Estudio bíblico: Gozo completo - Juan 15:9-11
"Estas cosas os he hablado para que vuestro gozo sea cumplido" (Juan 15:9-11)
"Como el Padre me ha amado, así yo os he amado"
(Jn 15:9) "Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor."
La alegoría de la vid que el Señor ha venido utilizando tiene grandes limitaciones para expresar todas las implicación de la unión entre Cristo y los creyentes. Por ejemplo, entre una vid y sus pámpanos existe una relación que transmite vida, pero no sirve para expresar la intensa relación de amor existente entre Cristo y los creyentes. Por eso, el Señor deja a un lado la alegoría y hace una importante declaración sobre la profundidad y magnitud del amor de Dios hacia su pueblo.
Notemos que Cristo no comienza describiendo su propio amor hacia los creyentes, sino que establece una referencia previa: "Como el Padre me ha amado". Por un lado, esto sirve para establecer la fuente de ese amor, pero también su grandeza.
Ahora bien, ¿cómo era el amor del Padre por su Hijo durante toda la eternidad? Intentar contestar esta pregunta resulta imposible. Cualquier idea que nos formemos será inadecuada y pobre. Cuando el apóstol Pablo oraba por los creyentes de Éfeso, pedía a Dios que les permitiera conocer la dimensión de ese amor, y se expresa en estos términos:
(Ef 3:17-19) "Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios."
El apóstol reconocía que el amor de Dios "excede a todo conocimiento". Vamos descubriendo algunas "pinceladas" de él en su trato con nosotros, pero aun así, sabemos que hay mucho más de lo que somos capaces de ver ahora.
Lo que en todo caso queda claro es que el Señor no nos ha amado con un amor humano imperfecto, sino con el más grande amor posible; el amor que siempre ha existido dentro del ser de la Deidad durante toda la eternidad. Es imposible que pueda haber un amor más grande que ese. Este amor es sin medida, sin intereses. Es un amor que va mucho más allá de tener misericordia y compasión. Sobre todo, es un amor que busca y se complace en la comunión plena con la persona amada.
Encontramos la expresión perfecta en el amor del Padre por el Hijo, a quien describe como "mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Mt 3:17) (Mt 17:5).
Y una vez que ha establecido la clase de amor que el Padre tiene por el Hijo, el Señor continúa diciendo: "así también yo os he amado".
En (Jn 3:16), al describir el amor de Dios por el mundo, el texto bíblico comienza diciendo: "de tal manera amó Dios al mundo". Seguramente deberíamos leer esto con un tono de exclamación. Y en (Jn 13:1) dice: "como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin"; es decir, los amó hasta las últimas consecuencias, todo cuanto era posible.
Esto no es palabrería vana, de hecho, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado (Ro 5:5). Es decir, Dios nos ha dado pruebas objetivas de su amor al entregarnos a su Hijo para morir por nosotros en la cruz, pero, por decirlo de alguna manera, nos ha dado un depósito vital del amor de Dios que sobreabunda y se derrama en nuestros corazones por su Espíritu Santo.
Viendo todo esto, no puede quedar ninguna duda de que Dios nos ama. Y notemos que no se trata de un amor condicional. No dice: "Si hacéis tal o cual cosa yo os amaré?". Algunos niños se han criado con padres que les decían cosas parecidas: "si no te comportas bien no te querremos". Pero no hay nada de eso en el amor de Dios. Aun así, algunos cristianos imaginan a Dios en el cielo con cara seria y el ceño fruncido, como si siempre estuviera observándonos para decidir si somos merecedores de su amor. Esta es una triste equivocación que paraliza la vida espiritual de los creyentes. Recordemos que una de las metáforas usadas por la Palabra para ilustrar la relación de Cristo con la Iglesia es la del Esposo y la esposa. En esa figura no cabe la posibilidad de pensar que Cristo, como el Esposo divino, no ame de manera entrañable a su imperfecta esposa, la Iglesia, a la que conoce bien. Y por supuesto, no se trata de un amor por lástima, sino que siente un verdadero deleite en tener comunión con ella.
Por lo tanto, podemos estar plenamente seguros de que el amor que Cristo recibe de su Padre, es el que hace llegar, sin disminución alguna, a sus hijos. Esto nos proporciona la base para la exhortación que sigue:
"Permaneced en mi amor"
Con esto nos está diciendo que permanezcamos en comunión íntima con él a fin de que podamos continuar experimentando su amor por nosotros, y disfrutemos de todas las cosas buenas que él nos ha preparado.
