Estudio bíblico: La proposición del pacto - Exodo 19:1-25
La proposición del pacto (Ex 19:1-25)
El pacto y la ley
1. Una nueva etapa en el desarrollo de la vida de Israel
La consumación del pacto abrahámico. El estudio de los capítulos 12-22 de Génesis revela la base de la separación de la nación de Israel de los demás pueblos de la tierra con el fin de ser "siervo de Dios" en la tierra, llamado para conservar el conocimiento del Dios único y verdadero en medio de civilizaciones paganas y dispuesto a recibir la revelación progresiva que Dios, en gracia, había de dar de sí mismo. Así Israel había de ser, de forma muy especial, el guardián de la Palabra . Es muy importante recordar que el pacto de Dios con Abraham era unilateral e inmutable, ya que fue formulado sobre la base de las promesas de Dios y confirmadas por su juramento. Nada dependía de Abraham como tal, bien que la gracia de Dios siempre ha de ser recibida por la sumisión y fe del receptor de los bienes garantizados. El apóstol Pablo explaya estos rasgos del pacto en (Ga 3:15-18). El pacto abrahámico sólo "termina" al ser incorporado en el nuevo pacto, del cual fue un fulgor adelantado, y sería más propio hablar de su "consumación" por medio de la simiente prometida.
Pero Abraham era un hombre solo, y aun en la fecha de recibir el sello del pacto por medio del juramento de Jehová sólo tenía un heredero, Isaac. Pero Dios había prometido abundante descendencia y la formación de un pueblo al que había prometido la tierra de Canaán. En la primera parte del Éxodo hemos visto el cumplimiento de las promesas que garantizaban el crecimiento de Israel hasta constituirse en una nación fuerte e independiente. La sección que nos toca estudiar ahora describe la renovación del pacto, pero ya con el pueblo formado, redimido y libre; dispuesto, según los propósitos de Dios, a emprender su importante misión en el mundo. Veremos, sin embargo, que el estudio del pacto sinaítico dista mucho de ser fácil. Fue sencilla la relación íntima entre Dios y el fiel Abraham, pero la nueva relación (entre Dios por una parte y un pueblo numeroso por la otra) había de ser muy compleja. Ya hemos notado la inveterada costumbre de murmurar y rebelarse del pueblo de Israel que ahora ha de prometer la sumisión y la obediencia.
La vertiente positiva del pacto. Al estudiar el capítulo 19 veremos que Dios recuerda a Moisés todas sus obras de gracia para con Israel, desde su intervención a su favor en la tierra de Egipto hasta llegar a Sinaí. Es natural e inevitable que el pacto se eleve desde el nivel personal al nacional, pero ahora ha de haber condiciones, y estas se asocian con la promulgación de la ley.
El meollo del pacto consiste en que Dios reconoce a Israel como su pueblo propio, su "especial tesoro", escogido de entre todas las naciones de la tierra. Por su parte, Israel acepta a Jehová como único Dios y Salvador, acatando la declaración divina: "Yo soy Jehová tu Dios que te saqué de la tierra de Egipto ... no tendrás dioses ajenos delante de mí" (Ex 20:2-3). Ya veremos que no era posible la perfección bajo la ley, y la desobediencia de Israel había de manifestarse con caracteres graves. Sin embargo, a través de muchos siglos de su historia, Israel, después de períodos de apostasía podía "renovar el pacto" si renunciaba a los "dioses" y volvía al culto único de Jehová. Sólo después de una actitud rebelde, persistentemente contumaz, Jeremías tuvo que anunciar que el pacto sinaítico había caducado, y que había de ser reemplazado por otro nuevo, obra de la gracia de Dios: "He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto aunque fui yo un marido para ellos dice Jehová" (Jer 31:31-32) (He 8:7-13).
