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Estudio bíblico: De la luz a las tinieblas - Juan 13:22-30

Autor: Luis de Miguel
España
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De la luz a las tinieblas (Juan 13:22-30)

(Jn 13:22-30) "Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba. Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es? Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón. Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo más pronto. Pero ninguno de los que estaban a la mesa entendió por qué le dijo esto. Porque algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta; o que diese algo a los pobres. Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche."
En el pasaje anterior vimos que el Señor anunció que uno de sus discípulos le iba a entregar. Ahora el tema continúa.

Los discípulos no sabían de quién hablaba Jesús

(Jn 13:22) "Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba."
En un primer momento la afirmación del Señor dejó a todos perplejos, mirándose en silencio unos a otros. La verdad es que en esos días el Señor les desconcertaba una y otra vez. Primero fueron sus reiterados anuncios de que iba a Jerusalén a morir en una cruz, luego, en esa misma noche, cuando puesto de rodillas lavó los pies de cada uno de ellos, y ahora, el anuncio de la traición de uno de ellos. Y antes de que acabara la noche vendrían otros anuncios no menos sorprendentes, como la negación de Pedro o el abandono de todos los discípulos. No hay duda de que todo esto chocaba con lo que ellos estaban esperando.
Ahora, sorprendidos por el anuncio de la presencia de un traidor en medio del grupo, cada uno comenzó a preguntarse quién sería el que podría ser capaz de llevar a cabo un acto tan vergonzoso. Por el momento se miraban unos a otros buscando algún indicio que sirviera para identificar al culpable. Parece que más que hacer un ejercicio de autoexamen, sus miradas eran de sospecha de unos hacia otros.
Pero lo más curioso es que ninguno de ellos llegó a pensar que el Señor estaba hablando de Judas. Es increíble hasta qué punto llegó su hipocresía y capacidad de disimular que pasó completamente inadvertida para todos sus compañeros. Y es que siempre es posible proyectar una imagen falsa de nosotros mismos hacia los demás.
¿Qué habría pasado si el resto de los apóstoles hubieran descubierto en ese momento que el traidor era Judas? ¿Cómo habrían reaccionado al saber que llevaba tiempo engañándoles y fingiendo un amor y amistad que no existían? No es descabellado pensar que alguno de ellos, o todos ellos, hubieran deseado acabar con él.
En todo caso, aunque logró pasar inadvertido para el resto de los discípulos, el Señor no fue engañado, aunque por compasión hacia él no declaró en este momento el nombre del traidor.
(Jn 13:23-25) "Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor ¿quién es?"
Pedro, siempre impaciente e impulsivo, quiso saber de quién estaba hablando Jesús, así que hizo señas a otro discípulo que estaba al lado de Jesús para que le preguntara discretamente.
Quizá en este punto sea preciso hacer algunas aclaraciones acerca de ciertas costumbres orientales de la época de Jesús en cuanto a la postura y colocación de los comensales en la comida. A diferencia de lo que Leonardo da Vinci reflejó en su famoso lienzo sobre la Última Cena, los participantes no estaban sentados en sillas, sino postrados en divanes o almohadones en torno a una mesa baja, colocados formando una U, de tal manera que uno de los lados quedaba libre permitiendo el acceso de quienes servían. Los comensales se apoyaban sobre su brazo izquierdo, usando la mano derecha para tomar la comida, y sus piernas se extendían hacia atrás, lejos de la mesa (Lc 7:38). Teniendo en cuenta esta disposición, es fácil entender que "el discípulo al que Jesús amaba" estuviera "recostado cerca del pecho de Jesús". Y por otro lado, debemos entender también que Pedro no estaba sentado al lado del Señor, porque en ese caso, él mismo podría haberle preguntado a Jesús.
En cuanto a la identidad del "discípulo al que Jesús amaba" es mucho lo que se ha dicho y escrito acerca de él. Sabemos con certeza que se trata del autor de este evangelio (Jn 21:20-25). Ahora bien, él nunca se identifica por su nombre en ninguna de las ocasiones en las que aparece en los relatos de su evangelio, usando siempre esta expresión (Jn 19:26) (Jn 20:2) (Jn 21:7) (Jn 21:20).
Pero aunque no se menciona en ningún momento su nombre, la explicación más satisfactoria es que el discípulo amado era Juan, el hijo de Zebedeo, uno de los apóstoles más íntimos del Señor Jesucristo.
Algunos han interpretado que el Maestro tenía un amor especial por este discípulo, pero esto no parece coincidir con lo que percibimos en el resto de los evangelios. Sin lugar a dudas el Señor amaba a todos por igual. Y no parece propio de un hombre tan discreto como Juan, que siempre intentaba pasar desapercibido, que usara para referirse a sí mismo una expresión que podría sugerir jactancia o superioridad frente a otros. Lo más razonable es pensar que Juan usaba esta frase para enfatizar el amor que el Señor tenía por él, que era infinitamente mayor que el que Juan mismo podía tener por el Señor. Por lo tanto, no estaba reclamando un trato exclusivo con el Señor, sino que ésta sería una manera de mostrar su gratitud por el amor del Señor. Esta interpretación se ve confirmada por mucho del contenido de sus epístolas, donde vemos con claridad que Juan apreciaba en gran manera el amor que el Señor le tenía.
Ahora bien, teniendo en cuenta la forma en la que estaban colocados alrededor de la mesa, a Juan le resultaba sencillo ladear un poco la cabeza hacia atrás para mirar directamente al Señor. En todo caso, nos sorprende la cercanía e intimidad que los discípulos llegaron a tener con su Maestro.

