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Estudio bíblico de Juan 1:18-23

Juan 1:18-23

Continuamos hoy estudiando el capítulo 1 del evangelio según San Juan. Y en nuestro programa anterior, estábamos hablando de las tres declaraciones importantísimas que habíamos visto en el versículo 14 de este evangelio. Y decíamos que la primera declaración, fue: "el Verbo fue hecho carne", es decir, "el Verbo fue nacido carne, fue encarnado". Dios viene desde la eternidad y se hace carne. La segunda gran declaración fue: "el Verbo habitó entre nosotros". Dijimos que la palabra "habitó" es la palabra griega "Skenos," que tiene el sentido de acampar. La palabra Skenos, significa tienda. Y el apóstol Pablo se sirvió de esta misma figura en su segunda carta a los Corintios, capítulo 5, versículo 1, donde comparó nuestros cuerpos en los cuales vivimos, con pequeñas tiendas o carpas. Y él dice allí: "Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos".

Esta pequeña tienda en la cual vivimos, puede ser abatida en una noche por un simple viento. Puede ser destruida en un instante. Y a causa de que usted y yo, estimado oyente, vivimos en estas pequeñas tiendas, el Dios de la eternidad bajó a esta tierra, se hizo carne y habitó entre nosotros. Esa es la segunda gran declaración de este versículo 14.

Y la tercera declaración fue: "Y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad". La pregunta que dijimos surgía aquí es: ¿No se limitó haciéndose carne? Juan nos responde: ¡espere un momento! ¡Fue lleno de gracia y de verdad! La palabra "lleno," quiere decir simplemente, que no podía tener más. Trajo con Él toda Su deidad. Cuando vino aquí, fue lleno de gracia y lleno de verdad. Luego en los versículos 15 al 17, vimos que todos hemos tomado gracia de la plenitud de Cristo, porque Él fue lleno de gracia y lleno de verdad.

Llegamos ahora a otro versículo que está lleno de declaraciones de grandes verdades. El versículo 18, dice:

"A Dios nadie lo ha visto jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer."

"A Dios nadie lo ha visto jamás." Esta verdad se halla en todas las Escrituras y Juan la explicará en su evangelio. El Señor Jesucristo le dirá a la mujer samaritana junto al pozo, en el capítulo 4, versículo 24 de este evangelio, que "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren".

Podemos preguntarnos entonces, en cuanto a las apariciones de Dios en el Antiguo Testamento. Dios nunca se reveló en el Antiguo Testamento ante los ojos de los hombres. Entonces, ¿qué o a quién vieron? Examinemos algunos de estos relatos. Por ejemplo, Jacob dijo que había visto a Dios. Lo que él vio fue el ángel del Señor que luchó con él. Esa era una manifestación, pero no vio a Dios porque Dios es Espíritu. "A Dios nadie lo ha visto jamás."

La siguiente declaración, que tenemos en este versículo 18 es: "El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre. . ." Nestle, el gran erudito alemán, ha traducido estas palabras, a fin de que podamos leerlas así: "El unigénito Dios", y preferimos esta traducción, está en el seno del Padre, y eso nos dice muchísimo. No vino de la cabeza de Dios para revelar la sabiduría de Dios, ni vino de los pies de Dios para ser siervo de los hombres. ¿Ha notado usted que Jesús no era siervo de los hombres, sino siervo de Dios? Él no hizo lo que los hombres le dijeron que hiciese. Jesús dice en el capítulo 6 de este evangelio, versículo 38: "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió". El vino para ser el Siervo de Dios, y al servir al Padre, sirvió a los seres humanos. Fue del seno del Padre que vino, no de la cabeza ni del pie. Vino del seno, para revelar el corazón de Dios. Él es el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre.

La tercera declaración que encontramos aquí en el versículo 18, de este capítulo 1 del evangelio según San Juan, es: "El le ha dado a conocer". La palabra griega aquí es "exegeomai", que viene de las raíces que significan "revelar" o "desvelar". Y eso es exactamente lo que Jesucristo hizo. Reveló a Dios. Puso al descubierto a Dios. ¿Quiere usted saber algo aún más grande que eso? El Dios de este universo, el Creador de todo, viene de la eternidad pasada y se hace carne asumiendo un cuerpo humano, revelando a Dios para que los hombres le conozcan. Estimado oyente, la única manera en que usted puede conocer a Dios, es mediante el Señor Jesucristo. Vino para dar a conocer a Dios porque Él mismo es Dios.

