Estudio bíblico: Ignorancia culpable - Juan 15:22-25

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
Resultado:
Votos: 4
Visitas: 7539

Ignorancia culpable (Juan 15:22-25)

Al terminar nuestro último estudio estábamos considerando el hecho de que los judíos rechazaron al Señor Jesucristo porque no conocían al Padre que le había enviado. Y aquí nos surge una pregunta: ¿Podrían haberle conocido en caso de haberlo deseado? Inmediatamente vamos a ver que la respuesta es que sí; por supuesto que podían haberlo conocido. Por lo tanto, si todavía permanecían en ignorancia, eran culpables por ello.
Ahora el Señor analiza el grado de responsabilidad que aquellos judíos que le rechazaban tenían. Su argumento parte de la base de que hay un tipo de ignorancia culpable.
Consideremos el análisis que el Señor va a hacer a continuación de la evolución de sus contemporáneos:
En primer lugar habían escuchado sus palabras y las habían rechazado, lo que les hacía culpables: "Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado" (Jn 15:22).
También habían visto sus obras y las habían rechazado: "Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre" (Jn 15:24).
Y por último, habían ignorado las advertencias del Antiguo Testamento en relación con la venida del Mesías, que anunciaban con claridad que cuando el Mesías viniese le aborrecerían: "Pero esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron" (Jn 15:25).
Por lo tanto, su ignorancia era culpable, porque tenían delante de ellos todas las evidencias necesarias para creer y las rechazaron una por una.

"Si no les hubiera hablado, no tendrían pecado"