Identificando al traidor

(Jn 13:26) "Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquel es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón."
En este momento Judas ya se había dado cuenta de que Jesús estaba al corriente de sus intenciones, aunque por el momento no lo hubiera declarado abiertamente. Debemos entender que el propósito del Señor al hacerlo de este modo tenía que ver con amonestarle y hacerle pensar para que cambiara sus planes.
Finalmente el discípulo amado también supo quién era el traidor, y en algún momento que no se especifica, se lo diría a Pedro. Pero notemos cómo ocurrió todo.
Llegamos aquí a uno de los momentos más dramáticos de aquella noche. El Señor, atendiendo a la petición de Juan, iba a identificar al traidor. ¿Cómo lo haría? Sin duda, podría haberlo hecho señalándolo con el dedo sin más explicaciones, condenando con dureza la detestable traición que ya había acordado con los principales judíos. Pero no lo hizo así, de hecho escogió un método inesperado: "A quien yo diere el pan mojado, aquel es". Estas fueron las palabras que Jesús le dijo en privado al discípulo amado.
Es interesante notar que de este modo Jesús no sólo identificó al traidor para Juan, también manifestó el tipo de pecado que Judas estaba cometiendo. Para entender esto debemos recordar que el Señor llevaba tres años dándole de comer del pan de su mesa, mostrándole de ese modo su amor y amistad, pero aunque él lo tomó en todas las ocasiones, no por eso llegó a sentir amor ni auténtica amistad por el Señor.
Pero junto a la bajeza de Judas, también podemos ver al Señor haciendo un esfuerzo honesto y sincero para recuperar a este discípulo perdido. Para comprenderlo correctamente debemos estar familiarizados con ciertas costumbres de la época. Lo que el Señor hizo al dar un pan mojado a uno de sus invitados no tenía nada de extraño en una comida oriental. Se trataba de una forma común de manifestar un compromiso de amistad y lealtad con el invitado, al mismo tiempo que se le honraba.
No deja de sorprendernos que el Señor, lejos de sentir indignación o desprecio por la hipocresía de Judas, lo trató en estos momentos con esta distinción tan especial. Debemos ver en ello un último intento por salvarle del infierno a donde él mismo había escogido lanzarse. Aunque el Señor estaba profundamente quebrantado por la tristeza que le producía la traición de Judas (Jn 13:21), aun así era capaz de sentir un profundo amor y compasión por él.
Pero aquí hay un detalle muy importante. Podríamos decir que la actitud de Judas revela lo que es la impiedad, o lo que es lo mismo, la ausencia de santidad. Y aunque puede parecer un caso extremo, ante el que todos nosotros nos horrorizamos con facilidad, se repite una y otra vez a nuestro alrededor.
Se podría resumir la actitud de Judas diciendo que recibía todos los dones de Cristo pero sin llegar nunca a amarle, como mucho, lo único a lo que llegaba era a fingir que era su amigo y discípulo. Y en este sentido, bien se puede decir que la conducta de Judas no es tan extrema como en un principio puede parecer. Al fin y al cabo, hay millones de personas en este mundo que reciben y disfrutan los innumerables regalos de Dios, pero que al mismo tiempo, ni le dan gracias ni sienten amor por él. Otros, a cambio de dinero o por alcanzar mejores posiciones en la sociedad, o más aceptación por parte del mundo, están dispuestos a renunciar a la fe en Dios.
Si lo pensamos bien, fue precisamente en esto en lo que consistió la tentación de Satanás en el huerto del Edén. Satanás llamó la atención de Eva sobre el árbol del conocimiento del bien y del mal, acerca del cual Dios había dicho que no comieran de él. Le hizo notar que era bueno para comer, es decir, que le proporcionaría satisfacción y placer físico. Por otro lado, también observó que era hermoso a la vista, es decir, le traería satisfacción desde una perspectiva estética. Y por último, le dijo que era deseable para alcanzar la sabiduría, es decir, para proporcionarle satisfacción intelectual. En otras palabras, aquel árbol y su fruto podría llevarles a disfrutar del placer físico, estético e intelectual. En realidad, lo único que aquel árbol tenía de especial era que había sido prohibido por Dios. Y aquí es donde Satanás llegó al punto principal de su tentación: si comían del fruto prohibido, podrían disfrutar de todas esas cosas en independencia de Dios, sin tenerle en cuenta a él, ni a su Palabra.
Adán y Eva dieron crédito a esa mentira y comieron del árbol, introduciendo en el mundo una nueva visión de la vida. A partir de ese momento las cosas buenas de la vida dejaron de ser consideradas como regalos de Dios que habían de ser disfrutadas dentro de una relación íntima con él. Por lo tanto, las cosas se convirtieron en un fin en sí mismas, y Dios llegó a ser considerado como un tirano del que había que huir si se deseaba disfrutar auténticamente de las cosas.
Esta es la gran mentira de Satanás, pero lo cierto es que Dios nos ha dado todas las cosas bellas de la vida para que las disfrutemos abundantemente (1 Ti 6:17). De hecho, Dios quiere que las disfrutemos en comunión con él. El problema surge cuando permitimos que cualquier cosa de esta vida aleje nuestro corazón de Dios.
Todos entendemos que esta actitud, que en la Biblia se describe como "mundanalidad", es mala. Pensemos por ejemplo en un hijo que disfruta de todos los beneficios que su padre consigue para él, pero que se niega a tener ningún tipo de relación o respecto hacia él.
Y aquí llegamos a una pregunta fundamental que nos plantea este texto: ¿Cuál es la esencia de la santidad? Viendo el caso negativo de Judas, o el de Adán y Eva, por contraste, podríamos decir que la santidad consiste en amar a Dios y disfrutar de las cosas buenas que él ha preparado para nosotros en comunión con él. Y si deseamos ser más santos, debemos entregarnos cada vez más al Señor y amarle con mayor devoción mientras le servimos con lealtad.
A partir de estas conclusiones también estamos en condiciones de responder a la pregunta de por qué Judas se convirtió en un traidor que entregó a Cristo. Algunos han pensado que tal vez se sintió desengañado por la forma en la que el Señor estaba enfrentando los acontecimientos de esta última semana. Otros creen que se perdió por su amor desmedido al dinero. Por supuesto, seguramente había mucho de todo eso en la mente y corazón de Judas, pero en última instancia su problema era que no amaba de corazón al Señor.

