Estudio bíblico: Ezequías, un creyente con una enfermedad incurable - 2 Reyes 20:1-11
Ezequías, un creyente con una enfermedad incurable
Leer (2 R 20:1-11) (Is 38:1-21).
Él es joven, tiene éxito, riquezas y poder. Es nada menos que el rey Ezequías.
Todo ha empezado hace unos pocos meses. Le apareció una pequeña mancha en la piel a la que no le dio importancia. En los meses siguientes, la mancha comenzó a crecer. Usó algunos remedios que sus padres le habían aplicado en el pasado, pero no mejoró. La mancha siguió extendiéndose hasta convertirse en una herida abierta. Consultó a los mejores médicos de su reino, quienes le indicaron un tratamiento con ungüentos especiales traídos de Egipto y de Siria, pero no hubo curación.
El rey Ezequías no puede dormir a causa de esa molestia que aumenta y empeora día tras día. Durante las noches, pasea por las amplias y solitarias salas del palacio real. Sólo escucha el ruido que hacen los centinelas con sus pesadas armaduras.
Cuando amanece, lo primero que hace es mirar cómo está la llaga. Esta sigue creciendo. Uno de los médicos le ha dicho que podría tratarse de algo muy serio, de un tumor maligno de la piel. El rey tiene ahora 39 años. Hace poco más de un año, experimentó la buena mano del Señor en su reino. Aquel ataque de Senaquerib y su multitudinario ejército asirio resultó en un desastre para los invasores. Dios envió a su ángel, el cual destruyó al ejército enemigo.
Ahora, pasan las semanas y la llaga cada vez parece estar peor. Los bordes están inflamados y en el centro se abre una úlcera al "rojo vivo". Una mañana, el rey empieza a sentir dolores difusos en todo el cuerpo. Los médicos famosos retornan, discuten la situación y cambian el tratamiento. Pero no hay mejoría. El monarca sigue empeorando. Llaman a otros especialistas que le cambian la medicación, pero sin resultado alguno. Mientras tanto, la llaga sigue creciendo.
El rey ya no puede caminar por el palacio. De noche, le sube la fiebre y tiene escalofríos. No puede dormir debido a los dolores. En la herida hay unas líneas rojizas que muestran la extensión de la infección.
Esa mañana, se le informa al rey que el profeta Isaías ha venido a verlo y ha pedido audiencia.
— Que pase, ordena el rey.
El venerable hombre de Dios se aproxima lentamente. Los efectos del paso de los años se perciben en su forma de caminar. Sus cabellos y su barba han encanecido.
Al acercarse, el profeta Isaías ve a un hombre descansando sobre una amplia cama. Observa a un monarca prematuramente envejecido. Aparenta más de 50 años, pero sólo tiene 39. Está pálido, demacrado. Ha perdido mucho peso. La esposa, que está de pie al lado del lecho real, saluda al profeta con una inclinación de cabeza. A una señal del rey todos, menos la reina, se retiran de la habitación.
"¿Cuál será la razón de esta visita?", se pregunta el rey.
Al grave profeta le resulta difícil romper el silencio.
El rey se sienta en su cama. Sus ropas son hermosas, de colores atractivos. Pero tal refinamiento apenas encubre a un hombre que está muy enfermo. El soberano envidia a los pobres sirvientes que pasan alegres cantando por los pasillos del palacio. Sus ojos, hundidos en sus órbitas, se abren con inquietud. Sus cabellos lucen despeinados. Ha rehusado la ayuda de sus siervos que vienen cada mañana para rizar sus cabellos y su barba.
El rey Ezequías mira al profeta, y con voz temblorosa le pide una respuesta. El gesto adusto y severo del profeta no basta a disimular las lágrimas que fluyen por sus ojos:
— Así ha dicho el Señor: "Pon en orden tu casa, porque vas a morir y no vivirás".
La reina se pone pálida y tambalea. Se reclina en un diván, cubriendo su rostro con las manos. El rey se endereza, reaccionando ante la sorpresa. Una palidez mortal lo cubre. Esconde su cara y se vuelve hacia la pared para hacer una breve oración, honesta y profunda. Reacciona como cualquier hombre al que se le dice que tiene sus días contados. A su vez, como rey sin heredero, sabe que esto casi seguro significa la posibilidad de una guerra civil, cuando surjan varios candidatos para sustituirlo.
