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Estudio bíblico: El anuncio de una dolorosa traición - Juan 13:18-21

Autor: Luis de Miguel
España
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El anuncio de una dolorosa traición (Juan 13:18-21)

(Jn 13:18-21) "No hablo de todos vosotros; yo sé a quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar. Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que cuando suceda, creáis que yo soy. De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar."

Introducción

El lavamiento de los pies de los discípulos por parte del Señor sirvió para introducir importantes lecciones acerca de la verdadera santidad. En primer lugar vimos que ésta comienza con una limpieza completa del Señor que debe ser seguida por un proceso contante de limpieza (Jn 13:1-11). Ya consideramos en su lugar que estos dos tipos de limpieza tienen que ver con la regeneración del creyente en el momento de su conversión, y con la santificación continua por medio de la Palabra en el día a día. A continuación consideramos también que la verdadera santidad implica servicio abnegado y humilde hacia Dios y hacia su pueblo (Jn 13:12-17).
Ahora el Señor nos va a ayudar a entender la esencia de la santidad desde un punto de vista negativo, es decir, mostrándonos la actitud opuesta a la santidad. Para ello volverá a hacer referencia a Judas, el traidor. En un principio puede parecer un caso extremo de ausencia de santidad, pero cuando analizamos la relación que él tuvo con el Señor y la comparamos con la postura que infinidad de personas mantienen con Dios, veremos que en esencia no hay ninguna diferencia sustancial.

"No hablo de todos vosotros"

En el versículo anterior el Señor terminó hablando de la bienaventuranza que tendrían aquellos que sabiendo las cosas que él les estaba enseñando, también las ponían por obra. Pero ahora nos va a hablar de Judas, un pobre desdichado, que sabiendo esas cosas no las hacía.
Por lo tanto, notamos que el Señor sigue identificando quién es un verdadero discípulo, y claro está, él sabía perfectamente que en aquel grupo de apóstoles había uno que era falso. Es verdad que Judas, al igual que el resto de los apóstoles, había sido escogido por Cristo, pero él había rechazado su bienaventuranza.
Esto nos enfrenta con un asunto complejo. El Señor dijo: "yo sé a quienes he escogido", pero, ¿para qué los había escogido? ¿qué implicaba el hecho de haberlos escogido?
La respuesta más sencilla a la primera pregunta sería que Cristo se estaba refiriendo al hecho de que los había escogido para ser sus apóstoles. Y en cuanto a la segunda, vemos que esta decisión del Señor no implicaba necesariamente que cada uno de ellos iba a desarrollar ese ministerio con fidelidad, tal como vemos en Judas. Todo esto nos revela que el propósito más íntimo del Señor es producir la santidad en todos los hombres, pero la triste realidad es que hay muchas personas que resisten esta obra del Señor (Hch 7:51).

"Para que se cumpla la Escritura"

Podemos estar seguros de que el Señor no escogió a Judas para que lo traicionara y que de ese modo se cumpliera una predicción de las Escrituras. No hay ninguna razón para pensar tal cosa del Señor. Él lo escogió para que fuera un apóstol fiel, y de hecho, veremos que hasta el final de este pasaje, el Señor intentó por todos los medios recuperar a Judas. Lamentablemente no lo consiguió, y finalmente, fue Satanás quien ganó enteramente su corazón (Jn 13:27).
Debemos decir, por lo tanto, que Judas no actuó impulsado por una decisión determinada previamente por el Señor, porque en ese supuesto, no se debería culpar a Judas. Por el contrario, la enseñanza clara de las Escrituras es que el hombre tiene la libertad, y también la responsabilidad para tomar sus propias decisiones morales. Y en este sentido, es claro que la traición de Judas fue una decisión exclusivamente suya, llevada a cabo por causa de una incredulidad inexcusable. Pero al mismo tiempo, este hecho serviría para cumplir las Escrituras.
Dios había decidido en la eternidad entregar a su Hijo a una muerte sustitutoria a favor de toda la humanidad, pero también era cierto que Judas, Pilato, los líderes de la nación judía y el pueblo, tomaron libremente la decisión de entregarle a la muerte (Hch 2:23). Curiosamente, al actuar de esa manera, aun sin saberlo, los hombres estaban llevando a cabo lo que Dios ya había predicho. Debemos entenderlo de este modo, no como un proceso de causa y efecto, sino de preconocimiento divino y libre actuación humana.
En este punto tenemos que detenernos un momento a considerar una verdad espiritual fundamental: ni el ser escogidos por el Señor, estar con otros creyentes, ejercer ministerios dentro del ámbito del reino de Dios, o contar con la aceptación de otros discípulos, puede producir la verdadera santidad en el corazón. Para ello es imprescindible tener una relación íntima y personal con el Señor. Judas es un buen ejemplo de esta verdad.

