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Estudio bíblico: La copa que el Padre me ha dado - Juan 18:10-18

Autor: Luis de Miguel
España
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"La copa que el Padre me ha dado" (Juan 18:10-18)

Introducción

Nos encontramos todavía en el huerto donde Jesús iba a ser arrestado. La narración está llena de dramatismo, pero una vez más el evangelista nos quiere hacer notar la grandeza y la dignidad del Señor aun en aquellos difíciles momentos. En esta ocasión lo hace por contraste, al mostrarnos por un lado la fidelidad de Cristo a su Padre, en comparación con la infidelidad de Pedro; el amor que lleva al sacrificio a Cristo, frente a la cobardía y mentiras de Pedro a fin de protegerse.

Simón Pedro

(Jn 18:10) "Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco."
En esos momentos, Simón Pedro, fiel a su carácter impulsivo, tomó la iniciativa de sacar una espada y combatir a aquel grupo de soldados perfectamente equipados. Su actitud fue absurda a todas luces y nos muestra que los propósitos de Dios no se pueden lograr mediante reacciones irreflexivas.
Pedro creía que la fuerza armada debe ser enfrentada con la fuerza armada, pero esto resultaba cómico en aquellos momentos, debido a la aplastante superioridad numérica y de armamento de sus oponentes. Con su temeraria acción pudo haber iniciado una batalla que podría haber concluido con la muerte de todos los discípulos, justo lo que el Señor quería evitar.
Si Cristo había derribado a toda la compañía con una palabra, ¿qué necesidad había de usar las armas? ¿Por qué no dejar que el Señor hiciera lo que estaba haciendo en lugar de tomar la iniciativa de intentar abrirse paso a golpes?
Pedro estaba invirtiendo localmente los papeles. Jesús acababa de decir que de los que el Padre le había dado no había perdido a ninguno, dando a entender claramente que él era el protector de sus discípulos, pero Pedro, lejos de aceptar este hecho, creyó que era él quien debía proteger al Señor; pero Cristo no necesita nuestra protección, sino nosotros la suya. En esos momentos lo que Pedro debería haber hecho era irse, tal como el Señor le había mandado, en lugar de enfrentarse en solitario contra aquella compañía.
Cortar la oreja de Malco, el siervo del sumo sacerdote, fue una acción carnal que podía comprometer la causa de Jesús. No olvidemos lo que más tarde le dijo a Pilato en su defensa: "Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí" (Jn 18:36). No lo olvidemos, el Señor nunca aceptó que la fe se pueda probar por la espada; un hecho ampliamente olvidado durante muchos periodos de la llamada Cristiandad. Si el Señor hubiera elegido ese camino, no se habría valido de sus débiles discípulos, sino que le habría pedido al Padre "doce legiones de ángeles" (Mt 26:53).
Pedro no había comprendido la misión de Jesús. Él no iba a triunfar dando muerte a otros, sino entregándose a sí mismo para traer vida al mundo. En realidad, lo más grave del gesto de Pedro estaba en que él quería impedir la misión con la que Cristo había venido a este mundo, que no era otra que "dar su vida en rescate por muchos" (Mr 10:45). Pedro se obstinaba en seguir viendo la muerte de Cristo como un fracaso, y una vez más intentaba impedirlo (Mt 16:21-23).
No hay duda de que Pedro actuó en un vano intento de proteger al Señor y mostrarle su fidelidad. Él veía a Jesús como un líder al que se le debe total lealtad y que tiene el derecho a todo sacrificio de sus súbditos. Pero el Señor no era ese tipo de líder tan común en nuestro mundo, y por eso rechazó inmediatamente este tipo de manifestaciones. No importaba que lo estuviera haciendo con todo su corazón y con un celo indudable; el Señor no lo iba a aceptar.
En cuanto al hecho de que Pedro cortara la oreja de Malco, el siervo del sumo sacerdote, debemos pensar en algunos detalles.
Seguramente Malco no era un sirviente más a las órdenes del sumo sacerdote, sino el que encabezaba aquella comitiva con la plena autoridad del líder religioso. Por esa razón estaba al frente y fue a quien Pedro embistió. Atacar de este modo al siervo de la máxima autoridad religiosa y política de los judíos traería consecuencias indeseadas para la causa de Cristo.
El hecho de que le cortara la oreja derecha quiere decir que no era muy diestro en el uso de la espada, puesto que indudablemente su intención era cortar más que la oreja, pero falló, o quizá fue esquivado hábilmente por Malco.
Los pequeños detalles que encontramos en este relato, como que fue la "oreja derecha", o que el hombre herido fue "Malco, el siervo del sumo sacerdote", ponen de relieve que el autor de este evangelio fue un testigo ocular de los eventos, y que recordaba aun detalles pequeños.
Aunque los cuatro evangelistas recogen este incidente, sólo Juan da los nombres de Pedro y de Malco. Seguramente esto fue así porque este evangelista escribió tardíamente, cuando Pedro ya estaba muerto y su nombre podía mencionarse con seguridad, sin peligro de que se tomaran represalias contra él.
Lucas nos dice que la oreja de Malco fue inmediatamente restaurada por el Señor (Lc 22:50-51). Este último milagro de Jesús antes de su muerte debería haber servido para detener a aquellos que pretendían arrestarle, pero no fue así, sino que cegados y endurecidos por su pecado, demostraron una vez más la verdad de lo que Juan había escrito en su evangelio: "Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él" (Jn 12:37).

