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Estudio bíblico: Los hombres ante el Verbo - Juan 1:6-13

Autor: Luis de Miguel
España
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Los hombres ante el Verbo - Juan 1:6-13

(Jn 1:6-13) "Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios."

Introducción

Hasta aquí, el evangelista ha tratado acerca de la divinidad del Verbo en la eternidad. En esta parte comienza a ocuparse de su encarnación y de las diferentes respuestas que recibió de parte de los hombres.
Juan el Bautista dio testimonio de él (Jn 1:6-8).
El mundo no le conoció (Jn 1:9-10).
Los suyos no le recibieron (Jn 1:11).
"Los que le recibieron" (Jn 1:12-13).

"Juan el Bautista"

El evangelista nos ha estado hablando del Verbo y nos ha dicho que era Dios, pero cuando ahora nos introduce en su relato a Juan el Bautista, nos dice que era un hombre. El contraste es evidente.
Pero Juan no era un hombre cualquiera, era un profeta de Dios, y como todo auténtico profeta, había sido enviado por Dios. No debemos olvidar que ésta siempre es una iniciativa que surge de Dios, no del hombre.
Pero tal vez podemos preguntarnos cuáles eran las evidencias de que Juan era un auténtico profeta. Y la respuesta nos la facilitan aquellos que le conocieron: (Jn 10:41) "Y muchos venían a él (a Jesús), y decían: Juan a la verdad, ninguna señal hizo; pero todo lo que Juan dijo de éste, era verdad".
Así que, Juan el Bautista, al que el Señor Jesús describió como el más grande de los profetas (Mt 11:9-11), no hizo ningún milagro, sino que se caracterizó por hablar la verdad acerca de Jesús. Además, siempre evitó atraer las miradas de la gente hacia sí mismo y las derivó hacia Cristo (2 Co 4:5), con el fin de que todos creyeran en él. Sin duda estas son las características de un verdadero profeta de Dios.
Notemos también cómo el evangelista escoge sus palabras para hablarnos del ministerio de Juan el Bautista. No nos dice que Juan "predicara de Jesús", sino que daba "testimonio de Jesús". La diferencia radica en que se puede predicar de Jesús no teniendo nada más que un conocimiento intelectual de él, pero para testificar de él es necesario haberle visto, oído o experimentado.
Sin duda, el predicador cristiano debería ser ante todo un testigo de Cristo, que trasmita lo que conoce de él, no sólo porque ha estudiado acerca de él, sino porque mantiene una relación personal con él y lo conoce.
Ya hemos dicho que el evangelista introduce en su prólogo aquellos temas que luego va a desarrollar a lo largo del resto del evangelio, y aquí tenemos uno de ellos: El testimonio acerca de Jesús:
Juan el Bautista fue fiel a su llamamiento y dio testimonio de Jesús en medio de su generación: (Jn 1:29-30) "El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo".
"También el Padre ha dado testimonio de mí" (Jn 5:37) (Jn 8:18) dijo Jesús, recordando seguramente la ocasión en que fue bautizado y descendió sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma y una voz de los cielos dijo: "Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia".
"Las obras que el Padre me dio que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado" (Jn 5:36) (Jn 10:25). Tanto sus milagros como sus enseñanzas en favor de los hombres, eran señales inequívocas de que Jesús era verdaderamente enviado por el Padre.
Y las mismas "Escrituras dan testimonio de mí" (Jn 5:39). Desde Moisés hasta Malaquías todos los profetas han dado testimonio de la venida del Mesías, el cual conseguiría la redención de su pueblo.
Al finalizar su ministerio terrenal dejó a los testigos apóstoles, cuyo mensaje había de ser vivificado por el testimonio del Espíritu Santo en ellos (Jn 15:26-27).
El texto nos dice que Juan vino para dar testimonio de la Luz, pero al mismo tiempo también nos dice que aquella Luz verdadera alumbra a todo hombre. Nos surge entonces la pregunta: ¿Qué necesidad había de que Juan diera testimonio de la Luz si Cristo puede iluminar a todos los hombres por sí mismo?
Es cierto que Cristo no necesita el testimonio de ningún hombre, su propia luz es suficiente. Realmente el problema no es la falta de luz, sino de exceso de luz. ¿Qué ocurriría si Dios manifestase toda su gloria y majestad al hombre pecador? Sin duda que no lo podría soportar. Por eso él nos va mostrando su gloria de forma parcial. Lo hizo en el pasado por medio de los profetas, incluido Juan el Bautista, y finalmente lo ha hecho a través de su propio Hijo encarnado, escondiendo la majestad de su gloria por medio de su humanidad.
El evangelista hace una aclaración: Juan no era la luz, sino que había venido para dar testimonio de la luz. Por supuesto, el hecho de que el Verbo fuera la Luz verdadera, no hacía de Juan el Bautista una luz falsa. Lo que pretende es mostrar la diferencia: mientras que Jesús es la Luz del mundo que alumbra a todo hombre, Juan no era más que "una antorcha que ardía y alumbraba" (Jn 5:35). Cristo es la luz original y perfecta ante cuya brillantez, cualquier otra luz palidece.

