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Estudio bíblico: El futuro de los falsos creyentes y el de los auténticos - Juan 15:6-8

Autor: Luis de Miguel
España
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El futuro de los falsos creyentes y el de los auténticos (Juan 15:6-8)

Introducción

Cuando el Señor se preparaba para alejarse de sus discípulos, les contó una alegoría con el fin de enseñarles cómo podrían ser espiritualmente fructíferos en su ausencia. En primer lugar se presentó a sí mismo como "la vid verdadera", en donde encontrarían todos los recursos necesarios para la producción de un fruto agradable a Dios. En segundo lugar, el Padre sería el Labrador, quien atendería constantemente a su crecimiento espiritual, cortando aquellas ramas fructíferas para que así llevarán más fruto. Pero junto a esto, también hemos visto una realidad muy diferente, la de aquellos pámpanos que no llevaban fruto y eran cortados por el Labrador.
Ahora vamos a ver que el futuro de los pámpanos que no llevan fruto es muy diferente al de aquellos que sí lo llevan. Comenzaremos notando la perdición total y completa de los que no permanecieron en Cristo ni dieron fruto, pero veremos también que aquellos que sí que disfrutan de una unión vital con Cristo, encuentran en él increíbles recursos y beneficios para seguir creciendo cada vez más.

"El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano"

(Jn 15:6) "El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden."
Ahora el Señor deja a un lado su alegoría y habla de manera literal y directa, refiriéndose a alguien que no permanece en Cristo. Puede ser una persona que, después de haber tenido la oportunidad de conocer a Cristo, quizá por algún tiempo se ha acercado a él, para finalmente apartarse de él. Como ya hemos considerado en estudios anteriores, el Señor se encontró con muchas de estas personas a lo largo de su ministerio terrenal. Y en el día de hoy, también conocemos a muchas personas que se acercan con distintos grados de interés al evangelio, pero que después de algún tiempo se apartan.
Debemos entender que estos pámpanos que no permanecen en la vid, y que tampoco dan fruto, nunca han estado unidos vitalmente a Cristo. Es un hecho que hay muchos cristianos nominales en la iglesia de Cristo que nunca han llegado a experimentar el nuevo nacimiento. Tal vez estén unidos a la iglesia por el bautismo y la membresía, pero no a Cristo.
En un estudio anterior consideramos el caso de Judas, pero la verdad es que el Señor habló en muchas ocasiones sobre este asunto. Por ejemplo, enseñó que la cizaña crece en medio del trigo (Mt 13:24-30). Les contó también la parábola de la red que echada en el mar recoge todo tipo de peces buenos y malos (Mt 13:47-50). Anunció que cuando llegue el juicio final apartará "las ovejas de los cabritos" (Mt 25:31-46). También hizo una distinción entre las vírgenes insensatas y las prudentes que salieron a recibir el esposo (Mt 25:1-12). Contó la parábola de un padre de familia que llegada la hora cerró la puerta y algunos que no habían entrado se quedaron fuera, a pesar de que habían comido y bebido con él, y les había enseñado en sus plazas (Lc 13:23-30). Habló de los falsos profetas que se introducían en medio del pueblo y que eran lobos vestidos de ovejas; eran como árboles que daban malos frutos (Mt 7:15-23). Contó la historia de la invitación que un rey hizo a la fiesta de bodas de su hijo, y algunos fueron expulsados del banquete por no estar vestidos adecuadamente (Mt 22:1-13).
El mismo apóstol Juan habló de la existencia de muchos anticristos peligrosos dentro de la iglesia cristiana (1 Jn 2:18-22). Notamos que dice de ellos que "salieron de nosotros". Algunos han pensado que podían ser creyentes que habían apostatado, pero Juan se apresura a aclarar que "salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros". El argumento es que si hubieran sido creyentes auténticos, "habrían permanecido", que es el mismo término que el Señor emplea para describir la permanencia del pámpano en la vid. Por lo tanto, su separación ponía de manifiesto lo que siempre había sido verdad en cuanto a ellos: "no eran de nosotros". De esto se desprende que la evidencia visible de que una persona es un verdadero creyente, es que permanezca en Cristo. Y la otra prueba inequívoca es que permanezca en su Palabra: "Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre" (1 Jn 2:24).
En todos los pasajes que acabamos de mencionar, vemos que el Señor hizo una diferencia entre personas que inicialmente estaban junto a él. Se trata de falsos creyentes, que en todos los casos son echados fuera cuando llega el tiempo del juicio.
Por lo tanto, lo que tenemos aquí es una seria exhortación a examinar cuidadosamente el resultado de nuestras vidas. ¿Estamos produciendo fruto para la gloria de Dios? Esta es la pregunta con la que finalmente nos examinará Dios. Y no olvidemos que él conoce bien nuestras vidas.
Cristo viene con el propósito expreso de recoger fruto. ¿Qué tenemos para ofrecerle? ¿Qué hay de todo lo que hemos hecho que podamos ofrecérselo como un fruto agradable que le honre y justifique la increíble inversión que hizo en nosotros? Nos conviene hacernos tales preguntas, porque él no tolera las ramas estériles. Mientras estamos aquí, todavía existe la oportunidad de acercarnos a Cristo por medio de la fe y el arrepentimiento, a fin de establecer una relación vital con él que produzca frutos en nuestras vidas.
Recordemos la experiencia de los residentes de Jerusalén en los tiempos de Ezequiel, que confiaban que por vivir en la ciudad santa ya estaban en comunión con Dios, sin tener en cuenta que no estaban produciendo frutos agradables para él. Veamos el mensaje de juicio que recibieron de parte de Dios.
(Ez 15:6) "Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: Como la madera de la vid entre los árboles del bosque, la cual di al fuego para que la consumiese, así haré a los moradores de Jerusalén."
Quien no permanece en una comunión viva con el Señor es porque no es creyente, y va al encuentro de una sucesión de juicios terribles: "se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden".
Algunos utilizan este versículo para enseñar que un auténtico creyente puede caer y perder su salvación. Pero insistimos en que el Señor no está tratando aquí de auténticos creyentes, sino de cristianos nominales, que ni permanecen en la vid, ni dan fruto; las dos evidencias que sirven para identificar a un verdadero creyente.