"La copa que el Padre me ha dado"

(Jn 18:11) "Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?"
Como hemos dicho, el arrebato de valentía de Pedro, no sólo fue inútil, sino también una negación de la obra que el Señor había venido a realizar, por eso fue cortado en seco: "Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?".
El Señor no estaba buscando defensores ni estaba tratando de huir, en lugar de eso se estaba preparando para beber íntegramente la copa que el Padre le había ordenado.
La actitud de Jesús fue de aceptación completa de la voluntad del Padre. Desde el principio hasta el final de su vida todas sus acciones estaban dedicadas a la obediencia a su Padre, y su muerte habría de ser el acto principal de esa carrera.
Por supuesto, Cristo podría haber evitado su muerte, pero eso es otra de las cosas que hacen grande su obra. En su caso no se trataba de la resignación ante lo inevitable, sino de su sumisión voluntaria ante lo evitable. Sufrir por lo que no se puede evitar no tiene mérito, pero aceptar el sufrimiento que es evitable por amor a otros, esto sí que lo tiene.
La alusión que Jesús hace a la "copa" es también una referencia a su oración en Getsemaní, aunque Juan no la recoge en su evangelio (Mt 26:39-42) (Mr 14:35-36) (Lc 22:41-44). Con esto se refería a la angustia de la cruz, con todos los sufrimientos físicos y espirituales por los que pasaría al cargar sobre sí mismo la culpabilidad del pecado del mundo.
La metáfora de la "copa" se usa varias veces en el Antiguo Testamento, contrastando la copa de juicio con la copa de bendición. Por ejemplo, Isaías hace referencia a la copa de ira que Jerusalén había bebido por causa de sus pecados (Is 51:17). Jeremías y Zacarías hablan de la ira de Dios en términos de una copa de juicio que tendrían que beber sus enemigos (Jer 25:15-28) (Zac 12:2). Y esta copa de juicio es la que Jesús se disponía a apurar ahora.
Finalmente, cada persona que ha pasado por este mundo beberá una de estas dos copas. Si ha aceptado a Jesús como su Salvador por medio del arrepentimiento y la fe, beberá la copa de bendición (Sal 23:5), pero si lo despreciaron y no lo quisieron, beberán la copa del juicio de Dios por sus pecados.