Notamos bien el precioso término "marido", ya que el pacto se parece a un contrato matrimonial, en que cada parte jura fidelidad a la otra, y esta figura llega a su culminación en la profecía de Oseas. De parte de Dios no pudo haber fallo; sin embargo, puesto que Israel había de obedecer, la condición humana en toda su imperfección llega a ser un factor importante. La apostasía del "becerro de oro" había de ser el primero de una larga serie de períodos de infidelidad al "pacto matrimonial", y por fin, cuando pacto y ley habían cumplido sus propósitos transitorios, el "pacto de gracia", —ya en estado germinal en el abrahámico y plenamente manifestado en el nuevo pacto— grabará la voluntad de Dios en todos los corazones sumisos. Es preciso no perder de vista estas perspectivas generales al pasar a escudriñar el detalle del texto de Éxodo.
2. La promulgación de la ley
Puesto que Israel había de hacer válida su aportación al pacto sinaítico mediante la obediencia (Ex 19:5), fue necesaria la promulgación de la ley, como resumen de lo que Dios requiere del hombre en la tierra. Los capítulos 19 y 20 describen uno de los actos culminantes de la revelación de Dios a los hombres, siendo imprescindible que colocara delante de ellos las normas de su justicia, lo cual llevó a cabo en medio de imponentes manifestaciones de su santidad. No habría sido posible pasar a la plena manifestación de la gracia de Dios —bien que era anterior a la ley en cuanto al propósito divino (2 Ti 1:8-9)— antes de ponerse al descubierto el estado moral del hombre caído. Veremos en su lugar que la ley tiene muchas vertientes, que determinan distintos usos, pero sobre todo "por la ley es el conocimiento del pecado" (Ro 3:20). El hombre había de verse como Dios lo veía a fin de que abandonara toda pretensión de justicia propia, acudiendo con sumisión y fe al Cristo del Calvario (Ga 3).
En el caso de los israelitas, considerados como miembros de un pueblo separado para Dios, las Escrituras revelan tres posturas que podrían adoptar frente a la manifestación de la justicia de Dios y las condiciones del pacto. Estas actitudes personales e internas se descubren por las experiencias de los hombres piadosos que escriben los Salmos, bien que afloran en diversas partes del Antiguo Testamento.
1. Un hebreo podría ser rebelde y perverso, asociándose con los diferentes alzamientos en contra de Dios que, por desgracia, afeaban la historia del pueblo, o inclinándose a la idolatría. Para el rebelde no había remedio previsto, ni siquiera por medio de la sangre de los sacrificios que señalaban hacia el Calvario, ya que él mismo volvía las espaldas al sol de la gracia. Podía ser muy patriota, muy orgulloso de su categoría como israelita, pero no podía estar en relaciones de paz para con Dios. El despreciaba la ley y el pacto, a no ser que sirviesen de pábulo para su patriotismo carnal.
2. Otros israelitas —con aparente lógica— argumentarían así: "Si Dios nos ha dado la ley, es para que la cumplamos, y vamos, pues, a procurar los medios para hacerlo". Estos ni percibían las sublimes alturas de la santidad de Dios, ni sabían medir las abismales profundidades del mal en el corazón del hombre caído, sea israelita, sea gentil, y según su modo de pensar, no les quedaba más remedio que rebajar las normas divinas al par que daban una importancia exagerada a sus esfuerzos en el terreno religioso. Esta actitud les llevaba indefectiblemente a la hipocresía y al formalismo religiosos, es la típica "piedra de tropiezo" de la vida oficial de Israel, que llegó a la frondosidad engañosa del abundante follaje de la "higuera estéril" que Cristo maldijo. Siempre había existido, pero se manifestó más claramente después de ser desterrada de la nación la idolatría, al volver el pueblo del destierro babilónico e iniciarse las "explicaciones" de la ley, o sea, desde la época de Esdras en adelante. Esta actitud dio su forma al Israel legalista que rechazó a su Mesías, y el diagnóstico de esta enfermedad religiosa del pueblo lo realiza tajantemente Pablo en (Ro 9:30-10:4).
