Y esto, conociendo el tiempo, que ya es hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos" (Ro 13:11) (1 Ts 1:9-10) (1 Ts 5:8,9,23).
La seguridad eterna del creyente
¿Seguridad o incertidumbre?
Ha habido pensadores cristianos en todas las épocas que han creído que es posible entrar y salir de la esfera de la salvación como entramos y salimos de nuestras casas, según el estado espiritual del hermano en cuestión. A primera vista (He 6:1-8) parece enseñar que personas que han dado evidencias de iluminación, de participación en la Palabra y en el Espíritu, pueden recaer, sin posibilidad de renovarse, pero un estudio cuidadoso de la Epístola a los Hebreos, a la luz de otros pasajes, nos hace ver que se trata de apóstatas, o sea, de personas que han participado plenamente en toda la vida de una iglesia local, sin haber rendido el último resorte de su voluntad al Señor para experimentar la regeneración. A los tales dirá el Señor después de la dispensación de gracia: "Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mt 7:22-23). Decían que habían hecho milagros en el Nombre del Señor (suponemos que Judas los hacía), pero nunca habían sido "conocidos" como miembros de la familia espiritual.
Descartando estos casos especiales, vemos que las Sagradas Escrituras enseñan lo que se ha llamado "la perseverancia de los santos", o sea, el hecho de que los elegidos, hallándose en Cristo, no pueden perderse. El concepto detrás del término "regeneración" confirma lo mismo, pues un hecho como el nuevo nacimiento no puede ponerse al revés. Una vida que se recibe de Dios, manando de la Resurrección y realizado subjetivamente por el Espíritu Santo, es parte de la Nueva Creación, y se llama vida eterna, o sea, participación en la vida de Dios (1 P 1:3) (Jn 3:3-16).
La potestad del Buen Pastor
De sus ovejas declara el Buen Pastor: "Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie les arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es mayor que todas las cosas y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre" (Jn 10:28-29). La traducción de otro buen texto: "Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre", enfatiza la misma seguridad de las ovejas, pero es probable que la autoridad sea la del mismo Señor, en cuyas manos Dios ha entregado todas las cosas (Mt 11:17) (Mt 28:18). El no puede perder ninguna oveja que verdaderamente sea del redil.
"Seremos salvos por su vida"
En la parte expositiva de la Epístola a los Romanos, Pablo presenta los hechos fundamentales de la justificación por la fe, según los términos que hemos estudiado en su lugar. Tanto la justificación como la reconciliación surgen de la propiciación efectuada en la Cruz. El capítulo cinco de la epístola añade un epílogo a los argumentos ya expuestos, escribiendo Pablo: "Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la Muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida" (Ro 5:10). Cristo ha sido exaltado a la Diestra de Dios con el fin de administrar los frutos de la redención que consiguió por su Muerte de Cruz. Nuestra muerte y resurrección garantiza que nuestra vida "está escondida con Cristo en Dios" y no cabe mayor seguridad (Col 3:1-3). Nuestra nueva vida está sostenida por la suya de resurrección y de poder, y por eso Pablo escribe: "Salvos por su vida". En primer término somos salvos de la ira que se descargará sobre los rebeldes (Ro 5:9), pero sin duda este concepto de la salvación de la vida del creyente por medio de la vida triunfante de Cristo a la Diestra abarca la seguridad eterna y el justo desarrollo de todo lo que Cristo ha consumado a su favor. Pablo termina el gran capítulo 8 de Romanos con una serie de preguntas retóricas que enfatizan dramáticamente la seguridad del creyente frente a toda posible combinación de criaturas o de circunstancias. Nadie puede acusar a los escogidos de Dios y menos aún condenarles. Cristo está a la Diestra intercediendo por los suyos de modo que ninguna persona ni fuerza podrá separarles del amor de Dios (He 7:24-25) (Jn 5:24) (Ro 8:1) (1 Jn 5:13).
¿Garantiza esta seguridad que el creyente nunca caiga en el pecado?
La constitución moral y espiritual del hijo de Dios se ha de examinar en el Estudio 16 (La Santificación); pero, con el fin de completar este tema, podemos anticipar que la "carne", en el sentido de la raíz adámica en el creyente, siempre puede manifestarse en alguna de sus típicas obras si falta vigilancia de parte del creyente. La nueva naturaleza no peca (1 Jn 3:6-9). La persistencia obstinada en las obras de la carne manifestaría una incompatibilidad fundamental del pretendido creyente con el Reino de Dios, pero no así una caída que admite la restauración (Ga 5:21) (Ga 6:1). Si permitimos pecados en nuestra vida, la plena comunión con Dios, que es Luz, queda estorbada e interrumpida, pero (1 Jn 1:5-2:2), pasaje clásico sobre este tema, enseña que la pronta confesión del pecado, la eficacia permanente de la sangre del Hijo, con la intercesión del Abogado divino, pueden borrar el pecado inmediatamente, restaurando las líneas de comunicación con Dios. Siempre es posible la victoria del nuevo hombre, auxiliado por el Espíritu Santo, pero el creyente que se descuida y tropieza encuentra que se ha hecho provisión para su pronta restauración. El creyente enfriado no se pierde eternamente, pero sí arruina la "salvación" de su vida de testimonio y de servicio, llegando a ser rémora para la obra del Señor.
Temas para meditar y recapacitar
1. Discurra ampliamente sobre el concepto de salvación contrastándolo y comparándolo con los de la justificación, reconciliación y redención. Aproveche bien el material de la lección e incluya la presentación de las fases pasada, presente y futura de la salvación.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
Comentarios
Carmen Victoria Blanco Carrasquel (España) (04/09/2021)
Agradecida de Dios por este medio para transmitirnos sus conocimientos y edificar nuestras vidas, un saludo y muchas gracias por esmerarse en cambiar al mundo. Un saludo.
Elaine Pacheco (Colombia) (25/05/2020)
Gracias por este estudio los cuales son de guía para aprender mas de la palabra de Dios y poderme preservar en ellas en todo momento siempre y para siempre Gracias Padre!
Maxi Roldán (Argentina) (18/12/2019)
Me gustó este estudio hermanos amados ,la verdad no entiendo como hay personas que predican que la salvación se puede perder cuando Jesús nos salvó ,esto fue como que estaríamos en un edificio en llamas a punto de quemarnos y alguien entró y nos sacó ilesos.En lo espiritual pasó lo mismo ,nosotros estábamos en riesgo de muerte eterna y Jesús no sacó ,por eso nadie se salva a sí mismo .CREAN EN JESÚS Y DISFRUTEN SU SALVACIÓN
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