Estudio bíblico: El Hijo es superior a Adán - Hebreos 2:5-18
El Hijo es superior a Adán (Hebreos 2:5-9)
El Hijo sujetará a sí el mundo habitado (He 2:5-9)
El enlace con la sección precedente se indica por las palabras: "Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando", ya que el destino de estos seres celestiales era otro, y es el hombre que había de enseñorear sobre la creación. El nombre de "Adán" no se menciona en este pasaje, pero se sobrentiende, ya que se trata de la gloria del hombre ideal, tal como se presenta en el Salmo 8, que, a su vez, se basa sobre (Gn 1:26-31), dónde, en sublime consejo, Dios anunció su propósito referente al hombre. Este nuevo ser había de distinguirse totalmente de la creación animal por su naturaleza espiritual, capaz de tener comunión con Dios, bien que, en cuanto a lo físico, se relacionaba con el orden natural. El decreto fue: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza" (Gn 1:26), y como tal pudo enseñorear sobre toda especie de vida aquí en la tierra.
La entrada del pecado en el mundo estropeó la "imagen", y el dominio del hombre sobre la tierra se hizo penoso y difícil, como una medida de disciplina de parte de Dios; pero no por eso abandonó Dios el plan que había decretado tan solemnemente, bien que los medios para su realización tenían ya forzosamente que ser muy distintos. El salmista, por el Espíritu de Dios, comprende que, idealmente, el hombre es aún señor de la Creación, y le asombra ver el contraste entre este sublime pensamiento de Dios y la manifiesta debilidad e insignificancia del hombre tal como se veían después de la caída: "¿Qué es el hombre, que te acuerdes de él?". Todo el salmo debiera leerse y meditarse a la luz del pasaje que tenemos delante.
Lejos de modificar el concepto del dominio del hombre ideal, el autor de los Hebreos lo subraya más: "Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él" (He 2:8). Pero ha de añadir en seguida: "pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas" (He 2:8), pues el fracaso y la ruina son evidentes y el hombre está lejísimos de cumplir su alto destino.
¿Qué pasará, pues? ¿Cómo se honrará el designio inicial del Creador, que no puede quedar frustrado? La contestación se da en (He 2:9), donde aprendemos que el plan divino se cumple en el Redentor, quien quitó el pecado y la muerte por el sacrificio de sí mismo, y a quien contemplamos "coronado de gloria y honra" a la diestra de Dios. El postrer Adán remediará los males causados por el fracaso del primero y sujetará a sí "el mundo venidero acerca del cual estamos hablando", que no es el patrimonio de los ángeles, sino del hombre (He 2:5).
Antes de analizar más detenidamente el importante versículo (He 2:9), debemos meditar el significado de la frase: "el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando". La voz griega que se traduce "mundo" quiere decir "mundo habitado", el mundo de todos los hombres, y de ella se ha derivado la voz popular moderna "ecuménico". Todo el contexto, como ya hemos visto, subraya el dominio del hombre sobre la tierra, y la referencia es al Reino en manifestación que se establecerá sobre esta tierra en el Milenio (que es también trasunto de la "Nueva Tierra"), siendo tema de muchas profecías de las cuales "hablaban" los hebreos al fijar su esperanza en el reino mesiánico. Tenían razón al esperar que Dios cumpliera sus solemnes y reiteradas promesas, pero lo que les era muy difícil comprender fue la necesidad del Sacrificio por los pecados antes de que se pudiese poner de manifiesto el Reino de Dios en ninguno de sus aspectos. El hermoso cuadro del Salmo 8 ha de verse en plena operación aún, pero el hombre que gobierne será el "Hijo del Hombre" por excelencia, bien que se dignará asociar consigo a una nueva familia por él redimida. Toca a la honra de Dios hacer ver en el mundo lo que puede ser su hermosa creación bajo el justo y amoroso gobierno de quien encarna en su persona todas las glorias de la humanidad conjuntamente con la plenitud de la divinidad. Descripciones de este reino pueden leerse en los siguientes pasajes típicos: (Is 4:2-6) (Is 9:6-7) (Is 11:1-16) (Is 60:1-22) (Ap 20:1-4).
El Hijo triunfa muriendo (He 2:9)
El sentido de este precioso versículo se comprende mejor si se lee en la Versión H.A., donde la frase "coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte" se coloca al final ("a causa de" es el verdadero significado del griego). No vemos todas las cosas sujetas aún al hombre en un dominio bien ordenado y tranquilo, pero sí contemplamos a Jesús, hecho por un poco de tiempo menor que los ángeles, "para que, por la gracia de Dios, gustase la muerte por todos, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte". Habiendo colocado la piedra fundamental del reino por medio de esta muerte, él seguirá adelante como "Capitán de nuestra salvación", hasta la victoria final.