3. Otros hebreos aprendieron bien la lección de la suma santidad de Dios y de su justa ira frente al pecado, tal como se dio a conocer en el memorable día de la promulgación de la ley. También habían tomado buena nota de los constantes fallos del hombre, fuese por su experiencia particular, fuese por los desvíos de Israel como pueblo. Comprendieron que el hombre caído jamás podría dar satisfacción personal a las demandas de la justicia de Dios. Al mismo tiempo, Dios les había dado la ley y ésta había de ser la norma. El problema parecía insoluble, pero los sumisos de corazón sabían, por íntima revelación divina (ayudados por el simbolismo de los sacrificios) que la gracia de Dios entrañaba la solución del problema de la salvación, aun de los hombres condenados por la ley, con tal que éstos buscasen su presencia, humillándose y confiando solamente en el Dios Salvador, quien les había manifestado su misericordia en tantas ocasiones. No podían expresar la doctrina de la "justificación por la fe" tal como la hallamos en Romanos capítulos 3-8, en Gálatas capítulos 3-6, o en Hebreos capítulos 8-10, pero podían decir con David: "Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad..." (Sal 32:1-2).
Nosotros podemos ver toda la perspectiva, y saber que Dios anticipaba a los humildes y fieles los beneficios de la cruz (Ro 3:24-26); pero no faltaba luz jamás a aquel que quería recibirla. El conjunto de los hombres y mujeres fieles, que se sometían a la ley a la vez que buscaban la salvación por medio de la gracia de Dios, se llama "el resto fiel" (Ro 11) y constituye el verdadero pueblo de Israel dentro del marco de la nación histórica, siendo ésta carnal siempre y, a menudo, rebelde. El cumplimiento de los propósitos de Dios y la continuidad del testimonio espiritual de Israel dependen de este "resto fiel". Si no recordamos todos estos componentes de la nación, frente a la luz de la ley y de las intervenciones de Dios en la historia de su pueblo, la interpretación del Antiguo Testamento se hace enigmática y confusa en extremo.
3. La víspera de la teofanía
Israel había tenido la experiencia de: 1) las plagas de Egipto, cuyo valor como revelación de Dios hemos estudiado; 2) la salvación "por la sangre" en la noche de la Pascua; 3) el gran triunfo del mar Rojo, con la destrucción de las fuerzas armadas de su único enemigo, Egipto; y 4) las vicisitudes del camino en el desierto hasta llegar a la llanura de Sinaí. El hebreo humilde y observador había tenido abundante ocasión de aprender en el "libro" de esta historia las maravillas tanto de los juicios como de la gracia de Dios. Al mismo tiempo, había podido comprobar el estado de ánimo del hombre en general, como también la inclinación del corazón de los hebreos en particular. Llega el momento en que Dios se ha de manifestar en la gloria de su santidad frente a este pueblo. Hemos meditado en los efectos generales y lejanos, pero los aparentes fracasos futuros no han de cegamos a la importancia del acontecimiento en sí, que, pese a su sentido aparentemente negativo, es eje importantísimo del plan de la redención.
El primer anuncio de Dios a Moisés (Ex 19:1-25)
1. El tiempo y el lugar de la manifestación (Ex 19:1-2)
El mes tercero (Ex 19:1). El viaje del mar Rojo hasta Sinaí había durado exactamente tres meses (meses lunares), sin duda, durante los cuales los israelitas habían pasado por las variadas experiencias que tanta importancia entrañaban para su disciplina espiritual. Al mismo tiempo, les dejaba sin excusa al confiar en su fuerza carnal, para luego rebelarse escandalosamente contra Jehová, a quien acababan de aceptar como su Dios, y marido divino, en el caso del "becerro de oro".
El lugar de la revelación (Ex 19:1-2). Los israelitas habían pasado por los puertos del terreno montañoso al norte de Sinaí para desembocar en la llanura que había de ser su residencia durante el año siguiente: quizá el año más importante de toda su historia nacional, ya que determinó la unión de Jehová con su pueblo, la promulgación de la ley, la construcción y montaje del tabernáculo con la inauguración del sistema levítico. No todos los eruditos están de acuerdo con la identificación del lugar exacto del pico "Sinaí", ni la de la llanura que se extendía delante de él, puesto que se trata de una sierra —dirección N.O. a S.E.— en la que se alzan varios imponentes picos de un extremo a otro. Desde el tiempo de Justiniano la tradición señala Gebel de Musa ("el monte de Moisés"), pero faltan tradiciones firmes que recojan los conceptos de los judíos en el primer siglo o antes.
