Estudio bíblico: Pruebas y enseñanzas en el desierto - Exodo 17:1-18:27
Pruebas y enseñanzas en el desierto (Exodo 17:1-18:27)
Agua de la peña (Ex 17:1-7)
Falta agua en Refidim (Ex 17:1). El pueblo se había internado bastante ya en la península, y en Refidim tendría a la vista los picos de la sierra de Sinaí. Se adelantaban hacia la meta del Monte Sagrado donde habían de recibir las ordenanzas de Jehová, sellando con él su pacto. Pero, al armar sus tiendas, según el mandamiento del Señor por boca de sus siervos, no hallaron fuentes ni corrientes de agua —las torrenteras se habían secado— y brota de bocas sedientas el reproche duro y malhumorado: "¡Danos agua para que bebamos!". Es como si dijeran: "¡Vaya organización! ¿A quién se le ocurre acampar en un lugar sin manantiales ni corrientes de agua!".
La queja fue una verdadera altercación (Ex 17:2-3). No hace falta reiterar más lo que ya hemos notado en cuanto a las murmuraciones de Mara y del desierto de Sin. Lo malo no consiste en el reconocimiento de una gran necesidad, sino en la manera en que el pueblo pierde tan pronto toda noción de someterse a Dios, presentando delante de él sus súplicas. Dentro de la perspectiva de la formación del pueblo fue necesaria la repetición de las lecciones que Dios le daba por medio de las crisis sucesivas, y en este caso surge del mal humano un simbolismo hermoso que ilumina muchas páginas de las Escrituras. Pero el malhumor del pueblo estalla contra Moisés: la persona que tienen delante y en quien pueden descargar su despecho. Con razón decía una vez más: "¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová?". Estaban "poniendo a prueba" la paciencia de su Dios en lugar de someterse debajo de su mano, esperando que la solución del problema surgiera una vez más de su omnipotencia y gracia. Pese a la acertada contestación de Moisés, siguen con sus amargas quejas contra él, calificándole del hombre que les había hecho subir de Egipto para matarles a ellos, a sus mujeres, hijos y ganados de sed. Hubo tumulto de lamentadores levantiscos, quienes querían apedrear al caudillo, autor de su liberación bajo la mano de Dios.
La intercesión y la solución (Ex 17:4-6). Si el pueblo había perdido contacto con su Dios, —por lo menos en aquellos momentos— no así Moisés, quien acude a Jehová pidiendo su guía: "¿Qué haré con este pueblo??". Por el momento —recordemos el incidente del maná— no hay reprensión de parte de Dios, bien que la gravedad del pecado se plasma más tarde en los nombres que se darán al lugar (Ex 17:7), sino la indicación de un remedio expeditivo al mal que apremiaba. Fue necesario buscar el lugar de bendición y de suministro fuera de aquella multitud rebelde. Moisés había de tomar en su mano la vara —símbolo del poder de Dios obrando por medio de él— y, después de convocar a algunos de los ancianos del pueblo —los fieles, quizá— había de adelantarse hasta llegar a una roca que se llama "la peña en Horeb". No sabemos la distancia que anduvieron, ni si, hallándose Refidim tan cerca de Sinaí, cierta peña podía ser considerada ya como del distrito "santo" de Sinaí. Moisés era muy conocedor del distrito, pero la peña se destacaba, no a causa de sus conocimientos, sino porque Jehová había de estar sobre ella, concediendo, quizá, alguna manifestación de su gloria.
No es desconocido que se hallen venas de aguas debajo de estratos de roca en aquella región, y, sobre el nivel natural, se trata de abrir un depósito subterráneo de agua de tal forma que una corriente alcance el campamento. Sin embargo, el golpe de la vara no sería suficiente en sí para romper el "sello" de las rocas, y fue Dios quién abrió este manantial para su pueblo, y de tal fuente salió agua abundante.