Satanás entró en Judas

(Jn 13:27-29) "Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer hazlo más pronto. Pero ninguno de los que estaban a la mesa entendió porque le dijo esto. Porque algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta; o que diese algo a los pobres."
¡Qué cerca había estado Judas del Señor! Incluso en aquella última noche parece que Judas ocupaba un lugar a la izquierda del Señor muy próximo a él. Notamos que el Señor pudo mojar un pedazo de pan en un plato y dárselo, lo que nos hace pensar que no estaba muy lejos. Y según el relato de Mateo, parece que el Señor podía hablar con él sin que el resto los escucharan (Mt 26:25). Pero desde aquel asiento junto al Señor, en unos momentos, un gran abismo los llegaría a separar eternamente.
Y es que Judas rechazó este último intento del Señor con el que quería ganarlo por amor. Y evidentemente, esta era la última oportunidad que Judas tendría para arrepentirse. Fijémonos en la terrible advertencia y el ¡ay! que el Señor pronunció sobre el traidor: "A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido. Entonces respondiendo Judas, el que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le dijo: Tú lo has dicho" (Mt 26:24-25).
Una y otra vez el Señor había llamado a la puerta de aquel oscuro corazón, y una y otra vez Judas lo mantuvo cerrado. Su corazón se había vuelto impermeable a las llamadas del amor del Señor. Si su corazón se hubiera quebrantado en esos momentos, aún habría podido obtener la gracia del Señor, pero ante la disyuntiva de tener que elegir entre Jesús y Satanás, incomprensiblemente eligió al enemigo de su alma, por eso el texto nos dice: "Y después del bocado, Satanás entró en él". ¡Trágico desenlace! ¡Por qué no gritó desde lo más íntimo de su desgraciado corazón pidiendo a Cristo que lo salvara de la terrible perversidad que había anidado en su corazón! Pero todo era ya inútil. El corazón de Judas se había endurecido al punto de volverse insensible a las sugerencias del amor del Señor, y ya sólo escuchaba la voz de Satanás.
Aquí descubrimos la táctica que sigue Satanás con las personas. Primero siembra algunos pensamientos en el corazón (Jn 13:2), para luego entrar él mismo y tomar el control completo de la vida de la persona. Judas había jugado simuladamente con el pecado, aceptado las ideas de Satanás al mismo tiempo que fingía amistad y lealtad al Señor, y una actitud así necesariamente iba a tener graves consecuencias.
De toda esta situación aprendemos algunas cuestiones importantes.
Algunos parecen no dar mucha importancia a los primeros pensamientos pecaminosos que aparecen en la mente, pero es ahí donde comienzan las caídas más desastrosas. No lo olvidemos; el que permite los malos pensamientos, pronto se verá arrastrado a malas costumbres. Quien no opone resistencia a sus primeras tentaciones, puede acabar convirtiéndose en un esclavo suyo. A cada paso que se da en esa dirección se pierde libertad.
Hay un punto en el que la persona que se ha ido endureciendo progresivamente llega a perder toda la capacidad de decidir libremente.
Es necesario mantener una actitud vigilante y orar diariamente para no caer en las tentaciones del diablo (Mt 6:13). El cristiano más fuerte es aquel que reconoce su debilidad y se mantiene en oración (2 Co 12:10).
La Biblia nos advierte de la existencia y el terrible poder del diablo, nuestro gran enemigo espiritual. Y debemos notar que la iglesia no es un lugar donde él no opere. Aquí vemos que en aquella última noche del Señor con sus discípulos el diablo estuvo muy activo.
