Estudio bíblico: La gloria del viejo pacto - Exodo 34:29-35
La gloria del viejo pacto (Exodo 34:29-35)
Palabras introductoras
El pasaje que estamos considerando recoge simbólicamente, mediante la refulgencia del rostro de Moisés, la gloria espiritual de la revelación del Sinaí, especialmente la que Dios dio de sí mismo. Por ello, es conclusión adecuada a los capítulos 32-34. Pero este incidente es conocido, sobre todo, por el uso que Pablo hace de sus enseñanzas en (2 Co 3:1-4:6), donde contrasta el antiguo con el nuevo pacto para mostrar la supremacía del segundo.
La refulgencia de Moisés (Ex 34:29-30)
La mención de "las dos tablas del testimonio" en manos de Moisés junto con el resplandor de su rostro sirven para ilustrar la gloria del pacto antiguo.
La palabra "resplandecía" responde a una expresión hebrea, peculiar a este pasaje, que significa emitir rayos, relacionada con la palabra para "cuerno" (que ampliaremos en seguida), lo que llevó a algunos pintores a caracterizar a Moisés con rayos y dos cuernos.
El pasaje más cercano a este lo encontramos en (Hab 3:4): "Y el resplandor fue como la luz; rayos brillantes salían de su mano, y allí estaba escondido su poder". De la misma manera que el sol naciente se rodea de una radiación espléndida, así al Señor se le caracteriza como cercado de rayos a ambos lados. No nos es difícil ver la semejanza con Moisés. Basta con verle al pie del monte para ser llevados a pensar en la descripción que de Dios hace Habacuc (véase también (Dt 33:2). Pero tras el brillo divino encontramos su ser esencial; tras el ropaje que le engalana hallamos "su poder"; la refulgente descripción nos hace pensar en su santidad: "Dios vendrá de Temán, y el Santo desde el monte de Parán. Su gloria cubrió los cielos, y la tierra se llenó de su alabanza" (Hab 3:3). Es la inalterable perfección que confirma que "Dios es luz y en él no hay tinieblas". No le será difícil al lector entender las semejanzas y los contrastes a la vez que la fuente de donde surgía la apariencia del mediador, o sea, del Dios invisible.
La palabra hebrea "qaran", cuando aparece por primera vez en la Biblia, es para referirse a los cuernos del animal ofrecido en lugar de Isaac (Gn 22:13); siguen gran número de citas acerca de los cuernos del altar de incienso y sobre todo del de sacrificios, los cuales habían de ser rociados con sangre (Ex 29:12) (Ex 30:10). Hace referencia asimismo al cuerno con aceite cuya unción separa y capacita para tareas de gobierno (1 S 16:1,13), o el que llama al pueblo para una batalla cuyo resultado victorioso ya había sido prometido por el Señor (Jos 6:5). En muchos casos se traduce con la palabra "poder", que pertenece al Señor y experimentan sus siervos (Sal 18:2) (Sal 92:10). Esta pequeña síntesis de pasajes y usos de la palabra "qaran" nos ayuda a entender mejor.
Nosotros diríamos hoy que el resplandor o la gloria se asocia con el poder de Dios, manifestado en nosotros mediante las poderosas operaciones del Espíritu Santo, en el hombre interior, sobre la única base del sacrificio de la cruz. Inevitablemente somos llevados a enfrentar a un enemigo poderoso pero vencido; se nos capacita para hacerle frente y prevalecer. ¡Cuán distinto este "cuerno de salvación" del poder que los israelitas pretendían plasmar mediante el becerro! ¡Un buey que come hierba! El texto de Éxodo, luego de hablamos del resplandor nos dice: "después que hubo hablado con Dios". Hay una especie de confidencia de la comunión a la que Moisés había sido admitido y la gloria de la que fue testigo (2 Co 3:18). Y no sólo habló, sino que escuchó al Señor.
La Septuaginta traduce "qaran pordoxázoo" en los tres lugares donde aparece el resplandor en este pasaje (versículos 29, 30 y 35), que en la voz pasiva, como ocurre aquí, significa ser estimado, ser glorificado, resplandecer. La voz pasiva sin duda tiene como sujeto a Dios; él y ningún otro producía aquella gloria. Moisés sólo era receptor. Es aleccionador seguir la traducción de esta palabra en la versión LXX, para ver, por analogía, qué pudo significar para Moisés este ser glorificado como mediador. En (Dt 33:16-17) hallamos la frase "príncipe (doxastheis) entre sus hermanos", aplicado en aquel caso a José, pero que usamos para ilustrar la posición de Moisés en relación con quien le llamó desde la zarza, el Dios que mantiene una relación permanente con sus siervos y con su pueblo, que los sacó de Egipto y los llevará a Canaán. Otras maneras de traducirlo que vienen al caso son: glorificar (1 Cr 17:18); "estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza" (Is 49:5); "el Santo de Israel que me ha honrado" (Is 55:5). Estos usos de la palabra "doxázoo" nos recuerda de la preeminencia, credenciales, privilegios, estimación y honor que disfrutó Moisés ante el pueblo.
Aquella gloria, que sólo era la "espalda" de Jehová, fue suficiente para que el pueblo temiese (versículo 30). Sin duda lo asociaron con lo que habían contemplado desde el pie del monte anteriormente (Ex 19:16). Había un sentido de culpa, y Moisés aparecía como mensajero flameante; el temor les incapacitaba tanto como la tez brillante de Moisés (2 Co 3:7). Una lección valiosa es leer que Moisés "no sabía ... que la piel de su rostro resplandecía", que nos dice sólo que Josué no subió con él en esta ocasión sino sobre todo de su grandeza espiritual. El hombre de Dios es consciente de su pequeñez (Jn 1:21) y pecaminosidad (1 Ti 1:15); su verdadera atención no está en sí mismo, sino en la contemplación de la gloria de Dios. ¡Una ilustración válida de (Nm 12:3)!
La autoridad de Moisés (Ex 34:31-32)
Tras la "estampida" del pueblo se hizo necesario llamarles para que volvieran. Es un llamado que aquieta los corazones mientras los solemniza y prepara para escuchar. Significativamente Moisés mantiene el orden establecido y conversa primero con "Aarón y todos los príncipes de la congregación" (versículo 31). Luego "se acercaron todos los hijos de Israel, a los cuales mandó todo lo que Jehová le había dicho en el monte Sinaí". Su autoridad descansa en la Palabra del Señor, no siendo la gloria de su rostro otra cosa que credencial de dicha autoridad; su labor de mediador es adecuada porque es ejercida con fidelidad a lo dicho por el Señor. Todo el pueblo debe sujeción a Dios, y los guías de la nación tienen mayor responsabilidad.
El velo de Moisés (Ex 34:33-35)
"Masweh" es el título para describir el velo usado por Moisés. Aparece en tres ocasiones en este pasaje y en ninguna otra parte del Antiguo Testamento. "Se distingue del velo utilizado por las mujeres (Gn 24:65) (Gn 38:14), del manto femenino (Rt 3:15) (Is 3:22), y del "radid" (Cnt 5:7). Tal vez hemos de pensar en una prenda masculina para cubrir el rostro propia de la península de Arabia" (Jamieson).
Sin embargo, más importante que describir el diseño es considerar su uso. Moisés se quitaba el velo al entrar en la presencia del Señor, cosa que tendría lugar en la tienda de reunión, puesto que aún no había sido erigido el tabernáculo. Nada más adecuado que este gesto, ya que ante el Creador omnisciente aparecemos sin velo. Nada le es oculto, por tanto, nada sería más inadecuado y fuera de lugar que velar lo que somos. Resulta clara la necesidad de hablar a Jehová "a cara descubierta" para recibir la comunicación de su gloria, siendo evidente asimismo la disminución gradual del resplandor. No obstante la gloria del antiguo pacto no estaba vacía de contenido, quedando cubiertas las necesidades de Israel, simbolizado esto por el rostro brillante de Moisés. Pero todo creaba una tensión hacia algo que vendría en el futuro, un estado más permanente y definitivo. La gloria perecedera de la ley contrasta con la gloria más elevada e imperecedera del evangelio. La gloria era transitoria, y la revelación del Antiguo Testamento mira a su pleno cumplimiento en Cristo. Llegado "el cumplimiento del tiempo" vemos a Jesús transfigurado con una gloria inherente, no conferida ni pasajera, reflejo de la misma esencia de Dios; y Jesús es el Mediador de un mejor pacto establecido sobre mejores promesas (He 8:6).
La versión LXX da la impresión de que Moisés se ponía el velo cuando hablaba con el pueblo. Tal como lo tenemos en castellano (RV-60), que parece confirmar el texto hebreo, el velo era puesto después de hablar con Israel, ya que "los hijos de Israel ... veían que la piel de su rostro era resplandeciente" (versículo 35), y fue cuando "acabó Moisés de hablar ... (que) puso un velo sobre su rostro" (versículo 33). Objetivamente el velo apuntaba al fin de la ley y al cumplimiento de todas las promesas en Cristo. Sin embargo, cuando se mantenía la mirada en la gloria del Sinaí, los que no eran llevados contritos al Cristo del cual la ley era "ayo" se encontraban con un sistema de condenación sin esperanza, surgiendo entonces subjetivamente los velos de un corazón endurecido e incapaz de llevar su realidad pecaminosa al sacrificio de sangre que apuntaba a la cruz.
Contrastes y semejanzas con 2 Corintios 3:1-4:6
No nos es posible hacer un estudio exhaustivo del tema, y quizá tampoco sería adecuado en este lugar. Pero dada la relación indudable de este pasaje de Éxodo con aquél no es posible soslayar el tema, así que, con las limitaciones anunciadas y de forma sintetizada pasamos a exponer algunos pensamientos.
Son contrastadas dos formas diferentes de grabar la voluntad de Dios. En un caso "tablas de piedra" (Ex 34:4), lo que supone obediencia a una norma externa; en el otro caso "en tablas de carne del corazón" (2 Co 3:3), lo que convierte a los creyentes en "epístolas vivientes", leídas por los hombres, que, además, obedecen por amor y en el poder del Espíritu Santo.
Como ya hemos explicado, el resplandor glorioso no deja de ser figura de la antigua dispensación, y Pablo nos dirá que "el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria", que "el ministerio de condenación fue con gloria", y que "lo que perece tuvo gloria" (2 Co 3:7,9,11). Pero al mismo tiempo leemos que "aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente" (2 Co 3:10), preguntándose Pablo: "¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?" (2 Co 3:8). No cabe duda que el antiguo pacto contiene un grado notable de revelación, pero esta gloria queda pálida ante la plena luz del evangelio. En los postreros días Dios nos ha hablado "por el Hijo" (He 1:1-2); el Verbo llegó a ser carne, revelándonos a Dios habiendo salido del seno del Padre (Jn 1:1,14,18) (Jn 14:9).
La obra que el Hijo de Dios realizó vivifica, justifica, procura todo cuanto surge de las fuentes inagotables de la resurrección (mediante las operaciones del Espíritu santo) y permanece. Damos gracias a Dios por la forma maravillosa en que preparó el escenario para el evangelio, y quedamos mudos de asombro ante su revelación, que, sin ser completa ni definitiva mostraba tal gloria. Pero, ¿qué diremos, aparte de expresar la gloriosa adoración de nuestros corazones, ante la dispensación del Espíritu que supone solventar definitivamente el problema del pecado mediante la solución que brota "del mismo corazón de Dios"?
