Estudio bíblico: Preguntas incómodas - 2 Reyes 20:14-21

Serie:   Ezequías   

Autor: Wolfgang Bühne
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Alemania
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Preguntas incómodas (2 Reyes 20:14-21)

(2 R 20:14-21) "Entonces el profeta Isaías vino al rey Ezequías, y le dijo: ¿Qué dijeron aquellos varones, y de dónde vinieron a ti? Y Ezequías le respondió: De lejanas tierras han venido, de Babilonia. Y él le volvió a decir: ¿Qué vieron en tu casa? Y Ezequías respondió: Vieron todo lo que había en mi casa; nada quedó en mis tesoros que no les mostrase. Entonces Isaías dijo a Ezequías: Oye palabra de Jehová: He aquí vienen días en que todo lo que está en tu casa, y todo lo que tus padres han atesorado hasta hoy, será llevado a Babilonia, sin quedar nada, dijo Jehová. Y de tus hijos que saldrán de ti, que habrás engendrado, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia. Entonces Ezequías dijo a Isaías: La palabra de Jehová que has hablado, es buena. Después dijo: Habrá al menos paz y seguridad en mis días. Los demás hechos de Ezequías, y todo su poderío, y cómo hizo el estanque y el conducto, y metió las aguas en la ciudad, ¿no está escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Judá? Y durmió Ezequías con sus padres, y reinó en su lugar Manasés su hijo."
(2 Cr 32:33) "Y durmió Ezequías con sus padres, y lo sepultaron en el lugar más prominente de los sepulcros de los hijos de David, honrándole en su muerte todo Judá y toda Jerusalén : y reinó en su lugar Manasés su hijo."
En mi niñez y juventud era costumbre en mi iglesia que cada dos o tres años se hacían visitas a las casas. Casi siempre eran ancianos respetuosos y muy serios los que hacían esas visitas. Venían a dar conferencias sobre temas bíblicos por las tardes y durante el día visitaban a las familias para ver cómo andaban, hacer preguntas sobre la vida espiritual y también para contestar preguntas que tuvieran.
Mis padres casi siempre los invitaban a comer y eso era la parte agradable de la visita, porque para tal acontecimiento la comida solía ser muy especial y rica.
Pero yo casi nunca podía disfrutarla, porque sabía que después de la comida venían las preguntas incómodas que yo no iba a contestar con sinceridad. No había posibilidad de huir de forma que yo tenía que contestar a todas las preguntas sobre la salvación de mi alma con una amable sonrisa, como era de esperar en presencia de mis padres y hermanos, y para que los ancianos quedaran satisfechos. Yo era un hipócrita aunque nadie en la mesa lo sospechaba. Mi temor era que ninguno mirara detrás de mi máscara.

Una visita inesperada

El rey Ezequías también recibió una visita, pero no le fue anunciada, de forma que no se pudo preparar. Esa visita vino espontáneamente y completamente por sorpresa. No era un predicador que no conocía muy de cerca; era nada menos que el profeta Isaías, bien conocido por él. Seguro que era bastante mayor que Ezequías, pues ya había exhortado a su padre Acaz y a su abuelo Jotam.
No habían pasado muchas semanas desde que Ezequías había clamado a Dios junto con Isaías cuando los asirios sitiaron la ciudad, habiendo experimentado maravillosamente la contestación de esa oración. Tampoco había pasado mucho tiempo desde que el profeta le había visitado en su enfermedad con el mensaje fulminante: "Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás" (2 R 20:1).
Este profeta ahora no venía a un rey deprimido y enfermo de muerte echado en cama, sino a un rey que estaba en la gloria. Vino a uno que después de la visita de los diplomáticos babilonios andaba por las nubes, como extasiado y eufórico por el reconocimiento mundial y los honores recibidos.
Isaías no era un hombre que necesitaba una introducción fervorosa hasta llegar al punto que deseaba tocar. Todos los profetas de Dios eran muy directos. Muy conciso y con pocas palabras inequívocas le planteó tres preguntas al rey, para que la luz de Dios pudiera llegar a su conciencia. Necesitó tres golpes de timbal para despertar a Ezequías de sus sueños:
"¿Qué dijeron aquellos varones?"
"¿De dónde vinieron a ti?"
"¿Qué vieron en tu casa?"

"¿Qué dijeron aquellos varones?"