Es aterrador darse cuenta hasta qué punto nuestra naturaleza humana caída puede llegar a endurecerse a fuerza de resistir la luz del evangelio. Es posible perder todo el temor, los sentimientos de vergüenza o de remordimiento.
Judas era libre para escoger a Jesús o a Satanás como su dueño, pero no podría obrar independientemente del amo que escogiera.
El Señor no fuerza a nadie a aceptarle. Su ofrecimiento de vida no se impone, y respeta la decisión libre y malvada que su discípulo ha tomado. Se percibe aquí la absoluta libertad que Dios deja al hombre.
A lo largo de todo este pasaje vemos que aunque el Señor conocía las intenciones de Judas, aun así lo trató con una combinación admirable de amor y advertencias, que finalmente no dieron el resultado esperado.
Aquellas solemnes palabras del Señor deberían haber detenido a Judas de seguir adelante con sus siniestros planes, pero después de que Satanás entró en él, su corazón quedó endurecido, y el Señor, que todo lo ve, se dio cuenta de que su destino estaba fijado, así que le dijo: "Lo que vas a hacer hazlo más pronto".
Esta frase resulta un tanto enigmática. Como vemos, los discípulos no entendieron por qué le dijo esto, y sacaron varias conclusiones: "algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta; o que diese algo a los pobres".
Pero, ¿qué era lo que Jesús le quería decir y qué es lo que entendió Judas? ¿Le estaba diciendo el Señor que puesto que estaba decidido a cometer ese crimen horrible, que lo hiciera sin tardanza porque él estaba preparado para dar su vida? ¿Acaso después de todos los intentos infructuosos por salvar a Judas, finalmente el Señor ejerce como juez y le sentencia a entrar en su destino eterno? ¿Debemos entender esta frase como una expresión de triste resignación al no haber podido rescatar a Judas de la perdición?
En todo caso, tal como dijo el salmista: "Ciertamente la ira del hombre te alabará" (Sal 76:10). Por un lado, el Hijo había venido a entregar su vida por los pecadores, y la traición planificada por Judas propiciaría este hecho. Y por otra parte, Dios había fijado que su Hijo había de morir durante la pascua, algo que los líderes del judaísmo querían evitar a toda costa (Mr 14:2), pero los incidentes durante la última cena sirvieron para adelantar todos los planes cuando el traidor se vio descubierto.
Ahora bien, las conclusiones a las que llegaron los discípulos acerca de las palabras de Jesús son interesantes. Resulta evidente que ninguno de ellos sospechó de Judas. Al fin y al cabo, era el responsable de las finanzas del grupo, por lo tanto, debía ser considerado como alguien sensato y leal. Si alguien debía quedar fuera de sospechas sería él. De hecho, cuando le vieron irse, pensaron que iba a cumplir con algún encargo del Señor relacionado con los pobres o con la preparación de lo necesario para los siguientes días de la fiesta de los panes sin levadura.
En todo caso, lo que se aprecia es que si los discípulos sacaron estas conclusiones de las palabras del Señor fue porque no había en su mirada o en su tono de voz nada de acritud o de ira. Imaginamos que el Señor mostraría un rostro amable y compasivo cuando pensaba en dar alguna limosna a los pobres, y esa misma fue la cara que los discípulos vieron en Jesús cuando le dirigió estas últimas palabras a Judas.