Llegamos a los diferentes pensamientos sugeridos por el "velo" que cubría el rostro de Moisés:
1. Es figura de la naturaleza preparatoria de las ordenanzas mosaicas, cada una de las cuales "cubría" algún significado espiritual, mirando todo ello a Cristo (Ro 10:4).
2. Aunque no todos los judíos, sí la mayoría evitaban quitar el velo adentrándose en el significado espiritual, dejando, de este modo, de contemplar su cumplimiento. Convirtieron la revelación que transforma en una cosificación donde no había ni luz ni vida. Leyeron las promesas divinas a la luz de las imágenes sensibles que tenían en su mente, sobre el fondo de bienes temporales, cuya consecución cebaba sus corazones. En suma, no despojaron su entendimiento del ropaje humano para percibir la realidad divina ¿Cuál fue la consecuencia? La aparición del Hijo de Dios les "deslumbró", porque esperaban al Hijo de David en lugar de a la "raíz de David". El nombre "Jesús" no les decía nada, ya que esperaban la liberación temporal, ser librados en sus pecados (un error frecuente en cada época), y no de sus pecados. La "vida eterna", ofrecida en el Mesías, no era de suficiente entidad, como certeza a todo aquel que cree, porque estando aferrados a lo de abajo quedan impedidos de apreciar lo de arriba.
3. Hemos de hablar más del velo de los judíos que del velo de Moisés. Es el velo que impide la contemplación de la luz, llegando a ser símbolo del estado de tinieblas, en el cual se permanece a causa de la incredulidad. En este estado el hombre pone barreras difíciles de superar, impidiendo la comunión con Dios y, de este modo, con sus semejantes. ¡Pero cuando se convierten al Señor el velo es quitado!
No es lo mismo la gloria ora potente más tarde desvanecida de Moisés, que "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". Esta última ha iluminado, y reside permanentemente, "en nuestros corazones". Usamos de mucha franqueza porque no es un atrevimiento temerario por nuestra parte entrar en la misma presencia de Dios, sino nuestro "derecho" en Jesucristo, por quien el "velo" ha sido roto, abriéndose de par en par el camino al Padre. Porque, además, Dios nos ha dado autoridad para ser llamados "hijos de Dios". Porque la obra divina no sólo hizo posible nuestra limpieza sino que, sin sonrojo ni falsa seguridad, decididamente podemos decir: "Le veremos como él es y seremos semejantes a él". Al mirar la causa de todo lo anterior no encontramos mejores palabras que las de (2 Co 5:18): "Y todo esto proviene de Dios...", resultado de lo cual es que nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, "no que seamos competentes por nosotros mismos ... nuestra competencia proviene de Dios" (2 Co 3:5-6).
Por otro lado, vemos la importancia de mirar "a cara descubierta", sin poner velos que impidan contemplar la gloria de Dios renunciando a lo oculto. Nada se esconde a su omnisciencia, tampoco hay impedimento alguno en nuestra comunión con él. El problema no es si nos aceptamos o no, sino que Dios nos aceptó en el Amado. Un día habremos de "comparecer", ser manifestados tal cual somos, sin tapujos ante el tribunal de Cristo. Dios quiere liberamos de cuanto no le agrada o pueda impedir nuestro progreso; delante de los demás no somos ni más ni menos que lo que seamos ante el Señor. Lo que mostramos es gloria y sólo gloria propia de "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo", en cuya semejanza seremos constantemente transformados si, como Moisés, contemplamos la gloria cultivando la intimidad en oración, sumisión y obediencia a la Palabra.
Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
Copyright ©. Texto usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, y de Antonio Ruiz, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
La palabra "resplandecía" responde a una expresión hebrea, peculiar a este pasaje, que significa emitir rayos, relacionada con la palabra para "cuerno" (que ampliaremos en seguida), lo que llevó a algunos pintores a caracterizar a Moisés con rayos y dos cuernos.
El pasaje más cercano a este lo encontramos en (Hab 3:4): "Y el resplandor fue como la luz; rayos brillantes salían de su mano, y allí estaba escondido su poder". De la misma manera que el sol naciente se rodea de una radiación espléndida, así al Señor se le caracteriza como cercado de rayos a ambos lados. No nos es difícil ver la semejanza con Moisés. Basta con verle al pie del monte para ser llevados a pensar en la descripción que de Dios hace Habacuc (véase también (Dt 33:2). Pero tras el brillo divino encontramos su ser esencial; tras el ropaje que le engalana hallamos "su poder"; la refulgente descripción nos hace pensar en su santidad: "Dios vendrá de Temán, y el Santo desde el monte de Parán. Su gloria cubrió los cielos, y la tierra se llenó de su alabanza" (Hab 3:3). Es la inalterable perfección que confirma que "Dios es luz y en él no hay tinieblas". No le será difícil al lector entender las semejanzas y los contrastes a la vez que la fuente de donde surgía la apariencia del mediador, o sea, del Dios invisible.
La palabra hebrea "qaran", cuando aparece por primera vez en la Biblia, es para referirse a los cuernos del animal ofrecido en lugar de Isaac (Gn 22:13); siguen gran número de citas acerca de los cuernos del altar de incienso y sobre todo del de sacrificios, los cuales habían de ser rociados con sangre (Ex 29:12) (Ex 30:10). Hace referencia asimismo al cuerno con aceite cuya unción separa y capacita para tareas de gobierno (1 S 16:1,13), o el que llama al pueblo para una batalla cuyo resultado victorioso ya había sido prometido por el Señor (Jos 6:5). En muchos casos se traduce con la palabra "poder", que pertenece al Señor y experimentan sus siervos (Sal 18:2) (Sal 92:10). Esta pequeña síntesis de pasajes y usos de la palabra "qaran" nos ayuda a entender mejor.
Nosotros diríamos hoy que el resplandor o la gloria se asocia con el poder de Dios, manifestado en nosotros mediante las poderosas operaciones del Espíritu Santo, en el hombre interior, sobre la única base del sacrificio de la cruz. Inevitablemente somos llevados a enfrentar a un enemigo poderoso pero vencido; se nos capacita para hacerle frente y prevalecer. ¡Cuán distinto este "cuerno de salvación" del poder que los israelitas pretendían plasmar mediante el becerro! ¡Un buey que come hierba! El texto de Éxodo, luego de hablamos del resplandor nos dice: "después que hubo hablado con Dios". Hay una especie de confidencia de la comunión a la que Moisés había sido admitido y la gloria de la que fue testigo (2 Co 3:18). Y no sólo habló, sino que escuchó al Señor.
La Septuaginta traduce "qaran pordoxázoo" en los tres lugares donde aparece el resplandor en este pasaje (versículos 29, 30 y 35), que en la voz pasiva, como ocurre aquí, significa ser estimado, ser glorificado, resplandecer. La voz pasiva sin duda tiene como sujeto a Dios; él y ningún otro producía aquella gloria. Moisés sólo era receptor. Es aleccionador seguir la traducción de esta palabra en la versión LXX, para ver, por analogía, qué pudo significar para Moisés este ser glorificado como mediador. En (Dt 33:16-17) hallamos la frase "príncipe (doxastheis) entre sus hermanos", aplicado en aquel caso a José, pero que usamos para ilustrar la posición de Moisés en relación con quien le llamó desde la zarza, el Dios que mantiene una relación permanente con sus siervos y con su pueblo, que los sacó de Egipto y los llevará a Canaán. Otras maneras de traducirlo que vienen al caso son: glorificar (1 Cr 17:18); "estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza" (Is 49:5); "el Santo de Israel que me ha honrado" (Is 55:5). Estos usos de la palabra "doxázoo" nos recuerda de la preeminencia, credenciales, privilegios, estimación y honor que disfrutó Moisés ante el pueblo.
Aquella gloria, que sólo era la "espalda" de Jehová, fue suficiente para que el pueblo temiese (versículo 30). Sin duda lo asociaron con lo que habían contemplado desde el pie del monte anteriormente (Ex 19:16). Había un sentido de culpa, y Moisés aparecía como mensajero flameante; el temor les incapacitaba tanto como la tez brillante de Moisés (2 Co 3:7). Una lección valiosa es leer que Moisés "no sabía ... que la piel de su rostro resplandecía", que nos dice sólo que Josué no subió con él en esta ocasión sino sobre todo de su grandeza espiritual. El hombre de Dios es consciente de su pequeñez (Jn 1:21) y pecaminosidad (1 Ti 1:15); su verdadera atención no está en sí mismo, sino en la contemplación de la gloria de Dios. ¡Una ilustración válida de (Nm 12:3)!
La autoridad de Moisés (Ex 34:31-32)
Tras la "estampida" del pueblo se hizo necesario llamarles para que volvieran. Es un llamado que aquieta los corazones mientras los solemniza y prepara para escuchar. Significativamente Moisés mantiene el orden establecido y conversa primero con "Aarón y todos los príncipes de la congregación" (versículo 31). Luego "se acercaron todos los hijos de Israel, a los cuales mandó todo lo que Jehová le había dicho en el monte Sinaí". Su autoridad descansa en la Palabra del Señor, no siendo la gloria de su rostro otra cosa que credencial de dicha autoridad; su labor de mediador es adecuada porque es ejercida con fidelidad a lo dicho por el Señor. Todo el pueblo debe sujeción a Dios, y los guías de la nación tienen mayor responsabilidad.
El velo de Moisés (Ex 34:33-35)
"Masweh" es el título para describir el velo usado por Moisés. Aparece en tres ocasiones en este pasaje y en ninguna otra parte del Antiguo Testamento. "Se distingue del velo utilizado por las mujeres (Gn 24:65) (Gn 38:14), del manto femenino (Rt 3:15) (Is 3:22), y del "radid" (Cnt 5:7). Tal vez hemos de pensar en una prenda masculina para cubrir el rostro propia de la península de Arabia" (Jamieson).
Sin embargo, más importante que describir el diseño es considerar su uso. Moisés se quitaba el velo al entrar en la presencia del Señor, cosa que tendría lugar en la tienda de reunión, puesto que aún no había sido erigido el tabernáculo. Nada más adecuado que este gesto, ya que ante el Creador omnisciente aparecemos sin velo. Nada le es oculto, por tanto, nada sería más inadecuado y fuera de lugar que velar lo que somos. Resulta clara la necesidad de hablar a Jehová "a cara descubierta" para recibir la comunicación de su gloria, siendo evidente asimismo la disminución gradual del resplandor. No obstante la gloria del antiguo pacto no estaba vacía de contenido, quedando cubiertas las necesidades de Israel, simbolizado esto por el rostro brillante de Moisés. Pero todo creaba una tensión hacia algo que vendría en el futuro, un estado más permanente y definitivo. La gloria perecedera de la ley contrasta con la gloria más elevada e imperecedera del evangelio. La gloria era transitoria, y la revelación del Antiguo Testamento mira a su pleno cumplimiento en Cristo. Llegado "el cumplimiento del tiempo" vemos a Jesús transfigurado con una gloria inherente, no conferida ni pasajera, reflejo de la misma esencia de Dios; y Jesús es el Mediador de un mejor pacto establecido sobre mejores promesas (He 8:6).
