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Estudio bíblico: No os dejaré huérfanos - Juan 14:18-21

Autor: Luis de Miguel
España
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"No os dejaré huérfanos" (Juan 14:18-21)

El Señor Jesucristo sigue preparando a sus discípulos para el momento de su partida. No quería que quedaran abatidos bajo una sensación de abandono, de ahí, que una y otra vez les hace diferentes promesas. Seguramente son estas promesas las que hacen que este capítulo sea uno de los más queridos por muchos creyentes. Recordemos que comenzó diciéndoles que iría al cielo para preparar un lugar para ellos en la casa de su Padre, y les prometió también que después de su partida ellos harían obras mayores que las que él mismo había hecho, que contestaría sus oraciones y que enviaría su Espíritu Santo para que estuviera en ellos para siempre. Pero esto no era todo, porque tal como vamos a considerar en los próximos versículos, aún había mucho más. Veremos que lejos de abandonarles, les promete que llegarían a tener una relación íntima y profunda con él y con su Padre por medio del Espíritu Santo, una unión de amor que sería indisoluble.
Por supuesto, era difícil para los discípulos entender todo lo que el Señor les estaba intentando enseñar en aquella noche. Había muchas paradojas en su lenguaje: "Me voy pero estaré con vosotros; el mundo no me verá más pero vosotros me veréis; voy a morir, pero vosotros viviréis porque yo vivo". Aun así, a pesar de las dificultades, detrás de cada una de estas afirmaciones, hay grandes lecciones espirituales en las que debemos invertir tiempo para entenderlas adecuadamente a fin de ser enriquecidos.

"No os dejaré huérfanos"

(Jn 14:18) "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros."
El Señor llevaba semanas hablándoles del desenlace que tendría lugar en su última visita a Jerusalén. Les dijo que allí sería maltratado por los líderes del judaísmo y que lo llevarían a la muerte. Volvió a tratar el mismo asunto cuando al ser ungido por María en Betania les habló nuevamente de su sepultura, y una vez más, en la última cena con sus discípulos, anunció la traición de Judas.
Todas estas referencias a su muerte caían como una pesada losa sobre el corazón de los discípulos. Y aunque todavía no lo aceptaban, la insistencia del Señor, y el desarrollo de los acontecimientos, acabarían por convencerles. Y entonces, ¿en qué posición quedarían ellos?
Mientras estaban con el Señor no se hacían ese tipo de preguntas, pero una vez que les faltara, les resultaría primordial saber qué iba a pasar con ellos. Y una vez más, el Señor se anticipa y les hace esta hermosa promesa: "No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros".
Todos entendemos el término "huérfano". Se trata de alguien que ha perdido a sus padres. Recordemos que poco antes Jesús había llamado a sus discípulos "hijitos" (Jn 13:33), asumiendo de ese modo el papel de su padre espiritual. Pero ahora él estaba a punto de partir hacia la muerte, por lo que la implicación lógica sería que ellos quedarían huérfanos.
La idea de quedar huérfanos podría parecer aterradora en un principio. En el Antiguo Testamento ese término se usaba con frecuencia como símbolo de aquellos que estaban a merced de los poderosos, y que con frecuencia sufrían sus injusticias y atropellos (Is 1:23) (Is 10:1-2) (Jer 5:28) (Jer 22:3) (Ez 22:7).
Y cuando el Señor fuera llevado a la cruz por sus enemigos, ¿no quedarían ellos en una posición de abandono y vulnerabilidad? ¿No serían como niños pequeños sin padre, como ovejas sin pastor, creyentes indefensos en un mundo hostil, abandonados a merced de los extraños? No hay duda de que esto podría ocurrir, pero el Señor se anticipa una vez más y les promete que no los iba a abandonar, que no tendrían que enfrentarse solos a sus adversarios y dificultades porque él seguiría manteniéndolos espiritualmente y compartiendo su vida con ellos.
Nuestros padres físicos podrán dejarnos porque la muerte los lleve, o tal vez porque nos abandonen, pero nuestro Dios nunca nos hará algo parecido. Como escribió el salmista:
(Sal 27:10) "Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá."
En este punto es importante que notemos que el Señor estaba introduciendo un tema de gran importancia: la adopción. Ahora somos hijos de Dios por la fe, comienza diciendo este evangelio (Jn 1:12), y somos impulsados a ver a Dios como nuestro Padre, con la confianza perfecta que es natural en los hijos. Esto se produce por medio de la obra del Espíritu Santo, quien en otras partes es conocido como el "Espíritu de adopción" (Ro 8:15).
Algunas veces los creyentes han tenido experiencias traumáticas con sus padres terrenales y como consecuencia de eso les cuesta entender y relacionarse con Dios como Padre. Pero deben dejar que el Espíritu Santo forje en ellos una relación que les permita comprender la nueva posición que tienen como hijos adoptivos de Dios.