Judas salió, y era ya de noche

(Jn 13:30) "Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche."
Es probable que Judas sintiera algún tipo de alivio cuando Jesús le dijo que lo que iba a hacer lo hiciera más pronto, dándole con ello la oportunidad de abandonar antes el aposento alto, donde imaginamos que hacía tiempo que había comenzado a sentirse muy incómodo, temiendo que el Señor le pusiera en evidencia en cualquier momento.
Evidentemente Judas no fue a comprar nada para los siguientes días de fiesta, ni tampoco a dar limosna a los pobres, sino que se dirigió directamente a ver a las autoridades judías para informarles del momento más adecuado para arrestar a Jesús, y también a decirles que debería llevarse a cabo de manera inmediata, porque sus malvados planes habían sido descubiertos.
En todo caso, estaba claro que ya no había nada que uniera a Judas con el grupo apostólico, pero sí que lo había con las autoridades judías, que hacía tiempo buscaban la forma de destruir a Jesús siguiendo las indicaciones de su padre el diablo (Jn 8:44); el mismo padre que Judas ahora había adoptado como su dueño. Era lógico que saliera de un entorno y se introdujera en otro.
Pero mientras Judas abandonaba el aposento alto, el evangelista apreció un detalle que le quedó grabado en la retina. El dice: "luego salió; y era ya de noche". Por supuesto, su finalidad no es decirnos que la cena se celebró cuando ya era de noche. A lo largo de todo su evangelio Juan ha hecho muchas referencias a la luz y a las tinieblas con un fuerte sentido espiritual, y parece que este mismo es su propósito en esta ocasión. Podríamos apreciar diferentes matices en la frase en este contexto.
Anticipaba el cumplimiento de lo que el Señor dijo en el momento de su arresto: "esta es vuestra hora, y la potestad de la tinieblas" (Lc 22:53).
La oscuridad de la noche era una expresión visible de la condición interior de Judas.
Judas salía de la luz del aposento alto a la oscuridad de afuera (no olvidemos que en aquel tiempo no había alumbrado público en las calles). Refleja la situación de todos aquellos que dan la espalda al Señor; lo único que les queda es una noche eterna de oscuridad. En este sentido, "las tinieblas de afuera" son el destino eterno de los que rechazan la luz, un lugar donde el Señor dijo que sería "el lloro y el crujir de dientes" (Mt 8:12) (Mt 22:13) (Mt 25:30). Una noche eterna, nunca interrumpida por ningún amanecer.
La noche representa las tinieblas de la incredulidad y la oposición contra Jesús. Es el momento donde las personas tropiezan sin encontrar el camino ni el sentido de sus vidas.
La decisión que Judas había tomado le trasladó del Reino del Hijo amado, al de la potestad de las tinieblas, en el que se iba a encontrar completamente esclavizado bajo el poder de Satanás (Col 1:12-14).

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