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Estudio bíblico: Deseo de Pablo de visitar Roma - Romanos 1:8-17

Autor: Ernestro Trenchard
Reino Unido
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Deseo de Pablo de visitar Roma - (Ro 1:8-17)

El apóstol, su comisión y los santos en Roma (Ro 1:8-15)

Esta sección se reviste de interés especial por cuanto revela algo más de la personalidad y el corazón del Apóstol, además de aumentar nuestro conocimiento de su servicio, echando luz sobre el concepto que tenía de su apostolado y la manera en que había de cumplir su misión. Pablo no deja de señalar las condiciones del apostolado, pero a la vez se expresa fraternalmente, como miembro, juntamente con los creyentes en Roma, de la gran familia cristiana.
1. Las gracias del Apóstol (Ro 1:8)
"Primeramente doy gracias a mi Dios por Jesucristo acerca de todos vosotros", dice Pablo, después de los anteriores saludos. Tan sencilla expresión encierra una lección de fundamental importancia, pues el que no se da cuenta de lo que debe a Dios, abriendo su corazón delante de él en sinceras acciones de gracias, no puede disfrutar de la plena comunión con su Padre. El creyente desagradecido y quejoso anda mal y hará bien en volver a contar las bendiciones que el Señor le da. Aquí Pablo no sólo da gracias a "su Dios" por dones personales que había recibido, sino "acerca de todos vosotros", con referencia a los creyentes de la iglesia en Roma que nunca había visto y que debían poco a su ministerio personal hasta aquella fecha. He aquí la muestra de un corazón ensanchado por la gracia de Dios, que se gozaba en todo cuanto el Señor hacía, valiéndose del ministerio del siervo que fuera. Tal gracia es "por Jesucristo" y frente a "mi Dios", al Dios conocido, en cuya presencia vivía. Si no nos gozamos en todo cuanto el Señor obra, por medio de la persona que sea, es dudoso que nosotros estemos obrando en la potencia del Espíritu, existiendo el peligro de trabajar por nuestra cuenta en la viña del Señor con el pretexto de servirle a él. Por las gracias que Pablo suele dar a Dios al ver la "gracia" suya en los creyentes, véanse ejemplos en (1 Co 1:4) (Fil 1:3-4) (Col 1:3-4) (1 Ts 1:2-3) (2 Ts 1:3).
Aquí Pablo alaba a Dios porque la buena fama de la fe de los creyentes en Roma se había divulgado por todo el mundo. La frase es algo hiperbólica, pero entendemos bien lo que quiere decir: las iglesias ya formadas en las provincias alrededor del Mediterráneo habían recibido noticias del testimonio vital de la Iglesia en Roma, destacándose la fe que quizá había sido puesta a prueba a causa de presiones y dificultades en la capital. El mucho ir y venir de los viajeros cristianos que pasaban por Roma facilitaría la extensión de estas buenas noticias que alegraban el corazón de los creyentes en todas partes. Es otra manifestación más de la cortesía cristiana que surge del amor y que nos recuerda la costumbre de Pablo de empezar sus cartas con alabanzas —aparte del caso especial de los gálatas—aun después tuviera que reprender y corregir algunas cosas.
2. El servicio sagrado del Apóstol (Ro 1:9)
Antes de mencionar su constante intercesión a favor de los romanos, Pablo antepone una aseveración importante que califica como sagrado todo su servicio, incluso su ministerio de súplicas a favor de los santos: "Porque Dios es mi testigo —a quien sirvo en mi espíritu en el Evangelio de su Hijo— de cuán incesantemente hago mención de vosotros... en mis oraciones". El verbo "servir" es "latreuó" en el griego, vocablo rico en matices, que empezó señalando cualquier trabajo, pero terminó limitándose a actos de culto, o sea, al servicio sagrado. Al emplear este término no queremos indicar en manera alguna que Pablo se considerara como un "sacerdote" que mediaba entre Dios y los hombres, pues en la nueva dispensación no hay más que un Sumo Sacerdote, Cristo, siendo todos los creyentes "sacerdotes" ya que siguen a Cristo "velo adentro", en sentido espiritual, para ofrendar su culto y alabanza a Dios sólo por medio de Cristo (He 10:19-22) (He 13:15-16) (1 P 2:4-9). Pero Pablo, a veces, piensa en la totalidad de su obra en el Evangelio como una ofrenda que, por la gracia divina, puede ofrecer a Dios, destacando este concepto aun más en el original de (Ro 15:16). En efecto, todo servicio espiritual es sagrado, participando de la naturaleza del culto verdadero, de forma que adoramos mientras servimos y servimos al ofrecer culto espiritual a Dios (Ro 12:1).
