Estudio bíblico de Éxodo 19:4-25
Exodo 19:4-25
En nuestro programa anterior estábamos considerando el párrafo que relataba las incidencias de aquellos días en los que
Moisés entregó el mensaje de Dios y el pueblo respondió
Para ver mejor la situación que estaba viviendo aquel pueblo, recordemos que los israelitas, en su marcha por el desierto, habían llegado al Monte Sinaí y allí permanecieron durante todo el tiempo que duraron los acontecimientos relatados desde el principio de este capítulo 19 hasta el libro de Números 10:10. Estarían en aquella zona alrededor de 6 meses y 11 días. Moisés recibiría la ley de Dios y muchas instrucciones relativas a la adoración del pueblo que había sido liberado de la esclavitud y redimido.
Los últimos versículos leídos fueron el 4 y el 5, que leeremos nuevamente para comenzar nuestro estudio de hoy:
"Vosotros habéis visto lo que he hecho a los egipcios, y cómo os he tomado sobre alas de águilas y os he traído a mí. Ahora pues, si en verdad escucháis mi voz y guardáis mi pacto, seréis mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra"
Vemos que Dios les recordó que habían sido liberados por el poder de Dios. Ya hemos examinado la utilización de las águilas en el texto Bíblico explicando el carácter de Dios, como un símbolo de la deidad. También hemos hablado del pacto que Dios hizo con su pueblo, como confirmación del pacto que había hecho con Abraham. No era un pacto entre dos partes del mismo rango, sino que había sido establecido de forma unilateral por Dios, con su pueblo redimido y adoptado. La parte central lo ocupaba una relación espiritual y el pacto cimentaba dicha relación, exponiendo las demandas de la santidad de Dios. La obediencia requerida condicionaba el disfrute de las bendiciones que Dios estaba dispuesto a conceder. Igualmente destacamos que la ley ponía en evidencia el pecado y debilidades del ser humano para cumplir las ordenanzas divinas. También mencionamos la siguiente cita de San Pablo en su carta a los Gálatas 3:24,
"De manera que la ley ha venido a ser nuestro ayo para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificados por fe."
O sea que, así como el ayo o esclavo del mundo romano, con su función protectora y disciplinaria, custodiaba al niño conduciéndole a la escuela donde se encontraba el maestro, la ley es nuestro custodio que nos conduce a Cristo, hacia la cruz, para hacernos ver que somos pecadores y que necesitamos un Salvador. Y allí, frente a la cruz somos justificados gratuitamente, por su gracia, por medio de la fe, y recibimos la redención.
Al pensar en el carácter santo de Dios y en la debilidad humana, es oportuno citar la afirmación del apóstol Pablo en su carta a los Romanos 3:19,
"Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se calle y todo el mundo sea hecho responsable ante Dios"
Es decir, que ningún ser humano puede alegar que en su defensa que no está bajo pecado. La ley señala el nivel que Dios requiere e ilustra la incapacidad humana para cumplir los requisitos que Dios ha establecido.
Ya habíamos aclarado que Dios nunca dio la ley como un medio de salvación. Pero aun podrían quedar dudas con respecto a la pregunta. ¿Y por qué fue entregada la ley? El mismo escritor, San Pablo, declaró en su carta a los Gálatas 3:19,
"Entonces, ¿para qué fue dada la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a la cual había sido hecha la promesa, ley que fue promulgada mediante ángeles por mano de un mediador."
Es decir, la ley fue promulgada como un medio para reprimir el pecado. Sirvió para restringirlo, presentándolo como un quebrantamiento de la ley divina que provocaría la ira de Dios. Además, fue temporal, hasta que viniese la simiente, es decir, el Mesías, después de lo cual ya no era necesaria.
Continuemos leyendo en el versículo 6, continuando con las instrucciones de Dios a Moisés:
"y vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel."