"La roca era Cristo" (1 Co 10:3-4). Al memorar las experiencias de Israel, como lección y advertencia para los hermanos en Corinto, Pablo escribe: "Y todos comieron el mismo alimento espiritual y ... bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo". ¿Se trata de un ejemplo de las alegorizaciones fantásticas, tan en boga entre algunos de los ex compañeros de Pablo, los rabinos judíos? Y si no, ¿qué significado pueden tener tales palabras, que se fundan, evidentemente, sobre el incidente que estudiamos, juntamente con otro análogo, que corresponde al fin de las peregrinaciones y se narra en (Nm 20:2-13)? No creemos que el apóstol tuviera la menor intención de rebajar el valor histórico de los incidentes, que constituyen la base de las enseñanzas de ellos derivadas, ni tampoco que alegorizara más allá de lo conveniente. Acordémonos de que Jehová iba delante de su pueblo, y que la peña se convirtió en manantial en virtud de su presencia sobre ella.
La repetición de un milagro parecido enfatizó que las bendiciones —tanto materiales como espirituales— se debían a aquella presencia divina. Otro factor, que ya hemos notado de paso, es que el Ángel de Jehová se presenta como ejecutor del Señor, y que a la luz del Nuevo Testamento es posible identificarle con la segunda persona de la Deidad, llamado, en términos de su misión, el Ungido, o el Cristo. A la visión esclarecida de Pablo, este Mediador divino, el Cristo, ya obraba cuando Dios satisfacía las carencias de su pueblo, que no son sino la forma externa y visible de sus perentorias necesidades en todos los órdenes. La "roca" o la "peña" —fortaleza, fundamento, sombra del calor, refugio y fuente de aguas refrescantes— se convirtió en un título mesiánico bien conocido en el Antiguo Testamento y que pasó al Nuevo Testamento aplicándose explícitamente al Señor Jesucristo (1 P 2:4-10).
El mismo Señor se valió de la figura al presentarse como el Dador del Espíritu Santo, con obvia referencia a la escena que estudiamos, algo que se discierne mejor si damos la debida puntuación a (Jn 7:37-39): "... Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu?". A fin de cuentas, toda obra mediadora y salvadora realizada a favor del hombre se lleva a cabo por medio del Ungido, el Cristo. La figura de una roca que "siguiera" a los israelitas, es atrevida en sentido literario, pero bien comprensible a la inteligencia espiritual, ya que significa, sencillamente, que el Señor estaba siempre a mano para "abrir fuentes de bendición" a favor de su pueblo.
Los nombres "Masah" y "Meriba" (Ex 17:7). La reprensión divina no fue expresada claramente hasta después de beber el pueblo —otro indicio de la gracia de Dios— pero quedó plasmada en dos nombres, que luego se repiten mucho como designaciones aptas para las murmuraciones en general. Las quejas de los versículos 2 al 4 fueron expresiones de verdadera rebeldía, ya que los hombres ponían a prueba a Dios, diciendo en efecto a Moisés: "¿Dónde está ese Dios tuyo, y qué hará ahora?". "Masah" significa "prueba", en este sentido malo cuando los hombres se proponen "ver hasta dónde pueden llegar" en su despecho delante de su Creador. "Meriba" equivale a "rencilla", y deja triste recuerdo de los ataques personales que se dirigieron contra Moisés, quien sólo actuaba como siervo de Dios (Sal 78:17-31,40-42) (Sal 106:13,15) (1 Co 10:1-13).
La victoria sobre los amanecidas (Ex 17:8-16)
Los enemigos eran amalecitas (Ex 17:8) (Dt 25:17-19). Amalec, antecesor del pueblo que aquí se menciona, era nieto de Esaú (Gn 36:12,16), quien, por razones desconocidas que podrían haber sido personales, o que surgiesen de la abundancia de sus descendientes, decidió separar sus destinos de los demás edomitas. Era pueblo nómada con bases en el Néguev y en el norte de la península de Sinaí, siendo probable que viera en la marcha de Israel hacia Sinaí una amenaza contra los pastos de verano que solían encontrar en los valles del Sur. La referencia que Moisés hace a ellos en (Dt 25:17-19) parece indicar que se valieron de tácticas de guerrilleros, sorprendiendo a los rezagados de la larga columna de israelitas, aprovechando su cansancio para conseguir algunas victorias preliminares. De todos modos, estos ataques de parte de un pueblo emparentado con Israel fueron considerados como actos de traición, convirtiendo a Amalec en el enemigo perpetuo de Israel hasta su exterminio en las circunstancias detalladas en (1 Cr 4:43).