"Vendré a vosotros"

Cristo ya había venido cuando se hizo hombre y entró en este mundo. Dice el apóstol Pablo: "Cristo Jesús vino al mundo" (1 Ti 1:15). Pero ante su inminente partida por medio de la muerte, vuelve a hacerles la promesa de que vendría nuevamente a ellos. Esta declaración ha sido entendida de diversas maneras:
1. Una referencia a la Segunda Venida
Algunos han pensado que el Señor se estaba refiriendo nuevamente a su segunda venida, como en (Jn 14:2-3).
Ese fue el mensaje de los ángeles a los discípulos mientras contemplaban la ascensión del Señor Jesucristo al cielo: "Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hch 1:11). Y son las palabras con las cuales termina la Biblia: "Ciertamente vengo en breve" (Ap 22:20).
Pero es probable que el Señor no se esté refiriendo aquí a su regreso triunfante en los últimos días para establecer su reino en este mundo. Notemos lo que él dijo exactamente: "vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Jn 14:3). La promesa que hizo allí fue que él regresaría para llevar a sus discípulos a la casa de su Padre, pero en el texto que ahora estamos considerando, vamos a ver que lo que el Señor afirma es que mientras que eso ocurre, tanto el Padre como el Hijo vendrían a hacer su morada en el creyente: "Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él" (Jn 18:23).
2. Un anuncio de su Resurrección
Otros han interpretado que el Señor les está hablando ahora de su regreso de la muerte al cabo de tres días por medio de la resurrección. Según esto, la referencia sería a las apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos durante los cuarenta días antes de su ascensión.
Si como decíamos hace un momento el regreso de Cristo para buscar a los suyos ha sido siempre la esperanza de la Iglesia, su promesa de regresar de entre los muertos al tercer día es un hecho ya cumplido en el que los creyentes de todos los tiempos han depositado su esperanza.
La resurrección de Cristo sería un paso hacia su glorificación con el Padre, pero tal como es expuesta aquí, representaba también una oportunidad para volver a encontrarse con sus discípulos y estar con ellos.
3. La venida del Espíritu Santo en Pentecostés
Por último, hay algunos que ven en estas palabras una referencia a la venida invisible del Señor a los corazones de los creyentes a través del Espíritu Santo, algo que tuvo lugar el día de Pentecostés. Se trata en ese caso de la presencia continua, permanente y real del Señor en el corazón de su pueblo hasta el día en que él vuelva para llevarlos consigo a las moradas eternas del Padre.
En los versículos anteriores hemos visto que el Señor les dijo a los discípulos que ellos experimentarían su presencia real en sus vidas por medio del "Consolador" que enviaría para que estuviera siempre con ellos y en ellos. Ahora veremos que él sigue ahondando en ese mismo tema, y les dirá que el Padre y el Hijo harán morada en el creyente (Jn 14:23).
4. Conclusión
Como vemos, las tres opciones son desarrolladas en este capítulo, y son formas reales en las que el Señor "viene de nuevo" a su pueblo. Con todo esto, el propósito del Señor era transmitirles con la mayor fuerza posible la idea de que de ninguna manera se iba a olvidar de ellos o los iba a dejar abandonados.

