Estudio bíblico de Números 10:29-11:15
Números 10:29-11:15
Continuamos hoy estudiando el capítulo 10 de Números. En nuestro programa anterior, estábamos hablando del orden con que marchaban los hijos de Israel por el desierto. Dijimos que cuando partían, en último lugar salía Dan con Aser y Neftalí, quienes estaban bajo la bandera de Dan, y siguiéndoles ya en la retaguardia, la gente extranjera. Ahora, esta gente era un grupo que ya hemos visto anteriormente. Los que estaban en este grupo eran en parte israelitas y en parte egipcios. No sabían si debían irse o quedarse. Estaban algo confundidos y en consecuencia, eran los que se mantenían a la retaguardia. Es verdad que acompañaron a los israelitas en el desierto, pero siempre eran los últimos en el orden de la marcha. Nos enteramos ya anteriormente, en Levítico 24, que uno de ellos tenía un padre egipcio y una madre israelita; y es probable, que hubiera muchos más, en una situación similar.
Ahora, en nuestro programa anterior mencionamos que cada grupo se ponía en marcha al sonido de la trompeta. ¿Y se fijó usted que había siete sonidos de las trompetas? Uno para los príncipes Moisés y Aarón. El segundo era para Judá. El tercero para Gersón y Merari. El cuarto para Rubén, el quinto para los coatitas. El sexto era para Efraín y el séptimo para Dan. Ahora, en el libro de Apocalipsis también encontramos que habrá el sonido de siete trompetas en el período de la gran tribulación. Se relaciona con los hijos de Israel y el sonido hará que ellos vuelvan a su tierra, procedentes de todas partes del mundo. Las trompetas tienen relación con la reunión de la nación de Israel y con su viaje.
Hay muchos que tratan de asociar la trompeta final que se menciona en la primera carta a los Corintios, capítulo 15, versículo 52, con la trompeta final que se encuentra en el libro de Apocalipsis, y luego llegan a la conclusión de que la Iglesia no se unirá con su Señor hasta después de haber pasado por la gran tribulación descrita en ese libro. Pero nosotros creemos que en realidad, la trompeta final que se menciona en 1 Corintios, es la voz del Hijo de Dios, mencionada por el Apóstol Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses, capítulo 4, versículo 16, que nos dice: Porque el Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Su voz es como la voz de arcángel y como el sonido de una trompeta. Ahora, identificamos esa voz como un sonido de trompeta, porque en Apocalipsis capítulo 1, versículos 10 y 11, Juan escribe: Yo estaba en el Espíritu, en el día del Señor y oí detrás de mi una gran voz, como de trompeta que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último ¿A quién vio Juan cuando se volvió para ver la voz que le habló? Pues, vio al Cristo glorificado, al gran Sumo Sacerdote. Su voz, es como sonido de trompeta. Y, cuando el Señor venga a recoger a Su iglesia, Su voz será la que resucitará a los muertos y transformará los cuerpos mortales de aquellos creyentes que aún estén con vida, en cuerpos inmortales. El sonido de trompeta para la iglesia, será pues, la voz del Hijo de Dios. En la historia sagrada, las trompetas están asociadas en una manera especial, con los hijos de Israel. Fue la trompeta la que les hizo ponerse en movimiento en su marcha por el desierto; y serán las trompetas, las que les traigan del desierto de este mundo, a su tierra. Leamos ahora el versículo 29 de este capítulo 10 de Números:
"Entonces dijo Moisés a su suegro Hobab hijo de Ragüel, el madianita: Nosotros partimos para el lugar del cual el Señor ha dicho: Yo os lo daré. Ven con nosotros y te trataremos bien, porque el Señor ha prometido el bien a Israel."
Aquí tenemos la descripción de un encuentro con el suegro de Moisés y la invitación que éste le formuló. Este incidente podría aplicarse a la Iglesia. Hoy en día, amigo oyente, somos como extranjeros y peregrinos atravesando este mundo. Estamos aquí como en un desierto, pero nos encontramos de camino hacia la presencia del Señor Jesucristo. Nuestra invitación, es la misma invitación que Moisés pronunció: "Ven con nosotros."
