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Estudio bíblico: Vosotros sois mis amigos - Juan 15:12-16

Autor: Luis de Miguel
España
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"Vosotros sois mis amigos" (Juan 15:12-16)

"Que os améis unos a otros como yo os he amado"

(Jn 15:12) "Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado."
Hace un momento el Señor nos ha dicho que para llegar a disfrutar de su gozo, es necesario que guardemos sus mandamientos, y ahora se centra en un mandamiento concreto que volverá a repetir más adelante (Jn 15:17): "Que os améis unos a otros, como yo os he amado".
El hecho de que el Señor repita en varias ocasiones el mismo mandamiento acerca del amor fraternal nos indica la importancia que para él tiene. Tal vez es presentado aquí como el principal de los frutos que el Padre desea ver en sus hijos (Ga 5:22). Por supuesto, los otros frutos del Espíritu Santo, al igual que el resto de los mandamientos del Señor, deben ser tenidos en cuenta por igual, pero es cierto, que si hay amor hacia el prójimo, el resto de las mandamientos que tienen que ver con él también serán cumplidos.
Y por supuesto, aunque no se dice expresamente, se presupone que la persona que ama a su prójimo es porque previamente está en una relación correcta con Dios, que es al fin y al cabo de donde recibe los recursos necesarios para amar también a los demás.
En cuanto a la forma en la que se debe amar, el Señor establece: "como yo os he amado". Ya vimos que ese amor comienza con el Padre: "Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado" (Jn 15:9). Y es ese amor del Padre al Hijo en el que debe ser modelado nuestro amor por nuestros hermanos. Cristo es el ejemplo supremo del amor que debemos expresar a los demás.
En una sociedad como la nuestra, tan influenciada por conceptos sobre el amor tan relacionados con los sentimientos y las emociones incontrolables, debemos recordar siempre el ejemplo del amor de Cristo. Este amor se basa en hechos, e implica sacrifico propio y mucha abnegación. Es un amor que siempre busca cómo hacer el bien al prójimo. Es un amor desinteresado, que considera más bienaventurado dar que recibir. Es un amor que abraza a todos por igual sin hacer acepción de personas. Es un amor generoso que se da sin límites. Es un amor que busca las oportunidades para entregarse al prójimo. Este fue el tipo de amor que caracterizó siempre a Cristo, y que debe estar igualmente presente en todos sus discípulos.

"Nadie tiene mayor amor que este"

(Jn 15:13) "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos."
El Señor acaba de mandar a sus discípulos que se amen unos a otros como él les había amado a ellos, y ahora trata de explicar hasta dónde tiene que llegar el amor que debían tener con los otros si de verdad querían seguir el modelo del Señor.
Y lo que va a resaltar aquí es que el amor no puede ir más lejos que la entrega de la vida por los demás. Como decíamos, el amor es una acción, no una emoción. Y amar como el Señor implica estar dispuestos a entregar la vida por aquellos a los que amamos. Por ejemplo, Aquila y Priscila, dice Pablo que "expusieron su vida por mí" (Ro 16:4); y en otro lugar, comentando sobre Epafrodito, dice que "por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí" (Fil 2:30). Veamos también lo que escribió Juan en su primera epístola:
(1 Jn 3:16) "En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos."
Normalmente no se nos exige ningún acto de heroísmo, sino algo que podría resultar mucho más difícil, es decir, la entrega de nuestra vida, energías, paciencia y atención por el bien de los demás en el quehacer de cada día en la casa, el trabajo o la iglesia. Esto puede resultar mucho menos romántico, pero expresa de forma práctica lo que el Señor espera. Veamos cómo continúa su razonamiento el apóstol Juan:
(1 Jn 3:17-18) "Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad."
¿De qué sirve que estemos dispuestos a poner literalmente nuestra vida por nuestros hermanos, si al mismo tiempo no somos capaces de compartir con ellos las cosas básicas de la vida que tenemos a nuestro alcance?
Ahora bien, a raíz de la afirmación de Cristo de que no hay mayor amor que poner la vida por los amigos, algunos se han preguntado si morir por los enemigos no está por encima de eso. Al fin y al cabo, lo que el Señor hizo fue morir por nosotros cuando aún éramos sus enemigos (Ro 5:6-10), y esto claramente parece muy superior a dar la vida por un amigo.
Seguramente no era la intención del Señor comparar el amor que se sacrifica por los enemigos y el que se sacrifica por los amigos, sino subrayar el hecho de que el amor da la vida por el prójimo, y eso es lo que Cristo ha hecho; dar su vida por todos. De hecho, el verdadero amor no diferencia entre amigos y enemigos, puesto que no hace acepción de personas. En todo caso, si lo comparáramos, por supuesto que tendríamos que decir que dar la vida por un enemigo es mucho más que darla por un amigo, aunque esto no habría tenido mucho sentido para los discípulos, puesto que entre los hombres nunca se hace tal cosa, al menos, no conscientemente.
Por otro lado, si estuviéramos analizando la entrega de Cristo, fue mucho más que dar su vida por nosotros en términos meramente humanos; lo que él realmente hizo fue cargar con nuestra culpabilidad y morir por ella, que es infinitamente más de lo que ningún hombre podría hacer por su prójimo. Ningún ser humano podrá hacer algo que se iguale a lo que Cristo hizo. Además, el sacrificio de Jesús se diferencia de la mayoría en que él dio su vida intencionadamente. Cuando una persona da su vida para salvar a otra, normalmente no sabe que va a morir, y por lo general espera escapar de la muerte, pero en el caso de Jesús, él sabía y tenía la intención de morir para salvarnos de nuestros pecados.
Además, es cierto que nosotros éramos enemigos de Dios, pero él nos trató como amigos, y con esto nos enseña que aunque las personas del mundo nos odien y nos traten mal, nosotros debemos mostrarles el amor que mostraríamos a un amigo.