Esta escena, que ocurrió hace 2.700 años, se repite cada vez que un médico tiene que darle al paciente o a la familia malas noticias: "Esta enfermedad es cáncer, y está tan avanzado que es terminal"; "El virus que produjo esta infección no se puede controlar". Ezequías se siente derrumbado ante la noticia y clama en oración:
— Oh Señor, acuérdate, por favor, de que he andado delante de ti en verdad y con corazón íntegro, y que he hecho lo bueno ante tus ojos.
Me impresionan las palabras de Ezequías. Él no había sido un creyente mediocre; era hombre íntegro a quien había sobrevenido la más terrible de todas las pruebas, y aún no estaba preparado emocionalmente para afrontarla. Las Escrituras nos relatan entonces que "Ezequías lloró con gran llanto" (2 R 20:3). Pero lo que experimenta en lo más profundo de su ser se encuentra en (Is 38:10-16): "En medio de mis días pasaré por las puertas del Seol; privado soy del resto de mis años"; "Ya no veré al Señor en la tierra de los vivientes. Ya no contemplaré a ningún hombre entre los habitantes del mundo. Mi morada es removida y quitada de mí, cual tienda de pastor". Ezequías lamenta que su vida ha sido truncada. No a los 70 u 80, como dice el salmista, sino a la mitad de sus días. Pensaba que ya no vería al Señor, aquel a quien se había dirigido tantas veces con las palabras del (Sal 27:4): "Una cosa he pedido al Señor; esta buscaré: que more yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor, y para inquirir en su templo". La idea de no ver más a sus hermanos, familiares y amigos ha sumido al rey en una profunda congoja. Siente que su vida es como la tienda de un pastor. El apóstol Pablo utiliza esta misma imagen en (2 Co 5:1): "Porque sabemos que si nuestra casa terrenal, esta tienda temporal, se deshace, tenemos un edificio de parte de Dios, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos". También el apóstol Pedro tiene en mente esta imagen cuando escribe: "Sé que dentro de poco tengo que dejar mi frágil morada" (2 P 1:14).
Ezequías exclama: "Mi clamor dura hasta el amanecer", y compara este clamor con el mordisco del león, triturando todos sus huesos. Esta frase es interesante porque no se trata de una imagen literaria. Este dolor intenso es característico de muchas enfermedades avanzadas, como los tumores malignos que han invadido las estructuras óseas.
Luego compara su lamento con el de las aves y agrega: "Mis ojos lloran hacia lo alto: Oh Señor, estoy oprimido; intervén en mi favor" (Is 38:14). Ezequías es un rey, un hombre íntegro delante de Dios, pero también es un ser humano como cualquier otro. Ante la perspectiva de la muerte no hay diferencias. Todos reaccionamos de una manera muy similar. Esa sensación de pérdida, de ir hacia lo desconocido, persiste aun para el creyente que puede repetir con el apóstol Pablo: "para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Fil 1:21).
Como usted puede observar, el dolor en el corazón del rey era intenso, la súplica vehemente, de modo que el Señor le dio una respuesta: "Entonces la palabra del Señor vino a Isaías" (Is 38:4).
Dios hace maravillas ante la enfermedad de Ezequías
Poco tiempo ha transcurrido desde la salida del profeta, cuando el rey vuelve a sorprenderse con su regreso.
La cara del rey está desfigurada por el dolor y la tristeza; él piensa para sí mismo: "¿Y ahora qué? Me siento peor que antes y me duele todo el cuerpo. ¿Qué más tendrá que decir este portador de malas noticias?".