"El mundo"

Ahora el evangelista nos presenta a Cristo, la Luz verdadera viniendo a este mundo. Y podemos decir que con él llegó el clímax de la revelación de Dios. Mediante su presencia entre los hombres, el Verbo derramaría una claridad mucho mayor que la que antes de su venida prestaban los profetas.
(He 1:1-2) "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros tiempos nos ha hablado por el Hijo".
Pero esto no quiere decir que antes de su venida a este mundo no hubiera estado ya iluminando las tinieblas de los hombres. El evangelista dice que "aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre, venía a este mundo". Pero esta afirmación nos deja varios interrogantes.
Cuando el evangelista dice que "alumbra a todo hombre", esto no parece que se corresponda con el hecho de que muchos hombres viven en tinieblas en este mundo. Pero el problema no radica en que la Luz no alumbre, sino en el hecho de que el hombre huye de la luz. El Señor Jesucristo hizo un diagnóstico preciso de la situación; el problema no es la falta de luz, sino que el hombre es malo y no quiere venir a la luz para que sus obras no sean reprendidas.
(Jn 3:19-20) "Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas."
¿Cómo podía Cristo iluminar a todo hombre sin excepción en cada rincón de este mundo antes de su venida? Muchas veces hacemos este tipo de preguntas condicionados por un concepto demasiado limitado de quién es Dios y de sus formas de actuar. Pensamos, por ejemplo, que si a un lugar apartado de este mundo no ha llegado un misionero con una Biblia, entonces allí no han recibido ningún tipo de revelación de Dios. Pero esto no es así y debemos empezar por corregir nuestra visión de la grandeza y el poder de Dios y no reducirlo a nuestras pobres limitaciones. Notemos lo que el apóstol Pablo dijo en su predicación en Atenas:
(Hch 17:26-28) "Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos..."
Pablo reconoce que Dios ha colocado a la humanidad en diversas partes del mundo y les ha dado distintas fronteras y climas, condiciones e historia. Pero por debajo de esas diferencias culturales, existe un solo Creador que formó a toda la humanidad y que le ha dado la facultad de buscar a Dios. Pablo reconoce que esa búsqueda para muchos será como ir a tientas, pero en realidad, no es tan difícil, porque de hecho, Dios no está lejos de ninguno de nosotros. El quiere que cada individuo le busque y le halle, de modo que se ha puesto al alcance de cada uno de nosotros.
Para que le podamos encontrar y conocer, Dios nos ha dado la razón y la conciencia:
(Ro 2:14-15) "Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos".
Y también nos ha dejado innumerables evidencias de su existencia en la propia creación:
(Ro 1:20) "Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa".
La venida del Hijo de Dios encarnado a este mundo ha sido el mayor honor que nuestro planeta ha tenido en toda su historia. Pero contra toda lógica, Juan describe la reacción del mundo con una nota negativa: "Pero el mundo no le conoció".
Para entender lo que quiere decir exactamente, debemos observar cómo utiliza el término "conocer". Para él no se trata simplemente de entendimiento intelectual, de tener una percepción de su existencia, sino que "conocer a Dios" implica también una relación de confianza, de amor, de obediencia y sometimiento a su voluntad. Y es en este sentido en el que el mundo no le conoció.
Como ya hemos señalado, el problema no fue que la luz no fuera suficientemente clara. Pablo describe cuál fue el proceso anterior a este estado:
(Ro 1:21) "Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido..."