"Prendieron a Jesús y le ataron"

(Jn 18:12) "Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron,"
Nuevamente se mencionan todos los que estaban participando en el arresto de Jesús: "la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos". Es interesante notar que aquí se incluye también al tribuno romano que dirigía la compañía de soldados. Por lo demás, vemos la misma combinación de poderes civiles y religiosos, de judíos y gentiles, que ya comentamos anteriormente (Jn 18:3). Y aunque unos y otros tenían intereses muy diferentes, todos veían en Jesús un peligro común. Así que todos por igual iban a tener su parte en la muerte de Jesús del mismo modo que ahora la estaban teniendo en su arresto.
Uno de los detalles que el evangelista Juan añade es que después de prender a Jesús "le ataron". Esto es interesante porque nos muestra en primer lugar que él no opuso resistencia. Si hubiera querido podría haber roto aquellas cuerdas del mismo modo que lo hizo en otro tiempo Sansón, "como lino quemado con fuego" (Jue 15:13-14). Pero él se dejaba aprisionar voluntariamente.
Pero por otro lado, no hay duda que se nos está presentando aquí a Jesús como "el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1:29). Y como tal, "no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca" (Is 53:7). Ya había conseguido que sus discípulos quedaran libres y ahora se disponía a entregar su vida voluntariamente.
Desde este punto de vista, el hecho de ser atado nos recuerda a las víctimas que también eran atadas a los cuernos del altar para ser examinadas y después sacrificadas (Sal 118:27). Y eso era lo que en esos momentos iba a suceder. Primero el sumo sacerdote examinaría la víctima para determinar su pureza y después sería sacrificada (Lv 17:5).
Además, también podemos recordar el momento en que Abraham ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar (Gn 22:9). Todo lo que ahora sucedía con Cristo era para que se cumplieran aquellos tipos y profecías que se habían dicho acerca de él.