(Jn 15:22) "Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado."
1. La situación de los judíos
Por supuesto, el Señor no estaba diciendo que antes de su venida los hombres no fueran culpables, sino que el hecho que se subraya aquí es que su venida había hecho evidente más allá de toda duda la maldad del ser humano en general, y de aquellos judíos en particular. Es más, con su persistente incredulidad estaban llegando a un punto en que se cerraban voluntaria y definitivamente a toda posibilidad de salvación.
No debemos olvidar que la presentación del Señor Jesucristo en este mundo era la última y completa revelación de parte de Dios para la humanidad. Recordemos lo que dijo el autor de Hebreos:
(He 1:1-2) "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo."
¿Qué más podía hacer Dios para que le pudieran conocer? Si después de humillarse haciéndose hombre con el fin de que el mundo pudiera conocerlo de una forma directa, los hombres todavía persisten en su incredulidad, no queda nada más que se pueda hacer. Además, rechazar una revelación tan clara tendría graves consecuencias.
2. El mundo odia las palabras de Jesús
Una de las razones por las que el mundo odia a Jesús es por sus palabras. Esto es sorprendente. Hay personas que cuando hablan son arrogantes, orgullosos, vanidosos, egoístas o crueles, y en ese caso, es fácil sentir cierto rechazo hacia ellas, pero nada parecido había en el Señor Jesucristo. Por el contrario, él era humilde, sentía como suyo el dolor de los demás, hablaba con honestidad, es más, él es el único hombre que ha vivido en esta tierra en cuya palabra siempre se puede confiar.
¿Cuál era entonces el problema? Pues que Cristo revela lo que verdaderamente somos, y eso no nos gusta.
Ironside cuenta una historia para ilustrar este punto. Hace años, en el interior de África, la esposa de un jefe africano visitó una estación misionera. El misionero a cargo tenía un pequeño espejo colgado en un árbol fuera de su casa, y la mujer casualmente miró en él. Ella hacía poco que había salido de un ambiente pagano y nunca había visto las horribles pinturas en su rostro, o sus rasgos endurecidos. Ahora, al contemplar su propio rostro en el espejo, se sobresaltó. Ella le preguntó al misionero: "¿Quién es esa persona de aspecto horrible dentro del árbol?". "No es el árbol", dijo el misionero. "El cristal refleja tu propia cara". No podía creerlo hasta que tuvo el espejo en la mano. Cuando hubo entendido, le dijo al misionero: "Necesito el espejo. ¿Cuánto cuesta?". El misionero no quería venderlo, pero ella insistió tanto que al final pensó que sería mejor que se lo llevara y así evitarse problemas. Se fijó un precio y ella lo tomó en sus manos, y con fiereza dijo: "Nunca volveré a dejar que me haga muecas". Lo arrojó y lo rompió en pedazos.
Y eso es precisamente lo que los judíos hicieron con Jesús, y es lo mismo que trágicamente sigue ocurriendo en el día de hoy. Lo que al mundo no le gusta de las palabras de Jesús es que denuncian sus pecados y esto les ofende.
3. "No tendrían pecado"
En los versículos 22 y 24 el Señor usa dos veces esta frase: "no tendrían pecado". ¿Qué quiso decir con ella? ¿Acaso serían inocentes si Jesús no hubiera venido a este mundo y les hubiera hablado?
No, no quiere decir que no había pecado en el mundo hasta que vino Jesús. Lo que está queriendo expresar es que su pecado no habría sido puesto en evidencia con tanta claridad si él no hubiera venido. Y, como sabemos, esto alcanzó su clímax cuando en su maldad llegaron a matar al mismo Hijo de Dios.
Por lo tanto, debemos entender la frase, "no tendrían pecado", dando a entender que "no serían culpables". La idea es que a partir de la venida del Señor no podrían alegar que Dios traía sobre ellos un juicio injusto porque se les juzgaba por algo que ellos no conocían. Ahora estaban completamente sin excusa.
Habían escuchado las enseñanzas de Cristo, y como dice a continuación, también habían visto sus obras divinas, y aun así, decidieron permanecer en su incredulidad. No podían alegar inocencia sobre la base de que no habían sido advertidos.
¿Qué más se podía hacer por ellos? ¡Nada, absolutamente nada! Estaban pecando voluntariamente contra la luz más clara posible porque preferían las tinieblas, de este modo se convirtieron en los más culpables de todos los hombres. Recordemos que el único pecado que no tiene perdón es el de la incredulidad.
(Jn 3:17-21) "Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios."
(Jn 8:24) "Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis."
Esto introduce un principio del que el Señor ya había hablado en varias ocasiones en los otros evangelios: los privilegios espirituales nos ayudan a llegar al cielo, pero si son rechazados, conllevan una condenación mayor en el infierno.
(Lc 12:47-48) "Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá."
El Señor aplicó este principio en varias ocasiones:
(Mt 11:20-24) "Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: Ay de ti, Corazín! Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti."
(Lc 11:31-32) "La reina del Sur se levantará en el juicio con los hombres de esta generación, y los condenará; porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar. Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque a la predicación de Jonás se arrepintieron, y he aquí más que Jonás en este lugar."
El Señor condenó con dureza el pecado de sus contemporáneos galileos por su falta de arrepentimiento, y les dijo que enfrentarían un juicio más severo que algunas ciudades paganas como Tiro, Sidón, o incluso Sodoma.
Notemos que el principio involucrado aquí es que un hombre es hecho responsable por lo que conoce. Cuando Dios juzgue a los seres humanos lo hará de acuerdo al conocimiento que cada uno de ellos ha recibido.
Además, es importante notar que los pecados que serán condenados con mayor severidad, no serán aquellos que caracterizaron a las ciudades paganas e inmorales como Sodoma, sino el pecado de incredulidad. El juicio será decidido en función del grado de luz contra el cual cada persona se rebeló. Por ejemplo, el juicio sería más tolerable para los habitantes de Sodoma que para aquellos judíos que estaban dando la espalda al mismo Rey de reyes y Señor de señores.
Esto nos hace pensar que aquellas personas que viven en países donde el Evangelio es ampliamente predicado, serán juzgados con mayor severidad que los que viven en lugares donde apenas se sabe de él. Y lo mismo podría decirse de aquellos que se han criado en familias cristianas y que aun así rechazan la gracia de Dios. Y este será el caso de aquellos israelitas, que habiendo disfrutado de todos los privilegios imaginables, decidieron seguir siendo incrédulos.
En el caso de aquellos que nunca han oído hablar de Jesús, no tendrán que responder por no haber creído en él, aunque sí que tendrán que dar cuentas por muchísimas otras cosas. Cada persona será considerada responsable por su respuesta ante la luz que ha recibido acerca de Dios. En este sentido, todo ser humano tiene algo de luz, puesto que Dios ha llenado todo el universo de señales que apuntan hacia él (Hch 14:13-17) (Hch 17:26-28) (Ro 1:18-32) (Ro 2:14-16). Aun así, hay muchos que no prestan atención a estas señales, o incluso intentan suprimir intencionadamente todas las evidencias, haciéndose culpables por ello.

El que aborrece a Cristo, también aborrece al Padre

(Jn 15:23) "El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece."
Una vez más el Señor les dice a los judíos incrédulos que la unión que había entre él y el Padre (Jn 10:30), era tal que resultaba imposible creer en uno sin creer en el otro. Por lo tanto, cuando ellos afirmaban que eran verdaderos adoradores de Dios, y al mismo tiempo odiaban a Cristo, estaban mintiendo.
Pero esto mismo podría decirse de las personas de cualquier religión: es imposible pretender amar a Dios y al mismo tiempo no honrar a su Hijo Jesucristo (Jn 5:23).