Lo que parece absolutamente necesario —para la comprensión de las frases del relato— es que el pico tenga delante una amplia llanura, capaz para la congregación de todo el pueblo, desde la cual habían de presenciar la manifestación de la gloria de Jehová, sin tocar la base de la montaña. El único alto que cumple plenamente estas condiciones es el monte Ras es-safsafeh, situado a la parte norte de la cordillera. Puesto que una tradición no determina nada, y las características de la llanura ante Ras es-safsafeh coinciden exactamente con lo que el relato requiere, creemos acertado aceptar la opinión de Stanley, quien exploró la región y llegó a esta conclusión concreta. El campamento mismo podría haberse extendido por los "uadis" por donde el pueblo había pasado, pero lo que nos interesa es la posibilidad de que se reuniese una vasta congregación a plena vista del monte Sinaí.
2. El primer encuentro de Moisés con Dios (Ex 19:3-6)
La cita esperada (Ex 19:3). Cuando Dios llamó a Moisés desde las llamas del arbusto que ardía y no se consumía, le había anunciado: "Cuando hayáis sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte", ya nombrado como Horeb, designación alternativa para Sinaí. Moisés sabía, pues, que el pueblo había llegado a la cita, y el versículo 3 parece indicar que él mismo tomó la iniciativa de "subir a Dios". En algún lugar de la subida oyó la voz de Dios que le hizo el primer anuncio, preliminar a la sublime manifestación de Jehová a todo su pueblo.
Es inútil procurar comprender con exactitud los medios y métodos de estas comunicaciones. Sabemos que Dios no puede ser visto en la plenitud de su gloria por ojos humanos —en este cuerpo mortal— pero, en uso de su omnipotencia, puede revelar aquella parte de su gloria que convenga a las lecciones que dirige al hombre. No hay nada que impida que él haga llegar sonidos articulados al oído del hombre individual, o a los de toda la congregación de Israel. Solamente los inveterados enemigos de todo lo sobrenatural encuentran dificultades en estos pasajes, y no es por el problema en sí —ya que Dios está obrando conforme a su beneplácito— sino por la pequeñez del entendimiento de los críticos, que no quieren recordar que tampoco comprendemos los misterios de nuestra propia existencia física, psicológica y espiritual, con ser de menos trascendencia.
Dios habló a solas con Moisés en esta ocasión, pero el mensaje había de ser para "la casa de Jacob": una designación que no se halla en otro lugar del Antiguo Testamento fuera de las profecías de Isaías. Es posible pensar que enfatiza la condición natural del pueblo, como descendientes del patriarca Jacob, ya que "Israel" recuerda las bendiciones espirituales que Jacob recibió después de las disciplinas del camino y la gracia que Dios había derramado sobre él, sobre todo en la lucha en Peniel, donde recibió su nuevo nombre de Israel el "vencedor".
El recuerdo de las misericordias de Dios (Ex 19:4). Toda la historia de la redención de Egipto se resume en dos cláusulas, que recuerdan, además, que los hijos de Israel habían sido testigos oculares de las maravillas que encierran. En primer lugar: "Vosotros visteis lo que hice a los egipcios?". Los israelitas habían presenciado los juicios de las plagas y la destrucción del ejército de Faraón. ¡Cuánta historia, cuánto drama se condensa en esta breve frase! Lo importante era saber si los hebreos habían aprendido la lección de su propia redención. Jehová añadió un recuerdo de su gracia que se plasma en una hermosa figura poética: "Como os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí". El lenguaje aquí podría significar que Dios había dotado a su pueblo (figurativamente) de "alas de águilas", con las que sobrevolaron todos los obstáculos del cerco de la esclavitud de Egipto. Con todo, Moisés mismo, al cantar más tarde las obras de gracia de Jehová para con su pueblo, vuelve a la misma figura, elaborándola de tal forma que hemos de ver en ella al águila que excita su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma y los lleva sobre sus plumas. Encontramos esta figura en (Dt 32:11), y Moisés termina diciendo: "Jehová solo le guió, y con él no hubo dios extraño. Lo hizo subir sobre las alturas de la tierra?". De forma tan hermosa se describen los primeros pasos de la vida nacional de Israel, y se enfatiza que todo había sido por el tierno amor y gracia de su Redentor.