Es curioso que Ezequías omitió contestar la primera pregunta. Al menos no leemos nada al respecto. Pero sí leemos que los mensajeros de Babilonia venían con un claro cometido de sus superiores: "saber del prodigio que había acontecido en el país" (2 Cr 32:31).
Eso posiblemente fue sólo una fórmula de cortesía, mera diplomacia, para sonsacar detalles de Ezequías y hacerle hablar. Con ello podían poner las bases para después presentarle la oferta de hacer una alianza en contra del enemigo común. También tenían la ocasión de descubrir los puntos débiles del rey y de su reino, si las negociaciones no dieran el resultado deseado.
Así que astutamente echaron mano del del tema que predominaba en las naciones de alrededor: la convalecencia milagrosa de Ezequías, unida al milagro del reloj de sol de Acaz, y la victoria inexplicable, repentina y demoledora sobre los asirios, sin que ni un solo soldado del ejército del rey de Judá hubiese perdido la vida.
¡Qué maravillosa oportunidad se le presentaba aquí a Ezequías para dar testimonio de la grandeza y del poder de Dios, o sea, para hacer lo que prometió después de sanar de su enfermedad:
(Is 38:20) "Jehová me salvará; por tanto cantaremos nuestros cánticos en la casa de Jehová todos los días de nuestra vida."
Pero la honorable visita de Babilonia le cegó de tal manera que olvidó que el día de su muerte ya estaba determinado. Lo lógico hubiese sido que la solemnidad de la eternidad le hubiese impulsado a abrir su boca para la gloria y honra de su Dios y Salvador. ¡Qué mensaje hubiese podido dar a los diplomáticos para que lo llevaran a su entorno pagano! ¡Qué ocasión única para evangelizar! Pero Ezequías no la aprovechó.
Los enviados babilonios, sin embargo, se encontraron con un rey embelesado por su propia grandeza que no quería estorbar el ambiente tan ameno y el favor de sus distinguidos huéspedes con una profesión de fe clara.
"Las riquezas y la sociedad mundana son las dos úlceras cancerígenas que consumen la vida de piedad. ¡Creyente, guárdate de ellas!" (C.H. Spurgeon).
Buscar la honra y la aprobación de nuestros prójimos, y especialmente de los de la "alta" sociedad, nos pone un bozal que nos impide abrir la boca para dar un testimonio abierto, claro y auténtico.
Recordemos las serias palabras de nuestro Señor, y cómo caracterizó la sociedad que le rodeaba:
(Mr 8:38) "Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles."

"¿De dónde vinieron a ti?"

Esta pregunta retórica debía abrirle los ojos a Ezequías para que viera qué clase de personas había recibido y qué peligro representaba Babilonia. Pero la sonrisa y las felicitaciones babilónicas le habían cegado de forma que no veía el peligro que acarreaba el recibimiento gozoso de estos huéspedes. Probablemente vinieron con la intención de preparar la caída del reino de Judá.
"Podemos aprender de ésto que la sonrisa del mundo puede vencernos, mientras que sus burlas nos hubiesen empujado más cerca de la cruz." (C.H. Mackintosh)
Casi podemos ver al rey en nuestra imaginación contestando con entusiasmo y orgullo a la seria pregunta del profeta: "¿De dónde vinieron a ti?". El honor recibido le hizo contestar con ojos brillantes: "De lejanas tierras han venido, de Babilonia" (2 R 20:14).
Es extraño que el sitio y las amenazas de los asirios enemigos impulsaron a Ezequías a buscar la presencia de Dios y a orar, mientras que ahora los "piropos" de los babilonios le hicieron sordo para el "silbido de la serpiente".
Para que no haya malentendidos: debemos mostrar cortesía y amabilidad frente a nuestro prójimo incrédulo y podemos alegrarnos cuando Dios nos da esos contactos y se originan conversaciones, pero deberíamos aprovechar estos contactos para hablarles de nuestro Señor Jesús, en lugar de ponernos a nosotros mismos en el centro de la conversación.

"¿Qué vieron en tu casa?"