Jesús es llevado ante el sumo sacerdote

(Jn 18:13) "y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año."
Los cuatro evangelios ofrecen un relato común acerca de lo que pasó a partir de este momento, aunque Juan siempre introduce algunos detalles que los otros no comentan. En cuanto a las líneas generales, veremos que Jesús fue conducido al palacio del sumo sacerdote. Juan nos dice que primero fue interrogado por Anás y luego por su yerno Caifás. El primer interrogatorio parece que fue más informal, tal vez mientras se buscaban a otros miembros del Sanedrín y los testigos que acusaran a Jesús. Luego hubo otra sesión en la casa de Caifás a la que se unieron otros miembros del Consejo, y una tercera sesión al romper el alba en el que fueron convocados todos los principales sacerdotes, ancianos, escribas para confirmar su culpabilidad. Después de esto sería llevado ante Pilato, donde comenzaría el juicio de los gentiles contra Jesús. Tanto entre los judíos como entre los gentiles, Jesús fue objeto de burlas y desprecios. En el juicio religioso judío, Jesús fue acusado de blasfemia al confesar que era el Hijo de Dios, mientras que en el juicio civil ante los romanos se le acusó de ser enemigo de César.
Son evidentes las prisas y la premura con la que las autoridades judías llevaron a cabo todas aquellas reuniones durante la noche. Todo esto estaba calculado para impedir que las multitudes tuvieran tiempo de reaccionar antes de que Jesús fuera entregado a Pilato.
Pero volvamos a nuestro texto. En primer lugar se nos dice que "le llevaron primeramente a Anás". Seguramente el paso de los hombres armados por las calles silenciosas de Jerusalén en la noche, debió despertar de sus sueños a muchos que dormían, y que se acercarían apresurados a las ventanas para ver qué era lo que estaba pasando, seguramente sin llegar a saber a ciencia cierta que llevaban preso a Jesús.
Cuando llegaron a casa del sumo sacerdote, suponemos que los soldados romanos regresaron a su cuartel en la Fortaleza Antonia, seguramente sin llegar a entrar en el patio del sumo sacerdote para no contaminarlo. Por lo tanto, a partir de este punto eran los alguaciles de los judíos quienes se encargaron de llevar a Jesús ante Anás.
Probablemente Anás esperaba impaciente el resultado de aquella expedición de medianoche. Estaría nervioso preguntándose por el desenlace: ¿Lo habrían encontrado? ¿Opuso resistencia? ¿Consiguieron apresarle? ¿Se interpusieron sus seguidores? Todos estos pensamientos pasarían por su mente, hasta que el ruido de las armas en el patio y el informe de Malco le aseguraron que Jesús estaba por fin en su poder.
De Anás se nos dice que "era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año". No obstante, Lucas nos dice que él también era sumo sacerdote (Lc 3:2) (Hch 4:6). ¿Por qué había varios sumos sacerdotes si la Ley decía que sólo debía haber uno?
La explicación es que en la época que nos ocupa el sumo sacerdote no lo era hasta la muerte, tal como ocurría en el Antiguo Testamento (Nm 35:25), sino que eran depuestos con frecuencia por los gobernadores romanos. Por ejemplo, Anás fue sumo sacerdote desde el año 6 al 15 d.C., siendo depuesto por el gobernador Valerio Gratus, predecesor de Pilato. No obstante, Anás siguió ejerciendo una enorme influencia llegando a colocar en el cargo a cinco de sus hijos, su yerno Caifás, y un nieto. Por supuesto, conservar tal monopolio familiar demandaba sobornos y corrupción, pero Anás sabía bien cómo hacerlo. Una de sus fuentes de ingresos estaba en la explotación a la que sometía a los adoradores que venían al templo, consiguiendo una porción considerable de beneficios del precio al que se vendían en el Patio de los Gentiles los animales autorizados para los sacrificios, y de las tasas que cobraba a los cambistas por el cambio de monedas extranjeras a la moneda judía, la única en la que se podía pagar el impuesto del templo. Todo esto le había servido para amasar una gran fortuna con la que consiguió mantener a toda su familia en el poder. En los evangelios la familia de los sumos sacerdotes es conocida por su orgullo, avaricia y corrupción.
Así que, aunque en estos momentos Anás ya no era el sumo sacerdote en funciones, seguía disfrutando de toda la dignidad del cargo, habiéndose convertido para muchos en el auténtico líder en la sombra. Además, es probable que habitaba con su yerno Caifás en el mismo recinto, compartiendo el patio central, de ese modo, una vez allí sería fácil trasladar a Jesús de una casa a otra sin tener que andar por la ciudad. Esto se deduce del hecho de que Pedro se estaba calentando en un fuego en el patio de Anás y cuando fue llevado a la casa de Caifás volvemos a verle junto al mismo fuego en el mismo atrio (Jn 18:18,25).
Suponemos que mientras Jesús fue interrogado por Anás, su yerno Caifás estaría ocupado convocando a los miembros del Sanedrín para una reunión extraordinaria de urgencia.
No cabe duda de que Anás habría deseado desde hacía tiempo tener a Jesús en esa posición. No soportaba que hubiera limpiado en dos ocasiones el templo, expulsando a los cambistas y a los que vendían animales dentro de aquel recinto sagrado dedicado a la oración (Mt 21:12-17) (Mr 11:15-19) (Lc 19:45-48) (Jn 2:13-17). En aquellos momentos había sentido amenazados sus intereses y había soñado con el día en el que podría recrearse en la ruina de este profeta de Galilea que había osado desafiar su control del templo y había denunciado el uso que hacía de él.