Debiéramos notar que cuando Jehová había sacado a su pueblo de Egipto les había prohibido caminar por el peligroso y frecuentado "camino de Egipto", con el fin de llevarles a sí mismo. Ya hemos destacado la íntima figura del "matrimonio", y la referida frase subraya la necesidad de que Jehová hiciera provisión para el apartamiento del pueblo de toda otra complicación con tal de poder pasar un tiempo a solas con él dentro de este escondido rincón de las serranías de Sinaí.
El anuncio del pacto y sus condiciones (Ex 19:5-6). Por primera vez en la historia de Israel se oye hablar de condiciones: "Si diereis oído a mi voz y guardaréis mi pacto...." Seguían preciosas promesas que hemos de meditar, pero la palabra "si" inicia una serie de promesas condicionadas, que han de entenderse a la luz de las consideraciones sobre el pacto y la ley que preludian este capítulo. Se echan responsabilidades sobre el israelita —e indirectamente sobre todo hombre— y si éste es incapaz de cumplirlas, las promesas se tornarán en juicios a causa de la desobediencia. Lo primordial es la sumisión del corazón del pueblo a la voluntad de Dios, y ya hemos notado la manera en que esta advertencia fue comprendida de diversos modos por las tres categorías de israelitas.
La posición ideal de Israel (Ex 19:5-6). Al otorgar sus promesas al pueblo, Jehová reafirma su soberanía, diciendo: "Vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra". Si alguien se atreviera a acusar a Dios de favoritismo podría contestar con las palabras de una parábola del Maestro: "¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?" Muchos otros pasajes bíblicos enfatizan el hecho de un llamamiento para el servicio, que si bien, de necesidad, entrañaba privilegios especiales, también suponía pesadas responsabilidades y juicios más severos en el caso de pecados contrarios al sentido del pacto.
"Mi especial tesoro", equivale a una posesión adquirida para el uso exclusivo de la persona en cuestión, fuese por pagar el precio necesario, fuese por otros esfuerzos suyos. Nadie podía disputar al dueño la posesión, que viene a ser un término muy precioso que describe al pueblo de Dios tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (Sal 135:4) (Is 43:1-4); en el Nuevo Testamento hallamos la frase griega "laos eis peripoiesia" y similares (Tit 2:14) (1 P 2:9).
"Un reino de sacerdotes" (Ex 19:6). Pronto había de establecerse el sacerdocio levítico en Israel para que cuidara de los servicios del tabernáculo. Con todo, la religión de Israel, en su esencia espiritual, no se parecía en nada a las establecidas sobre sus jerarquías sacerdotales que monopolizaban y "vendían" el culto. Idealmente cada israelita era "sacerdote", ya que podía invocar el nombre del Señor desde cualquier lugar, en el momento de sentirse movido a adorar o a implorar la misericordia divina. El culto colectivo podía complementar este libre acercamiento al trono de Dios, pero no podía sustituirlo.
Así que "el sacerdocio de todos los creyentes" halla sus raíces en el Antiguo Testamento, bien que el pleno desarrollo del concepto había de esperar al Nuevo. Pedro no tenía que inventar términos nuevos para expresar este sublime concepto, sino sólo echar mano del pasaje que estamos considerando (1 P 2:9) (Ap 1:6). Naturalmente, por lo que ya señalamos en la introducción de esta lección, los privilegios de los israelitas eran nacionales en potencia, pero sólo se hacían válidos y eficaces en el caso de los fieles, aquellos que constituían el resto fiel. Ni los rebeldes ni los hipócritas pueden disfrutar del privilegio de servir y adorar en la presencia de Dios, en primer lugar porque no lo desean.
Aquí el término "reino" se emplea por primera vez en relación con Israel. No ha de tomarse como anticipo del reino davídico, sino sólo como un término que indica el conjunto de la comunidad, cada miembro del cual era "sacerdote en potencia". Pero aflora el concepto de una comunidad ordenada, bajo el gobierno de Dios a través de Moisés: sistema que se denomina la teocracia, o sea, el gobierno directo de Dios.