Aparece Josué como capitán (Ex 17:9). Moisés ya sabía quién podría tomar el mando de las fuerzas armadas de Israel en este primer encuentro bélico. Jehová mismo había "llevado la guerra" contra Egipto por medio de las plagas y las aguas del mar Rojo con la colaboración de sus "embajadores". Sin embargo, frente a un enemigo del desierto, cuya presencia podría constituirse en amenaza continua, fue preciso luchar, bien que la victoria no vino sólo del valor de los israelitas ni de la pericia de Josué, quien ordenaba sus tropas en "guerra caliente" por vez primera, sino del socorro divino, según la intercesión de Moisés. Luego hemos de ver que el sucesor de Moisés no era sólo hombre de acción, sino un fiel siervo del Señor que hallaba su gusto en la presencia divina. Aquí, sin embargo, el que había de ser conquistador de Canaán —en la parte humana— se revela ya como capitán; un caudillo a quien Dios había concedido el don de mando. Quisiéramos saber si los "varones de guerra" de Israel habían recibido ya algún entrenamiento, pero nada de ello se revela. Siempre hemos de suponer un trasfondo mucho más rico en acontecimientos y medios de lo que dan a conocer las breves narraciones de los puntos fundamentales e ilustrativos de la vida del principio de la nación. La frase "vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim" implica el plan de estorbar su marcha, quitándoles de en medio si fuese posible. Josué había de escoger varones llevándoles al contraataque.
La mano alzada de Moisés (Ex 17:9-12). Cerca del campo de batalla se hallaba un cerro desde lo alto del cual Moisés podía presenciar la batalla. Se habían de utilizar medios humanos para resistir al enemigo, pero ni Moisés, ni sus compañeros, ni Josué pudieron olvidar el simbolismo de la vara —tantas veces alzada en Egipto— como señal del poder de Dios que obraba por medio del siervo que él había escogido. Los compañeros de Moisés en lo alto del cerro habían de ser Aarón (de la tribu de Leví) y Hur, de la de Judá, hombre principal según la referencia de (Ex 24:14). Josué era de la tribu de Efraín. De nuevo la vara levantada en la mano de Moisés había de ser señal de victoria, pero, prolongándose los vaivenes de la lucha, Moisés se cansó y fue preciso que se sentara en una roca mientras que sus compañeros sostuvieran sus manos por un lado y por otro. Antes, al bajar Moisés su mano, se reflejaba la falta de poder en la llanura, prevaleciendo los enemigos. Al alzarlas —con la referida ayuda— la victoria se confirmó, y "Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada" (versículo 13). Moisés, desde un punto de vista, no necesitaba ni alzar las manos ni llevar en ellas la vara para constituirse en intercesor, cuyos ruegos fuesen aceptados por Dios, ya que se revelaba como "abogado" por el pueblo en las maravillas de Egipto y de nuevo podían aprender la lección: "Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?". Las figuras de Aarón y de Hur destacan la importancia de comunión en la intercesión, lección que no se ilustra mucho en la vida de Moisés quien tantas veces se hallaba solo en la presencia de Dios al suplicar misericordia a favor de un pueblo contumaz que había de llevar adelante.
El libro conmemorativo (Ex 17:14). Hemos considerado cuestiones de escritura anteriormente, llegando a la conclusión de que los patriarcas habían escrito anales de familia que fueron aprovechados por Moisés al redactar el libro de Génesis. Aquí hallamos la primera referencia directa al acto de escribir anales en un libro, o, más bien, en el libro, tratándose de una compilación ya conocida. Nada se nos dice del material del libro, pero es posible que los israelitas utilizaran ya el papiro, conocido en Egipto desde tiempos remotos como material para escribir, bien que su fragilidad impide el hallazgo de ejemplares manejables. La vasija para el maná servía como recuerdo de la provisión de Dios y de forma análoga los actos rituales —como el de la Pascua y de la redención de los primogénitos— conmemoraban la liberación de Egipto. Un libro, sin embargo, se revestía de mucho más valor que meros objetos, piedras monumentales, o ritos, como recuerdo, ya que servía para explicar las circunstancias del momento histórico con algún detalle al uso de generaciones sucesivas. El "libro del pacto" que se menciona en (Ex 24:4), tomando en cuenta su contexto, parece indicar ya alguna forma de rollo, fuese de papiro o de pergamino.