"El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar"

A continuación el Señor pasa a explicar cuál era la clase de maldad que uno de sus íntimos apóstoles iba a llevar a cabo. Como vemos se trata de un pecado de traición, que en el caso de Judas implicaba enormes dosis de ingratitud e hipocresía.
Ser traicionados siempre es una experiencia dolorosa, y no hay duda de que la traición de Judas afectó mucho al Señor Jesucristo; prueba de ello es que la menciona en tres ocasiones diferentes en este capítulo (Jn 13:2,11,18-19), y que fue la causa por la que "se conmovió en espíritu" (Jn 13:21).
Pensemos en la situación. Jesús acababa de lavarle los pies a Judas y ahora estaba sentado a la mesa del Señor para comer de su pan, pero mientras tanto, en su corazón estaba planeando la forma de entregarle a las autoridades judías.
Podríamos decir que Judas aceptó la amistad y los dones que Cristo le ofreció, pero no tuvo ningún tipo de amor, interés, lealtad o devoción por Cristo mismo, es más, al final, estuvo dispuesto a venderle a cambio de cierta cantidad de dinero.
El Señor dijo que esto ocurría para que se cumpliera una Escritura que decía: "El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar". Y es interesante que observemos esta cita en su contexto original.
La cita proviene de un Salmo de David (Sal 41:9). Allí notamos que el salmista no estaba anunciando algo que iba a ocurrir cuando viniera el Mesías, sino que de hecho, lo que estaba haciendo era orar presentando delante de Dios lo que le estaba ocurriendo a él mismo en esos momentos. El personaje al que se refiere David es Ahitofel, uno de los consejeros más íntimos que tuvo (2 S 15:12) (2 S 16:23). Pero este hombre se unió a Absalón en el golpe de estado que organizó contra su padre a fin de arrebatarle el trono.
Ahora bien, es verdad que lo que encontramos aquí no es una profecía que predecía el futuro, aun así, en este y en otros muchos casos a lo largo del Nuevo Testamento, sus autores dicen que ciertos acontecimientos tuvieron lugar como cumplimiento de algún hecho histórico que encontramos en el Antiguo Testamento. Esto nos hace pensar necesariamente que ellos no siempre usaban el término "cumplir" con el propósito de apuntar al cumplimiento literal de una profecía. Si observamos cuidadosamente muchas de las ocasiones en las que este término aparece en el Nuevo Testamento, llegaremos a la conclusión de que sus autores tomaron un hecho que era verdad en un nivel básico y lo usaron para manifestar cómo se repetía en un nivel mucho más elevado. En este caso concreto, lo que vemos es que cierto hecho o principio espiritual que tuvo lugar en la vida del rey David con Ahitofel, se desarrolló más tarde en un nivel mucho más alto en el caso del Señor Jesucristo con Judas.
Pero volviendo a la historia, no hay duda de que lo que le ocurrió a David le dolió especialmente, tal como expresa en otro salmo:
(Sal 55:12-14) "Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios."
La analogía entre Ahitofel y Judas es clara. Ambos comían a la mesa del rey de Israel; Ahitofel de la de David y Judas de la de Cristo. Ambos traicionaron a sus respectivos soberanos, y ambos terminaron suicidándose cuando el plan que habían tramado no salió como ellos esperaban (2 S 17:23) (Mt 27:3-5).