Quisiéramos ahora dedicar un poco de tiempo para desarrollar estos pensamientos. Permítanos tomar las declaraciones que aparecen en los primeros dos versículos; las declaraciones del versículo 14, y las declaraciones del versículo 18, y combinarlas en un estudio. Nos referimos a las siguientes declaraciones: "En el principio era el Verbo" - "Y el Verbo fue hecho carne" - "A Dios nadie le vio jamás".

No podemos ver a Dios porque Dios es Espíritu. Tuvo que hacerse carne. Tuvo que hacerse como uno de nosotros, es decir, identificarse con nosotros para que pudiéramos conocerle. No nos fue posible ir a Su reinado, a Su trono, para conocerle a Él. Él tuvo que venir hasta aquí, y encarnar y revelar a Dios donde nosotros nos encontramos.

Ahora, pensemos en las siguientes afirmaciones. "El Verbo era con Dios" - "Y habitó entre nosotros" - "El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre". Ahora, considere esto con nosotros por un momento, amigo oyente. Los ángeles se postraron delante de Él. Estaba con Dios, era igual a Dios. El apóstol Pablo, en su carta a los Filipenses 2:6, escribió lo siguiente en cuanto a Él". . . Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse". Eso significa que no tuvo que prepararse para llegar a ser Dios, ni tuvo que hacer ningún trabajo o esfuerzo para poder lograrlo. No se trataba de un grado o título que hubiera conquistado. No trató de ser Dios, porque eternamente ¡Él era Dios! Tampoco cambió Su posición relativa a Dios cuando vino a la tierra. No tuvo que preocuparse de que otro ser celestial ocupara su lugar mientras Él se encontraba en el mundo. Porque nadie podía ocupar Su posición porque Él es Dios. Sin embargo, vino a nacer en Belén. Hubo solamente unos pocos pastores que fueron a verle. Fue a Nazaret y se quedó "escondido" por treinta años, en ese pueblo pequeño. El Dios de la eternidad bajó a Nazaret y trabajó en una carpintería. ¿Por qué hizo esto? Lo hizo a fin de que pudiéramos conocer a Dios, estimado oyente. La única manera en que usted jamás puede conocer a Dios, es conociendo al unigénito Hijo, que está en el seno del Padre. Él es el Único que puede revelarnos a Dios.

Y ahora consideremos las frases: "El Verbo era Dios", "vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad". Y luego, ". . . él le ha dado a conocer". Cuando Él estuvo aquí en la tierra, todavía era Dios, lleno de gracia y de verdad, y dio a conocer a Dios. Jesús es el Único, estimado oyente, que puede revelar a Dios. Es sólo por medio de Jesucristo, que podemos conocer a Dios.

Ahora, todavía no hemos terminado de hablar sobre estas declaraciones. Queremos que usted vea algo más: Permítanos una pregunta: ¿Cómo es que usted divide el universo? El científico que ideó el blindaje que ha protegido todas las cápsulas espaciales durante su re-entrada a la atmósfera, en el programa espacial norteamericano, una autoridad en cuanto al calor, me dijo en cierta ocasión: "¿Sabe que este universo está compuesto de solamente tres elementos? Creo que Dios ha dejado Sus huellas dactilares sobre todo lo que ha creado. La Trinidad se encuentra en todas partes. Entonces, continuó explicándome lo que quiso decir. El universo se divide en: el tiempo, el espacio, y la materia. ¿Puede usted pensar en otro elemento? Es muy interesante que el tiempo, el espacio, y la materia abarquen todo lo que hay en este universo, como nosotros lo conocemos. El tiempo puede ser dividido solamente en tres partes: el pasado, el presente y el futuro. ¿Puede usted imaginar otro tipo de tiempo? El espacio, por ejemplo, se puede dividir en: longitud, anchura, y altura. ¿Habrá acaso otra dimensión? Y, en la materia tenemos la energía, el movimiento, y el cambio o fenómeno. Esas son las tres divisiones de las tres divisiones. El universo en que vivimos lleva en sí mismo la marca o señal de la Trinidad.