Aquí también vemos la franqueza asombrosa del rey cuando responde ingenuamente: "Vieron todo lo que había en mi casa; nada quedó en mis tesoros que no les mostrase" (2 R 20:15).
De hecho, leemos un par de versículos antes, que había llevado a sus huéspedes a su casa del tesoro y a su casa de armas, de modo que obtuvieron un conocimiento exacto de la situación financiera de Ezequías y de sus reservas económicas.
Había callado la riqueza, gloria y grandeza de su Dios, por lo que pudo presentar a los babilonios amplia y cándidamente su propia grandeza y sus riquezas.
"De la abundancia del corazón habla la boca" (Mt 12:34), dijo nuestro Señor tanto a los fariseos (Mt 12:34) como también a sus discípulos (Lc 6:45).
Wolfgang Dyck, un evangelista que falleció en 1970, solía decir que "las flores de nuestros pensamientos muestran dónde tenemos nuestras raíces". Siendo berlinés no tenía ninguna dificultad en abrir su boca para que le oyeran todos bien. Pero al final siempre hablaba de Aquel que había cambiado su vida radicalmente y que ahora llenaba su corazón.
¿De qué hablamos en nuestras conversaciones? ¿Cuáles son nuestros temas preferidos? ¿De qué habla nuestra boca?
A Ezequías tampoco le había venido a la mente llevar a sus visitantes al profeta Isaías, para que le conocieran, a pesar de que el rey e Isaías se conocían de tantos años.
Pero este profeta serio no habría encajado bien en esta "decorosa compañía". Su sola presencia hubiese imposibilitado que los diplomáticos entraran en las casas del tesoro, que como es lógico, estarían bien vigiladas.
Imaginémonos la incomodidad que habría sentido Ezequías si el profeta Isaías se hubiera presentado por sorpresa a la gala de bienvenida en honor a los babilonios.
"¡Qué poco común y cuán sumamente bella es una persona a la que el dinero no puede afectar, que ni juzga a las personas por su dinero, ni deja turbar su mirada a Dios por culpa de ganancias atractivas en los campos de este mundo." (Paul Humburg)
Isaías no pisó la casa del rey hasta que los enviados, tras ser informados de todo, habían emprendido el viaje de regreso a Babilonia, para dar aviso a sus jefes y empezar con los planes para saquear los tesoros de Jerusalén.
Pero antes de comentar el juicio de Dios sobre la prosperidad de Ezequías, tenemos que plantearnos nosotros mismos la pregunta acerca de qué impresiones se llevan nuestros prójimos incrédulos cuando están de visita en nuestra casa. ¿Dan testimonio nuestras casas y viviendas de que nuestro hogar no está aquí, sino en el cielo? ¿Pueden apreciar que nos interesan poco los valores materiales, siendo el reino de Dios nuestro interés principal? ¿Se darán cuenta de que los "dioses" de este mundo no tienen ningún lugar ni aprecio en nuestra vida? ¿Pueden ver en nuestro porte y en nuestro estilo de vida que Jesucristo es el sentido de nuestra vida y nuestro gozo verdadero?
Aquí sería conveniente mencionar el artículo conmovedor y afrentoso de William MacDonald titulado: "Cuando Jesús entro en mi casa". En este artículo describe los pensamientos incómodos que le vinieron, cuando se imaginó lo que ocurriría si Jesús viniera sin aviso previo a su casa y él tuviera que pasarle a todas las habitaciones una por una.

Una sentencia demoledora

"Oye palabra de Jehová". Con estas palabras Isaías sella en el nombre de Dios la sentencia sobre las riquezas de Ezequías y el futuro de Judá: todo lo que Ezequías había enseñado a los enviados de Babilonia, todas las riquezas y también sus descendientes serían llevados a Babilonia: "sin quedar nada, dijo Jehová" (2 R 20:17).
¡Qué jarro de agua fría para Ezequías, que con estas claras palabras del profeta despertó de todos sus sueños y bajó de esas alturas otra vez al suelo de la realidad.
Hay un himno de E. E. Hewit que dice así en el coro:
"Haz que lo que para ti sea pequeño, lo sea también para mí; y lo que tú consideres grande, que también lo sea para mí. Haz que yo te siga, Señor, a ti solamente. Líbrame de mi propia mente, de mí mismo, para que pueda ser un instrumento útil en tus manos".
Puede haber experiencias en nuestra vida en las que Dios en pocos momentos cambie por completo los valores que tanto apreciamos, enseñándonos a evaluar los contenidos y las metas de nuestra vida a la luz de la eternidad. Muchas veces Dios tiene que tomar medidas dolorosas, igual que lo hizo en la vida de Ezequías, para que demos la importancia debida a las cosas eternas y para que aprendamos por propia experiencia: "el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Jn 2:17).
En una pegatina puesta en un coche leí la siguiente frase cínica: "El que muera con más juguetes ha ganado" (Neil Postman). Estas pocas palabras ponen de relieve el verdadero valor de nuestros pasatiempos, propiedades inmobiliarias y nuestros billetes de banco. Randy Alcorn lo formuló así de manera positiva:
"La mejor y mayor herencia que podemos dejar a nuestros hijos es un sistema de valores enfocado hacia la eternidad."
Jorge Müller (1805-1898), el conocido padre de los huérfanos de Bristol, recibió como regalo un reloj de oro con cadena en mayo de 1842. Con el reloj venía una carta memorable:
"Un peregrino no necesita un reloj como éste, para ser feliz. Uno más sencillo será suficiente para mostrarle lo rápidamente que pasa el tiempo y lo veloz que marcha rumbo a Canaán, donde no habrá más tiempo; así que haga usted con el reloj lo que mejor le parezca. Es la última reliquia de la vanidad terrenal; ojalá me guarde Dios de toda idolatría mientras que esté aún en el cuerpo."
"Reliquias de la vanidad terrenal"; ¿no es esto una descripción acertada y original de las muchas bellas cosas que a fin de cuentas no necesitamos y que nos son un estorbo en el discipulado y nos hacen difícil el morir?