El verbo "latreuo" concuerda bien con lo demás de la frase: "a quien sirvo en mi espíritu en el Evangelio de su Hijo". Pablo viajaba mucho, predicaba siempre que hallaba ocasión y escribía copiosamente; pero estas actividades físicas y mentales no habrían pasado de ser el fútil devaneo de un hombre obsesionado por una idea particular si la manifestaciones externas no hubiesen sido impulsadas por un espíritu rendido al Señor. Si el espíritu hubiese sido el de Pablo solamente, tampoco se habría logrado resultados en el ámbito del Reino de Dios, pero el hecho es que el Apóstol había entregado su espíritu redimido (con todo su ser) a las operaciones del Espíritu de Dios, según su declaración en (Fil 3:3): "Porque nosotros somos la circuncisión (verdadera) los que rendimos servicio sagrado (latreuó) por el Espíritu de Dios". La frase "en el Evangelio de su Hijo" ha hallado su comentario ya en las consideraciones sobre (Ro 1:2-3).
Los romanos no habían tenido ocasión aún de comprobar personalmente la calidad apostólica y espiritual de la obra de Pablo, y les extrañaría, quizá, que se dedicara a un ministerio de intercesión a su favor. Por ende, muy al estilo hebreo, el Apóstol les asegura el hecho por poner a Dios como testigo de la veracidad de sus declaraciones: "porque Dios es mi testigo".
3. La intercesión del Apóstol (Ro 1:10)
En otros pasajes se revelan las sublimes alturas de la intercesión apostólica a favor de los santos (Ef 1:16-19) (Ef 3:14-21) (Col 1:9-12), pero la excelsitud no está reñida con lo práctico en los planes de Dios, de modo que la oración aquí se concreta al tema específico del viaje de Pablo a Roma: "rogando siempre en mis oraciones que de un modo o de otro tenga al fin, por la voluntad de Dios, ocasión favorable de ir a vosotros". Las incesantes menciones de los creyentes romanos en las oraciones del Apóstol (Ro 1:9) abarcaban, seguramente, todas las necesidades espirituales del pueblo de Dios aún desconocido, pero sobre todo quería llegar hasta ellos para el cumplimiento de la comisión que había recibido del Señor. Se habían presentado estorbos que no se explican aquí (Ro 1:13), pero que se relacionaban, sin duda, con las exigencias de la obra resumida por Lucas en Los Hechos capítulos 19 y 20, como también con la convicción de que había de subir a Jerusalén con las ofrendas de las iglesias gentiles. Eso se aclara más en (Ro 15:22-29). Dios solo pudo proveer la ocasión favorable —que no quiere decir "fácil"— por señalar una puerta abierta según su voluntad. Más tendremos que decir sobre los deseos y planes de los siervos de Dios que se llevan a cabo total o parcialmente según la guía del Señor, y bajo el control de su providencia, al comentar el capítulo 15 de esta Epístola.
4. El anhelo del Apóstol (Ro 1:11-13)
El verbo ("epipotho") significa un deseo profundo. En (Ro 1:15) añade: "En cuanto a mí, pronto estoy a predicaros el Evangelio...", pero la voz castellana "pronto" expresa muy parcialmente el ansioso y entusiasta deseo y disposición de la palabra griega que traduce. El Obispo Moule procuró expresar la intensidad del anhelo por traducir la frase de (Ro 1:11) por: "Tengo nostalgia de vosotros", como quien ardientemente desea reunirse con los seres amados. Todo este anhelo es tanto más notable por cuanto no conocía más que cierto número de hermanos de la congregación, quedando como una hermosa ilustración de lo que puede el "amor en Cristo".
El anhelo personal (Ro 1:11). Alguien ha dicho que, al llegar a conocer bien a otro hermano en la fe, añadimos hectáreas a nuestras posesiones espirituales. Así Pablo anhelaba estar con los creyentes en Roma por el solo hecho de que eran sus hermanos en Cristo, deseando reunirse con "la familia".
