La eternidad de Dios y la transitoriedad del hombre
1Señor, tú nos has sido refugio De generación en generación. 2Antes que naciesen los montes Y formases la tierra y el mundo, Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios. 3Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, Y dices: Convertíos, hijos de los hombres. 4Porque mil años delante de tus ojos Son como el día de ayer, que pasó, Y como una de las vigilias de la noche. 5Los arrebatas como con torrente de aguas; son como sueño, Como la hierba que crece en la mañana. 6En la mañana florece y crece; A la tarde es cortada, y se seca. 7Porque con tu furor somos consumidos, Y con tu ira somos turbados. 8Pusiste nuestras maldades delante de ti, Nuestros yerros a la luz de tu rostro. 9Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira; Acabamos nuestros años como un pensamiento. 10Los días de nuestra edad son setenta años; Y si en los más robustos son ochenta años, Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, Porque pronto pasan, y volamos. 11¿Quién conoce el poder de tu ira, Y tu indignación según que debes ser temido? 12Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría. 13Vuélvete, oh Jehová; ¿hasta cuándo? Y aplácate para con tus siervos. 14De mañana sácianos de tu misericordia, Y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días. 15Alégranos conforme a los días que nos afligiste, Y los años en que vimos el mal. 16Aparezca en tus siervos tu obra, Y tu gloria sobre sus hijos. 17Sea la luz de Jehová nuestro Dios sobre nosotros, Y la obra de nuestras manos confirma sobre nosotros; Sí, la obra de nuestras manos confirma.