"Y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden"

Muchos se han preguntado cuándo será el momento en que estas ramas serán separadas de Cristo y quemadas.
En respuesta, numerosos comentaristas argumentan que este versículo apunta al futuro, al día del juicio, cuando los incrédulos serán echados en el fuego eterno. La verdad es que esto parece lo más lógico si tenemos en cuenta todo el contexto de las Escrituras.
Debe notarse también que lo descrito aquí se trata de un juicio definitivo, cuando, por así decirlo, ya no hay más oportunidad de que el sarmiento desgajado pueda ser nuevamente injertado, lo que nos hace pensar en el juicio que viene después de la muerte.
Estamos considerando, por lo tanto, el castigo que está reservado para aquellos que mueren separados de Cristo. Vemos en primer lugar que se secan, lo que da la idea de que se marchitan, que ya no quedan hojas, sino una rama seca. Se pierde por completo cualquier apariencia lozana que hubieran podido tener en algún momento. Por otro lado, un pámpano seco y cortado de la vid no sirve para nada, lo que nos habla de una inutilidad total y de la falta de propósito una vez que se llega a ese estado.
Y finalmente "los echan en el fuego, y arden". Esto es una referencia al infierno, donde las personas son excluidas definitivamente de la presencia de Dios por toda la eternidad, tal como ellos mismos decidieron.
Ahora bien, es necesario aclarar que este lugar de tormento es eterno, tal como resulta claro en otros pasajes:
(Mr 9:43-44) "Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga."
(Ap 20:10,15) "Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos? Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego."

"Pedid todo lo que queréis, y os será hecho"