El anhelo de comunicación (Ro 1:11). El Señor había suplido las necesidades espirituales de la iglesia en Roma por medio de varios siervos suyos cuyos nombres ignoramos, pero siempre les faltaría algo a los hermanos si no pudiesen aprovechar el ministerio del Apóstol a los gentiles. "Algún don" es la designación modesta de aquel encargo tan especial que Pablo había recibido del Señor de la Iglesia y que los romanos necesitaban para completar su comprensión de la verdad cristiana. La calidad de este "don" puede apreciarse por el riquísimo contenido de la Epístola que estudiamos, que viene a ser la primer entrega de los tesoros de las enseñanzas apostólicas puestos a la disposición de la iglesia en Roma por medio del ministerio de Pablo. El anhelo para comunicar lo que había recibido era vehemente: "¡Ay de mí si no predicare el Evangelio!" (1 Co 9:16). Otras facetas del mismo tema aparecen en (Ro 1:15-17).
El anhelo de la confirmación de los santos (Ro 1:11). La amplia comunicación del don apostólico había de confirmar, o robustecer, a los santos en Roma. He aquí otro objeto de los vehementes deseos del Apóstol, quien no podía contentarse con la mera formación de iglesias cristianas, sino que se afanaba por verlas fortalecidas, no sólo para que gozaran más en su fe, sino con el fin de que cumpliesen su cometido de extender el Evangelio por las ciudades y distritos donde se hallasen. Creyentes espiritualmente raquíticos, e iglesias tambaleantes, no adelantan la causa de Cristo, y muy a menudo la atrasan. Todo siervo del Señor, consciente de su misión, ha de preocuparse tanto por la confirmación de las iglesias como por su fundación. Pablo estaba dispuesto a invertir tiempo que habría podido dedicar a la evangelización de nuevas regiones para volver a visitar a las iglesias ya formadas durante su primer viaje, "confirmando los ánimos de los discípulos", amén de constituir Ancianos para el cuidado de la grey (Hch 14:22-23).
El anhelo del consuelo mutuo (Ro 1:12). Todos los expositores subrayan la exquisita sensibilidad y cortesía de Pablo al modificar la declaración del versículo 11, que hablaba del don que él había de entregarles, pasando a notar que la bendición había de ser mutua: "Esto es, para que estando entre vosotros, sea consolado (animado) juntamente con vosotros por la mutua fe, la vuestra y la mía". Esto no es sólo la cortesía de un gran caballero cristiano, sino la expresión de una verdad universal, ya que todos los miembros del Cuerpo de Cristo tienen su don, que corresponde a una obra especial del Espíritu de Dios en ellos y que suple algo necesario para el bienestar del conjunto (1 Co 12:7,12,26) (Ef 4:11-12). Pablo, después de los amargos trances del naufragio, "cobró ánimo" al encontrarse por primera vez con una embajada de la iglesia en Roma, lo que sería el principio de aquella consolación mutua que esperaba hallar entre los santos (Hch 28:15). La fe del hermano más sencillo abre cauces para el suministro de la potencia divina (Ga 5:6).

La deuda del apóstol Pablo (Ro 1:13-16)

Los versículos que tenemos delante terminan la parte personal e introductoria de la Epístola, llevándonos rápidamente hacia la formulación del gran tema que consta en (Ro 1:16-17). La frase: "Mas no quiero, hermanos, que ignoréis", señala la importancia de lo que tiene que decir a los romanos, no sólo con referencia a su propósito de visitarles, sino también a su "deuda" apostólica de presentar el Evangelio a toda criatura. Esta solemne frase de introducción se halla también en (Ro 11:25) (1 Co 10:1) (1 Co 12:1) (2 Co 1:8) (1 Ts 4:13).
1. Roma, metrópoli de la gentilidad (Ro 1:13-15)
Si el Apóstol reitera aquí el propósito y el ferviente deseo que tenía de visitar a los creyentes en Roma, es con el propósito de relacionar la visita con su labor general como Apóstol a los gentiles. Hermanos que entendían la comisión especial que Pablo había recibido del Señor podían preguntarse por qué no había acudido antes a la metrópoli del mundo gentil, epítome del Imperio como se ha llamado. Importaba que comprendiesen que el deseo y el propósito no habían faltado, debiéndose su prolongada ausencia de la capital a ciertos estorbos que menciona entre paréntesis en el versículo 13 y que hemos comentado anteriormente. Había de recoger "algún fruto" entre los gentiles en Roma de la forma en que lo había hecho en Asia Menor y en Grecia. La frase "algún fruto" del versículo 13 corresponde a la anterior, "algún don" del 11, pues la entrega del "charisma" resultaría en bendiciones manifiestas que califica de "fruto" aquí. Naturalmente, todo cuanto se cosecha por la predicación y el ministerio del Evangelio es del Señor de la mies, pero a veces Pablo lo considera como el bendito resultado de sus trabajos bajo la buena mano de Dios; la recompensa que el Señor le dará al ver a los salvos y a los santos perfeccionados en la presencia del Señor en el "Día de Cristo" (Fil 2:16) (1 Ts 2:19-20).