La versión LXX da la impresión de que Moisés se ponía el velo cuando hablaba con el pueblo. Tal como lo tenemos en castellano (RV-60), que parece confirmar el texto hebreo, el velo era puesto después de hablar con Israel, ya que "los hijos de Israel ... veían que la piel de su rostro era resplandeciente" (versículo 35), y fue cuando "acabó Moisés de hablar ... (que) puso un velo sobre su rostro" (versículo 33). Objetivamente el velo apuntaba al fin de la ley y al cumplimiento de todas las promesas en Cristo. Sin embargo, cuando se mantenía la mirada en la gloria del Sinaí, los que no eran llevados contritos al Cristo del cual la ley era "ayo" se encontraban con un sistema de condenación sin esperanza, surgiendo entonces subjetivamente los velos de un corazón endurecido e incapaz de llevar su realidad pecaminosa al sacrificio de sangre que apuntaba a la cruz.
Contrastes y semejanzas con 2 Corintios 3:1-4:6
No nos es posible hacer un estudio exhaustivo del tema, y quizá tampoco sería adecuado en este lugar. Pero dada la relación indudable de este pasaje de Éxodo con aquél no es posible soslayar el tema, así que, con las limitaciones anunciadas y de forma sintetizada pasamos a exponer algunos pensamientos.
Son contrastadas dos formas diferentes de grabar la voluntad de Dios. En un caso "tablas de piedra" (Ex 34:4), lo que supone obediencia a una norma externa; en el otro caso "en tablas de carne del corazón" (2 Co 3:3), lo que convierte a los creyentes en "epístolas vivientes", leídas por los hombres, que, además, obedecen por amor y en el poder del Espíritu Santo.
Como ya hemos explicado, el resplandor glorioso no deja de ser figura de la antigua dispensación, y Pablo nos dirá que "el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria", que "el ministerio de condenación fue con gloria", y que "lo que perece tuvo gloria" (2 Co 3:7,9,11). Pero al mismo tiempo leemos que "aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente" (2 Co 3:10), preguntándose Pablo: "¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?" (2 Co 3:8). No cabe duda que el antiguo pacto contiene un grado notable de revelación, pero esta gloria queda pálida ante la plena luz del evangelio. En los postreros días Dios nos ha hablado "por el Hijo" (He 1:1-2); el Verbo llegó a ser carne, revelándonos a Dios habiendo salido del seno del Padre (Jn 1:1,14,18) (Jn 14:9).
La obra que el Hijo de Dios realizó vivifica, justifica, procura todo cuanto surge de las fuentes inagotables de la resurrección (mediante las operaciones del Espíritu santo) y permanece. Damos gracias a Dios por la forma maravillosa en que preparó el escenario para el evangelio, y quedamos mudos de asombro ante su revelación, que, sin ser completa ni definitiva mostraba tal gloria. Pero, ¿qué diremos, aparte de expresar la gloriosa adoración de nuestros corazones, ante la dispensación del Espíritu que supone solventar definitivamente el problema del pecado mediante la solución que brota "del mismo corazón de Dios"?
Llegamos a los diferentes pensamientos sugeridos por el "velo" que cubría el rostro de Moisés:
1. Es figura de la naturaleza preparatoria de las ordenanzas mosaicas, cada una de las cuales "cubría" algún significado espiritual, mirando todo ello a Cristo (Ro 10:4).
2. Aunque no todos los judíos, sí la mayoría evitaban quitar el velo adentrándose en el significado espiritual, dejando, de este modo, de contemplar su cumplimiento. Convirtieron la revelación que transforma en una cosificación donde no había ni luz ni vida. Leyeron las promesas divinas a la luz de las imágenes sensibles que tenían en su mente, sobre el fondo de bienes temporales, cuya consecución cebaba sus corazones. En suma, no despojaron su entendimiento del ropaje humano para percibir la realidad divina ¿Cuál fue la consecuencia? La aparición del Hijo de Dios les "deslumbró", porque esperaban al Hijo de David en lugar de a la "raíz de David". El nombre "Jesús" no les decía nada, ya que esperaban la liberación temporal, ser librados en sus pecados (un error frecuente en cada época), y no de sus pecados. La "vida eterna", ofrecida en el Mesías, no era de suficiente entidad, como certeza a todo aquel que cree, porque estando aferrados a lo de abajo quedan impedidos de apreciar lo de arriba.
3. Hemos de hablar más del velo de los judíos que del velo de Moisés. Es el velo que impide la contemplación de la luz, llegando a ser símbolo del estado de tinieblas, en el cual se permanece a causa de la incredulidad. En este estado el hombre pone barreras difíciles de superar, impidiendo la comunión con Dios y, de este modo, con sus semejantes. ¡Pero cuando se convierten al Señor el velo es quitado!
No es lo mismo la gloria ora potente más tarde desvanecida de Moisés, que "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". Esta última ha iluminado, y reside permanentemente, "en nuestros corazones". Usamos de mucha franqueza porque no es un atrevimiento temerario por nuestra parte entrar en la misma presencia de Dios, sino nuestro "derecho" en Jesucristo, por quien el "velo" ha sido roto, abriéndose de par en par el camino al Padre. Porque, además, Dios nos ha dado autoridad para ser llamados "hijos de Dios". Porque la obra divina no sólo hizo posible nuestra limpieza sino que, sin sonrojo ni falsa seguridad, decididamente podemos decir: "Le veremos como él es y seremos semejantes a él". Al mirar la causa de todo lo anterior no encontramos mejores palabras que las de (2 Co 5:18): "Y todo esto proviene de Dios...", resultado de lo cual es que nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, "no que seamos competentes por nosotros mismos ... nuestra competencia proviene de Dios" (2 Co 3:5-6).
Por otro lado, vemos la importancia de mirar "a cara descubierta", sin poner velos que impidan contemplar la gloria de Dios renunciando a lo oculto. Nada se esconde a su omnisciencia, tampoco hay impedimento alguno en nuestra comunión con él. El problema no es si nos aceptamos o no, sino que Dios nos aceptó en el Amado. Un día habremos de "comparecer", ser manifestados tal cual somos, sin tapujos ante el tribunal de Cristo. Dios quiere liberamos de cuanto no le agrada o pueda impedir nuestro progreso; delante de los demás no somos ni más ni menos que lo que seamos ante el Señor. Lo que mostramos es gloria y sólo gloria propia de "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo", en cuya semejanza seremos constantemente transformados si, como Moisés, contemplamos la gloria cultivando la intimidad en oración, sumisión y obediencia a la Palabra.
Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
Copyright ©. Texto usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, y de Antonio Ruiz, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
La palabra hebrea "qaran", cuando aparece por primera vez en la Biblia, es para referirse a los cuernos del animal ofrecido en lugar de Isaac (Gn 22:13); siguen gran número de citas acerca de los cuernos del altar de incienso y sobre todo del de sacrificios, los cuales habían de ser rociados con sangre (Ex 29:12) (Ex 30:10). Hace referencia asimismo al cuerno con aceite cuya unción separa y capacita para tareas de gobierno (1 S 16:1,13), o el que llama al pueblo para una batalla cuyo resultado victorioso ya había sido prometido por el Señor (Jos 6:5). En muchos casos se traduce con la palabra "poder", que pertenece al Señor y experimentan sus siervos (Sal 18:2) (Sal 92:10). Esta pequeña síntesis de pasajes y usos de la palabra "qaran" nos ayuda a entender mejor.
Nosotros diríamos hoy que el resplandor o la gloria se asocia con el poder de Dios, manifestado en nosotros mediante las poderosas operaciones del Espíritu Santo, en el hombre interior, sobre la única base del sacrificio de la cruz. Inevitablemente somos llevados a enfrentar a un enemigo poderoso pero vencido; se nos capacita para hacerle frente y prevalecer. ¡Cuán distinto este "cuerno de salvación" del poder que los israelitas pretendían plasmar mediante el becerro! ¡Un buey que come hierba! El texto de Éxodo, luego de hablamos del resplandor nos dice: "después que hubo hablado con Dios". Hay una especie de confidencia de la comunión a la que Moisés había sido admitido y la gloria de la que fue testigo (2 Co 3:18). Y no sólo habló, sino que escuchó al Señor.
La Septuaginta traduce "qaran pordoxázoo" en los tres lugares donde aparece el resplandor en este pasaje (versículos 29, 30 y 35), que en la voz pasiva, como ocurre aquí, significa ser estimado, ser glorificado, resplandecer. La voz pasiva sin duda tiene como sujeto a Dios; él y ningún otro producía aquella gloria. Moisés sólo era receptor. Es aleccionador seguir la traducción de esta palabra en la versión LXX, para ver, por analogía, qué pudo significar para Moisés este ser glorificado como mediador. En (Dt 33:16-17) hallamos la frase "príncipe (doxastheis) entre sus hermanos", aplicado en aquel caso a José, pero que usamos para ilustrar la posición de Moisés en relación con quien le llamó desde la zarza, el Dios que mantiene una relación permanente con sus siervos y con su pueblo, que los sacó de Egipto y los llevará a Canaán. Otras maneras de traducirlo que vienen al caso son: glorificar (1 Cr 17:18); "estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza" (Is 49:5); "el Santo de Israel que me ha honrado" (Is 55:5). Estos usos de la palabra "doxázoo" nos recuerda de la preeminencia, credenciales, privilegios, estimación y honor que disfrutó Moisés ante el pueblo.
Aquella gloria, que sólo era la "espalda" de Jehová, fue suficiente para que el pueblo temiese (versículo 30). Sin duda lo asociaron con lo que habían contemplado desde el pie del monte anteriormente (Ex 19:16). Había un sentido de culpa, y Moisés aparecía como mensajero flameante; el temor les incapacitaba tanto como la tez brillante de Moisés (2 Co 3:7). Una lección valiosa es leer que Moisés "no sabía ... que la piel de su rostro resplandecía", que nos dice sólo que Josué no subió con él en esta ocasión sino sobre todo de su grandeza espiritual. El hombre de Dios es consciente de su pequeñez (Jn 1:21) y pecaminosidad (1 Ti 1:15); su verdadera atención no está en sí mismo, sino en la contemplación de la gloria de Dios. ¡Una ilustración válida de (Nm 12:3)!
La autoridad de Moisés (Ex 34:31-32)
Tras la "estampida" del pueblo se hizo necesario llamarles para que volvieran. Es un llamado que aquieta los corazones mientras los solemniza y prepara para escuchar. Significativamente Moisés mantiene el orden establecido y conversa primero con "Aarón y todos los príncipes de la congregación" (versículo 31). Luego "se acercaron todos los hijos de Israel, a los cuales mandó todo lo que Jehová le había dicho en el monte Sinaí". Su autoridad descansa en la Palabra del Señor, no siendo la gloria de su rostro otra cosa que credencial de dicha autoridad; su labor de mediador es adecuada porque es ejercida con fidelidad a lo dicho por el Señor. Todo el pueblo debe sujeción a Dios, y los guías de la nación tienen mayor responsabilidad.
El velo de Moisés (Ex 34:33-35)
"Masweh" es el título para describir el velo usado por Moisés. Aparece en tres ocasiones en este pasaje y en ninguna otra parte del Antiguo Testamento. "Se distingue del velo utilizado por las mujeres (Gn 24:65) (Gn 38:14), del manto femenino (Rt 3:15) (Is 3:22), y del "radid" (Cnt 5:7). Tal vez hemos de pensar en una prenda masculina para cubrir el rostro propia de la península de Arabia" (Jamieson).