"Porque yo vivo, vosotros también viviréis"

(Jn 14:19) "Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis."
Ahora el Señor no les va a hablar de acontecimientos que tendrían lugar en un futuro remoto, sino de algo que era inminente: su propia muerte y resurrección. Por eso les dice: "Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis". Después de que el Señor fuera crucificado y sepultado, los discípulos dejarían de verle por un poco de tiempo, pero nuevamente se encontrarían con él una vez que hubiera resucitado.
En este sentido, la resurrección de Jesús marcó una separación entre el mundo y los creyentes, puesto que el Señor resucitado no se manifestó a todos, sino sólo a ciertos testigos seleccionados. Como más tarde diría el apóstol Pedro: "A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos" (Hch 10:40-41).
Tristemente, la última visión que el mundo tuvo de Cristo fue cuando colgaba de una cruz en vergüenza. Y así seguirá siendo hasta el día en que vuelva glorioso en las nubes, y entonces "todo ojo le verá" (Ap 1:7), porque todos tendrán que comparecer ante el Gran Trono Blanco donde él juzgará a los impíos. Por lo tanto, aunque para la historia secular la carrera de Jesús terminó con su muerte y sepultura, los creyentes sabemos que él sigue vivo después de haber resucitado y está en la gloria sentado en el Trono.
Ahora bien, habría otra diferencia aún más importante entre los creyentes y los incrédulos una vez que el Señor hubiera resucitado. Como dice el Señor a continuación: "porque yo vivo, vosotros también viviréis".
La resurrección del Señor fue mucho más que su regreso triunfante a la vida después de haber vencido a la muerte, por eso dice: "porque yo vivo, vosotros también viviréis", dando a entender que este hecho tendría importantes consecuencias para quienes creyeran en él. Aquí se subrayan dos de ellas.
1. La resurrección espiritual y física de todos los creyentes
La primera es que la vida de resurrección de Cristo garantiza la de los que se identifican con él por la fe. Entre Cristo y los verdaderos creyentes existe una unión indisoluble, de tal manera que como Cristo resucitó de la muerte, igualmente los que creen en él resucitarán también un día cuando él los llame de entre los muertos. Esta semilla incorruptible de vida no puede ser destruida ni por el diablo ni por el mundo, a pesar de nuestra debilidad innata. Esta es nuestra gloriosa esperanza: porque él vive, nosotros también viviremos.
(Ro 6:8-9) "Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él."
(1 P 1:3-5) "Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero."
Por lo tanto, la resurrección de Cristo implica que todos aquellos que crean en él también resucitarán un día futuro, pero aquí también se hace notar que ya ahora entramos en una experiencia de vida de resurrección al compartir la nueva vida de Cristo.
(Ga 2:20) "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí."
(Col 3:3-4) "Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria."
Esto se deja ver en la transformación poderosa que cada creyente experimenta desde el momento en que se convierte:
(2 Co 5:17) "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas."
Esta promesa era particularmente importante para aquellos discípulos que muy pronto enfrentarían la muerte de Cristo y con ello sentirían desvanecerse todas sus esperanzas. No olvidemos que ellos seguían sin entender y aceptar su muerte. ¿Por qué había de morir en una cruz en lugar de sentarse en su trono a reinar? La cruz no encajaba en sus planes, pero aquí el Señor vuelve a insistir en su necesidad. Fijémonos que él les está hablando de su muerte, de su resurrección y del efecto inmediato que todo esto tendría en aquellos que creyeran en él. Sólo después de morir y resucitar pudo decir: "porque yo vivo vosotros viviréis".
Sin la cruz, donde Cristo pagó por nuestros pecados, no puede haber vida para nosotros. Y tampoco la habría si él no hubiera resucitado de los muertos triunfante. Ambos hechos son fundamentales para nuestra salvación.
Aunque por el momento, para los discípulos, esas palabras quedaban veladas. Recordemos la tristeza de los dos discípulos que se dirigían a Emaús después de la muerte del Señor: "Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido. Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive" (Lc 24:21-23). Ellos tenían delante el hecho de su muerte y el anuncio de su resurrección, pero se sentían decepcionados y desilusionados porque todavía no habían entendido la importancia de todo esto, por eso el Señor se les apareció para amonestarles seriamente: "Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?" (Lc 24:25-26).
Ahora entendemos por qué "era necesario que el Cristo padeciera estas cosas": no había otra forma de perdonar nuestros pecados y darnos una nueva vida.
2. El comienzo de una nueva relación con Dios
Y en segundo lugar, vemos que no sólo nos transmite su vida, sino que esto da lugar al comienzo de una nueva relación entre él y su pueblo. A continuación explicará que esta clase de intimidad y unidad es similar a la que el Hijo disfruta con el Padre (Jn 14:20). Esto es posible porque entre ambos comparten el mismo tipo de vida que ahora nos es comunicada también a nosotros.
Una de las ilustraciones que el apóstol Pablo empleará para ilustrar esta verdad es la de la cabeza y el cuerpo: "Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo" (Ef 5:23). Esto nos enseña la relación íntima y vital que existe entre el Señor y los creyentes.
En este punto es importante notar que la muerte y resurrección de Cristo es mucho más que un conjunto de doctrinas que debemos estudiar. Si no llegamos a disfrutar de la vida de Cristo y de una nueva relación con él, no nos servirá de nada estudiarlas.