(Jn 15:7) "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho."
La alegoría acerca de la vid y los pámpanos ha resultado muy interesante para ilustrar la relación que los creyentes deben tener con el Señor a fin de dar fruto, pero dado que se trata de personas, llega un momento en que esta ilustración se queda corta y es preciso dejarla a un lado, porque de lo que ahora va a tratar es de la invitación que el Señor hace a sus discípulos a colaborar con él en el cumplimiento de sus propósitos. Y antes de nada debemos decir que esto resulta asombroso, porque después de todo, sólo somos pámpanos que dependen completamente de la vid.
Queda claro que Dios no nos considera trozos de madera de la vid que permanecen pasivos, sino que nos ve como personalidades redimidas con las que quiere colaborar. Desde esta perspectiva, el fruto no se produce de una forma mecánica, sino que es necesaria cierta actitud activa por nuestra parte: "si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros".
Ya no se trata únicamente de que el Labrador limpie los pámpanos para que lleven más fruto, también es necesaria nuestra participación, porque sin ella, nuestra capacidad de llevar fruto se verá seriamente mermada. Y es en este contexto donde el Señor vuelve a introducir el tema de la oración. Por lo tanto, cuando nos dice: "pedid todo lo que queréis, y os será hecho", debemos entender en primer lugar que aquello que el Señor espera que pidamos está íntimamente relacionado con el propósito de que llevemos más fruto para él.
Notemos también los dos requisitos previos de los que el Señor habló: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros". Con esto queda claro que el Señor no estaba haciéndonos una invitación a pedir todo lo que nos apetezca. Veamos estas dos condiciones:
1. "Si permanecéis en mí"
Permanecer en Cristo implica tener una comunión íntima y estrecha con él por medio de la oración, la lectura de la Palabra, la integración en su cuerpo que es la Iglesia? Y es entonces, cuando estamos en armonía con sus propósitos divinos, que el anhelo de nuestro corazón concuerda con sus preocupaciones divinas y nuestras oraciones son contestadas "según su voluntad".
No olvidemos que la única forma de llevar fruto para el Señor es haciendo su voluntad. Recordemos la forma en la que el Hijo oraba al Padre: "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22:42). Veamos también lo que dijo el apóstol Juan en su primera carta:
(1 Jn 5:14) "Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho."
2. "Y mis palabras permanecen en vosotros"
Como ya hemos señalado, permanecer en él implica tener comunión con él, y para eso es necesario tanto que le escuchemos hablar como que nosotros hablemos con él. Pero ¿cómo podemos escucharle? Evidentemente a través de su Palabra. Es de ese modo como comienza el diálogo que más tarde continúa cuando nosotros hablamos con él por medio de la oración.
Su Palabra siempre nos orientará acerca de lo que podemos pedir, de ahí que es necesario que sus palabras estén morando permanentemente en nuestra memoria y mente, convirtiéndolos en la guía de nuestras acciones y la regla de nuestro comportamiento diario. Notemos lo que el mismo apóstol escribió:
(1 Jn 3:24) "Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado."
Su Palabra es la Corte Suprema donde cada una de las cuestiones que presentamos delante de Dios en oración son aprobadas antes de ser contestadas. Por supuesto, aquellas oraciones egoístas y mundanas que se basan en ambiciones terrenales, serán descartadas porque no se ajustan al principio bíblico: "buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mt 6:33).
De este modo, la Palabra corrige nuestros deseos, con frecuencia, mal enfocados, y esto hay que tenerlo en consideración, porque muchas veces creemos que lo único necesario es sentir devoción hacia el Señor, pero eso no es correcto. Por ejemplo, Juan y Jacobo, dos de los apóstoles de Jesús, se dirigieron a él pidiéndole que en su reino uno se sentara a su derecha y el otro a su izquierda (Mr 10:35-40). Por el contexto vemos que ellos estaban dispuestos a estar con el Señor hasta las últimas consecuencias, aun así, el Señor les dijo: "no sabéis lo que pedís", dando a entender que su petición era inadecuada, y por lo tanto, no sería otorgada.
Por lo tanto, debemos esforzarnos en conocer su Palabra por medio de la meditación y el estudio serio y perseverante, a fin de que nuestro carácter se acomode a ella, porque sólo entonces nuestros motivos serán depurados y querremos tan sólo lo que Dios quiere. Esto es esencial.
3. "Pedid todo lo que queréis, y os será hecho"
Sabemos que nuestra naturaleza caída nos lleva con frecuencia a presentar en oración ante Dios el fruto de nuestros deseos insensatos, pero esto no ocurrirá si previamente se cumplen los dos requisitos mencionados por el Señor. De otro modo, si interpretamos estas palabras del Señor como una promesa de que él contestará cualquier cosa que deseemos, estaríamos convirtiendo a Dios en el siervo de nuestra voluntad caída, algo que es imposible que ocurra. Dios sólo contestará aquellas oraciones que sean conforme a su carácter y propósitos. Esto coincide con lo expresado anteriormente por el Señor cuando dijo que la condición para la oración eficaz era pedir "en su nombre", a fin de que "el Padre sea glorificado" (Jn 14:13-14).
El hecho es que Dios nos ama, y por lo tanto, sólo nos concederá aquello que sea provechoso para nuestra vida, negándonos otras muchas cosas. Es verdad que esto puede parecer duro en algunos momentos, pero debemos tener la confianza en que Dios nos ama y sabe lo que nos conviene. De otro modo, si no encontráramos ninguna limitación a nuestras oraciones, correríamos el peligro de convertirnos en niños mimados que cada vez se vuelven más exigentes.
4. La oración es una forma de permanecer en él
Dado que el creyente no tiene la fuerza ni el valor en sí mismo para dar fruto para Dios, debe depender continuamente de Aquel en quien se encuentran todos los recursos. Una de las formas más importantes que tenemos para acceder a ellos es por medio de la oración. Esto, al mismo tiempo, se constituirá también en un modo de "permanecer en él".
Por lo tanto, la oración es el medio por el que podemos obtener aquello que de otro modo nunca llegaría a ser nuestro.
5. ¿Por qué algunos cristianos obtienen tan poco fruto de sus oraciones?
Algunas veces los cristianos parecen estar decepcionados con la respuesta recibida a sus oraciones. Sienten que sus oraciones no hacen ningún cambio, que no pasa nada. Aunque también es verdad que otros cristianos sí que perciben con claridad el poder efectivo de sus oraciones. ¿A qué se debe esta diferencia?
Para empezar debemos subrayar la promesa divina:
(Stg 5:16) "La oración eficaz del justo puede mucho."
No obstante, también es cierto que muchas veces no sabemos cómo debemos orar.
(Stg 4:3) "Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites."
Muchos creyentes reciben poco de Dios porque piden poco y lo piden mal, aunque seguramente, la razón última por la que nuestras oraciones tienen tan poco poder, se debe a que simplemente hay poca comunión con Cristo y a que nuestras peticiones no son conformes a la voluntad de Dios. No olvidemos que cuanto más cerca vive un hombre de Cristo, y cuanto más íntima es su comunión con él, más eficaces serán sus oraciones.
6. ¿Por qué cosas debemos orar?
Debemos buscar en oración parecernos más a Cristo para así llevar fruto que glorifique al Padre. Esto incluirá sabiduría para conocerle mejor por medio de su Palabra, y fortaleza para obedecer su voluntad.