"Una nación santa" (Ex 19:6). Una nación santa (VM) es mejor que "gente santa", ya que, en el castellano popular de hoy "gente" puede tener un sentido despectivo. Ya se sabe que "santo" quiere decir "separado para Dios", y de nuevo el término pasa a enriquecer el vocabulario del Nuevo Testamento. No se trata de una mera multitud que se separa para Dios sino de una nación ya formada, que ha de dar sus primeros pasos al unirse en estrecha alianza con Jehová. De nuevo hemos de recalcar que esta separación nacional no es arbitraria sino una fase necesaria para el cumplimiento de la misión de Israel en la tierra. Según el plan de Dios no puede mezclarse Israel con las naciones circundantes, so pena de caer en el paganismo, considerando a Jehová como uno más en su panteón de dioses: algo que Dios no puede admitir por las exigencias fundamentales de su ser. Lo triste es que Israel —como entidad política— había de caer una y otra vez precisamente en este pecado fundamental.
3. De forma preliminar el pueblo acepta las condiciones del pacto (Ex 19:7-9)
Moisés actúa como mediador. El hombre de Dios, que vivía en la presencia de Dios, había de ser el portavoz de Jehová frente al pueblo, y luego llevar la contestación de la congregación a Dios (Ga 3:19-20). Ya veremos la distancia que se impone entre Dios y el hombre que toma sobre sí alguna obligación en la esfera religiosa.
Moisés bajó del monte y llamó a los ancianos del pueblo para exponerles el mensaje trascendental que acababa de recibir de parte de Jehová. Puesto que "todo el pueblo" dio la respuesta afirmativa, es evidente que los ancianos habían convocado a las tribus, y, según costumbres ya comprendidas, les había declarado los términos del pacto, invitando a su asentamiento. Fue momento muy solemne, pues la contestación afirmativa comprometía a la totalidad de la nación. Algún expositor ha pensado que todo ello fue muy fácil y muy hermoso, ya que Dios otorgaba promesas tan bellas a su pueblo escogido, y que a éste no le tocaba más que decir que "Sí", como la novia que acepta al marido.
En las notas introductoras de este capítulo hemos visto razones suficientes para que tengamos en cuenta la suma complejidad de la situación que entrañaba una paradoja aparente. Si la promesa hubiese sido incondicional, como en el caso de Abraham, todo habría sido claro. Si se hubiese tratado de un pueblo de perfecta espiritualidad, tampoco hallaríamos dificultades para entender la situación. Pero, de hecho, la promesa es condicionada a la obediencia del pueblo, y éste ha mostrado ya repetidas veces que no puede, ni quiere obedecer, excepción hecha de los fieles y humildes que nunca podían faltar. En este momento de "bodas", Dios inicia un sistema de disciplina y de prueba —algo inexcusable— que tendrá que durar hasta que se ejecute la sentencia del pecado en la Víctima de la cruz. Literalmente Pablo nos dice en (Ro 5:20) que "la ley se introdujo para que el pecado abundase", y la aparente confusión del suceder histórico había de ser grande. Con todo, tan áspero camino conducía a la cruz y a la resurrección, o sea, hacia el triunfo sobre el mal.
La respuesta del pueblo (Ex 19:8). "Todo lo que Jehová ha dicho, haremos", fue la contestación unánime de todo el pueblo por medio de sus ancianos. No había nadie que dijera: "Anhelamos entrar en estas relaciones especiales que señala Jehová, dejando todos los llamados dioses de las naciones. Pero pone como condición que nosotros le obedezcamos. Queremos hacerlo, ¿pero no sería bueno suplicar su gracia para hacerlo posible, ya que somos pueblo murmurador y rebelde?". Sin duda los humildes —hasta el límite de la comprensión posible de la situación en aquel momento decisivo— decían algo así en su corazón porque sus obras posteriores lo demuestran. En cuanto a Dios, la cruz se hallaba en medio de la perspectiva de su plan de redención y pronto había de establecerse el régimen levítico que prefiguraría la expiación hecha posible por la sangre del Cordero de Dios. Pero hemos de ir siguiendo los pasos del proceso de revelación según se encuentra en las páginas bíblicas.