Hablemos, entonces por unos momentos sobre el Universo. Vamos a mirar la encarnación para ver cómo es que se relaciona con nuestra observación de que el universo consta de tiempo, espacio y materia. El versículo 1 de este capítulo 1 de San Juan, dice: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios". Esto se remonta hasta la eternidad pasada, y aquí tenemos tanto al tiempo, como al espacio. Luego, el versículo 14, nos dice: "Y aquel Verbo fue hecho carne". Es decir, bajó al espacio físico. Él que no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, descendió a la tierra. Vino a Belén, a un pequeño sitio geográfico. Él vino desde la gloria del Cielo, y que vino para padecer hasta la muerte, y muerte de cruz. Luego, el versículo 18, nos dice: "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer". Es decir, fue hecho materia. Se hizo hombre. Se hizo carne para que los hombres pudieran ver y conocer a Dios. Por tanto, vemos aquí el tiempo, el espacio, y la materia; todos involucrados en la encarnación.

Pero pasemos ahora a considerar por unos momentos El Tiempo. Ya declaramos que el tiempo se divide en el pasado, el presente, y el futuro. Vamos a mirarlo. El versículo 1 dice: "En el principio era el Verbo". Eso es pasado. "Y aquel Verbo fue hecho carne". Eso es presente. En nuestros tiempos, Él vino y se hizo carne. Luego, el versículo 18, nos declara: "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo. . . él le ha dado a conocer". Y eso encierra el futuro. El apóstol Pablo dijo al final de su vida: ". . . a fin de conocerle, y el poder de su resurrección". Jesús le ha dado a conocer, para que en el futuro estemos en Su presencia y veamos lo maravilloso que será cuando le conozcamos.

Consideremos ahora: El Espacio, dividido en longitud, anchura y altura. "En el principio era el Verbo." Esto se refiere a la longitud. Se extiende por la eternidad. La anchura se refleja en la expresión: "Aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros". La altura se refleja en el hecho de que: "A Dios nadie le vio jamás;. . .él le ha dado a conocer". Vino desde las alturas para poner a Dios ante la vista de los seres humanos.

Y consideremos por último: La Materia, que consta de energía, movimiento y fenómenos de cambio "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios. . . Todas las cosas por El fueron hechas". Tenemos aquí la energía. Él habló, y este universo surgió. Cuando Dios habló, la energía se transformó en materia. Luego encontramos el movimiento, porque "El Verbo fue hecho carne". Vino desde la gloria del Cielo, y descendió hasta esta tierra. Y luego el fenómeno - el fenómeno más grande en este mundo, estimado oyente, es Jesucristo. Todas las maravillas del mundo antiguo, y todas las maravillas de nuestros tiempos, y todos los descubrimientos de la ciencia no son nada, comparados con la maravilla de la encarnación. Dios se hizo hombre, se encarnó, y vino a esta tierra para darnos a conocer a Dios y para redimir a los hombres. Estimado oyente, no se puede encontrar ninguna manifestación, hecho, o acontecimiento de mayor magnitud que éste.

Y así concluye el prólogo al evangelio según San Juan. ¡Qué pasaje más imponente es éste! Aunque su lenguaje es sencillo, ni a usted ni a mi, nos será posible sondear sus profundidades en esta vida. Ahora, el resto de este primer capítulo, constituye lo que hemos llamado la "introducción al evangelio según San Juan." Leamos el versículo 19 de este capítulo 1, que presenta

El testimonio de Juan el Bautista

"Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: ¿Quién eres tú?"

Este es el primer incidente en la vida de Juan el Bautista, mencionado por el apóstol Juan en su relato. No nos dio ningún dato sobre el principio de este hombre. Pero, podemos enterarnos de la historia de su nacimiento, leyendo el evangelio según San Lucas. Juan dijo aquí, que nos daría el testimonio de Juan el Bautista. Y luego, nos contó sobre ciertos sacerdotes y levitas que salieron de Jerusalén para preguntarle quién era. En esta pregunta vemos una tentación sutil, porque se le ofreció a Juan una oportunidad para causar una buena impresión hablando de sí mismo.