La escena parece repetirse, aunque ahora el rey tiene los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar. La reina también está desolada. Isaías llega hasta la puerta de la sala y se acerca a paso lento, casi ceremonial. Pero esta vez su rostro muestra alegría; una sonrisa se dibuja en sus labios, que se mueven con la prisa de un entusiasmo contenido:
— "Así ha dicho el Señor, Dios de tu padre David: He oído tu oración y he visto tus lágrimas. He aquí, te voy a sanar, al tercer día subirás a la casa del Señor. Añadiré quince años a tus días, y libraré a ti y a esta ciudad de mano del rey de Asiria. Defenderé esta ciudad por amor a mí mismo y por amor a mi siervo David".
El rostro del rey cambia súbitamente. Ahora dirige sus ojos al cielo en una silenciosa oración de alabanza. ¡Qué precioso es para nosotros saber que en situaciones similares podemos hacer lo mismo que hizo el rey Ezequías! Estamos invitados a buscar al Señor en oración sabiendo que él nos escucha y nos ve (1 P 5:7).
La mirada del rey ahora muestra el fulgor de la esperanza. Quisiera creer lo que dice el profeta y, sin embargo, ¡cuánto le cuesta!
— ¿Cuál será la señal de que el Señor me sanará y de que subiré a la casa del Señor al tercer día?
E Isaías respondió:
— Esta señal tendrás de parte del Señor, de que él hará esto que ha dicho: ¿Puede avanzar la sombra diez gradas o retroceder diez gradas?
El rey no puede creer lo que oye. Observa esa herida horrible cubierta de vendajes. Sabe que se encuentra tan débil que apenas puede levantarse de la cama. Ha perdido el apetito. Ha adelgazado mucho. No ha podido descansar durante la noche por el sufrimiento en los huesos. La llaga abierta le duele continuamente. Observe que la curación no es instantánea. La gran mayoría de las sanidades que el Señor Jesucristo hizo fueron instantáneas, pero en este caso van a transcurrir tres días. Isaías ordena que se cubra la llaga con pasta de higo. Uno de los sirvientes alega que tal remedio casero ya le fue aplicado inútilmente. Se usaron higos de Egipto y de Siria, pero no se había logrado ninguna mejoría. También experimentaron con pasta de manzana y compuestos de todo tipo sin resultado alguno. El profeta, con voz autoritaria, ordena que pongan la pasta de higo sobre la llaga, pues esta pasta era mejor que el bálsamo de Galaad (Jer 8:22). El rey experimenta la sensación que el frío de esa pasta le provoca. El dolor sigue como antes. La inflamación no ha cambiado. Un criado comparte su duda con otro:
— ¿Te parece que esa pasta va a servir para algo?
Ezequías mira una vez más la herida cubierta con la pasta. Le sigue doliendo igual que antes. Todo su cuerpo se siente molesto. Luego, aquellas sensaciones desaparecen y experimenta un completo alivio. Sin embargo, se pregunta si el mero cese de aquellos síntomas es suficiente como para confiar en su completo restablecimiento:
— ¿Cuál será la señal de que el Señor me sanará y de que subiré a la casa del Señor al tercer día?
Para entrar en el templo, el rey debía subir y bajar escaleras, y ahora le resultaba imposible hacerlo. El rey pide una señal y el profeta de Dios le da a elegir: que la sombra avance o retroceda diez gradas. Parecería que se trata de un reloj de sol similar a los que se utilizaban en Babilonia. La sombra se proyectaba sobre una escalinata de piedra. Al avanzar el día, la sombra iba "ascendiendo" por sus gradas. Isaías le va a enseñar al rey que para Dios no hay nada imposible.
Por supuesto, hacer retroceder la sobra es más "difícil" que curar una enfermedad. Que la sombra avance sobre las gradas no es difícil, porque eso es lo que sucede todos los días, así que Ezequías pide algo imposible: que la sombra retroceda sobre las gradas.
"Entonces el profeta Isaías invocó al Señor" (2 R 20:11).