Josué había de vincular el testimonio entregado a Moisés con la vida de la generación posterior, de modo que le corresponde a él tomar nota especial del significado de la victoria de aquel día, como también del propósito de Dios con respecto a los amalecitas, que habían de ser destruidos (versículo 14). Ya hemos notado la persistencia de las tradiciones orales entre los antiguos pueblos del Oriente —recordemos la momia de José, por ejemplo— pero aquí la tradición se refuerza por medio del memorial escrito, algo muy importante, ya que supone que Israel, en el cumplimiento de su cometido como guardián de los oráculos de Dios, había de valerse de medios que podrían aprovechar otros pueblos, y no sólo el suyo propio (Ro 3:1-2) (Ro 9:4-5).
El altar y su nombre (Ex 17:15-16). Hasta regularizarse el culto levítico, los israelitas continuaban las costumbres de los patriarcas, quienes solían levantar altares al invocar el nombre de Jehová. El altar supone sacrificios, por lo menos dentro del régimen normal de la vida de Israel, y la víctima es siempre símbolo de la obra de expiación del pecado que Dios determinó antes de los tiempos de los siglos. Siendo el altar conmemorativo, recibió un nombre alusivo a la victoria sobre Amalec: "Jehová nisi", o sea, "Jehová es mi bandera" (Gn 33:20), siendo el título una confesión de la flaqueza de todo esfuerzo humano aparte de la guía del Señor, quien, ensalzado en medio de su pueblo fiel, asegura la victoria.
El hebreo del versículo 16 se ha interpretado de varias maneras, pero la versión RV-60 concuerda exactamente con las exigencias del contexto. Amalec, pese a sus antiguas relaciones con Israel y probable conocimiento de los planes de Dios en orden a Israel, había levantado su mano "contra el trono de Jehová"; o sea, se había revelado conscientemente contra los decretos de Dios, repitiendo el crimen de Faraón, pero pecando contra mayor luz. Por eso la nación había de desaparecer, bien que este ramal rebelde de la familia de Esaú pudo defenderse y molestar a Israel durante siglos. El pueblo de Edom sería respetado en el proceso histórico, pese a frecuentes manifestaciones de odio en contra de su "hermano", pero no así el primer enemigo que se opuso a la marcha de Israel que Dios mismo había ordenado bajo la guía de su propia presencia.
La visita de Jetro y sus consecuencias judiciales (Ex 18:1-27)
La visita de Jetro (Ex 18:1-7). Estos versículos enlazan la narración con (Ex 4:18-26), donde vimos las últimas referencias a la familia de Moisés. Tantas veces se destaca el servicio público de los hombres de Dios que es fácil olvidamos del hecho de que ellos también han de tener vida de familia y de hogar, con todos los privilegios y responsabilidades correspondientes. Al despedirse Moisés de su suegro en la tierra de Madián, había llevado consigo a su mujer Séfora y a sus hijos, sucediendo en el camino el incidente de la circuncisión de uno de éstos que ya comentamos (Ex 4:18-26). En algún momento (que no se ha notado en la narración) Moisés había enviado a Séfora y sus hijos de nuevo a Madián para estar bajo la protección de Jetro durante los tremendos acontecimientos de las plagas y del éxodo, siendo inútil procurar adivinar lo que habrá motivado esta separación temporal de los esposos, aunque el incidente ya citado revela cierta resistencia de parte de Séfora frente a la obra que Dios encomendó a su marido. Más tarde Moisés se casó con una mujer cusita, lo que dio lugar a las quejas de Aarón y de María; esto, a su vez, fue aprovechado por el Señor para reafirmar la autoridad de Moisés (Nm 12). Se supone la muerte anterior de Séfora, puesto que estaba prohibido en Israel tener una segunda esposa.
Las noticias de la gran obra de Dios en Egipto habían llegado a oídos de Jetro, quizá por comunicaciones directas enviadas por Moisés, y ahora la marcha de los israelitas los acercan al antiguo hogar del caudillo durante sus cuarenta años en Madián. Quizá Jetro recibió indicaciones de que la estancia de Israel en las cercanías de Sinaí había de prolongarse, y pareció natural que la familia fuese reunida. Según el relato, Jetro tomó la iniciativa en este asunto, lo que no excluye la posibilidad de indicaciones anteriores de parte de su yerno, bien que, dentro del protocolo del Oriente, se conservaría el prestigio y la autoridad del hombre mayor, "sacerdote de Madián".