La traición que ellos llevaron a cabo merece todo el desprecio. Especialmente, en aquella cultura, resultaba casi inimaginable que una persona que era invitada por parte de otra a comer en su mesa pudiera llegar a hacer algo así. Una traición y desprecio de este tipo merecería el más fuerte repudio.
Para entenderlo como ellos lo entendían, debemos comprender que el hecho de compartir el pan era considerado como una señal de amistad que llevaba implícito un compromiso de lealtad. Recordamos la ocasión cuando el rey David llamó a Mefi-boset, el hijo de Saúl, y le dijo: "No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia por amor de Jonatán tu padre, y te devolveré todas las tierras de Saúl tu padre; y tú comerás siempre a mi mesa" (2 S 9:7). En otra ocasión, en el libro de Apocalipsis, el Señor le dijo a la iglesia en Laodicea: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Ap 3:20).
Curiosamente, Judas es mencionado en una de las ocasiones cuando Jesús multiplicó panes y peces para dar de comer a las multitudes, y él mismo también comió de esos alimentos milagrosamente multiplicados (Jn 6:9-13). Y nuevamente ahora Judas volvía a sentarse a la mesa del Señor durante la última cena para comer de su pan (Jn 13:26). Pero Cristo no sólo le había invitado innumerables veces a comer de su pan, también le había ofrecido su amistad personal, le había dado el alto privilegio de ser uno de sus apóstoles, también le dio el poder de realizar milagros en su nombre, e incluso lo constituyó en el tesorero del grupo apostólico (Jn 13:29).
¿Cómo reaccionó Judas ante estas pruebas de amistad de Cristo? El Señor dijo que "levantó contra mí su calcañar". Esto describe un acto de violencia brutal; como la coz repentina de un caballo que sin previo aviso ataca a su amo. Ahora bien, una persona puede sentir odio hacia otra y acercarse a ella con la clara intención de hacerle daño, pero no es esto lo que describe este pasaje. Aquí hay un evidente componente de hipocresía y falsedad. Judas había dejado que el Señor le lavara los pies simulando que era uno de sus discípulos, luego comió con Cristo aparentando ser su amigo, pero nada más que el Señor se volvió, él le dio una patada a traición. Todos sabemos que al cabo de muy pocas horas, con el gusto todavía en su boca del bocado de pan que Jesús había compartido con él, regresó con un grupo de personas para prender a Jesús en la noche. Y descaradamente mantuvo la misma actitud hipócrita hasta el final, porque la señal que había acordado con aquellos hombres para identificar al Señor fue un beso (Mt 26:48-49). Una actitud así siempre es completamente despreciable, pero hacerlo al mismo Hijo de Dios es el colmo de la maldad.
En cualquier caso, siempre es muy peligroso fingir espiritualidad sin haber llegado a nacer de nuevo. Tarde o temprano los mandamientos del Señor llegarán a provocar resentimiento en un corazón no regenerado.
El caso de judas no es único. Por medio de las cartas del Nuevo Testamento sabemos de la presencia en las iglesias cristianas de falsos apóstoles y predicadores, que ni siquiera eran creyentes. Este fue un fenómeno que causó problemas entonces (2 Co 11:13-15,26) (Ga 2:4) (2 P 2:1) (3 Jn 1:9-10) y que lo sigue haciendo en el día de hoy. No debemos sorprendernos cuando en medio de la iglesia surgen falsos creyentes.

"Os lo digo antes que suceda, para que creáis que yo soy"