"Los suyos"

A continuación describe la reacción de su propio pueblo Israel cuando él vino a este mundo: "los suyos no le recibieron".
Como Mesías de Israel, los judíos eran los primeros a los que se dirigió. Teóricamente ellos le estaban esperando y era de suponer que le recibieran con gozo y alegría. ¿Por qué no le recibieron? El Señor explicó cuáles fueron los pensamientos de la nación de Israel por medio de la parábola de los labradores malvados (Mr 12:1-12): "Este es el heredero; venid, matémosle, y la heredad será nuestra".
Desgraciadamente ésta no ha sido solamente la actitud del pueblo judío, sino también la de todo el mundo en general. Lo vemos con claridad en nuestros días; el hombre se siente dueño y señor de este mundo porque cree que ha echado fuera de él a Dios.
El mejor comentario de la tragedia que aquí se cita se encuentra en Isaías:
(Is 1:2-4) "Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se revelaron contra mí. El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento. ¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás".
A lo largo de este evangelio veremos que este rechazo está ampliamente ilustrado por la actitud y la acción de "los judíos". La tensión entre ellos y Jesús va en aumento a través del evangelio hasta que el creciente odio de los príncipes logra, en lo humano, que un débil gobernador gentil sentencie al Cristo de Dios a la Cruz.

"Los creyentes"

Ya hemos podido apreciar las distintas respuestas de los hombres a la venida del Hijo de Dios. Juan el Bautista se esforzó en dar testimonio de la Luz, pero el mundo en términos generales no le conoció, y tampoco su pueblo, escogido con el propósito de dar a conocer a las naciones su revelación, no quiso saber nada de él. No obstante, al igual que en todos los tiempos, siempre ha habido un resto de hombres fieles que han deseado la comunión íntima con Dios y el cumplimiento de sus promesas, y a estos es a los que se refiere ahora.
Estas personas son descritas como "los que le recibieron, los que creen en su nombre". El evangelista nos ayuda a entender lo que significa creer en Cristo por medio de otra expresión: "recibirle".
A veces, cuando uno llama a la puerta de una casa, los que se hallan dentro, antes de abrir, comprueban por una mirilla quién es la persona que llama; después de haberla visto, abren o no, según les convenga. Por supuesto, recibir a una persona implicará abrirle la puerta e invitarle a pasar.
Por lo tanto, recibir a Cristo o creer en él, es mucho más que aceptar intelectualmente un hecho, implica confiar en él, abrirle la puerta de nuestro corazón y de nuestra vida para que él entre, supone también obedecerle, amarle y hacer todo cuanto sea posible para que se encuentre cómodo.
A cuantos les reciben de esta manera, Dios les da el mayor privilegio que el hombre pueda imaginar: "ser hechos hijos de Dios". Es incomprensible que la mayoría de los hombres desprecien este tremendo privilegio y honor.
Y realmente este es un privilegio que ni los mismos israelitas de la antigüedad conocieron. Ellos se consideraban hijos de Abraham y cuando Dios se presentaba como Padre en el Antiguo Testamento, nunca lo era de una persona individual, sino del pueblo como nación. Esta es una bendición que se deriva de la venida del Hijo de Dios a este mundo. El mismo apóstol Juan nos invita a reflexionar sobre el amor que Dios ha tenido para con el hombre al concedernos esta posición:
(1 Jn 3:1) "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios...".
Aprendemos también que hay una marcada diferencia entre la posición de los cristianos, que son hijos de Dios, y la posición de la humanidad toda, que son criaturas de Dios. Los hombres no son hijos de Dios por naturaleza. Sólo recibiendo a Cristo obtienen este derecho.
Y a continuación nos explica que este elevado privilegio no puede alcanzarse por ningún medio humano, es una obra de Dios por medio de su Espíritu Santo. No sirve de nada la ascendencia física, como por ejemplo a los judíos ser hijos de Abraham o a un joven ser hijo de creyentes. No hay ninguna ventaja por ser hijo de rey, emperador, príncipe, sabio o multimillonario. Ninguna cosa que el hombre tenga puede ayudarle a conseguir este privilegio. Ninguna ceremonia que otros hagan por nosotros puede conseguirlo tampoco: por ejemplo el bautismo. Tampoco lo podremos alcanzar por nosotros mismos, ni aun teniendo una gran fuerza de voluntad y aunque nos esforcemos de manera sobrehumana por cambiar radicalmente. Sólo hay una manera de ser "hijo de Dios"; es la de ser engendrado "de Dios".
Esto tiene que ser necesariamente así porque cualquier persona que sea engendrada por un hombre pecador, también será pecadora. El Señor aprovechó una entrevista con Nicodemo, un maestro de Israel, para enseñar que sólo Dios puede producir este tipo de nacimiento:
(Jn 3:6-7) "Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo".
Aquí se nos dice explícitamente que somos engendrados de Dios cuando recibimos a Cristo en nuestras vidas. Todos sin excepción, si oyen la Palabra de Cristo y creen en él, son "engendrados" o "regenerados" por Dios y pasan a ser "hijos de Dios".
Es un cambio tan grande que no puede expresarse debidamente bajo otra figura que la del nacimiento. Es como si apareciera en el mundo un nuevo ser con nuevos apetitos, necesidades y deseos.