Se repiten los nombres de los hijos de Moisés, alusivos a las condiciones de sus años de destierro, quizá para enlazar el pasado con el presente. El nombre de Gersón recordaba el destierro de Moisés, mientras que, al nacer Eliezer, Moisés era muy consciente de la ayuda que había recibido del "Dios de mi padre" —podría pensar en Amram, en Abraham o en ambos— al ser librado del poder de Faraón. Serían hombres hechos y derechos en este momento de la historia.
El encuentro entre Moisés y Jetro (Ex 18:6-7). El versículo 6 declara que Jetro dijo a Moisés: "Yo tu suegro Jetro vengo a ti, con tu mujer, y sus dos hijos con ella". No pudo ser una comunicación directa, ya que aún se hallaba en camino; sólo supone que se había enviado un recado en este sentido por medio de una tercera persona. Las conversaciones notadas en los versículos siguientes ponen de manifiesto que existían buenas relaciones entre suegro y yerno, con respeto mutuo, pero de todos modos el encuentro ceremonioso que se describe en el versículo 7 sería normal dentro de las costumbres del Oriente. Jetro era suegro de Moisés y todo un personaje en su tierra, de modo que el protocolo no podía abreviarse.
Jetro escucha la narración de Moisés (Ex 18:8). Al aparecer el nombre de Jetro (o Reuel) por primera vez en la historia del éxodo, señalamos la posibilidad de que, como "sacerdote de Madián", hubiera conservado algún conocimiento del Dios verdadero, sin que ello excluyera cierto sincretismo cúltico, o sea, la mezcla de unas creencias y prácticas con otras. Después de oír el detalle de la obra de la redención de los israelitas de Egipto, Jetro bendice a Jehová, por tal nombre. Esto podría ser eco de los términos empleados por Moisés en su narración, pero también admite la probabilidad de conocimientos anteriores. Hay cierta analogía entre Jetro y Melquisedec, "sacerdote del Dios Altísimo" y rey de Salem, de la época patriarcal, cuando aún no se había formado la nación de Israel (Gn 14:18-20). Este también adora a Dios, actúa de "rey sacerdote" y se goza en las victorias de Abraham.
La narración de Moisés fue realista; por una parte ensalzaba el poder y la gracia de Dios manifestados a través de sus grandes obras "por amor de Israel"; por otra, no escondía "los trabajos" —el vocablo indica trabajos con cansancio— que el pueblo había pasado en el camino, bien que en todo habían tenido experiencia de la mano de su Dios.
Las reacciones de Jetro (Ex 18:9-12). La alegría de Jetro al enterarse de las bendiciones que Jehová había derramado sobre Israel es genuina, y le lleva a expresiones de alabanza. Percibe claramente que el gran pecado de los egipcios había sido su soberbia, al oponerse a la revelación que Dios daba de sí mismo por medio de las plagas. Ya hemos notado que no emplea el nombre generalmente conocido para Dios —Elohirn— ni la designación conocida por Melquisedec —el Dios altísimo, Creador de los cielos y la tierra— sino el de Yahweh, el Dios del pacto con Israel. Aún supone la existencia de otros "dioses" (versículo 11), pero comprende que Jehová es más grande que todos ellos. No ha llegado a una comprensión total de la revelación divina, pero acepta gozoso la luz que ha recibido hasta este momento. Sobre esta base ofrece "holocaustos y sacrificios para Dios" y —además de Moisés mismo como es de suponer— Aarón y los ancianos de Israel participan con él del "festín sagrado" que siguió; estos sacrificios, que luego se habían de incorporar en el sistema levítico, no eran desconocidos entre los paganos. Lo más probable es que la revelación primitiva que Dios dio a Abel, a Noé y a los patriarcas sobre holocaustos y presentes se conservara pura entre piadosos semitas, degenerándose las prácticas cúlticas paulatinamente entre los paganos que abandonaron la luz verdadera. No debe extrañarnos, pues, las coincidencias que hallan los eruditos al escudriñar bibliotecas como la de Ugarit (Ras Shamra), en la costa de Siria, entre la terminología cúltica de los politeístas y la del régimen levítico. Ahora bien, el espíritu e intento de las ofrendas difieren enormemente tratándose o de los sistemas degenerados paganos, o del bíblico, tanto sobre el terreno moral como en el de las enseñanzas espirituales. Los holocaustos se consumían totalmente sobre el altar, como señal de que todo había de presentarse a Dios. Los demás sacrificios mencionados en el versículo 12 sería "de paces", o "de comunión", y en este tipo sólo se ofrecía una parte simbólica sobre el altar, quedando el resto como comida comunal para los oferentes. La frase "delante de Dios" subraya el carácter sagrado del festín.