¡Qué importante es descansar en el amor de Dios por nosotros! La otra opción sería depender de nuestro pobre amor por él. Esto sería una tragedia, porque nuestro amor es fluctuante e imperfecto, lo que nos llevaría la mayor parte del tiempo a sentir que no tenemos derecho a estar en su presencia.
Y por otro lado, cabe también la posibilidad de que aunque Cristo nos ama de la forma antes descrita, aun así, los creyentes vivan sin tener en cuenta ese amor, de ahí la importancia de la exhortación del Señor a "permanecer en su amor". Este tipo de creyentes son aquellos que actúan como si carecieran de amor en sus vidas. Por un lado, dudan del amor de Dios por ellos, y por otro, no tienen amor para expresar a los demás.
Quienes permanecen en el amor de Dios tendrán la motivación y las fuerzas necesarias para amar a los demás, como más adelante se nos mandará, pero también serán capaces de soportar el odio y el menosprecio del mundo.
"Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor"
(Jn 15:10) "Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor."
Hace un momento decíamos que el amor de Dios es incondicional, pero ahora encontramos lo que parece ser una condición: "Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor". Debemos preguntarnos entonces si el amor de Dios hacia sus discípulos está realmente condicionado a nuestra obediencia a sus mandamientos, tal como aquí parece indicar el Señor.
Nuevamente insistimos en que el amor de Dios hacia los pecadores está fuera de toda duda. Recordemos que él acaba de afirmar: "Yo os he amado", como un hecho consumado. Además, en otras partes, vemos que su amor por nosotros se consumó de manera objetiva cuando murió en la cruz. Y el apóstol Pablo nos hace notar que esta manifestación de su amor no ocurrió cuando habíamos logrado un nivel aceptable de cumplimiento de sus mandamientos, sino cuando éramos débiles, pecadores y enemigos de Dios (Ro 5:5-10).
Por lo tanto, de lo que ahora está tratando el Señor es de nuestra capacidad para disfrutar plenamente de su amor a nivel práctico, y en ese sentido, su amor sí que está condicionado a nuestra obediencia a sus mandamientos. Pensemos en una sencilla ilustración. Nosotros como padres amamos a nuestros hijos, pero su rebeldía o desobediencia, impedirá que ellos puedan disfrutar plenamente del amor que sentimos por ellos.
Así que, permanecer en el amor de Dios implica que debemos velar para que no comprometamos nuestra capacidad de gozar de él cada día de nuestras vidas. Y en este sentido, una vez más, Cristo es nuestro modelo perfecto. Él guardó los mandamientos de su Padre sin reservas, de manera perseverante, hasta entregar su vida por ello, y por esa razón, nunca vio interrumpida esa consciencia que él tenía de ser amado por Dios. Además, la suya fue una obediencia alegre, se deleitaba en hacer la voluntad de su Padre: (Jn 4:34) (Jn 6:38) (Jn 8:29,55) (Jn 10:17-18) (Jn 12:27-28). Y así debería ser también nuestra obediencia. Como diría el salmista: "Servid a Dios con alegría" (Sal 100:2).
Entonces, si la obediencia a sus mandamientos es un requisito para permanecer y disfrutar del amor de Dios, debemos prestar mucha atención a este asunto, que por cierto, ya ha repetido en otras ocasiones (Jn 14:15,21) (Jn 15:14).
¿Por qué guardamos sus mandamientos? ¿Cómo debemos guardarlos?
Para empezar, guardamos sus mandamientos porque esa es la forma en la que demostramos nuestro amor por él; así mostramos que somos sus discípulos y crecemos en su amor. Amar a Dios no es una experiencia mística, ni tampoco pasiva, donde todo parece consistir en dejarnos amar, sino que debe manifestarse de una manera activa obedeciendo sus mandamientos.
Ahora bien, esta obediencia no debe interpretarse esencialmente como el cumplimiento de un conjunto de normas externas, sino como el compromiso con un estilo de vida caracterizado por seguir el ejemplo de Cristo. Tampoco puede ser una obediencia ocasional ni selectiva, sino que deberá ser constante, inmediata, gozosa y espontánea.
