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Estudio bíblico: "Obras mayores hará" - Juan 14:12

Autor: Luis de Miguel
España
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"Obras mayores hará" (Juan 14:12)

Al terminar el estudio anterior estábamos considerando cómo las obras de Jesús eran una prueba sólida que debería llevar a todos a creer en la unión e igualdad entre el Padre y el Hijo. Ahora les va a decir que esas mismas obras, y aun mayores, les acompañarían a los discípulos después de la partida de Cristo, lo que habría de crear en ellos una íntima y perdurable convicción de estos hechos.

"El que cree en mí, las obras que yo hago, él las hará también"

(Jn 14:12) "De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre."
Nuevamente el Señor dirige palabras de consuelo a sus discípulos para compensar la tristeza que el anuncio de su partida les había ocasionado. En este caso les dice que la ausencia física del Señor no supondría el final de sus obras milagrosas, por el contrario, ellos mismos serían investidos del poder suficiente para llevar a cabo incluso obras mayores que las que Cristo había realizado en su ministerio terrenal.
En esos momentos ellos todavía no tenían una idea precisa de cuál iba a ser el ministerio del que se tendrían que ocupar después de la partida del Señor. Esto lo encontraremos en las últimas palabras del Señor antes de su ascensión:
(Mt 28:19-20) "? Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén."
Sin lugar a dudas, una obra de esa magnitud asustaría a cualquier persona. ¿Qué podrían hacer ellos, tan débiles y desvalidos como se encontraban, para despertar al mundo incrédulo a fin de que creyesen que su salvación habría de venirles por medio de un Crucificado? A todas luces parecía una misión imposible. Pero aquí el Señor les asegura por adelantado que él iba a estar con ellos supliéndoles para todas sus necesidades. Y de hecho, cuando todos los apóstoles hubieron muerto, ya era una realidad que el evangelio se había extendido por todos los rincones del mundo, lo que prueba que Cristo siguió obrando desde el cielo a través de sus discípulos.
La obra de Cristo debía continuar cuando él ya no estuviera físicamente entre sus discípulos. Su muerte en la cruz a mano de sus enemigos no podría paralizarla, por el contrario, le llevaría de regreso al Padre, en donde sería revestido de toda su gloria eterna (Jn 17:5). Y los discípulos no iban a estar solos en su trabajo, sino que el Señor glorificado seguiría manifestándoles su ayuda sin límites desde su puesto de máxima autoridad y gloria en el cielo. Es importante subrayar este hecho: Cristo no se desentendería de sus discípulos, ni tampoco del mundo impío perdido en sus pecados, por el cual iba a desplegar todos sus ilimitados recursos para que llegaran a conocerle.
Ahora notemos las palabras exactas que el Señor empleó. Empezó con una fórmula bien conocida en este evangelio: "De cierto, de cierto os digo". Como ya sabemos, era así como el Señor introducía afirmaciones de mucha importancia. Y como vamos a ver a continuación, aquí también es así.
1. "El que cree en mí"
Comencemos por notar a quién va dirigida esta extraordinaria promesa: "El que cree en mí". No era exclusiva de los apóstoles, sino de todos los creyentes en cualquier época. Notamos pues la importancia de la fe, que nos une al Señor transmitiéndonos su vida y poder.
No deja de asombrarnos que Dios haya elegido a cualquier alma humilde que se entrega a él para ser el vehículo por el cual la gloria y el poder de Cristo va a ser manifestado en este mundo. Un alto privilegio, sin duda, pero también una enorme responsabilidad.
Debemos atesorar estas verdades en lo más profundo de nuestros corazones, porque realmente no vivimos buenos tiempos para el cristianismo, y todos corremos el peligro de volvernos fríos e incrédulos en cuanto al poder de Dios y su respuesta a nuestras oraciones.
2. La relación entre el Padre y el Hijo son un modelo para los creyentes
Cuando unos momentos antes el Señor dijo: "Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras" (Jn 14:10), no debemos entender que Cristo se comportaba como una máquina que hacía exactamente todo lo que le decían. Él era consciente, y de manera totalmente voluntaria, usaba sus propios labios para hablar las palabras que el Padre le había dado, y del mismo modo empleaba sus manos para realizar esas obras.
Y esto es importante para nosotros, porque esta relación entre el Padre y el Hijo establece un patrón de cómo debe ser nuestra relación con Dios. Por eso, cuando ahora dice el Señor, "el que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también", no está pensando en una especie de robot que Cristo usa para realizar sus deseos. Por el contrario, implica la plena participación del creyente rendido a Cristo. Eso implicará que el creyente "pedirá en el nombre de Cristo", aunque evidentemente, será Cristo quien realizará las obras: "Yo lo haré" (Jn 14:13).