"En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto"

(Jn 15:8) "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos."
El Señor introduce una condición más para que nuestras oraciones sean contestadas afirmativamente: ¿sirven para glorificar al Padre? Es decir, el resultado de lo que pedimos, ¿tiene como objeto que los hombres lleguen a apreciar la grandeza de Dios y promueve que su nombre sea glorificado?
Notemos una vez más que el factor determinante no somos nosotros, ni nuestra comodidad o bienestar, sino la gloria de Dios. Así es como el Señor enseñó a orar a sus discípulos. Fijémonos cómo empezó:
(Mt 6:9-10) "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra."
Lo mismo reconocía el salmista en su cántico:
(Sal 115:1) "No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad."
Todas nuestras obras deben estar enfocadas a dar gloria a Dios (1 Co 10:31), y también nuestras oraciones.
Cuando esto ocurre, Dios contesta nuestras oraciones y esto produce "que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos". Se deduce, por lo tanto, que lo que produce gloria a Dios es que como resultado de la oración, los creyentes llegamos a producir "mucho fruto" y seamos "así sus discípulos".
Empecemos por notar lo que significa "llevar mucho fruto", puesto que esto es muy importante, ya que sirve para glorificar al Padre. En un estudio anterior vimos que esto tenía que ver principalmente con que el creyente refleje el carácter de Cristo en su vida (Ga 5:22-23). No obstante, en este contexto debemos considerar también que el fruto tenga que ver con la salvación de las almas por medio del testimonio de los creyentes (Ro 1:13). Ahora bien, los dos tipos de "fruto" deben ir juntos. Sería una auténtica catástrofe si nuestro testimonio sólo consistiera en bellas palabras, pero no fuera acompañado de vidas transformadas a la imagen de Cristo. Pero cuando los hijos de Dios exhiben la semejanza de Cristo ante el mundo, las personas que los observan se verán obligados a confesar que Dios ha transformado a hombres pecadores en auténticos discípulos suyos.
Por lo tanto, cuando el resultado de nuestras oraciones produce una vida parecida a la de Cristo en nosotros, y trae la salvación a otras personas, entonces no hay duda de que el Padre es glorificado en todo ello.
Y la gloria de este fruto debe ser indudablemente para él, puesto que antes el Señor había afirmado que "separados de mí nada podéis hacer" (Jn 15:5). Así pues, si el creyente produce cualquier tipo de fruto, la gloria debe ser dada a Dios, puesto que no ha sido producido por nuestro propio mérito o capacidad. Y debemos ocuparnos de que quede claro que es Dios quien está obrando ese fruto en nosotros, de tal modo que cuando los hombres vean nuestras buenas obras, "glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos" (Mt 5:16).
También debemos apreciar que el deseo de Dios es que llevemos "mucho" fruto. Desgraciadamente, muchos cristianos se conforman con un "poco" del fruto del Espíritu en sus vidas, y por eso no se esfuerzan por ser santos en toda su conducta. Recordemos la exhortación del apóstol Pedro:
(2 P 1:5-9) "Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados."
Sólo cuando existe la presencia de este fruto abundante queda claro que "somos sus discípulos". Y no sólo eso, sino que también pone de manifiesto la naturaleza y calidad del árbol del que formamos parte. Por esa razón, quien se dice ser creyente pero no lleva fruto, deshonra a Cristo, en quien dice estar arraigado.

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