"Si no hubiera hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado"

(Jn 15:24) "Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre."
Aquellos judíos no sólo habían escuchado la enseñanza de Cristo, también habían visto sus milagros. Y notemos cómo se refiere a ellos: "obras que ningún otro ha hecho".
Esta fue la conclusión a la que llegó el ciego sanado por el Señor en el capítulo 9: "Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego" (Jn 9:32). Y fue la misma a la que llegaron muchos de los que escuchaban enseñar al Señor mientras los líderes religiosos le criticaban: "Estas palabras no son de endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?" (Jn 10:21). La singularidad y magnitud de sus obras habían sorprendido hasta a Nicodemo, uno de los principales maestros de Israel en aquel tiempo. Recordemos cómo se dirigió a Jesús cuando fue a verle de noche: "Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él" (Jn 3:2).
Estas obras eran credenciales que confirmaban que él era el Mesías esperado:
(Jn 5:36) "Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado."
(Jn 10:25) "Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí"
(Jn 14:11) "Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras."
Si alguien no había entendido sus enseñanzas, o no había sido convencido por ellas, todavía tenía ante sí el indiscutible poder divino que surgía de él. Y no sólo su poder, también el carácter de sus obras mostraban una y otra vez su amor y generosidad por los pecadores necesitados.
Ante una evidencia tan clara, cualquiera que se negara a creer en él sería culpable y no tendría excusa.
Notemos bien que Dios trata a las personas como seres responsables. Les presenta pruebas inapelables de quién era, y espera de ellos una respuesta positiva. Esto implica que los hombres, aun en su estado pecador, son capaces de entender la verdad de Dios y también de aceptarla por la fe.
A la luz de todo esto, no podemos aceptar la teología calvinista que afirma que sólo un selecto grupo de predestinados por Dios en la eternidad pasada tienen esa capacidad de entender y aceptar la verdad de Dios. Es importante que dejemos a un lado los intrincados razonamientos filosóficos de los teólogos calvinistas para fiarnos de lo que el Señor Jesucristo dijo. Al fin y al cabo, él es la interpretación más nítida que ningún ser humano puede tener de Dios (Jn 1:18). Y él trató a todas las personas, también a los judíos incrédulos, como responsables por lo que habían oído y visto, puesto que les reconocía la capacidad de haber actuado de un modo diferente al que lo hicieron si hubieran querido. Pensémoslo bien; si negamos que el hombre tiene estas capacidades por ser pecador, entonces tendríamos que concluir que el Señor estaba siendo un hipócrita al tratar con ellos, porque les estaba haciendo responsables de algo que no podían entender ni decidir. En ese caso sí que tendrían excusa. Cualquiera de ellos podría decir que no sabía, o que no podía tomar una decisión distinta de la que tomó, porque Dios mismo les había privado de esa capacidad. Si eso fuera así, tal como afirma el calvinismo, entonces no tendría sentido nada de lo que el Señor dice en este pasaje.
Y el Señor continúa: "Pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre". Ellos habían visto a Cristo, lo que no se refiere a que lo habían visto físicamente en algún momento de sus vidas, sino que habían podido comprobar la manifestación perfecta que había hecho de su Padre. Tenían los ojos abiertos, y después de ver la evidencia, habían decidido rechazar al Hijo, e inevitablemente, también al Padre. Aquí estaba su pecado inexcusable y la causa de su justa condenación eterna.

"Sin causa me aborrecieron"