Los consejos de Jetro (18:13-27)
Moisés como juez del pueblo (Ex 18:13-16). Una gran compañía de personas no pueden convivir sin que surjan cuestiones de derecho. Si todo el pueblo de Dios hubiese sido inspirado por el espíritu del amor, quizá habrían sobrado los fallos jurídicos, pero aun así tendrían mucho que aprender en cuanto a sus deberes para con Dios, además de sus obligaciones frente al prójimo. Lo más normal es que cada persona desee defender lo que imagina ser "lo suyo", y esto se reconoce en el cuerpo de leyes que sigue a la proclamación del Decálogo (Ex 21:1-23:19). La ley se promulgó frente a la condición y las necesidades de hombres caídos, y las Escrituras, presentando su diagnóstico realista del corazón humano, nunca se desvían tras sueños utópicos. Sólo en el reino de Dios, basado sobre el hecho de la redención, pueden abrirse perspectivas de actuaciones que se arraigan en el amor que "no busca lo suyo".
Moisés declaraba al pueblo "las ordenanzas de Dios y sus leyes" (Ex 18:16), que ya hemos visto (Ex 15:25) como "el derecho común" de los pueblos orientales, además de los preceptos que surgían de las revelaciones que Moisés iba recibiendo de Dios. La misión de Moisés fue muy especial, ya que él era el profeta y vidente, quien sólo podía mantener contacto con Dios y "consultarle" frente a las cuestiones que surgían entre el pueblo (Ex 18:14). A Jetro le extrañó que su yerno procurase llevar tan ingente carga solo, ya que él mismo se cansaba, y también el pueblo litigante que tenía que esperar su turno para poder presentar su problema o petición al legislador.
Jetro sugiere una organización jurídica (Ex 18:17-26). A algunos expositores les extraña que una sugerencia de tanta importancia para la organización del pueblo de Dios, en período formativo, poco antes de proclamarse el Decálogo, viniese del "sacerdote de Madián", un gentil que no se había unido al pueblo escogido. Jetro, sin embargo, se mantiene en un terreno humilde, sabiendo que sus consejos han de ser sometidos a la declaración de la voluntad de Dios. El versículo 19 debiera traducirse: "¡Y el Señor esté contigo (en la decisión)!", a lo que hemos de añadir sus palabras del versículo 23: "Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte?.". Lo extraño es que no se nota una consulta directa de parte de Moisés frente a Dios sobre este asunto, pero quizá está implícita en las circunstancias. De todas formas esta organización del sistema jurídico, según los términos que veremos, nada tiene que ver con el nombramiento de los setenta ancianos que habían de prestar su apoyo a Moisés en una época posterior (Nm 11:10-30) ya que éstos llevarían cargas más bien espirituales, y hasta cierto punto proféticas. Aquí se trata solamente de "juzgar entre hermano y hermano".
Los términos de la organización (Ex 18:19-22). Jetro comprendió bien que Moisés había de actuar como mediador entre Dios y el pueblo, estando "delante de Dios" para consultar sobre lo desconocido que podría ir surgiendo en esta etapa formativa de la vida de la nación (Ex 18:1). De igual forma, sólo Moisés era capaz de enseñar las ordenanzas recibidas de Dios (versículo 20). Pero muchos asuntos de menor importancia podrían hallar solución por un procedimiento que no se apartaba de las costumbres de los pueblos orientales, entre los cuales Jetro había tenido mucha experiencia. La organización tuvo su expresión mínima en un grupo de diez personas, una de las cuales, conocida por su sabiduría y autoridad, podría dictar sentencia en el caso de los conflictos que normalmente surgían. Cinco grupos de diez formarían una agrupación de mayor importancia, que podríamos comparar a un "juzgado municipal", y lo mismo se aplica al grupo de cien.