Aquí es conveniente recordar el momento en que Moisés, habiendo huido de Egipto, estaba apacentando las ovejas de Jetro su suegro, y Dios le llamó desde una zarza que ardía y no se consumía. En aquella ocasión, relatada en este libro del Éxodo 3:12, Dios le encomendó la tarea de liberar al pueblo oprimido en Egipto y le dijo:
"Y El dijo: Ciertamente yo estaré contigo, y la señal para ti de que soy yo el que te ha enviado será ésta: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto adoraréis a Dios en este monte."
En el versículo 6 que hemos leído en nuestro Capítulo de hoy, Éxodo 19, se recalca la finalidad de este pacto unilateral que Dios hacía con aquellos israelitas, y que consistía en hacer de ellos un pueblo único, y bendito en el sentido de convertirse en una nación que aceptara las leyes justas de Dios y las obedeciese, teniendo una relación espiritual y especial de comunión y compañerismo con El, como un pueblo consagrado a cumplir en esta tierra la voluntad de Dios. Serían como un reino de sacerdotes, implicando que cada miembro del pueblo, cuyo rey era Dios, tendría acceso a Su presencia y a mediar como sacerdote a favor de otros. Serían, además una gente santa, es decir, moralmente pura y dedicada por completo al servicio del Señor. Por ese motivo les había redimido de la esclavitud, separándoles para sí, para que viviesen en armonía con El.
Y esta relación especial de dios con su pueblo constituye también una anticipación y una figura de los que sería, en el Nuevo Testamento, la relación entre Dios y Su iglesia. Como dijo el apóstol Pedro en su primera carta 2:9 y 10,
"Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; pues vosotros en otro tiempo no erais pueblo, pero ahora sois el pueblo de Dios; no habíais recibido misericordia, pero ahora habéis recibido misericordia."
Así que el apóstol Pedro recalcó que aquella responsabilidad en el pasado confiada al pueblo de Israel era ahora también aplicada, en esta época de la gracia de Dios, a la iglesia de Jesucristo. En el Sinaí, Dios le había dicho a Moisés "seréis para mi un reino de sacerdotes y una nación santa" (como hemos leído en el versículo 6 de nuestro capítulo 19). Y (como acabamos de leer) el citado apóstol Pedro, llamó a los cristianos del nuevo Testamento, viviendo en la era de la iglesia, "real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios". Los creyentes son, realmente, un pueblo especial, salvado, redimido, liberado y preservado por Dios.
Lógicamente, este privilegio de ser un pueblo elegido por Dios implicaba igualmente un deber. Así como el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, también la iglesia en el Nuevo Testamento es llamada a una actitud de obediencia y testimonio de Dios en medio de un mundo que vive alejado de Dios y que no le reconoce como Señor. A desempeñar esta gran responsabilidad son en la actualidad llamados todos aquellos que han aceptado el sacrificio de Cristo en la cruz en lugar suyo y que han decidido dar a Dios un lugar de prioridad en sus vidas.
Es necesario subrayar que la ley que Dios no había sido entregada al pueblo para que el ser humano llegase a ser un hijo de Dios sino, más bien establecía un modo de vida por medio del cual una persona salvada pudiese demostrar que era ya era un hijo de Dios. Así como en el nuevo pacto estipulado en la cruz de Cristo no serían las obras buenas y justas que una persona hiciera las que le convertirían en un hijo de Dios, justificado y salvado de la condenación eterna que todos merecemos, sino que tales obras serían una demostración de una vida renovada por la obra del Espíritu Santo de Dios que habita en el corazón de todos aquellos que han creído en el sacrificio de Cristo.
Volvamos a nuestro pasaje Bíblico de Éxodo 19, y leamos los versículos 7 y 8:
"Entonces Moisés fue y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso delante de ellos todas estas palabras que el Señor le había mandado. Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Haremos todo lo que el Señor ha dicho. Y llevó Moisés al Señor las palabras del pueblo."