El rey observa con atención cuando el profeta comienza a orar. Sus ojos se dirigen a los escalones del patio del palacio. Habían sido construidos por su padre, el rey Acaz. De niño, a Ezequías le encantaba subir y bajar esas escaleras. Conocía perfectamente cada escalón. Su padre había construido la escalinata imitando un gran reloj de sol que había en Babilonia. Al salir el sol, la sombra se proyectaba sobre el Este, y la sombra "descendía" sobre las gradas. Por la tarde, al bajar el sol del mediodía, la sombra "ascendía" por las gradas del lado Oeste. Cuando el profeta termina la oración, los ojos del rey se abren con asombro. Él ha observado miles de veces el recorrido de esa sombra. Primero descendía y luego ascendía. Esa mañana había visto la sobra haciendo su recorrido normal. Pero de pronto sucede algo; como las campanadas del famoso Big Ben de Londres a las 10 de la noche, o como el sonido de las dianas tributando el postrer saludo al héroe caído en batalla, o como los estruendos de los cañonazos que abren sus oscuras bocas para saludar a un navío visitante. Sólo que aquí no hubo cañonazos ni campanadas. No se trata de un milagro auditivo sino un milagro visual. El rey mira con admiración desde la ventana de su dormitorio y se ve cómo la sombra retrocede sobre una grada. Esa sombra que estaba "ascendiendo" ahora está "bajando". Segundos después, desciende otro escalón. Y así, uno a uno, como los golpes de orquesta en un gran final sinfónico, la sombra "desciende" diez escalones.
"Y él hizo que la sombra retrocediese diez gradas, por las gradas que había avanzado en la gradería de Acaz" (2 R 20:11).
Cuando el rey ve esto, se llena de alegría y paz. Espontáneamente, brota de su ser interior una oración de gratitud y alabanza a Dios, expresada en (Is 38:15): "¿Qué, pues, diré? Porque él me ha hablado, y él mismo lo ha hecho".
Ezequías expresa algo así como: "No tengo palabras para expresarlo. El lenguaje no puede expresar la gratitud que tiene mi corazón".
Luego agrega una frase profunda: "He aquí, fue por mi bien que tuve gran amargura" (2 R 20:17).
Por supuesto, recién ahora Ezequías comprende el propósito de sus angustias. Se da cuenta de que el creyente no sufre en vano o sin propósito; de que Dios tiene un propósito que se cumple; "que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a lo que son llamados conforme a su propósito" (Ro 8:28).
Y luego dice: "pero tú libraste mi vida del hoyo de la destrucción, pues has echado tras tus espaldas todos mis pecados" (2 R 20:17).
Al principio de su enfermedad, Ezequías apelaba al Señor justificándose en su fidelidad. Sin embargo, luego de su experiencia, ha aprendido algo más acerca de la misericordia y del perdón del Señor. Dios ha "echado sobre sus espaldas" los pecados de Ezequías, o sea que ya no hay manera de que los pueda ver. En el Nuevo Testamento, Santiago, recordando la experiencia de Job, escribe: "Habéis oído de la perseverancia de Job y habéis visto el propósito final del Señor, que el Señor es muy compasivo y misericordioso" (Stg 5:11).
Sabemos que Dios es quien está en el trono y que todo lo puede. Reconocemos que él nos ama, y que él escucha nuestra oración.
A los tres días, Ezequías "sube al templo". Al volver, en su rostro se ve la gratitud, la paz y la alegría de aquel que ha experimentado en su vida la bondad de Dios. Ya en el palacio, lanza una mirada más al lugar donde estaba su llaga. En su corazón repite las palabras del salmista: "El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias, el que rescata del hoy tu vida" (Sal 103:3-4).
Algunas acotaciones médicas sobre la enfermedad de Ezequías
El dolor de hueso es muy característico de las enfermedades graves y avanzadas, por ejemplo, de los tumores malignos que invaden los huesos. Esto ocurre, frecuentemente, como consecuencia de los cánceres de pulmón, mama y próstata. Algunos han pensado que lo que tenía Ezequías era una úlcera debida al ántrax cutáneo (conocido como "carbunclo"). Esta enfermedad puede ser mortal. Otra posibilidad sería una úlcera de la piel, poco frecuente en una persona de 39 años. El hecho de que la enfermedad pueda ser mortal sugiere un melanoma de piel extendido a los órganos internos. Esto explicaría los síntomas severos de dolor difuso y en los huesos.