Y si usted, amigo oyente, nos está escuchando hoy y no es un hijo de Dios; es decir, que no ha depositado su fe en Jesucristo, le invitamos a acompañarnos. Somos un grupo numeroso de personas y estamos marchando hacia la presencia de Jesucristo. No formamos un grupo de viajeros que se cree superior a otros. Somos pecadores que hemos sido salvados sólo por la gracia de Dios. Si usted se ve como pecador y necesita un Salvador, vaya a El con fe y confíe en El. Unase a este viaje. Esta no es una marcha de protesta. Es una marcha de salvación. Es una marcha de redención. Es la marcha que va para Sión, no para la Sión terrenal, sino a la ciudad celestial, la nueva Jerusalén, que según Apocalipsis 21:1-2: "descenderá de Dios, del Cielo, adornada como una novia se adorna para el novio." Volvamos a Números 18 y veamos la respuesta del suegro de Moisés, aquí en el versículo 30:
"Él le respondió: Yo no iré, sino que me marcharé a mi tierra y a mi parentela."
Ahora, Moisés sigue hablando y quizá dijo algo que no debiera haber dicho. El suegro no quiso acompañarlos. Quería regresar a su casa. Por lo tanto, Moisés le respondió, como dice el versículo 31:
"Moisés insistió: Te ruego que no nos dejes, pues tú conoces los lugares donde hemos de acampar en el desierto y serás como nuestros ojos."
Quisiéramos decir aquí mismo que, en realidad, en esta ocasión no comprendemos a Moisés. Dios ya le había dicho con toda claridad a Moisés; que la columna de nube de día y la columna de fuego de noche, les guiaría y que el arca, ya iba al frente conduciéndoles. Tanto la columna como el arca eran una figura de Cristo, nuestro máximo líder. Sin embargo, vemos que aquí Moisés le dice a su propio suegro que le necesita como guía. Ahora, es verdad que su suegro había sido criado en el desierto de Madián. Como madianita conocía muy bien aquella región. Seguramente podría haberles sido de mucha ayuda, pero el caso es, que según las instrucciones de Dios, no debían depender de medios humanos o naturales. Este anciano no sabía el camino que Dios quería que ellos siguieran.
Lamentablemente, amigo oyente, esto es lo que sucede cuando muchos cristianos escuchan la voz de expertos para que les guíen, que quizás sean especialistas en ciertas áreas del conocimiento humano, pero carecen de un verdadero discernimiento o sensibilidad espiritual. Y como resultado de esto, en muchos casos, hay quienes transitan por una senda muy florida pero que, con frecuencia, conduce a lugares muy tristes y desolados, es decir, a experiencias de frustración, infructuosas o estériles desde un punto de vista espiritual. ¡Qué gran responsabilidad recae sobre los líderes de la Iglesia de nuestra época! ¿Está Ud., seguro de que Cristo es la cabeza de la Iglesia? ¿Se somete a esa autoridad para que le guíe y conduzca por el viaje de la vida? ¿O está Ud. buscando la percepción de otros ojos que le guíen para transitar por caminos que no necesariamente sean los aprobados por la Palabra de Dios?
Bueno, en esta ocasión Moisés se equivocó. Claro que Moisés podía equivocarse. Era un ser humano y pecador. Lo interesante es que Moisés haya escrito estas páginas, registrando su propia equivocación. Tememos que si algunos de nosotros nos hubiéramos equivocado de esta manera, no lo habríamos mencionado a nadie, ni escrito para la posteridad. Continuemos ahora leyendo los versículos 33 al 36 de este capítulo 10 de Números:
"Así partieron del monte del Señor para una jornada de tres días. El Arca del pacto del Señor fue delante de ellos los tres días de camino, buscándoles un lugar de descanso. Desde que salieron del campamento, la nube del Señor iba sobre ellos de día. Cuando el Arca se movía, Moisés decía: ¡Levántate, Señor!¡Que sean dispersados tus enemigos y huyan de tu presencia los que te aborrecen!. Y cuando ella se detenía, decía: ¡Descansa, Señor, entre los millares de millares de Israel!."
Observemos que es Dios quien les está dirigiendo y orientando para que puedan llegar a la tierra. No había, pues, ninguna necesidad de que el suegro de Moisés fuera su guía para conducirles hacia el destino de su viaje. Evidentemente, Moisés seguía este ritual de la oración que acabamos de leer, todas las mañanas y todas las noches durante su travesía del desierto.
Y bien, así concluye el capítulo 10 de Números. Llegamos ahora a
Números 11:1-15
En este capítulo, veremos que las quejas y la murmuración del pueblo de Israel, desagrada al Señor. Los hijos de Israel, ahora, parten del monte Sinaí. Los capítulos 11 y 12 de Números, cuentan su marcha desde Sinaí hasta Cades. Esta marcha por el desierto debía haber durado sólo unos pocos días, para luego haber entrado en la tierra prometida. Pero, en lugar de esto, su viaje por el desierto se prolongó por muchos años. Veremos en este capítulo, que cuando se presentaron los problemas, el pueblo comenzó a murmurar. Este asunto fue extremadamente grave y tiene algunas lecciones muy importantes para nosotros. Leamos pues, el primer versículo del capítulo 11 de Números:
"Aconteció que el pueblo se quejó a oídos del Señor; lo oyó el Señor y ardió su ira. Se encendió entre ellos un fuego del Señor que consumió uno de los extremos del campamento."