"Convenía que un solo hombre muriese por el pueblo"

(Jn 18:14) "Era Caifás el que había dado el consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo."
Juan introduce aquí una nota parentética para explicar que Caifás era "el que había dado el consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo". Esto se refiere al incidente registrado en (Jn 11:49-52).
¿Por qué se menciona esto aquí? Para mostrarnos que Jesús no fue condenado por algo que hubiera hecho mal, sino porque "debía morir por el pueblo". Por lo tanto, la muerte de Jesús obedecía a motivos superiores de acuerdo a los designios de Dios. Tal como había sido profetizado, era un hombre quien debía morir por el pueblo (Is 53:12), y así sucedió con Cristo (1 P 2:24) (1 P 3:18) (He 2:9).
Por supuesto, también podemos ver la crueldad del poder religioso de aquellos días en Jerusalén, y también nos anticipa que el juicio al que vamos a asistir no era sino una farsa, puesto que la sentencia se había establecido de antemano sin consideración alguna de las evidencias o testimonios que pudieran existir a favor de Jesús. El juez ya había determinado la sentencia antes de que el juicio se llevara a cabo. Caifás había estado tramando la muerte de Jesús desde hacia mucho tiempo y por fin iba a tener la oportunidad de cumplir sus deseos.

"Y seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo"

(Jn 18:15-16) "Y seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Y este discípulo era conocido del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo sacerdote; mas Pedro estaba fuera, a la puerta. Salió, pues, el discípulo que era conocido del sumo sacerdote, y habló a la portera, e hizo entrar a Pedro."
Una vez que Jesús fue arrestado, "todos los discípulos, dejándole, huyeron" (Mt 26:56). Aun así, parece que en algún momento Pedro se detuvo, y después de algunos instantes de vacilación, cambió de parecer y regresó para ver qué ocurría con su Señor. No fue el único que lo hizo, se nos dice que hubo "otro discípulo" con el que se unió en este propósito.
Ambos llegaron hasta la casa del sumo sacerdote, pero el "otro discípulo", que "era conocido del sumo sacerdote, entró con Jesús al patio del sumo sacerdote". Seguramente logró entrar junto con alguna parte de la compañía que regresaba con Jesús, mientras que Pedro, que "le seguía de lejos" (Mt 26:58) quedó "fuera, a la puerta", hasta que el "otro discípulo habló a la portera, e hizo entrar a Pedro".
En cuanto a la identidad del "otro discípulo", se ha especulado mucho sobre ella, pero lo más probable es que se trate una vez más de Juan, el autor del evangelio, que como ya nos tiene acostumbrados, cada vez que aparece en la escena oculta su identidad (Jn 13:23-25) (Jn 19:26) (Jn 20:2,3,4,8) (Jn 21:7,20). Por lo tanto, sería el mismo que en otras ocasiones es presentado como "el discípulo al que amaba Jesús".
Debemos tener en cuenta que todos los indicios apuntan a que se trataba de uno de los discípulos de Jesús que unos momentos antes lo habían abandonado cuando fue arrestado. También vemos que en muchas de las citas que acabamos de mencionar aparece junto a Pedro, y también los encontramos juntos en numerosas ocasiones, tanto en los evangelios como en el libro de los Hechos (Mr 5:37) (Mr 9:2) (Mr 13:3) (Mr 14:33) (Lc 22:8) (Hch 3:1) (Hch 4:13) (Hch 8:14).
En cuanto a la razón por la que este discípulo "era conocido del sumo sacerdote", se han han hecho muchas conjeturas sin poder probar ninguna de ellas. Se han sugerido lazos comerciales o familiares, pero podría ser cualquier otra razón. En todo caso vemos que disfrutaba de cierta libertad para moverse por el patio del sumo sacerdote e invitar a otros a entrar en él.
Como ya hemos comentado, este patio podía conectar dos alas separadas del mismo palacio en el que vivían Anás y Caifás. Este mismo patio sería el que Jesús atravesó cuando más tarde fue trasladado, y donde la mirada de Pedro y el Señor se cruzaron (Lc 22:61).
En este punto debemos preguntarnos si Pedro y Juan hicieron bien en seguir a Jesús hasta la casa del sumo sacerdote. Recordemos que el Señor había dicho a Pedro: "A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después" (Jn 13:36). Por lo tanto, la decisión de Pedro fue contraria a lo que el Señor le había dicho. No hay duda de que Pedro no aceptó las palabras del Señor porque confiaba demasiado en sus propios recursos, razón por la que pronto se vería en una situación de la que no saldría airoso. No podemos dudar de su amor hacia el Señor, pero tenía un grave problema; desconocía sus propias debilidades.
También podemos preguntarnos si Juan hizo bien en invitar a Pedro a entrar al patio del sumo sacerdote. La verdad es que con frecuencia nos encontramos con este tipo de bondad bien intencionada, pero que a la larga crea problemas y pone en peligro a las personas. En esos casos es mejor aprender a decir que no a algunas de las peticiones que recibimos.

"¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?"

(Jn 18:17) "Entonces la criada portera dijo a Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Dijo él: No lo soy."
La joven muchacha que servía como portera hizo una pregunta comprometedora a Pedro: "¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?". Es difícil saber el tono y propósito de la pregunta, pero lo que está claro es que había alguna razón que le hacía sospechar la relación de Pedro con Jesús, a quien se refería de manera despectiva como "este hombre".
En cuanto al momento en que la criada hizo la pregunta parece que fue justo cuando Pedro estaba entrando al patio del sumo sacerdote. En esa coyuntura, si quería tener acceso, debería negar cualquier vínculo con Jesús, así que, empeñado en seguir adelante con sus planes, tuvo que negar que era un discípulo: "Dijo él: No lo soy". Sólo de este modo pudo entrar para estar con la compañía que un rato antes había prendido a Jesús.
Su negación se contrasta claramente con la afirmación que poco antes había hecho el Señor ante los que habían ido a prenderle: "Yo soy" (Jn 18:5). Es significativo notar que en el caso de Pedro esta primera negación no tuvo lugar ante un fuerte y temible soldado, sino ante una joven criada. Ahora que estaba solo ante el peligro, ya no presentaba la valentía y arrogancia que antes había manifestado al sacar su espada y cortar la oreja de Malco, el siervo del sumo sacerdote. Ahora tenía miedo ante las posibles consecuencias que tendría confesar que era partidario del preso.
En este punto no sabemos si Juan todavía estaba allí con Pedro, puesto que no se le vuelve a mencionar. Tal vez, como era conocido del sumo sacerdote, fue a alguna dependencia interior con el fin de obtener información acerca del proceso contra Jesús para más tarde transmitírsela a Pedro.

