Estudio bíblico: La respuesta de Dios al odio del mundo - Juan 15:26-27

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
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España
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La respuesta de Dios al odio del mundo (Juan 15:26-27)

En los versículos anteriores consideramos que ni el hecho de que el mismo Hijo de Dios se hiciera hombre, ni su extenso ministerio terrenal, con sus enseñanzas y milagros, ninguna de esas cosas habían logrado que su pueblo Israel creyera de manera mayoritaria en él. Es más, no sólo no creyeron, sino que lo despreciaron con todo su odio, llevándolo finalmente a la muerte en una cruz.
Al llegar a este punto nos hacemos varias preguntas: ¿Cuál sería la respuesta de Dios frente a estos hechos? ¿Había algo más que Dios pudiera hacer para que ellos llegaran a creer en Cristo? ¿Qué posibilidades había de que sus discípulos consiguieran por medio de su testimonio algo diferente de lo que el mismo Señor había conseguido?
Todas estas cuestiones son importantes y debemos analizarlas con detalle a la luz de los versículos que tenemos por delante:
(Jn 15:26-27) "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio."

La respuesta de Dios al odio del mundo

1. Concede a la humanidad que se arrepienta
El Señor había demostrado más allá de cualquier duda que todas aquellas personas que habían conocido su ministerio eran culpables si permanecían en su incredulidad. Lamentablemente, desde hacía tiempo, cada nueva palabra o milagro de Jesús sólo lograban producir más odio contra su persona en la mayoría de los israelitas de su tiempo. Este odio llegó a su grado máximo cuando se unieron al gobierno gentil para crucificarle (Hch 4:27).
Que los hombres mataran al mismo Hijo de Dios, era un pecado de una gravedad que nunca antes se había conocido en este mundo. Ante esos hechos, habría sido lógico que Dios borrara a la humanidad de sobre la faz de la tierra.
Pero una vez más Dios muestra su misericordiosa gracia volviendo a extender sus brazos abiertos a este mundo. Y lo primero que hace es darles el don del arrepentimiento. Este es un hecho que se subraya repetidamente en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Primero en relación a Israel, y luego también a los gentiles:
(Hch 5:31) "A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados."
(Hch 11:18) "Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!"
Notemos bien que no se trata de un regalo otorgado a algunas personas especiales, predestinadas de antemano, sino a los dos grandes colectivos que representan en las Escrituras a toda la humanidad: judíos y gentiles.
El que Dios conceda a la humanidad la posibilidad de que se arrepienta después de lo que había hecho, era indudablemente un don de la gracia de Dios.
2. Envía su Espíritu Santo para dar testimonio de Cristo
Ya hemos visto en los versículos anteriores que Cristo iba a dejar a sus discípulos en el mundo con la finalidad de que dieran testimonio de él. Y como hemos considerado también, esto tendría un coste muy alto para ellos, porque serían odiados y perseguidos como ya lo había sido él. Aun así, el Señor quería que el mundo siguiera teniendo testimonio de él. Esto era otra manera de manifestar su amor por el mundo.
Pero siendo realistas, si el mundo se había negado a reconocer al Hijo de Dios, ¿qué posibilidades había de que recibieran el testimonio de sus discípulos? Si las claras evidencias presentadas por Cristo no les habían logrado convencer, ¿qué podría hacerlo? ¿Serían capaces de hacerlo aquellos débiles discípulos? Si las personas que vieron directamente los milagros de Jesús no creyeron en él, ¿cómo podrían los apóstoles convencer a los que no los habían visto simplemente hablándoles de ellos?
Seguramente todos ellos se hicieron estas preguntas cuando fueran entendiendo la misión que el Señor les estaba encomendando, lo mismo que nos las hacemos también nosotros en este tiempo.
Y aquí es donde encontramos otra prueba más del amor de Dios por este mundo. Si el Señor ya había prometido a los discípulos que les enviaría el Espíritu Santo para que estuviera en ellos como su Consolador y Abogado, ahora les dice que también iba a enviar ese mismo Espíritu al mundo para convencerles:
(Jn 16:7-8) "Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio."
El Espíritu Santo sería el gran contrapeso que lograría reivindicar a Cristo frente al mundo. Sólo él podría llegar a convencer a la humanidad de quién era Jesús realmente y de la importancia de su Obra en la Cruz. Sólo el Espíritu Santo tenía el poder de quebrantar esa obstinada incredulidad. Él tendría acceso a los corazones y mentes de los hombres pecadores y los dirigiría a la verdad, convenciéndoles de su terrible error y condición.
Por lo tanto, vemos que Dios no iba a abandonar al mundo a pesar de la gravedad de su odio contra él, sino que desea que "ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 P 3:9).
3. Un ejemplo para seguir
Ni la hostilidad ni el odio del mundo habían logrado apagar la compasión de Dios. Este es un principio que todos los creyentes debemos seguir.
Para ilustrar este punto podemos recordar una sencilla ilustración.
Un niño pequeño llamado Esteban, que era callado y tímido, se mudó a un nuevo vecindario. Un día llegó a casa de la escuela y dijo: "Sabes, mamá, se acerca el día de San Valentín y quiero hacer algo especial para todos en mi clase. Quiero que todos sepan que los amo". El corazón de su madre se hundió ante la perspectiva del rechazo de su hijo. Todas las tardes miraba a los niños que llegaban a casa de la escuela, riéndose y abrazándose unos a otros, todos excepto Esteban, al que siempre dejaban atrás. Pero al mismo tiempo no quería desanimar a su bien intencionado hijo, así que compró pegamento, papel y lápices de colores, y durante tres semanas Esteban hizo con esmero treinta y cinco tarjetas de San Valentín para mostrar su amistad a sus compañeros. Cuando llegó el gran día, tomó las tarjetas bajo el brazo y salió corriendo por la puerta. Su madre pensó: "Este va a ser un día difícil para Esteban. Hornearé unas galletas y tendré un poco de leche lista para él cuando llegue a casa de la escuela. Tal vez eso alivie el dolor de no recibir muchas tarjetas de San Valentín".
Esa tarde ella tenía las galletas calientes y la leche en la mesa. Se acercó a la ventana, rascó un poco la escarcha del cristal y miró hacia afuera. Efectivamente, aquí venían todos los niños, riendo, con tarjetas de San Valentín debajo del brazo. Y ahí estaba también su hijo. Aunque caminaba detrás de los niños, caminaba más rápido de lo normal y ella pensó: "Bendito sea su corazón. Está listo para romper a llorar". Sus brazos estaban vacíos. No llevaba ninguna tarjeta de San Valentín.
Esteban entró en la casa y su madre dijo: "Cariño, mamá tiene algunas galletas calientes y leche para ti, solo siéntate". Pero el rostro de Esteban estaba resplandeciente, y mientras marchaba junto a ella, todo lo que pudo decir fue: "Ni uno, ni uno solo. No me olvidé de ninguno. Todos saben que los amo".
Como ya nos advirtió el Señor, el mundo nos va a aborrecer cuando les prediquemos el evangelio, pero su odio no debe desanimarnos, ni ser una excusa para guardar silencio, sino que debemos seguir amándoles como Cristo los ama.