Otro aspecto importante a notar es que para disponer del mismo poder del Señor, sería necesario una plena dependencia de él, del mismo modo que el Hijo dependía del Padre. Desgraciadamente, nuestra anhelada independencia nos aleja de su poder. Sólo en una comunión íntima con él es posible que su poder fluya a través de nosotros.
3. "Las obras que yo hago, él las hará también"
Aquí encontramos una prueba que garantiza la fe genuina: "el que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también". Esto quiere decir en primer lugar que aquel que de verdad ha creído en Cristo actuará como él. Con frecuencia limitamos este versículo a las "obras de poder", pero no prestamos apenas atención al carácter de Cristo. Buscamos el poder de Cristo para realizar sanidades u otros milagros portentosos, pero a penas nos interesamos en imitar su carácter; su justicia, amor, santidad, compasión?
Por otro lado, está también clara la promesa de que quienes creyeran en él realizarían obras como las suyas, en clara relación con los milagros. Y está fuera de toda duda que en la iglesia primitiva se realizaron milagros similares a los de Cristo, tal como vemos a lo largo de la historia de los Hechos de los Apóstoles. Se nos dice que el ministerio de los apóstoles fue acompañado por este tipo de evidencias (2 Co 12:12).
4. "Y aun obras mayores hará"
El ministerio de Cristo a su paso por este mundo fue una enorme bendición para miles de personas que sufrían bajo el azote de terribles enfermedades. Él curó enfermos de todo tipo, resucitó muertos, e incluso dio de comer a las multitudes hambrientas. El impacto de todo esto fue tremendo, y no tardó en traspasar las fronteras de Israel. Pero ahora Cristo afirma que sus discípulos harían "obras mayores" que las suyas. ¿Cómo debemos entender esta afirmación?
Es difícil pensar que estas palabras deban ser aplicadas principalmente a los milagros que los apóstoles hicieron después de la ascensión del Señor. En este sentido es difícil ver cómo ellos pudieron superar las obras de su Maestro. Por esa razón debemos pensar en "obras mayores" de otro tipo.
Recordemos las palabras del Señor cuando en Capernaum le presentaron un paralítico: "¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?" (Mr 2:9). Evidentemente, los escribas a los que les hizo esta pregunta no dudaban que el Señor tuviera el poder para sanar al paralítico, pero otra cosa muy diferente era perdonar sus pecados; esto estaba muy por encima de las posibilidades de cualquier hombre.
En otra ocasión, después de haber sanado a otro paralítico en el estanque de Betesda, cuando se encontró de nuevo con él le dijo: "Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor" (Jn 5:14). Deducimos, por lo tanto, que había algo mucho peor que una enfermedad de larga duración como la que padecía aquel hombre, y eso tenía que ver con las consecuencias eternas de sus pecados.
Cuando los setenta discípulos que el Señor envió a predicar regresaron con él, estaban muy felices viendo el resultado de su trabajo, pero el Señor les dijo: "no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos" (Lc 10:20). Es decir, mucho más importante que disfrutar de cierta autoridad sobre los demonios, estaba el hecho de la salvación eterna de sus almas.
A raíz de todo esto podemos decir que en la vida del hombre son más importantes las cuestiones espirituales que las físicas, del mismo modo que la eternidad siempre es más grande que el tiempo, aunque con mucha frecuencia a nosotros no nos lo parece así. Iluminar un alma ciega para que encuentre el camino de la salvación eterna siempre será más importante que devolver la vista corporal a un ciego. Además, todos los milagros que el Señor realizó sobre los cuerpos enfermos, tuvieron un carácter temporal. Los muertos que resucitó volvieron a morir; los leprosos a los que sanó, sus cuerpos quedaron finalmente depositados en los sepulcros para ser comidos por los gusanos; toda aquella generación que se benefició de las poderosas sanidades del Señor murieron. En cambio, el milagro que produce la salvación es permanente y de efectos increíblemente más amplios. El "gusano que nunca muere" es infinitamente más intolerable que el cáncer, igual que "el fuego que nunca se apaga" arde más que la fiebre (Mr 9:44). Salvar a un alma de esos males siempre será una obra más grande.
Y en este sentido, bien podemos decir que desde la ascensión y glorificación del Señor al cielo, sus discípulos han hecho obras que su Maestro no hizo durante su ministerio terrenal. Pensemos en algunas de ellas:
La obra más grande que un discípulo de Cristo puede realizar es predicar el Evangelio a los perdidos a fin de llevarlos a la salvación eterna. Y esto no se pudo realizar hasta que Cristo murió por los pecadores en la cruz y resucitó para su justificación. Por lo tanto, habrían de ser sus discípulos los que llevaran las buenas nuevas de salvación que Cristo había ganado para los perdidos después de su ascensión. Notemos que las innumerables multitudes que se reunían en ocasiones alrededor del Señor lo hacían para ser sanados y para escuchar sus enseñanzas, pero en ese contexto no encontramos llamamientos claros para que se convirtieran, o la promesa de que sus pecados iban a ser perdonados. Pero éste sí que fue el mensaje central desde la primera predicación apostólica en Jerusalén: "Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2:38).
En relación a lo anterior, vemos a través del libro de los Hechos de los Apóstoles que el número de los convertidos que se añadían a la iglesia iba en aumento. Por ejemplo, después de la primera predicación del apóstol Pedro se convirtieron tres mil personas que fueron añadidas a la iglesia (Hch 2:41), y un poco después eran cinco mil (Hch 4:4). Este crecimiento del número de discípulos nunca se había conocido durante el ministerio terrenal de Cristo, y fue el producto de la predicación apostólica, guiada, por supuesto, por el poder del Espíritu Santo.
El Señor Jesucristo no había sido "enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mt 15:24), mientras que en el tiempo de los apóstoles, siguiendo las instrucciones del Señor, el evangelio se difundió "en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hch 1:8), alcanzando a los gentiles. Por lo tanto, hubo una mayor extensión geográfica y étnica.
Todo esto que acabamos de considerar queda reflejado claramente en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Allí encontramos un marcado énfasis en la evangelización del mundo, y en algunas ocasiones vemos la realización de milagros que habían de servir para probar el carácter genuino del Evangelio y acreditar a sus mensajeros. Podemos decir, por lo tanto, que los milagros en el ámbito físico están subordinados a los milagros en el ámbito espiritual.
No puede haber duda de que si la Iglesia del Señor ha influido en el mundo como lo ha hecho, no ha sido básicamente por su poder para sanar enfermos o echar fuera demonios, sino por el anuncio del Evangelio que transforma vidas y garantiza la vida eterna.
En todo caso, debemos notar la increíble misericordia del Señor, que ha reservado para sus siervos tan gran privilegio. Debemos darle siempre gracias y tomar consciencia de que estamos inmersos en grandes cosas de alcance eterno y divino. Dios nos ha preparado para hacer grandes cosas para él, cosas que evidentemente el mundo no considera grandes, pero que desde la perspectiva divina lo son. Debemos estar seguros de que esto es así, y de que en esta misión que el Señor nos ha encomendado tenemos todos los recursos necesarios para realizarla, aunque con frecuencia nosotros nos sintamos débiles y fracasados.
5. "Porque yo voy al Padre"
Ahora bien, no olvidemos que estas, "obras mayores", tenían como propósito demostrar la unidad entre el Padre y el Hijo, puesto que fueron hechas una vez que el Hijo fue glorificado junto al Padre: "porque yo voy al Padre". Por lo tanto, esas obras hechas en su nombre probaban que él estaba junto al Padre (Hch 3:13-16).
Y por otro lado, esta es otra de las razones por las que todo el poder de Cristo estaría a disposición de los creyentes. No olvidemos que mientras que Cristo vivía en esta tierra no podía estar en más de un sitio a la vez, aunque es cierto que en ocasiones él hizo milagros a distancia (Jn 4:46-53) (Lc 7:2-10). Pero esta limitación desapareció cuando él ascendió al cielo. Ahora puede atender las oraciones de millones de creyentes por todo el mundo de manera simultánea.
Pero sobre todo, la verdadera importancia de la glorificación del Hijo radicaba en que este hecho implicaba la consumación de su Obra de salvación para todo el género humano. Eso permitía también que él pudiera enviar su Espíritu Santo a quienes creyeran en él, inaugurando de ese modo una nueva realidad nunca antes conocida en este mundo. Si él no hubiera sido glorificado, tampoco podría haber enviado su Espíritu (Jn 7:38-39) (Jn 16:7). Ahora el Espíritu Santo está en los creyentes, vive en ellos y les da poder. Podemos decir, por lo tanto, que la ascensión de Cristo evidencia su triunfo y poder sobre todas las fuerzas del mal.

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