Humillación

Pero Ezequías, después de haberse enaltecido su corazón, se humilló, él y los moradores de Jerusalén; y no vino sobre ellos la ira de Jehová en los días de Ezequías (2 Cr 32:26).
Estas pocas palabras de 2 Crónicas parecen indicar que la humillación de Ezequías fue una reacción al anuncio de juicio que Dios le hizo.
Esto encajaría bien con las palabras en 2 Reyes 20 donde leemos las últimas palabras de Ezequías:
(2 R 20:19) "Entonces Ezequías dijo a Isaías: La palabra de Jehová que has hablado, es buena. Después dijo: Habrá al menos paz y seguridad en mis días."
Podría darnos la impresión de que estas últimas palabras de Ezequías suenan muy egoístas, como si dijera: "La cosa no es tan grave, lo importante es que el juicio no cae sobre mí, sino sobre mis descendientes".
Pero también podría ser que las palabras anteriores ("La palabra de Jehová que has hablado, es buena") impliquen la humillación del rey y su sometimiento al juicio de Dios. No leemos que Ezequías se hubiese justificado o que protestara, tampoco vemos que intentara quitarle peso a su pecado.
Como quiera que interpretemos las últimas palabras de Ezequías: nosotros debemos mostrar sinceridad y dejar las cosas en las que nos apoyamos cuando la Palabra de Dios revela pecado en nuestra vida.
Quizás fuese ésta también la actitud de Elí cuando el joven Samuel le tuvo que anunciar el juicio sobre sí y su casa: "Jehová es; haga lo que bien le pareciere" (1 S 3:18).
Humillarse bajo el juicio de Dios y reconocer su soberanía absoluta; esa debería ser nuestra reacción ante la "buena palabra del Señor", aún cuando ponga de manifiesto nuestro fracaso y nuestro pecado.

El fin del avivamiento

Lamentablemente, las últimas noticias sobre la vida de Ezequías muestran que no continuó ese asombroso avivamiento tan alentador que Dios pudo obrar por él en Judá.
A pesar de que se humilló y arrepintió, se terminó una época de bendición que comenzó por Ezequías en sus años jóvenes. Así vemos dos cosas en la vida de Ezequías: la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre.
Recordemos la oración de Spurgeon: "¡Guárdame en la juventud, cuando las pasiones son fuertes! ¡Guárdame en la vejez, cuando me creo ser muy sabio, siendo un necio mayor que los mismos jóvenes!
Que Dios nos conceda que nuestros últimos días y horas sobre la tierra sean el broche de oro que cierre una vida de bendición.
En el entierro del pastor Wilhelm Busch, Paul Deitenbeck, en nombre de todos los presentes conmovidos pudo citar el siguiente versículo de la Biblia ligeramente modificado: "Tuvimos gran gozo y consolación en tu amor, porque por ti, oh hermano, han sido confortados los corazones de los santos" (Flm 1:7).
Este último adiós, ¿sería también apropiado para nuestra vida? ¿o causaría más bien apuro y perplejidad de forma que las personas en duelo, en vez de usar el pañuelo para limpiarse las lágrimas, preferirían mejor morderlo?
Pero la historia de la vida de Ezequías no concluye con su fracaso y su humillación. El libro de Crónicas enfatiza al final el hueco que Ezequías dejó para su pueblo:
(2 Cr 32:33) "Y durmió Ezequías con sus padres, y lo sepultaron en el lugar más prominente de los sepulcros de los hijos de David, honrándole en su muerte todo Judá y toda Jerusalén."
Pero más importante y de más peso que todas las expresiones de honor de los habitantes de Judá y Jerusalén ante la tumba del rey fallecido, es el testimonio de Dios que por su gracia omite "sus momentos débiles":
(2 R 18:5-6) "En Jehová Dios de Israel puso su esperanza: después ni antes de él no hubo otro como él en todos los reyes de Judá. Porque se llegó a Jehová, y no se apartó de él, sino que guardó los mandamientos que Jehová prescribió a Moisés."
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