Tratando, en primer lugar, de la frase "coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte", hemos de notar que dos "glorias" pertenecen al Hijo: aquella que siempre tuvo en la presencia del Padre antes que el mundo fuese, y que le era propia e inalienable como el Hijo eterno, y aquella otra que el Padre le dio, por cuanto la ganó por medio de su victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo en la reñida lucha de la Cruz (Jn 17:5,22). Pablo también describe estas "glorias" en el sublime pasaje de (Fil 2:6-11), donde vemos primeramente al Hijo "existiendo" en forma de Dios eternamente, pero quien luego, para el cumplimiento de la gran misión de la salvación del hombre, tomó forma de siervo y se halló en condición, como hombre, para ser hecho obediente hasta la muerte, aun la muerte de Cruz. "Por lo cual —añade Pablo— también Dios le exaltó hasta lo sumo y le dio un nombre que es sobre todo nombre". Es decir, fue revestido de una nueva gloria y doblada honra por ser ya el gran campeón del hombre, quien había ganado la batalla de la Cruz. El pensamiento es igual al que tenemos en nuestro texto "coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte".
Volviendo a las otras enseñanzas de (He 2:9), vemos que el Hijo había de ser hecho por un poco de tiempo (la voz griega admite este sentido) menor que los ángeles para poder gustar la muerte a favor de todos. No hemos de pensar en otra "inferioridad" alguna, ya que se ha probado plenamente la inmensa superioridad del Hijo sobre los ángeles, pero sí le fue necesario al Dios inmortal asumir un cuerpo humano para poder identificarse con la raza pecadora y morir por ella.
La frase "para que gustase la muerte a favor de todos" es una de las muchas que recalcan el sentido profundo y real de la muerte expiatoria y vicaria de Cristo, y debiera llevarnos a una adoración profunda al pie de la Cruz, ya que un ser tan excelso se dignó humanarse para tal fin. "La paga del pecado es muerte", y sin el agotamiento del terrible proceso del pecado, que produce culpabilidad, ruina y muerte, no podrá haber salvación. Sin el sustituto todo ello significaría la perdición eterna, pero, por la inmensa gracia de Dios, el postrer Adán se interpuso y, por un acto de infinito valor, "gustó la muerte por todos". Es una expresión breve de la comparación y contraste entre Adán y Cristo que Pablo desarrolla en (Ro 5:12-21).
El alcance universal de la obra de Cristo se enseña por la frase "a favor de todos", que coincide con la declaración del apóstol Juan: "El es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (1 Jn 2:2), y es la base, también, para la restauración de toda la obra de Dios. Con todo, queda siendo verdad que "el que no cree en el Hijo no verá la vida", pues su incredulidad le separa de la obra completa y todo suficiente del Salvador.
El Hijo se identifica con su pueblo (He 2:10-18)
La identificación del Hijo con el pueblo que él mismo redime es el tema fundamental de este profundo pasaje, primeramente por el maravilloso medio de la encarnación (He 2:14), y luego por participar él en todas las experiencias de los suyos, aparte del pecado. Así pudo actuar como su campeón en la lucha contra el diablo, al par que la experiencia le prepara y le "perfecciona" para el ejercicio del sumo sacerdocio a favor de los suyos.
Necesitamos considerar con algún detalle los conceptos que se relacionan con esta "identificación", que es la manifestación suprema de la gracia de Dios.
La totalidad del proceso se revela en la frase: "al llevar a la gloria a muchos hijos" (He 2:10). Dios creó al hombre para que éste le glorificara por medio de una vida de cumplida comunión con quien le dio el ser. Salvaguardando las debidas distancias entre el "Creador" y la "criatura", podemos decir que el hombre había de ser el "compañero" de Dios y el objeto especial de su amor. Tal "gloria" se perdió por la caída, pero, en la manifestación del Hijo, el "compañero" y "campeón" del hombre se identifica con su pueblo, muere por él y resucita para ser su guía, y así pone al revés el proceso del alejamiento para "llevar a la gloria a muchos hijos".
Se señalan algunas de las razones que motivaron esta maravillosa identificación.