Preguntas

1. ¿Cuáles son las características de un verdadero profeta de Dios que aprendemos en Juan el Bautista?
2. Enumere y explique brevemente, aportando las citas bíblicas correspondientes, quiénes dan testimonio de Jesús en el evangelio de Juan.
3. Razone sobre la afirmación que hace Juan sobre Cristo cuando dice que "alumbra a todo hombre". Explique cómo es posible entonces que tantas personas no le conozcan y cómo puede llegar esta luz hasta personas en los lugares más recónditos de este mundo.
4. ¿Por qué cree que el pueblo de Israel no recibió a Jesús como su Mesías?
5. ¿Son todos los hombres hijos de Dios? Razone se respuesta. ¿Qué requisitos son necesarios para ser hijos de Dios?

Comentarios

Argentina
  Javier Gutiérrez  (Argentina)  (21/05/2021)

GRACIAS JESÚS !!!

Colombia
  Arthurs Granados  (Colombia)  (25/04/2020)

Excelente estudio. Nos deja ver lo grande que es Dios y nuestro pecado.

Colombia
  Rodrigo Pérez  (Colombia)  (02/04/2020)

Agradezco su aporte , pues el conocimiento es la luz del mundo , queda claro que el verbo es la vida misma y la vida es Jesús Cristo . Todo lo que tenga vida y se mueva hace un verbo, Ejemplo: el niño juega balón ., El verbo es juega , el movimiento que uno hace. Luego entonces la oportunidad de cada día de hacer grandes acciones para honrarlo , osea debemos hacer de esta vida sinónimo de verbo grandes obras en la tierra .

Colombia
  Mónica Jiménez  (Colombia)  (19/02/2020)

Excelente manera de interpretar y enseñar la Palabra. La escudriñan de tal manera que la digerimos y aprendemos fácilmente.

Chile
  Ximena Alejandra del Canto Ortega  (Chile)  (28/10/2019)

Buenos dias, quiero agradecer por compartir tan preciado estudio de la palabra del Señor.
Sean grandemente bendecidos todos los que aportan con la palabra de Dios.
Saludos y que nuestro Señor los guarde y cada dia les de amor y sabiduria.

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