Al llegar a mil, había lugar para la actuación de un juez de mayores atribuciones, como si fuera hoy en día "de primera instancia", y si él no hallara soluciones habría de acudir a Moisés, quien daría sentencia en nombre de Dios. No nos olvidemos de que se trata de una teocracia —o sea, el gobierno directo de Dios— quien utilizaba a Moisés, o a otro siervo suyo expresamente indicado, para dar curso a sus mandatos. El pensamiento de Jetro pareció muy sensato: que las fuerzas psíquicas y espirituales de Moisés no se desgastaran en menudencias que podrían solucionarse por el tipo de hombre que él señaló. Seguramente el sistema funcionaba dentro de la organización tribal de Israel, que sobrevivía a las peregrinaciones y aun se destacaba bajo la monarquía en ciertas ocasiones.
Las cualidades de buenos jueces (Ex 18:21). ¡Cuán difícil es hallar hombres capaces e imparciales, en un mundo de hombres caídos, de tal calidad moral que sepan juzgar con rectitud frente a los encontrados intereses de sus prójimos! "Varones de virtud" son hombres de carácter fuerte, sin que sean dominantes, y esta capacidad suya ha de ejercerse dentro del "temor de Dios", ya que los jueces han de obrar en su presencia. Muy importante en un juez es que sea "varón de verdad", odiando la mentira él mismo y capaz de distinguir la verdad entre varios testimonios, a veces torcidos por malicia, a veces por las innatas tendencias del corazón humano, y muy a menudo por defectos de observación. Ha de aborrecer la codicia, pues un hombre dominado por el afán de lucro hallaría abundantes oportunidades de dejarse influir por el soborno. A Moisés no le sería muy fácil el nombramiento de los jueces, pero las calidades de las personas se destacan netamente en una sociedad de tipo nómada, en la que cada uno vive a la vista de sus semejantes; dispondría también, en caso de duda, de aquel "discernimiento de espíritus" que es propio del don profético (versículo 21).
Las condiciones nos recuerdan —con todas las salvedades que surgen de circunstancias muy diversas— las que regían para el nombramiento de los siete administradores de la primitiva comunidad cristiana en Jerusalén, pues aun tratándose de "servir a las mesas" —o sea, de una labor administrativa— habían de ser "varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría" (Hch 6:3). Es algo muy serio poner la mano a la obra del Señor, ya que el mayordomo tendrá que rendir cuentas exactas de su administración en la esfera que sea.
Moisés aceptó los consejos de su suegro, y aunque no leemos más de cómo funcionaba el sistema, podemos suponer que operaba siempre, con las naturales modificaciones introducidas en el proceso histórico por jueces y reyes (versículo 26).
La despedida de Jetro (Ex 18:27). Jetro volvió a su tierra, seguramente tras las prolongadas ceremonias propias de la época. Más tarde Moisés invitó a su cuñado Hobab para que acompañara a Israel por el desierto como guía, y bien que no contestó afirmativamente entonces, es evidente por referencias posteriores que Jetro pertenecía a la familia madianita de los ceneos, y que éstos terminaron por identificarse con el pueblo de Israel acompañando a la tribu de Judá en la conquista del Néguev (Jue 1:16). Por eso se salvaron de los juicios que más tarde alcanzaron a los madianitas —por colaborar en la seducción de una parte de Israel— y de ellos surgieron los recabitas, muy conocidos en la nación tanto antes como después del destierro de Israel en Babilonia.
Temas para meditar
1. Con la ayuda de un mapa sencillo, describa la península de Sinaí, detallando sus condiciones geográficas y climatológicas. Señale las rutas principales que atravesaban la península, y la que siguió el pueblo de Israel desde Ramesés hasta el monte de Sinaí. Se permite calcar las costas marítimas y el curso del río Nilo al preparar el mapa, pero lo demás ha de hacerse de memoria. El mapa no excusa las descripciones y explicaciones que sean precisas.
2. Describa los incidentes más importantes del viaje de los israelitas desde el mar Rojo hasta Refidim, dejando aparte la provisión del maná. ¿Qué aprendemos de estos incidentes: a) en cuanto a Dios, b) en cuanto al pueblo de Israel, y c) en cuanto a Moisés? Discurra sobre el valor general de estas experiencias, explicando por qué Israel no pudo caminar en seguida desde Egipto hacia la tierra de Canaán.
3. Discurra ampliamente sobre el don del maná según se describe en (Ex 16:1-36), notando las circunstancias de la primera provisión, la naturaleza del maná, su relación con el sábado y las referencias que el Señor Jesucristo hizo al maná en (Jn 6:25-59).
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