2. La deuda universal (Ro 1:14-15)
El mismo hecho de que son comprados por precio impone sobre todos los creyentes la obligación moral de dar a conocer a su Señor y Salvador para la bendición de quienes no han oído aún las Buenas Nuevas de que Cristo murió por ellos también. Ahora bien, en este contexto la deuda corresponde en primer lugar a los términos de la comisión de Pablo, resumida, por ejemplo, en (Hch 26:16-20). No excluye un testimonio al pueblo judío, pero, sobre todo, Pablo había de llevar el conocimiento de la verdad a los gentiles; frente a esta responsabilidad apostólica no podía por menos que sentirse movido por un ansioso deseo de "predicaros el Evangelio a vosotros también que estáis en Roma". Si a griegos y a bárbaros, a sabios y a indoctos era deudor, por los términos de su comisión, seguía como consecuencia natural que, en cuanto a él —hasta donde le correspondía ordenar su camino—, anhelaba dar testimonio de la verdad del Evangelio en el mismo corazón del Imperio gentil. Sólo esperaba que el Señor le abriera la puerta.
Griegos y bárbaros (Ro 1:14). Pablo señala la universalidad de su misión por nombrar dos tipos de civilización: la griega y la no griega. Roma había adoptado la cultura del pueblo griego, al que había vencido por las armas, hasta el punto de que personas cultas se expresaban en griego en la misma metrópoli del Imperio romano; de todo ello resultó un tipo de civilización que designamos la "grecorromana", o la "helenista". Desde luego, el proceso de asimilación se había adelantado mucho más al oriente de la cuenca mediterránea que no al occidente, pero toda el área se incluía en general bajo la civilización helenista, hablándose o el griego o el latín. Si las distintas gentes dentro o fuera de los límites teóricos del Imperio hablaban sólo la lengua vernácula, se llamaban "bárbaros", aun cuando fuesen tan civilizados como los persas, por ejemplo. El vocablo no tenía entonces el sentido de "salvaje" que adquirió posteriormente. Claro está, las tribus germanas, que irrumpieron frecuentemente en el Imperio desde el Norte, eran bárbaros y salvajes a la vez, pero en sí la palabra no indicaba más que la falta de la civilización helenista.
Sabios e indoctos (Ro 1:15). Si los términos ya considerados señalan distintas civilizaciones, éstos, "sabios e indoctos", indican distintos grados de cultura dentro de la misma sociedad. Los sabios disfrutan del privilegio de una educación superior, mientras que los indoctos se crían como pueden, sin el auxilio de la buena instrucción. No hemos de subestimar estas diferencias, ya que, siendo iguales los demás factores propios del caso, el hombre cuya inteligencia ha sido entrenada y disciplinada por el estudio puede desenvolverse mejor frente a los diversos problemas y posibilidades de la vida que no el indocto. Con todo, el Evangelio salta por encima de las barreras culturales, dirigiendo su mensaje por igual al sabio y al indocto. Si la sabiduría humana induce un espíritu de orgullo intelectual en el oyente, éste no prestará oído al Evangelio por no saber ser "sencillo". Por otra parte, la ignorancia tampoco ayuda a nadie, pese a que algunos se enorgullecen de su propia torpeza. Los "niños" que entienden lo que Dios revela, según las palabras del Maestro en (Mt 11:25), son los sencillos de corazón que saben la necesidad de humillarse para sintonizar con Dios, sean instruidos o analfabetos. Aquí Pablo contempla el área de su campo de trabajo, no admitiendo fronteras ni entre las diversas civilizaciones ni entre hombres de distinto nivel de cultura. Todos son pecadores, por todos murió Cristo, y el mensajero de la Cruz ha de presentar las Buenas Nuevas a todo aquel que quiera escucharlas. En el versículo 16 hace constar que el Evangelio se dirige "al judío primeramente y también al griego", señalando las dos grandes esferas religiosas desde el punto de vista de Israel. Pero tampoco en este terreno admite barreras ni diferencias, bien que al judío le corresponde la precedencia histórica y dispensacional por pertenecer al pueblo escogido del Antiguo Testamento.