"Yo vengo a ti en nube espesa" (Ex 19:9). Parece ser que el día de "las bodas" se oscurece, ya que Dios, en el momento mismo de recibir "la promesa", anuncia que se manifestará en "nube espesa", y que Moisés ha de actuar como mediador, manteniéndose a distancia el pueblo que llegaba a ser "la esposa" de Jehová. El hecho del pecado existe en el corazón de todo el pueblo, y ya que la gracia ha de obrar indirectamente, el pueblo se encuentra sobre el terreno de las obligaciones que ha adquirido. Entre la santidad y la justicia de Dios por una parte, y el pecador "al descubierto" por otra, no puede haber más que "ira". Al mismo tiempo, había llegado el momento de manifestar la gloria, la majestad, la santidad y la justicia del Dios de Israel, primeramente al pueblo, y a través de ellos al mundo en general. No ha de extrañarnos pues que el telón del escenario de las "bodas" fuese de humo espeso, y por música había el estruendo de los truenos y el toque penetrante de la trompeta de Dios. El pueblo había de aprender "el temor de Jehová", como principio de sabiduría. También se ha de establecer el prestigio del caudillo Moisés ya que todo sirve "para que te crean para siempre". Habríamos esperado otra frase: "Para que me teman para siempre", que sin duda está implícita en todo este pasaje.
La "nube" se asocia frecuentemente con manifestaciones de la presencia de Dios, sirviendo de velo, escondiendo la plenitud de la gloria que sería fatal para el hombre pecador. Sólo "en Cristo" podemos estar con toda tranquilidad y paz en la presencia de Dios (Ro 8:1).
4. La santificación del monte y la del pueblo (Ex 19:10-16)
El cerco alrededor del monte (Ex 19:12). El monte de Horeb, o de Sinaí, había de considerarse como un templo provisional, ya que Dios lo había escogido como lugar para la manifestación de su presencia. "Señalarás término" quiere decir, sencillamente, levantar un cerco que separe "lo común" de "lo sagrado". Ni persona ni animal habían de traspasar la barrera a no ser que fuese expresamente llamado por Dios, como en los casos que veremos. Se enfatiza aún el concepto de la distancia que existía entre el Dios santo y el pueblo pecador, hasta que Cristo abriera "un camino nuevo y vivo" como entrada al santuario (He 10:18-19). El concepto de santidad y de separación afectaba hasta a los animales, pues si uno se extraviaba por los pastos al pie del monte, no sólo había de morir, sino que había de ser matado desde lejos, sin que le tocara mano humana, empleándose piedras o saetas para rematarle (Ex 19:12-13). Se ilustra de forma muy solemne que "lo santificado" ha de conservarse para el uso exclusivo de Dios.
La purificación del pueblo (Ex 19:10,15). Según conceptos muy bien entendidos en el Oriente en aquella época, el pueblo había de mostrar de forma externa su "separación para Dios", siendo ellos también "santificados". Naturalmente, la única santificación verdadera es la interna del corazón, pero ya que Dios había de valerse de esta nación, —entidad política y externa— el pueblo como tal había de demostrar que estaba preparado para el gran encuentro con su Dios. Las señales externas consistían en lavar los cuerpos y la ropa —figurativamente se echa fuera toda suciedad— y prescindían del trato sexual durante los tres días de preparación. Esta última manifestación de "santificación" no ha de interpretarse en el sentido de que el acto sexual, dentro del matrimonio, es indigno o impuro en sí, ya que es ordenanza de Dios y algo que él bendice en condiciones de pureza moral, como consta en múltiples pasajes bíblicos.
Lo que implica es que, en aquella ocasión solemne, Dios había de ser todo para su pueblo, dejándose hasta lo legítimo y necesario como señal de apartamiento para él. Quizá debiéramos añadir que, bajo un régimen de sombras, como lo había de ser el levítico, cosas perfectamente legítimas —y hasta inevitables— en sí podían crear condiciones de "impureza ceremonial", que se ha de quitar por los medios indicados, pero eso no afecta la esencia de la vida humana, que había de desarrollarse libre de los "rudimentos del mundo", una vez que se hubiese consumado la gran obra de expiación del Calvario.