(Jn 13:19) "Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que cuando suceda, creáis que yo soy."
Judas logró ocultar sus intenciones al resto de los apóstoles, pero no a Cristo, que ahora lo anuncia con toda claridad. El propósito de hacerlo fue para que sus discípulos supieran que él no había sido engañado, ni que tampoco su muerte se debió a movimientos humanos que él no supo prevenir ni controlar. Por lo tanto, la razón de hacer este anuncio era que sus discípulos no se desanimaran por esta aparente derrota. La pérdida de un seguidor no implicaba la debilidad o incapacidad del Maestro.
Y la otra finalidad era para que ellos llegaran a creer en Cristo: "para que cuando suceda, creáis que yo soy". Una vez más esta frase nos recuerda la descripción que Dios hizo de sí mismo en el Antiguo Testamento (Ex 3:14). Aunque también puede ser interpretada como una especie de elipsis, es decir, como si estuviera suprimiendo una o más palabras de la frase que desde un punto de vista gramatical deberían estar presentes, pero que no obstante las podemos imaginar. En ese caso podríamos completar la frase de cualquier de las múltiples formas en las que ha sido presentada en otras ocasiones en este mismo evangelio: "Yo soy el Mesías" (Jn 4:25-26), "Yo soy el pan de vida" (Jn 6:35), "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8:12), "Antes que Abraham fuese, yo soy" (Jn 8:58), "Yo soy la puerta de las ovejas" (Jn 10:7), "Yo soy el buen pastor" (Jn 10:11), "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11:25), "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14:6), "Yo soy la vid verdadera" (Jn 15:1)...
Es verdad que en este momento el Señor no indicó de cuál de los doce estaba hablando, esto nos lo dirá un poco después, pero mientras tanto, cada uno de ellos tenía la oportunidad de examinarse a sí mismo.

"El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí"

(Jn 13:20) "De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió."
La conexión de este versículo con el anterior puede no parecer clara en un principio, pero debemos pensar en cuál sería la reacción de los once apóstoles restantes una vez que Judas entregara al Señor en manos de sus enemigos. Es muy probable que se sintieran frustrados y pensaran que todo había terminado para ellos. Pero una vez más el Señor se anticipa a cualquiera de estos pensamientos confirmando que su relación con ellos no iba a cambiar.
En primer lugar notamos que su misión como apóstoles de Jesucristo seguía en pie sin que nada hubiera cambiado. Y unido a esto, vuelve a confirmarles su autoridad y dignidad en el ministerio que Dios les había dado.
Por supuesto, la traición de Judas no restaba ninguna autoridad al Señor, quien se disponía a enviar a sus embajadores por todo el mundo. El único que había perdido sus privilegios y autoridad era el traidor.
Nos conviene recordar estos principios, porque también en nuestros tiempos escuchamos de personas que después de estar en el ministerio cristiano llegan a caer en pecados groseros que desprestigian el evangelio, y en esas circunstancias, lógicamente, los hermanos se desaniman, pero si bien es cierto que el testimonio cristiano queda enturbiado, no obstante, la autoridad y el poder del Evangelio y del Señor siguen intactas.
Tal era así que el Señor es categórico con sus discípulos, diciéndoles que cualquiera que les recibiera a ellos o a cualquier otro que él enviara a predicar el evangelio, le estaría recibiendo también a él y al Padre. Por lo tanto, si bien es cierto que con frecuencia tenemos que avergonzarnos del mal testimonio de algunos que se llaman cristianos, nunca debemos avergonzarnos del Evangelio, ni del llamamiento que el Señor nos hace a predicarlo.
Ahora bien, esta declaración debemos considerarla en relación con los versículos anteriores (Jn 13:14-17), que nos recuerdan cómo deben ser aquellos que de verdad son enviados por el Señor. Allí se nos dijo que son siervos entregados al servicio de su Señor y de las personas, no buscando su propio beneficio y reflejando fielmente el carácter de Aquel que los envía. Y también son enviados que enseñan las palabras que previamente han recibido del Señor (Jn 17:7-8). No debemos olvidar nunca que como apóstoles o enviados, no se habían de representar a sí mismos, sino al Señor que los envió, y que por lo tanto, debían buscar su honor y su honra. Sólo quien cumple estos requisitos va acompañado de la autoridad y dignidad del Señor.
Esto es importante recordarlo, porque con frecuencia, cuando predicamos el evangelio a las personas, es fácil ser menospreciados, pero estas palabras del Señor son consoladoras y deberían animarnos. Es verdad que el creyente fiel no va a recibir el reconocimiento del mundo por predicar el Evangelio, pero aquí vemos que el Señor reviste este ministerio con la más alta dignidad.
Al mismo tiempo, notamos también la enorme responsabilidad que adquieren aquellas personas que escuchan a los enviados de Dios. Rechazarles a ellos implica rechazar también al Hijo y al Padre. Puede que la persona enviada por el Señor para predicar el evangelio sea muy sencilla, pero en tanto que predica fielmente la Palabra y da testimonio de ella con su vida, queda revestida de toda la autoridad divina, y rechazarle implica rechazar al mismo Dios.
Sin lugar a dudas el Señor dio un enorme privilegio a todos sus discípulos: ser revestidos de todo el honor y la gloria de su Rey. El problema está en que a veces pensamos demasiado en nuestro honor y no en el deber y la responsabilidad asociado a él. Nunca deberíamos olvidar que como representantes de Dios su honor puede quedar en entredicho si nuestra actitud no es la correcta. Judas es un claro ejemplo de esto.