Una de sus respuestas la encontramos en el capítulo 3 de este evangelio, versículo 30, donde él dijo, ante sus discípulos: "Es necesario que Él crezca en importancia, pero que yo mengüe." ¡Qué declaración es esta! Es una declaración que todo creyente debiera hacer. Pero, aún más importante, es que cada creyente debe vivirla. "Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe". Estimado oyente, los dos no pueden ocupar el primer lugar. O Cristo es lo principal en su vida, ocupando el primer lugar, o usted, el yo egoísta, tendrá el primer lugar. Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe, o bien ocurrirá lo contrario.

Ahora, en nuestro texto encontramos la respuesta que Juan el Bautista le dio a sus interlocutores, los dirigentes religiosos. Dice aquí el versículo 20:

"Él confesó y no negó. Confesó: Yo no soy el Cristo."

¿Se fija usted? Ellos hábilmente insinuaron que él podría ser el Mesías y que ellos tenían una esperanza mesiánica. Pero, Juan aclaró que él no era el Cristo, que no era el Mesías. Estaban buscando al Mesías, pero le preguntaron al hombre que no lo era. Por tanto, si él no era el Cristo, entonces, ¿quién era él? Leamos el versículo 21:

"Y le preguntaron: ¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el Profeta? Y respondió: No."

Como usted ve, Juan fue breve y positivo. Sus respuestas fueron concisas y se tornan aun más breves, a medida que ellos continuaban con sus preguntas. Si él no era el Cristo, creían entonces que debía ser Elías. Y si no era Elías, creían que tenía que ser aquel profeta. Se referían a un profeta, como Moisés, que había sido prometido en Deuteronomio, capítulo 18, versículo 15. Y Juan respondió enfáticamente que no. Él tampoco era el profeta predicho en el libro de Deuteronomio. Leamos entonces los versículos 22 y 23:

"Entonces le dijeron: ¿Quién eres? Tenemos que dar respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías."

Al fin Juan se identificó. Y observemos que él dijo que era una voz. Es que Cristo era el Verbo, La Palabra. Juan era la voz. Tenía un mensaje muy importante que dar, un mensaje mayor que él mismo. Ahora, en cuanto a nosotros, debiéramos quedar satisfechos de ser solo una voz, porque indudablemente el mensaje que tenemos que comunicar es más importante que cualquier individuo. Y esa voz debería, por supuesto, declarar la gloria de Cristo. Tomemos nota de que Juan dijo que estaba citando al profeta Isaías. Y su mensaje era el siguiente, de acuerdo con otra traducción: ¡Abrid un camino recto para el Señor! En otras palabras, ¡Preparaos para la venida del Señor! Creemos que quería decir que el reino de los cielos estaba cerca. Estaba cerca en la persona del Rey. Era lo mismo que decirles que se librasen de las cosas torcidas que estaban en sus vidas, y que se ocupasen de rectificar aquello que estaba equivocado. Y esto es también lo que nosotros necesitamos llevar a cabo. Al hacerlo así, nuestra vida se abre a una relación de comunión y compañerismo con Dios. Dice el apóstol Juan en su primera carta 1:6, Si decimos que tenemos comunión con Él y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad.

Al escuchar usted, el programa hoy, recuerde que yo soy simplemente una voz. He tenido la oportunidad y el privilegio de conocer a varios de nuestros oyentes, y muchos de ellos me dicen: "Bueno, ahora tengo una rostro para colocarle a la voz que escucho por radio." O bien dicen: "Muchas veces me he preguntado ¿cómo será su fisonomía?" Estimado oyente, permítame decirle, que aquí, yo soy simplemente una voz. Y esto era también todo lo que Juan quería decir. Tenía un gran mensaje que dar. Era un mensaje más importante que él. Y francamente, estamos satisfechos de ser simplemente una voz, porque es cierto que el mensaje que tenemos que dar, es más grande que el individuo que lo comunica. Porque somos simplemente una voz que Ud. escucha. Y nuestra voz enmudece al terminar cada programa, y algún día se apagará hasta el día futuro de la resurrección. Pero la Palabra que proclamamos sigue resonando y podrá escucharla siempre que lea Ud. la Biblia, o siempre que el Espíritu Santo traiga a su mente el mensaje de la Palabra eterna del Antiguo y del Nuevo Testamento. Estimado oyente, le invitamos a escuchar siempre esa Palabra, con un corazón sensible. Esa Palabra, siempre está resonando, siempre está presente. Como dice el profeta Isaías en 40:6, La hierba se seca y se marchita la flor, mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.

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