El descenso de Moisés del monte, según el versículo 14, puso en operación todos estos preparativos para que la manifestación de la gloria de Dios y la promulgación de su santa ley se realizase al tercer día.
El sonido de la trompeta (Ex 19:16,19). El sonido de una trompeta puede tener diversos significados, pero aquí se trata del solemne anuncio de que Dios había de hablar. La figura es la de un heraldo que toca su instrumento antes de leer una proclamación real. El sonido de esta "trompeta del Señor" fue extremadamente penetrante y solemne, siendo elemento importante como medio para despertar el temor de Dios en el pueblo.
5. Se produce el encuentro (Ex 19:17-20)
Dios y su pueblo (Ex 19:17-20). Las circunstancias del encuentro eran terroríficas, ya que parecía que la mole montañosa ardía, subiendo el humo como si fuese de un horno gigantesco. Los violentos truenos y brillantes relámpagos procedían de una tormenta de intensidad descomunal. Todo ello, como hemos visto, fue necesario para que el pueblo temblara en la presencia de su Dios (He 12:18-21), pero no por ello ha de distraer nuestra atención del punto central: el encuentro entre Dios y su pueblo en estas extrañas "bodas". Enlacemos dos cláusulas que describen este hecho: "Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios, y se detuvieron al pie del monte. Y descendió Dios sobre el monte Sinaí, sobre la cumbre del monte..." (Ex 19:17,20). El monte se convirtió en templo, y el pueblo llegó a su límite señalado. Todo el pueblo había de pasar por esta tremenda experiencia de ver la gloria de Jehová y escuchar personalmente la comunicación, hecha "con voz tronante" (versículos 19). No hace falta volver a hablar del misterio de las teofanías, ni considerar de nuevo el uso de frases antropomórficas, ya que Dios, en el uso de su soberanía, se iba revelando según los medios que él había determinado, que serían los posibles y mejores para aquella ocasión. Durante esta fase de la manifestación es Moisés quien vuelve a subir al monte.
6. La reiteración del mandato de la santificación del monte (Ex 19:21-25)
Se ha de respetar el cerco (Ex 19:21-25). Este pasaje parece ser una redundancia, y así lo consideró Moisés, ya que toda provisión se había hecho para que se respetase el "templo" del monte donde Dios manifestaba su presencia (Ex 19:23). Con todo, Dios conocía la condición del pueblo, y lo fácil que sería el que se apoderase de ciertas mentes la curiosidad carnal, con el afán de acercarse más de lo previsto para ver el "espectáculo". El peligro del pueblo pecador, colocado en la presencia de Dios, era algo nuevo que necesitaba ser enseñado por medio de la reiteración, so pena de un "estrago" de juicio sobre los atrevidos.
Los sacerdotes de aquel día (Ex 19:24). No tenemos información exacta sobre quiénes cumplían los deberes de "sacerdotes", ya que Aarón y su familia no habían sido apartados aún para el sacerdocio que más tarde había de ser instituido. Es posible que fuesen los primogénitos del pueblo; de todas formas, fue un arreglo provisional, relacionado, por supuesto, con la presentación de holocaustos y sacrificios de paces, ofrendas ya conocidas. Quizá el mandato reiterado sobre lo sagrado del monte tuviera relación especial con estos "sacerdotes", que podrían presumir de derechos especiales que les permitieran pasar más allá del cerco (versículo 24).
Moisés y Aarón (Ex 19:24-25). Todo el pueblo había de ver la gloria y oír la augusta Voz que proclamaba sus santas leyes, pero sólo dos personas estarían en el monte y todas las demás en la llanura, al otro lado del cerco. Quizá hemos de olvidarnos por el momento de la terrible caída de Aarón en el asunto del "becerro de oro" para recordar que, según el propósito y beneplácito de Dios, el hermano de Moisés había de ser sumo sacerdote y mediador en el sistema levítico que Dios había de reseñar dentro de poco. Para poder ejercer sus sagradas funciones necesitaba aprender lecciones que sólo se dan en la presencia de Dios.
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Comentarios
Viocari Ramírez (República Dominicana) (31/05/2024)
Excelente todo lo que se puede aprender en este estudio.
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