Esta obediencia está relacionada con los mandamientos de Dios expresados en su Palabra, y no debemos aceptar sustitutos. Muchas personas creen que tiene el mismo efecto obedecer a las tradiciones de los hombres, los mandamientos de una iglesia o de un líder religioso, que a los mandamientos de Cristo. No es lo mismo y no tiene el mismo resultado. El Señor describió estos mandamientos humanos como "cargas pesadas y difíciles de llevar", "cargas que no pueden llevar" (Mt 23:4) (Lc 11:46).
Ahora bien, hay muchos creyentes en nuestros días a los que les molesta este énfasis en los mandamientos de Cristo. Ven a los cristianos que instan al deber de obedecer al Señor como enemigos de la fe, y son acusados de intentar colocar a los creyentes nuevamente bajo el yugo de la Ley. Pero lo cierto es que no estamos inventando nada, sino únicamente repitiendo el mandamiento del Señor, por lo tanto, debemos hacer un importante ejercicio de honestidad y revisar si estas ideas no surgen de nuestro corazón caído que rechaza cualquier sometimiento a la voluntad de Dios, disfrazado sutilmente de falsas pretensiones espirituales de libertad.
Y por otro lado, no debemos pensar que tal obediencia a los mandamientos de Dios coloca sobre nosotros una pesada carga imposible de llevar. El apóstol Juan dice en su primera epístola que "sus mandamientos no son gravosos" (1 Jn 5:3), y el mismo Señor había dicho antes que "mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mt 11:30). Los mandamientos de Dios son buenos y siempre harán bien a nuestras vidas. Cristo mismo se presentó como un ejemplo de obediencia al Padre, dejándonos un ejemplo perfecto para que sigamos sus pisadas (1 Jn 2:6). Pero si esto no fuera suficiente, a continuación va a consolidar esta misma idea.
"Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros"
(Jn 15:11) "Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido."
1. La obediencia a los mandamientos de Dios produce gozo
Contrariamente a lo que muchos piensan, el cumplimiento de los mandamientos de Cristo no tenía la finalidad de disminuir el gozo de los creyentes, sino de aumentarlo. De hecho, aunque la obediencia es exigente, es el único camino al verdadero gozo.
El mundo insiste en que alejarse del pecado para seguir a Cristo está destinado a quitarle todo el placer a la vida, pero el Señor insiste en que de hecho es exactamente al revés. La única forma de poseer el gozo verdadero y permanente es permaneciendo en él y cumpliendo sus mandamientos.
Recordemos cómo Satanás entró en el huerto del Edén intentando convencer a nuestros primeros padres de que la obediencia al único mandamiento establecido por Dios para ellos era algo restrictivo e injusto que amenazaba terriblemente su libertad (Gn 3:1-5). Pero la realidad es que aquel mandamiento era una demostración de su libertad. Ellos tenían la opción de obedecer a Dios y demostrar su amor por él, o por el contrario, desobedecerlo y apartarse de él. Y no hace falta explicar las terribles consecuencias que tuvo seguir las insinuaciones del diablo; lejos de ser libres, nos convertimos en esclavos del pecado, lo cual es infinitamente peor que ser siervos de la justicia (Ro 6:17-23).
Nosotros sabemos que esto es así porque en la misma medida en que dejamos de obedecer a los mandamientos del Señor, nuestro gozo desaparece. Contrariamente a lo que el diablo y el mundo nos quieren hacer creer, la desobediencia roba nuestro gozo y destruye nuestras vidas. Recordemos la experiencia de David después de haber pecado con Betsabé, la mujer de Urías heteo. En un primer momento él intentó ocultar su pecado y no lo confesó. Describe la angustia que sintió en aquel periodo de su vida en uno de los salmos que escribió:
(Sal 32:3-4) "Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano."
David experimentó en sí mismo los efectos destructivos del pecado. ¿Y cuál es la forma de volver nuevamente a disfrutar el gozo del Señor? Sólo hay un camino; el del arrepentimiento. David escribió otro salmo en el que después de pedir perdón a Dios por su pecado, le rogaba que le devolviese el gozo y la alegría:
(Sal 51:7-12) "Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente."
Pero, por supuesto, una entrega a medias, no sirve de nada; debe ser una entrega total. El cristiano que vive con un pie en el mundo y otro en las cosas del Señor es el más infeliz de todos, porque su conciencia nunca le permite ser plenamente feliz en ninguno de los dos lados.
2. "Mi gozo"
Otro detalle importante que debemos notar es que el gozo del que el Señor está hablando aquí no tiene nada que ver con los conceptos superficiales de felicidad, placer o alegría de los que habla el mundo. En muchos casos, el mundo busca estas cosas apartándose de los mandamientos del Señor.