1. Porque así convenía a la naturaleza divina (He 2:10).
Aun en los casos en que el pensamiento y el raciocinio del hombre le han elevado al concepto de un Dios único y supremo, le ha presentado como infinitamente alejado de las sórdidas luchas del hombre en el escenario material. La idea de la encarnación, y más aún la de una muerte expiatoria, habría repugnado a los filósofos griegos, pero aquí el autor nos hace ver que tal participación en el ser y las aflicciones de quienes habían de ser santificados fue algo que convenía a Dios, o sea, que era una expresión adecuada de su pensamiento y de su corazón. Muy lejos de ser incompatibles las experiencias humanas del Dios Hombre con la naturaleza divina, era su idónea manifestación. Es una maravilla de la gracia divina que halla su explicación en el hecho de que Dios es amor, y el amor ha de revelarse por medio del sacrificio. También hemos de pensar que no convenía a la soberanía del Dios potente que se frustrara su plan en orden al hombre que creó a su imagen y semejanza para ser señor de la creación.
Si consideramos al hombre ya caído, es evidente que sólo Dios pudo suplir lo que su justicia exigía, y, en consecuencia de ello, una operación de parte de Dios, externa al hombre, habría sido necesariamente una obra de juicio. Fue necesario, pues, al socorrer al hombre, que el Hijo tomara sobre sí carne y sangre, o sea, la verdadera humanidad, pero sin mancha del pecado. Nótese que se salvaguarda el honor de la divinidad, evitando que nadie presuma de tanta gracia, al declarar que Dios es "aquel por cuya causa son todas las cosas y por quien todas las cosas subsisten", y esta reiteración de las glorias del Creador encaja también en el pensamiento de que conviene la identificación del Hijo con su pueblo, pues la raza no ha de malograrse, sino salvarse por medio de una nueva generación de santificados.
2. Para poner de manifiesto la unión de aquel que santifica y los santificados (He 2:11,14)
Se nos enseña aquí que hay una unidad fundamental entre el Capitán de nuestra salvación y los "hijos", como también entre el que santifica y quienes son santificados gracias a su bendita obra. Es decir, que por el proceso que aquí se describe los santificados participan de la naturaleza divina sobre un plano mucho más elevado que aquel de la creación original, y se cumple de forma más sublime el propósito de que el hombre reflejara la imagen y semejanza de Dios en la tierra. Podemos meditar el concepto análogo de Pablo en (1 Co 3:23): "Y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios", como también la manera en que el Maestro mismo, en su oración de Juan capítulo 17, pone de relieve la unidad esencial de los santos con él y todos con el Padre: "Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros" (Jn 17:21,23).
3. Para que el Hijo participe en las experiencias y en las aflicciones de su pueblo (He 2:10,17).
El Capitán de la salvación de su pueblo no había de ser superior a las experiencias de los suyos, sin participar íntimamente en ellas, de la manera en que un buen general sale a veces de su cuartel general y va a las trincheras en el campo de batalla para ganar una experiencia práctica de los trabajos, luchas y sufrimientos de sus soldados. Pero en este caso el Capitán llevó todo el peso de la batalla sobre sí cual un David más excelente que luchó solo contra un Goliat mucho más espantoso que el campeón de los filisteos.
En (He 2:10) leemos de la "consumación" o el "perfeccionamiento" del autor (o capitán) de la salvación de los hijos, pero, desde luego, no hemos de entender que el Hijo necesitara "perfeccionarse" en cuanto a su bendita persona, que es imagen y norma de toda perfección, sino que como "capitán", y sobre todo como "sumo sacerdote", había de pasar por experiencias nuevas, relacionadas con su identificación con los suyos, que le capacitaran para comprender su necesidad y ser "misericordioso y fiel sumo sacerdote" en lo que a Dios se refiere (He 2:17). Esta sagrada "disciplina" del Hijo es un tema que se repite en el capítulo 5, donde lo estudiaremos más ampliamente.
4. Para poder reunir en torno suyo a una nueva familia espiritual (He 2:11-13).
En estos versículos se desarrolla más el pensamiento de que el Hijo había de "llevar muchos hijos a la gloria" (He 2:10) o, con variación de la metáfora, reunir en torno suyo a muchos hermanos. El pensamiento es igual: él va delante de los suyos que son redimidos por su sublime obra, pero, a la vez, los santificados son íntimamente asociados con él y participan de su naturaleza.
Es significativo que el primer texto que el autor cita del Antiguo Testamento para ilustrar su tesis se saque del Salmo 22, y siga inmediatamente después de la descripción detallada de los sufrimientos de la Cruz del Mesías, que es el tema principal de este salmo. Evidentemente, es un anticipo profético del triunfo de la Resurrección, después del dolor cruel de la Cruz, que permitió que el Señor anunciara las maravillas de su nombre a los suyos reunidos y, a través de ellos, a toda la familia de la fe. Lo que pasó en el cenáculo y en el monte de Galilea es el trasunto de la gran reunión de su Iglesia donde el Maestro guía las alabanzas de su pueblo.