Sin embargo, más importante que describir el diseño es considerar su uso. Moisés se quitaba el velo al entrar en la presencia del Señor, cosa que tendría lugar en la tienda de reunión, puesto que aún no había sido erigido el tabernáculo. Nada más adecuado que este gesto, ya que ante el Creador omnisciente aparecemos sin velo. Nada le es oculto, por tanto, nada sería más inadecuado y fuera de lugar que velar lo que somos. Resulta clara la necesidad de hablar a Jehová "a cara descubierta" para recibir la comunicación de su gloria, siendo evidente asimismo la disminución gradual del resplandor. No obstante la gloria del antiguo pacto no estaba vacía de contenido, quedando cubiertas las necesidades de Israel, simbolizado esto por el rostro brillante de Moisés. Pero todo creaba una tensión hacia algo que vendría en el futuro, un estado más permanente y definitivo. La gloria perecedera de la ley contrasta con la gloria más elevada e imperecedera del evangelio. La gloria era transitoria, y la revelación del Antiguo Testamento mira a su pleno cumplimiento en Cristo. Llegado "el cumplimiento del tiempo" vemos a Jesús transfigurado con una gloria inherente, no conferida ni pasajera, reflejo de la misma esencia de Dios; y Jesús es el Mediador de un mejor pacto establecido sobre mejores promesas (He 8:6).
La versión LXX da la impresión de que Moisés se ponía el velo cuando hablaba con el pueblo. Tal como lo tenemos en castellano (RV-60), que parece confirmar el texto hebreo, el velo era puesto después de hablar con Israel, ya que "los hijos de Israel ... veían que la piel de su rostro era resplandeciente" (versículo 35), y fue cuando "acabó Moisés de hablar ... (que) puso un velo sobre su rostro" (versículo 33). Objetivamente el velo apuntaba al fin de la ley y al cumplimiento de todas las promesas en Cristo. Sin embargo, cuando se mantenía la mirada en la gloria del Sinaí, los que no eran llevados contritos al Cristo del cual la ley era "ayo" se encontraban con un sistema de condenación sin esperanza, surgiendo entonces subjetivamente los velos de un corazón endurecido e incapaz de llevar su realidad pecaminosa al sacrificio de sangre que apuntaba a la cruz.
Contrastes y semejanzas con 2 Corintios 3:1-4:6
No nos es posible hacer un estudio exhaustivo del tema, y quizá tampoco sería adecuado en este lugar. Pero dada la relación indudable de este pasaje de Éxodo con aquél no es posible soslayar el tema, así que, con las limitaciones anunciadas y de forma sintetizada pasamos a exponer algunos pensamientos.
Son contrastadas dos formas diferentes de grabar la voluntad de Dios. En un caso "tablas de piedra" (Ex 34:4), lo que supone obediencia a una norma externa; en el otro caso "en tablas de carne del corazón" (2 Co 3:3), lo que convierte a los creyentes en "epístolas vivientes", leídas por los hombres, que, además, obedecen por amor y en el poder del Espíritu Santo.
Como ya hemos explicado, el resplandor glorioso no deja de ser figura de la antigua dispensación, y Pablo nos dirá que "el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria", que "el ministerio de condenación fue con gloria", y que "lo que perece tuvo gloria" (2 Co 3:7,9,11). Pero al mismo tiempo leemos que "aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente" (2 Co 3:10), preguntándose Pablo: "¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?" (2 Co 3:8). No cabe duda que el antiguo pacto contiene un grado notable de revelación, pero esta gloria queda pálida ante la plena luz del evangelio. En los postreros días Dios nos ha hablado "por el Hijo" (He 1:1-2); el Verbo llegó a ser carne, revelándonos a Dios habiendo salido del seno del Padre (Jn 1:1,14,18) (Jn 14:9).
La obra que el Hijo de Dios realizó vivifica, justifica, procura todo cuanto surge de las fuentes inagotables de la resurrección (mediante las operaciones del Espíritu santo) y permanece. Damos gracias a Dios por la forma maravillosa en que preparó el escenario para el evangelio, y quedamos mudos de asombro ante su revelación, que, sin ser completa ni definitiva mostraba tal gloria. Pero, ¿qué diremos, aparte de expresar la gloriosa adoración de nuestros corazones, ante la dispensación del Espíritu que supone solventar definitivamente el problema del pecado mediante la solución que brota "del mismo corazón de Dios"?
Llegamos a los diferentes pensamientos sugeridos por el "velo" que cubría el rostro de Moisés:
1. Es figura de la naturaleza preparatoria de las ordenanzas mosaicas, cada una de las cuales "cubría" algún significado espiritual, mirando todo ello a Cristo (Ro 10:4).
2. Aunque no todos los judíos, sí la mayoría evitaban quitar el velo adentrándose en el significado espiritual, dejando, de este modo, de contemplar su cumplimiento. Convirtieron la revelación que transforma en una cosificación donde no había ni luz ni vida. Leyeron las promesas divinas a la luz de las imágenes sensibles que tenían en su mente, sobre el fondo de bienes temporales, cuya consecución cebaba sus corazones. En suma, no despojaron su entendimiento del ropaje humano para percibir la realidad divina ¿Cuál fue la consecuencia? La aparición del Hijo de Dios les "deslumbró", porque esperaban al Hijo de David en lugar de a la "raíz de David". El nombre "Jesús" no les decía nada, ya que esperaban la liberación temporal, ser librados en sus pecados (un error frecuente en cada época), y no de sus pecados. La "vida eterna", ofrecida en el Mesías, no era de suficiente entidad, como certeza a todo aquel que cree, porque estando aferrados a lo de abajo quedan impedidos de apreciar lo de arriba.
3. Hemos de hablar más del velo de los judíos que del velo de Moisés. Es el velo que impide la contemplación de la luz, llegando a ser símbolo del estado de tinieblas, en el cual se permanece a causa de la incredulidad. En este estado el hombre pone barreras difíciles de superar, impidiendo la comunión con Dios y, de este modo, con sus semejantes. ¡Pero cuando se convierten al Señor el velo es quitado!
No es lo mismo la gloria ora potente más tarde desvanecida de Moisés, que "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". Esta última ha iluminado, y reside permanentemente, "en nuestros corazones". Usamos de mucha franqueza porque no es un atrevimiento temerario por nuestra parte entrar en la misma presencia de Dios, sino nuestro "derecho" en Jesucristo, por quien el "velo" ha sido roto, abriéndose de par en par el camino al Padre. Porque, además, Dios nos ha dado autoridad para ser llamados "hijos de Dios". Porque la obra divina no sólo hizo posible nuestra limpieza sino que, sin sonrojo ni falsa seguridad, decididamente podemos decir: "Le veremos como él es y seremos semejantes a él". Al mirar la causa de todo lo anterior no encontramos mejores palabras que las de (2 Co 5:18): "Y todo esto proviene de Dios...", resultado de lo cual es que nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, "no que seamos competentes por nosotros mismos ... nuestra competencia proviene de Dios" (2 Co 3:5-6).
Por otro lado, vemos la importancia de mirar "a cara descubierta", sin poner velos que impidan contemplar la gloria de Dios renunciando a lo oculto. Nada se esconde a su omnisciencia, tampoco hay impedimento alguno en nuestra comunión con él. El problema no es si nos aceptamos o no, sino que Dios nos aceptó en el Amado. Un día habremos de "comparecer", ser manifestados tal cual somos, sin tapujos ante el tribunal de Cristo. Dios quiere liberamos de cuanto no le agrada o pueda impedir nuestro progreso; delante de los demás no somos ni más ni menos que lo que seamos ante el Señor. Lo que mostramos es gloria y sólo gloria propia de "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo", en cuya semejanza seremos constantemente transformados si, como Moisés, contemplamos la gloria cultivando la intimidad en oración, sumisión y obediencia a la Palabra.
Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
Copyright ©. Texto usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, y de Antonio Ruiz, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
La Septuaginta traduce "qaran pordoxázoo" en los tres lugares donde aparece el resplandor en este pasaje (versículos 29, 30 y 35), que en la voz pasiva, como ocurre aquí, significa ser estimado, ser glorificado, resplandecer. La voz pasiva sin duda tiene como sujeto a Dios; él y ningún otro producía aquella gloria. Moisés sólo era receptor. Es aleccionador seguir la traducción de esta palabra en la versión LXX, para ver, por analogía, qué pudo significar para Moisés este ser glorificado como mediador. En (Dt 33:16-17) hallamos la frase "príncipe (doxastheis) entre sus hermanos", aplicado en aquel caso a José, pero que usamos para ilustrar la posición de Moisés en relación con quien le llamó desde la zarza, el Dios que mantiene una relación permanente con sus siervos y con su pueblo, que los sacó de Egipto y los llevará a Canaán. Otras maneras de traducirlo que vienen al caso son: glorificar (1 Cr 17:18); "estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza" (Is 49:5); "el Santo de Israel que me ha honrado" (Is 55:5). Estos usos de la palabra "doxázoo" nos recuerda de la preeminencia, credenciales, privilegios, estimación y honor que disfrutó Moisés ante el pueblo.
Aquella gloria, que sólo era la "espalda" de Jehová, fue suficiente para que el pueblo temiese (versículo 30). Sin duda lo asociaron con lo que habían contemplado desde el pie del monte anteriormente (Ex 19:16). Había un sentido de culpa, y Moisés aparecía como mensajero flameante; el temor les incapacitaba tanto como la tez brillante de Moisés (2 Co 3:7). Una lección valiosa es leer que Moisés "no sabía ... que la piel de su rostro resplandecía", que nos dice sólo que Josué no subió con él en esta ocasión sino sobre todo de su grandeza espiritual. El hombre de Dios es consciente de su pequeñez (Jn 1:21) y pecaminosidad (1 Ti 1:15); su verdadera atención no está en sí mismo, sino en la contemplación de la gloria de Dios. ¡Una ilustración válida de (Nm 12:3)!
La autoridad de Moisés (Ex 34:31-32)
Tras la "estampida" del pueblo se hizo necesario llamarles para que volvieran. Es un llamado que aquieta los corazones mientras los solemniza y prepara para escuchar. Significativamente Moisés mantiene el orden establecido y conversa primero con "Aarón y todos los príncipes de la congregación" (versículo 31). Luego "se acercaron todos los hijos de Israel, a los cuales mandó todo lo que Jehová le había dicho en el monte Sinaí". Su autoridad descansa en la Palabra del Señor, no siendo la gloria de su rostro otra cosa que credencial de dicha autoridad; su labor de mediador es adecuada porque es ejercida con fidelidad a lo dicho por el Señor. Todo el pueblo debe sujeción a Dios, y los guías de la nación tienen mayor responsabilidad.
El velo de Moisés (Ex 34:33-35)
"Masweh" es el título para describir el velo usado por Moisés. Aparece en tres ocasiones en este pasaje y en ninguna otra parte del Antiguo Testamento. "Se distingue del velo utilizado por las mujeres (Gn 24:65) (Gn 38:14), del manto femenino (Rt 3:15) (Is 3:22), y del "radid" (Cnt 5:7). Tal vez hemos de pensar en una prenda masculina para cubrir el rostro propia de la península de Arabia" (Jamieson).