La entrega de la ley a los israelitas en el Monte Sinaí fue el comienzo de la etapa de la ley, que se extiende hasta la cruz de Cristo, podríamos decir desde el Éxodo hasta la muerte de Cristo. Esa época reveló que un pueblo, viviendo en condiciones ideales, no podía cumplir la ley de Dios. Aun antes de saber en qué consistía dicha ley, como acabamos de leer, dijeron: "Haremos todo lo que el Señor ha dicho" A partir de aquel día y durante 1.500 años demostraron que no eran capaces de cumplir esa ley. Esa misma actitud resulta evidente hoy en día en muchísimas personas, que creen que el ser humano natural o normal, puede agradar a Dios por sí mismo, cumpliendo y llevando a la práctica en su vida las demandas de Dios. Y no es así. El ser humano no puede agradar a Dios y fracasa constantemente, siempre que lo intenta. La ley pretendía controlar esa naturaleza humana con sus inclinaciones naturales al mal. Esa naturaleza rebelde, que proclama ser libre, autónoma del Supremo Creador, no puede ser controlada por los seres humanos. El apóstol Pablo en su carta a los Romanos 8: 6 y 7, explicaba que, cuando dominaban nuestra mente, las desordenadas apetencias humanas de tal naturaleza conducían a la muerte. Pero cuando nuestros pensamientos son controlados por el Espíritu, es decir, por Dios, somos llevados a vivir en plenitud y en paz.
Tú y yo, pues, poseemos esa vieja naturaleza, que está en enemistad con Dios. Esta no puede someterse a El en obediencia ni agradarle. No sé si habrás llegado a esta conclusión como resultado de tu experiencia personal. ¿Has llegado a la conclusión de que no puedes satisfacer las demandas de Dios viviendo al nivel que El requiere? Creo que podemos darle gracias por que El ha preparado otra opción para nosotros.
Lo que hemos leído en nuestro pasaje Bíblico de Éxodo 19, en los versículos 7 y 8, cuando los israelitas dijeron "haremos todo lo que el Señor ha dicho" fue nada menos que un despliegue de hipocresía y arrogancia por parte del pueblo de Israel. Sin embargo, hay que reconocer que muchas personas que hoy afirman lo mismo; que son capaces de cumplir la ley divina y producir obras acordes con la ley de Dios. Cuando la verdad Bíblica, demostrada por la experiencia de aquel pueblo, es que nadie puede salvarse de esa manera.
El siguiente párrafo nos describe cómo
Israel se prepara para ver una manifestación de la presencia de Dios
El relato nos lleva ahora a contemplar una manifestación solemne y espectacular de la presencia de Dios. Leamos los versículos 9 al 15:
"Y el Señor dijo a Moisés: He aquí, vendré a ti en una densa nube, para que el pueblo oiga cuando yo hable contigo y también te crean para siempre. Entonces Moisés comunicó al pueblo las palabras del Señor. El Señor dijo también a Moisés: Ve al pueblo y conságralos hoy y mañana, y que laven sus vestidos; y que estén preparados para el tercer día, porque al tercer día el Señor descenderá a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí. Y pondrás límites alrededor para el pueblo, y dirás: Guardaos de subir al monte o tocar su límite; cualquiera que toque el monte, ciertamente morirá. Ninguna mano lo tocará, sino que será apedreado o asaeteado; sea animal o sea hombre, no vivirá. Cuando suene largamente la bocina ellos subirán al monte. Y Moisés bajó del monte al pueblo, y santificó al pueblo; y ellos lavaron sus vestidos. Y dijo al pueblo: Estad preparados para el tercer día; no os acerquéis a mujer."