En cambio, el gozo del que se nos habla aquí es descrito por el Señor como "mi gozo", y ya nos ha dicho que es el fruto de la constante obediencia a la voluntad del Padre, y que ahora puede ser reproducido en sus discípulos que le obedecen.
Por otro lado, es interesante notar que el Señor hablaba de este gozo especial tan sólo unas horas antes de ser crucificado, de hecho, por paradójico que parezca, las únicas referencias que el Señor hizo en este evangelio a su gozo las encontramos en sus enseñanzas de esa noche (Jn 16:20-24) (Jn 17:13). De forma profética el salmista recogió los pensamientos del Mesías antes de ir a la cruz:
(Sal 16:8-11) "A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre."
Y el autor de Hebreos incide en la misma idea:
(He 12:2) "? el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios."
Deducimos que era un gozo que surgía del hecho de poder agradar a su Padre al cumplir con su voluntad y así poder glorificar su nombre. Y al mismo tiempo, vemos que es un gozo compatible con el sufrimiento y el dolor más intenso. Si seguimos leyendo este capítulo de Juan, comprobaremos que en unos minutos el Señor iba a anunciarles a los discípulos el odio del mundo contra ellos, el cual les llevaría a sufrir persecución hasta la muerte. En un contexto así, hablar de gozo y alegría son conceptos totalmente incomprensibles para el mundo pero no para el Señor.
Al igual que cuando el Señor les dio "su paz" a los discípulos (Jn 14:27), aquí también se trata de "su gozo", un gozo que no se basa en las circunstancias, y que no es una emoción superficial y transitoria, sino un deleite íntimo y continuado producido por la obediencia a la voluntad de Dios y la comunión con él.
3. "Vuestro gozo sea cumplido"
Tal como el Señor la describió, la vida cristiana está muy lejos de ser superficial o aburrida. Todo lo contrario, es una vida que está en continuo crecimiento hacia una meta bien definida; hasta que "vuestro gozo sea cumplido". Es un gozo que está destinado a ir creciendo constantemente hasta llegar a ser completo.
El Señor comparte su gozo con los discípulos sin ningún tipo de restricción, todo depende de la medida de la obediencia de cada uno de ellos. No lo olvidemos, es a través de la obediencia a la Palabra de Dios que nuestro gozo aumentará hasta la plenitud.
Seguramente, el anhelo de cada creyente es escuchar las mismas palabras que el señor de la parábola dijo a sus siervos fieles cuando después de regresar arregló cuentas con ellos: "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor" (Mt 25:21). Pero esto sólo es posible cuando previamente hemos servido al Señor con fidelidad y devoción.
Aun así, aunque el Señor ha prometido a sus hijos un gozo pleno, todavía hay muchos que viven vidas tristes y aburridas, anhelando en todo momento algunas de las emociones que este mundo propone. A veces, incluso, podemos sentirnos afligidos por la prosperidad de los malvados, y sentir envidia de su aparente felicidad. Nos parece que ellos disfrutan más de la vida que nosotros, cuando deberían ser infelices, porque ellos no tienen temor de Dios. Tal vez, como el salmista, somos tentados a creer que después de todo, la vida de los mundanos es mejor que la nuestra. Veamos las reflexiones que se hacía:
(Sal 73:2-9) "En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos. Porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres. Por tanto, la soberbia los corona; se cubren de vestido de violencia. Los ojos se les saltan de gordura; logran con creces los antojos del corazón. Se mofan y hablan con maldad de hacer violencia; hablan con altanería. Ponen su boca contra el cielo, y su lengua pasea la tierra."
Pero finalmente el salmista reacciona cuando se presenta ante Dios en su santuario:
(Sal 73:15-22) "Si dijera yo: Hablaré como ellos, he aquí, a la generación de tus hijos engañaría. Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos. Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se consumieron de terrores. Como sueño del que despierta, así, Señor, cuando despertares, menospreciarás su apariencia. Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas. Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti."
Si nosotros siendo creyentes sentimos envidia de los impíos, la razón es que no estamos andando en los caminos del Señor con fidelidad. Sólo de ahí vienen las caras largas, las miradas tristes, el sentimiento de derrota y la falta de gozo. Pero no lo olvidemos, Dios quiere llevarnos a una vida plena de gozo.
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