Sin embargo, más importante que describir el diseño es considerar su uso. Moisés se quitaba el velo al entrar en la presencia del Señor, cosa que tendría lugar en la tienda de reunión, puesto que aún no había sido erigido el tabernáculo. Nada más adecuado que este gesto, ya que ante el Creador omnisciente aparecemos sin velo. Nada le es oculto, por tanto, nada sería más inadecuado y fuera de lugar que velar lo que somos. Resulta clara la necesidad de hablar a Jehová "a cara descubierta" para recibir la comunicación de su gloria, siendo evidente asimismo la disminución gradual del resplandor. No obstante la gloria del antiguo pacto no estaba vacía de contenido, quedando cubiertas las necesidades de Israel, simbolizado esto por el rostro brillante de Moisés. Pero todo creaba una tensión hacia algo que vendría en el futuro, un estado más permanente y definitivo. La gloria perecedera de la ley contrasta con la gloria más elevada e imperecedera del evangelio. La gloria era transitoria, y la revelación del Antiguo Testamento mira a su pleno cumplimiento en Cristo. Llegado "el cumplimiento del tiempo" vemos a Jesús transfigurado con una gloria inherente, no conferida ni pasajera, reflejo de la misma esencia de Dios; y Jesús es el Mediador de un mejor pacto establecido sobre mejores promesas (He 8:6).
La versión LXX da la impresión de que Moisés se ponía el velo cuando hablaba con el pueblo. Tal como lo tenemos en castellano (RV-60), que parece confirmar el texto hebreo, el velo era puesto después de hablar con Israel, ya que "los hijos de Israel ... veían que la piel de su rostro era resplandeciente" (versículo 35), y fue cuando "acabó Moisés de hablar ... (que) puso un velo sobre su rostro" (versículo 33). Objetivamente el velo apuntaba al fin de la ley y al cumplimiento de todas las promesas en Cristo. Sin embargo, cuando se mantenía la mirada en la gloria del Sinaí, los que no eran llevados contritos al Cristo del cual la ley era "ayo" se encontraban con un sistema de condenación sin esperanza, surgiendo entonces subjetivamente los velos de un corazón endurecido e incapaz de llevar su realidad pecaminosa al sacrificio de sangre que apuntaba a la cruz.
Contrastes y semejanzas con 2 Corintios 3:1-4:6
No nos es posible hacer un estudio exhaustivo del tema, y quizá tampoco sería adecuado en este lugar. Pero dada la relación indudable de este pasaje de Éxodo con aquél no es posible soslayar el tema, así que, con las limitaciones anunciadas y de forma sintetizada pasamos a exponer algunos pensamientos.
Son contrastadas dos formas diferentes de grabar la voluntad de Dios. En un caso "tablas de piedra" (Ex 34:4), lo que supone obediencia a una norma externa; en el otro caso "en tablas de carne del corazón" (2 Co 3:3), lo que convierte a los creyentes en "epístolas vivientes", leídas por los hombres, que, además, obedecen por amor y en el poder del Espíritu Santo.
Como ya hemos explicado, el resplandor glorioso no deja de ser figura de la antigua dispensación, y Pablo nos dirá que "el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria", que "el ministerio de condenación fue con gloria", y que "lo que perece tuvo gloria" (2 Co 3:7,9,11). Pero al mismo tiempo leemos que "aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente" (2 Co 3:10), preguntándose Pablo: "¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?" (2 Co 3:8). No cabe duda que el antiguo pacto contiene un grado notable de revelación, pero esta gloria queda pálida ante la plena luz del evangelio. En los postreros días Dios nos ha hablado "por el Hijo" (He 1:1-2); el Verbo llegó a ser carne, revelándonos a Dios habiendo salido del seno del Padre (Jn 1:1,14,18) (Jn 14:9).
La obra que el Hijo de Dios realizó vivifica, justifica, procura todo cuanto surge de las fuentes inagotables de la resurrección (mediante las operaciones del Espíritu santo) y permanece. Damos gracias a Dios por la forma maravillosa en que preparó el escenario para el evangelio, y quedamos mudos de asombro ante su revelación, que, sin ser completa ni definitiva mostraba tal gloria. Pero, ¿qué diremos, aparte de expresar la gloriosa adoración de nuestros corazones, ante la dispensación del Espíritu que supone solventar definitivamente el problema del pecado mediante la solución que brota "del mismo corazón de Dios"?
Llegamos a los diferentes pensamientos sugeridos por el "velo" que cubría el rostro de Moisés:
1. Es figura de la naturaleza preparatoria de las ordenanzas mosaicas, cada una de las cuales "cubría" algún significado espiritual, mirando todo ello a Cristo (Ro 10:4).
2. Aunque no todos los judíos, sí la mayoría evitaban quitar el velo adentrándose en el significado espiritual, dejando, de este modo, de contemplar su cumplimiento. Convirtieron la revelación que transforma en una cosificación donde no había ni luz ni vida. Leyeron las promesas divinas a la luz de las imágenes sensibles que tenían en su mente, sobre el fondo de bienes temporales, cuya consecución cebaba sus corazones. En suma, no despojaron su entendimiento del ropaje humano para percibir la realidad divina ¿Cuál fue la consecuencia? La aparición del Hijo de Dios les "deslumbró", porque esperaban al Hijo de David en lugar de a la "raíz de David". El nombre "Jesús" no les decía nada, ya que esperaban la liberación temporal, ser librados en sus pecados (un error frecuente en cada época), y no de sus pecados. La "vida eterna", ofrecida en el Mesías, no era de suficiente entidad, como certeza a todo aquel que cree, porque estando aferrados a lo de abajo quedan impedidos de apreciar lo de arriba.
3. Hemos de hablar más del velo de los judíos que del velo de Moisés. Es el velo que impide la contemplación de la luz, llegando a ser símbolo del estado de tinieblas, en el cual se permanece a causa de la incredulidad. En este estado el hombre pone barreras difíciles de superar, impidiendo la comunión con Dios y, de este modo, con sus semejantes. ¡Pero cuando se convierten al Señor el velo es quitado!
No es lo mismo la gloria ora potente más tarde desvanecida de Moisés, que "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". Esta última ha iluminado, y reside permanentemente, "en nuestros corazones". Usamos de mucha franqueza porque no es un atrevimiento temerario por nuestra parte entrar en la misma presencia de Dios, sino nuestro "derecho" en Jesucristo, por quien el "velo" ha sido roto, abriéndose de par en par el camino al Padre. Porque, además, Dios nos ha dado autoridad para ser llamados "hijos de Dios". Porque la obra divina no sólo hizo posible nuestra limpieza sino que, sin sonrojo ni falsa seguridad, decididamente podemos decir: "Le veremos como él es y seremos semejantes a él". Al mirar la causa de todo lo anterior no encontramos mejores palabras que las de (2 Co 5:18): "Y todo esto proviene de Dios...", resultado de lo cual es que nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, "no que seamos competentes por nosotros mismos ... nuestra competencia proviene de Dios" (2 Co 3:5-6).
Por otro lado, vemos la importancia de mirar "a cara descubierta", sin poner velos que impidan contemplar la gloria de Dios renunciando a lo oculto. Nada se esconde a su omnisciencia, tampoco hay impedimento alguno en nuestra comunión con él. El problema no es si nos aceptamos o no, sino que Dios nos aceptó en el Amado. Un día habremos de "comparecer", ser manifestados tal cual somos, sin tapujos ante el tribunal de Cristo. Dios quiere liberamos de cuanto no le agrada o pueda impedir nuestro progreso; delante de los demás no somos ni más ni menos que lo que seamos ante el Señor. Lo que mostramos es gloria y sólo gloria propia de "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo", en cuya semejanza seremos constantemente transformados si, como Moisés, contemplamos la gloria cultivando la intimidad en oración, sumisión y obediencia a la Palabra.
Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
Copyright ©. Texto usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, y de Antonio Ruiz, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
La autoridad de Moisés (Ex 34:31-32)
Tras la "estampida" del pueblo se hizo necesario llamarles para que volvieran. Es un llamado que aquieta los corazones mientras los solemniza y prepara para escuchar. Significativamente Moisés mantiene el orden establecido y conversa primero con "Aarón y todos los príncipes de la congregación" (versículo 31). Luego "se acercaron todos los hijos de Israel, a los cuales mandó todo lo que Jehová le había dicho en el monte Sinaí". Su autoridad descansa en la Palabra del Señor, no siendo la gloria de su rostro otra cosa que credencial de dicha autoridad; su labor de mediador es adecuada porque es ejercida con fidelidad a lo dicho por el Señor. Todo el pueblo debe sujeción a Dios, y los guías de la nación tienen mayor responsabilidad.
El velo de Moisés (Ex 34:33-35)
"Masweh" es el título para describir el velo usado por Moisés. Aparece en tres ocasiones en este pasaje y en ninguna otra parte del Antiguo Testamento. "Se distingue del velo utilizado por las mujeres (Gn 24:65) (Gn 38:14), del manto femenino (Rt 3:15) (Is 3:22), y del "radid" (Cnt 5:7). Tal vez hemos de pensar en una prenda masculina para cubrir el rostro propia de la península de Arabia" (Jamieson).
Sin embargo, más importante que describir el diseño es considerar su uso. Moisés se quitaba el velo al entrar en la presencia del Señor, cosa que tendría lugar en la tienda de reunión, puesto que aún no había sido erigido el tabernáculo. Nada más adecuado que este gesto, ya que ante el Creador omnisciente aparecemos sin velo. Nada le es oculto, por tanto, nada sería más inadecuado y fuera de lugar que velar lo que somos. Resulta clara la necesidad de hablar a Jehová "a cara descubierta" para recibir la comunicación de su gloria, siendo evidente asimismo la disminución gradual del resplandor. No obstante la gloria del antiguo pacto no estaba vacía de contenido, quedando cubiertas las necesidades de Israel, simbolizado esto por el rostro brillante de Moisés. Pero todo creaba una tensión hacia algo que vendría en el futuro, un estado más permanente y definitivo. La gloria perecedera de la ley contrasta con la gloria más elevada e imperecedera del evangelio. La gloria era transitoria, y la revelación del Antiguo Testamento mira a su pleno cumplimiento en Cristo. Llegado "el cumplimiento del tiempo" vemos a Jesús transfigurado con una gloria inherente, no conferida ni pasajera, reflejo de la misma esencia de Dios; y Jesús es el Mediador de un mejor pacto establecido sobre mejores promesas (He 8:6).
La versión LXX da la impresión de que Moisés se ponía el velo cuando hablaba con el pueblo. Tal como lo tenemos en castellano (RV-60), que parece confirmar el texto hebreo, el velo era puesto después de hablar con Israel, ya que "los hijos de Israel ... veían que la piel de su rostro era resplandeciente" (versículo 35), y fue cuando "acabó Moisés de hablar ... (que) puso un velo sobre su rostro" (versículo 33). Objetivamente el velo apuntaba al fin de la ley y al cumplimiento de todas las promesas en Cristo. Sin embargo, cuando se mantenía la mirada en la gloria del Sinaí, los que no eran llevados contritos al Cristo del cual la ley era "ayo" se encontraban con un sistema de condenación sin esperanza, surgiendo entonces subjetivamente los velos de un corazón endurecido e incapaz de llevar su realidad pecaminosa al sacrificio de sangre que apuntaba a la cruz.