El gran tema de la epístola: El Evangelio (Ro 1:16-17)

La importante declaración (Ro 1:16-17) surge de las consideraciones anteriores, pues si Pablo está deseoso de proclamar el Evangelio también en Roma, epítome del mundo gentil, es natural que ponga en claro el carácter y el contenido del mensaje. Notemos una vez más que el Evangelio no se limita a un "llamamiento" en el Nuevo Testamento, siendo más bien la misma sustancia de la obra de gracia de Dios, consumada por su Hijo Jesucristo a favor del hombre. El término en sí es equivalente a buenas nuevas, pero estas noticias del Cielo revelan nada menos que el designio de bendición que fue determinado en Cristo antes de la fundación del mundo (1 P 1:20). En cuanto a la estructura de la Epístola, los versículos 16 y 17 constituyen una declaración fundamental que encierra en sí la quintaesencia del mensaje que Pablo ha de desarrollar con tanta maestría desde este punto de arranque hasta la gloriosa consumación del fin del capítulo 8, llegando a abarcar también el tema de los capítulos 9 al 11. Veremos a continuación que cada término señala un capítulo importantísimo de la doctrina paulina, y que el Apóstol no ha de perder de vista en ningún momento las implicaciones del "evangelio", de la "potencia de Dios", de la "salvación", de la "justicia", de la "fe" y de las reacciones ante la proclamación de las Buenas Nuevas de judíos y gentiles.
1. Pablo se gloría en el Evangelio
Al declarar Pablo: "No me avergüenzo del Evangelio", no quiere decir que el mensaje parece algo despreciable ante los hombres que confían en su fuerza humana o que se deleitan en los postulados de la filosofía, pero, con todo, él no se avergüenza de la proclamación que señala a Cristo crucificado. Al introducir su tema emplea un conocido giro retórico llamado "litote", que enfatiza el valor de algo mediante la negación del elemento contrario, o aun la negación aparente de lo que uno quiere dar a entender. "¡Menudo susto me has dado!" quiere decir que el susto ha sido grandísimo, pese a que "menudo" equivale a "pequeño". Así Pablo declara que él se gloría en el Evangelio por ser la manifestación de la obra maestra de Dios en el plan de la redención. Recordamos su sentida exclamación: "¡Lejos esté de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo" (Ga 6:14), con las muchas ocasiones en que rechaza toda jactancia humana con tal de enaltecer las distintas facetas de la obra que Dios ha llevado a cabo por medio de Cristo. Los romanos se gloriaban en cuanto simbolizaban las águilas imperiales y los griegos en los sublimes recuerdos de la acrópolis ateniense, pero Pablo levantaba en alto la bandera del Evangelio, la "palabra" de la cruz, necedad para los gentiles, tropezadero para los judíos, mas "para los que son llamados, tanto judíos como griegos, un Cristo que es potencia de Dios y sabiduría de Dios" (1 Co 1:18-24).
2. El Evangelio es la potencia de Dios
No es una mera casualidad que Pablo enfatice el Evangelio como sabiduría de Dios en la primera carta a los corintios y como potencia de Dios en la que se dirige a los romanos, ya que los términos se ajustan al medio ambiente de las ciudades donde los creyentes se encontraban. Corinto, ciudad griega, concedía prioridad a la sabiduría, despreciando la fuerza bruta. Los romanos habían conquistado el mundo que rodeaba el Mediterráneo por la potencia de sus legiones y la eficacia de su orden y disciplina. Ya hemos visto la reacción natural de ambos pueblos frente al mensaje del Crucificado, pero Pablo insiste en que la aparente locura de la Cruz es la sabiduría de Dios y que su supuesta flaqueza es la potencia de Dios. La potencia se evidencia por los resultados que se consiguen, pues las fuerzas han de efectuar trabajos. La potencialidad de una industria se da a conocer por la cantidad y calidad de sus productos, de la manera en que la de un sistema militar se evidencia por las victorias y conquistas que consigue. A Dios le ha placido pasar por alto lo fuerte de los hombres para que el glorioso fruto de la Cruz, hecho visible en multitudes de vidas cambiadas, no pueda atribuirse de manera alguna al esfuerzo humano sino sólo al poder de Dios. Los redimidos saben que su enemigo, el "hombre fuerte", ha sido derrotado y atado por el "hombre más fuerte", que es el Vencedor del Calvario (Lc 11:17-22), pues su nueva libertad es la prueba de la operación a su favor de la potencia redentora de Dios.