"Jesús se conmovió en espíritu"

(Jn 13:21) "Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar."
El Señor se presenta en este pasaje como alguien que conoce perfectamente la situación y la tiene bajo control, pero esto no lo convierte en una persona fría, incapaz de inmutarse por lo que ocurre a su alrededor. Todo lo contrario. Veamos lo que nos dice el texto bíblico: "Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu". Es curioso que siendo este el evangelio en el que más se trata sobre la naturaleza divina del Señor Jesucristo, sea al mismo tiempo en el que más detalladamente se describen sus sentimientos humanos.
En cuanto a la angustia del Señor, encontramos dos ocasiones anteriores en las que el evangelista nos ha dicho que Jesús se angustió profundamente. La primera fue ante la tumba de Lázaro (Jn 11:33), y la segunda ante la perspectiva de su propia muerte en la cruz (Jn 12:27). Pero, ¿qué era ahora lo que le producía esta profunda agitación? Por supuesto tenía que ver con la perspectiva de la cruz, que cada vez estaba más próxima y le producía una angustia indescriptible. Esto lo apreciamos perfectamente en su oración en el huerto de Getsemaní (Mr 14:32-34). Pero no parece que fuera esto a lo que se refiere en este momento. Más bien se trata del dolor que le producía ver el paso fatal que Judas estaba a punto de dar y cómo eso iba a afectar también al resto de los discípulos. Ante esta perspectiva el alma del Señor se conmovió de compasión por él.
¡Cuál no sería el dolor del Señor al ver la ingratitud de Judas ante toda la bondad que le había mostrado! ¡Cómo no conmoverse al saber el destino terrible que le esperaba en el infierno! Por supuesto, el Señor no albergaba en este momento sentimientos de venganza o de amargura, sino sólo el pesar al ver que todas las pruebas de su amor no habían servido para salvar a Judas de sus pecados. El Señor había tratado a Judas de la misma forma que al resto de los apóstoles, con el mismo cuidado, bondad y confianza, pero a diferencia de ellos, sus palabras nunca habían alcanzado ni su corazón ni su conciencia.
Quizá podemos aproximarnos un poco a los sentimientos del Señor en estos momentos cuando pensamos en el dolor que a nosotros nos produce ver cómo se pierde un hijo o a una persona a la que amamos mucho.
El que esto era lo que perturbaba al Señor se desprende con claridad de la afirmación que hizo a continuación: "y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo; que uno de vosotros me va a entregar".
Esta es pues la última advertencia del Señor a Judas, porque si bien es cierto que no identificó al traidor en este momento, sin embargo Judas sabía perfectamente que se estaba refiriendo a él. Y aunque la angustia del Señor se reflejaba en su rostro y en sus palabras, nada de todo esto detuvo a Judas de consumar sus malvados planes.
Su pecado era muy grave. Durante tres años había acompañado a Cristo y había recibido de él todos sus dones, pero ahora se disponía a entregarle por dinero. Hay ciertas cosas en la vida a las que nadie se atrevería a ponerles un valor económico, como la amistad, la lealtad, la familia... y mucho menos al mismo Hijo de Dios. Pero Judas había traspasado todos los límites imaginables llevado por su falta de amor por el Señor.

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