Contrastes y semejanzas con 2 Corintios 3:1-4:6
No nos es posible hacer un estudio exhaustivo del tema, y quizá tampoco sería adecuado en este lugar. Pero dada la relación indudable de este pasaje de Éxodo con aquél no es posible soslayar el tema, así que, con las limitaciones anunciadas y de forma sintetizada pasamos a exponer algunos pensamientos.
Son contrastadas dos formas diferentes de grabar la voluntad de Dios. En un caso "tablas de piedra" (Ex 34:4), lo que supone obediencia a una norma externa; en el otro caso "en tablas de carne del corazón" (2 Co 3:3), lo que convierte a los creyentes en "epístolas vivientes", leídas por los hombres, que, además, obedecen por amor y en el poder del Espíritu Santo.
Como ya hemos explicado, el resplandor glorioso no deja de ser figura de la antigua dispensación, y Pablo nos dirá que "el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria", que "el ministerio de condenación fue con gloria", y que "lo que perece tuvo gloria" (2 Co 3:7,9,11). Pero al mismo tiempo leemos que "aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente" (2 Co 3:10), preguntándose Pablo: "¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?" (2 Co 3:8). No cabe duda que el antiguo pacto contiene un grado notable de revelación, pero esta gloria queda pálida ante la plena luz del evangelio. En los postreros días Dios nos ha hablado "por el Hijo" (He 1:1-2); el Verbo llegó a ser carne, revelándonos a Dios habiendo salido del seno del Padre (Jn 1:1,14,18) (Jn 14:9).
La obra que el Hijo de Dios realizó vivifica, justifica, procura todo cuanto surge de las fuentes inagotables de la resurrección (mediante las operaciones del Espíritu santo) y permanece. Damos gracias a Dios por la forma maravillosa en que preparó el escenario para el evangelio, y quedamos mudos de asombro ante su revelación, que, sin ser completa ni definitiva mostraba tal gloria. Pero, ¿qué diremos, aparte de expresar la gloriosa adoración de nuestros corazones, ante la dispensación del Espíritu que supone solventar definitivamente el problema del pecado mediante la solución que brota "del mismo corazón de Dios"?
Llegamos a los diferentes pensamientos sugeridos por el "velo" que cubría el rostro de Moisés:
1. Es figura de la naturaleza preparatoria de las ordenanzas mosaicas, cada una de las cuales "cubría" algún significado espiritual, mirando todo ello a Cristo (Ro 10:4).
2. Aunque no todos los judíos, sí la mayoría evitaban quitar el velo adentrándose en el significado espiritual, dejando, de este modo, de contemplar su cumplimiento. Convirtieron la revelación que transforma en una cosificación donde no había ni luz ni vida. Leyeron las promesas divinas a la luz de las imágenes sensibles que tenían en su mente, sobre el fondo de bienes temporales, cuya consecución cebaba sus corazones. En suma, no despojaron su entendimiento del ropaje humano para percibir la realidad divina ¿Cuál fue la consecuencia? La aparición del Hijo de Dios les "deslumbró", porque esperaban al Hijo de David en lugar de a la "raíz de David". El nombre "Jesús" no les decía nada, ya que esperaban la liberación temporal, ser librados en sus pecados (un error frecuente en cada época), y no de sus pecados. La "vida eterna", ofrecida en el Mesías, no era de suficiente entidad, como certeza a todo aquel que cree, porque estando aferrados a lo de abajo quedan impedidos de apreciar lo de arriba.
3. Hemos de hablar más del velo de los judíos que del velo de Moisés. Es el velo que impide la contemplación de la luz, llegando a ser símbolo del estado de tinieblas, en el cual se permanece a causa de la incredulidad. En este estado el hombre pone barreras difíciles de superar, impidiendo la comunión con Dios y, de este modo, con sus semejantes. ¡Pero cuando se convierten al Señor el velo es quitado!
No es lo mismo la gloria ora potente más tarde desvanecida de Moisés, que "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". Esta última ha iluminado, y reside permanentemente, "en nuestros corazones". Usamos de mucha franqueza porque no es un atrevimiento temerario por nuestra parte entrar en la misma presencia de Dios, sino nuestro "derecho" en Jesucristo, por quien el "velo" ha sido roto, abriéndose de par en par el camino al Padre. Porque, además, Dios nos ha dado autoridad para ser llamados "hijos de Dios". Porque la obra divina no sólo hizo posible nuestra limpieza sino que, sin sonrojo ni falsa seguridad, decididamente podemos decir: "Le veremos como él es y seremos semejantes a él". Al mirar la causa de todo lo anterior no encontramos mejores palabras que las de (2 Co 5:18): "Y todo esto proviene de Dios...", resultado de lo cual es que nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, "no que seamos competentes por nosotros mismos ... nuestra competencia proviene de Dios" (2 Co 3:5-6).
Por otro lado, vemos la importancia de mirar "a cara descubierta", sin poner velos que impidan contemplar la gloria de Dios renunciando a lo oculto. Nada se esconde a su omnisciencia, tampoco hay impedimento alguno en nuestra comunión con él. El problema no es si nos aceptamos o no, sino que Dios nos aceptó en el Amado. Un día habremos de "comparecer", ser manifestados tal cual somos, sin tapujos ante el tribunal de Cristo. Dios quiere liberamos de cuanto no le agrada o pueda impedir nuestro progreso; delante de los demás no somos ni más ni menos que lo que seamos ante el Señor. Lo que mostramos es gloria y sólo gloria propia de "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo", en cuya semejanza seremos constantemente transformados si, como Moisés, contemplamos la gloria cultivando la intimidad en oración, sumisión y obediencia a la Palabra.
Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
Copyright ©. Texto usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, y de Antonio Ruiz, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
Sin embargo, más importante que describir el diseño es considerar su uso. Moisés se quitaba el velo al entrar en la presencia del Señor, cosa que tendría lugar en la tienda de reunión, puesto que aún no había sido erigido el tabernáculo. Nada más adecuado que este gesto, ya que ante el Creador omnisciente aparecemos sin velo. Nada le es oculto, por tanto, nada sería más inadecuado y fuera de lugar que velar lo que somos. Resulta clara la necesidad de hablar a Jehová "a cara descubierta" para recibir la comunicación de su gloria, siendo evidente asimismo la disminución gradual del resplandor. No obstante la gloria del antiguo pacto no estaba vacía de contenido, quedando cubiertas las necesidades de Israel, simbolizado esto por el rostro brillante de Moisés. Pero todo creaba una tensión hacia algo que vendría en el futuro, un estado más permanente y definitivo. La gloria perecedera de la ley contrasta con la gloria más elevada e imperecedera del evangelio. La gloria era transitoria, y la revelación del Antiguo Testamento mira a su pleno cumplimiento en Cristo. Llegado "el cumplimiento del tiempo" vemos a Jesús transfigurado con una gloria inherente, no conferida ni pasajera, reflejo de la misma esencia de Dios; y Jesús es el Mediador de un mejor pacto establecido sobre mejores promesas (He 8:6).
La versión LXX da la impresión de que Moisés se ponía el velo cuando hablaba con el pueblo. Tal como lo tenemos en castellano (RV-60), que parece confirmar el texto hebreo, el velo era puesto después de hablar con Israel, ya que "los hijos de Israel ... veían que la piel de su rostro era resplandeciente" (versículo 35), y fue cuando "acabó Moisés de hablar ... (que) puso un velo sobre su rostro" (versículo 33). Objetivamente el velo apuntaba al fin de la ley y al cumplimiento de todas las promesas en Cristo. Sin embargo, cuando se mantenía la mirada en la gloria del Sinaí, los que no eran llevados contritos al Cristo del cual la ley era "ayo" se encontraban con un sistema de condenación sin esperanza, surgiendo entonces subjetivamente los velos de un corazón endurecido e incapaz de llevar su realidad pecaminosa al sacrificio de sangre que apuntaba a la cruz.
Contrastes y semejanzas con 2 Corintios 3:1-4:6
No nos es posible hacer un estudio exhaustivo del tema, y quizá tampoco sería adecuado en este lugar. Pero dada la relación indudable de este pasaje de Éxodo con aquél no es posible soslayar el tema, así que, con las limitaciones anunciadas y de forma sintetizada pasamos a exponer algunos pensamientos.
Son contrastadas dos formas diferentes de grabar la voluntad de Dios. En un caso "tablas de piedra" (Ex 34:4), lo que supone obediencia a una norma externa; en el otro caso "en tablas de carne del corazón" (2 Co 3:3), lo que convierte a los creyentes en "epístolas vivientes", leídas por los hombres, que, además, obedecen por amor y en el poder del Espíritu Santo.
Como ya hemos explicado, el resplandor glorioso no deja de ser figura de la antigua dispensación, y Pablo nos dirá que "el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria", que "el ministerio de condenación fue con gloria", y que "lo que perece tuvo gloria" (2 Co 3:7,9,11). Pero al mismo tiempo leemos que "aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente" (2 Co 3:10), preguntándose Pablo: "¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?" (2 Co 3:8). No cabe duda que el antiguo pacto contiene un grado notable de revelación, pero esta gloria queda pálida ante la plena luz del evangelio. En los postreros días Dios nos ha hablado "por el Hijo" (He 1:1-2); el Verbo llegó a ser carne, revelándonos a Dios habiendo salido del seno del Padre (Jn 1:1,14,18) (Jn 14:9).
La obra que el Hijo de Dios realizó vivifica, justifica, procura todo cuanto surge de las fuentes inagotables de la resurrección (mediante las operaciones del Espíritu santo) y permanece. Damos gracias a Dios por la forma maravillosa en que preparó el escenario para el evangelio, y quedamos mudos de asombro ante su revelación, que, sin ser completa ni definitiva mostraba tal gloria. Pero, ¿qué diremos, aparte de expresar la gloriosa adoración de nuestros corazones, ante la dispensación del Espíritu que supone solventar definitivamente el problema del pecado mediante la solución que brota "del mismo corazón de Dios"?
Llegamos a los diferentes pensamientos sugeridos por el "velo" que cubría el rostro de Moisés:
1. Es figura de la naturaleza preparatoria de las ordenanzas mosaicas, cada una de las cuales "cubría" algún significado espiritual, mirando todo ello a Cristo (Ro 10:4).
2. Aunque no todos los judíos, sí la mayoría evitaban quitar el velo adentrándose en el significado espiritual, dejando, de este modo, de contemplar su cumplimiento. Convirtieron la revelación que transforma en una cosificación donde no había ni luz ni vida. Leyeron las promesas divinas a la luz de las imágenes sensibles que tenían en su mente, sobre el fondo de bienes temporales, cuya consecución cebaba sus corazones. En suma, no despojaron su entendimiento del ropaje humano para percibir la realidad divina ¿Cuál fue la consecuencia? La aparición del Hijo de Dios les "deslumbró", porque esperaban al Hijo de David en lugar de a la "raíz de David". El nombre "Jesús" no les decía nada, ya que esperaban la liberación temporal, ser librados en sus pecados (un error frecuente en cada época), y no de sus pecados. La "vida eterna", ofrecida en el Mesías, no era de suficiente entidad, como certeza a todo aquel que cree, porque estando aferrados a lo de abajo quedan impedidos de apreciar lo de arriba.