La cita "He aquí yo, y los hijos que Dios me dio" se saca de (Is 8:18), y, si se toma en cuenta la versión alejandrina del pasaje, es probable que la otra: "Yo confiaré en él", se refiera al mismo pasaje (Is 8:17), bien que podría ser una cita del (Sal 18:2). En Isaías capítulo 8 vemos al profeta fiel en medio de una generación rebelde, rodeado por sus hijos y sus discípulos que representan el remanente ("resto fiel") de Israel, quienes mantenían el testimonio a la verdad de Dios a pesar de la apostasía del pueblo en general. De igual forma, pero sobre un plano mucho más sublime, "el que santifica" se rodea de los "santificados" para alabar a Dios y testificar de su gracia en medio de un mundo perverso y rebelde. No nos olvidemos, sin embargo, de que se trata en primer término de la estrecha unión del Señor y los suyos.
El empleo del término "santificados" en lugar de "salvos" no es una casualidad ni una mera variación retórica, sino que responde al tema y al fondo hebraico de la epístola, pues tal como los sacerdotes y levitas fueron "santificados" para Dios, es decir, apartados para su sagrado servicio, así también lo son en la esfera espiritual, aquellos que se allegan a Dios por medio de Jesucristo, limpios por el Sacrificio único. Este aspecto de la salvación predomina en todo el libro.
5. Para poder morir por ellos (He 2:14).
La "paga del pecado es muerte", y ésta tuvo que cumplirse, fuese en la perdición de la raza pecadora, fuese en la persona del gran Representante, quien en el acto de la encarnación había recabado para sí la humanidad toda. Dios es inmortal por su misma naturaleza, de modo que si Dios por su gracia infinita había de satisfacer a favor de su pueblo lo que su justicia exigía, fue preciso que el Hijo se encarnara, participando de la carne y sangre de los "hijos", con el fin de poder morir, y así "destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo" (He 2:14).
La humanidad del Señor fue necesaria a los efectos de su muerte vicaria, pero no hemos de pensar que sólo la humanidad participara en la obra de la Cruz, pues reiteradamente las Escrituras declaran que el Dios Hombre se entregó, o se ofreció, a sí mismo, que indica claramente que ofrendó el valor total de su ser indivisible.
6. Para que triunfara sobre el diablo (He 2:14).
¡Extraño triunfo el de nuestro campeón, quien salió victorioso por medio de su propia muerte! En el desierto había dado prueba de su temple al rechazar todas las sutiles tentaciones del diablo, pero no se ganó allí la victoria final, sino que se evidenció que él era el escogido de Dios para restaurar el Reino por los medios que Dios había determinado. La lucha final se libró en la Cruz, mas, contrariamente a toda lucha humana, el campeón venció entregándose al dolor y a la muerte. Satisfecha la sentencia de la Ley y agotado el pecado por medio de una muerte que era la de todos, y que era la "paga" del pecado ya cumplida, Satanás quedó sin sus armas, que consistían en incitar al pecado, mantener la separación del hombre de su Dios, y guardarle bajo el "temor de la muerte". La obra de Cristo (potencial e idealmente) le ha quitado estas armas, de modo que el diablo queda "destruido", o mejor, "anulado" en cuanto es dominador de los hombres, quienes ya no tienen necesidad de quedar bajo su poder. Según el símil de la pequeña parábola de (Lc 11:21-23), el "hombre fuerte" ha quedado derrotado por el "Hombre más fuerte", quien ya puede entrar a saco en los dominios satánicos, arrebatándole la presa de las almas que iban camino a la perdición.
Los efectos de esta victoria ya conseguida en la Cruz se manifestarán en toda su plenitud cuando el vencedor vuelva en gloria para posesionarse del Reino reconquistado, pero aun en esta dispensación cada alma que escucha la invitación del Evangelio y se zafa del lazo del diablo es la prueba evidente de la victoria de nuestro campeón.
7. Para librar a los suyos del temor de la muerte (He 2:15).
Esta liberación del temor de la muerte es la consecuencia lógica de lo expuesto en el apartado anterior. Todo horizonte humano se limita y se cierra por el temor de la muerte, que pone fin a las pobres existencias humanas en este suelo. Pero mucho más grave es el temor de la muerte espiritual, o sea el estado eterno de separación de Dios, y que se halla en terrible contraste con la vida eterna que surge de la unión con Dios, única fuente de vida. Las almas que se asocian por la sumisión y la fe con el vencedor, quien tan bondadosamente se identificó con ellos en su gran necesidad, se libran de este espantoso temor y pasan a la región de la vida en Cristo.