"Y conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros"

(Jn 14:20) "En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros."
Otro de los frutos de "aquel día" sería un conocimiento pleno y veraz de la unión entre el Padre y el Hijo, y también de nuestra relación con el Hijo.
Probablemente la referencia a "aquel día" tenga que ver ahora con la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, puesto que es el Espíritu quien nos ayuda a entender estas profundas cuestiones espirituales que de otro modo ignoraríamos. Aunque, por supuesto, esta revelación es progresiva y no será perfecta hasta que estemos en la gloria.
(1 Co 13:12) "Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido."
Es interesante notar que el contenido del conocimiento del que Jesús está hablando, y del que ellos llegarían a estar plenamente convencidos, sería de la divinidad de Cristo: "Conoceréis que yo estoy en mi Padre". Esta era una afirmación de su deidad que los judíos habían rechazado una y otra vez, y por la que le habían perseguido, acusándole de blasfemo al interpretar que claramente se hacía igual a Dios.
Pero hay otro detalle importante en este versículo que no debemos pasar por alto. Notamos que el Señor comienza hablando de la relación que él, como Hijo, tiene con el Padre, y después de eso nos habla de la relación que él mismo tiene con sus discípulos. Parece que la primera relación entre el Padre y el Hijo sirve para establecer el modelo de la nueva relación que se iba a establecer entre el Hijo y los creyentes.
Por supuesto, estas dos relaciones no pueden ser iguales. Para empezar, la relación del Padre con el Hijo ha sido eterna, mientras que la nuestra tiene comienzo en un momento del tiempo. Por otro lado, la relación del Padre y el Hijo es plena y absoluta, sin posibilidad de crecer o mejorar, mientras que nuestra relación como creyentes con él siempre debe ir en aumento.
En todo caso, es realmente asombroso el tipo de unidad y comunión de vida que Dios desea establecer con el hombre. ¿Podemos imaginar mayor intimidad que la que se describe aquí?
La verdad es que esto nos produce un profundo asombro, y debemos reconocer también que no es fácil de entender, quizá por esa razón, tanto el Señor como los apóstoles usaron de diferentes ilustraciones para ayudarnos a comprender el tipo de unión a la que el Señor se estaba refiriendo aquí. Recordemos algunas de ellas:
Jesús es la vid y nosotros los pámpanos (Jn 15:5).
Cristo es la Cabeza y la Iglesia es su cuerpo (Ef 1:22-23) (Ef 4:15-16) (Ef 5:23) (Col 1:18).
Cristo es la principal piedra del ángulo y nosotros somos piedras vivas edificadas en torno a él (Ef 2:20-22) (1 P 2:4-6).
Cristo es el Esposo y la iglesia es su esposa (2 Co 11:2) (Ap 19:7).