"Vosotros sois mis amigos"

(Jn 15:14) "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando."
No hay duda de que el Señor rompió los límites normales de nuestro uso cotidiano de la palabra "amigo". ¿Cuántos de nosotros tenemos algún amigo que esté dispuesto a dar su vida por nosotros? La amistad es importante, pero ¡qué difícil es tener buenos amigos! Un auténtico creyente nunca puede decir que no tiene ningún amigo, porque al menos, tiene a Cristo, el mejor amigo imaginable.
Ahora bien, el término "amigo" tenía un significado especial en el Antiguo Testamento. Abraham fue llamado "amigo de Dios" (2 Cr 20:7) (Is 41:8) (Stg 2:23), y vemos que recibió revelación especial de parte de Dios (Gn 18:17-21). También Moisés fue considerado amigo de Dios por haber hablado con él cara a cara (Ex 33:11). En ambos casos denota la relación más elevada entre Dios y un ser humano. Todo esto nos hace pensar que la amistad de Cristo no se limitó a dar su vida por nosotros, lo que ya era inimaginable, sino que él quiere llegar a tener una relación personal con nosotros en la que busca compartir sus planes y proyectos.
Cualquier rey o emperador de la antigüedad tenía sus generales, gobernadores y consejeros políticos, pero aparte de ellos había un reducido grupo de amigos personales que gozaban de una estrecha e íntima relación con él. Como Husai arquita, que era "amigo del rey" David (2 S 15:37) (1 Cr 27:32-34). Y esta es la forma en la que ahora nos trata el Señor.
Todo esto resulta asombroso. Si en nuestra sociedad resulta muy difícil encontrar un buen amigo dentro de nuestro círculo cercano, aún es más difícil encontrarlos entre aquellos que pertenecen a una posición diferente. Los intelectuales no quieren un trato excesivo con aquellos que consideran ignorantes; los que tienen altos cargos en la sociedad no buscan sus amigos entre los de baja condición; los ricos rara vez desean un trato de igualdad con aquellos que son pobres. Pero a pesar de la infinita superioridad de Cristo, él afirma: "Vosotros sois mis amigos".
Que hombres y mujeres pecadores como nosotros seamos llamados "amigos de Cristo", es algo que nuestras mentes débiles difícilmente pueden captar y asimilar. Notemos que el Rey de reyes y Señor de señores, no sólo se compadece de los hombres y salva a todos los que creen en él, sino que nos sorprende llamándonos amigos.

"Si hacéis lo que yo os mando"