Cada vez que el pueblo se quejaba, la gloria del Señor aparecía. Al Señor le desagradaron mucho sus murmuraciones y quejas. Y creemos que el Señor está igualmente disgustado hoy, con muchos de los creyentes que siempre critican y se quejan de algo. Son aquellos que todo lo ven mal, que siempre encuentran defectos en los demás, y no hay nada que les agrade. Pero Dios no quiere que sea así, amigo oyente. El quiere que usted sea un cristiano que disfrute de la vida, caracterizado por una actitud humilde y positiva. Continuemos leyendo los versículos 2 y 3:
"El pueblo clamó a Moisés, y Moisés oró al Señor. Entonces el fuego se extinguió. Por eso llamaron a aquel lugar Tabera, porque el fuego del Señor se encendió contra ellos."
La actitud de rebeldía provocó la ira del Señor, que consumió los alrededores del campamento. Ahora, ¿qué es lo que había detrás de todas estas quejas? ¿Quiénes eran los perturbadores? Podemos localizarlos aquí y también nos es posible identificarlos en la actualidad. Leamos el versículo 4:
"La gente extranjera que se mezcló con ellos se dejó llevar por el hambre, y los hijos de Israel también volvieron a sus llantos, diciendo: ¡Quién nos diera a comer carne!"
Ahora, ¿quiénes fueron los que comenzaron esto? Pues, las personas de aquel grupo de extranjeros que no estaban seguros de su identidad y que no se integraban en una de las tribus. Siempre manifestaron una actitud de permanente indecisión sobre si debían avanzar en el viaje o regresar a Egipto. Provenían de matrimonios mixtos, o matrimonios de distintas razas, en los que uno de los padres era de Egipto y residía allí y el otro, era israelita. Sus sentimientos estaban divididos: por una parte se sentían egipcios y les agradaba Egipto, y por otra, se sentían israelitas y les atraía participar de la marcha por el desierto. No eran lo suficientemente egipcios, como para querer permanecer en Egipto, ni lo suficientemente israelitas, como para querer salir en la marcha por el desierto, participando de las incomodidades y dificultades que ello implicaba.
En los tiempos actuales, hay también personas que profesan ser cristianas, caracterizadas por este tipo de actitud. Por una parte, sienten la necesidad de tener contacto con otros cristianos y suelen acudir a la iglesia. Quieren aparecer como personas que viven de acuerdo con los principios éticos del cristianismo. Disfrutan de un buen sermón. Pero por otra parte y durante el resto del tiempo, pretenden adaptarse a los valores seculares del mundo. Son como las personas de aquel grupo de extranjeros. En el fondo de su corazón predomina una actitud de indecisión permanente. No están muy seguros a quien pertenecen... No están seguros de su salvación, y por lo tanto, no saben su linaje.
Generalmente, esas personas causan conflictos y perturban la convivencia. En realidad, aunque manifiesten su deseo de acompañar a la iglesia en su peregrinaje por el mundo, y disfrutan de las celebraciones y fiestas del pueblo de Dios, no les agrada ya tanto el estudio de la Biblia. Es decir, que en la marcha por el desierto, no quieren viajar muy cerca del arca, símbolo de la presencia de Dios. Su inseguridad sobre lo que creen las impulsa a quedarse atrás, porque su deseo de no dejar completamente los valores y principios del mundo les hace mirar frecuentemente hacia atrás. En consecuencia, no disfrutan de las satisfacciones que traen las bendiciones de Dios y se sienten constantemente incómodos, tanto en la comunidad cristiana, como en el mundo. Eran como la mujer de Lot, que al alejarse de la ciudad de Sodoma, por razones familiares, no pudo evitar el mirar atrás con nostalgia al lugar donde quedaba su corazón. Continuemos leyendo, en los versículos 5 y 6 de este capítulo 11 de Números, las quejas de aquella gente:
"Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos. ¡Ahora nuestra alma se seca, pues nada sino este maná ven nuestros ojos!."
Escuche usted lo que dicen que les faltaba. Parece que sólo les gustaba comer condimentos, con la excepción del pescado. No se podía pescar en el desierto, porque no había ningún lago por ahí. Pero, se acordaban del pescado que comían en Egipto. Allí comían todo el pescado que querían. Tanto pescado comían, que creemos que en Egipto se cansaban de comer pescado. Pero, ahora, en el desierto, se acuerdan del pescado.