"El que guarda mis mandamientos es el que me ama"

(Jn 14:21) "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él."
El Señor estaba haciendo grandes promesas, pero ¿a quiénes estaban dirigidas? Ahora él responde a esta pregunta. Aquellos que disfrutarán de esta plena comunión con el Señor son aquellos que le aman de verdad.
Por lo tanto, determinar quiénes son los que realmente le aman es un asunto importante, y por eso vuelve a insistir en algo que ya había dicho anteriormente: "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama" (Jn 14:15).
Fijémonos bien que no se trata de conocer los mandamientos del Señor, sino de guardarlos. De nada sirven las manifestaciones ostentosas de religiosidad, o las largas disertaciones sobre materias espirituales si no hay una genuina obediencia a lo que el Señor nos manda. Esta es la única prueba genuina de amor que el Señor reconoce. Él mira debajo de las hojas en busca de los frutos. Por eso, el que dice que ama a Dios pero no guarda sus mandamientos es un mentiroso (1 Jn 4:20).
Es importante subrayar esto, porque en la Biblia el amor nunca se presenta como una emoción abstracta, sino como algo extraordinariamente práctico. El amor va unido a la obediencia. Los buenos sentimientos son inútiles si no van acompañados de buenas obras. El auténtico amor se manifiesta mediante la abstención de aquellas cosas que son contrarias a la voluntad de Dios, y por una actitud positiva hacia las cosas que le agradan. El mismo apóstol hacía la siguiente exhortación: "Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad" (1 Jn 3:18).
Ahora bien, para obedecer sus mandamientos, previamente tendremos que conocerlos a través de su Palabra. No se trata de obedecer lo que a nosotros nos parece que es la voluntad de Dios, sino lo que él realmente ha expresado y nos ha mandado. En relación a esto podemos citar la actitud del salmista: "En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti" (Sal 119:11).
Por supuesto, no debemos suponer que si guardamos los mandamientos del Señor nos hacemos por ello merecedores del amor y la salvación de Dios. Ese planteamiento no sería realista, porque nadie guarda perfectamente los mandamientos de Dios.
Por otro lado, es igualmente cierto que la iniciativa de este amor no surge de nosotros, sino de Dios. Nuestro amor es una respuesta a su amor:
(1 Jn 4:10) "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados."
Lo que el Señor estaba diciendo era completamente lógico. La forma correcta de responder al amor es amando. Cristo iba a demostrar que los amaba "hasta el fin" (Jn 13:1) cuando entregara su vida en la cruz por ellos. Y esto lo haría a fin de poder llegar a tener una íntima comunión con ellos, tal como les acababa de decir. Ahora somos los creyentes quienes debemos demostrar nuestro amor por él de una forma real.
Pero esta relación de amor no se impone por la fuerza. Cada persona tiene que decidir cómo va a responder al amor del Señor. Por supuesto, sería imposible pensar en una plena comunión si por nuestra parte hacemos aquello que le desagrada.

"Y el que me ama, será amado por mi Padre"

Hay un sentido en el que Dios ama a todo el mundo de manera incondicional:
(Jn 3:16) "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."
Pero ahora el Señor no estaba tratando de su amor por el mundo, sino de la comunión íntima de amor que él tiene con sus discípulos. Y, por supuesto, cualquier persona puede llegar a disfrutar de ella si responde con arrepentimiento y fe al amor de Dios. Podríamos decir que Dios tiene un amor compasivo por toda la humanidad, deseando que todos lleguen a ser salvados, pero aquí el Señor está hablando del amor y la complacencia que siente hacia aquellos que aman a su Hijo.
Cualquiera que sea padre entenderá esta diferencia. Un padre ama a todos sus hijos y desea lo mejor para todos ellos por igual, pero cuando un hijo es rebelde, su actitud impide que el padre pueda llegar a tener una relación armoniosa y plena con él, mientras que sí será posible tenerla con aquel otro hijo obediente.
Notemos en este punto que el Padre no es indiferente a la postura que las personas toman hacia su Hijo: "el que me ama, será amado por mi Padre".

Comentarios

Nicaragua
  Henri David Palma Amador  (Nicaragua)  (15/03/2022)

Buen día Dios les bendiga estoy siguiendo sus estudios , me ha sido de gran bendición le felicito por este espacio el cual está accesible a todos los que anhelamos enriquecer nuestros conocimientos de la palabra de Dios.

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