Pedro se calentaba en el fuego con los enemigos de Jesús

(Jn 18:18) "Y estaban en pie los siervos y los alguaciles que habían encendido un fuego; porque hacía frío, y se calentaban; y también con ellos estaba Pedro en pie, calentándose."
Algunos de los hombres que habían tomado parte en el arresto de Jesús se habían agrupado alrededor de una lumbre, seguramente comentando algunos de los incidentes que habían tenido lugar durante la noche. Tal vez hablaron de lo que sintieron cuando Jesús se identificó con aquellas palabras que les hicieron retroceder y caer hacia atrás, o de aquel discípulo que había cortado la oreja de Malco y cómo Jesús la había sanado inmediatamente.
Mientras tanto, en medio de aquel patio estaba Pedro, buscando algún lugar donde camuflarse y pasar desapercibido, así que decidió unirse a aquel grupo que se calentaba en el fuego. Allí, mezclado con los sirvientes y oficiales, haría todos los esfuerzos posibles para que no se descubriese su relación con Jesús. ¿Cómo reaccionaría a los comentarios que aquellos hombres hicieran sobre Jesús? ¿Se callaría o se identificaría con ellos en sus burlas y desprecio hacia su Señor? ¿Sería capaz de defender a Jesús en algún momento de la conversación? Podemos imaginarnos la angustia de Pedro mientras en aquella fría noche se calentaba en el fuego con ellos. Lo más sencillo habría sido irse, pero seguramente no lo hizo en la esperanza de saber lo que ocurría dentro del palacio con su Maestro.
Mala cosa es querer calentarse en la compañía de aquellos que desprecian a Jesús, pero allí estaba Pedro, que lejos de amilanarse después de la mentira que acababa de decirle a la criada portera, siguió adelante en su unión con el mundo. Y, como ya sabemos, una mentira conduce inevitablemente a la siguiente. El pecado ata progresivamente al pecador, y cada fracaso hace más difícil revertir la tendencia. Así que Pedro tenía que continuar con la farsa y ocultar su verdadera relación con Jesús.
Podríamos decir que Pedro estaba en el lugar equivocado, con las personas equivocadas y en el momento equivocado. ¿Cómo había llegado a eso? Fundamentalmente porque no escuchó las advertencias de Jesús y porque creyó que él era más fuerte de lo que realmente era.
Tal vez Pedro pensó que podía entrar en aquel patio y mantenerse en una posición neutral. No se declararía como discípulo de Jesús, pero tampoco hablaría contra él. Pero en la vida espiritual no existe tal posición. No hay una zona intermedia entre la luz y las tinieblas, entre la libertad y la esclavitud. Pedro iba a aprender pronto que cuando el creyente se calienta junto al mundo, siempre corre el peligro de quemarse.
Ahora bien, parece que el evangelista quiere mostrar cierto paralelismo con lo que previamente había ocurrido con Judas. Del traidor dijo: "Estaba también con ellos Judas" (Jn 18:5), mientras que ahora dice de Pedro: "también con ellos estaba Pedro" (Jn 18:18). Aparentemente ambos eran iguales; ambos fallaron al Señor en los momentos decisivos, pero también es cierto que había grandes diferencias entre ellos. Mientras que Judas siguió por el mismo camino, Pedro se arrepentiría y sería restaurado por el Señor. Esta es una de las diferencias fundamentales entre un verdadero creyente y un incrédulo.
Cuando nos damos cuenta que fue Pedro quien negó al Señor, aquel que de alguna manera era uno de los más destacados apóstoles, aprendemos que también cualquiera de nosotros podemos caer si nos separamos del Señor. Él se había jactado de ser mejor que sus condiscípulos cuando, comparándose con ellos, dijo: "Aunque todos se escandalicen, yo no... Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré" (Mr 14:29-31). Pero aunque el Señor intentó advertirle, él tomó a la ligera aquella prueba que todavía no había enfrentado, calculó mal su fuerza de voluntad y valor, y por lo tanto, confió en sí mismo en lugar de descansar en la fuerza y fidelidad de Dios. Y esto es lo mismo que nos pasa a nosotros cuando nos entregamos a tal exceso de confianza en nosotros mismos, cuando nos sentimos invulnerables porque somos fuertes, tenemos dones, sabiduría, ocupamos puestos de relevancia dentro de la iglesia? Ese es el camino seguro a la caída.
Pedro no había tenido en cuenta cuál debe ser la actitud del hombre bienaventurado del que hablaba el Salmo 1. De él se decía que "no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado" (Sal 1:1). Pero Pedro había hecho todo lo contrario, y allí, junto a aquellos enemigos del Señor, descubrió que no podía ser un fiel discípulo, ni sería bienaventurado, sino que sería "como el tamo que arrebata el viento" (Sal 1:4), arrastrado por la tentación.

Comentarios

Colombia
  Alexander Joseph Rotondano Ospino  (Colombia)  (05/03/2023)

Si Juan fue imprudente en invitar a Pedro a qué entraste al patio ¿Cómo se iba a cumplir lo que el Señor dijo: antes de que el gallo cante Pedro lo habría de negar tres veces?

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