El Evangelio es potencia de Dios para salvación (Ro 1:16)

La potencia humana se emplea o para el enriquecimiento de individuos o de grupos, o para destruir a los enemigos que se ponen delante. No queremos decir que la potencia de la ciencia, por ejemplo, nunca se emplea para fines benéficos, pues la medicina, en general, es un ejemplo de un logro positivo para el bien de la humanidad. Con todo, en el último análisis, los hombres o las agrupaciones de hombres, al hacerse fuertes, aprovechan su potencia para imponerse sobre otros, sea por métodos bárbaros, como en la extensión del imperio asirio, sea por medio de fórmulas aparentemente más civilizadas, como en las votaciones de la Organización de las Naciones Unidas. Sólo la potencia divina tiene por finalidad la salvación de todo aquel que quiere. El término salvación presenta el aspecto más amplio de la obra de la gracia de Dios, enlazándose frecuentemente en el Antiguo Testamento con la manifestación del Mesías. Fundamentalmente se contrasta con la perdición (Fil 1:28) (Fil 3:19-20), pero también con la muerte (2 Co 7:10) y con la ira (1 Ts 5:9). Al hundirse Pedro en el abismo de las aguas por su falta de fe —tras su atrevido alarde de ella— exclamó: "¡Señor! ¡Sálvame!". Jesús extendió su mano y le asió, llevándole a la seguridad del barco. He aquí una sencilla ilustración del concepto de salvación, que es el brazo potente del Dios de toda gracia que se extiende para sacar al hombre del abismo de la perdición. El Evangelio es potencia de Dios para salvar al hombre de su estado de ruina espiritual.
1. El Evangelio es para todos
"El Evangelio es potencia de Dios para salvación a todo el que cree, al judío primeramente y también al griego". No es preciso repetir lo que ya hemos adelantado al comentar el versículo 15 sobre la universalidad del Evangelio. Es el mensaje que "ha sido predicado en toda la creación que está debajo del cielo" según las palabras de Pablo en (Col 1:23), lo que significa que, potencialmente, no admite diferencia ni excepción, aunque el proceso de llevar el mensaje a todos puede ser muy largo. Los judíos fueron los primeros en escuchar el Evangelio por boca del Señor mismo y de los Apóstoles —sin mencionar aquí los primeros rayos del Evangelio que se vislumbran en el Antiguo Testamento—pues tal privilegio correspondía al pueblo del pacto. Sin embargo es el mismo Evangelio para ellos y para los gentiles, basándose en la obra redentora de Cristo y ofrecido a todos a condición de que se arrepientan y pongan su fe en el Salvador.
2. El Evangelio es para el individuo
La frase "todo aquel que cree" no deja a nadie fuera del alcance del Evangelio, pero, a la vez, insiste en que la totalidad de los hombres se compone de individuos, de tal forma que corresponde a cada uno creer para ser salvo. El Evangelio puede predicarse "a las masas", pero la fe salvadora se produce en los corazones de hombres, mujeres y niños, uno por uno. Las Escrituras nada saben de personas llamadas "cristianas" a consecuencia de haber pasado por algún rito, o por haber nacido de padres cristianos, o por hallarse en un "país cristiano". La fe es un movimiento del alma esencialmente personal e intransferible. A Dios le correspondió la iniciativa de gracia, impulsándole su amor a enviar a su Hijo al mundo para salvarlo, pero la respuesta de la fe ha de ser la de "todo aquel", de éste o de aquél, nunca la de la multitud, nunca por conducto de un sustituto sacerdotal. La fe sólo se produce cuando un ser humano se encuentra en la presencia de Dios e invoca de corazón su santo Nombre.