(Jn 15:25) "Pero esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron."
1. El cumplimiento de las Escrituras
Todo esto nos recuerda la parábola que el Señor contó acerca del dueño de una viña y unos labradores malvados. El dueño mandó a diferentes siervos en distintas ocasiones para recibir el fruto de ella, pero a uno tras otro los golpearon, hirieron y mataron. Finalmente el dueño decidió enviar a su propio hijo, diciendo: "tendrán respeto a mi hijo". ¿Qué pensaron aquellos labradores malvados cuando lo vieron: "Mas aquellos labradores dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y la heredad será nuestra. Y tomándole, le mataron, y le echaron fuera de la viña". No había duda de que el Señor contó aquella parábola pensando en ellos. Veamos su reacción: "procuraban prenderle, porque entendían que decía contra ellos aquella parábola". En esta parábola, al igual que en el pasaje que ahora estudiamos, el Señor les advierte que el rechazo hacia su Persona había sido profetizado con antelación en sus Escrituras: "¿Ni aun esta escritura habéis leído: La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo; el Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos?" (Mr 12:1-12).
Los judíos se creían los máximos representantes de la ley de Dios, sin embargo, al ignorar todo lo que ella decía acerca del Mesías, llegaron a cumplir una de sus profecías: "Sin causa me aborrecieron". Por lo tanto, la ley en la que tanto se jactaban, iba a ser su principal acusador en el juicio contra ellos.
El Señor cita varios salmos en los que David había advertido a las generaciones posteriores que cuando viniese el Mesías, su nación lo aborrecería de una forma irracional, sin que él tuviera culpa alguna (Sal 35:19) (Sal 69:4) (Sal 109:5).
En todos estos versículos David pide la vindicación de Dios porque los hombres malvados le acosaban sin una razón justificada. Y las mismas experiencias de oposición que él había tenido en los tiempos del Antiguo Testamento, ahora el Señor ve en su propia situación el cumplimiento de todas ellas. Esta lectura de las Escrituras se basa en la convicción de que ciertas experiencias del pueblo de Dios en el pasado prefiguraban las de su propio Mesías cuando llegara (1 Co 10:1-11).
Las Escrituras que los judíos veneraban, eran las que cumplieron cuando crucificaron al Señor Jesucristo.
(Hch 13:27-30) "Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle. Y sin hallar en él causa digna de muerte, pidieron a Pilato que se le matase. Y habiendo cumplido todas las cosas que de él estaban escritas, quitándolo del madero, lo pusieron en el sepulcro. Mas Dios le levantó de los muertos."
Esto era una prueba más que el Señor colocaba delante de ellos para que se dieran cuenta de su grave equivocación. Esto hacía aún más grave su culpabilidad por su rechazo de Jesús.
En cuanto al cumplimiento de las Escrituras, en este caso como en todos, no hemos de pensar que aquellos judíos a los que Jesús se estaba dirigiendo, hubieran sido predestinados para aborrecer al Hijo de Dios. ¿Qué sentido tendría que un Dios de amor destinara a ciertas personas a odiar a su Hijo por medio de un decreto eterno? Lo que debemos entender es que aquellos hombres usaron su libre albedrío para rechazar a Cristo, y al hacerlo, cumplieron lo que antes había sido anunciado en las Escrituras.
2. "Sin causa me aborrecieron"
Sin lugar a dudas, lo sorprendente de todo esto es el odio irracional de los hombres contra Cristo. Resulta asombroso ver a personas que pueden ser completamente racionales en la mayoría de los asuntos de esta vida, pero que se vuelven completamente irracionales cuando se trata del Señor. En muchos casos se pueden volver incluso hasta violentos.
Y decimos que es un odio irracional, tal como la Escritura lo afirma: "sin causa me aborrecieron".
¿Cuál es la causa del odio del mundo contra Jesús? En realidad estas mismas personas no sabrían decir cuál es la razón que los mueve a despreciarle de ese modo.
Este odio irracional pone en evidencia la terrible depravación del hombre caído. Sólo alguien realmente malo podría odiar a una persona tan justa y buena como Jesús. Nada en su carácter, enseñanza o forma de comportarse podría justificar que las personas le odiaran al punto de querer matarlo. Él jamás había hecho daño a nadie, es más, dio su vida en favor de todos los hombres. Siempre tuvo palabras de consuelo para aquellos pecadores que llegaban a él con el corazón roto. Siempre se presentó como alguien que estaba al servicio de los demás, y nunca dejó de preocuparse por los débiles y rechazados, ofreciéndoles la gracia divina. A los trabajados y cargados les ofreció descanso, a los sedientos prometió calmar su sed.
Es curioso que en el Evangelio de Juan el odio asesino de los judíos surgió después de que el Señor sanara en un día de reposo a un hombre que llevaba treinta y ocho años paralítico (Jn 5:16). Y lo mismo ocurrió cuando sanó a un ciego de nacimiento (Jn 9:24), o cuando resucitó a Lázaro (Jn 11:46-50).
Finalmente, lo que encontramos aquí es el odio de los seres creados hacia su Creador, en un intento final de quitarle de en medio y así poder disfrutar de su anhelada independencia, sin saber que el hombre, apartado de su Creador, está abocado al fracaso y la frustración.

Comentarios

Argentina
  Samuel Petricorena  (Argentina)  (12/12/2023)
Muy interesante la explicación sobre el grado de castigo de DIOS a base de la luz que hayamos recibido. Muchas bendiciones!!
Copyright © 2001-2024 (https://www.escuelabiblica.com). Todos los derechos reservados
CONDICIONES DE USO