Lo lamentable fue que los hijos de Israel también se contagiaron pronto con este espíritu de queja, y por lo tanto, empezaron a llorar junto con aquellas personas. Esta era como una enfermedad contagiosa que se propagaba por todo el campamento. Y antes de mucho, todos comenzaron a llorar acordándose de Egipto. Y para el colmo, vemos en el versículo 6 que comienzan a quejarse del maná. Tienen maná para comer, y éste es provisto de una manera milagrosa todos los días, sin embargo, no les gusta. Bueno, sigamos leyendo y veamos lo que dicen los versículos 7 al 9:
"El maná era como semilla de cilantro, y su color era amarillento. El pueblo se esparcía y lo recogía, lo molía en molinos o lo majaba en morteros, y lo cocía en caldera o hacía de él tortas. Su sabor era como sabor de aceite nuevo. Cuando descendía el rocío sobre el campamento de noche, el maná descendía sobre él."
El Espíritu de Dios nos explica aquí, por segunda vez, lo que era el maná. No era una comida monótona, sino una fuente milagrosa de buena salud. El hecho es que cuando lleguemos al libro de Deuteronomio, observaremos que allí se dice que, al continuar su viaje por el desierto, sus pies no se hinchaban. Ese maná contenía todas las vitaminas que necesitaban. Era el alimento de Dios. Aquel maná que descendía del cielo les daba una alimentación completa y les infundía fortaleza. Y es una figura del Señor Jesucristo, y de la Palabra de Dios que revela a Jesucristo, quien también descendió del cielo y es todo el alimento que nuestra alma necesita
Había varios modos de preparar el maná. Lo podían asar, freír o moler para hacer pan o un pastel. Pero el Espíritu de Dios, está diciendo aquí, que este era un alimento adecuado, una comida maravillosa y nos está enseñando que los hijos de Israel, despreciaron esta comida. Para nosotros lo significativo es que ese maná habla de Cristo. ¿Cuál es pues, su opinión en cuanto a El? ¿Se ha cansado usted de El, alguna vez?
Algunos que oficialmente son cristianos, se cansan del maná. Muchos son los que se cansan del estudio bíblico. Y esta actitud de desprecio ante la Biblia equivale a aquella conducta de los israelitas en el desierto, de rechazar el maná y hace que muchos se alejen de la Palabra de Dios, para recurrir a otras fuentes de alimentación espiritual ajenas al maná celestial. Dios nos ha dado Su Palabra y debemos alimentarnos de ella. El tratar de nutrirse en otro lugar o de otra manera, es rechazar el maná que Dios nos ha dado. Veamos ahora,
La queja de Moisés
Después de esto, hasta Moisés sintió el cansancio de tener que soportar a esta gente. Y tenemos que confesar, que simpatizamos con él. Leamos pues los versículos 10 al 15, de este capítulo 11 de Números:
"Moisés oyó al pueblo que lloraba, cada uno con su familia a la entrada de su tienda. La ira del Señor se encendió mucho, y también le pareció mal a Moisés, quien dijo al Señor: ¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿Y por qué no he hallado gracia a tus ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Concebí yo a todo este pueblo? ¿Lo engendré yo, para que me digas: Llévalo en tu seno, como lleva la que cría al que mama, a la tierra que juraste dar a sus padres? ¿De dónde conseguiré yo carne para dar a todo este pueblo? Porque vienen a mí llorando y diciendo: Danos carne para comer. No puedo yo solo soportar a todo este pueblo: es una carga demasiado pesada para mí. Y si así vas a hacer tú conmigo, te ruego que me des muerte, si he hallado gracia a tus ojos, para que yo no vea mí mal."
Ahora, ¿se está quejando Moisés? Creemos que sí. Moisés no era, en modo alguno, un hombre perfecto. Era simplemente un ser humano usado poderosamente por Dios. Dijo que prefería morirse, a tener que continuar conviviendo con esa multitud. Y creemos que estamos de acuerdo, ya que era muy difícil, soportar a este pueblo. Bueno, amigo oyente, tenemos que detenernos aquí, porque nuestro tiempo se ha agotado. Pero no nos dejemos contagiar nunca por ninguna actitud de rechazo a la Palabra de Dios. Sino que esa Palabra, presente en la mente del autor del Salmo 19, sea para Ud. una experiencia real. Dijo en ese Salmo el poeta:
"La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma; el testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo. Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón; el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos."
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