Esta minuciosa preparación subrayaba la importancia del acontecimiento que estaba por ocurrir; que el Dios de los cielos estaba a punto de hacer un pacto con su pueblo. A diferencia de las deidades paganas, que supuestamente moraban en las montañas, el Dios de Israel descendería del cielo a las montañas para conversar con su pueblo. Como preparación, Dios les mandó que se apartaran de impurezas y que se consagraran a El. El rito de la purificación consistía en lavar sus vestidos y abstenerse de relaciones sexuales, porque éstas eran aspectos siempre presentes en los cultos paganos de los pueblos que vivían en aquellas regiones cercanas y de esas prácticas de idolatría el pueblo de Dios debía distinguirse y separarse. Además, durante ese período de 3 días, ninguna persona o animal podría tocar el monte. Solamente cuando se escuchase el sonido de la bocina, podría el pueblo acercarse al monte. Continuemos leyendo los versículos 16 al 21:
"Y aconteció que al tercer día, cuando llegó la mañana, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un fuerte sonido de trompeta; y tembló todo el pueblo que estaba en el campamento. Entonces Moisés sacó al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y ellos se quedaron al pie del monte. Y todo el monte Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en fuego; el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía con violencia. El sonido de la trompeta aumentaba más y más; Moisés hablaba, y Dios le respondía con el trueno. Y el Señor descendió al monte Sinaí, a la cumbre del monte; y llamó el Señor a Moisés a la cumbre del monte, y Moisés subió. Y el Señor dijo a Moisés: Desciende, advierte al pueblo, no sea que traspasen los límites para ver al Señor y perezcan muchos de ellos."
Todos los fenómenos naturales que acompañaron a la llegada de la misma presencia de Dios tenían que impresionar profundamente al pueblo para que comprendiesen que éste era un suceso muy solemne y que les comprometía. Este extraordinario despliegue de poder y de majestad les permitiría conocer a un Dios que era, al mismo tiempo santo y misericordioso. No es de sorprender que el pueblo se estremeciera al permanecer al pie del monte. Los israelitas no pudieron contemplar nada más allá de estas señales de la gloria y el poder de Dios, pero sí escucharon Su voz. Bien dijo el evangelista Juan en su libro, 1.18,
"Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, El le ha dado a conocer."
Leamos, finalmente, los últimos versículos de este capítulo, los versículos 22 al 25, que culminan la descripción de los tremendos sucesos de aquel día y de la conversación entre Dios y Moisés.
"También que se santifiquen los sacerdotes que se acercan al Señor, no sea que el Señor irrumpa contra ellos. Y Moisés dijo al Señor: El pueblo no puede subir al monte Sinaí, porque tú nos advertiste, diciendo: Pon límites alrededor del monte y santifícalo. Entonces el Señor le dijo: Ve, desciende, y vuelve a subir, tú y Aarón contigo; pero que los sacerdotes y el pueblo no traspasen los límites para subir al Señor, no sea que El irrumpa contra ellos. Descendió, pues, Moisés y advirtió al pueblo."
Solamente a Moisés y a Aarón se les permitió subir al monte. Moisés hizo 3 viajes de ida y vuelta a la cima de la montaña. Y las instrucciones que recibió hicieron que el pueblo recordara vívidamente la distancia abismal que hay entre Dios y el hombre, entre lo divino lo humano, así como el milagro de la manifestación de la presencia de Dios y la entrega de Su revelación.
Y terminamos nuestro programa de hoy enfatizando que en aquella ocasión, Dios habló. La Biblia registra el hecho de que en diversas ocasiones, Dios habló. Como bien dijo el autor de la carta a los Hebreos 1.1 y 2:
"Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por medio de quien hizo también el universo."
Por consiguiente, todos los seres humanos son invitados a escuchar la voz de Dios, encarnada en Jesucristo, Palabra viva de Dios, Palabra final y definitiva de Dios.
Dios continúa hablando y presentando a su Hijo Jesucristo y su voz llega a nosotros con los acentos jubilosos de las buenas noticias del Evangelio de salvación y liberación. El problema es que, como sucedió en los antiguos tiempos de la historia Bíblica y a través de los siglos de la historia humana, muchos se niegan a escucharle. Y es por eso que, el escritor de este último libro que hemos mencionado, la carta a los Hebreos incluye una advertencia del Espíritu Santo, que cita antiguas palabras de un Salmo, que dice:
"Si ois hoy su voz, no endurezcais vuestros corazones"
Estimado oyente, te invitamos a escuchar aquella voz eterna y presente, con un corazón sensible y abierto a su influencia. Y aunque su mensaje sea universal podrás percibirlo como estrictamente personal.
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