3. En el Evangelio se revela una justicia de Dios
Llegamos aquí al aspecto del Evangelio que se enfatiza especialmente en esta Epístola, y que hemos examinado ya antes. En este breve análisis del texto que tenemos delante sólo nos es posible notar lo siguiente: a) En la revelación bíblica, la justicia esencial es un atributo de Dios, quien solo es recto, constituyendo su propio Ser la única norma posible para discernir lo que es "justicia". b) Frente a Dios el hombre debería ser recto, o justo, pues de otra forma es imposible la manifestación del juicio de Dios en contra de la desviación de la rectitud, que se define como "pecado". c) Las justas demandas de Dios frente a un mundo pecador se hallan sobre todo en el Decálogo y las leyes asociadas con estos mandamientos fundamentales, aunque la conciencia del hombre y las providencias de Dios también pueden servir para manifestar las demandas divinas en forma más general y difusa. d) El esfuerzo por cumplir la Ley conduce al alma humilde a comprender la imposibilidad de conseguir una justicia que permita al hombre llegarse a Dios, lo que produce la contrición y la esperanza en la salvación divina. e) Este empeño por cumplir la Ley lleva al alma orgullosa a pensar que puede justificarse delante de Dios "a su manera" y queda satisfecha con "sus obras". Tal alma se endurece en contra del Evangelio que sólo se ofrece a pecadores dispuestos a humillarse y arrepentirse de sus pecados. f) Por su gracia Dios interviene en la Persona de su Hijo, quien, al ser hecho pecado por nosotros en el sacrificio de la Cruz, hace posible la justificación del pecador que se arrepiente y cree. Cristo es "hecho" al tal "justificación" (1 Co 1:30), y ésta es la "justicia" que se revela en el Evangelio: la que Cristo consiguió por su obra de expiación y que puede envolver al pecador arrepentido que confía en Cristo de tal manera que Dios le declara justo. De nuevo recalcamos que la fe supone confianza total en el único Salvador, y que establece una unión vital con éste. La declaración se basa sobre un hecho real y no sobre una ficción legal.
A veces "la justicia de Dios" quiere decir el atributo esencial de Dios (Ro 3:5), pero como tema del Evangelio, según se expone en esta Epístola, ha de entenderse como la justicia imputada al hombre de fe, que halla su origen en la gracia de Dios quien obra en justicia sobre la base de la propiciación que Cristo efectuó por su sacrificio vicario. Sobre los importantes términos "propiciación" e "imputación" tendremos más que decir al comentar los capítulos 3 y 4.
De paso, podemos notar que esta justicia imputada al creyente sólo se conoce por una revelación de parte de Dios, quien la da a conocer en el Evangelio. No cabe dentro de la lógica del hombre caído, sino que brota de la gracia de Dios.
4. La justicia del Evangelio es por fe y para fe
Aun más literalmente podríamos leer "de la sustancia de la fe y para fe". Algunos expositores han sugerido interpretaciones de acuerdo con el sentido literal de la frase, por ejemplo: la justicia imputada surge de la sustancia de la fe y el nuevo estado tiende a producir la fe en forma continua. Casi seguramente se trata únicamente de una expresión muy enfática para resaltar que queda excluida toda reacción humana que no sea la sola fe "justificante". Este es el pensamiento que mejor se ajusta al contexto y a la intención del Apóstol en este maravilloso resumen de su tema.
Llegamos aquí a otro de los conceptos dominantes de la Epístola, sobre el cual tendremos que volver al comentar el capítulo 3. Basta subrayar aquí que la fe que justifica no es un mero asentimiento al mensaje que se escucha, bien que tiene su principio en la comprensión del Evangelio como Palabra de Dios (Ro 10:17). La fe es la confianza completa en Cristo como Salvador, siendo implícito en el concepto el abandono de todo apoyo humano, sea de méritos personales, sea de pretendidos valores religiosos. Es la fe del niño que se acoge con absoluta confianza a la protección y apoyo de los brazos maternos, pero en este caso es el Salvador quien extiende sus brazos y el pecador que, abandonando todo, se refugia en ellos. Tal fe establece una unión vital entre el creyente y el Salvador, de tal modo que la justicia que él consiguió en la Cruz pasa a la cuenta de quien se halla identificado con Cristo: el cual murió para anular el pecado y resucitó para compartir con nosotros su vida. Nada menos que esta unión vital de fe permite que el justo Dios declare que el creyente sea justificado, como si nunca hubiera pecado. Ciertas frases de Lutero han permitido la insinuación de que la "justificación por la fe", según la definición protestante, no pase de ser una mera "ficción legal". Eso sería verdad si la fe fuese un mero asentimiento a un dogma, pero la justificación por la fe es el resultado lógico de una unión vital con quien murió y resucitó para satisfacer las justas demandas de la justicia divina en orden al pecador. Dios declara justo al creyente porque Cristo le ha sido hecho justificación. Subrayamos de nuevo la importancia de (1 Co 1:30) para iluminar este concepto, pues Cristo "nos es hecho justificación".