Cristo nos considera sus amigos, pero esto no quiere decir que podemos tratarlo como a cualquier amigo terrenal, todo lo contrario, debemos aceptar esta relación con respecto y reverencia.
Somos sus amigos para hacer lo que él nos manda, entre lo que se incluye el amarnos unos a otros y el ir y llevar fruto (Jn 15:16). Ahora bien, algunos ven en esto un problema: ¿No es innoble elegir una amistad con el propósito de obtener algo de la otra persona?
Por supuesto, en el ámbito humano, si una persona le dice a otra: "ahora que eres mi amigo vas a hacer estas cosas para mí"; esto sonaría muy calculador, egoísta e interesado. No es el tipo de cosas que esperamos de una auténtica amistad.
Entonces, ¿por qué dijo esto el Señor? La respuesta se encuentra en la naturaleza de la amistad involucrada. Debemos notar cuidadosamente que no se trata de una amistad entre dos que son iguales, sino entre seres humanos pecadores y el Dios eterno. Esto significa que somos amigos de Dios por su gracia, y por lo tanto, podemos acercarnos a él confiadamente, pero nunca olvidando el respeto que le debemos.
Por otro lado, no debemos entender esta parte de la frase como una condición de la que Cristo hace depender su amistad con nosotros. No, él comienza asegurando y dejando fuera de toda duda esta amistad: "Vosotros sois mis amigos". Habría sido muy diferente si él hubiera dicho: "Si vosotros hacéis todo lo que yo os mando, entonces seréis mis amigos". Nuestra obediencia no es lo que nos hace sus amigos. Recordemos que él murió por nosotros, tratándonos como amigos, cuando aún éramos enemigos, débiles, pecadores e impíos (Ro 5:6-10).
Lo que está tratando aquí es que la amistad genuina debe ser mutua. Sería lamentable que esperáramos que el Señor siempre se comportase con nosotros como un amigo, mientras nosotros no hiciéramos nada para mostrar nuestra amistad hacia él por medio de nuestra obediencia y devoción.
En el versículo anterior él ha dicho lo que iba a hacer por sus amigos: "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos". Ahora nos toca a nosotros demostrar nuestra amistad por él, y a la vista de quién es él, y lo que ha hecho por nosotros, no parece nada exagerado que él nos mande obedecerle en lo que nos diga.
Recordemos el principio bíblico:
(Pr 18:24) "El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo"
La forma en la que nosotros nos mostramos como sus amigos es obedeciendo lo que nos manda. Esta obediencia no es lo que nos hace sus amigos, sino lo que nos caracteriza como sus amigos. Sería una mezquindad por nuestra parte si no respondiéramos con gozo y obediencia a su amistad.
¿Cómo debemos obedecer al Señor?
En primer lugar, la forma verbal usada sugiere la idea de una obediencia continua, cada día, en cada momento de nuestras vidas. En este sentido, no hay vacaciones para el discípulo de Cristo.
En segundo lugar, debemos obedecer todo lo que él nos manda. No podemos elegir obedecer aquellos mandamientos que nos gustan y olvidar los demás.
Y en tercer lugar, debe ser una obediencia activa. Algunos cristianos se conforman con una "obediencia negativa", es decir, no hacen ciertas cosas como beber alcohol, participar en juegos de azar, tener relaciones extramatrimoniales, defraudar en los negocios? Pero a lo que nos llama el Señor es a una obediencia activa que implica tomar decisiones prácticas a favor de otros.
Al llegar a este punto la pregunta que nos debemos hacer es si nosotros nos estamos comportando como amigos de Cristo tal como él espera.

"Ya no os llamaré siervos"