8. Para socorrer a la descendencia de Abraham (He 2:16).
Este versículo debiera leerse como en la Versión H.A.: "Porque ciertamente no socorre a los ángeles sino que socorre a la simiente de Abraham", pues tal es el sentido del verbo griego: "echar mano para socorrer". El sentido total del texto es que no se revela salvación alguna para los ángeles que cayeron, pero, por la gracia de Dios, hubo socorro para la simiente de Abraham y, a través de ellos, para toda la raza, pues, como dijera el Maestro a la mujer samaritana: "la salvación viene por medio de los judíos" (Jn 4:22). Otra vez se subraya la identificación del Salvador con su pueblo, ya que echa mano de él para librarlo de su peligroso estado bajo el dominio de Satanás.
9. Para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote (He 2:17-18).
Recuérdese lo que hemos expuesto anteriormente en el apartado c) al considerar la "consumación" o "el perfeccionamiento" del Hijo, que se refiere, no a su bendita persona, sino a su función como capitán y sumo sacerdote de su pueblo. Aquí, por primera vez, llegamos al concepto del Hijo como sumo sacerdote, que ha de ser tema dominante de la epístola más adelante. Según el sentido general del pasaje, se subraya aquí su identificación con su pueblo, hecho "en todo semejante a los hermanos" con el fin de poder entender su condición, lo que le capacita para interceder por ellos con "conocimiento de causa".
Volveremos al tema al meditar en el capítulo 5, pero podemos terminar esta sección contemplando a aquel que se dignó llevar a cabo un ministerio de intercesión a nuestro favor, después de las disciplinas de su vida aquí abajo, al par que aporta a los suyos el auxilio divino y prepara su triunfo final sobre todo el mundo habitado.
La obra se basa sobre la expiación de los pecados (He 2:17), o, en palabras que reflejan más exactamente el sentido del original, sobre la obra de la propiciación que Cristo llevó a cabo con respecto a los pecados de su pueblo. Es decir, el que había de ser sumo sacerdote a favor de los suyos, sentó bien la base justa de la nueva relación, pues, al ofrecerse a sí mismo, satisfizo las justas exigencias de Dios en cuanto al problema fundamental del pecado. Imposible sería que él intercediera o auxiliara a los suyos si éstos, en primer término, no hubiesen acudido a él para aprovechar la fe de la obra base de la propiciación.
Por las razones que acabamos de deducir, Jesús es fiel además de ser misericordioso, pues puede alegar en la presencia del Padre el valor de su propia obra a favor de los mismos, y es justicia ya de su parte perdonar y auxiliarles cuando acuden a él. La misericordia del sumo sacerdote subraya su tierna comprensión del estado y de la necesidad de cada uno, gracias a las experiencias que ha pasado al identificarse con ellos. El mismo "padeció siendo tentado (o probado)", de modo que sabe exactamente cómo se ha de enviar el poderoso auxilio del cielo conforme a la necesidad de cada uno: ¡pensamiento muy consolador para nosotros que nos hallamos aún, conscientes de nuestra suma flaqueza, en medio de los embates de Satanás! No vemos aún todas las cosas ordenadas según el pensamiento de Dios bajo el dominio del hombre, pero, ¡gracias al Señor!, "vemos a aquel Jesús coronado de gloria y de honra", quien lleva a cabo con toda perfección su obra mediadora hasta el momento de manifestarse la victoria final. ¡Levantemos, pues, nuestros corazones!
Temas para recapacitar y meditar
1. Discurra sobre las palabras: "Nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas, pero vemos a aquel... Jesús...".
2. Explíquese cómo la identificación del Capitán de nuestra salvación con su pueblo pudo "convenir" al Dios creador (He 2:10).
3. ¿De qué modo llevó a cabo el Capitán de nuestra salvación la victoria sobre el diablo según (He 2:14)?
4. Explíquense los términos siguientes en relación con su contexto aquí: "el mundo venidero"; "santificados"; "expiar los pecados del pueblo".
5. ¿Por qué se dice en (He 2:17) que nuestro sumo sacerdote es "misericordioso y fiel"?
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
Comentarios
Silvia Aquino (República Dominicana) (18/06/2024)
Excelente material, me ha ayudado bastante a entender estos versículos. Gloria a Dios por este equipo.
Hector Arias (Colombia) (25/11/2020)
gracias le doy a mi señor Jesús y que la gloria sea para nuestro Dios, que ha puesto ministerios como el de uds, donde dejan material de tan buena calidad bíblica para ayudar a otros ministerios. QUE EL SEÑOR LOS GUARDE Y GUIE SIEMPRE.
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