5. El Evangelio es mensaje de vida para el creyente
Habacuc, al igual que los demás profetas de su época, tuvo la tristeza de ver a distancia la amenaza de la invasión babilónica que había de terminar con la vida nacional de los judíos en su tierra. El porvenir se presentaba sombrío, con presagios de juicio y de desastre a causa de la rebelión del pueblo de Dios. Meditaba el profeta en la suerte de los fieles entre los israelitas, que deseaban seguir al Señor en medio de la apostasía de la mayoría. ¿Qué sería de ellos? Recibió este mensaje de esperanza: "El justo por la fe vivirá". El israelita fiel podía poner su mano en la de Dios y pasar vivo por en medio de la tempestad. Se trataba de una amenaza temporal, dentro de la perspectiva de la historia de Israel, pero el Apóstol discernió el principio permanente que determina las relaciones del hombre fiel con su Dios. La fe que descansa en el Dador de la vida no puede por menos que comunicar la vida. En los versículos siguientes Pablo ha de pintar en vivos colores la tragedia del pecado del hombre que le alejó de Dios y motivó la ruina moral y espiritual, tanto del individuo como de la sociedad. La ira de Dios cae sobre los rebeldes, pero "el justo por la fe vivirá".
El énfasis sobre la vida subraya el concepto de una fe vital, muy diferente de una mera fórmula que acepta ciertas doctrinas, por sanas y buenas que sean en sí. La cita de Habacuc, por enlazar los tres conceptos de "justicia", de "fe" y de "vida", pone el broche de oro a la definición del tema de la Epístola y no nos extraña notar que Pablo ya la había utilizado anteriormente al redactar su vigorosa Epístola a los Gálatas (Ga 3:11). También fue usado por el autor de Hebreos al describir el camino del hombre fiel que espera el cumplimiento de las promesas de Dios en medio de la turbación de este mundo (He 10:38).
6. El fin del prólogo
Quedamos maravillados ante la riqueza doctrinal de un mensaje personal que no hace más que introducir la exposición del Evangelio como revelación de una justicia que Dios otorga al creyente. Quizá quedamos un poco asustados también, pues si tanto hallamos en el vestíbulo, ¿cuál no será la abundancia de bienes espirituales que se descubrirán al adentramos en el edificio mismo, con su imponente estructura y maravilloso contenido? El estudio requiere esfuerzo y constancia, pero debemos recordar a los jóvenes que estudian con afán los áridos libros de texto que les ofrecen la posibilidad de ejercer su profesión durante unos cuantos años, perseverando en su esfuerzo a través de largos y arduos estudios. ¿Será nuestro interés menor que el de ellos en vista de que Dios mismo nos ofrece los tesoros de su verdad revelada en su Palabra? El Salmista, frente a escritos inspirados de alcance mucho más limitado, exclamó: "Por heredad he tomado tus testimonios para siempre, porque son el gozo de mi corazón... por eso he amado tus mandamientos más que el oro, más que el oro puro" (Sal 119:111,127). La Epístola a los Romanos constituye una de las parcelas más ricas en la heredad de la Palabra inspirada y nuestro aprecio de sus maravillas crecerá en la medida en que cultivamos nuestra herencia. La aplicación al estudio de este libro, juntamente con la meditación devocional en lo revelado por sus páginas, traerán gozo y sabiduría al alma del creyente como también gloria a nuestro Dios por medio de Jesucristo.

Preguntas

1. Con referencia solamente a (Ro 1:1-7), explique claramente: 1. Las enseñanzas acerca de Pablo y de su obra. 2. Las enseñanzas acerca del Evangelio que predicaba Pablo. 3. Las enseñanzas acerca del Señor Jesucristo.
2. Discurra sobre la manera en que Pablo se dirige a los cristianos en Roma, basando su contestación en (Ro 1:8-15).
3. Analice los grandes conceptos del Evangelio según se encuentran en los versículos "clave" (Ro 1:16-17).
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