La curación, sin embargo, no se debió a la aplicación de la pasta de higo, sino a la acción misericordiosa de Dios. En este caso, Ezequías debió esperar tres días para que el milagro se completara. La restauración perfecta del rey quedó demostrada por el hecho de que pudo ir a "la casa del Señor".
Posibles explicaciones sobre el retroceso de la sombra
Personalmente, no creo que el retroceso de la sombra se haya debido a una detención de la rotación del planeta, seguida de una rotación en sentido contrario. Tal acontecimiento hubiera provocado una catástrofe inimaginable. Parecería que el fenómeno fue algo local (2 Cr 32:31). Algunos han hablado de un efecto de "refracción de la luz", debido a una nube con ciertas características especiales. Por ejemplo, cuando colocamos un lápiz en un vaso con agua, parece quebrado debido a la refracción de la luz. La luna y el sol en el horizonte parecen mucho más grandes que cuando están en sus puntos más altos del firmamento. Alguien ha notado que, en los milagros, Dios siempre utiliza la máxima "conservación de energía".
Quizás lo más interesante para nosotros es darnos cuenta de que Dios hizo algo que no podemos explicar fácilmente pero sí lo podemos creer porque su Santa Palabra así lo enseña. H. L. Rossier dice: "Este milagro tiene un significado profundo. Expresa que Dios puede y estará dispuesto a cambiar el orden de la naturaleza y sus leyes que hace que el pecador esté sujeto a la muerte, para que él pueda obtener la salvación de sus amados. La muerte no tiene más su curso fatal".
Algunos comentaristas señalan que Ezequías hizo mal al pedirle a Dios más tiempo de vida, porque durante ese período nació su hijo Manasés, uno de los reyes más impíos de la historia de Judá. Sin embargo, el nieto de este rey impío, aunque luego convertido (2 Cr 33:12-13), va a ser el buen rey Josías, durante cuyo reinado hubo un gran avivamiento espiritual. Debemos remarcar que en (Mt 1:10), en la genealogía del Señor Jesucristo, se mencionan a Ezequías, Manasés, Amón y Josías. Sin la prolongación de la vida de Ezequías, esa línea hubiera quedado interrumpida. Una vez más, vemos la gracia de Dios levantando hombres fieles de padres impíos. Dios, en su misericordia, no nos va a dar nada que nos pueda perjudicar. Los padres no dan serpientes o escorpiones a sus hijos. Puede ser que su obrar parezca un "castigo", pero al final va a ser de bendición.
Algunos temas para la predicación y el estudio en grupos
Cuando Dios permite que suceda lo que no deseamos.
La soberanía de Dios que está más allá de nuestro entendimiento.
Dios enseña a través de las pruebas.
Los recursos de la fe cristiana frente a la enfermedad terminal.
Preguntas para reflexionar y discutir
¿Ha sufrido usted o alguna persona de su familia una enfermedad grave? ¿Cuáles son las sensaciones o sentimientos que surgieron en usted en esa situación?
Si usted o algún miembro de su familia ha sufrido una enfermedad grave, ¿de qué manera intentaron ayudarlo otros creyentes? ¿Cuáles de estas ayudas fueron útiles?
¿Qué aprendió usted a partir de esa situación?
¿Cuáles son las conductas que considera más aconsejables para acompañar a una persona que sufre una enfermedad terminal?
¿De qué manera deberíamos orar por un paciente con una enfermedad terminal?
Comentarios
Lidia Barrales Cruz (México) (28/10/2024)
Dios les bendiga y siga dando sabiduría, gracia y todo lo necesario, para seguir compartiendo estos estudios bíblicos con los cuales he aprendido mas, sobre la palabra de Dios.
Seyla Orellana (Honduras) (05/05/2024)
Hermosa exposición de la palabra del Señor.
Annie de Torrealba (Venezuela) (12/09/2023)
Excelente 👏 bendiciones hermano
Pablo Jhonatan Carhuaricra Pereda (Perú) (18/04/2021)
Muchas gracias, lo utilizaré en un mensaje, me gustó mucho era como leer un libro muy bueno, esos de que quieres que la historia no tenga final, muy bueno, gracias.
Yamilet Torrealba (Venezuela) (21/03/2021)
Me gustó esa enseñanza.
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