3. Hemos de hablar más del velo de los judíos que del velo de Moisés. Es el velo que impide la contemplación de la luz, llegando a ser símbolo del estado de tinieblas, en el cual se permanece a causa de la incredulidad. En este estado el hombre pone barreras difíciles de superar, impidiendo la comunión con Dios y, de este modo, con sus semejantes. ¡Pero cuando se convierten al Señor el velo es quitado!
No es lo mismo la gloria ora potente más tarde desvanecida de Moisés, que "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". Esta última ha iluminado, y reside permanentemente, "en nuestros corazones". Usamos de mucha franqueza porque no es un atrevimiento temerario por nuestra parte entrar en la misma presencia de Dios, sino nuestro "derecho" en Jesucristo, por quien el "velo" ha sido roto, abriéndose de par en par el camino al Padre. Porque, además, Dios nos ha dado autoridad para ser llamados "hijos de Dios". Porque la obra divina no sólo hizo posible nuestra limpieza sino que, sin sonrojo ni falsa seguridad, decididamente podemos decir: "Le veremos como él es y seremos semejantes a él". Al mirar la causa de todo lo anterior no encontramos mejores palabras que las de (2 Co 5:18): "Y todo esto proviene de Dios...", resultado de lo cual es que nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, "no que seamos competentes por nosotros mismos ... nuestra competencia proviene de Dios" (2 Co 3:5-6).
Por otro lado, vemos la importancia de mirar "a cara descubierta", sin poner velos que impidan contemplar la gloria de Dios renunciando a lo oculto. Nada se esconde a su omnisciencia, tampoco hay impedimento alguno en nuestra comunión con él. El problema no es si nos aceptamos o no, sino que Dios nos aceptó en el Amado. Un día habremos de "comparecer", ser manifestados tal cual somos, sin tapujos ante el tribunal de Cristo. Dios quiere liberamos de cuanto no le agrada o pueda impedir nuestro progreso; delante de los demás no somos ni más ni menos que lo que seamos ante el Señor. Lo que mostramos es gloria y sólo gloria propia de "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo", en cuya semejanza seremos constantemente transformados si, como Moisés, contemplamos la gloria cultivando la intimidad en oración, sumisión y obediencia a la Palabra.
Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
Copyright ©. Texto usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, y de Antonio Ruiz, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
Contrastes y semejanzas con 2 Corintios 3:1-4:6
No nos es posible hacer un estudio exhaustivo del tema, y quizá tampoco sería adecuado en este lugar. Pero dada la relación indudable de este pasaje de Éxodo con aquél no es posible soslayar el tema, así que, con las limitaciones anunciadas y de forma sintetizada pasamos a exponer algunos pensamientos.
Son contrastadas dos formas diferentes de grabar la voluntad de Dios. En un caso "tablas de piedra" (Ex 34:4), lo que supone obediencia a una norma externa; en el otro caso "en tablas de carne del corazón" (2 Co 3:3), lo que convierte a los creyentes en "epístolas vivientes", leídas por los hombres, que, además, obedecen por amor y en el poder del Espíritu Santo.
Como ya hemos explicado, el resplandor glorioso no deja de ser figura de la antigua dispensación, y Pablo nos dirá que "el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria", que "el ministerio de condenación fue con gloria", y que "lo que perece tuvo gloria" (2 Co 3:7,9,11). Pero al mismo tiempo leemos que "aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente" (2 Co 3:10), preguntándose Pablo: "¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?" (2 Co 3:8). No cabe duda que el antiguo pacto contiene un grado notable de revelación, pero esta gloria queda pálida ante la plena luz del evangelio. En los postreros días Dios nos ha hablado "por el Hijo" (He 1:1-2); el Verbo llegó a ser carne, revelándonos a Dios habiendo salido del seno del Padre (Jn 1:1,14,18) (Jn 14:9).
La obra que el Hijo de Dios realizó vivifica, justifica, procura todo cuanto surge de las fuentes inagotables de la resurrección (mediante las operaciones del Espíritu santo) y permanece. Damos gracias a Dios por la forma maravillosa en que preparó el escenario para el evangelio, y quedamos mudos de asombro ante su revelación, que, sin ser completa ni definitiva mostraba tal gloria. Pero, ¿qué diremos, aparte de expresar la gloriosa adoración de nuestros corazones, ante la dispensación del Espíritu que supone solventar definitivamente el problema del pecado mediante la solución que brota "del mismo corazón de Dios"?
Llegamos a los diferentes pensamientos sugeridos por el "velo" que cubría el rostro de Moisés:
1. Es figura de la naturaleza preparatoria de las ordenanzas mosaicas, cada una de las cuales "cubría" algún significado espiritual, mirando todo ello a Cristo (Ro 10:4).
2. Aunque no todos los judíos, sí la mayoría evitaban quitar el velo adentrándose en el significado espiritual, dejando, de este modo, de contemplar su cumplimiento. Convirtieron la revelación que transforma en una cosificación donde no había ni luz ni vida. Leyeron las promesas divinas a la luz de las imágenes sensibles que tenían en su mente, sobre el fondo de bienes temporales, cuya consecución cebaba sus corazones. En suma, no despojaron su entendimiento del ropaje humano para percibir la realidad divina ¿Cuál fue la consecuencia? La aparición del Hijo de Dios les "deslumbró", porque esperaban al Hijo de David en lugar de a la "raíz de David". El nombre "Jesús" no les decía nada, ya que esperaban la liberación temporal, ser librados en sus pecados (un error frecuente en cada época), y no de sus pecados. La "vida eterna", ofrecida en el Mesías, no era de suficiente entidad, como certeza a todo aquel que cree, porque estando aferrados a lo de abajo quedan impedidos de apreciar lo de arriba.
3. Hemos de hablar más del velo de los judíos que del velo de Moisés. Es el velo que impide la contemplación de la luz, llegando a ser símbolo del estado de tinieblas, en el cual se permanece a causa de la incredulidad. En este estado el hombre pone barreras difíciles de superar, impidiendo la comunión con Dios y, de este modo, con sus semejantes. ¡Pero cuando se convierten al Señor el velo es quitado!
No es lo mismo la gloria ora potente más tarde desvanecida de Moisés, que "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". Esta última ha iluminado, y reside permanentemente, "en nuestros corazones". Usamos de mucha franqueza porque no es un atrevimiento temerario por nuestra parte entrar en la misma presencia de Dios, sino nuestro "derecho" en Jesucristo, por quien el "velo" ha sido roto, abriéndose de par en par el camino al Padre. Porque, además, Dios nos ha dado autoridad para ser llamados "hijos de Dios". Porque la obra divina no sólo hizo posible nuestra limpieza sino que, sin sonrojo ni falsa seguridad, decididamente podemos decir: "Le veremos como él es y seremos semejantes a él". Al mirar la causa de todo lo anterior no encontramos mejores palabras que las de (2 Co 5:18): "Y todo esto proviene de Dios...", resultado de lo cual es que nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, "no que seamos competentes por nosotros mismos ... nuestra competencia proviene de Dios" (2 Co 3:5-6).
Por otro lado, vemos la importancia de mirar "a cara descubierta", sin poner velos que impidan contemplar la gloria de Dios renunciando a lo oculto. Nada se esconde a su omnisciencia, tampoco hay impedimento alguno en nuestra comunión con él. El problema no es si nos aceptamos o no, sino que Dios nos aceptó en el Amado. Un día habremos de "comparecer", ser manifestados tal cual somos, sin tapujos ante el tribunal de Cristo. Dios quiere liberamos de cuanto no le agrada o pueda impedir nuestro progreso; delante de los demás no somos ni más ni menos que lo que seamos ante el Señor. Lo que mostramos es gloria y sólo gloria propia de "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo", en cuya semejanza seremos constantemente transformados si, como Moisés, contemplamos la gloria cultivando la intimidad en oración, sumisión y obediencia a la Palabra.
Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
Copyright ©. Texto usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, y de Antonio Ruiz, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
Como ya hemos explicado, el resplandor glorioso no deja de ser figura de la antigua dispensación, y Pablo nos dirá que "el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria", que "el ministerio de condenación fue con gloria", y que "lo que perece tuvo gloria" (2 Co 3:7,9,11). Pero al mismo tiempo leemos que "aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente" (2 Co 3:10), preguntándose Pablo: "¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?" (2 Co 3:8). No cabe duda que el antiguo pacto contiene un grado notable de revelación, pero esta gloria queda pálida ante la plena luz del evangelio. En los postreros días Dios nos ha hablado "por el Hijo" (He 1:1-2); el Verbo llegó a ser carne, revelándonos a Dios habiendo salido del seno del Padre (Jn 1:1,14,18) (Jn 14:9).
La obra que el Hijo de Dios realizó vivifica, justifica, procura todo cuanto surge de las fuentes inagotables de la resurrección (mediante las operaciones del Espíritu santo) y permanece. Damos gracias a Dios por la forma maravillosa en que preparó el escenario para el evangelio, y quedamos mudos de asombro ante su revelación, que, sin ser completa ni definitiva mostraba tal gloria. Pero, ¿qué diremos, aparte de expresar la gloriosa adoración de nuestros corazones, ante la dispensación del Espíritu que supone solventar definitivamente el problema del pecado mediante la solución que brota "del mismo corazón de Dios"?
Llegamos a los diferentes pensamientos sugeridos por el "velo" que cubría el rostro de Moisés:
1. Es figura de la naturaleza preparatoria de las ordenanzas mosaicas, cada una de las cuales "cubría" algún significado espiritual, mirando todo ello a Cristo (Ro 10:4).
2. Aunque no todos los judíos, sí la mayoría evitaban quitar el velo adentrándose en el significado espiritual, dejando, de este modo, de contemplar su cumplimiento. Convirtieron la revelación que transforma en una cosificación donde no había ni luz ni vida. Leyeron las promesas divinas a la luz de las imágenes sensibles que tenían en su mente, sobre el fondo de bienes temporales, cuya consecución cebaba sus corazones. En suma, no despojaron su entendimiento del ropaje humano para percibir la realidad divina ¿Cuál fue la consecuencia? La aparición del Hijo de Dios les "deslumbró", porque esperaban al Hijo de David en lugar de a la "raíz de David". El nombre "Jesús" no les decía nada, ya que esperaban la liberación temporal, ser librados en sus pecados (un error frecuente en cada época), y no de sus pecados. La "vida eterna", ofrecida en el Mesías, no era de suficiente entidad, como certeza a todo aquel que cree, porque estando aferrados a lo de abajo quedan impedidos de apreciar lo de arriba.
3. Hemos de hablar más del velo de los judíos que del velo de Moisés. Es el velo que impide la contemplación de la luz, llegando a ser símbolo del estado de tinieblas, en el cual se permanece a causa de la incredulidad. En este estado el hombre pone barreras difíciles de superar, impidiendo la comunión con Dios y, de este modo, con sus semejantes. ¡Pero cuando se convierten al Señor el velo es quitado!