El Espíritu de verdad

Notamos que el Consolador es presentado aquí como "el Espíritu de verdad". Esto tiene que ver con las funciones que desempeña en su labor de dar testimonio de Cristo.
Por un lado habría de iluminar a los apóstoles, guiándoles a toda la verdad acerca de Jesús, una verdad que finalmente sería recogida en las Escrituras del Nuevo Testamento, y que como sabemos, fueron inspiradas por el Espíritu Santo (2 P 1:21).
Y por otro lado, él sigue dando testimonio en el tiempo presente al hablar a través de esta verdad revelada en la Biblia a las mentes y corazones de las personas que entran en contacto con ella. Esto incluye a los creyentes, que son enseñados por ella a conocer mejor a su Maestro, pero también a los incrédulos, que son convencidos del Evangelio de Cristo. Esto quiere decir que la Biblia sigue hablando desde dentro por medio del mismo Espíritu por el que fue inspirada.
De todo esto se desprende cómo actúa el Espíritu Santo en nuestro mundo: lo hace por medio de la verdad, es decir, de una forma racional, apelando a la mente de los hombres. Debemos descartar cualquier actividad del Espíritu Santo que excluya el elemento racional en el que, como es lógico, el hombre debe estar activo. El Espíritu Santo se dirige a la mente del hombre enseñándole la verdad, convenciéndole de su error por medio de la enseñanza de la verdad. En ningún momento actúa como una especie de droga que cambia misteriosamente los pensamientos y las actitudes de los hombres sin que ellos tengan nada que ver.
No hay duda de que el Espíritu Santo tiene mucho trabajo en nuestro mundo moderno, en el cual la línea entre la verdad y la mentira se ha difuminado en todas las áreas, especialmente en aquellas relacionadas con la verdad de Dios y sus principios. Vivimos en una sociedad pluralista y una cultura posmoderna donde se niega la verdad absoluta; es inexistente.