(Jn 15:15) "Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer."
1. Ya no os llamaré siervos sino amigos
Nos resulta extraño que Jesús nos considere sus "amigos" cuando ni siquiera somos dignos de ser sus "siervos".
Pero ahora el Señor nos explica cómo desea que sea la relación de amistad que desea tener con nosotros. En sus palabras está claramente implícito el pensamiento de que él no está satisfecho con una obediencia puramente servil. Él desea que seamos motivados a obedecerle por amor, y porque participamos conscientemente en sus proyectos.
Y para que esto sea posible, aunque sus discípulos seguirán siendo sus siervos, él los va a tratar como sus amigos, y les va a revelar los pensamientos y planes de su Padre.
No obstante, aunque Cristo los llama amigos, es importante notar que ellos nunca dejaron de referirse a él como Señor. Esto fue la norma en todos ellos: (Ro 1:1) (Stg 1:1) (Jud 1:1). De hecho, no encontramos ninguna parte donde se refieran a él como amigo. Está claro, por lo tanto, que ellos nunca entendieron que el hecho de que los tratara como amigos significaba que ya no eran siervos.
2. "El siervo no sabe lo que hace su señor"
En la cultura de aquella época los siervos o esclavos se consideraban poco más que objetos. El deber de un siervo era el de obedecer sin preguntar. La razón por la que su señor le mandaba algo era irrelevante para él, ya que su deber consistía únicamente en hacer la tarea que se le encomendaba, sin necesidad de entender las razones o propósitos de tal orden.
Pero ahora Cristo nos trata como amigos porque comparte con nosotros sus sueños, planes y esperanzas: "todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer".
Esto no formaba parte de la relación que existiría entre un señor y su siervo. Tal vez algunos esclavos en la antigüedad podían llegar a saber mucho sobre los negocios de su amo, pero rara vez serían considerados como íntimos y compartirían con ellos sus confidencias.
Pero el Señor establece aquí una relación personal de confianza con sus discípulos que no deja de asombrarnos. ¡Dios compartiendo con nosotros información confidencial! Dios nos ha dado el increíble privilegio de colaborar con él. Nos trata como amigos, abre su corazón con nosotros y comparte sus planes y pensamientos.
Cuando el Señor dice que "todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer", hemos de entender que se refería a todas aquellas cosas necesarias para su bien espiritual y la misión que deberían realizar, y por supuesto, en la medida que podían soportarlas, de ahí que el Espíritu Santo seguiría obrando en ellos hasta completar esta revelación (Jn 14:25-26) (Jn 16:12-13).
Esto implica que tenemos información que incluso los sabios de este mundo ignoran. Pero no olvidemos que esta información que ahora recibimos del Señor es con la finalidad de que vayamos al mundo para compartirla con él.
Seguimos siendo siervos de Dios con un propósito en el mundo, pero la gran diferencia es que no servimos como un siervo tradicional, que con toda probabilidad era pobre, experimentaba frecuentes castigos y difícilmente podría sentir alegría en las tareas que realizaba para cumplir los propósitos y sueños de otra persona, que ni siquiera conocía ni compartía. Pero no es esta nuestra situación como siervos de Cristo. Él nos trata con amistad, nos provee de todo lo que necesitamos en el servicio a él, y sobre todo, nos revela sus planes al punto de incluirnos plenamente en ellos. De este modo, sí que es posible servirle con alegría. Dios llena nuestras vidas con un propósito inteligente que produce la más plena satisfacción.
Por supuesto, para que esta colaboración sea auténtica, es necesario que el ser humano tenga libre albedrío, porque de otro modo seguiríamos siendo máquinas programadas, con menos dignidad incluso que la que tenía un esclavo en la antigüedad.

"No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros"

(Jn 15:16) "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé."
En la tierra los amigos se escogen generalmente entre sí, pero la amistad de la que el Señor habla aquí es diferente, porque tiene su origen exclusivamente en él: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros". No habían sido los discípulos quienes buscaron a Jesús, sino que él los buscó a ellos. Es verdad que en el judaísmo eran los discípulos quienes elegían al rabino que más les interesaba, pero no había sido así con Jesús. La iniciativa partió exclusivamente del Señor.
Seguramente aquí se está refiriendo a los discípulos a los que había escogido previamente como apóstoles. No habían sido ellos los que se lo propusieron al Señor en un momento de entusiasmo, sino que fue una iniciativa del Señor después de haber pasado una noche en oración.
(Lc 6:12-16) "En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles: a Simón, a quien también llamó Pedro, a Andrés su hermano, Jacobo y Juan, Felipe y Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Simón llamado Zelote, Judas hermano de Jacobo, y Judas Iscariote, que llegó a ser el traidor."
En otras ocasiones encontramos también el mismo principio. Por ejemplo, Pablo dice que fue separado desde el vientre de su madre y lo llamó por su gracia para que predicase el evangelio entre los gentiles (Ga 1:15-16). Y en el Antiguo Testamento, Dios le dijo a Jeremías: "Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones" (Jer 1:5).
Cristo escogió a estos doce para ser sus apóstoles con pleno conocimiento de qué clase de hombres eran, de sus temperamentos, sus puntos fuertes y sus debilidades, y de hecho, sabía también de sus futuros errores y defectos, pero aun así los había escogido para que fuesen extensiones de sí mismo, como los pámpanos lo son de la vid.
En los asuntos espirituales, la iniciativa siempre es de Dios (1 Jn 4:9-10), no obstante, aunque no hay duda de esto, también es cierto que cada persona debe decidir si acepta ese llamamiento. El caso de Judas pone en evidencia que él nunca aceptó para su propia vida lo que el Señor deseaba de él. Y lo mismo podríamos decir del pueblo de Israel. En (Dt 7:7-8) les dijo: "No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto". Aun así, ellos manifestaron una y otra vez que no querían sujetarse a los propósitos de Dios para ellos, razón por la cual Dios los expulsó de su tierra y los llevó cautivos a Babilonia.
Probablemente el Señor les dijo esto en previsión que de tan alto honor como era la amistad con él pudiera llevarles a envanecerse, así que, les deja claro desde el principio que tal dignidad no la habían recibido por algún mérito propio, sino por una iniciativa divina. Y lo mismo ocurría con las revelaciones que habían recibido de él; no era porque fueran más sabios que el resto de los hombres, sino por la gracia de Dios.

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