No es lo mismo la gloria ora potente más tarde desvanecida de Moisés, que "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". Esta última ha iluminado, y reside permanentemente, "en nuestros corazones". Usamos de mucha franqueza porque no es un atrevimiento temerario por nuestra parte entrar en la misma presencia de Dios, sino nuestro "derecho" en Jesucristo, por quien el "velo" ha sido roto, abriéndose de par en par el camino al Padre. Porque, además, Dios nos ha dado autoridad para ser llamados "hijos de Dios". Porque la obra divina no sólo hizo posible nuestra limpieza sino que, sin sonrojo ni falsa seguridad, decididamente podemos decir: "Le veremos como él es y seremos semejantes a él". Al mirar la causa de todo lo anterior no encontramos mejores palabras que las de (2 Co 5:18): "Y todo esto proviene de Dios...", resultado de lo cual es que nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, "no que seamos competentes por nosotros mismos ... nuestra competencia proviene de Dios" (2 Co 3:5-6).
Por otro lado, vemos la importancia de mirar "a cara descubierta", sin poner velos que impidan contemplar la gloria de Dios renunciando a lo oculto. Nada se esconde a su omnisciencia, tampoco hay impedimento alguno en nuestra comunión con él. El problema no es si nos aceptamos o no, sino que Dios nos aceptó en el Amado. Un día habremos de "comparecer", ser manifestados tal cual somos, sin tapujos ante el tribunal de Cristo. Dios quiere liberamos de cuanto no le agrada o pueda impedir nuestro progreso; delante de los demás no somos ni más ni menos que lo que seamos ante el Señor. Lo que mostramos es gloria y sólo gloria propia de "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo", en cuya semejanza seremos constantemente transformados si, como Moisés, contemplamos la gloria cultivando la intimidad en oración, sumisión y obediencia a la Palabra.
Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
Copyright ©. Texto usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, y de Antonio Ruiz, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
Llegamos a los diferentes pensamientos sugeridos por el "velo" que cubría el rostro de Moisés:
1. Es figura de la naturaleza preparatoria de las ordenanzas mosaicas, cada una de las cuales "cubría" algún significado espiritual, mirando todo ello a Cristo (Ro 10:4).
2. Aunque no todos los judíos, sí la mayoría evitaban quitar el velo adentrándose en el significado espiritual, dejando, de este modo, de contemplar su cumplimiento. Convirtieron la revelación que transforma en una cosificación donde no había ni luz ni vida. Leyeron las promesas divinas a la luz de las imágenes sensibles que tenían en su mente, sobre el fondo de bienes temporales, cuya consecución cebaba sus corazones. En suma, no despojaron su entendimiento del ropaje humano para percibir la realidad divina ¿Cuál fue la consecuencia? La aparición del Hijo de Dios les "deslumbró", porque esperaban al Hijo de David en lugar de a la "raíz de David". El nombre "Jesús" no les decía nada, ya que esperaban la liberación temporal, ser librados en sus pecados (un error frecuente en cada época), y no de sus pecados. La "vida eterna", ofrecida en el Mesías, no era de suficiente entidad, como certeza a todo aquel que cree, porque estando aferrados a lo de abajo quedan impedidos de apreciar lo de arriba.
3. Hemos de hablar más del velo de los judíos que del velo de Moisés. Es el velo que impide la contemplación de la luz, llegando a ser símbolo del estado de tinieblas, en el cual se permanece a causa de la incredulidad. En este estado el hombre pone barreras difíciles de superar, impidiendo la comunión con Dios y, de este modo, con sus semejantes. ¡Pero cuando se convierten al Señor el velo es quitado!
No es lo mismo la gloria ora potente más tarde desvanecida de Moisés, que "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". Esta última ha iluminado, y reside permanentemente, "en nuestros corazones". Usamos de mucha franqueza porque no es un atrevimiento temerario por nuestra parte entrar en la misma presencia de Dios, sino nuestro "derecho" en Jesucristo, por quien el "velo" ha sido roto, abriéndose de par en par el camino al Padre. Porque, además, Dios nos ha dado autoridad para ser llamados "hijos de Dios". Porque la obra divina no sólo hizo posible nuestra limpieza sino que, sin sonrojo ni falsa seguridad, decididamente podemos decir: "Le veremos como él es y seremos semejantes a él". Al mirar la causa de todo lo anterior no encontramos mejores palabras que las de (2 Co 5:18): "Y todo esto proviene de Dios...", resultado de lo cual es que nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, "no que seamos competentes por nosotros mismos ... nuestra competencia proviene de Dios" (2 Co 3:5-6).
Por otro lado, vemos la importancia de mirar "a cara descubierta", sin poner velos que impidan contemplar la gloria de Dios renunciando a lo oculto. Nada se esconde a su omnisciencia, tampoco hay impedimento alguno en nuestra comunión con él. El problema no es si nos aceptamos o no, sino que Dios nos aceptó en el Amado. Un día habremos de "comparecer", ser manifestados tal cual somos, sin tapujos ante el tribunal de Cristo. Dios quiere liberamos de cuanto no le agrada o pueda impedir nuestro progreso; delante de los demás no somos ni más ni menos que lo que seamos ante el Señor. Lo que mostramos es gloria y sólo gloria propia de "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo", en cuya semejanza seremos constantemente transformados si, como Moisés, contemplamos la gloria cultivando la intimidad en oración, sumisión y obediencia a la Palabra.
Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
Copyright ©. Texto usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, y de Antonio Ruiz, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
2. Aunque no todos los judíos, sí la mayoría evitaban quitar el velo adentrándose en el significado espiritual, dejando, de este modo, de contemplar su cumplimiento. Convirtieron la revelación que transforma en una cosificación donde no había ni luz ni vida. Leyeron las promesas divinas a la luz de las imágenes sensibles que tenían en su mente, sobre el fondo de bienes temporales, cuya consecución cebaba sus corazones. En suma, no despojaron su entendimiento del ropaje humano para percibir la realidad divina ¿Cuál fue la consecuencia? La aparición del Hijo de Dios les "deslumbró", porque esperaban al Hijo de David en lugar de a la "raíz de David". El nombre "Jesús" no les decía nada, ya que esperaban la liberación temporal, ser librados en sus pecados (un error frecuente en cada época), y no de sus pecados. La "vida eterna", ofrecida en el Mesías, no era de suficiente entidad, como certeza a todo aquel que cree, porque estando aferrados a lo de abajo quedan impedidos de apreciar lo de arriba.
3. Hemos de hablar más del velo de los judíos que del velo de Moisés. Es el velo que impide la contemplación de la luz, llegando a ser símbolo del estado de tinieblas, en el cual se permanece a causa de la incredulidad. En este estado el hombre pone barreras difíciles de superar, impidiendo la comunión con Dios y, de este modo, con sus semejantes. ¡Pero cuando se convierten al Señor el velo es quitado!
No es lo mismo la gloria ora potente más tarde desvanecida de Moisés, que "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". Esta última ha iluminado, y reside permanentemente, "en nuestros corazones". Usamos de mucha franqueza porque no es un atrevimiento temerario por nuestra parte entrar en la misma presencia de Dios, sino nuestro "derecho" en Jesucristo, por quien el "velo" ha sido roto, abriéndose de par en par el camino al Padre. Porque, además, Dios nos ha dado autoridad para ser llamados "hijos de Dios". Porque la obra divina no sólo hizo posible nuestra limpieza sino que, sin sonrojo ni falsa seguridad, decididamente podemos decir: "Le veremos como él es y seremos semejantes a él". Al mirar la causa de todo lo anterior no encontramos mejores palabras que las de (2 Co 5:18): "Y todo esto proviene de Dios...", resultado de lo cual es que nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, "no que seamos competentes por nosotros mismos ... nuestra competencia proviene de Dios" (2 Co 3:5-6).
Por otro lado, vemos la importancia de mirar "a cara descubierta", sin poner velos que impidan contemplar la gloria de Dios renunciando a lo oculto. Nada se esconde a su omnisciencia, tampoco hay impedimento alguno en nuestra comunión con él. El problema no es si nos aceptamos o no, sino que Dios nos aceptó en el Amado. Un día habremos de "comparecer", ser manifestados tal cual somos, sin tapujos ante el tribunal de Cristo. Dios quiere liberamos de cuanto no le agrada o pueda impedir nuestro progreso; delante de los demás no somos ni más ni menos que lo que seamos ante el Señor. Lo que mostramos es gloria y sólo gloria propia de "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo", en cuya semejanza seremos constantemente transformados si, como Moisés, contemplamos la gloria cultivando la intimidad en oración, sumisión y obediencia a la Palabra.
Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
Copyright ©. Texto usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, y de Antonio Ruiz, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
No es lo mismo la gloria ora potente más tarde desvanecida de Moisés, que "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". Esta última ha iluminado, y reside permanentemente, "en nuestros corazones". Usamos de mucha franqueza porque no es un atrevimiento temerario por nuestra parte entrar en la misma presencia de Dios, sino nuestro "derecho" en Jesucristo, por quien el "velo" ha sido roto, abriéndose de par en par el camino al Padre. Porque, además, Dios nos ha dado autoridad para ser llamados "hijos de Dios". Porque la obra divina no sólo hizo posible nuestra limpieza sino que, sin sonrojo ni falsa seguridad, decididamente podemos decir: "Le veremos como él es y seremos semejantes a él". Al mirar la causa de todo lo anterior no encontramos mejores palabras que las de (2 Co 5:18): "Y todo esto proviene de Dios...", resultado de lo cual es que nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, "no que seamos competentes por nosotros mismos ... nuestra competencia proviene de Dios" (2 Co 3:5-6).
Por otro lado, vemos la importancia de mirar "a cara descubierta", sin poner velos que impidan contemplar la gloria de Dios renunciando a lo oculto. Nada se esconde a su omnisciencia, tampoco hay impedimento alguno en nuestra comunión con él. El problema no es si nos aceptamos o no, sino que Dios nos aceptó en el Amado. Un día habremos de "comparecer", ser manifestados tal cual somos, sin tapujos ante el tribunal de Cristo. Dios quiere liberamos de cuanto no le agrada o pueda impedir nuestro progreso; delante de los demás no somos ni más ni menos que lo que seamos ante el Señor. Lo que mostramos es gloria y sólo gloria propia de "la gloria de Dios en la faz de Jesucristo", en cuya semejanza seremos constantemente transformados si, como Moisés, contemplamos la gloria cultivando la intimidad en oración, sumisión y obediencia a la Palabra.
Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
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Temas para meditar
Para repaso: haga un bosquejo de los diversos movimientos del argumento en los capítulos 32-34, asegurándose que entiende el desarrollo del pensamiento. Después de esto pase a contestar las preguntas siguientes:
1. ¿Cómo contestaría a los que dicen que (Ex 33:7-11) es un pasaje insertado en este lugar pero que no corresponde al contexto?
2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
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2. Analice las oraciones de Moisés en (Ex 32:7-14) y (Ex 33:12-23), resumiendo con la suficiente amplitud los elementos más importantes.
3. ¿Cree que estamos en lo cierto al evitar hablar del código o catálogo ritual en relación con (Ex 34:10-26), y al defender su plena adecuación al contexto amplio e inmediato? Si lo cree así, ¿por qué?
4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
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4. ¿Qué significado tiene la actitud de Moisés en (Ex 34:8) a la vista de la desobediencia del pueblo y de la revelación que él mismo recibió de Dios durante su intercesión?
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