Colaboradores de Dios

En estos versículos el Señor dice a sus discípulos que el Espíritu Santo "dará testimonio" acerca de él, pero también que "vosotros daréis testimonio también". Esto quiere decir que se trata de una responsabilidad compartida entre el Espíritu Santo y los creyentes.
Por supuesto, el papel principal es el del Espíritu Santo, y prueba de ello es que los apóstoles no podían comenzar su misión de ir por todo el mundo predicando el Evangelio hasta que no hubiera descendido sobre ellos el Espíritu Santo:
(Hch 1:4,8) "Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí... recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra."
¡Qué importante es saber que no se nos exige llevar la carga principal de esta responsabilidad! Nuestro papel es secundario, aunque, por supuesto, es un increíble honor ser colaboradores e instrumentos en su obra de llevar el testimonio de Cristo.
El apóstol Pablo habló de esta colaboración en su obra:
(1 Co 3:6-9) "Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios."
Ser colaborador de Dios; este es el increíble privilegio que Dios da a cada cristiano. Nos cuesta creer que Dios nos haya dado tan alto honor. Realmente él no nos necesita para nada, y de hecho, muchas veces parece que somos los responsables de empeorar las cosas, pero aun así Dios quiere contar con nosotros. Imagínese que el presidente de su país le llamara para ser un miembro de su gabinete, eso sería muy grande, pero aquí se trata del mismo Dios del cielo, y nosotros somos llamados a ir en su Nombre, como sus testigos y representantes a todo el mundo.
Reflexionando sobre esto, es probable que debamos entender que el testimonio del Espíritu Santo es efectuado a través de los discípulos. Recordemos que el Señor les dijo a sus discípulos que en medio de la persecución no tendrían que preocuparse sobre lo que habrían de decir, porque el Espíritu les daría lo que tendrían que hablar en cada momento (Mt 10:19-20) (Mr 13:11) (Lc 12:12). No obstante, dada la naturaleza divina del Espíritu Santo, no hay ninguna razón para hacerlo depender siempre del ministerio de los hombres.
Ahora bien, el hecho de que la evangelización del mundo dependa principalmente del Espíritu Santo, nos libra del estrés que nos originaría si dependiera de nosotros, pero aunque nuestro papel sea secundario, de ninguna manera se nos permite asumir una actitud pasiva. El Señor dijo de manera enfática: "vosotros daréis testimonio también".
En todo caso, debemos reconocer que nuestro testimonio es impotente sin la presencia y la actividad sobrenatural del propio Espíritu de Dios, por esa razón, algunos han sugerido que en lugar de llamarse el libro de "Los Hechos de los Apóstoles", debería llamarse "Los Hechos del Espíritu Santo", porque finalmente él es el actor principal en la tarea de la evangelización.

El Espíritu Santo, una persona divina

Una vez más en el evangelio de Juan el Espíritu Santo se presenta como una persona distinta del Padre y del Hijo, pero íntimamente unida a ellos: "Cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre".
Además, en cada ocasión que el Señor menciona el Espíritu Santo se refiere a él tratándolo como una persona. No lo trata como si fuera una fuerza impersonal, sino como una persona divina que habría de venir a sustituirlo en este mundo cuando él se fuera: sería Consolador, Abogado y Maestro con los discípulos, además de convencer al mundo para creer en Cristo.
Todos estos aspectos deben ser tenidos en cuenta por aquellos que niegan la Trinidad o la divinidad del Espíritu Santo.
Por otro lado, desgraciadamente, la afirmación que encontramos aquí ("el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre"), fue el centro de una de las grandes controversias en la historia de la iglesia. La cuestión a debate era si el Espíritu Santo procedía del Padre, o del Padre y el Hijo. Tan grave fue el conflicto que se produjo la separación de la iglesia oriental y occidental (Ortodoxa y Católica); un hecho que perdura hasta nuestros días.
Esta discrepancia sobre la naturaleza de la relación del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo comenzó en el siglo IV con el Credo de Nicea en el que se afirmaba que el Espíritu "procede del Padre", sin embargo, más tarde, influenciados seguramente por Agustín, las iglesias latinas comenzaron a insertar una frase adicional, conocida como la cláusula "Filioque", afirmando que el Espíritu procede del Padre, "y del Hijo". El conflicto se extendió por siglos, hasta que en el año 1054 las iglesias oriental y occidental se separaron.
En este debate conocido como la "procesión" del Espíritu Santo, unos afirmaban que el Espíritu Santo estaba subordinado exclusivamente al Padre, para lo cual citaban este versículo: "el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre", mientras que otros decían que también lo estaba al Hijo: "el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre" (Jn 14:26).
La verdad es que resulta fácil perderse en estos intrincados debates teológicos. Y si lo pensamos bien, seguramente las dos partes estaban equivocados, porque los pasajes citados no estaban analizando el funcionamiento interno de la Trinidad, tal como interpretaron los teólogos antiguos, sino la procedencia del envío del Espíritu a los discípulos después del regreso de Jesús al Padre.
Para nosotros, la conclusión más importante es la unidad existente en la Deidad. Las divisiones surgen entre los hombres, pero no en Dios. Además, se resalta la incomparable autoridad del Espíritu Santo que "procede del Padre" y es enviado en "el nombre de Cristo". Por lo tanto, la pregunta que nos debemos hacer es si estamos prestando la suficiente atención al Espíritu Santo en nuestra doctrina, en nuestras vidas y en nuestro testimonio frente al mundo. No olvidemos nunca que el Espíritu Santo es insustituible.

"Vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio"

El Espíritu Santo es un testigo fiable cuando habla del Señor Jesucristo. No sólo había estado en la íntima comunión con él durante toda la eternidad, sino que también había estado presente a lo largo de todo su ministerio terrenal. Recordemos que fue engendrado por el Espíritu Santo (Lc 1:35). Cuando Jesús comenzó su ministerio, al ser bautizado, el Espíritu Santo vino sobre él para equiparlo para su ministerio (Lc 3:22). En su primer sermón en Nazaret comenzó diciendo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos" (Lc 4:18). No hay duda de que el Espíritu Santo estaba perfectamente preparado para ser el principal testigo de Cristo.
Pero a otro nivel, también los apóstoles lo estaban. Ellos habían estado con Jesús desde el principio de su ministerio, cuando fue bautizado por Juan el Bautista, y le acompañaron hasta que ascendió al cielo después de su resurrección. Estos eran los requisitos que todos ellos cumplían, y que también tendría que cumplir aquel que fuera a sustituir a Judas.
(Hch 1:21-22) "Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección."
Este hecho era muy importante. Sólo así podían hacer afirmaciones como las que hace Juan:
(1 Jn 1:1-3) "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo."
Todos ellos fueron testigos oculares que acompañaron a Jesús durante los tres años que duró su ministerio terrenal. Por lo tanto, su testimonio, ya sea hablado o escrito, no se basaba en rumores o mitos, sino que era atestiguado por testigos oculares directos. Veamos lo que afirmaba el apóstol Pedro:
(2 P 1:16) "Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad."
El testimonio de los apóstoles fue eficaz y llevó fruto porque previamente habían estado con Jesús. Esto es lo que les reconocieron sus enemigos:
(Hch 4:13) "Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús."
Los creyentes en el día de hoy no podemos tener la misma comunión física que los apóstoles tuvieron con él, pero sí podemos disfrutar de ella a través de su Palabra y del Espíritu Santo. En todo caso, el principio sigue siendo el mismo: para dar un testimonio eficaz primero debemos estar con Jesús. No se puede hablar de lo que no se conoce y se vive. Sin una experiencia personal de comunión con él no se puede testificar de él, porque un testigo es aquel que da testimonio de algo que conoce de forma directa.
Otro detalle a tener en cuenta es que el verbo "testificaréis" traduce a "martureo", del cual se deriva nuestro término "mártir". En nuestro idioma esta palabra se identifica con alguien que pierde su vida por su testimonio religioso. De algún modo nos advierte de que dar testimonio de Cristo puede tener un costo personal muy alto.
Por otro lado, un testigo es alguien que no sólo conoce a Cristo, sino que desea que otros también lo conozcan. Por lo tanto, un testigo es alguien que habla de Cristo. Por supuesto, es importante tener un estilo de vida que se ajuste a los principios que Cristo nos enseñó, pero si no hablamos con nuestras bocas y predicamos el evangelio, todo lo demás será insuficiente para que las personas conozcan a Cristo.
Y por último, notemos que debemos dar testimonio de Cristo. No promocionamos una iglesia, un pastor, una denominación u otras mil cosas parecidas. Nuestro testimonio tiene que ser de Cristo, de lo que él dijo e hizo, a fin de que las personas lleguen a admirarse de él y crean en él.
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